XXIX.
twenty nine;
LA FUNDACIÓN POTTER
Draco se despertó a la mañana cuando sintió que lo observaban.
Perezosamente, permitió sus párpados comenzar a moverse, sintiendo las lagañas al costado de ellos. Todo parecía borroso y le dolía la cabeza, como una palpitación que le resultaba el indicio a su molesta migraña. El ligero calor del hechizo alrededor de la habitación lo había estado molestando un buen rato, porque sentía las gotas de sudor deslizarse encima de su frente y caer por su cara. La luz que entraba a través de los cristales de la ventana encantada lo cegó un momento, antes de darse cuenta de que su mirada se enfocó directamente en unos grandes, maliciosos, traviesos y desconfiados ojos grises.
— ¿Qué mierd...? — se quejó Draco.
El niño tenía su rostro muy cerca del de Draco. Estaba subido a la cama, sus rodillas apoyadas en el colchón y las manos encima de su pecho. Ni siquiera se inmutó verlo despierto, siguió allí, observándolo silenciosamente y frunciendo el entrecejo.
Fue entonces que notó que el calor venía de las manos del niño pequeño.
— Eres feo — dijo el niño.
Instintivamente, sintió la ofensa quemándole el pecho. ¿Quién carajos era ese niño?
— ¡Ares Niké Potter! — reclamó una voz desde la puerta abierta. Draco ahogó un grito al notarlo y trató de apartar al niño, incapaz de hacerlo cuando el calor en las manos del niño se intensifico. No estaba seguro de cuán apropósito lo hacía o solo era de forma inconsciente, de cualquier forma, va a matar a ese niño — Bájate de la cama ahora mismo, jovencito, no seas irrespetuoso.
— Lo siento, mami — la excusa salió de la voz aniñada al instante, separándose de Draco y regalándole una sonrisa cruel al darse la espalda a su, aparente, madre. Tenía el cabello negro azabache estaba vuelto un nido de pájaros y su piel era tan pálida que no desentonaba con la de Draco, alejando las pequeñas manos cubiertas por guantas de lana antes de deslizarse en el colchón y caer, torpemente, encima de la madera — Harry me dijo que lo despertara.
— Harry te dijo que te quedaras abajo, donde podíamos vigilarte, pequeño monstruito — señaló la mujer.
Los tacones resonaron contra el suelo, aunque Draco seguía con la sensación de estar pegado a la cama hasta que la mujer alzó al niño en sus brazos. Él balbuceó una disculpa, escuchándose más sincera ahora que fue descubierto, enterrando el rostro contra el cuello del abrigo de su madre y aferrándose a sus hombros.
La sonrisa cálida de White Potter recibió a Draco.
— Buenos días — saludó, dando un ligero golpe a su varita. La bandeja de plata que flotaba cerca de ella con el desayuno de Draco se dirigió a él, dejándolo caer delicadamente sobre las sábanas, cerca a sus pies. Había vuelto al rubio, aún corto por los hombros, usando un atuendo de invierno que le daba cierto aire juvenil, sin la túnica habitual de los magos — Harry pensó que sería mejor si subía por ti, él debía irse con urgencia y no podía esperar más. Lamento que el monstruito te haya despertado así.
El monstruito se rió, no muy arrepentido.
— ¿Tu hijo? — señaló, tratando de que el silencio no se volviera incómodo.
— Ares — presentó White, alejando un poco al niño de su pecho. El cabello azabache se movió con su cara y Draco, incluso sin verlo, sabía que el niño no tenía muchas ganas de tener a Draco en el rango de su atención, emitiendo un exasperado suspiro rencoroso. White lo ignoró, acercándose un poco más a la cama — No seas tímido, cariño, Draco ya te conocía antes.
Draco no estaba seguro de que la timidez fuera el factor principal de la actitud reacia de Ares Potter a mirarlo. De cualquier forma, se giró, su ceño fruncido y sus labios torcidos en un puchero.
