XXX.
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FUNDACIÓN POTTER, pt. 2
Roselyn salió de su oficina como alma que lleva el diablo.
Tenía el corazón agitado y podía sentir sus manos cosquilleando, el aire reteniéndose en su garganta impidiéndole respirar con normalidad. Las gotas de sudor viajaban por su frente, cayéndole a los costados del borde de la cara, perdiéndose en la línea de la mandíbula. Los hombros le temblaban, sus piernas fallando entre si y obligándola a recostarse contra la pared a causa del mareo. Se le formó un nudo en el estómago, y el vómito se hizo paso a su boca.
Tragó fuertemente, ignorando el sabor que le dejó hacerlo. Sus manos temblorosas se aferraron a su cabello, tirando de él con frustración. No había sentido un ataque de pánico en esa intensidad desde hace mucho tiempo, y por unos segundos su mente olvidó cada una de las recomendaciones del medimago.
Respira, Harper susurró su consciencia Todo está en la respiración
— Odio el uso de medicamentos para este tipo de situaciones — le había dicho su medimago, un hombre años mayor que ella que se había especializado en psiquiatría cuando estudió en la universidad muggle y trató de transmitir sus conocimientos, financiado por la Fundación Black, a la comunidad mágica tras la segunda guerra — La terapia cognitiva conductual es mucho más viable.
— ¿Qué carajos es la terapia cognitiva conductual? — replicó Roselyn, tirando de la manga de su suéter con una mano y moviendo el pie de un lado a otro.
Tenía 18 años, acababa de terminar el sexto año de Hogwarts y su cerebro no se adaptó bien a la idea de que tendría que enfrentar sola los recuerdos de la batalla el próximo año. Harry, Ron, Hermione, Morrigan, Ginny, Luna, Neville, Pansy, Theo y Blaise se graduaron, Colin y Carrie murieron en la lucha contra los mortifagos y Draco se fue, nadamás lo liberaron, dejándola botada con una misiva que no tuvo el valor de decirle de frente. Era la primera vez que iba a San Mungo, la fundación Black (idea de Sirius) acababa de ser sacada al público y los medimagos aún estaban adaptándose a la idea de trabajar con la mente de sus pacientes.
James se aseguró de que Roselyn sería atendida por el mejor de todos, y en aquel tiempo, Grant Craig era la opción más factible a la que podían recurrir.
— ¿Te sientes ansiosa, Roselyn? —preguntó Grant. Era guapo, alto y su lenguaje corporal denotaba amabilidad, adaptándose a cada acción que hacía Roselyn y tratando de hacerle notar que era de confianza, que podía hablar con él. Su rostro moreno estudiaba el movimiento de su pie, permaneciendo inmutable cuando la vio apretar la mandíbula — Trata de relajarte. El primer paso que debes completar es redirigir tus pensamientos, pero no podrás hacerlo si estás lidiando con los síntomas en su punto más alto. Intenta seguir mis ordenes; siéntate recta, Rose, cierra tu boca e inhala el aire a través de la nariz.
Roselyn se esforzó por enderezarse, cruzándose de piernas en el suelo y apoyando las manos temblorosas contra las rodillas. La pared detrás de ella estaba cálida, lo que le brindó más comodidad a su temperatura natural. Siguiendo los pasos que Grant repetía en sus recuerdos; cerró la boca, inhaló el aire por la nariz, contó hasta cuatro, aguantó la respiración otros siete segundos, espiró durante ocho, el sonido del soplido cosquilleando su sentido auditivo.
Repitió el proceso diez veces más. Cuando sintió que el cuerpo dejaba de temblarle, abrió los ojos y permitió su espalda doblarse un poco, dejando caer su nuca para revisarse. Le dolía el cuero cabelludo y no se sintió extrañada de ello al ver el par de mechones rojizos entre sus dedos agarrotados.
