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XXXII.




thirty two;
DRACO Y ROSELYN









Habían pasado años desde la última vez que Roselyn usó el sabbat para defenderse.

Con el final de la guerra y la captura de los últimos mortifagos que lograron escapar de la batalla de Hogwarts, las cosas en el mundo mágico comenzaron a cambiar. Poco a poco, todo lo que llevó a Lord Voldemort al poder desapareció de sus rutinas habituales; las leyes que protegían las creencias supremacistas de los sangre pura fueron desechadas, se condenó el lenguaje despectivo que estos usaban en una sentencia directa a Azkaban, el plan de estudios de Hogwarts autorizó una clase de cultura mágica (guiada más que nada a los hijos de muggles y mestizos que se criaron entre muggles) con la intención de difuminar las líneas que separaban las clases de brujos y brujas y, sobre todo, la figura que representaban los Potter se reforzó para todos como una gran influencia de moral.

Harry siempre se quejaba de eso.

— Yo quería tener una vida normal — refunfuñó, cada mañana, a pesar de que Roselyn hacia un gran esfuerzo por no reírse de la cara de su hermano y tomárselo enserio — No acepté el puesto en la Academia de Aurores y me volví profesor para que me siguieran los periodistas hasta al baño. ¡Rosie, no estoy bromeando!

Las risas de Roselyn inundaron el loft, aumentando las quejas infantiles de Harry. Ella y su padre habían sido los primeros que estuvieron al tanto del disgusto de Harry a la figura del niño qué vivió y todo lo que este insinuaba de él; aborrecía su fama más que a Umbridge, lo que era decir bastante, e intentaba mantenerse en las sombras desde la batalla de Hogwarts. Un poco imposible, considerando los antecedentes de Harry con la prensa, y el nuevo apodo que le dieron tras derrotar a Voldemort. 

El Salvador del Mundo Mágico.  

Sí, Harry era capaz de matar a la próxima persona que le dijera ese título a la cara. Ron lo llevaba al límite cuando se encontraban, siendo su actividad favorita del año cabrear a Harry. Él y Morrigan apostaron una vez quién era capaz de sacar el lado refunfuñante de Harry más rápido, y teniendo en cuenta que Morrigan estaba embarazada y Harry no quería estar en el lado equivocado de la varita de su esposa gracias a su legendario temperamento, Ron había ganado 20 galeones.

— ¡Mira, mira! — gritó Scorpius, saltando junto a Harry. El niño rubio agitaba una rana de chocolate a medio comer en su mano derecha y un cromo coleccionable en la izquierda — ¡Saliste en la tarjeta, papá Harry! 

Harry, para diversión de Roselyn, se obligó a mantener silenciadas sus groserías frente a su hijastro. 

Los cromos de Harry, Ron, Hermione y Morrigan habían salido al mercado dos años atrás. Ron estuvo encantado, por supuesto, creyéndolo su mayor logro de vida. Hermione se sintió halagada, pues los cromos eran una manera simple de transmitir historia mágica y darse cuenta de que ella era parte de esa historia casi logró hacerla llorar, y a Morrigan sólo le daba igual, aunque sonreía cada vez que un niño le gritaba en la calle que la había visto en sus cromos y cuando alguno de los demonios mencionaba que su colección la tenía de adquisición. 

Scorpius agitó la tarjeta dorada de Harry. Eran los más raros, y los que menos se encontraban, así que no habían escuchado mucho acerca de la de él. 

— ¿Qué dice, cariño? — preguntó Roselyn, dándole un mordisco a su tostada untada de mantequilla de maní. Harry se recostó contra el mesón, esperando que el niño emocionado saliera de su estupefacción — ¿Hay algo ahí que no sepamos?

— ¿Hablas pársel? — dijo Scorpius, en cambio. Sus ojitos grises brillaron de confusión al apartar la mirada del cromo y dirigirla a su padrastro, viéndolo fruncir el ceño — Aquí dice que hablas pársel.

— Hablaba, Scor — explicó Harry. Robó una de las tostadas de Roselyn (que bufó ofendida) y le dio un mordisco, sin apartar la atención del niño — Dejé de hacerlo a los 17.