— ¿El papá de Scorpius? — inquirió, e incluso para un niño de seis años, su voz salió como un témpano de hielo. Draco se hubiera estremecido si toda su infancia no se basara en saber diferenciar los tonos que empleaban sus padres al dirigirse a él. — No lo quiero cerca, mami.
— Ares — White le reprendió, colocando un dedo sobre los labios del niño y ejerciendo un poco de presión, no lo suficiente para lastimarlo pero la necesaria para que soltara el puchero — No seas grosero.
— ¡Hace daño a Scorpius!
Draco sintió un ligero jalón de su pecho. El calor había vuelto. Los guantes de lana que cubrían al niño se iluminaron ligeramente, y su anterior conclusión le llegó a la mente. Ares estaba causándole el molesto ardor.
White suspiró, también habiéndolo notado.
— Baja y busca a tus tíos, luego hablaremos tú y yo.
Ares parpadeó, retorciéndose los dedos. Dirigió a Draco otro vistazo de sus ojos grises, tan fríos como lo fueron alguna vez los sótanos de Malfoy Manor, y salió corriendo de la habitación, los guantes volando lejos de sus manos. White movió la varita otra vez y los convocó, escondiéndolos en el bolsillo de su largo abrigo.
— No le prestes atención — sacudió la mano, tratando de dispersar el ambiente tenso que se había formado con las palabras del niño — Los niños son hirientes por naturaleza.
— No necesitas decirlo — siseó Draco, bostezando. Los músculos de su espalda se tensionaron ante el cansancio y no tuvo más remedio que estirar la mano, cogiendo el plato de las tostadas y dándole un mordisco al notar que ya estaban untadas de mermelada. Cada una de ellas con una distinta. Draco sonrió sin poder evitarlo — ¿Pansy?
— Blaise — corrigió White — Está emocionado por verte de nuevo y me pidió si podían venir conmigo, después de todo, nos dirigimos al mismo lugar. Él y Theo están abajo esperando.
Draco levantó la ceja.
— ¿Ya lo hicieron público?
— En la boda de Pansy — dijo White, peinando distraídamente el cabello de Draco. Se tensó unos segundos, relajándose bajo las suaves caricias de los delicados y estilizados dedos de White. Magia también tenía esas manías, las maternales, con él — Theo sugirió que no había mejor manera de arruinarle la recepción a la novia que anunciando una relación. Tampoco es que sean muy discretos. Pansy lo sabe, Morrigan lo sospecha y Scorpius es un niño demasiado listo para que esas risas que le salen viéndolos juntos sean de pura casualidad.
Draco bebió del té, escondiendo la pequeña sonrisa que cruza su cara ante la mención de su hijo.
— ¿Lo es? — susurró.
— Ares solo quería hacerte sentir mal, Draco — White se alejó unos pasos, cruzándose de brazos y torciendo los ojos — Sea lo que te diga, no le creas. La mayoría solo lo ignoramos cuando está en ese plan hasta que se calma. Scorpius te quiere y si fuera por él, se hubiera subido al auto sin permiso. Quiere conocerte y se enojará con Ares si se enterara de que te dijo algo diferente.
— Un poco extremista, ese niño tuyo — declaró Draco, desviando la conversación. No se sentía suficientemente preparado para seguir hablando de su hijo.
White sonrió.
— Ese es el resultado de mis genes y los de James combinados.
Por supuesto que lo eran, Draco contuvo a tiempo la pequeña risa que picaba su garganta. Black y Potter. Todo un desastre.
— Cara rajada dijo que había otro experimento en camino — comentó, notando en ese momento el pequeño abultado vientre de White. Encima del suéter ceñido a su figura, se podía vislumbrar la curva escondida debajo del abrigo largo. — ¿Otro Ares corriendo por ahí?
— James perdería la cabeza — White se acarició el puente de la nariz. El rostro se le iluminó haciendo mención de su esposo, como hacía antes. Le alegró saber que ella no había cambiado, no al menos demasiado, la madurez que colocó la guerra encima de sus hombros se notaba un poco, en sus ojos. El recordatorio de James Potter borró todo rastro de ella al instante para White.
