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V.




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HURACÁN





A comienzos de diciembre, Roselyn sufrió un repentino brote de acné.

Había sido lo suficientemente rápida para acudir a Madame Promfey, la enfermera de la escuela, y pedir un par de pociones para lograr quitarlo, pero a la semana salió uno nuevo a los costados de su frente, que se abultó cuando intentó sacarlo de manera manual. Así que está algo avergonzada. Casi parece su padre en su forma animaga, la de un ciervo, con esa cosa ahí, como si estuviera adherida con un hechizo de Adhesivo Permanente. 

Luego le llegó la menstruación, en medio de una clase, lo que la colocó en una situación muy embarazosa. Así que, Roselyn describiría el comienzo de diciembre de 1996 como el peor comienzo de diciembre que ha tenido alguna vez en sus cortos quince años de vida.

Aunque a Harry le hace gracia.

— Ese es el símbolo de la adolescencia, hermanita — le había dicho una tarde cuando se acercó a él durante el almuerzo. Tenía el brazo derecho alrededor de los hombros de Morrigan que leía un libro de tapas negras, sin nombre y no les prestaba atención. 

Roselyn lo miró feo ante la insinuación.

— ¡No es justo! ¡A ti no te sale acné!

— Yo tengo todos los genes de papá — dijo Harry, fingiendo una sonrisita de arrogancia — Los Potter tenemos piel perfecta.

— ¿Y qué soy yo? ¿Adoptada? — se quejó.

— No la molestes — advirtió Morrigan, cerrando el libro y hundiendo su codo en el estómago de Harry, que estaba a punto de decir algo (probablemente que sí era adoptada), ignorando el quejido inmediato de su novio y sonriéndole con comprensión a Roselyn — Deberíamos normalizar tener acné. A cualquier le puede salir...

— A mi no — dijo Harry al instante, recibiendo otro golpe en modo de reproche de parte de su novia.

— El acné es una enfermedad que puede agravarse — dijo Roselyn, muy nerviosa, jugando con los bordes de la falda del uniforme.

Morrigan la miró frunciendo el entrecejo.

— Estoy tratando de apoyarte y no recibo nada a cambio, Rose — comentó, logrando que Roselyn enrojeciera avergonzada, balbuceando una disculpa a su cuñada que le restó importancia con un ademán de mano — No importa, don tengo piel perfecta solo está bromeando ¿cierto, Harry?

Harry tenía lo necesario de prudente para reconocer el tono que estaba utilizando Morrigan. Claramente, era una advertencia de que debía estar de acuerdo con ella o las vería negras. Era lo bueno de tener una cuñada Slytherin, pensaba Roselyn, aunque para Harry resultara complicado no arruinarla tratándose de su novia serpiente.

— Por supuesto, Rosie — Harry se acomodó la corbata con los colores de Gryffindor y envolvió los dos brazos alrededor de los hombros de Morrigan, que satisfecha, se recostó contra él y le sonrió a Roselyn — ¿No has ido con Madame Promfey?

— Ya lo hice — Roselyn enrolló un mechón de cabello rojo en su dedo, aun nerviosa — Pero volvió a salir.

— Como a Eloise Midgen — Harry se estremeció, recordando algo desagradable.

— ¿Quién es Eloise Midgen? — preguntó Morrigan, extrañada.

Roselyn oyó de pasada sobre Eloise Midgen. Era una chica de Gryffindor a quien retiraron de la escuela a principios de año, pero sabía que padeció de un fuerte caso de acné hacía dos años. Había escuchado de Hermione, una de las mejores amigas de Harry, que intentó curar su acné con un maleficio, y terminó perdiendo la nariz, aunque luego Madame Promfey pudo recomponerla. No quería terminar como la pobre Eloise Midgen.

— Llegaste demasiado tarde a Hogwarts — le dijo Harry a su novia, besándole la mejilla cuando Morrigan refunfuñó ante la idea de no saber, cosa que hizo mucha gracia a Harry.

Roselyn negó divertida al mirarlos, desviando los ojos el reloj de su muñeca unos segundos para verificar la hora.

