XXXIII.
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SCORPIUS, pt. 2
Scorpius Malfoy se considera un niño inteligente.
Los adultos normalmente se quedan callados a su alrededor, porque tienen la manía irritante de ocultar cosas como si eso fuera a hacer alguna diferencia, considerando que los secretos se convertían en rumores a voces y él siempre terminaba enterándose del asunto contra sus mayores deseos.
Le había pasado antes. Mamá nunca dejó que llamara papá a Harry, a petición del mismo Harry, así que Scorpius hizo 2+2 y decidió que papá Harry era un buen nombre, que al menos no incomodaba en totalidad a su padrastro. Sabía que él no era un Potter y nunca lo sería, como le gustaba decir a los niños de la guardería mágica cuando Ares no prestaba atención; sabía que su existencia no fue deseada por ninguno de sus padres y que si ahora respiraba era porque su madre no tuvo opciones diferentes durante su embarazo.
Scorpius no era tonto. Aunque tenía 7 años, podía escuchar a la gente juzgarlo, los murmuros que lo seguían en el Callejón Diagon, veía a la gente que lo señalaba con el dedo y le decía a sus acompañantes quién era él, lo que le pasó a su padre.
— Es el hijo de un mortifago exiliado — era lo primero que salía de la boca de los ancianos.
— ¿Cómo pudo Harry aceptarlo? — le seguía el comentario de las brujas más chismosas, asomándose desde los diferentes locales abiertos del sendero. Las voces provienen con más fuerza de un grupo particular del café de tía Luna — Un hijo ilegítimo Malfoy, y de esa horrible mujer ¡Lo engañó con un mortifago y es él quien tiene que hacerse cargo del pequeño bastardo! Ese matrimonio nunca fue de mi agrado, ella no tiene escrúpulos.
Scorpius alzó la cara, sonriéndole a su madre. Lo que sí no tiene Morrigan son problemas auditivos y siempre está alerta de lo que sucede alrededor, por lo que es obvio para él que también escuchaba los chismes de las brujas. Se preocupó un poco, esperando que no le afectaran a su madre como ellos esperaban lo hiciera. Son palabras a los que él está acostumbrado, no ella, desde que su mamá y papá Harry se casaron, incluso si un niño de 7 años no debería presenciar nunca a la persona que le dio la vida y lo amaba más que cualquier otra ser tratada como una escoria, una puta barata, sólo por un error que cometió a los 16 años.
Él era un error.
— Mamá... — dijo, solo queriendo que lo mire. Tenía las cejas fruncidas y el labio inferior perforado por sus dientes, al punto de hacerlo sangrar. Parecía un poco tensa, y Scorpius de inmediato presionó sus manos entrelazadas, queriendo llamar la atención de su mamá — Papá Harry dijo que lo veríamos en San Mungo ¿Qué hacemos aquí?
— Tengo que comprar algunos ingredientes, amor — le respondió ella, deteniéndose unos segundos frente al boticario de pociones, abarrotado de personas a esa hora del día. Ella se inclinó, no demasiado porque su vientre abultado con el hermanito de Scorpius no le permite ser muy flexible, y le apartó un mechón de cabello de la cara — Me he quedado sin ellos en casa y no he podido completar la fase final de mi tesis de la academia. Mi fecha límite es el próximo viernes.
— ¿Puedo ayudarte? — Scorpius se emocionó de inmediato, las palabras de los magos ahogándose en el fondo de su mente, feliz de la perspectiva de pasar tiempo con su madre y serle útil; él amaba las pociones.
Morrigan sonrió, revolviéndole el cabello.
— Por supuesto que sí. ¿Te quedas aquí mientras compro lo que necesito?
A pesar de lo que creen de él, Scorpius en realidad conoce los primeros sentimientos que tuvo su mamá respecto a su repentino embarazo. Él no es un niño que sus padres esperaban traer el mundo y nunca podrá serlo; es amado y adorado, por su familia biológica y adoptiva, tiene un lugar al que volver y un hogar al que pertenece, pero no fue deseado.
Es un simple bastardo, como dicen las brujas de alta sociedad. El hijo de un mortifago desertor.
El tirón del viento lo hizo sonreír, reconociendo el aura mágica de Hécate que barrió la estabilidad de las brujas del café y las hizo verter el líquido marrón de sus tazas encima de sus costosas túnicas. Una pequeña carcajada escapó de sus labios viéndolas gritar, lloriqueando por su ropa arruinada, antes de girar la cara para que no lo vieran. Conocía muy bien a las personas de su clase, podrían acusarlo de ser el causante de ello e intentarían hechizarlo (a pesar de que, obviamente, tiene 7 años) sin que nadie interviniera.
