XXVII.
twenty seven;
DICIEMBRE DEL 2004
Draco aún recordaba el día de los juicios.
Había sido un día lluvioso de Londres, un mes exacto después de la batalla de Hogwarts. Faltaban tres días para su cumpleaños número 18 y él estaba allí, frente al Wizengamot, encadenado de pies y manos a la silla ubicada en la mitad de toda la sala y tratando de que sus ojos mercurio no vagaran de los asientos más altos, donde estaban los miembros de la corte, a las gradas de los lados, repletas de asistentes.
— Se le ha traído ante la Junta de Ley Mágica — dijo Kingsley, el ministro regente de aquel tiempo. Tenía cara amable y trataba de no dirigir palabras consoladoras a Draco; siendo un miembro de la Orden del Fénix, Kingsley tenía, el último mes, día y noche encima a James, Sirius, White, Remus, Harry, Ron y Hermione para que tratara de hacer algo por los tres condenados el día de los juicios — para que podamos juzgarlo por sus crímenes atroces.
Draco frunció los labios en una línea fina, ya sabía lo que vendría.
— Hoy, 2 de junio de 1998, se le acusa a Draco Lucius Malfoy de mortifago, cómplice de la muerte deAlbus Percival Wulfric Brian Dumbledore, director de Hogwarts, autor demúltiples asesinatos a nombre de Lord Voldemort... — algunos miembros del Wizengamot se estremecieron, Draco estaba haciendo nervios de acero para no removerse de la incomodidad — incluyendo el de Percy Martinelli, Jefe de Aurores y miembro de la Orden del Fénix, durante la batalla de Hogwarts.
— ¡Fue en defensa propia! — gritó alguien desde las gradas.
Draco miró. Roselyn estaba siendo sostenida por Remus y White de saltar hacía ellos; tenía los ojos esmeralda llenos de lágrimas y su cara estaba roja e hinchada por el llanto. Draco sintió su corazón sacudirse al verla tan destrozada, cerrando los ojos para no seguir torturándose y echándose la culpa de lo que su novia sufría ahora.
Los sollozos de Roselyn enviaron escalofríos hacía Draco, y si no se equivocaba, a todos los presentes.
— También — continúo Kingsley, consiguiendo no mostrarse perturbado por la situación de Roselyn — se le acusa del uso de la maldición imperdonable en incontables ocasiones bajo las órdenes de Lord Voldemort. Interrogadores: Kingsley Shacklebolt, Ministro provisional y vigente. Tatia...
— Testigo de la defensa — resonó una voz detrás de él. Draco estiró el cuello, tragando saliva cuando vio a Harry Potter entrar como una bala desde las puertas cerradas de la corte. Su expresión seria y mandíbula apretada eran un indicio de que no se encontraba de mucho humor esa mañana, su cicatriz a la vista por el viento helado que agitaba su cabello y un sinfín de murmuros detrás de él en su caminata hacía Draco. Hubo algunos destellos de cámaras y Harry dejó su mirada vagar hacía las gradas; Morrigan le sonrió tristemente, su mano sosteniendo la de Roselyn que era un mar de lágrimas en los brazos de White — Harry James Potter; el niño que vivió, el Elegido, Salvador del Mundo Mágico, Orden de Merlín: Primera Clase. ¿Proseguimos?
— ¡Kingsley! — demandó una vocecilla desde los puestos más altos del Wizengamot, Draco se encontraba demasiado impresionado mirando a Harry, que se había quedado de pie junto a él, como para tratar de averiguar quién era — ¡Ninguna persona puede intervenir durante los juicios, ni siquiera por los méritos que posee el señor Potter!
— ¿Ah no? — Harry frunció el entrecejo — ¿Entonces están volviendo a la época de Crouch? Creo recordar que ese método encerró en Azkaban a Sirius Orión Black III, miembro de la Orden del Fénix y poseedor actual de una Orden de Merlín: Segunda Clase, injustamente durante una semana entera hasta que mi padre, James Charlus Potter, también miembro de la Orden del Fénix y Orden de Merlín: Primera Clase, intervino a su defensa. ¿Acaso me equivoco?
