VII.
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WILTSHIRE
La mañana del 26 de diciembre, White Black, futuramente Potter, se encontró a James, Harry y Morrigan frente a la puerta de la habitación de Roselyn, el primero tocando de forma desesperada y los otros dos abrazados, luciendo muy preocupados.
— ¿Qué ocurre? — se sorprendió White, acercándose a James y colocándole una mano sobre el hombro. Su prometido no le prestó atención, aún insistiendo y llamando a su hija alzando la voz cada segundo que ella no respondía.
White miró a Harry, que se mordía el labio inferior y estaba siendo calmado por Morrigan.
— Rose no bajó a desayunar y tiene cerrado con magia — explicó apresuradamente, tratando de hacerse oír sobre los gritos de James — Papá la escuchó llorar cuando vino a buscarla.
White intentó concentrarse en otra cosa que no fuera la voz preocupada de James. Harry tenía razón, podía oír el llanto ahogado de Roselyn y sus jadeos incluso con la puerta cerrada.
— No creo que sea buena idea gritar — murmuró Morrigan, mordiéndose la uña — Pero James no está haciendo caso de nada.
White miró de Morrigan a James, comprendiendo que estaba en lo cierto. La preocupación de James por el estado de su hija seguramente no lograba más que alterar a la chica del otro lado de la puerta.
— Morrigan, manda una lechuza a Remus y Sirius y pídeles que vengan, ya — Morrigan asintió y salió corriendo escaleras abajo, dejando a Harry que comenzó a repiquetear la suela de su zapato contra el suelo, muy impaciente.
White se acercó a James y volvió a tomarlo del brazo, tratando de llamar su atención. Como ya sospechaba, él no le hizo caso.
— Rosie, cielo ¿Por qué no abres? — dijo James, recostando su frente en la puerta.
Otro sollozo lastimero de Roselyn fue la única respuesta que tuvieron.
— Déjame intentar — murmuró hacía James, que le miró por unos segundos con ojos desesperados — Vamos, amor. Sólo trataré de hablarle.
— Papá... — llamó Harry. James giró a él y frunció el entrecejo, suspirando resignado y echándose atrás. White estiró su brazo y lo sostuvo, procurando reconfortarlo. Sabía mejor que nadie (excepto Sirius y Remus) lo malo que resultaba que James se alterara a causa de sus hijos.
— Hey, Rose, soy yo — recibió un apretón en el agarre que tenía con James y trató de mantener a raya su propia preocupación. Verlo de esa manera le ponía fatal, sobre todo cuando sabía que no podría ayudarlo de la forma que le gustaría hacer — ¿Qué estás haciendo, nena?
White captó varias inhalaciones forzadas antes de que Roselyn respondiera.
— Es... estoy viendo una película — susurró, y su voz se escuchó ahogada por el llanto que debía estar reprimiendo.
— ¿Una película navideña? — sonrió sin poder evitarlo cuando Roselyn lo afirmó — ¿Mi pobre angelito?
— Santa Cláusula — respondió Roselyn, aún hablando bajito.
— La vimos con mamá — comentó Harry, tratando de que solo White escuchara.
Ah, es eso pensó, frunciendo el entrecejo. Ese encuentro se repetía en su cabeza desde que lo tuvieron, incluso luego de la discusión que le provocó con James (y que quería olvidar más que nada tras arreglar sus diferencias) y de sacar a Lily de esa cárcel muggle. El día anterior fue de locos, pero no se le ocurrió que las cosas terminarían tan mal con Roselyn.
Se sintió culpable de nuevo.
— ¿Puedo verla contigo?
White creyó que Roselyn necesitaba un tiempo sola al no obtener ninguna respuesta de su parte, por lo que se abstuvo a maldecir. Planeaba dar media vuelta cuando el pomo de la puerta se abrió con un ligero click.
James y Harry suspiraron aliviados al mismo tiempo.
White sonrió.
— Entraré yo ¿Si? — James la miró indeciso, pero asintió y le hizo una seña a Harry.
El adolescente besó la mejilla de White al pasar y James se acercó lo suficiente para abrazarle y aspirar su aroma. La rubia cerró los ojos y se permitió llevar unos segundos, tomando el pomo para devolverse a la realidad.
— Gracias — murmuró, besando sus labios.
— Bajaremos en un rato — aseguró, entrando a la habitación.
