XVII.
seventeen;
LOS SABBATS
Draco despertó la primera mañana de octubre con dolor de cabeza.
Su habitación está desordenada y el ligero olor a Hidromiel molesta su nariz, viendo la botella vacía rodar bajo la cama. Sorprendido del desastre que había hecho en una noche, y algo asqueado de lo mismo, se tomó el tiempo de intentar colocar las cosas de vuelta a su sitio, tratando de no tropezar con los restos de comida que había encima de la alfombra.
— Este lugar está horrible — la voz de Pansy se pierde en un gritillo cuando la alfombra se mueve por si sola, no siendo más que un trozo de pergamino que está pegado, gracias a la tinta seca, al rollo que contenía el primer borrador de su ensayo de Pociones. Draco rodó los ojos al oírla quejarse, tirando todo al contenedor de basura y recogiendo las sábanas — ¿Cómo puedes vivir en este basurero?
Pansy colocó ambas manos sobre sus caderas y el regaño de sus ojos casi hizo sonreír a Draco, esa pose de madre por parte de su amiga pareciéndole hilarante. El rubio continúa ignorándola, guardando apresuradamente los ensayos que les dejaron aquella semana dentro de la mochila. El borde de una foto mágica lo hace detenerse, tomándola entre sus manos y encontrándose con la sonrisa flotante de Roselyn inmortalizada por el suave movimiento de su rostro, intentando ocultarlo del fotógrafo.
Draco recordaba aquel día.
— No me gustan las fotos — se había quejado ella, tratando de apartar la cámara mágica, que Draco encontró entre los desechos de la sala de menesteres y reparó en medio de su aburrimiento, de las manos del chico.
— Tu cabello se ve decente por primera vez, Potter — se burló Draco, estirando el brazo a una altura inalcanzable para ella, que intentó saltar y arrebatársela, fallando miserablemente y provocando la risa ácida de Draco.
— Eres odioso — balbuceó, cruzándose de brazos y haciendo un puchero en señal de protesta. Draco sonrió, inclinándose y robándole un beso que la hizo sonrojar de pies a cabeza, ahogándose en los nervios sin notar que Draco aprovechaba la situación para tomarle una foto, escondiéndole dentro de su mochila para evitar que Roselyn la agarrara.
Nunca la sacó de allí, cosa que agradecía al guardar la foto en el bolsillo de su túnica, arreglando su uniforme para enfrentar la primera clase del día: Estudios Muggles.
La clase se había vuelto obligatoria, desde los de primer año que no debían ver las optativas sino en tercero, hasta los de séptimo que poco o nada se encontraban interesados por el tema. La razón era simple: Alecto Carrow, uno de los mortifagos que el Señor Oscuro tenía manejando Hogwarts, daba la asignatura, dedicándose enteramente a denigrar a los muggles y dar razones a las que nadie prestaba atención del por qué deberían devolverles el favor que les hicieron durante la época del oscurantismo.
— Juro que si ella vuelve a hablarnos de los valores que Salazar Slytherin quisiera que tuviéramos — escuchó a Morrigan susurrar al oído de William, que mordía una tostada y daba vistazos vagos a todos en el comedor, probablemente procurando encontrar a sus amigos de Gryffindor y asegurarse que seguían vivos — Me tiraré de la torre.
William sonríe con sarcasmo, sus ojos oscuros encontrando los de Draco cuando tomó asiento frente a él, Blaise y Theo a cada lado y Pansy empujando a la persona que ocupaba el lugar junto a su novio para sentarse ella.
— Los valores de Slytherin — repitió, dejando un beso casto sobre la mejilla de Pansy antes de centrar sus ojos hacía Morrigan de nuevo — La mayor mentira que pudieron inventar los magos.
— No es un buen lugar para tener estas conversaciones, Sayre — advirtió Theo, abriendo su libro y fingiendo no prestarles atención.
William rodó los ojos.
— Con lo poco que me importa quién me escuche — ironizó, dando un último mordisco a la tostada de mermelada — Salazar adoraba a los hijos de muggles. ¿Si lo digo en voz muy alta, creen que alguno de los Carrow convulsione?
— Will — advirtió Pansy, mirándole con preocupación.