— ¿Rose? — la voz lejana de su padrino le pareció una alucinación en primera instancia. Sentía los ojos picarle, así que tuvo que parpadear varias veces antes de enfocar la vista. Remus estaba arrodillado frente a ella, tenía ojeras y las cicatrices plateadas se veían brillantes. La Luna Llena sería en unos días, el ciclo estaba a punto de comenzar y Roselyn no pudo evitar preguntarse qué hacía él ahí — ¿Me estás escuchando, cariño?
— Hola — susurró ella, sintiendo la garganta ardiéndole como si hubiera pasado semanas sin beber agua, o horas gritando de frustración. Remus tomó sus manos, quitándole los mechones de los dedos y sonriéndole delicadamente al notar su esfuerzo para seguir hablando — Si viniste, padrino.
— No me lo perdería por nada, Rose — aseguró Remus. El cabello le caía sobre la cara, más canoso de lo normal para solo tener cuarenta y cuatro años. Su padrino siempre se había visto más viejo de lo que parecían su padre y tío Sirius, más desgarbado, más acabado. Aún así, el merodeador que alguna vez apodaron Moony seguía allí, cuando sonreía a Roselyn y los ojos dorados le brillaban traviesos — He oído que te llevaste una gran sorpresa esta mañana.
Roselyn bufó.
— Hubiera agradecido que papá me avisara — siseó entre dientes, torciendo los ojos y recordando las instrucciones de Grant. No podía seguir pensando en esto, a menos que quisiera tener otro ataque que podría ir a peor. Redirigir sus pensamientos, hacer otra actividad, colocar su cerebro en marcha con nuevos enfoques — ¿Cómo estás? ¿El ciclo ya está molestándote?
— Sabes que puedo lidiar con el ciclo perfectamente — comentó Remus, quitándole el cabello de la cara y acariciando la línea de su mandíbula. Había un par de cicatrices plateadas allí, que se alargaban hasta la clavícula, el último vestigio de Greyback antes de que los merodeadores perdieran el control que se esforzaron en mantener desde su adolescencia tratándose del brutal hombre lobo y lo asesinaran. — Teddy quería verte.
— ¿Trajiste a Teddy?
El rostro de Roselyn se iluminó, como Remus esperaba lo hiciera. A pesar de lo que dijera todo el tiempo, y de que se quejara de ser la niñera sin paga de los cuatro demonios, Roselyn los adoraba con su vida. Había estado algo decaída luego de saber que iría a la Fundación Black, porque los niños habían sido vetados de San Mungo por el desastre que causaron la última vez que estuvieron ahí, en el nacimiento de Victoire, la hija de Bill y Fleur, y no podían volver a menos que fuera a revisiones o debieran ser internados de urgencia. Ahora que estaría en la Casa Hogar, Roselyn sabía que los niños podían ir.
Scorpius no, se recordó. Draco tenía que cumplir su servicio comunitario allí y por la sentencia, le era imposible estar cerca del niño.
Ares definitivamente no estaría contento cuando le dijeran eso.
— Sirius sugirió que sería buena idea traerlos y obligarlos a convivir con otras personas — explicó Remus, ayudándola a colocarse de pie. Remus había sido la única persona que, por un largo tiempo, supo alguna vez del trastorno de Roselyn. Le dolía en el alma ocultarlo a James, aunque fue una promesa que le hizo a su ahijada, y le dolía aún más no saber cómo ayudarla. Ahora las cosas eran diferentes; Roselyn tenía a Grant, que era el mejor psicomedimago que había en San Mungo, y era obvio lo bien que le hacía a ella tener alguien con quién podía hablarlo, alguien que sí la comprendiera — Esos niños serán un desastre cuando vayan a Hogwarts.
— Sigo creyendo que entre ellos serán los únicos amigos que tendrán por un largo tiempo — dijo Roselyn, sacudiendo la cabeza. Entrelazó las manos tras su espalda, enrollando un mechón del largo cabello rojo en su dedo índice — Tal vez dejen a Vic ser parte del grupo.
