XXXIV.
thirty four;
LO QUE SEA NECESARIO
Los parloteos de Sadie habían seguido a Roselyn desde que llegó a la fundación.
Draco tuvo que irse de improvisto cuando notó que olvidó las carpetas con el papeleo de los niños, lo que dejó a cuatro infantes inquietos sin supervisión específica a decidir que querían hacer hasta que él regresara. Mia fue arrastrada por Ben a donde se hallaban Seamus y Dean, a pesar de sus protestas y pucheros por querer ir a su habitación a seguir durmiendo. Raj, el último de los niños del grupo de Draco, tan sólo asintió a la información y luego corrió hacia Sirius, quedándose a cargo del animago.
Sadie, por supuesto no podía elegir otro momento en el cual estuviera menos ocupada, siguió a Roselyn.
— ¿A qué horas volverá? — preguntó la niña, entrelazando las manos encima de su regazo. Su mirada curiosa seguía cada uno de los movimientos de Roselyn, que trataba de organizar el desorden de su escritorio sin perder de vista a Sadie. — Dijo que no tardaría.
— De aquí a Londres son dos horas, Sadie — le recordó, sonriendo amigablemente cuando hizo un puchero. A pesar de que era la mayor de todos los pequeños a cargo de la fundación, su inocencia infantil le robaba el cariño a quienes la conocían, y Roselyn, que la vio crecer, no era la excepción a la regla — Llegará pronto, si no se distrajo por el camino.
— Lo conoces bien — dijo Sadie, y si no tuviera 10 años, Roselyn creería que la pregunta tenía más intención de la que la niña se permitía mostrar.
Levantó la ceja, pero Sadie no se inmutó. Su expresión curiosa seguía allí y Roselyn se obligó a suspirar. Sadie siempre fue una niña fisgona, de alguna manera terminaba enterándose de las cosas a pesar de que en su mayoría no las entendía. Uno de los tantos rasgos de la pequeña que maravilló a Blaise, viéndose reflejado en ella.
Ante el recordatorio del proceso adoptivo que él y Theo llevaban con Sadie, una pequeña sonrisa se asomó de sus labios.
— Estudiamos juntos en Hogwarts, Sadie — Roselyn trató de sonar casual, abrió la segunda gaveta y sacó pergamino, tintero y pluma. Los ojos de Sadie no la abandonaron mientras se sentaba, remojaba un poco la pluma y empezaba a rellenar los espacios en blanco del papeleo — ¿Theo y Blaise te han hablado de Hogwarts?
Sadie asintió entusiasmada.
— ¡Me dijeron que ahí se conocieron! — la devoción y el cariño con el que hablaba de ellos enterneció a Roselyn. Sadie tenía derecho a ser feliz, la que se le fue arrebatada años atrás, y sus amigos merecían poder formar una familia sin que alguien se los impidiera. — Dijeron que podía ir el próximo año, si me llegaba la carta de admisión. ¡Draco dijo que la mejor casa es Slytherin!
Roselyn bufó.
— La percepción de las casas puede ser subjetiva, cariño.
— ¿Qué es percepción? — Sadie ladeó la cabeza con desconcierto.
— Es lo que piensas de una cosa — Roselyn suspiró de nuevo al ver su expresión de entendimiento. Barajeó los pergaminos enrollados para colocarlos en sus respectivas cajas, que habían sido designadas a almacenar la información de la fundación, y se hizo una nota mental de pedirle a su padre que las llevara a Potter Manor más tarde; sabía que White apreciaría que le ahorrara el trabajo de clasificar los archivos — Si me preguntas, Hufflepuff es mejor casa.
— ¿La casa de los extra?
— ¿Quién te dijo que era la casa de los extras? — Roselyn se atoró, arrugando el ceño indignada.
Sadie se encogió de hombros.
— Draco.
Roselyn iba a matar a ese hurón cuando lo viera de nuevo.