— Estoy bromeando — desdeñó William, aunque no parecía hacerlo cuando Alecto Carrow pasó detrás de ellos, la túnica negra arrastrándose en el suelo mientras tomaba camino hacía un grupo de niños de primero que habían tumbado algunas estatuas al no fijarse por donde iban. Los gritos de la mujer hicieron eco contra las paredes, dándole a William la suficiente privacidad para seguir hablando — Solo sacaré el tema en Estudios Muggles.
Morrigan sonrió de forma torcida.
— Harás que te maten — reprendió Pansy, dándole un puñetazo nada doloroso contra el hombro. Sus ojos verdes seguían observando el rostro de William, llenos de pánico ante la perspectiva de que se buscara problemas con los Carrow.
— Te sorprendería saber la cantidad de personas que han intentado matarme, Pans — bromeó William, estirando su mano para tomar un mechón de cabello de Morrigan y dar un fuerte tirón. Morrigan se quejó, girándose incrédula y claras intenciones de reclamarle aquello, siendo ignorada por el chico — Malfoy, tú y yo tenemos que hacer algo antes de verle la cara a Alecto.
— ¿Yo qué tengo que hacer contigo, Sayre? — siseó Draco, sus ojos grises buscando los de Morrigan de forma interrogante. Ella no lo notó, acariciándose la cabeza adolorida.
— Solo ven, hurón — ordenó William, tomando su mochila y despidiéndose de Pansy con un beso corto en los labios.
— Hazle caso, o te llevará a rastras — dijo Morrigan, ahogando un bostezo mientras jugaba con su desayuno, revolviendo los cereales sin muchas ganas de ingerirlo.
Draco le regaló una mirada asesina a la morena, de la que no obtuvo más reacción que un gesto obsceno, y se alejó del comedor siguiendo los pasos de William, que ignoró olímpicamente el espectáculo de Alecto con los niños de primero. Draco solo supo la razón al dar la vuelta por el pasillo y escucharla gritar de terror.
— ¿Qué carajos le hiciste? — demandó saber, trotando para llegar a la misma posición que llevaba el paso acelerado de William.
— ¿Hacer qué? — devolvió él, sonriendo macabramente en el momento que los gritos de Alecto subieron de volumen, cada vez más intensos — Yo sí hago lo que el adorado tío Salz hubiera querido, y como matarla es ilegal, lo hice un escalón menos malévolo.
Draco estuvo a punto de preguntar a qué se refería con tío Salz, porque William Sayre siempre le dio mala espina y la manera que lo oía hablar de los fundadores, como si él mismo hubiera estado presente cuando todo sucedió, las pocas veces que lo hacía, le ponía los vellos de punta. Después de todas las insinuaciones que Morrigan hizo acerca de su primo cuando contaba a Draco de la situación de la maldición del sabbat, era inevitable retroceder para analizarlo otra vez, con una perspectiva diferente que te jodía la mente si lo mantenías bastante tiempo en ella.
— ¿A dónde...? — Draco calló su pregunta, sus ojos estudiando el retrato que vio millones de veces el año anterior. — ¿Por qué vinimos a sala de menesteres?
— Isolt dijo que ya lo sabías — fue toda su respuesta, cerrando los ojos y dando tres vueltas frente al retrato. Una puerta de madera tallada apareció frente a ellos, lo que le dio una sensación a Draco de que debía alejarse. William le cedió el paso.
Teniendo en mente el lugar donde guardaba la varita, abrió la puerta y entró al cuarto.
Era más grande de lo que parecía, aunque a Draco no le sorprendía tratándose de la sala de menesteres. Estaba repleta de estantes de libros inmensos, tomos viejos y los más recientes de historia mágica en todos los idiomas que Draco podría imaginar. Incluso había una chimenea que crepitaba, al fondo de la sala, un retrato de lienzo sobre ella.
Tragó saliva al reconocer a la familia allí pintada.
— Los sabbats del momento — informó William, quitándose la túnica y sacando un libro de la estantería. Se dejó caer encima de un sillón, subiendo los pies a la mesa y regalándole al sorprendido rubio una sonrisa sarcástica — ¿Entiendes lo que eso significa?