La garganta le picó de nuevo. Quería preguntar por Roselyn, pero lo sentía muy pronto. Harry no dijo mucho acerca de ella, solo mencionándola de pasada y cambiando de tema al instante si veía alguna reacción incómoda de Draco. No podía culparlo, si era sincero, no había superado a Roselyn y tampoco estaba haciendo esfuerzos aparentando lo contrario.
— Vamos — White volvió a acomodarle el cabello. Su aroma a flores le recordó, de forma dolorosa, a su madre. Narcisa Malfoy adoraba los rosales que cuidaba en Malfoy Manor, el único lugar de los terrenos que nunca confío al cuidado de los elfos domésticos. — Tenemos un largo día por delante.
Theo y Blaise prácticamente le saltaron a Draco encima cuando llegó al área principal del Caldero Chorreante, el comedor. Blaise estaba más alto, superándolo por unos cuantos centímetros que lo hicieron bufar desdeñosamente, para diversión de sus mejores amigos. Funcionándole bien la noticia a su ego intacto, Theo seguía igual que seis años atrás, a excepción por la barba de tres días y los músculos que ocultaba bajo las varias capas de ropa. Blaise y Theo vestían de forma elegante, cubiertos del frío invernal con largos abrigos. Draco no lo necesitaba, solo le bastaba un chasquido de dedos y se sentía como en otoño otra vez.
— Lo lamentamos, señor heredero de la magia — se burló Blaise — No todos somos poderosos.
— No, no — agregó Theo, uniéndose a su novio a pesar de la mirada de advertencia que le ofrecía Draco, sentado en el asiento del copiloto a un lado de White. Theo y Blaise iban atrás, con Ares Potter usando un asiento para niños entre ellos — ¿No recuerdas lo que dijo Ron? Era el Supremo Merliniano.
— Oh, ya cállense, par de imbéciles.
Ares se rió de pronto, tirando el peluche de serpiente que sostenía al aire.
— ¡Imbécil, imbécil, imbécil! — canturreó el niño.
Blaise alzó la ceja a White, con una indignación fingida.
— ¿No lo reprenderás?
White ni siquiera los miró por el retrovisor.
— Sirius dice cosas peores cuando lo tiene cerca — informó, aparentemente divertida. — Y James no es muy silencioso tampoco. Es una perdida de tiempo intentar que no las escuche, aprenderá groserías con o sin nosotros y las dirá más temprano que tarde.
Ella estiró su mano, sin despegar los ojos de la carretera, y sostuvo la mano de Ares, impidiéndole seguir jugando a tirar el peluche. Para sorpresa de Draco, el solo tacto de su madre calmó al pequeño engendro, guardando silencio y aferrándose a su amigo, tarareando entre dientes como si nunca hubiera roto un plato.
Theo parpadeó.
— No sé cómo lo haces, Konstantinova nunca para de parlotear hasta que William aparece.
— ¿Konstantinova? — repitió Draco, sintiéndose un poco perdido.
— La hija de Will y Pansy — dijo Blaise, inclinándose en el asiento y colocando su mano encima del hombro de Draco, entendiendo su repentina frustración. Mantuvo el contacto con sus amigos, pero se había perdido demasiado de sus vidas estando exiliado. A veces olvidaba que ya no estaban en Hogwarts, hicieron sus caminos fuera de esos recuerdos, los más terribles últimos años de su adolescencia — La adorarás, esa niña ya te ama y solo te conoce de las historias de Pansy.
Draco esperaba que, cualquiera sean las historias que Morrigan hubiera contado a Scorpius estos años, él tuviera la misma reacción que Konstantinova Sayre al verlo.
White aparcó el auto cuando llegaron a Kent, tras una hora de viaje. Blaise y Ares se han quedado dormidos, Theo está con la mano estirada peinando el cabello de Blaise completamente aburrido y Draco trata de sus ojos se acostumbren a la luz que irradia la estructura del edificio, más parecida a una mansión de lo que esperaba, tratándose de un orfanato mágico.
La inmensa reja de hierro que impedía la entrada a los terrenos tenía una P en todo lo alto, formando parte de un escudo de armas de lo que se veía como dos leones de fauces abiertas, parados a dos patas, rodeando la letra con sus garras.