Kingsley parecía contenerse para no reír ante las caras de los miembros del Wizengamot; después de enfrentarse a Voldemort desde los once años, Harry no le tenía miedo a nada, mucho menos a una cierta cantidad reducida de magos escondidos en la oscuridad con túnicas color ciruelas y cargos que no podían importarle menos al Salvador del Mundo Mágico.
El destello del flash volvió a cegar a Draco, aunque Potter no se inmutó.
— No — aceptó Kingsley, sosteniendo el pergamino donde estaban escritos los cargos de Draco— no se equivoca, señor Potter.
— Muy bien — Harry sonrió de forma petulante; la exasperación, molestia e irritación que sentía escondida en sus orbes esmeraldas, detrás de sus gafas redondas — ¿Enserio quieren regresar eso a colación?
— No, no lo queremos, señor Potter — dijo la Jefa del Departamento de Seguridad Mágica, a quien Draco no le sabía el nombre. Era morena, de facciones altivas y tenía el ceño fruncido, sus ojos chocolate estudiando el rostro de Harry con mucha atención.
A Draco le resultaba un poco conocida. ¿Dónde había visto a esa mujer?
— Es bueno saberlo, Madame Sayre — ironizó, y Draco creyó que se le desencajaba la mandíbula al oírlo, su mirada mercurio volviendo a Morrigan. La sola expresión que dominaba sus facciones eran suficiente respuesta para Draco. ¿Era la madre de Morrigan? ¿Qué hacía ella ahí? Potter debía saberlo, porque seguía sin parecer contento, escondiendo las manos en los bolsillos del hoodie verde que usaba, acompañado de unos jeans oscuros desgastados y unas zapatillas converse negras — Al menos así el Mundo Mágico sabrá que el nuevo gobierno está haciendo las cosas justas, como no pudieron hacerse durante el reinado de Voldemort.
Más estremecimientos. Draco estaba luchando para no verse muy exasperado de las reacciones que tenían. Estaba seguro de que Potter lo comprendió, soltando un bufido que parecía una risa contenida.
— Por supuesto, señor Potter — Madame Sayre sonrió con cortesía, la postura tensa contra su asiento.
Se cual sea la razón, a la madre de Morrigan no le agradaba su yerno, lo que Draco podía entender porque él también lo encontraba insoportable la mayor parte del tiempo. Sin embargo, era por Potter que Draco no estaba siendo echado a Azkaban sin juicio previo, por lo que prefería permanecer de su parte en ese momento.
— ¿Podemos continuar? — pidió Harry, mirando hacía Kingsley.
Kingsley asintió, volviendo a abrir el pergamino.
— ¿Es usted Draco Lucius Malfoy, residente de Malfoy Manor, en Wiltshire, Inglaterra?
Draco carraspeó, podía sentir sus manos sudando bajo las cadenas, que comenzaron a apretarse con lentitud ante su falta de respuesta.
— Sí — respondió él.
— ¿Admite todos los cargos de asesinato dichos en su contra; en plenitud y conocimiento de la ilegalidad de sus acciones?
— Sí — Draco ya podía verse a si mismo soplando las velas de su pastel de cumpleaños número 100 dentro de Azkaban, probablemente ocupando la antigua celda de su tía Bellatrix.
— ¿Admite haber sido el autor intelectual y cómplice visual del asesinato, y los intentos de asesinato, contra Albus Percival Wulfric Brian Dumbledore, antiguo director de Hogwarts y líder de la activa Orden del Fénix?
¿Cuántos nombres tuvo ese vejete? Draco esperaba que se alargara un poco más, si así podía prepararse mejor para responder las odiosas preguntas.
— Sí — aceptó, y los jadeos de los asistentes a la audiencia volvieron.