A la gente no le importaba lo que sucedía a los hijos de mortifagos.
— ¿Qué hemos hablado, Scorpius? — la terciopelada voz de Hécate resonó sobre su hombro y la esencia de la hechicera de piel oscura parpadeó detrás de él, no totalmente sólida, más bien gaseosa, como una sombra entre ambos mundos, el terrenal y el hogar de las cuatro diosas.
Scorpius también sabe que es el único que puede verla. Nadie a su alrededor pareció consciente de la aparición de la hechicera de ojos plateados, a pesar de la cólera evidente que dirige a los magos, esa molestia que provoca en ella el hecho de que se metan con su familia. Las brujas del café siguieron gritando cuando ella chasqueó los dedos y el ardor que les causó su primera ráfaga de viento sólo empeoró. Scorpius eligió ignorarlas.
— Hablamos de muchas cosas, Hécate — susurró, rascándose la mejilla distraídamente. No pudo evitar soltar otra risita ante la expresión inmutable de la divinidad, acercándose a juguetear con el sabueso infernal que ladró a los pies de Hécate — Hola, Mordred.
— A madre Magia no le gusta que lo saludes — dijo Hécate.
Scorpius se encogió de hombros. El desprecio de Magia por el familiar de su hija no es nuevo para él. Mordred fue el culpable de la muerte de Morgana, ya ha escuchado esa historia y no siente nada más que agradecimiento con su tatarabuela por vengarla, pero los animales son la debilidad de Scorpius. Estiró la mano y acarició la cabeza del espectro, divertido mientras los ojos flameantes del sabueso parpadearon satisfechos de la leve caricia, como si llevara siglos sin sentir un poco de cariño, que era lo más probable teniendo en cuenta a quién había sido entregado para cumplir el castigo que le esperaba por los pecados que cometió vivo.
Si había alguien que despreciaba a Mordred más que Magia, esa era Hécate.
— Te prometí que dejaría de pensar en mi padre — dijo Scorpius, rascando detrás de las orejas del sabueso.
Hécate es su guardiana. Estuvo con él desde que fue concebido, lo acompañó en cada paso que dio y lo ayudó a controlar su poder. Scorpius le hablaba a ella antes que a las personas, antes que a sus propios padres, antes que a Ares. Los ojos perlados conocen todas las partes de si mismo que él prefiere no prestar atención, esas que no muestra por el bien de su vida en el mundo terrenal; los oídos élficos han sido los confidentes de sus mayores quejas, sus rabietas y sus berrinches, a través de las adversidades que viven juntos.
Ella es la única que sabe, de boca del mismo Scorpius y no con conjeturas (como probablemente hicieron su madre y Ares), los pensamientos que cruzan su mente desde que se enteró del regreso de su padre a Inglaterra, las dudas que lo embargan todas las noches sin falta.
— Y no cumples tu promesa.
— Ellos hablan de él todo el tiempo, Hécate — Scorpius arrugó el ceño, deteniendo el movimiento de su mano. Mordred gimoteó lastimeramente, moviendo su hocico contra los dedos del niño con la intención de llamar su atención, sin mucho éxito — No es fácil.
Hécate no respondió, desvaneciéndose cuando la puerta del boticario se abrió de nuevo y Morrigan apareció, cargando un par de bolsas y haciendo una cara peor de la que tenía cuando entró al callejón Diagon. El último ladrido de Mordred sacó a Scorpius de su ensoñación. Las brujas del café se han calmado y la multitud que se reunió alrededor comenzó a despejarse, aunque la falta de espectáculo les dio más oportunidad de verlos y concentrarse en ellos.
— Vámonos — anunció, cogiendo a Scorpius de la mano y arrastrándolo hacia la entrada al Caldero Chorreante.
Allí al menos estaba Hannah, siempre dispuesta a hechizar a alguien si molestaba a sus clientes predilectos. A Scorpius le agradaban los amigos de sus padres, los ayudantes de las fundaciones. Ellos no juzgaban, no señalaban, no murmuraban, no menospreciaban a su madre por tener un hijo que no es del hombre con el que se casó.
— ¡Hola, Hannah! — chilló, soltándose de su mamá y corriendo hacia la barra. Sus ojos mercurio brillaron al ver el hombre que acompañaba a la rubia, colocándose en la punta de sus pies para alcanzar la madera — ¡Hola, Neville!