Scorpius asintió, arrugando la nariz. Aún parecía un poco desconcertado, pero no siguió preguntando para sorpresa de ambos hermanos Potter, eligiendo guardar el cromo y estirando los brazos, en espera ser alzado. Harry respondió a la petición silenciosa tomándolo del torso y permitiéndole enredar las piernas alrededor de su abdomen, partió un poco su tostada y se la ofreció al niño, que se llenó toda la boca de mantequilla de maní.

— Sería genial poder hablarlo con alguien que no sea mamá — susurró Scorpius, mientras Harry le limpiaba la comisura de los labios. — A Nova no le gusta hablar conmigo en pársel porque Teddy y la tía Pansy siempre se ponen nerviosos. 

— A mí también me ponía nerviosa — confesó Roselyn, dándole a Harry una mirada molesta al oírlo reír — Harry adoraba meter serpientes a casa. 

— Yo hacía eso — la voz de Morrigan resonó en el loft, y la búlgara se asomó desde el barandal del segundo piso, un bolso con la ropa de Scorpius colgando de su hombro. La sonrisita divertida que se asomaba de sus labios hicieron reír al niño, que estiró los brazos a la espera de su madre. Cuando ella se acercó a la isla de la cocina, le apretó la nariz ligeramente y se rió — Luego me castigaron porque un compañero de Ilvermorny sufrió un colapso nervioso y no vi a Cleopatra por meses.

Scorpius se estremeció.

 — ¡No Cleopatra!

Cleopatra era una cobra egipcia, el familiar mágico de Morrigan que había pasado a Scorpius cuando Madame Sayre, la madre de Morrigan, accedió a traficar a la mascota de su hija, que el padre de esta ya había sacado ilegalmente de África del Norte (y Bulgaria la primera vez que se mudaron), desde América. Harry odiaba esa cobra, luego del susto que se llevó cuando vio a la venenosa serpiente en la cuna de Scorpius, sólo para ser sorprendido con la noticia de que en realidad era de Morrigan y que la dejó cuidando al niño mientras ella iba por el biberón.

James le había dicho a Morrigan, después de enterarse, que una persona no dejaba a sus hijos con cobras venenosas como cuidadoras. Morrigan nunca entendió por qué, para sorpresa de todos los que tenían sentido común, pero ya que era la única que hablaba pársel para ese entonces, además de William que encontró el asunto demasiado divertido, nadie se atrevió a mover a la serpiente de su puesto. 

— Sí — Morrigan volvió a reírse del puchero lastimero del niño, alejándolo de los brazos de Harry y acomodándolo contra su pecho. Pasó el bolso a su esposo y siguió limpiando la mantequilla de maní — La pobre Cleopatra estuvo ese tiempo encerrada y alimentándose de ratas de mala calidad. 

— Pobre Cleopatra — repitió Harry sarcásticamente. 

Morrigan le dio una mirada y Harry se calló de inmediato. Nadie se metía con su cobra frente a Morrigan y salía ileso de eso; aunque como Scorpius era el único que apreciaba a Cleopatra, los demás trataban de mantener sus opiniones silenciadas acerca de ella.  

— ¿Cómo es que esa cobra vive tanto? — susurró Roselyn a Harry, mordiéndose el labio para no reír ante la cara de sufrimiento que tenía Harry recordando a Cleopatra. 

— Las cobras egipcias normales tienen esperanza de vida de 20 años — recitó, y rodó los ojos — ¡Y Cleopatra es mágica! A veces quisiera seguir siendo un parseltongue, así al menos sabría que habla tanto Isolt con ella.

— Sigo escuchándote — canturreó la mencionada desde los ventanales, observando todo el panorama londinense sin dejar de sonreír. Scorpius, aún en sus brazos, soltó una fuerte carcajada por la expresión de Harry sabiéndose descubierto.

Harry tragó saliva.

— ¡Te amo!