— Voy tarde — anunció, levantándose de golpe y tomando su mochila.

— Acabas de llegar — dijo Harry, entrecerrando los ojos extrañado.

— Tengo que hacer tarea — se excusó, agarrando una tostada de la mesa.

A causa de los TIMO's, los profesores empezaron a dejarles montones de tarea y ensayos, y Roselyn se vio en la necesidad de cambiar los días de las tutorías de Malfoy, que pasaron de ser los sábados a los viernes en la tarde. Malfoy podría ir a Hogsmeade si quería (o si volvían a dejar ir a Hogsmeade, luego de lo que sucedió a Katie Bell), y Roselyn usaba los fines de semana de corrido para no verse obligada a faltar con sus deberes. 

— Ya casi empiezan las vacaciones — siguió diciendo Harry, sin creerle.

— Año de TIMO's, Harry — Roselyn se atragantó, no era buena mintiéndole a su hermano. A nadie, en realidad. Roselyn estaba segura de que, para los merodeadores, era una gran decepción. Incluso Harry tenía engaños más ingeniosos bajo la manga, y eso que Harry resultaba a veces un libro abierto y fácil de leer. — Responsabilidades, tareas ¡El futuro!

— Suenas como Hermione — decidió Harry, negando con la cabeza.

— A la niña le importan sus estudios, Harry — dijo Morrigan, guiñándole un ojo discretamente a Roselyn cuando Harry centró su atención en ella. Roselyn lo agradeció. Para Morrigan era claro que estaba ocultando algo, pero al mismo tiempo le era claro que no quería decirle nada a Harry. — No todos sacamos una E sin estudiar.

Su cuñada era lo máximo ¿ya lo ha dicho?

— ¡Fue por el patronus! — dijo Harry al instante. Desde que a Harry le llegaron las notas de los TIMO's, Morrigan no lo había dejado en paz al haber sacado una mejor nota que ella en el de Defensa Contra las Artes Oscuras, cuando Harry no dio más que simples vistazos a los libros y Morrigan pasó día y noche tratando de entender la teoría y mejorar en la práctica.

— Sigue siendo una E sin estudiar...

Roselyn los dejó discutiendo, consciente de que no tardaría demasiado para que se reconciliaran. Y si era sincera, ella no quería ver las reconciliaciones de Harry y Morrigan. Estaba segura de que eran a base de lenguaje corporal.

Sacudió la cabeza, alejando esa imagen mental. Morrigan en definitiva cambió a Harry. Su hermano nunca fue así de atrevido hasta que ella apareció. No le molesta, le alegra que Harry sea un adolescente normal, y no solo se dedique a pensar que es el encargado de derrotar a Lord Voldemort.

Ya que pensaba en Voldemort, se preguntó cómo estaban las cosas para su padre fuera del castillo, o para la Orden del Fénix en general. Se hizo una nota mental de escribirle después.

— ¿Tienes un volcán en la frente o qué, Potter? — la voz arrastrada de Malfoy se hace escuchar a un lado de Roselyn, que está concentrada leyendo el libro de Transformaciones que le perteneció a su padre.

Asustada, levanta la mirada y encuentra los ojos grises de Malfoy, que brillaban burlonamente mientras examina de manera desdeñosa la estructura del rostro de Roselyn.

Con las mejillas coloradas, se arregla el cabello de tal manera que cubra su frente, donde se encuentra el estúpido grano abultado. Maldiciendo al sentir el dolor que le provoca el mínimo contacto, se dedica a ignorar lo dicho por Malfoy y busca apresurada la página que necesita para hacer el último de los ensayos que le debe a McGonagall.

Malfoy se desprende de la túnica, casi con pereza, y la deja colgando de la silla junto a Roselyn. La retira debajo de la mesa y toma asiento, sacando pluma y pergamino, pero sin perder movimiento alguno de la niña pelirroja. Roselyn está demasiado enfrascada en su tarea para notarlo, y si acaso el cosquilleo que le hacen sentir los grises orbes de Malfoy aparece, no lo pone en evidencia.

— Teoría de los hechizos no verbales en la Transfiguración — lee Roselyn, colocando el libro frente a Malfoy.