— Hola, Scor — Neville Longbottom da un golpecito al borde del plato repleto de comida, que se eleva mágicamente y levita hasta el mago de expresión huraña en una de las esquinas. Scorpius se cubrió la nariz, captando el olor a licor, y volvió a mirar al amable amigo de sus padres — ¿Qué haces aquí?
— Acompañaba a mi mamá — respondió, una sonrisita altanera creciéndole en la cara. Adoraba hablar de ella y adoraba aún más hablar de los momentos que podía ayudarla con sus pociones para la Academia de Medimagia, de la que se graduaría ese año. El crecimiento de Scorpius iba a la par con la carrera predilecta de su madre — ¡Entregará su tesis el viernes!
— ¿Ah si? — Neville parpadeó, genuinamente sorprendido y contento por Morrigan, viéndola acercarse a la barra y descargar las bolsas de ingredientes encima de la madera, un gesto perezoso del que Harry siempre arrullaba (porque era un imbécil enamorado desde que vio a Morrigan por primera vez) y él, Ron, Dean y Seamus se burlaban estando en Hogwarts — ¿Te gradúas este año?
— Con brujería de honores — la bruja búlgara recibió la botella de agua que él extendió, llevándola a sus labios y ayudando a Scorpius a subirse a un taburete. El niño balanceó sus pies y jugueteó con el borde del abrigo de su madre, bajo la mirada enternecida de Hannah — Si consigo que avalen mi tesis, obtendré un pase directo para trabajar a San Mungo. Mis jefes de práctica ya están esperando la ceremonia y los resultados de los exámenes.
— Eso es increíble, Morrigan — Hannah le dio un abrazo rápido a la morena, todos habían esperado un largo tiempo poder verla fuera de su cascarón de tristeza, el espiral al que la había llevado su adicción, la guerra y Scorpius.
— ¡Mi mamá es genial! — gritó el niño, asintiendo con orgullo.
Los pasos apresurados de un par de piernas pequeñas golpetean la madera del piso y llamaron la atención de Scorpius, girando la cabeza y encontrándose directamente los ojos grises de Ares, brillantes y enloquecidos, que lo observaban como si fuera una galaxia inexplorada que Ares Niké Potter ha decidido de su propiedad. La bufanda roja alrededor de su cuello, los guantes que protegían sus manos de posibles alteraciones del sabbat, y el gorro que cubría su cabeza de los últimos vestigios de frío invernal hicieron sonreír a Scorpius de oreja a oreja.
— ¡Reunión del consejo! — exclamó Ares.
Scorpius arrugó la nariz.
— ¿Teddy y Nova están aquí? — dijo en cambio.
Ares hizo un puchero, como si le ofendiera la pregunta. No había una reunión del consejo si no estaban los cuatro, pero a Scorpius le gustaba molestarlo.
— Claramente, Scorpie.
A él le parecía divertido cada vez que lo veía con esa expresión. Ares se veía tierno enfurruñado, lo que nunca dirá porque aquello lo molestaría. Por alguna razón, a Ares le gusta ser temido, no considerado adorable. Se cruzó de brazos y refunfuñó bajo su aliento, desviando los ojos hacia Morrigan cuando la escuchó carraspear.
— Já — Scorpius se burló de su mirada aterrada.
— Hola — Ares sonrió de forma encantadora, recuperando la postura y provocando en la bruja búlgara una sonrisa jocosa. Si había alguien a quien Ares nunca logró engañar con su actitud angelical, a parte de Scorpius, esa era Morrigan — ¿Me dejas a Scorpius?
Sin esperar una respuesta, Ares tomó la mano de Scorpius y tiró de él escaleras arriba, hacia el ático. Un año atrás le rogaron a Hannah que les dejara el ático para las reuniones del consejo, ya que pasaban tanto tiempo en el Caldero Chorreante como en Potter Manor, y aunque Neville se veía aterrado de darles pase libre a los niños por todo el local (cosa que, de hecho, ya tenían), no queriendo que hicieran explotar algo o asustaran a los demás clientes, ella aceptó.
— ¿Por qué me empujas? — Scorpius suspiró con exasperación, deteniéndose en lo alto de las escaleras al ático.