La habitación de Roselyn era grande, larga y ancha. Las paredes eran de un rosa pálido y una de ellas, la de la derecha, estaba tapizada por fotos mágicas y muggles enmarcadas. Tenía ventanales en el lado izquierdo que daban a la parte verde de la casa, el patio. Había un armario, una estantería repleta de libros y un baño cerrado cerca del mural. En diagonal a los ventanales, se encontraba una cama de dosel y frente a esta, sobre una repisa, un televisor muggle. La imagen que mostraba era, como Rose dijo, una escena de Santa Cláusula.
— Hola, nena — saludó White, no muy segura de qué debía decir.
Roselyn se sonó la nariz con un trapo que tenía en la mano y le sonrió llorosa.
— Hola, White.
— ¿Qué tal la película? — se sentó al borde de la cama. Roselyn se corrió y le dejó espacio para que se acomodara mejor. Tomó eso como una aceptación a su acercamiento y se sintió mejor por unos segundos — Nunca la vi.
— Bernard le está mostrando la fábrica a Scott y Charlie... — dijo Roselyn, y White no entendió ni jota de lo que hablaba, pero de igual manera asintió — Mamá viajó hasta Hogsmeade y la vimos en Mil&Un Inventos Muggles, el local cerca de la taberna. Fue la última vez que pasó días especiales conmigo y Harry.
Roselyn se mordió el labio inferior, que temblaba. White no sabía qué decirle. Ni cómo debía reaccionar. Sentía que cualquier cosa que hacía respecto a la chica sólo lograba que retrocediera más que avanzara.
— ¿La extrañas?
Roselyn no respondió al instante. Se concentró en la secuencia de la película y trató de calmar su respiración. White podía escucharla murmurar algo; chocolate caliente, aire fresco, quidditch de verano. Sin comprender del todo, esperó a que Roselyn estuviera lista para hablar.
— ¿Por qué no me quiere? — susurró, después de lo que pareció una media hora. Ahogó las lágrimas contra un almohadón.
White le colocó las manos sobre los hombros, intentando transmitir apoyo. Roselyn soltó el almohadón y se refugió en su pecho, llorando lastimeramente y balbuceando acerca de Lily. White solo pudo acariciar su cabello y esperar a que se calmara desahogándose con ella.
— Ten por seguro que sí te quiere, Rose — dijo, pensando en lo sucedido. Suspiró — Sólo que tiene maneras muy raras de demostrarlas. — intentó peinar el cabello, claramente sin éxito. El cabello de los Potter jamás se dejaba manejar, y eso le causó gracia — ¿Qué dices si te das un baño, te arreglas y salimos a la plaza?
— Está nevando — dijo Roselyn, sonándose la nariz de nuevo.
— Un hechizo de calefacción y una buena combinación de prendas abrigadoras y estamos perfectas. — Roselyn sonrió genuinamente, y eso alegró a White.
Roselyn asintió. White le acarició el cabello una última vez y la dejó, cerrando la puerta al abandonar la habitación. Roselyn se hundió en la cama y se arropó con las sábanas, los ojos le ardían de tanto llorar. Tuvo un momento de frustración en la madrugada, cuando no podía dormir y la mente la atormentaba, y había pasado en vela procurando mantener el llanto para ella.
White la hizo sentir mejor, y se aseguró de arreglarse para salir antes de bajar a almorzar. Su padre, Harry y Morrigan la miraban de reojo cuando atravesó la cocina, pero Roselyn se sentó junto a White y la novia de su padre se encargó de distraerla hasta que llegaron su padrino y tío Sirius, formando alboroto de inmediato.
— ¿¡Acabamos de llegar y ya nos dejan!? — dramatizó tío Sirius, viendo a White colocarse una chaqueta encima del jersey que, por lo grande que era, Roselyn sospechaba pertenecía a su padre.
— ¿Ya te llegó la menopausia, Siri? — se burló White, provocando las carcajadas de Morrigan, Harry y su padre.
— No me llames Siri, amarilla.
— No me llames amarilla, Galleta Oreo.
— Sirius — dijo su padrino, y tío Sirius se calló al instante, lo que solo provocó más risas de los demás.
Caminaron hasta la plaza entre la nieve. Roselyn no sentía el frío por el hechizo de calefacción, pero sí notaba como el viento fuerte alborotaba su cabello y le nublaba un poco la visión.