Theo silbó.
— Es tan impresionante como Potter Manor — señaló, vislumbrando a través de la ventana del auto.
White asintió, sonando el claxon con insistencia.
— Le dije que estuviera cerca — maldijo entre dientes, sin querer despertar al niño en la parte de atrás. A Draco le sorprendió que ni siquiera se moviera ante el inquietante ruido que generaba la bocina.
Las rejas se abrieron con un crujido, separando el escudo de armas a la mitad. Draco se estremeció al sentir toda la oleada de magia, evaluándolos y aceptándolos en las barreras protectoras. Era magia antigua, magia sanguínea y ancestral que solo algunas familias mantenían presente en estos días. No le sorprendió, tratándose de los Potter, los mismísimos descendientes de Godric Gryffindor.
— Un poco teatral ¿uh? — balbuceó Blaise, despertando de su siesta ante la oleada que los envolvió por el escaneo de los amuletos mágicos.
Ares no se movió aún. Draco se preguntó si el niño había muerto en el camino. Tenía el sueño pesado, de seguro, porque White no se inmutó a verificar.
— A James le gusta la extravagancia — respondió, avanzando lentamente en el auto hacía los jardines principales. Al llegar, estacionándose cerca de los escalones de la entrada, detrás de la fuente con un león de marfil puro a cuatro patas, sonrió a todos — Bienvenidos a la Fundación Potter.
El trato que Draco había hecho con el Ministerio de Magia por una rebaja de su condena involucraba servicio comunitario mágico. Le funcionó de maravilla que Harry lo estuviera asesorando, había sido a él a quien se le ocurrió la idea de que estuviera ayudando esos dos años en la apertura de la Segunda Casa Hogar de la Fundación Potter, creada a nombre de James y White después de la guerra para todos los afectados por esta.
La Fundación Potter estaba abierta para cada niño huérfano, cada mujer viuda, cada padre soltero o cada persona que se vio económica y socialmente afectada en el período durante y consiguiente de la lucha contra Voldemort. Harry le dijo a Draco una vez que él fue de los primeros en ofrecerse a ayudar a su padre y madrastra a administrar la Fundación Potter, su estúpido complejo de héroe y la culpa del sobreviviente lo mantenía atado a todos los recuerdos de lo que, él pensaba, se pudo evitar si no hubiera sido tan tonto para permitir que Voldemort regresara en primer lugar.
Harry no era un auror, quería una vida tranquila y servir a la Oficina de Aplicación de la Ley Mágica no le haría conseguirla. Pero seguía siendo el Salvador del Mundo Mágico, su solo nombre era una influencia poderosa tratándose de la política actual de su comunidad.
Las puertas de roble en lo alto de los escalones de entrada se abrieron de repente, y Ares despertó de su sueño con repentino interés ante el sonido.
— ¡Papi! — chilló el niño, pataleando para salir del auto. Blaise se apresuró a quitarle al niño el cinturón de seguridad que poseía el asiento infantil, dejándolo treparse sobre Theo, que ya había abierto la puerta de su lado, viéndolo correr escalones arriba.
— ¡Ares, no corras cuando hay escaleras! — le reprendió White, saliendo del auto tras su hiperactivo hijo.
El pequeño engendro chilló, escondiéndose de su madre en los brazos de su padre.
Blaise y Theo compartieron una mirada divertida con Draco.
— ¿Están mimándolo demasiado, verdad? — preguntó el rubio.
— No tienes idea — Blaise sacudió la cabeza.
James Potter los recibió con su característica sonrisa amable y unos ojos avellana bastante traviesos para pertenecer a un hombre de 44 años que cruzó dos guerras sangrientas casi en el centro de todo y salió vivo por los pelos de ellas. Tenía a Ares colgado a su hombro y el brazo alrededor de la cintura de White, soltándose del mono en forma de niño y estrechando la mano de los tres, deteniéndose unos segundos en Draco como si hubiera notado algo hasta apenas.
— Oh, enloquecerá.