Se preguntó si alguien llegaría a pensar lo gracioso que sería encerrarlo con su padre en la celda que ocupó hacía dos años, cuando lo procesaron como mortifago luego del fracaso de la misión del Departamento de Misterios.
El karma era una perra.
Draco iba a suicidarse si eso sucedía.
— ¡No hay nada más qué decir, Kingsley! — gritó otra voz masculina, escondida en las sombras de la corte — El chico ya lo ha admitido...
— Eh ¡Los testigos importan aquí! — exclamó Harry, y toda la sala guardó silencio. Harry había vuelto a la cara con la que había entrado, que no era muy alentadora, y regaló miradas asesinas a los miembros del Wizengamot que encontraban sus ojos esmeraldas. — Mucho mejor.
Kingsley suspiró.
— ¿Qué defensa tiene para el señor Malfoy, señor Potter?
— Hermione me dijo que debería ser formal y paciente pero veo que incluso después de 3 años eso sigue sin funcionar con ustedes — Harry se cruzó de brazos, y Draco recordó que tuvo una audiencia disciplinaria a los quince años en ese mismo lugar. Su padre se lo había dicho. Draco lo encontró muy gracioso por esa época, ahora solo le daban nauseas. El evidente desprecio o indiferencia que Harry sentía por aquellas personas debía de ser difícil de contener — ¿Puedo hacer preguntas, Kingsley, Madame Sayre?
Ambos morenos se miraron. La mujer, tras un rato de silencio, asintió rígidamente. Aunque parecía atenta a Draco y Harry, su mirada volvía otra vez a su hija entre los asistentes. Morrigan no le hacía caso, consolando a Roselyn y tratando de calmar la desesperación de la pelirroja acompañada de White.
— Continúe, señor Potter — ordenó Kingsley.
— Draco Lucius Malfoy — dijo Harry, y Draco se contuvo para no rodar los ojos cuando lo vio caminar un poco, quedando frente a él. Harry sacó las manos de los bolsillos de su hoodie y las entrelazó bajo su estómago; desde aquel lugar tenía una perfecta visión sobre su familia — ¿Tenías 16 años cumplidos cuando recibiste la marca tenebrosa?
Hubo murmuros. Draco intentó no hacerles caso.
— Sí.
— ¿Fuiste coaccionado a recibirla? — siguió, y los labios resecos y partidos se torcieron con una mueca asqueada — ¿Alguna amenaza de Lord Voldemort hacía tu integridad y la de tu familia cuando aceptaste formar parte de los mortifagos siendo menor de edad?
— Sí.
— ¿Admites haber retrocedido en el último momento, a consciencia de que podrías morir por desobedecer órdenes directas de Lord Voldemort, cuando Albus Dumbledore te ofreció protección de la Orden del Fénix hacia ti y tus cercanos aquella noche? — Draco cerró los ojos, recordaba como si fuera ayer las últimas palabras que Albus Dumbledore le dirigió antes de que aparecieran los mortifagos y el terrible error que cometió al no haber aceptado a tiempo.
— Sí.
Harry estaba tomando confianza poco a poco. Su expresión lo delataba.
— Solo hubo seis testigos oculares de la muerte de Albus Dumbledore en la Torre de Astronomía el 30 de junio de 1997; Amycus Carrow, Alecto Carrow, Fenrir Greyback, el asesino Severus Snape, Draco Malfoy y yo. Al día de hoy, solo Draco y yo seguimos vivos para hablar del acontecimiento. Además, solo eran tres los presentes cuando Draco Malfoy se negó a completar la misión que se le había otorgado un año antes y estuvo a punto de aceptar la ayuda de Dumbledore, y como dije, ahora solo podemos testificar dos.
— Señor Potter... — dijo Madame Sayre.