— Sí, dile eso a Ares — ironizó Remus. El pequeño demonio de Ares odiaba a Victoire, tal vez porque Scorpius tenía mucho interés de ella luego de saber que era parte veela como Fleur (Scorpius, por su naturaleza como tataranieto de Morgana, adoraba las criaturas mágicas), y solo porque Ares era incapaz de comportarse mal frente a sus padres es que las cosas no habían salido a volar hasta el momento. De igual manera, Victoire interactuaba mejor cerca de sus primos, Molly, la hija de Percy y Kai, el niño que Fred había adoptado tres años atrás. — Explotará la vena de su frente.
— Papá y White deberían ponerle un alto. — Roselyn sacudió la cabeza.
— No lo saben — explicó Remus, alzando un poco sus hombros. La luna, incluso de día, le resultaba insoportable cerca de la luna llena — Ares es un angelito cerca de ellos. Aunque White puede estar notándolo ya, Ares se calla cada vez que se da cuenta que lo está mirando.
— ¿Y cuando no lo está mirando? — preguntó, levantando la ceja mientras deslizaba la puerta corrediza que daba al patio. El aire fresco del lugar, hechizado para controlar el helado clima de invierno, le golpeó en la cara. Su temperatura se encendió, manteniéndola caliente mientras caminaban en la nieve.
Remus escondió las manos, protegiéndose del inminente frío. El lobo nunca pudo adaptarse al clima invernal.
— Tal vez le diré a James que Ares está saliéndose de control — comentó, sonriendo al recordarlo. James seguía odiando que le dijeran qué debía hacer con sus hijos, aún así, y gracias a White, tomaba de mejor manera las sugerencias de lo que lo hacía antes. — Van a necesitarlo si Ares no cambia para cuando vaya a Hogwarts.
— Lo que le falta es madurar, supongo — Roselyn se quitó el cabello de la cara — Grant dice que, por la etapa de su desarrollo, los niños tienden a ser más egoístas y crueles. No son capaces de adaptarse a los grupos de gente de forma natural, hay que instruirles y bla bla bla.
— Grant ¿uh?
Roselyn se detuvo, parpadeando varias veces y enviándole una mirada desconcertado a su padrino. Remus solo inclinó la cabeza, la cicatriz plateada que le dejaban las transformaciones más notable atravesándole de la mejilla derecha hasta la sien izquierda, razón por la que era parcialmente ciego de ese ojo.
— Es mi psicomedimago y no voy a dejar que lo hagas raro, padrino.
— Solo digo, Rosie — Remus insistió, acercándose a James, White y Ares, el último estirando los brazos y pidiéndole a su padre que lo alzara — No has salido con nadie en cinco años.
— Y Grant no va a ser el primero.
— ¡Avión! — gritó Ares, de pronto. James lo veía divertido, compartiendo una sonrisa a White que se había sentado en la banca móvil y se balanceaba, cubriéndose el vientre abultado con su largo y costoso abrigo — ¡Como los muggles!
— Muy bien, campeón — James tomó a Ares debajo de los brazos y lo alzó, dando vueltas con el niño.
Sus manitas brillaban bajo los guantes de lana, sin embargo, James no lo notó. A los sabbats del fuego se les dificultaba saber cuándo estaban usando sus poderes y cuándo no, la razón principal por la que, al principio, ni siquiera se dieron cuenta de que el sabbat de Ares se había activado sin la aparición del tatuaje.
Harry había dicho que, según Godric, no existía una verdadera razón para que Ares fuera el primero, desde Godric, en tener el fuego pero no el tatuaje. La personalidad explosiva del niño solo se entremezcló con el sabbat, lo que hacía a Ares bastante peligroso. Estaban trabajando a contra tiempo para calmarlo y evitar que sus poderes dañaran a alguien.
— ¡Hola Rose! — chilló Ares, enredando sus piernas alrededor del torso de James.
— ¿Y Teddy? — preguntó Remus.
— Sirius lo llevó a deslizarse en los toboganes — comentó White, sin colocarse de pie. Parecía algo cansada, y Roselyn se apresuró a sentarse junto a ella para verificar que estaba perfecta. La rubia lo notó, sonriéndole divertida y recostando su cabeza contra su hombro — Irán a ver que no hagan nada.
