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XI.




eleven;
QUASIMODO Y ESMERALDA





Draco estaba impaciente.

— ¿Ya vas a salir o tengo que entrar por ti? — siseó, enderezando su postura y torciendo los ojos al escuchar el suspiro molesto al otro lado de la puerta.

— Vete al infierno, Draco Malfoy — maldijo Morrigan, y una mirada de asco se coló en la expresión irritada de Draco ante las arcadas que tenía la chica — Vete y púdrete a...

No continúo porque siguió vomitando.

Draco ya no sabía cómo había terminado en aquella situación. Debió haberse alejado de Morrigan desde el principio, pero el discurso que esa rubia le dió logró hacer que se replanteara muchas cosas en su vida.

Su participación en los asuntos tenebrosos sólo era una de las tantas.

Entonces, está esperando a Morrigan.

— Siendo sincero — comentó, riéndose burlonamente por los quejidos que producía la chica encerrada dentro del baño de su habitación — Ni siquiera sé qué le viste a Potter.

— Yo no sé qué es lo que Rose ve en ti — contraatacó, abriendo la puerta y sonándose la nariz. Morrigan se veía demacrada, con los ojos llorosos y su ligera, imperceptible pero aun presente, felicidad desaparecida — Misterios de la vida que el jodido universo nunca nos responderá.

Le tendió a Draco bruscamente la toalla que le había dado para que pudiera desahogar el dolor que le dejó la ruptura el tiempo que quisiera en la ducha, pasando de largo y dirigiéndose hacía el escritorio, donde permanecían su túnica y ropa.

— Yo sí soy atractivo — respondió, dejando pasar que nombró a Roselyn directamente, en vez de Pansy y el tiempo que estuvo (el año pasado) enamorada de él — Potter es un...

Draco calló lo que estaba a punto de decir al verla secarse la lágrima que bajó por su mejilla, el llanto ya secó reanudándose. Morrigan estaba devastada, y Draco, aunque sólo la conocía de hace dos años, sabía que era la primera vez en toda la vida de la chica que algo la afectó tanto como su fallida relación con Potter lo hizo.

— Sólo dilo — susurró, colocándose la túnica y enrollando la corbata perezosamente alrededor del cuello.

Draco se acercó, apartando sus manos temblorosas de la prenda y soltando el nudo flojo para hacerlo él.

— ¿Cuántas veces, Morrigan Sayre — preguntó, concentrándose en su trabajo de arreglar el desastre que representaba Morrigan, sin hacer caso del estado estupefacto de la chica — has pisoteado a las personas y ahora estás dejándote pisotear por un estúpido Gryffindor gilipollas?

— ¿Cuántas veces, Draco Malfoy, has dejado pasar que menciono lo mucho que le gustas a Rose? — susurró Morrigan, en cambio. Su rostro moreno resplandecía bajo el escrutinio de los tormentosos ojos de Draco — He visto como la miras... Ella también te gusta.

Draco soltó la corbata, acomodándose la propia.

— Nunca pasará.

— Pero quieres que pase — insistió. Draco no respondió, tomando la mochila que colgaba de la chica — No deberías dejarla ir, Draco...

— No necesito consejos de amor — la interrumpió, soltando un gruñido de frustración por sus palabras. Él no era idiota. Él no necesitaba que alguien le repitiera lo que ya pensaba.

— Los necesitas con Rose — devolvió Morrigan — Rompiéndole el corazón terminas jodido tú también, Draco. No solo porque yo, o Weasley, o Carrie o cualquiera que aprecie a Rose intentará hacerte papilla. Rompiéndole el corazón rompes el tuyo propio, Draco, porque te gusta. Porque aprendiste a quererle. Porque aprendiste a preocuparte por ella. Y ni siquiera intentes decir que no es verdad, porque yo también estuve ahí, Draco. Yo también la vi en esa camilla y también veo que no has podido sacarte de la cabeza que saldrá hoy por fin, que quieres asegurarte que ella estará bien ¿Acaso me equivoco?

No lo hacía.

Y eso era lo que más lo irritaba.

Porque este el problema: Draco Malfoy no había sido criado para amar, para querer tanto a una persona que se sentía capaz de colocar su propio bienestar debajo del de ella. Draco dejó de lado su misión del armario y de Dumbledore el mes entero que Roselyn ha pasado en esa enfermería, Draco no se siente capaz de pensar algo diferente a la conversación con esa rubia, referente a Roselyn.

Referente a sus sentimientos por ella.

Y es que había sentimientos. Existían en él. Era imposible que esa chica no importara a Draco cuando era la única razón por la que se permitió subir sus notas en Transformaciones, porque ella esperaba aquello de él. Ayudándolo, ofreciéndolo todo para lograr el visto bueno de McGonagall. Ella esperaba eso de él.