— ¿Alguno de ustedes estuvo frente a Voldemort? — Harry la interrumpió, alzando la voz. Nadie respondió a su pregunta — Fuera de, por supuesto, la Batalla de Hogwarts. ¿Lo vieron en la cúspide de su poder, cuando no había esperanza? Miembros de la Orden del Fénix lo hicieron, y miembros de la Orden del Fénix pueden describir el sentimiento que se tenía estándolo. ¿No es cierto, Kingsley, que tú; un auror entrenado por el mismísimo Ojo Loco Moody; Minerva McGonagall, actual directora de Hogwarts y Horace Slughorn, jefe de la Casa Slytherin y profesor de Pociones, no lograron hacerle el más mínimo daño a Lord Voldemort cuando le hicieron frente los tres juntos durante la batalla? — Harry se veía muy sereno, su postura relajada desconcertaba a Draco.
— Así fue — dijo Kingsley, tranquilo — Solo usted pudo derrotarlo al final, señor Potter.
— Porque tuve ayuda — Harry se encogió de hombros — Tuve a mi familia, a mis amigos y a mi prometida — ¿en qué momento esos dos se comprometieron? Draco y Madame Sayre tuvieron la misma reacción que el resto de los acudientes, dirigiendo su atención hacía Morrigan. Ella les sonrió de forma sarcástica, le sacó el dedo medio a su madre y le revolvió el cabello a Roselyn, adormecida contra el pecho de White — Draco Malfoy estaba solo e hizo lo que tuvo que hacer para sobrevivir.
— El asesinato de Percy Martinelli... — empezó a decir otro miembro de la corte.
— Fue en defensa propia — cortó Harry, la expresión seria acallando los murmuros que hubieron en la sala — Estoy seguro de que escucharon a mi hermana mientras se leían los cargos.
— No se puede...
— Hay testigos oculares que aseguran la veracidad de mi versión de los hechos — Harry se encogió de hombros — Percy Martinelli, como dictaba su trabajo, estaba tratando de capturar o acorralar mortifagos. Por supuesto, ninguno de ustedes sabían que tanto Draco Malfoy como Pansy Parkinson y Theodore Nott dejaron de serlo meses antes, el mismo día que desertaron el bando tenebroso y abandonaron Malfoy Manor en mi compañía, la de mis amigos y mi hermana menor — Harry se paseó una vez más, regresando a su lugar de pie junto a Draco — William Arthur Weasley y su esposa Fleur Isabelle Weasley pueden verificar la estadía de ellos tres en la casa refugio que usaron durante la guerra. Mi padre James y su esposa White Potter y la misma Pansy Parkinson han atestiguado que Percy Martinelli los atacó primero, hirió a Pansy y eso fue lo que desencadenó el accidente.
— Se abrió una grieta en el suelo y cayó la pared — ladró alguien desde lo alto.
— Magia accidental — Harry desdeñó el comentario — ¿Nunca se han sentido tan asustados que su magia reacciona por ustedes para atacar, proteger o esquivar? Si la respuesta a eso es no, es porque realmente no lo han experimentado.
— No se trata de experimentos, señor Potter — siseó Madame Sayre — se trata de hechos.
— Y son hechos, Madame Sayre — ironizó Harry, sonriendo de costado — Draco Malfoy ya no era un mortifago para la Batalla de Hogwarts y todos los asesinatos que se cometieron durante esta era en defensa propia. ¿O vamos a condenar a cada uno de los asistentes por sus crímenes de guerra?
A Draco se le aceleró el corazón ante el silencio que recorrió todo el juzgado. Ninguno de los magos y brujas con la túnica de ciruela parecían capaces de replicar las palabras de Harry, dedicándose a mirar a Kingsley en busca de alguna ayuda. Él, claramente, ni siquiera lo intentó, toda su atención puesta sobre Harry.
Harry sonreía.
— Puedo hacer esto todo el día.