Roselyn suspiró, dando un toque de varita mágica al plato de las tostadas. El lavavajillas se encendió y lo que usó para el desayuno quedó limpio de nuevo. Harry se deslizó fuera de la isla y se acercó a Morrigan, abrazándola por detrás mientras ambos miraban a Scorpius murmurar acerca de su nuevo cromo de colección. Las argollas de matrimonio brillaban en sus manos.

Inevitablemente, Roselyn se sintió sola.

Se preguntó dónde estaría Ginny ahora, a qué ciudad ella y Luna viajaron con las arpías como entrenamiento de último minuto del equipo. Incluso su mejor amiga, jugadora profesional de quidditch, nómada por excelencia y obligación, tenía una pareja que le daría un poco de compañía si llegaba a extrañar su país natal.

A veces Roselyn no podía evitar preguntarse si de verdad quería un novio o sólo tenía miedo de quedarse como una solterona, considerando que todos quienes conocía tenían vidas y ella estaba allí, a la deriva.   

— ¿Rose? — llamó Morrigan, dejando a Scorpius corretear con Harry por todo el pasillo fuera del loft. La pelirroja asintió, sus ojos esmeraldas dirigidos a los avellana que parpadeaban preocupados — ¿Vamos?

Roselyn cogió sus cosas y caminó detrás de Morrigan, cerrando el loft con la llave dorada muggle y otro movimiento complicado de varita. 

— Voy tarde — anunció, revisando la hora. Morrigan sonrió divertida al notar su expresión resignada — Genial, manejo el lugar y voy tarde. 

— Tienes suerte de que White este a cargo de la administración de las sucursales — señaló Morrigan.

Roselyn asintió distraídamente.

— La prioridad es organizar el papeleo de los nuevos niños — murmuró, ajustando la correa de su bolso de mano. Se acomodó los guantes para protegerse del frío y arrugó el ceño, los recuerdos del trabajo que tenía en la fundación volviéndole a la mente — luego revisar los avances de Seamus y Dean con sus grupos, se llevaron las carpetas de los niños el viernes y no pude sellar el observador de la semana el sábado por la mañana. Además...

— Rose — Morrigan la interrumpió, deteniendo su caminata y colocando ambas manos encima de los hombros de la pelirroja, que permaneció confundida. La morena parpadeó incrédulamente — Te estás llenando de trabajo. ¿Cuántas cosas tienes que hacer hoy?

— Mucho — dijo, un poco asustada de cómo había dejado que las cosas se atrasaran en la administración de la Casa Hogar — Debo enviar dos niños del grupo de Susan, tres del de Hannah y uno de Michael a San Mungo, no están comiendo y durmiendo bien. Le prometí a Harry que te lo diría — y al darse cuenta que lo olvidó, otra vez, mientras Morrigan la miraba desconcertada, maldijo entre dientes — lo siento ¿Puedes hacer un espacio en tu agenda? También Pansy tiene que darme el inventario y el programa de la salida que ella y Dean planearon el próximo mes, sin mi visto bueno no podrán organizar preparativos. Y Draco...

Morrigan alzó la ceja cuando se quedó callada.  

— ¿Estás segura de que trabajas bien con él ahí?

Roselyn quiso decirle que sí. Se había prometido (y a Grant) que no dejaría que su historial romántico interfiriera en su trabajo para la Casa Hogar; Draco estaba ahí como parte de su sentencia y ella estaba ahí porque quería estarlo, quería ayudar. Él se iría cuando todo terminara y Roselyn no podía atrasarse dos años solo porque no paraba de recordar lo que sucedió con ellos.

— No — eligió la respuesta verdadera, en cambio. Suspiró hondo y trató de mantener la atención en su cuñada, que la miraba con una cara ilegible, sin saber si compadecerla o fingir que no lo hacía, ya que Roselyn odiaba la lastima — pero lo haré, esto no tiene nada que ver con él.

— De mentirosa no te ganarías la vida, Rosie — comentó Morrigan, rodando los ojos. — James me dijo que él tiene a Sadie en su grupo.