No era una pregunta.
James miró a Ares.
— ¿Quieres quedarte con tu madre, bambi? — dijo al niño, alborotándole el cabello al dejarlo en el suelo.
Ares sacudió la cabeza, haciendo un puchero.
— ¡Quiero ir con Teddy! — protestó, parpadeando furioso de tener que caminar — Por favor — añadió, como pensamiento de último minuto. — Los toboganes estarán calientitos.
James miró a White, recibiendo una sonrisa de ella.
— Muy bien, vamos.
Ellos se alejaron, James y Remus charlando entre sonrisas divertidas mientras Ares correteaba de un lado a otro, fingiendo ser un avión con los brazos estirados como alas. Los pequeños gritos y los ruidos que hacía se desvanecieron ante cada paso que daban lejos de ellos, hacia el parque de juegos que instalaron días atrás en lo que fue antes una piscina comunitaria.
— ¿Has visto a Harry últimamente? — murmuró Roselyn.
— Quieres saber por qué Draco está aquí — dijo White. Tampoco era pregunta. Roselyn prefirió no hablar. El suspiro de la rubia hizo el vaho de su aliento un espiral de calor — No sabíamos que vendrías, Rosie. Hasta esta mañana, estaba segura que irías a San Mungo.
— Esa era la asignación original — comentó la pelirroja, cerrando los ojos. Se sintió mal por ignorar las instrucciones de Grant acerca de desviar sus pensamientos del tema, pero si no lo hablaba explotaría y White siempre fue buena para escucharla cada vez que lo necesitaba — Cuando Morrigan llegó al loft, me sorprendí de verla allí. Dijo que tenía mis papeles, no estaba segura de lo que había pasado, pero creía que me quedé los de ella. Era verdad. Los de San Mungo tenían su nombre y los de la Casa Hogar tenían el mío.
— No creerás que lo hizo a propósito ¿verdad? — acusó White, perspicazmente.
— Por supuesto que no — bufó indignada.
White asintió, complacida. Ella enfureció la primera vez que escuchó la forma en que Roselyn trató a Morrigan al enterarse de Scorpius, y que la cicatriz de su mejilla había sido culpa de ella. No le habló por días, de lo decepcionada que estaba con su actitud, y solo cedió porque se acercaban las fechas de los juicios de Theo, Pansy y Draco y era demasiado obvio lo afectaba que se encontraba Roselyn de toda la situación.
Roselyn se prometió que nunca haría nada que volviera a enojar a White.
— Tampoco creo que Harry lo haya hecho — siguió diciendo, pensativa — Ambos saben lo mucho que me afecta aún el tema.
— ¿Irás con Grant hoy?
— Definitivamente tengo que ver a Grant — se rió, acariciándose el puente de la nariz.
White rió junto a ella, envolviéndola en un abrazo y permitiéndole recostar la cabeza contra su pecho. Roselyn cerró los ojos, hablar con White era casi terapéutico, ella y Grant eran la brújula del barco perdido de Roselyn.
La segunda salida de la casa hogar, la de la puerta corrediza, volvió a abrirse. Blaise, Theo y Draco se dejaron ver por ella. El moreno sostenía la mano de Theo y parecía tener una conversación agitada con Draco, aunque el rubio no apartó la vista del suelo y se dedicó a responder con lo que parecían monosílabas.
— Tengo que ir a hablarle — suspiró White, colocándose de pie. La señaló con su dedo índice y entrecerró los ojos — No te muevas, Harper.
Roselyn alzó las manos, sonriendo inocentemente.
Ella y Draco solo se miraron a los ojos una vez en lo que restó del día. Cuando cayó la noche, antes de partir, tuvo que dar otras instrucciones a los chicos, porque colaborarían en la apertura la otra semana. Draco no dijo nada ni hizo ningún movimiento sin que Roselyn le dirigiera la palabra primero, dando cabezazos en respuesta cuando ella preguntaba cosas que fácilmente podía decir sí o no.