— ¿Hay algo que agregar? — dijo Kingsley, mirando alrededor de la corte — ¿Madame Sayre? — la mujer morena parecía muy ocupada asesinando a Harry con la mirada como para prestar atención al ministro. Definitivamente esos dos se conocían de antes, y a Draco no le sorprende, solo le gustaría saber en qué jodido momento llegó la madre de Morrigan al país ¿Que no estaba en América? — ¿Tienes más que ofrecernos en defensa de Draco Malfoy, Harry?
— Sí — Harry se enderezó, sonriendo de forma gatuna. Lo que sea que planeara, debía ser algo grande — Draco Malfoy es la absoluta razón por la que ganamos la guerra.
1, 2, 3.
Los gritos llegaron.
— ¡PATRAÑAS!
— ¡INADMISIBLE!
— ¿QUÉ TONTERÍAS SON ESTAS, SEÑOR POTTER?
— ¿¡HARRY POTTER ACABA DE ADMITIR QUE DEBEMOS AGRADECER NUESTRAS VIDAS A UN MORTIFAGO!? — gritó la mujer de El Profeta.
— ¡YA CIERREN LA BOCA, BOLA DE IMBÉCILES! ¡DÉJENLO CONTINUAR! — chilló, por sobre los demás, Morrigan. Los potentes pulmones que se mandaba lograron el efecto que buscó; toda la sala guardó silencio y se dedicó a observarla, mientras ella se acomodaba el cabello y los ignoraba un poco abochornada.
Harry trataba de no reírse. Trataba.
— Ya que se calmaron — prosiguió, sin borrar su expresión divertida — Después de que Voldemort empleara la maldición asesina contra mi y yo lograra sobrevivir, de nuevo — agregó, colocando los ojos en blanco — Envío a alguien a revisar si seguía vivo. Esa persona fue Narcisa Malfoy.
A Draco se le cortó la respiración. No había visto u oído de su madre desde que los arrestaron. Sabía que su padre fue condenado a diez años, y eso fue porque Harry también intervino con él, porque si fuera a deseo del Wizengamot pasaría cadena perpetua. Pero de Narcisa Malfoy aún no sabía nada, y eso lo desconcertó.
— ¿Qué quiere decir, señor Potter? — Kingsley parecía extrañado. Ni siquiera los miembros de la Orden del Fénix habían escuchado esa historia antes, probablemente solo lo sabría la familia Potter, lo que no era de extrañar tratándose de Harry.
— Narcisa estaba consciente de que Draco estaba conmigo y estaba en el castillo — añadió Harry, sin perturbarse por las miradas o los destellos de la cámara — Y le dijo a Voldemort que yo estaba muerto para tener la oportunidad de volver al castillo. Gracias a Narcisa, y por ende a Draco, ganamos la guerra. Si hubiera sido otra su elección, ninguno de nosotros estaría aquí hoy.
— Los hubiera no existen — dijo Madame Sayre.
— Eso dije — Harry le sonrió a su suegra con arrogancia — Deberían agradecerlo a los Malfoy. Así como el amor de mi madre me salvó en su día, cuando yo tenía un año y Voldemort buscaba asesinarme, el amor de Narcisa por su hijo repitió la hazaña el pasado 2 de mayo. En el momento en que Draco desertó el bando tenebroso, aseguró la guerra a nuestro favor.
La corte se llenó de conversaciones. Kingsley y Madame Sayre tuvieron una larga charla silenciosa a la que Draco ya no le interesaba, su atención volviendo hacía las gradas. Sirius le levantó los pulgares como gesto gracioso, sacándole una risita incrédula y sofocada a Draco cuando James lo imitó. No sabía la razón de que esos dos estuvieran tan preocupados por él, lo asumía a que era el novio de Roselyn, pero lo protegieron durante la batalla y ahí estaban de nuevo, queriendo hacerlo sentir mejor a mitad de todo ese maldito desastre.
White peinó el cabello de Roselyn y le sonrió a Draco, con calidez, esa mirada maternal que solo veía en ella con cada mención que hicieron a Ares. Draco probablemente debería agradecer el resto de su vida a esa mujer.