— Lo siento — Ares se inclinó y le besó la mejilla, ignorando el rojo de su rostro al darse la vuelta para abrir la puerta. El rechinido de la madera no sorprendió a ninguno de los dos, entrando apresuradamente antes de cerrar de una patada. La lámpara en la mesa ratona a mitad de la estancia se encendió, y los cuatro puf de diferentes colores estuvieron a la vista, dos de ellos ya ocupados por Teddy, que cambiaba de colores su cabello conforme movía la muñeca mágica en sus manos, y por Nova, que jugueteaba con un esmalte de uñas infantil — ¿Todo preparado?
— ¿Por qué se demoraron tanto? — refunfuñó Nova, estirándose en el puf.
Ella abrió el esmalte morado y tomó una mano de Teddy, pintando distraídamente la uña del pulgar. Teddy no le prestó atención, deteniendo su cabello en azul eléctrico y enviando una mirada entretenida a Scorpius, consciente de que el carmesí que le cubría las mejillas no era por frío. Scorpius sólo se mordió el labio inferior, ignorándolo, y ocupó el último puf vacío.
Se recostó en la tela verde esmeralda y suspiró.
— Estaba con mi mamá — dijo Scorpius — no tengo mucho tiempo, iremos a ver a papá Harry a San Mungo. ¿De qué es la reunión del consejo?
— ¿De qué crees? — ironizó Ares, sentándose en posición de loto. Parpadeó con molestia, quitándose los guantes y jugueteando un poco con las flamas naranjas que escapaban entre sus dedos. Hacia eso cada vez que se aburría, a pesar de que White y el abuelo James le pidieron no hacerlo luego de que incendiara la manga de la chaqueta de tío Sirius frente a los ayudantes de la fundación — Teddy tiene noticias.
Scorpius se iluminó. Había sido su idea intercambiar los papeles de su mamá y Roselyn, hacer que la pelirroja fuera a Kent, donde estaría su padre, y su mamá a Londres. Había sido fácil, teniendo a Hécate de su lado, y sólo sonrió la mañana que acompañó a su mamá hasta el loft de Roselyn para aclarar los nuevos planes que tendrían con el imprevisto. Él no podía asistir por si mismo a la Fundación Potter a ver lo que sucedía entre ellos, gracias a las restricciones mágicas de su padre de estar 200 metros alejado de Scorpius, por lo que le pidió a sus amigos que lo hicieran por él.
Ares se quejó bastante, no estando de humor para jugar a los espías y Nova dijo que la tía Pansy ya la tenía ocupada en los preparativos de la boda, Teddy fue el único que le concedió el favor a sus ojitos de cachorro pateado (y si Ares masculló enojado porque Scorpius le prestaba tanta atención a Teddy últimamente, él lo ignoró).
— ¿Ah si?
Teddy tragó saliva. El cabello se le colocó blanco del susto, lo que no le dio buena espina a Scorpius.
— No creo que esté funcionando, Scor — susurró, tratando de ser cauteloso. Si algo sabían los tres niños, era que Scorpius no debía ser enojado o provocado. Ni siquiera Ares lo intentaba, y a Ares le gustaba molestar a medio mundo sólo por diversión — Uhm, Sadie hizo que tía Rose nos acompañara a jugar hace dos semanas. Teníamos sables y le enseñamos a tu papá a manejarlos.
— Eh, Ted, no creo que deberías... — Nova detuvo el movimiento del esmalte, un repentino frío envolviendo la estancia cuando el cuerpo de Scorpius se quedó estático en el puf.
Él también quería jugar a los sables con su padre.
Se mordió el labio, viendo como había asustado a sus amigos (excepto a Ares, que cerró la palma ahogando las flamas y lo miró fijamente, los ojos grises muy concentrados en sus cambios de expresión) y sintiéndose un poco culpable.
— Está bien — Scorpius sacudió la mano, respirando hondo para relajarse — ¿Qué pasó?
— ¡Ese es el problema! — Teddy se enderezó, agitando los brazos. Una de las uñas que Nova ya había terminado se dañó, quedando un poco del esmalte morado en el borde del puf, pero el metamorfomago no se dio cuenta de ello — ¡No sé qué pasó! Fue muy divertido y la tía Rose se veía muy feliz ¡Y al día siguiente no se hablaron! Se han estado ignorando estas dos semanas, tía Rose casi no deja su oficina y tu papá pasa todo el día con nosotros. ¡Se parecen a mi papá y Sirius en los días calurosos!
— ¿Tomando duchas eternas? — Ares arrugó el ceño confundido. — Mis papás hacen eso los días calurosos.
— ¡Evitándose como perros y gatos! — replicó Teddy, haciendo un puchero.