Había estado ignorándolo la mayor parte del tiempo desde hacia dos semanas. Le asustó lo fácil que aceptó pasar el tiempo con él y los niños, le asustó aún más el hecho de que disfrutó verlo reír, verlo correr detrás de los cuatro infantes, agitando un sable de luz y deteniéndose cada cinco minutos, como si se preguntara a si mismo por qué estaba haciendo aquello. Su desconcierto por lo rápido que cayó victima del entusiasmo colectivo de Raj, Sadie, Ben y Mia la hizo sonreír, su corazón agitándose ante la nueva faceta de Draco que no vio florecer durante los últimos años.
Cuando comenzó a pensarlo demasiado, tomó la decisión cobarde y huyó de ello. No le habló a Draco durante estos 15 días, y si no corrió lejos al sentirlo entrar a su oficina esa mañana para informal que volvería a Londres a buscar las carpetas, fue porque sabía que debía ser profesional.
No era un hecho nuevo para ella que seguía enamorada de Draco. El problema era que, si lo pensaba objetivamente, Roselyn no conocía a Draco actualmente. ¿Al de 16 años? Merlín, claro que sí, lloró y sufrió por él y lo que tuvieron durante mucho tiempo. Sin embargo, él ya no tenía 16 y ella no tenía 15. Eran adultos y debía dejar de actuar como una adolescente hormonal.
— Rose — la vocecita de Sadie la sacó de sus cavilaciones. Ella seguía en su lugar, la curiosidad de su expresión había vuelto con mayor intensidad y los ojos oscuros le brillaban — ¿Tenías algo con Draco? Como... como Blaise y Theo.
Roselyn mordió su labio inferior.
— Durante unos meses estuvimos juntos — confesó, solo para saciar un poco la curiosidad infantil de Sadie.
— ¿Y ya no? — Sadie arrugó la nariz, confundida por el uso del pasado. Roselyn asintió, consiguiendo sonreír de nuevo antes de intentar enfrascarse a su trabajo. Aún así, Sadie no parecía haber terminado, porque se sentó derecha y cruzó los brazos, un puchero en sus labios al sentirse ignorada — ¿Por qué no? ¡Se ven tan lindos juntos!
— Las cosas cambian, Sadie — explicó, bajando el tono de su voz sin querer sonar muy ruda — al igual que las personas.
Sadie refunfuñó.
— Ustedes no parecen haberlo hecho.
Roselyn sacudió la cabeza. Ella no le hablaría de su situación amorosa a una niña de 10 años, ya le resultaba un poco vergonzoso tener que hacerlo con Grant, que era su maldito terapeuta, cada semana.
El teléfono sonó de repente. Roselyn parpadeó, estiró la mano y lo descolgó, un poco estupefacta de que llamaran. A la fundación no se comunicaban muchas personas, los inversionistas enviaban lechuzas para concertar reuniones y el círculo que tenía el número se la pasaba más allí que en sus propias casas. Solo lo colocaron a petición de Lily, su madre, ya que los intervalos de días que se acercaba a ayudar en Kent variaban debido al tratamiento de su estrés postraumático. Atenea había sido bastante inflexible tratándose de la salud mental de Lily.
— ¿Rose...? — la voz de Harry quedó ahogada en la línea, un par de gritos interrumpieron lo que sea que diría a continuación y el llanto desgarrador de una mujer logró que se estremeciera.
— ¿Harry, qué está sucediendo? — preguntó de inmediato, tamborileando los dedos sobre la mesa de madera. Sadie se enderezó, mordiéndose la uña de su regordete dedo pulgar, preocupada por la expresión que dominaba el rostro, normalmente pacífico, de Roselyn — ¿Dónde estás? ¿Qué es todo ese alboroto?
— Tienes que buscar a Draco.
— ¿A Draco? — repitió, y por puro milagro no se le congeló hasta la sangre con los renovados gritos. Al no obtener respuesta de Harry, su mente comenzó a trabajar a toda velocidad. Reconocía ese timbre de voz — ¿Sucedió algo con Morrigan? ¿Ella está bien? ¿El bebé?