Morrigan y William se murmuraban el uno al otro, regresando cada tanto a Madame Sayre y luego a él y Harry. Draco no estuvo presente en el juicio de Pansy, que había sido ayer, pero sabía que la condenaron a un año de Azkaban y ocho meses de ayuda comunitaria, así que no le sorprendía para nada lo malhumorados que parecían los dos.
Draco volvió a mirar a Potter.
— Lo sé — dijo Potter, y Draco tragó saliva, luchando contra su propio orgullo por decir algo. Potter lo entendía, de alguna manera rara porque pasaron su adolescencia odiándose a muerte. — Saldrás bien de esto, Malfoy, no te preocupes.
— Ni siquiera sé por qué estás ayudándome — señaló Draco, removiéndose en la silla.
Potter se giró hacía las gradas.
— Isolt te aprecia, le caes bien a White, papá y Sirius ya te adoptaron, William y tío Remus están aceptándote y Rose te ama — él se estiró un poco, sin abandonar su expresión radiante. Cada vez que mencionaba a su familia, Potter rejuvenecía. Los horrores de la guerra se borraban de esa mirada esmeralda — Eres importante para ellos, eso te hace importante para mí. Todo lo que dije es lo que pienso, Malfoy, no mereces Azkaban. Actúas según piensas es correcto, al igual que yo. Te uniste a Voldemort para salvar a tu madre y luego, cuando Rose fue más importante para ti, sabías que con Voldemort en el poder ella jamás estaría a salvo, te uniste a nosotros por mi hermana y créeme, no es algo que cualquiera haría desde tu posición.
Draco se había quedado, por primera vez en su vida, sin palabras.
Su boca trabajó antes que su cerebro gracias a eso.
— ¿Cuándo dejaste de ser un imbécil?
Harry sonrió.
— Después de estar con mi suegra, Malfoy — Harry sacudió sus hombros, dándole un vistazo de reojo a Madame Sayre — Los demás son unos santos en comparación. No te preocupes, algún día conocerás a mi madre y lo sabrás.
La mueca en la cara de Draco debió parecerle graciosa, porque se le quedó mirando con un gesto extraño, intentando contenerse a si mismo.
— Ganas me sobran. — declaró, el sarcasmo barboteando de su boca.
Harry se soltó a reír.
Kingsley y el resto de la corte volvieron a verlos, y las conversaciones se callaron. La expresión de Potter se transformó mientras daban el veredicto, y Draco sintió que se le salía el corazón.
— La máxima Corte de Wizengamot ha encontrado culpable a Draco Lucius Malfoy de todos los cargos hechos en su contra, pero por su cooperación durante la guerra y el testimonio de Harry Potter, se le dará la condena de un año de prisión en Azkaban, seis años de exilio de Inglaterra y nueve años sin poder acercarse a menos de 200 metros de las familias mágicas, incluida la familia Potter.
— ¿¡QUÉ!? — gritaron todos desde las gradas, los flashes de las cámaras captando la indignante escena.
— ¡TIENE UN HIJO! — chilló White, colocándose histérica. Que James la retuviera de la cintura fue la única razón por la que no se fue a los golpes contra toda la corte del Wizengamot — ¿¡QUÉ CLASE DE MIERDA ES ESA CONDENA!?
— ¡ESTÁS LOCA, MADRE! — le reclamó Morrigan.
— Scorpius Hyperion Malfoy entra en el veredicto, señor Malfoy — declaró Madame Sayre, colocándose de pie — Se cierra la sesión.
Draco regresó de sus pensamientos ante el ruido de los autos. El juicio había pasado hacía seis años y medio y esta sería la primera vez que podía acercarse al mundo mágico inglés, luego de pasar cinco años vagando entre las tribus ancestrales africanas y asiáticas para intentar buscar maneras de aprender a controlar su magia sin contar con la ayuda de los Potter.