— ¿De verdad crees que deban estar juntos, Scor? — Nova dejó el esmalte cerrado junto a la lampara, mordiéndose el dedo pulgar cuando Scorpius la miró — Intenté preguntarle a mi mamá lo que pasó entre ellos, y dice que es muy complicado.
— Para los adultos todo es complicado — Ares desdeñó el comentario.
— Esto lo es, Ares — Nova le dio una mirada mortal, que había heredado de tía Pansy. Ares sólo revoloteó los ojos, quedándose callado ante el pequeño movimiento inquieto que hizo Scorpius — No sé... no sé si ellos quieran estar juntos otra vez.
Scorpius no lo entendía.
Hécate y Magia le aseguraron que su padre aún amaba a Roselyn, y él sabía que ellas no le mintieron, porque nunca lo hacían. Fueron sinceras respecto al interés de su padre en ella y Scorpius mismo vio lo que provocaba su nombre a Roselyn. Se querían, podía sentirlo, y la intensidad de ese sentimiento no disminuyó con los años.
Su mamá era feliz, al lado de papá Harry. Ella también le dijo, esa vez que le explicó por qué sus padres no eran una pareja como los de Ares y Nova, que el amor de la vida de su padre era Roselyn. Si se amaban ¿Por qué no estaban juntos? No tenía sentido, a pesar de que de igual manera oyó acerca de la testarudez de ambos. Si se amaban, lo dirían, como lo hacían su mamá y papá Harry.
Scorpius tenía la esperanza de que, si su padre tenía a alguien con él, no se iría de nuevo. Se quedaría junto a Scorpius y sería su padre. Jugarían a los sables, le contaría las historias de los aquelarres de los que tanto alardeaba Hécate, le leería cuentos antes de dormir y le hablaría de Morgana y Merlín, los conocimientos que recolectó durante sus viajes por el mundo acerca de sus dos ancestros. Si Draco Malfoy volvía a su relación con Roselyn, no existirían razones para que tuviera que correr del país. Estaría ahí para Scorpius, como no se le permitió los últimos años.
Apretó los puños, repentinamente furioso.
¿Su padre se iría otra vez?
— ¡Scor! — gritó Nova, colocándose delante de Teddy cuando el puf de Scorpius estalló en llamas.
El metamorfomago se echó hacia atrás, el cabello brillándole de diferentes colores, asustado del descontrol de su amigo. No habían presenciado una rabieta de Scorpius desde hace tiempo y ser espectador del poder incontrolable del rubio siempre resultaba una experiencia que evitaba a toda costa. De los cuatro, era el único que no era un sabbat, y todo lo que pudo hacer fue tomar el brazo de Nova y obligarla a retroceder con él, mientras la niña creaba débilmente una barrera de agua condensada del mismo aire para protegerlos.
— Salgan — ordenó Ares.
— ¡Ares! — chilló Teddy, viéndolo acercarse a Scorpius.
— ¡SALGAN! — el cabello azabache del chico más pequeño se iluminó, quitándose la bufanda del cuello.
Ares fue consciente del momento en que Teddy y Nova dejaron el ático, asegurándose de escuchar el sonido de la puerta al cerrarse antes de permitir que el tirón de su estómago se extendiera, sintiendo el poder de su propio sabbat rodearlo, dando pasos decididos al niño del puf. Ares arrugó el ceño, soltando un inaudible gemido por el inquietante ardor, a pesar de la propia protección de su poder como descendiente de Godric (era inmune al fuego, amada Circe) enviándolo de inmediato hacia el fondo de su mente, estirando las manos y tomando las de Scorpius.
— Los asustaste — reprendió Ares, siseando enojado.
Scorpius parpadeó, saliendo de sus pensamientos.
— ¿Qué? — balbuceó, notando el desastre que estaba volviéndose el ático.
El fuego se había encendido por toda la madera, comenzando a subir por las paredes. El rubio tragó saliva, intentando levantarse del puf, encontrándose estupefacto y sin saber que hacer. Sus ojos mercurio encontraron los platinos de Ares, que se entrecerraron, ignorando la quemazón que le provocaba tener sus manos entrelazadas a las del niño más grande.
— Los asustaste — repitió, su mirada flameante no se apartaba de Scorpius.
— ¿Te estoy haciendo daño? — lloriqueó, inclinándose y tratando de controlar el temblor de su labio.
Ares negó apresuradamente, una sonrisa tirando de los músculos de su cara ante la preocupación. Scorpius era un tonto adorable.
— Nunca — decidió, impidiéndole apartarse — Estoy bien, pero los asustaste.
