IV.
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TODOS ESTAMOS JODIDOS
El día del viaje a Hogsmeade, Roselyn se reunió con la profesora McGonagall en su oficina.
— ¿Qué temas están viendo en Transformaciones? —le preguntó Roselyn, ojeando el libro de Guía de la Transformación, nivel superior, que le pidió a su padre vía lechuza desde que supo que daría tutorías a Malfoy. Su padre le envío el suyo propio, de su época en Hogwarts, que tenía diversas anotaciones y modificaciones que él creyó necesarias hacer para tener un mejor resultado. Roselyn no se quejaba, ciertamente, le facilitaba el trabajo de ayudar a un estudiante de grado superior — Quiero decir, específicamente hablando.
— Transformación humana — dijo la profesora McGonagall, tomando una taza de chocolate. El comienzo del invierno resultó muy extremo, Roselyn se hallaba envuelta en varias capas de telas e incluso así, y la chimenea encendida de la profesora, sentía los escalofríos. Nunca fue una especial partidaria del frío — Se inicia con lo básico. Cambio de aspecto y hechizos no verbales.
— Jamás se me dieron bien los hechizos no verbales — susurró Roselyn, había escuchado del mismo Harry que los hechizos no verbales se les pedían para Transformaciones y Encantamientos. Dos de las materias favoritas de Roselyn, y sentía que entraría en pánico el próximo año.
— Los hechizos no verbales se ven en sexto, señorita Potter — advirtió la profesora McGonagall, mirándole sobre las gafas con una de sus cejas levantadas. Roselyn se sonrojó fuertemente — Me recuerda a su madre, señorita Potter, y a la señorita Granger. Siempre deseosas por el conocimiento.
Roselyn alzó los ojos. ¿Se parecía a su madre? Nadie nunca le había dicho antes, el único que ciertamente alguna vez se preocupó de hablarle sobre ella era su padrino, Remus Lupin, uno de los mejores amigos de su padre. Su padre no gustaba de mencionarla y tío Sirius la odiaba muchísimo, más que Harry, si eso acaso se podía.
La puerta se abrió.
— Señor Malfoy — dijo la profesora McGonagall, con voz severa. Roselyn se giró, viendo a Draco Malfoy de pie debajo del marco, usando el uniforme de la escuela y la túnica pulcramente puesta. Tenía el ceño fruncido y no parecía contento de estar ahí. Al menos eso no cambio desde la última vez que se vieron — Pensé que tenía que ir a buscarlo a su sala común.
— Estaba ocupado — masculló Malfoy, acercándose a ellas y sentándose en la silla al lado de Roselyn, sin mirarla. Dejó caer la mochila bruscamente y se dejó hundir, mirando a la profesora McGonagall con indiferencia — Ya estoy aquí ¿no?
La profesora McGonagall se giró a Roselyn.
— Puede empezar, señorita Potter.
Roselyn volvió a abrir el libro, ojeando la teoría de la transformación humana. Lamentablemente, no tenía cambios que su padre pensó necesarios. Al parecer, él entendió a la perfección lo que explicaba en realidad. Se reprendió mentalmente por no preguntar a Hermione antes, ella podría haberla ayudado. Pasó de página, repasando las instrucciones.
— ¿Por qué una niña de quinto? — preguntó Malfoy irritado, su atención puesta en la profesora McGonagall, quien continúo tomando de la taza de chocolate sin hacer caso de su tono.
Roselyn sintió algo calentarse en su pecho. Detestaba que no la creyeran capaz de las cosas, incluso si era un alumno de sexto como Malfoy.
— ¿Sabes hacer hechizos no verbales? — dijo Roselyn, cerrando el libro y dándole una mirada llena de enfado. Malfoy se giró, riéndose desdeñosamente.
— Por supuesto que sé hacer hechizos no verbales.
— Bien — se levantó de su asiento y se acercó a él, tomando su mano bruscamente y llevándola cerca de sus ojos. Malfoy emitió un alarido ahogado, demasiado sorprendido de su acción para alejarse y gritarle algo porque se atrevió, siendo una mestiza, a tocarlo. Posicionó el dedo índice de Malfoy a la altura de sus cejas y lo movió de manera lenta, enseñándole el movimiento de varita que le indicaba el hechizo. Cuando terminó, le soltó con brusquedad. — Cambia el color de mis cejas.
— Pero qué...
— Si no necesitas mi ayuda, enséñame ¿No que soy una alumna de quinto? — entrecerró los ojos furiosa. No sabía que estaba pasándole últimamente, relacionaba su malhumor a las decepciones que le había provocado su madre, pero la estaba pagando con Malfoy, quien ciertamente no tenía nada que ver en sus problemas familiares. Se sintió mal por unos segundos, aunque no se echo para atrás — Bien. Cambia el color de mis cejas, señor experto. Dale una razón a la profesora para que yo me vaya de aquí.
Malfoy no se movió.
La profesora McGonagall parecía genuinamente orgullosa cuando Roselyn volvió a sentarse, aun resoplando con molestia. Abrió el libro de nuevo y le enseñó la página de la teoría a Malfoy.
— Eso no es...
— Debe presentarme los ensayos que se ha saltado, señor Malfoy — dijo la profesora McGonagall, indiferente a la mirada de Malfoy — Iniciará con lo básico. Transformación Humana.