— Eso lo hace más difícil — susurró, con cansancio — Sadie es quien más debe tener mi atención. Ella será nuestra primera adopción, es estable en la fundación y su historial médico se actualizó hace dos semanas. Está ilusionada de que Theo y Blaise sean sus nuevos padres ¡Diablos, Theo y Blaise están ilusionados de que sea su hija! No puedo arruinar esto, Morrigan. Se creo la fundación con este fin, darles a los niños un lugar donde pertenecer, donde sepan que serán cuidados y queridos. Si no funciona ¿Cuál es el punto?

— El punto — Morrigan la sacudió ligeramente, obligándola a alzar la mirada del suelo — Ya lo han logrado. La fundación es el hogar de esos niños, Rose, y te aseguro que saben que son queridos. Sadie sabe que es querida, y ella responde a ese sentimiento. ¿Por qué crees que es una niña tan feliz? Hasta hace unos años tenía miedo de quedarse a solas con un adulto en la habitación. ¡Ahora confía en ustedes! Lo que pasó entre tú y Draco no podrá arruinarlo aunque no sean capaces de trabajar juntos; Pansy me dijo que Draco es consciente de lo importante que es esto para nosotros.

— Me dijo lo mismo — aceptó Roselyn.

— ¿Lo ves? — Morrigan sonrió, quitándole un mechón de cabello de la cara — Además, si ese idiota quiere ver a Scorpius, será mejor que se lo tome enserio. 

Roselyn se rió, sacudió la cabeza y trató de no derrumbarse de alivio. 

Había estado bastante asustada, incluso si trataba de no demostrarlo. No veía a Draco Malfoy desde hace seis años, no sabía qué cambió en él y cómo lo afectó estar alejado tanto tiempo. Todo lo que tenía seguro era que no se encontraba lista para enfrentarlo. Verlo en la Fundación Potter fue como si le acabaran de golpear la cabeza con una bludger, y el afloje de sentimientos que eso provocó reiteró su necesidad de las sesiones de terapia con Grant. 

Ella no estaba preparada para Draco Malfoy. Le resultó más fácil enfrentarlo a los 16 años.

Morrigan le pasó una mano sobre el hombro, como gesto reconfortante, cuando la dejaron a las puertas de la fundación. Harry conducía el Impala 67 negro, un regalo de cumpleaños por parte de Sirius cuando cumplió 18, y el único método de transporte que tenía Roselyn, una petición a su hermano ya que cuidaba sin paga al pequeño demonio de su hijastro.

— Ven a San Mungo cuando termines aquí — ofreció Morrigan, aún intranquila — Tengo una botella de whisky de fuego añejado lista para abrirse, por si quieres hablar o solo emborracharte. No le digas a Harry — añadió, apuntándola con su dedo índice. 

— ¿Te he dicho antes lo mucho que te quiero? — Roselyn sonrió temblorosamente.

— No, pero ya lo sabía — ella se burló, guiñando su ojo antes de entrar al auto.

— ¡Adiós, Rose! — chilló Scorpius, asomando la cabeza desde la ventanilla del copiloto, encaramado al regazo de Morrigan y sacudiendo su manita de izquierda a derecha. 

Roselyn subió los escalones, el traqueteo del Impala saliendo de los terrenos en su espalda, y entró a la fundación, escuchando de inmediato los gritos de los niños, un olor a comida recién preparada inundando sus fosas nasales proveniente del comedor. Lo reconoció de inmediato, tras 18 años desayunando los gustos gourmet de su padre. Había un poco de música (David Bowie, seguramente dejaron a Sirius colocar el ambiente) y las conversaciones volaban a través de toda la mansión.

Se acercó al comedor, encontrándose una escena que no esperaba para nada.

— ¿Qué se supone que...? 

— ¡Es un sable! — gritó Sadie. La niña de 10 años, con la piel carameleada y dorada, sacudió el objeto frente a los ojos de Draco, que se mantuvo desconcertado ante su explicación apresurada — ¡Como en Star Wars! ¿No te has visto Star Wars?

— Suena como algo muggle.

— ¡Es una película!

La expresión de Draco indicaba que no tenía la menor idea de qué era una película.