Y él lo hizo. Y hacerlo consistió en ver más su sonrisa que su ceño fruncido o su mirada irritada y el infierno se congelaría antes de que él dijera para si mismo que eso no le llegó.

Nadie lo había visto de la manera que lo hizo ella. Con orgullo y cariño. El orgullo que su padre no sentía al tenerlo presente. El cariño de su madre que se esfumó nada más las cosas se complicaron.

Los sentimientos existían.

Draco lo sabía.

— Debemos ir a desayunar — murmuró, dándose la vuelta y dando un portazo al salir de la habitación.

La sala común era fría, como sus propios habitantes. Las sirenas a veces se congregaban contra los pequeños cristales y el espectáculo empezaba para todos. Los de primero alucinaban con las criaturas y el cántico melodioso del sirenio bajo el agua hipnotizaba los sentidos de los demás.

Draco no había regalado mucha de su atención aquel año a los miembros de la Casa de Slytherin. No es como si el año anterior fuera muy amigo de todos, pero al menos era consciente de que estaban allí. Aquel curso las cosas cambiaron, y aunque Draco detestaba las razones, no hizo nada para impedirlo.

Por lo que cuando los miembros de la Casa de Slytherin ven, después de medio año sin que hiciera presencia más que para ir a su habitación a dormir, al príncipe de las serpientes acompañado de Morrigan Sayre, no pueden evitar mirarlo.

Y Draco piensa acerca de la guerra al sentirlo. La mayoría presentes estaban relacionados con mortifagos, sus padres tenían negocios con mortifagos, ellos mismos eran vistos como futuros mortifagos... y eso lo asqueó.

Es un Malfoy o es un Black.

Blaise, Pansy y Theo están cerca de la chimenea, usando los sillones que durante primer año eligieron como sus lugares. Y hay un momento, la milésima de segundo entre la decisión de volver con sus amigos o protegerlos, el espacio vacío del sillón individual junto al fuego esperándolo, invitándolo, en que Draco siente que es capaz de derrumbarse, su cuerpo se mueve hacía ellos.

Pero se detiene.

Y prefiere salir de allí antes de cometer una estupidez, sintiendo las miradas pegadas a su nuca y la presencia de Morrigan a su lado, negándose a permitir que se aísle una vez más.

— No digas nada — advirtió, leyendo las intenciones de la chica cuando lo alcanzó.

— No es necesario que lo haga — replicó, encogiéndose de hombros. Morrigan se acomoda la túnica y suspira, buscando los ojos de Draco aunque él la esquiva — Tú mismo lo piensas ya, Draco.

Llegan al comedor.

Y Draco se detiene al instante en que ve a Roselyn sentada entre los demás miembros de su patética casa, justo a la mitad de la mesa de Hufflepuff, sola y comiendo su desayuno sin hacer caso de las miradas nada disimuladas que el resto del alumnado le manda.

Roselyn alzó la mirada, y el tormentoso gris y el verde esmeralda colisionan, fundiéndose en el otro como si fuera lo único que anhelaran.

— No la dejes ir — dijo Morrigan, palmeando su espalda y yéndose a sentar a Slytherin, dando la espalda a la mesa de Gryffindor donde Draco puede ver a Potter con Weasley y Granger.

Los labios de Roselyn dicen hola.

Y Draco va a responder hasta que una espalda se le cruza en el camino y William Sayre lo cubre del campo de visión de Roselyn.

Su ceño se frunce al instante y debe inhalar y exhalar hondo mientras va tras Morrigan, maldiciendo internamente la existencia de ese estúpido traidor a la sangre y toda la descendencia que lo acompaña, Morrigan incluida.

— Me pierdo de lo interesante — es lo primero que dice William a Roselyn, que por el rabillo del ojo ve a Draco dirigiéndose con las serpientes. El pelinegro chasqueó los dedos frente a ella y se rió de su vergüenza — sí, eso lo oí.

— No... no estás odiándome ¿Cierto?

— ¿Por qué debería odiarte? — William la mira con fingido desconcierto, tomando una uva del plato de Roselyn y llevándolo a su boca — ¿Porque estás de puta con Malfoy? Esas son palabras de Gryffindor, Rose, no mías.

Rose no entiende cuando William dice Gryffindor para referirse a Harry o a su padre, incluso a ella misma. Pero la mayoría del tiempo ella tampoco comprende a William. William es raro. Él solo se entiende con su padre.

William es el primo de Morrigan, pero ha vivido la mayor parte de su vida en Inglaterra, desde que inmigró de América siendo muy pequeño. No sabe la historia detrás de la llegada de William a sus vidas, lo que sabe es que él es importante para su padre, tanto como ella o Harry. Como un tercer hijo. Un tercer hijo raro, irritante y poco entendible.

— No sé qué hacer.