— Tienen que venir a las 8 — informó Roselyn, colocándose el abrigo y entregando las carpetas repletas de los expedientes de los niños — Memoricen sus nombres, aunque White estaba pensando que podríamos darles pegatinas para que puedan identificarse entre ellos también. Grant Craig es el Jefe del Área de Psicomedimagia en San Mungo, vendrá cada mes de manera que pueda estudiar los avances que se han tenido con los niños. Dejó algunas instrucciones debajo de cada expediente, así que...
— Tenemos que memorizar, sí, lo sabemos — se rió Theo. Siempre amó a los niños, aunque generalmente era frío y distante. De cierta manera, a Roselyn le recordaba a Sirius, que hubiera dado un brazo por poder gestar algún engendro propio. Blaise compartió una sonrisa divertida con Draco ante la reacción del pelinegro — ¿Cómo esperas que nos acerquemos a ellos?
— Eso lo verán el lunes — Roselyn sonrió. Ella iba a San Mungo, en primer lugar, así que estuvo involucrada durante cada uno de las anotaciones que hizo Grant a los niños que iban acogiendo con el paso de los años — Algunos de ellos ya llevan un proceso, Theo y Blaise ya conocen a varios. Los demás son nuevos, y hay que centrarnos en ellos, desconfían aún de nosotros y...
— ¿Cómo? — preguntó Draco de pronto.
Roselyn se congeló al oír su voz. Era ronca, fuerte, incluso si sus palabras fueron casi un susurro. La potencia en esta y la elegancia distante que había en ella, a pesar de los años, hizo que sus hombros se colocaran rígidos. Respiró hondo, recordándose las instrucciones de los ejercicios de relajación que Grant le enseñó.
— ¿Perdón? — tragó saliva, luchando para que sus cuerdas vocales se movieran.
— ¿Cómo hay que hacer que los niños confíen? — completó Draco, visiblemente incómodo.
Las colisiones entre el mercurio y el esmeralda no eran algo que ninguno de los dos esperara sucediera aún.
— No podemos ser simplemente figuras de autoridad — consiguió decir, meditándolo durante dos largos minutos. — Tenemos que ser sus amigos también. Cuando nos vean como iguales, sin perdernos el respeto, se abrirán a nosotros. Por eso están divididos en grupos pequeños, es más factible llegar a ellos si tenemos tiempo de estar con cada uno de forma individual.
— Cada uno se hará parte de un grupo, Draco — añadió Blaise. — Al principio también fue difícil para nosotros...
— Para ti — tosió Theo; los niños adoraron a Theo desde la primera vez que lo vieron, un año atrás.
Roselyn no pudo evitar sonreír al recordarlo y al escuchar el bufido exasperado de Blaise.
— Para mí — se corrigió Blaise, dándole una mirada fulminante a su novio que divirtió al rubio platinado — pero nos acostumbramos.
Draco asintió, no del toco convencido. Apretaba los expedientes con fuerza, sus manos ya pálidas enrojeciendo de forma ligera ante su agarre.
Roselyn llegó al loft horas después. Scorpius estaba allí, mordiendo una paleta de helado, viendo la televisión y tarareando la melodía de las canciones de Aladdín, su película animada favorita. Cuando Roselyn le preguntó a qué horas había llegado, Scorpius murmuró quedamente que Harry lo dejó con Ginny porque tenía que irse a San Mungo y Ginny tuvo que hacer una salida rápida para recibir a Luna, que se había ido de viaje desde hace casi un año, unos minutos antes de que ella llegara.
El teléfono sonó mientras hacía la cena.
— ¿Si? — preguntó, dándole un mordisco al sándwich.
— ¿Rose? — la voz suave de Grant la hizo sonreír de alivio, esperaba llamarlo después de acostar a Scorpius.
— Gracias a Morgana — suspiró, quitándose el cabello de la cara. Scorpius se colocó de rodillas en el sofá, mirando hacia ella sin que lo notara. Sus cejas claras se contrajeron, una mueca nada habitual formándose en su expresión al ver la felicidad repentina de Roselyn — Necesitaba hablar contigo.