— ¡Es la guerra de las galaxias! — chilló otro niño, de ojos rasgados y piel lechosa, perlada como brillantina. Roselyn lo reconoció, era Ben, del grupo de Draco, había llegado a la fundación un año atrás y no interactuaba demasiado, siempre se mantenía callado en una esquina — ¿Cómo no te has visto Star Wars? ¡Es la mejor película del mundo!

— ¡No es cierto! — exclamó Sadie, como si Ben la acabara de amenazar a muerte. Tenía los ojos abiertos y arrugaba la nariz, su actitud ofendida recordándole tanto al hombre rubio que cuidaba de ella que Roselyn casi se rio — El Jorobado de Notre Dame es la mejor película del mundo. 

— Es aburridísima — se quejó otra niña, con el cabello corto y por los hombros. Su piel tenía un bronceado natural y sus ojos verdes se movían entre Sadie, Ben y Draco a gran velocidad. Era Mia, de ascendencia latina y portuguesa, Roselyn la recordaba porque no había dejado que nadie se le acercara (fuera de la misma Roselyn) lo que llevaba en la fundación — ¡No tiene nada de entretenido!

— ¡Bazofia! — Sadie la señaló.

Draco colocó los ojos en blanco.

— Señalar es de mala educación — dijo, bajándole la mano a la niña delicadamente — ¿Y sí sabes lo que es bazofia?

— Escuché a Seamus decirle ayer a Dean — explicó la chiquilla, y sacudió sus hombros con descuido.

Draco alzó los ojos y la dirigió hacia el irlandés, que tenía una competencia de Quién metía más rollitos de canela a su boca con Blaise; Dean, Theo y cada uno de su grupo de niños haciéndoles barra detrás de ellos.

— ¡Finnigan! — gritó Draco, sobresaltando a Seamus que se atragantó con los rollitos. Blaise hizo un sonido de victoria y los niños lo aplaudieron, encantados de ver un ganador — ¿Dijiste frente a Sadie la palabra bazofia?

Seamus pareció saber que estaba en problemas, aún atorado con la comida. Dean le palmeaba la espalda, la clara lucha para no reírse grabada en su expresión, mientras Theo le dirigía al irlandés una mirada asesina por corromper a su futura hija primero que él. Blaise bebió de su jugo de calabaza y se burló de Seamus, que para ese punto, ya estaba bastante morado. 

— ¿Qué le sucede a Seamus? — preguntó Teddy, asomándose detrás de Mia y haciéndola sobresaltar; su cabello variaba entre colores hasta detenerse en azul eléctrico. 

— Los rollitos tuvieron su venganza — dijo Sadie, y Teddy estalló en carcajadas. 

Draco se veía bastante satisfecho de tener a todos sus niños controlados, una sonrisita de suficiencia creciéndole en el rostro mientras los veía corretear por el pasillo riéndose. Sostenía el sable y estuvo a punto de seguirles el paso fuera del comedor, cuando su mirada se alzó y encontró directamente la esmeralda de Roselyn, apoyada contra la puerta e incapaz de moverse hacia su oficina.

— Hola — susurró quedamente.

Draco se detuvo frente a ella, cruzando los brazos.

— Hola — saludó, y Roselyn hizo empleo de toda su fuerza de voluntad para no derretirse ante su tono de voz. 

— ¡Draco! — llamó la voz de Sadie. Los ojos oscuros de la niña se asomaron al comedor de nuevo, sonriendo a Roselyn al acercarse — Oh, hola, Rose ¿Vienes a jugar con nosotros? Le enseñaremos a Draco a usar sables. 

— Tengo mucho que hacer ahora, Sadie, de verdad...

— Puede esperar — comentó Draco, haciéndola desviar su atención a él de nuevo. El sable parpadeó encendiéndose, una invitación silenciosa directa a ella — El papeleo no irá a ningún lado. 

Roselyn no pudo decirle que no.

— Está bien — accedió, consciente de que se arrepentiría más tarde de esa decisión — ¿A qué vamos a jugar?

Y mientras Sadie corría hacia el patio de nuevo, avisándole a sus amigos de que Roselyn se uniría a ellos, ninguno de los dos pudo apartar la mirada del otro.









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