— Busca a Draco — Harry puntualizó, las palabras corriendo fuera de su boca como hierro. No se oía muy dispuesto a escuchar alguna replica o cuestionamiento de su hermana menor y eso sólo consiguió preocuparla aún más. No recordaba la última vez que Harry le habló de esa forma, incluso cuando discutieron durante su quinto año había estado furioso. Ahora sólo era... frío — Hubo un accidente con Scorpius y Ares, no sabemos qué le pasó a Ares pero Scorpius... Te juro que no lo sabía, Rose, no sabía que esto podía ocurrir.
— Harry, estás asustándome. ¿Qué pasó?
— Las restricciones — Harry permaneció en silencio unos segundos, los suficientes para que Roselyn captara las palabras alrededor de su hermano. El llanto desgarrador de Morrigan se oía un poco más bajo, como si alguien estuviera calmándola ahora, y los gritos eran ordenes inentendibles de medimagos — Draco llegó al Caldero Chorreante mientras Morrigan y Scorpius estaban ahí. Dijo que se le habían olvidado las carpetas de los niños, él no sabía que ellos pasarían. ¡Ni siquiera yo lo hacia! Las restricciones mágicas de la condena se activaron apenas colocó un pie dentro, Rose, Scorpius dejó de respirar durante un cuarto de hora. Ares también quedó inconsciente, los medimagos no nos han dicho la razón, Morrigan los encontró así cuando Teddy y Nova empezaron a gritar. Ya llamé a papá, por si acaso lo de Ares es el sabbat, él y White estarán aquí en cinco minutos.
Roselyn se acarició el puente de la nariz, sintiendo sus hombros tensionados. Su hermanito y su sobrino político en San Mungo, inconscientes los dos, quién sabe por qué. Bueno, lo sabían de Scorpius (si Roselyn fuera un poco más impulsiva, estaría en ese momento camino al ministerio para pedir unas cuantas explicaciones ¡Scorpius tenía 7 años, por amor a Magia!), sin embargo, eso no la calmaba.
— ¿Qué necesitas de Draco?
— Su sangre — Harry se oía cansado. Roselyn sintió su pecho estrujarse ante ello. Había visto a Harry amar a Scorpius como si fuera su propio hijo, a pesar de que nunca dejó que alguien creyera que estaba ocupando el lugar que le arrebataron a Draco de las manos, se desvivía por el niño de igual forma que lo hacía por Morrigan y el bebé que esperaban. Harry amaba a Scorpius, quedarse allí sin poder hacer nada debía serle doloroso en todos los sentidos — Su sangre es compatible con la de Scorpius, Pansy nos lo dijo.
— ¿Por qué...?
— Cuando la magia de la condena se activo, el núcleo mágico de Scorpius perdió el control. — la voz le tembló unos segundos, las ordenes de los medimagos no habían cesado — Lo tienen en contención, pero no lograrán nada si no consiguen estabilizarlo otra vez. Necesito que busques a Draco, quiero que traigas aquí una muestra de su sangre, la suficiente para hacer transfusión, y si él sabe algo acerca de... acerca de esto, también pídele que lo haga. Él no puede venir a San Mungo, no sabemos qué más podía pasar si fuerza la resistencia de las restricciones. Por favor, Rosie, Scorpius no aguantará mucho tiempo.
Los latidos de su propio corazón le lastimaban los oídos. El bombeo de sangre calentó su rostro, y todo pareció ralentizarse a su alrededor. No recordaba cuando colgó el teléfono, o cuando llevó a Sadie con Sirius y le pidió que la cuidara ya que ella tenía que salir. Él no le hizo muchas preguntas y le deseó suerte cuando Blaise y Theo llegaron, diciéndole de inmediato que recibieron un patronus de Draco y que sabían donde estaba.
Tampoco recordaba haber hecho la aparición, de hecho, todo lo que su cerebro captó era la forma de las rejas de Malfoy Manor, que impedían el acceso a la espeluznante mansión. Narcisa Malfoy se veía muy dispuesta a echarlos de allí, al menos hasta que fue informada por los acompañantes de Roselyn de la situación. La pelirroja no prestó atención al sentir los vellos de su cuerpo erizarse, lo que la sacó de su estupefacción fue ver a Draco entrar a la sala, atraído por el alboroto que causaron al aterrizar a unos metros de los terrenos.