— Rasgos característicos de una persona — Roselyn se encogió de hombros, señalando con su dedo índice el subtítulo que su padre subrayó — ¿Qué hace a una metamorfomago lo que es?
Malfoy tomó el libro, casi con condescendencia, y sacó pergamino y pluma.
Así se pasaron toda la tarde. Malfoy terminó dos de los seis ensayos que debía entregar y Roselyn se sintió algo más tranquila cuando la profesora McGonagall le ofreció una taza de chocolate para calmar el frío. Ninguno habló más de lo necesario, Roselyn intervino cada que notaba que Malfoy se detenía y esperaba a que dijera lo que no entendía, aunque no le pareció extraño al verlo rodar los ojos y seguir escribiendo.
Nota mental: a Malfoy no le gusta pedir ayuda.
Roselyn terminó el ensayo para Historia de la Magia que debía entregar el lunes, lo que dejaba libre su domingo para pasarla con sus amigas. Se sintió repentinamente contenta de eso.
La profesora McGonagall tuvo que irse cuando Hagrid tocó a la puerta y le explicó a susurros demasiado altos que atacaron a un estudiante en Hogsmeade. Roselyn no pudo dejar pasar la manera en que Malfoy se tensó nada más escucharlo. A Roselyn le sorprendió que le incomodara tanto, pero en cuanto escuchó que su hermano estaba involucrado, ella de igual manera se desconectó de la tarea.
— Quédense aquí hasta que vuelva — les indicó la profesora McGonagall, saliendo de la oficina.
Malfoy y ella se quedaron en un silencio tenso, sólo roto por el crepitar de la chimenea. Se mordió la uña del dedo pulgar, un hábito nervioso que adquirió luego de su primer año, cuando abrieron la cámara de los secretos y pasó cuatro meses postrada sobre una camilla de la enfermería. Ser petrificada le generó sus primeros ataques de ansiedad, y apenas a inicios de noviembre ya estaba Harry metiéndose en problemas.
— San Potter — murmuró Malfoy, sonriendo sarcásticamente — Siempre metido donde nadie lo llamó.
— Cállate, Malfoy — gruñó Roselyn, sin dejar de morderse la uña.
— ¿Qué has dicho?
— Que te calles, Malfoy —repitió, frunciendo el entrecejo.
— ¿Quién te crees que eres para hablarme de esa manera, pequeña Hufflepuff? — escupió Malfoy, girándose de golpe y levantándose de su asiento.
— No — Roselyn lo imitó, encarándola — ¿Quién te crees que eres tú? ¿Qué te ha hecho Harry? ¿Qué es lo que tanto te molesta de nosotros los Potter? ¿Acaso tienes envidia o estás demasiado vacío para no darte cuenta que todos tenemos problemas? ¡No eres el único al que le puede ir mal en la vida, Malfoy!
Malfoy la miró de arriba a abajo, sus ojos grises llenos de un resentimiento que Roselyn jamás había visto en una persona. Aunque había algo más, casi como si dudara.
— No tienes la menor idea de nada, Potter — le dijo Malfoy, alzando el mentón — La tienes muy fácil con la vida.
Eso fue un golpe duro para Roselyn. Quería gritarle a Malfoy que sí, que tenía muchos problemas también. Quería echarle en cara que casi era huérfana, quería echarle en cara que se sentía relegada por todos desde que White se metió a la vida de su padre, quería echarle en cara todo su malhumor causado por una madre que era indiferente a ella y su vida, pero no lo hizo, porque no creía que Malfoy alguna vez lo entendiera.
¿Qué le iba a importar a él la familia?
— Eres tú quien no tiene la menor idea de nada — susurró, sintiendo sus ojos picar.
Malfoy rió de nuevo. El gesto desdeñoso de su rostro no le causo ningún buen sentimiento a Roselyn.
— Eso fue bastante hipócrita, Potter ¿A ti desde cuándo te importa lo que pase a los demás? Estás demasiado metida en tu mundo ideal hasta que el imbécil de tu hermano se las da del héroe mártir. Sea lo que sea que creas es muy importante — siseó, acercándose peligrosamente a su rostro — No lo es. Mira a tu alrededor. Todos estamos jodidos aquí, no sólo tú o tu perfecta familia. No tienes un pie en donde pararte para darme lecciones de empatía. Algunos tenemos mejores problemas que atender.
Roselyn se quedó sin palabras.
Los ojos de Malfoy eran grises, un gris demasiado claro para ser natural, pero viéndolos de cerca había algo inquietante en ellos. Como si cada uno de los sentimientos que Malfoy no admitía en su rostro quisieran dejarse notar, como un remolino de frustración y miedo que arrasara todo a su paso.
Como un huracán.
La profesora McGonagall volvió, y les dejó irse. Roselyn no volvió a chocar con Malfoy esa semana, pero no pudo sacar de su cabeza todo lo que él le había dicho. Todos estamos jodidos aquí.
Porque había una guerra ahí afuera, y Roselyn lo nota.
Nota lo asustados que están con el ataque a Katie Bell, una alumna de Gryffindor que Roselyn conocía porque jugaba en el equipo de quidditch junto a su hermano, en Hogsmeade. Nota que las desapariciones solo aumentan de número cada vez que llega una edición de El Profeta matutino. Nota que, como dijo Malfoy, todos están jodidos. Incluido él.
Ella no es la única.
Debe dejar de actuar como tal.
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