Un renovado gesto desdeñoso se cuela en sus facciones puntiagudas.

— ¿No tenías dinero para otro, Potter?

— Sólo haz tu ensayo, Malfoy — advirtió Roselyn, gruñendo entre dientes.

Draco trata de no reírse de su cara. Intenta parecer molesta, incluso intimidante, pero no sale para nada. Él sí sabe ser intimidante, tiene mucha experiencia en lograrlo. Ella no. Más bien parece una cría de escarbato. Horrible.

Ignora deliberadamente el y adorable que añade su consciencia, casi como si quisiera ponerlo de los nervios. Draco no acaba de pensar que Potter menor es adorable. El que diga lo contrario, va a recibir un buen maleficio.

— No me digas qué hacer, jengibre — advierte, dándole una de sus clásicas miradas frías. Se da cuenta, descolocado, que a ella no le mueve nada. Le devuelve la mirada indiferente y comienza su propia tarea. Vaya, eso no era para nada algo que se esperara. Toma el libro para alejar la sorpresa de su mente — Te dije que sé hacer hechizos no verbales.

— Sí, lo recuerdo — dice Roselyn, mojando de tinta la pluma de águila que sostiene — Pero los hechizos no verbales tienen una fonética diferente dependiendo del uso en que se emplean. No es lo mismo usar un hechizo no verbal para Encantamientos que usarlo para Transformaciones. 

— Porque se emplea más magia en Transformaciones — masculló Malfoy, casi de mala gana — la concentración en el hechizo y la transfiguración del objeto.

Roselyn sonrió.

— ¿Ves? No es tan difícil — se encogió de hombros, sin hacer caso de su respuesta desdeñosa.

Pasaron una media hora en silencio, sin oír nada más que sus propias respiraciones y el rasgar de la pluma sobre los pergaminos. Roselyn mueve la cabeza al ritmo de una melodía cuando se aburre, sin notar que Draco alza los ojos cada tanto del ensayo para centrarlos en ella, extrañado de los movimientos que hace sin, para él, ningún justificante.

Tenía que ser Potter piensa, desdeñosamente.

Dilo en voz alta, a ver qué te dice le reta su consciencia, y Draco imagina una versión más retorcida de si mismo riéndose de su cobardía. Desde la discusión que tuvieron en la oficina de McGonagall, Draco no ha abierto la boca para insultar a su familia, o al menos no lo hace frente a ella. 

— ¿No entiendes algo? — preguntó Roselyn, notando que se ha detenido con la pluma goteando sobre su ensayo.

Malfoy aleja la pluma al instante y maldice, por estar perdiendo el tiempo y por ponerse a pensar cosas estúpidas cuando podría estar haciendo otra cosa, si termina eso rápido y McGonagall lo deja en paz de una vez. Tiene que arreglar ese maldito armario, o sufrirá por incumplirle al Señor Tenebroso.

Roselyn mueve la varita sobre el pergamino, murmurando unas palabras, y las gotas de tintas desaparecen.

— Claro que no —responde a su pregunta, de mal humor.

Roselyn lo mira unos segundos más, para luego encogerse de hombros y seguir su ensayo de Pociones.

Draco vuelve a mirarla. ¿Por qué no responde a sus provocaciones? Ni siquiera con el tejón de la túnica debería ser capaz de aguantar tantos malos tratos de su parte.

— Habla de algo...

— ¿Qué? — Roselyn aleja la atención del pergamino, incrédula.

— Habla de algo — repite Draco, con impaciencia — Cualquier cosa, Potter. Detesto el silencio.

Roselyn no responde a la primera. ¿Acaba de decirle que le hable? Ella lamenta estar tan lenta para procesarlo, pero eso ciertamente la ha tomado por sorpresa. Creía que Malfoy desearía que ella no lo molestara, porque ya tenía suficiente con pasar las tardes con ella como un perrito guardián, viéndolo hacer las tareas de McGonagall.