Magia le enseñó el camino cuando lo liberaron de Azkaban, y Draco se mantuvo ocupado aprendiendo los distintos tipos de magia que utilizabas las comunidades. Incluso llegó a hacer un viaje a Estados Unidos, donde se encontró a una comunidad de brujas wicca que lo ayudaron a conectarse mejor a la naturaleza. Ahora, al menos, podía estar seguro de que no le haría daño a nadie si sus sentimientos se salían de control.
Harry le palmeó el hombro, queriendo conseguir su atención, la oreja pegada a un teléfono público mientras hablaba a Morrigan.
Cuando Draco volvió a Inglaterra, tras los seis años cumplidos de exilio, le había pedido a Potter que lo ayudara a hacer otra apelación. No iba a soportar nueve años sin poder estar cerca de las personas que quería, que realmente le importaban, las mismas en las que no dejaba de pensar mientras se decía a si mismo que mejoraba para protegerlos, para no hacerles daño.
Luego de cuatro días de un juicio intenso, y a cambio de dos años de ayuda comunitaria, le redujeron la condena y le permitieron ver a todos. Excepto a Scorpius, a él solo lo vería hasta que se completara el séptimo año.
Seis meses más y Draco por fin podría conocer a su hijo.
— Sí, sí, ya lo sé — refunfuñó Harry, torciendo el gesto. Draco consiguió no reírse de su expresión — Volveré con hamburguesas para nosotros. — hubo silencio, luego pareció indignado— No, Isolt, no le daremos hamburguesas a los niños. ¡Son calorías que no deben ingerir!
— ¿Eres una mamá gallina, eh? —se burló.
— Cállate — ordenó Harry. Se sobresaltó al notar lo que había hecho — ¡No te lo decía a ti, amor! ¡Estoy hablando... — alejó el teléfono de su oreja y se lo quedó mirando incrédulo — Me colgó.
Draco soltó una carcajada. El matrimonio de Harry y Morrigan, con lo que él le había contado durante estos cuatro días, le resultaba hilarante.
— Es una mujer difícil — señaló, tosiendo para dejar de reír.
— Son las hormonas del embarazo — se quejó, dejando el teléfono en su lugar y saliendo del cubículo rojo.
Estaban a mitad de una nevada invernal, pero ambos podían controlar su temperatura gracias a la magia y no sentían nada más que una ligera brisa helada. De igual manera, usaban abrigos para disimular con los muggles. Harry se acomodó la bufanda y escondió las manos en los bolsillos del hoodie gris que usaba.
Incluso con 24 años, Harry Potter seguía siendo el mismo niño informal que Draco conoció durante su visita a Madame Malkin a los 11.
— ¿Cuántos meses tiene ya?
— Cuatro — Harry sonrió de forma radiante — Los mareos se le fueron en las primeras semanas del segundo mes y ha estado decorando la habitación del bebé desde entonces. No quiere decirme cuál es el sexo — agregó, al notar que Draco tenía intenciones de preguntar. Su puchero le causó un poco de gracia — tampoco me deja entrar a ver si necesita ayuda, Hermione, Pansy y Ginny le encontraron un hechizo y me vetaron de la habitación. Creen que sería mejor si es sorpresa.
— Mujer complicada — repitió Draco, divertido.
— Aún más porque White la apoya — comentó Harry, soltando un bufido. El viento les golpeaba la cara de frente, bajando por las calles de Londres en busca del Caldero Chorreante. Draco se quedaría esa noche allí y al día siguiente buscaría un lugar que rentar para poder vivir mientras conseguía trabajo. Ni loco volvía a Malfoy Manor; aunque, según dijo Harry, su madre volvió después de que las redadas culminaran, Draco no estaba dispuesto a revivir esos recuerdos aún — Ella no quiso saber el sexo de Ares hasta el último mes.
— ¿Planea lo mismo con el nuevo bebé?
— Papá se va a volver loco si White lo decide así — declaró Harry, soltando una carcajada al imaginárselo.