— ¿Mi novia está en más peligro del que creía? — ironizó Draco, estudiando el rostro terciopelado de Roselyn estampado en el lienzo. Sus ojos verdes se veían vivos, incluso, como los reales. La Roselyn de carne y hueso, que miraba a Draco con amor sin importar cuanto pareciera que él lo arruinaba.
— Sí — William se encogió de hombros, alzando una de sus manos para enumerar — Y James, y Harry, e Isolt, y White definitivamente porque no ocultó muy bien la subida de peso... y el bebé.
Draco trató de no hacer muy obvio la repentina tensión que sintió recorrerlo por completo. William se veía desinteresado, abriendo el libro y dejándolo a la mitad, leyendo sin leer realmente las palabras allí escritas.
— No te importa.
— Claro que me importa — William lo miró ofendido. Sus ojos se volvieron más oscuros de lo natural — Me ha importado durante más siglos de los que podrías imaginar, niño. No te estoy enterrado vivo porque tienes el cariño de Rose, y el de Isolt aunque diga que no. Sabes de lo peligroso que es esto, y estás de... su lado.
— Jamás le haría daño a Rose — gruñó Draco, encarando a William en un repentino ataque de ira. William se rió, como si eso fuera exactamente lo que buscaba de su parte — Menos al bebé.
— Demuéstralo entonces — William se levantó del asiento. El destello cristalino de sus manos provocó la repentina caída de una gota de sudor hacía su cuello. Por unos segundos, sintió que hervía vivo — O voy a disfrutar hacerte sufrir, Draco Malfoy. Y eso sí es una promesa de Slytherin.
Eso fue suficiente para que Draco comprendiera la situación, las palabras de William rondando por su cabeza al ver el brillo terrorífico en los orbes oscuros.
— ¿Cómo...?
— Eso no te interesa — William sonrió — Solo quería advertirte. Puedes leer si quieres, hay muchas cosas aquí que te ayudarán si te piensas a hacer cargo — ante la mirada del chico, Draco sabía que no era precisamente una opción desligarse de todo el asunto del embarazo — La familia de mi padre está a la derecha y la de mi madre a la izquierda. Empieza por lo que más creas conveniente.
William se fue, dejando a Draco rodeado de libros y estanterías que ocultaban el secreto que los linajes de los fundadores habían intentado mantener para ellos, fracasando miserablemente en el intento ahora que el señor Oscuro sabía de ello.
El linaje de Godric Gryffindor estaba a la derecha, justo como William le dijo a Draco. Los libros más viejos estaban escritos en lo que parecía latín, y aunque Draco hubiera querido alardear de conocer la lengua muerta, no podía, por lo que procuró tomar los recientes. Los que hablaban de los Potter.
La primera vez que Morrigan le habló a Draco de los Potter y los Sabbats, Draco pensó que estaba bromeando con él y que debía de hacerse una revisión a la cabeza. Luego sucedió el ataque de cara rajada en el baño y la revelación del tatuaje de Roselyn, lo que Draco no pensó aceptar al principio hasta que notó lo afectada que la chica se encontraba gracias a la situación. Era real, era jodidamente real que podrían perder la magia por olvidar el verdadero origen de esta, y no se podía sentir más tonto e impotente que leyendo aquellos libros.
— Es difícil ¿No lo crees? — una vocecita femenina distrajo a Draco de su lectura, cerrando el libro de golpe y concentrando su atención a la figura menuda sentada junto a la chimenea, tarareando mientras dedo se deslizaba encima de las líneas de lienzo — Aceptar lo desagradecidos que han sido.
Tenía la mirada cristalina y cabello rubio, el aire de tranquilidad y paz a su alrededor envolviendo a Draco cuando trata de no perderse dentro de la marea que contienen sus ojos.
— ¿Quién eres tú?
— Es triste saber que ya no saben reconocerme — murmuró ella, la tristeza notable de su expresión haciéndose física cuando una pequeña lágrima golpea la pintura.
Draco trató de comprender, observando a la mujer frente a él como si todo lo que ella pudiera sentir, le afectara a él también. Entonces su descripción se le empieza a hacer conocida, la sonrisa perlada agrandándose al ver la compresión de sus ojos aparecer repentinamente.
— Magia.
Ella es feliz de nuevo.
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