— Necesito tu sangre — dijo sin rodeos.
Draco no titubeó al aceptar.
Los minutos pasaron en silencio mientras Roselyn extraía la sangre de la vena en el brazo de Draco. Theo y Blaise estaban detrás de él, respaldándolo sin palabras. La pelirroja no pudo evitar notar que tenía los ojos rojos, se mordía el labio al punto de hacerlo sangrar y todo su rostro se veía como si hubiera pasado los horrores de la guerra en una sola hora. Se estremeció, no se sentía capaz de ofrecerle un poco de consuelo estando ella igual de preocupada que él.
— Quédate con él — susurró Theo, después de apartarla unos segundos. Blaise se había colocado de cuclillas y conversaba furiosamente con el rubio, que fruncía el ceño y escuchaba atento a las palabras del italiano — Nosotros llevaremos la muestra a San Mungo, él debe tener un poco de apoyo aquí.
— Yo... — Roselyn se detuvo, no sabía cómo podía negarse sin sonar insensible, era obvio que Draco no debía estar solo, se sentía culpable por lo que había sucedido y a pesar de que había corrido hacia Narcisa tras encontrarse perdido, ella no era la mejor de las compañías considerando que ni siquiera se hablaban desde que él llegó a Inglaterra — No lo sé, Theo ¿No piensas que sería mejor que ustedes estuvieran aquí?
— Sé lo que quieres decir — Theo asintió gravemente — Pero no somos nosotros quiénes llegarán a él. Tú lo hiciste, con todo el asunto del mortifago, cuando estábamos en Hogwarts. Si hay alguien a la que dejara acercarse ahora eres tú, Rose. Draco te necesita.
Así que Roselyn se quedó en Malfoy Manor, sentada frente a la chimenea, vaso de whisky en la mano.
Un pequeño escalofrío la recorrió al reconocer la sala, a pesar de que las flamas naranjadas deberían de reconfortarla. Aquí había sido torturada por Voldemort cuando la capturaron, luego del ataque a Potter Manor. Aquí había oído por primera vez que Morrigan esperaba un hijo de Draco, el momento que su corazón se dividió en dos. Aquí había sido usada como un experimento para ese horrible ser, estudiada y casi diseccionada.
— No quería regresar — la voz de Draco se escuchó detrás suyo. Roselyn se enderezó, viéndolo de pie bajo el arco de piedra de la entrada. El cabello rubio le caía sobre la cara, su traje negro permanecía bien puesto en todos los lugares, aunque un poco arrugado por la zona de las mangas. — Los recuerdos son demasiado fuertes aquí.
— Pero lo hiciste — reiteró, dándole un sorbo a la bebida. Draco se dedicó a mirarla. Roselyn trató de no sentirse muy incomoda de la inspección — ¿Por qué?
Él no respondió al principio, sólo se acercó. El golpeteo de sus zapatos en la madera mantuvieron a Roselyn alerta, viéndolo tomar la botella de la mesa ratona de estilo francés y servirse un poco de su propio escocés. Lo mantuvo a la altura de sus labios, buscando las palabras con las que debía continuar. Colocó la mano encima de la de ella, aunque Roselyn la apartó como si le hubiera quemado el toque.
Y ella era inmune a quemarse.
— Cuando era pequeño y algo me asustaba — una sonrisa irónica se deslizó por su cara, sin prestar atención a su reacción — siempre corría a buscar a mi madre. Ella siempre se hallaba en el jardín de los rosales, siempre se quedaba conmigo hasta que me calmaba y me veía ir a enfrentar, de nuevo, lo que me llevó a ella en primer lugar. Ni siquiera me dí cuenta al aparecer. Se sorprendió de verme, pero me recibió. Es más de lo que esperaba que hiciera.