Si alguien le habría dicho a Draco Malfoy durante su adolescencia que, en un futuro, estaría riéndose a un lado de Harry Potter, compartiendo historias de sus vidas y burlándose de él porque la esposa y madrastra embarazada de este los tenían a todos carcomiéndose las uñas, Draco habría hechizado a dicha persona y lo lanzaría al lago negro, para que se le pasara el efecto de la droga que consumió.
Cómo cambiaron las cosas en seis años.
— Aunque no lo creas — dijo Harry, deteniéndose frente a la puerta del Caldero Chorreante. Draco se mantenía inseguro, tratando de hacer nervios de acero para entrar sin prestar atención de las miradas que recibiría, porque serían muchas — Es bueno tenerte aquí otra vez.
— ¿Tanto te hice falta, cara rajada? — se burló, controlando el temblor de su mano al tomar el pomo de la puerta y jalar de ella.
— Ron y yo extrañamos un poco discutir con alguien — confesó, encogiéndose de hombros al atravesar el umbral. El cálido clima del Caldero Chorreante hizo contraste con la brisa helada afuera, el murmullo de las conversaciones haciendo eco en sus oídos — la vida monótona es un asco.
Ambos entraron. A diferencia de lo que Draco imaginó una dramática escena donde caminaría a través de insultos y miradas asqueadas, con la barbilla en alto dignamente y el orgullo por los suelos, nadie les prestó atención. Había algunos ebrios en la esquina, bebiendo y riéndose. Un par de niñas, que probablemente iban a Hogwarts, se murmuraban emocionadas, sus ojos pegados en el niño que está sentado junto a la barra principal.
— ¡Hola, Hannah! — saludó Harry, quitándose la bufanda y envolviéndole para esconderla en un bolsillo de su abrigo negro.
Hannah, una rubia de mejillas redondas y sonrojadas, alzó la cabeza de su conversación con el adolescente y los miró.
— Hola, Harry — devolvió, arrugas formándose a los costados de sus ojos por la sonrisa que cruzaba su rostro — ¿Vas al Callejón Diagon?
— Ya que me lo recuerdas — Harry lo llevó, casi a rastras, hasta la barra. Bajo la mejor iluminación, Draco notó entonces quién era la chica. Hannah Abbott, Hufflepuff de su año y según las historias de Potter, la futura señora Longbottom. El anillo de compromiso en su dedo lo hizo un poco más evidente — Voy por hamburguesas, los antojos de Morrigan persistieron. También traje a Draco, quiere rentar una habitación.
El tenso momento de silencio le provocó a Draco una jaqueca. Si Abbott, o Longbottom, o como fuera, hacía la más mínima mueca, se iba a largar y dormiría bajo un puente. No iba a dejar que el odio que profesaban los demás a su persona le arruinara el día.
Vería a su hijo en seis meses, maldita sea. Nadie lo bajaría de su nube tan rápido.
— Claro, es bueno ver caras viejas — reconoció Hannah, y la amabilidad nada forzada de su rostro lo hizo respirar mejor. Harry le palmeó el hombro y revolvió el cabello del chiquillo adolescente — ¿Qué clase de comodidad buscas? ¿Económica o con galeones extra?
— Dale la casa del perro — bromeó Harry. — Para eso le alcanza el bolsillo.
Draco le colocó la mirada. Incluso con los años, la altivez Malfoy seguía allí presente sobre él, lo que solo provocó otra risa de Harry.
— Lo tomaré en cuenta — Hannah le siguió la cuerda, mientras Harry se alejaba hacía la entrada del Callejón. A Draco le alivió un poco que la amabilidad seguía allí, sin Harry junto a él para controlar el odio. — Bienvenido a Inglaterra de nuevo, Draco.
Él podía hacer esto.
ustedes más que nadie saben que soy firme creyente de que Draco y Harry serían mejores amigos si ambos no fueran tan imbéciles (también harían buena pareja pero ya me entienden). Con esto iniciamos nuestro tercer y acto final, espero les guste kiwis.
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