— No quería herirlos — Scorpius gimoteó.
— Lo sé — Ares se inclinó, dándole un pico en los labios. La sorpresa que le provocaba a Scorpius el gesto siempre lograba distraerlo, lo que Ares notó funcionaba, porque el fuego retrocedió un poco. Se sintió satisfecho, aunque el ardor no se fue — No les hiciste daño. ¿Pensabas en tu padre?
La falta de respuesta fue suficiente para Ares. Definitivamente, no le agradaba el padre de Scorpius, no importaba lo que dijera su mamá acerca de eso.
— ¿Crees que se vaya, Ares? — susurró, de pronto.
— No lo creo — y era verdad, por mucho que quisiera incinerarlo un poco cada vez que Scorpius se debilitaba pensando en él. Ares no creía que Draco Malfoy se rindiera tan fácil con su hijo, y si lo hacía, sabía que su mamá lo golpearía antes de que Ares llegara a él. Eso era lo único que le consolaba no poder hacerle una broma para que entendiera lo que enfrentaba. — Él no te dejará de nuevo, Scor.
Ares se estremeció violentamente. El fuego de Scorpius había vuelto a él, y de hecho, lo usó como puente a Scorpius. Y dolió.
— ¡Ares!
— Estoy... bien — Ares sacudió la cabeza, haciendo fuerza para que Scorpius no intentara soltarlo. Las llamas se habían congregado ahora alrededor del sofá. El puchero de Scorpius logró sacarle una sonrisa desganada, el ardor de sus manos quedando un poco en el olvido ante eso — ¿Ves? No me hiciste daño.
Scorpius asintió, aunque no le creía. Ares volvió a inclinarse y le dio otro pico, reconfortado cuando el fuego se extinguió por completo mientras Scorpius parpadeaba, sus mejillas coloreadas de rojo.
— ¿Por qué haces eso?
— ¿Hacer qué?
— Me besas.
Ares arrugó la nariz.
— Eso no es un beso.
— Sí lo es.
— ¿No te gusta?
— ¡Nunca dije eso!
Scorpius le dio un golpe en el hombro. Ares trató de no encogerse por el dolor. Esa oleada de poder sí que lo hirió, y sentía su piel bajo la ropa demasiado sensible, pero no admitiría eso frente a él, sólo lo haría sentir culpable.
— Te distrae que lo haga — eligió decir, jugueteando con las manos de Scorpius — Mamá hace eso con papá. Así te calmas.
— Lo siento.
— Ya deja de disculparte ¿Quieres? — Ares sacudió la cabeza, sonriendo — Estoy bien.
La puerta se abrió de repente, Teddy y Nova asomaron la cabeza aún visiblemente asustados, aunque no exactamente con Scorpius. El viento que entró por el marco hizo a Ares volver a sacudirse, sintiendo que le ardía todo el cuerpo, separándose de Scorpius como si acabara de recibir una descarga eléctrica antes de tropezar y dejándose caer de espaldas al suelo.
— ¡ARES!
Scorpius intentó levantarse, asustado de lo herido que se veía el niño más pequeño, y se quedó congelando a mitad de camino cuando un pinchazo tocó su corazón. Su cuerpo y el tiempo se detuvieron al mismo tiempo, todos sus sentidos enfocados en el dolor que provocó el latir acelerado de su órgano vital. Las oleadas de magia que rodeó el lugar le golpeó los oídos.
No podía respirar.
Nova se apresuró hacia él, y entre ella y Teddy evitaron que Scorpius se desplomara al suelo por la falta de aire.
— ¡Draco! — la voz de Morrigan chilló, acelerándose escaleras arriba al ático mientras los niños gritaban pidiendo ayuda — ¡Lárgate de aquí!
Nunca habían intentado saber lo que sucedería si Draco violaba las restricciones mágicas que lo alejaban de su hijo. 200 metros habían sido el veredicto del Ministerio de Magia. En el momento que llegó al Caldero Chorreante de improvisto, habiendo olvidado las carpetas de los niños a su cargo en la Fundación Potter dentro de su habitación, lo entendieron.
— ¡Mamá...! — logró escucharlo lloriquear, y a todo su cuerpo lo recorrió un escalofrío ante la fragilidad que emitía su tono — ¡No puedo respirar!
Draco se precipitó, los gritos aterrorizados de Neville y Hannah mientras subían a acompañar a Morrigan perforándole los oídos. Olvidó la magia y su varita, corriendo calle abajo y esperando que no fuera demasiado tarde para salvar a Scorpius.
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