— Ella se preocupó por ti — susurró Roselyn, mirando el líquido amarillo de su vaso — todos estos años, no dejaba de preguntar a Harry dónde estabas, si te hallabas a salvo, cuándo podrías volver.
Draco alzó la ceja, su fachada inmutable se veía sólida de nuevo, a pesar de que a la luz del fuego el indicio de que había llorado permanecía en el foco de atención.
— Nunca me paré a pensar lo que hizo — confesó, deteniéndose frente a Roselyn. Ella alzó el mentón, tratando de detallarlo. Sus ojos grises no se apartaron de los esmeraldas — La única vez que lo hice fue durante el juicio. No había oído nada de ella y luego Potter le dijo a todo el mundo mágico que ella era parte de las razones por la que ganaron la guerra. Al huir traté de olvidarla, y lo hice, hasta que todo esto se me vino encima.
— No es tu culpa — las palabras escaparon de sus labios antes de que las procesara. La mirada de Draco se endureció, pero no trató de impedir que hablara. Eso era un punto a su favor — No sabías que ellos estarían ahí, y Morrigan no sabía que olvidaste esas carpetas.
— Casi maté a mi hijo...
— El Ministerio casi mató a Scorpius — corrigió, colocándose de pie. Draco aún le llevaba una cabeza en altura, así que Roselyn alzó el mentón y se negó a apartar los ojos de los contrarios. Respiró hondo y continúo: — No dijeron nada de cómo reaccionarían esas restricciones, sé que ni tú ni Harry hubieran accedido a ellas si estuvieran enterados. También sé que amas a Scorpius, Draco, y te aseguro que Scorpius lo sabe. Él no te culparía de lo que pasó, eres su padre y eres importante para él, incluso si no te conoce y solo ha escuchado historias de ti.
— Lo oí gritar, Roselyn — Draco se acercó, parpadeando. Parecía estar buscando razones para despreciarse, lo que la enojó. Él no le prestó atención — Su voz... cuando llamó a Morrigan, se estaba ahogando. Y yo lo causé. No podía ayudarlo.
— ¡No lo causaste!
— ¡Pudo haber muerto y hubiera sido mi culpa!
El sonido de su mano al estrellarse contra la mejilla de Draco cortó el silencio que inundaba la sala de estar de Malfoy Manor.
La respiración de Roselyn era un poco irregular, las lágrimas luchando por escaparse de sus grandes ojos esmeraldas. La llamarada de la chimenea se alteró, regresando a su sitio con gran rapidez mientras ella intentaba controlarse de nuevo. Draco mantuvo su rostro apartado, en la posición que había quedado tras la bofetada, el contorno rojo de su mano grabado en su pálida piel.
— No te atrevas a decir eso, nunca más — siseó, señalándolo con su dedo índice. Él no se movió — No frente a mi, y frente a nadie. Lo que le pasó a Scorpius no es responsabilidad tuya, lo es de las personas que colocaron esa maldita condena, Draco, y te obligaron a mantenerte alejado de tu hijo. Confía en mi al menos con esto; si Scorpius se enterara de lo que piensas no haría más que sentirse culpable.
Ninguna palabra salió de sus labios.
Estaban tan cerca el uno del otro que Roselyn podía sentir la respiración parsimoniosa de Draco encima de su rostro. Los vellos del cuerpo se le erizaron al sentir el despliegue de magia por parte de él, lo voluble que resultaba su herencia mágica. Ella no retrocedió, alzando el mentón y tratando de mantener una mirada hermética en su cara. Lo único que los separaban eran centímetros.
— Confío en ti.
Ella consiguió no reírse.
— Seguro — ironizó, sin retroceder. Draco levantó la ceja, levemente sorprendido del tono, pero ella decidió ignorarlo — Harry preguntó si conocías alguna manera de estabilizar a Scorpius sin acercarte a San Mungo, mantener su magia a raya hasta que la transfusión funcione.
Draco se lo pensó unos segundos. Cruzó los brazos contra su pecho y desvío los ojos, dejándolos analizar toda la habitación. La magia que emitía su cuerpo volvió hacia él, girando alrededor de él como un escudo protector. Roselyn se negó a aceptar que el golpe de electricidad que se deslizó por su sistema nervioso hizo a su columna arquearse de satisfacción. Él no pareció notarlo.