El escrutinio de la mirada de William la hace sentirse analizada.

— ¿Te gusta Malfoy?

— Sí — a Roselyn no le cuesta ser sincera con él. Por alguna razón. Ha crecido oyendo historias de él a través de su padre y puede estar segura que no la juzgara; tal vez no le agrade Malfoy, pero entiende que esa es su vida y su decisión.

William asiente, cogiendo otra uva.

— ¿Sabes si le gustas a Malfoy? — Roselyn niega con la cabeza. William vuelve a asentir. Parpadeó pensativo y continúo comiendo del plato de la chica — Personalmente pienso que Malfoy es un idiota de clase uno. Y un patán. Por años estuvo consciente de que le gustaba a Pansy y solo hizo que incrementara su enamoramiento cuando era obvio que Pansy nunca le interesó de esa forma.

— ¿Pansy Parkinson no te gustaba? — preguntó, indecisa.

William dejó de comer.

— Sí, pero eso otro tema — ofreció un ademán desdeñoso y continúo — Ahora, por lo que he oído de Morrigan él no está siendo un idiota contigo. ¿Lo es? Si dices que sí, iré a golpearlo.

Roselyn se rió ligeramente.

— Supongo que no lo es — murmuró, jugando con un mechón de su cabello.

William se quedó quieto, la uva a medio camino de sus labios.

— ¿Supones?

Roselyn suspiró. No sabía cómo explicarlo. A menos que...

— ¿Conoces la película de El Jorobado de Notre Dame?

William se burló.

— ¿Viviendo contigo crees que no la conoceré? — Roselyn estiró el brazo y lo golpeó en el hombro, provocando su risa — Sí, la conozco. Te he escuchado cantar Las Campanas de Notre Dame en la ducha ¿Qué sucede con eso?

Roselyn se sonroja. Ella no ha querido nunca que la escuchen cantando Las Campanas de Notre Dame. Estúpido William.

— Pues... — se mordió el labio inferior, pensando en la comparación. Su conversación con Harry le llena la memoria. Casi al instante, se siente horrible por la discusión con su hermano, pero trata de concentrarse en William de nuevo y aleja esos pensamientos — Él es como... como Quasimodo.

— ¿Deforme? Ese rubio de anciano...

— Incomprendido — corrige, frunciendo el ceño al oír aquello. Draco no tenía cabello de anciano. Solo era... un rubio muy extraño — Él... no le dan oportunidad. Y actúa así. Y... no lo sé, es solo que él... él me esperó ese día y me esperó al siguiente y cuando no fui, me buscó y...

— Resumidamente — interrumpió William, alzando su mano para detener su verborrea — Malfoy es Quasimodo.

— Sí.

William tomó otra uva.

— ¿Y qué haría Esmeralda?

Esmeralda.

Roselyn siente que se le acelera el corazón.

— ¿Qué haría Esmeralda? — repitió, mirando a William fijamente. Él asintió, más concentrado en la comida que en Roselyn. Qué haría Esmeralda — Ella estaría con Quasimodo.

William la mira esta vez, como diciendo ahí tienes tu respuesta. Y Roselyn podría tomarse el tiempo de saltar sobre William y besarlo, agradeciendo su existencia y la de quienes decidieron que él debía estar en Inglaterra... pero ella desvía su atención y ve a Harry salir apresuradamente del comedor.

Detrás de Draco.

— Eso no va a terminar bien — comentó William, colocándose de pie y corriendo con ella y Morrigan para perseguir a ambos chicos.

Terminaron en el baño de niñas del segundo piso, encontrándose con una escena que Roselyn no podría sacarse de su cabeza en mucho tiempo.

— ¡Cruci..!

— ¡Septumsempra!

Roselyn gritó.

Y un estallido de llamaradas naranjas, brillosas e hipnotizantes, cubrieron a Draco de aquel hechizo desconocido, que rebotó por las paredes del baño hasta que Morrigan y William, usando embrujos escudo combinados, lo desvanecieron.

Harry giró a mirar a Roselyn, desconcertado.

Draco también lo hizo, con el corazón latiendo contra su pecho. Por unos segundos creyó que iba a morir, porque él conocía ese hechizo a la perfección. Era magia oscura. Potter no debía utilizar esa magia oscura.

— Creo que ya sabemos por qué actúa raro — comentó William, mirando a Harry que se tomaba la sien, como si una repentina jaqueca acabara de atacarlo.

Morrigan y William se miraron.

— Se ha manifestado — susurró Morrigan, jadeando. El cabello de Roselyn resplandecía cuando miró el espejo al otro extremo del baño.

Y la mirada de una Gryffindor fue lo que su reflejo le devolvió.




























ENTONCES YA ESTAMOS VIENDO LA TRAMA GENERAL, WUAJAJAJAJAJJAA


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