— ¿Qué? — Draco no pudo morderse la lengua, su mirada mercurio estudiando a James desconfiadamente. Para su alivio, White y sus amigos tampoco entendieron del todo al hombre, deteniéndose a verlo desconcertados.
— ¿Todo está bien, cariño? — susurró White, acariciándole la mejilla.
James se acomodó las gafas, regresando al instante a su sonrisa afable habitual.
— Por supuesto, amor. — aseguró James, sin soltarla — Vamos. Es por aquí.
Besó la frente de White y les dejó pasar, indicándoles el camino dentro a la oficina de la administración, donde deberían inscribirse y recibirían las instrucciones de cómo empezarían a trabajar con los niños el lunes siguiente, en la apertura de la Casa Hogar.
— Algo está ocultando — susurró Theo — Solo reacciona así cuando nota las cosas.
— No creo que sea tan importante — Blaise se encogió de hombros.
Oh, era muy importante.
La puerta de lo que, James había dicho, era la oficina de administración de la Casa Hogar, estaba cerrada y tenía una placa cerrada que rezaba un solo nombre, escrito en cursiva y plasmado allí de tal forma que consiguió cortar la respiración de Draco y traer de regreso todo lo que intentó mantener en el fondo de sus más dolorosos recuerdos durante estos tormentosos seis años.
Roselyn H. Potter.
— Estás bromeando — susurró, incrédulo.
— Mierda — maldijo Blaise, sonando igual de sorprendido que él — Ella estaba asignada a la Fundación Black. Nos lo dijo hace dos semanas. Debería estar en San Mungo, no aquí.
— Draco... — llamó Theo, notando lo tenso que se encontraba.
Draco acababa de notar el flujo de la magia alrededor de la habitación. Era cálido, pero no caluroso e incómodo como lo fue la de Ares. Era un poco floral, sin llevarlo del todo a las memorias que guardaba de su madre, su mente relacionándolo de manera distinta, a diferencia de lo que hizo con el perfume de White. Había música, un pequeño tarareo, una sonrisa dulce estirando los labios rojizos y gruesos antes de acercarse a ellos.
No reaccionó a tiempo.
La puerta se abrió.
— Hola, chicos — saludó Roselyn, sin levantar la cara de los pergaminos que tenía en sus manos — Hubo una pequeña confusión esta mañana con los papeles y Morrigan y yo tuvimos que intercambiar asignación. ¿Ya han...?
Ella se detuvo. Sus dedos se tensaron y los hombros le temblaron, y Draco comprendió que ella acababa de notar que él estaba ahí también.
Roselyn era tan hermosa como Draco la recordaba. El cabello rojo fuego le caía en ondas sobre los hombros, su piel blanquecina salpicada de pecas oscuras que formaban pequeños puentes alrededor de su cara. Usaba ropa que tenían toda la esencia muggle de los 90s, influenciada por White seguramente. Un par de medias oscuras cubrían sus largas piernas hasta las rodillas, una falda de tela escocesa le llegaba los muslos, dejando vislumbrar el tatuaje del león intacto, un suéter cuello tortuga color negro de manga larga y un collar de oro con el dije del escudo de armas de los Potter.
— Draco — suspiró, estática.
Draco sentía la incomodidad emanar de los cuerpos de Blaise y Theo, detrás de él. Lamió su largo inferior y trató de mantener la calma. Solo era su ex-novia, él podía con esto.
— Hola, Rose.
Ella se mordió el labio inferior, los pergaminos resquebrajándose bajo la fuerza de su agarre.
Draco no podía con esto.
¡FELIZ ANIVERSARIO DE UN AÑO PARA HURRICANE! Maldita sea, que rápido pasa el tiempo. En qué momento 2020 nos metió 10 meses del año y yo sigo sin hacer nada con mi vida. Pero bueno ¿A quién le importa? ¡HURRICANE ESTÁ DE CUMPLEAÑOS! Felicítenme o lloro.
De cualquier manera, nuestros nenes al fin se vieron los rostros, ajua ajua. Nos leemos, mis kiwis.
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