— Sé una manera — dijo, tras pasados unos minutos de silencio. Su espalda se enderezó, cuadrando los hombros, y respirando hondo. El fuego de la chimenea dibujó una extraña figura, a la que Roselyn no logró captar de reojo. La tensión en la habitación la ahogó unos segundos, incapaz de apartarse de Draco. Al menos, para bien de su orgullo, el también había caído en el mismo hechizo, porque las pupilas se le dilataron mirándola — Pero requiere que me ayudes.
— Lo que sea.
Draco tomó su mano, y esta vez, Roselyn no lo apartó.
Le contó del pequeño ritual de conexión que tenían los aquelarres de Noruega, que habían ofrecido su conocimiento a Draco cuando llegó a ellos tres años atrás. A pesar de que el ritual requería la presencia de los dos involucrados, Draco conocía la manera de hacerlo funcionar sólo con alguien que funcionara de enlace. Ahí es donde ella era necesitada.
Ni siquiera lo pensó dos veces.
— Haré un corte y dejarás caer sangre suficiente para llenar la mitad del vial. — explicó, acercando la punta de la daga de plata a la llama que había encendido entre ambos. Estaban sentados a mitad de la sala de estar de Malfoy Manor, los muebles apartados de ellos. Draco corrió la alfombra con magia y encendió una flama azul en un cuenco de madera — Tomarás la daga, lo pasarás encima del fuego otra vez y harás el mismo corte. Yo haré el hechizo y tendrás que llevarlo a San Mungo cuando terminemos. Colócalo como collar a Scorpius. Como la conexión no es directa con él, podré mantener estable su magia solo si Scorpius lleva el vial.
Roselyn asintió.
Draco murmuró unas cuantas palabras en noruego que ella no comprendió. La flama se avivó, y él retiró la daga. Al pasarla encima de su palma, el cosquilleo que siempre remplazaba el ardor de ser expuesto al fuego se extendió por completo, viajando a través de su cuerpo y dándole a Roselyn distintas descargas eléctricas que la hicieron sacudirse otra vez. Un jadeo escapó de sus labios rosados, la respiración le salió agitada mientras Draco envolvía los dedos alrededor de su muñeca y colocaba el hilo de sangre en la boquilla del vial, que fue llenándose poco a poco al ritmo del cántico, ahora en latín, de Draco.
— Tu turno — murmuró, cuando la mitad del vial estuvo repleto de la sangre de Roselyn.
Se mordió la parte interna de su mejilla, ahogando el pequeño gemido que quería escaparse de su boca al perder el contacto de Draco a su piel. Parpadeó, sintiéndose un poco atontada, y recibió la daga que él le extendía. Repitió el proceso, sus ojos esmeraldas perdiéndose unos segundos en las figuras azuladas que formaba el fuego. Hizo el mismo corte vertical a la palma de Draco, que soltó un gruñido ronco de dolor, logrando romper su ensimismamiento al mirarlo verter el hilo de sangre en el vial.
Draco soltó el vidrio, que quedó flotando sobre la llama, y recitó el cantico escandinavo otra vez. El viento se agitó alrededor de la sala, no lo suficiente para apagar la llama pero sí para avivarla, las figuras extendiéndose a tal punto que envolvieron el vial y lo dejaron fuera de la vista. Ella volvió a cerrar los ojos, contando números distintos en su mente en un intento de controlar las sensaciones que la recorrían ante el espectáculo de llamas.
Al volver a sentir el tacto de la mano de Draco, parpadeó. Su respiración era errática y le caían gotas de sudor a los costados del rostro.
— ¿Draco? — preguntó asustada.
— Los aquelarres de noruega son bastante poderosos — logró decir, echándose hacia atrás. Se había puesto más pálido de lo normal de repente — El ritual necesita más gente de que la disponemos aquí.
— ¿Por qué no me dijiste?