— ¿No crees que deberíamos volver? — preguntó, preocupada por el clima.
White le guiñó el ojo.
Cuando llegaron a la plaza, se llevó una sorpresa. La plaza, a diferencias de la calle, estaba menos afectada por el invierno. Nevaba, sí, y la nieve cubría hasta la copa de los árboles, pero el ventarrón se detuvo apenas colocaron un pie dentro.
— Plaza mágica — explicó White, riéndose por su sorpresa.
— ¡Esto es increíble! — vió a algunos niños tirados sobre la nieve, haciendo angelitos. Se mordió el labio inferior y miró a White esperanzada.
White sonrió.
— ¿¡Por qué lo dudas!? — chilló, y Roselyn se dejó caer en la nieve, disfrutando del frío nada extremo y dejando que los copos cayeran sobre su cabello, manchando el rojo de un blanco perla que la hizo reír, sintiéndose feliz tras meses de tensión.
— Eres como una niña pequeña, Potter.
Esa voz.
Se enderezó, sorprendida, y sus ojos esmeraldas captaron la figura esbelta de Draco Malfoy sentado en una banca de hierro. Vestía un traje, como ella se acostumbró a verlo los últimos meses sin la túnica del colegio. Había un gorro de lana sobre su cabello que se dejaba ver, y Roselyn comprendió que no lo engominó.
White se había ido hacia el vendedor ambulante de chocolate caliente, lo suficiente lejos para no escucharlos.
Malfoy sonreía burlón en su dirección.
— ¿Qué haces aquí?
— Yo vivo aquí, Potter — ladró, dejándose hundir en la banca. Roselyn notó que esa actitud despreocupada le quedaba mejor que la paranoica que traía consigo desde que inició el curso — ¿Qué haces tú aquí?
— Estoy de visita— fue toda su respuesta. Su padre les había enseñado a Harry y a ella que no debían revelar la ubicación de Potter Manor, y no era algo que Roselyn estuviera acostumbrada a ignorar.
Ni siquiera sus amigas o los de Harry sabían que allí se hallaba la residencia permanente de los Potter. Sólo Morrigan, William, White, su tío y padrino, que se unieron a la familia desde que conocieron a su padre, sabían de Wiltshire.
— Jamás te vi antes, zanahoria.
— Oye — arrugó el ceño, ofendida — Mi cabello no es zanahoria. Mi cabello es una manzana por fuera.
— Prefiero las verdes — Malfoy se encogió de hombros.
— ¿Porque son tan ácidas como tú? — ironizó, levantándose del suelo.
Roselyn creyó que Malfoy estuvo a nada de sonreír, si el fugaz brillo divertido en sus ojos no la engañaba.
— ¿De dónde lo sacaste? — preguntó de pronto. Parecía curioso — El libro — aclaró, al notar su expresión confundida — ¿Tus poderes de rata de biblioteca te llevaron a él?
— Ja, ja, ja — se rió sarcásticamente. Malfoy, esa vez, no ocultó la diversión que le provocaba la actitud de Roselyn. Ella negó, sonriendo — No, me lo prestaron y logré hacerle una copia. Espero que te sirviera.
Draco se sintió mal por unos segundos. Ese jodido libro lo ayudaría a meter mortifagos en Hogwarts, haría peligrar la vida de los estudiantes. La vida de esa chica frente a él. Por unos segundos, Draco se sintió más Draco que Malfoy, aborreciendo la marca de su brazo como desde el primer momento que la tuvo.
— Ciertamente lo hizo. — aceptó, tragando el mal sabor de su boca.
Roselyn fingió sorpresa.
— ¿El gran Draco Malfoy está admitiendo que recibió ayuda de una rata de biblioteca?
Draco entrecerró los ojos, rodándolos al oírla reír.
— No te sientas tan ufana, Potter, se llaman modales— alzó la nariz, con superioridad — Debe ser un idioma desconocido para ti.
— Para ti debe ser un idioma desconocido el gracias — sacudió la cabeza, pasándose un mechón de cabello detrás de la oreja — Pero lo tomaré.
Roselyn bufó, y Draco sonrió sin notarlo.
Pero ella sí lo hizo, y pensó que ese rubio petulante debería sonreír más seguido.
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