— Lo imaginé — dijo Grant, y siguió hablando como si hubiera notado que aquello la hizo fruncir el ceño confundida — Harry vino a San Mungo hace unas horas, cuando estaba con Morrigan. Él pensó que tú estabas aquí, y Morrigan tuvo que explicarle que hubo un error en la asignación...
Roselyn lo entendió.
— Te dijo de Draco. — declaró. Scorpius se apoyó en el sofá y trató de prestar atención de nuevo, oyendo el suave parpadeo de la televisión al cambiar de canal a gran velocidad. El silencio de Grant fue suficiente respuesta para ella, sin darse cuenta de lo que sucedía al niño. Suspiró — Pensé que tendría tiempo de hablarte yo de mi ex.
— No necesito que lo hagas — comentó Grant, y era cierto. Grant tenía una habilidad especial para leer a Roselyn, desde la primera vez que la tuvo frente a él en su consultorio — Mi agenda está libre mañana después del medio día ¿Te hago una cita?
— ¿No podríamos tener esa cita hoy?
Los cristales decorativos explotaron.
Roselyn se agachó de inmediato, cubriéndose la cabeza con los brazos y ejerciendo toda su voluntad para no dejar al sabbat reaccionar ante el peligro. Los llamados preocupados de Grant al otro lado de la línea le hicieron pitido en los oídos, obligando a su mente a enfocarse otra vez y forzando una reacción de su cuerpo. El mesón le sirvió como escudo, porque unos grandes pedazos de cristal quedaron clavados en los gabinetes donde antes estaba recostada Roselyn.
— ¿¡Rose!? — Grant gritó, ella aún estaba aturdida — ¿¡Qué sucedió!? ¡Escuché una explosión!
— Estoy... estoy bien — tartamudeó, aún mareada. Trató de no apoyarse en los lugares donde se congregaban los restos de vidrios y se colocó de pie, buscando a Scorpius con la mirada. Podía vislumbrar su cabellera rubia encima del sofá, inmutable — Te... te llamaré después.
— Roselyn...
— Agenda la cita mañana — pidió, tragando saliva. — Tengo libre a las cuatro.
El silencio de Grant fue cortado por un suspiro resignado. Aún después de cinco años, Grant no estaba del todo acostumbrado a la actitud mandataria de Roselyn.
— A las cuatro entonces, Roselyn.
Colgó el teléfono y se acercó apresuradamente al sofá. Scorpius no se movió mientras Roselyn lo revisaba, asegurándose de que no tenía ninguna herida en su cuerpo. Estaba intacto, de hecho, aunque su cabello se disparaba en todas las direcciones.
— Lo siento — susurró el niño, viéndola asustado.
Era la primera vez que perdía el control de esa manera.
— Scor — Roselyn tragó saliva, acariciándole las mejillas infladas. Sus labios se fruncieron en un puchero, como si contuviera las ganas de llorar. Su ocular se veía despejado, pero Scorpius siempre fue un enigma para ellos, podía pasar de sonreír a destruir toda una casa en menos de una milésima de segundo y todo dependía de su humor — ¿Por qué explotaste los cristales?
Scorpius no respondió al principio. Su mirada seguía clavada en la televisión.
— Te oí hablar de mi padre — dijo el niño. Roselyn se congeló, ya sabía que Scorpius era consciente de su relación con Draco, pero se negaba tanto a hablar del tema que no estaba segura de cuánto dijo Morrigan al chico y cuánto le ocultó — ¿No lo quieres, Rose?
Ella no supo cómo responderle.
— Es... es un tema muy complicado, Scor, y no creo que sea el momento...
— Pero lo quieres.
No podía negarlo.
Scorpius tampoco esperaba que lo negara.
la escuela acaba en dos semanas yuju, pero tengo que hacer tareas así que no yuju. Espero terminar la fic antes de que se acabe el año, aún no supero que ya se cumplió el primer aniversario ptm
Nos leemos, kiwis
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