— No hay tiempo — Draco se sacudió el aturdimiento, estiró la mano y sacó el vial de la llama azulada. La sangre de ambos se había vuelto dorada, como el sol, compuesta de hilos de luz que se movían por todo el vial, a la espera de escapar — Tienes que llevarlo a San Mungo.
— ¡Mira como estás! — Roselyn se levantó, quitándose el cabello de la cara — ¡No te dejaré solo así!
Draco arrugó el entrecejo, respirando hondo. La cara se le puso un poco verde por la iluminación.
— Yo estaré bien — siseó, desdeñando su preocupación — Scorpius necesita esto ahora, y no puedes llevárselo si permaneces aquí a angustiarte por mi.
— Lo haré en su lugar.
Roselyn alzó el rostro. Narcisa Malfoy los observaba desde el arco de entrada a la sala, las manos entrelazadas detrás de la espalda. Era la primera vez que Roselyn la detallaba, tras tantos años sin verla caminar por ahí en el Callejón Diagon. La túnica elegante negra de decoraciones plateadas no había cambiado, y lo único que evidenciaba la posición actual de los Malfoy en el mundo mágico eran sus ojos grises, titubeantes, acercándose a ellos.
Draco la miró.
— ¿Lo harás? — repitió, su expresión volviéndose gélida.
— Sí — Narcisa asintió, e hizo un gran esfuerzo por no parecer dolida ante la desconfianza de su hijo. Roselyn no culpó a Draco; si no recordaba mal, había sido Narcisa quién entregó la verdad de la existencia de Scorpius a Voldemort durante la guerra — Ella podrá ayudarte a recuperarte mejor que yo, y no podrás acercarte por tu cuenta a San Mungo sin dañarlo. Yo sí.
— ¿Por qué haces esto, madre? — Draco trató colocarse de pie, los huesos de su espalda crujiendo ante el movimiento.
Roselyn se apresuró, colocándole la mano en la espalda baja mientras lo estabilizaba. Draco se estremeció, desconcertado, pero a gusto al sentirla tan cerca. La magia que lo rodeaba se avivó, demostrando lo que ninguno de los dos era capaz de transmitir con palabras. Sus ojos grises tuvieron una gran lucha contra si mismo para concentrarse de nuevo en Narcisa.
— Es tu hijo, Draco — el tono de su voz era abajo. En ella ya no quedaba nada de la arrogancia que antes había caracterizado a todos los Malfoy. — Y mi nieto. Nos preocupamos por la familia.
Y ella intentaba reparar el error que causó antes.
Draco dudó.
— Enviaré un patronus a Harry — anunció Roselyn. Madre e hijo la miraron desconcertados, pero ella no les prestó atención — Le avisaré que irás a San Mungo con el vial para Scorpius y que tendrá que colocárselo.
La amenaza silenciosa de sus palabras lograron tranquilizar a Draco, que asintió a la petición de su madre, y le extendió el vial después de murmurar un hechizo de protección. Narcisa debió de sentirse molesta, y probablemente fue así, por la expresión desdeñosa que le dedicó a la pelirroja. Sin embargo, Roselyn las tuvo peores antes, solo encogiéndose de hombros y agitando la varita, el encantamiento recitándose en su mente mientras enviaba el mensaje a Harry.
Draco casi sonrió al ver el gran dragón desvanecerse de Malfoy Manor.
Cuando la puerta de entrada se cerró con un fuerte golpe, él se tambaleó. Roselyn se apresuró a sostenerlo y guiarlo hacia el sofá más cercano, permitiéndose caer a su lado, adormilada de cansancio. Ambos observaron las llamas de la chimenea, un silencioso agradable alrededor de ellos, consiguiendo regular el ritmo de su respiración.
Las heridas se cerraron en el momento que Draco entrelazó sus manos, y ella se permitió relajarse de nuevo.
— Scorpius estará bien — le aseguró, sonriendo débilmente al rubio.
— Eso espero — Draco suspiró, soltando la tensión que dominaba su postura preocupada.
No se apartaron del otro durante el resto de la noche.
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