Pero Draco no miente. Él detesta el silencio. O al menos empezó a detestarlo luego de la llegada del Señor Tenebroso a Malfoy Manor. Draco no vive con personas especialmente ruidosas, eso es cierto. La cosa es que Malfoy Manor, antes, se sentía viva. Llena de magia. Se sentía un hogar. Ahora solo parece un cementerio de magos tenebrosos, y gritos de rehenes provenientes del sótano todo el día. Draco detesta ese silencio en el que solo se escuchan los gritos.

Prefiere oír a la hermanita menor del cara rajada toda la vida a seguir pensando en esos gritos.

— ¿Cualquier... cosa?

— Sí, Potter.

Roselyn parpadea, pasando la yema de sus dedo por el borde de su pluma. Repentinamente su mente se ha quedado en blanco. No sabe qué decir.

— Tú... ah — se rasca la mejilla, acomodándose el cabello y descubriendo, sin darse cuenta, el acné de su frente. Draco, aunque lo nota, tampoco lo menciona — ¿Qué... qué clase de desastre natural eres?

Draco la mira, con la ceja arriba. ¿Qué acaba de decir?

— ¿Te pido que me hables de algo y me hablas del clima?

— Dijiste que hablara de cualquier cosa — responde bruscamente, avergonzada y arrepintiéndose de haberlo mencionado. 

Era un juego que ella, su padre y Harry jugaban antes de que su madre los recogiera para pasar el día con ella, cuando eran niños. Su padre siempre decía ¿Qué clase de desastre natural son? y Harry y Roselyn debían responderle al volver a casa, tras pasar el día, probablemente haciendo enojar a su madre porque nunca se quedaban quietos, lo que ellos pensaban que eran.

Harry siempre decía terremoto, y su padre bromeaba diciendo que sí era un terremoto, porque Harry había sido un niño muy inquieto desde pequeño. Al crecer, Harry variaba las respuestas, y luego ya no hubieron respuestas, porque dejaron de jugar. Su madre dejó de pasar ciertos días con ellos y su padre se olvidó del juego por completo. Pero Roselyn no lo hacía, y a pesar de los años, su respuesta seguía intacta, tal vez esperando que su padre, al menos una última vez, le preguntara.

Malfoy ladea la cabeza, mirándola fijamente.

— Vamos — Roselyn se encogió de hombros, incomoda — ¿Qué clase de desastre natural eres? ¿Erupción volcánica? ¿Terremoto? ¿Tsunami?

A veces, en el juego, se les unían su tío Sirius y su padrino Remus. A veces su padre también lo hacía. Su tío Sirius decía que era ridículo, pero de igual manera, él era la erupción volcánica. Su padrino lo meditaba y creía que un tornado estaba bien, porque él era el resultado de algo más (Roselyn pensaba que al decirlo, se refería a su licantropía, de la que fue infectado por culpa de los errores de Lyall Lupin, el padre de su padrino). Su padre solo se reía y esperaba que los demás dijeran lo que pensaba que era, porque según él, no tenía una verdadera definición.

— Cataclismo — dice Malfoy, luego de un rato en silencio.

Roselyn, que creía que no iba a responder, detuvo el movimiento de la pluma contra la mesa y busca sus ojos. Cataclismo. Malfoy tiene la misma expresión de su padrino cuando dice que es un tornado. Le da curiosidad. Hay algo que él oculta, y Roselyn, incapaz de apartar la mirada, comienza a sentir que lo ha juzgado mal.

— ¿Qué eres tú, Potter? — es gracioso, Draco Malfoy resulta siendo la primera persona en años que le hace a Roselyn esa pregunta que, cuando pasa de ser una niña en un mundo de rosas y ve los horrores que el mundo puede tener, anhela que le hagan, solo para recordar un poco los días dorados de su infancia.

Porque Roselyn siempre tenía la misma respuesta, sin ninguna variación, así guardaba la esperanza de que algún día volverían a jugar.

— Huracán.

Y cuando Draco Malfoy la mira a los ojos, la intensidad de la maldición asesina puesta en esos orbes ocultos bajo largas pestañas rojizas, piensa que no se equivoca. El ojo del huracán vive en Roselyn Potter. Tranquila, mientras alrededor solo existe el desastre.

Draco Malfoy tal vez sea ese desastre.








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