III.
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MALFOY
— ¿Le darás tutorías a Malfoy? — Ginny se inclinó en la mesa como si compartiera un secreto, ocasionando un sonrojo extremo por parte de Roselyn, que intentaba fallidamente de esconder su rostro detrás del libro que trataba de leer.
Carrie sonrió divertida.
— Solo dile, Rosie, o no te dejará en paz — advirtió la morena, levantando su vista del ensayo de Encantamientos el cual Roselyn estaba ayudando, al menos hasta que llegó Ginny para distraerlas.
Roselyn se arrepintió profundamente de haberles contado por qué McGonagall estaba buscándola durante las pruebas de quidditch de Gryffindor. Se había dicho a si misma que guardaría el secreto (no le gustaba la idea de cómo reaccionaría Malfoy si se enteraba que ella divulgaba por ahí que tenía una tutora, menor que él); no quería problemas, los TIMO's ya le ocasionaban suficiente estrés para agregar el hecho que Draco Malfoy buscaba su cabeza por avergonzarlo frente a toda la escuela.
Aun así, guardar secretos no era algo que se le daba bien, al menos no con Carrie y Ginny. Se hicieron amigas durante el viaje en tren de su primer curso, ya que esa vez Harry dejó sola a Roselyn (que luego se enteró fue por causa de un elfo doméstico y un auto volador a Escocia) y como era mala socializando, Ginny, quien ya la conocía a través de Ron, se apiadó de ella y evito que le diera un ataque de pánico entre tanta gente. Ginny misma le presentó a Carrie, Luna Lovegood y Colin Creevey ese día.
Por lo que sí, a Roselyn le resultaba imposible ocultarles algo.
— Sí, Ginny, le daré tutorías — Ginny claramente estaba tratando de no reírse a risotadas, echándose el largo cabello rojo detrás de la espalda. Carrie negó con la cabeza, muy divertida de las caras de Ginny, y continúo su ensayo sin prestarles verdadera atención — Y no se lo puedes decir a nadie.
— ¿Por qué no? — Ginny frunció los labios, indignada — Oh, a Ron le va a encantar oír esto.
— Te aseguro que lo hará — susurró Carrie, colocando una sonrisa cariñosa en su rostro al captar el nombre de su novio.
— Exactamente, Ginny — dijo Roselyn, suspirando frustrada cuando ella le miró sin entender — A Harry también le encantaría oír esto, o a Morrigan — Ginny bufó fastidiada, pero Roselyn no le prestó atención — No puedo decirles. Malfoy se dará cuenta que lo saben y me hará la vida un infierno.
— Tengo mocomurciélagos — advirtió Ginny, jugando con la punta de su varita.
— Te lo agradezco, pero no puedes pelear todas mis batallas — Roselyn colocó los ojos en blanco, cerrando el libro y dejándolo caer cuidadosamente junto a los rollos de pergamino que eran sus ensayos ya acabados — Lo digo enserio. Solo son tutorías. Él debe comportarse o reprobará. La profesora McGonagall lo dijo.
— Siendo sincera, que Malfoy se comporte suena tan posible como que te agrade White — dijo Carrie, dejando la pluma sobre el tintero procurando no regar gotas sobre la mesa — Y Rose, no quiero ser grosera, pero que te agrade White no es un futuro cercano si lo planteamos así.
— Yo nunca dije que me desagradara White — balbuceo Roselyn, colocándose colorada al sentir las miradas escépticas que le regalaban Carrie y Ginny.
— Digamos que sí — ironizaron ambas.
Roselyn no les prestó atención.
Octubre pasó como una brisa y los alumnos de quinto estaban cada vez más atareados con los trabajos que los profesores les dejaban en clase, como un repaso para sus TIMO's, aunque tenía la sospecha que habían apostado sobre a quién hacían llorar de frustración más rápido. Incluso para ella, a quien le gustaba dividir su tiempo y repartirlo de manera equitativa para aprovechar bien sus sesiones de estudio, le resultaba algo difícil seguir el ritmo que los profesores esperaban de ellos.
Incluso así, Roselyn se abrió un momento los sábados en la tarde para las tutorías de Malfoy. Con la profesora McGonagall vieron el horario y fue ella misma la que le dijo a Malfoy la manera en que debían funcionar las cosas. Hasta ahí, todo bien. Roselyn podía vivir con su profesora de Transformaciones como la mediadora entre ella y el chico más desagradable de toda la escuela.
El problema estaba en que Malfoy nunca llegó.
El primer sábado, cuatro semanas antes de que empezaran las salidas a Hogsmeade, Roselyn creyó que se le había hecho tarde y esperó. Fue un pensamiento crédulo, había escuchado que Malfoy siempre fue puntual con sus actividades. Aun así, ella se quedó. Dieron las 5 de la tarde, casi tres horas después de la acordada, cuando Roselyn se sintió la persona más estúpida del mundo y se escondió en su sala común lo que resto del día, a donde tuvieron que ir a sacarla Ginny y Carrie para ir a comer luego de que los de Hufflepuff de quinto les dijeran lo que pasaba.
El segundo sábado, Roselyn guardaba la esperanza de que no volvería a pasar, que Malfoy sí asistiría esa vez, solo porque tenía la decencia de estar consciente de que Roselyn estaba pasando por uno de los peores años académicos que un estudiante de Hogwarts podía tener. Eso no pasó, y una vez más, dieron las cinco de la tarde con Roselyn tratando de calmar su desesperación en la biblioteca, libros de Transformaciones de sexto curso esperando a ser abiertos alrededor de ella.
El tercer sábado, Roselyn tomó camino a la biblioteca por obligación, mas que por ganas. Ahí pasó toda la tarde, sin señal alguna de vida de parte de Malfoy. La buena noticia resultó ser que adelantó los trabajos que tenía que entregar esa semana. La mala noticia era que, de nuevo, se sintió una completa tonta.
El cuarto sábado, Roselyn se quedó en su sala común tomando chocolate caliente (que las elfinas de la cocina, la cual casualmente estaba al lado de la sala común de Hufflepuff, le ofrecieron para quitarse un poco el frío de los indicios de tormenta invernal) frente a la chimenea hasta que la profesora McGonagall fue a buscarla.
— ¿Señorita Potter? — le preguntó la profesora McGonagall, viéndose bastante imponente envuelta en esa túnica escocesa color esmeralda. Roselyn se atragantó con el chocolate al verla de pie junto a ella. La profesora McGonagall siempre la había intimidado, incluso su padre le dijo una vez que tuviera cuidado al tratarla, porque lo que tenía de ser la mejor maestra de la escuela (a palabras de su padre, lo cual le daba merito, ya que él odio estudiar) también lo tenía de estricta — ¿No debería estar dándole tutorías al señor Malfoy?
— Le daría las tutorías si él se dignara a asistir, profesora — masculló Roselyn, sonrojándose un poco al estar recibiendo su primer regaño (fuera de Snape o Umbridge, los profesores no tenían quejas de Roselyn), pero de igual manera sintiéndose indignada de que la culpa recayera totalmente en ella. — Me ha dejado plantada tres veces y tengo suficiente amor propio para no perder mi tiempo en alguien que claramente no está interesado.
Vale, eso fue bastante dramático. Y se podía sacar de contexto muy fácilmente.
Pero era la verdad, Roselyn lo creía. A pesar de que podía aprovechar estar rodeada de tanto conocimiento que necesitaba para sus TIMO's, Roselyn tenía una vida. Tenía amigas, un hermano a quien darle tácticas de quidditch, una cuñada a quien pedir consejos de moda (Morrigan era bastante quisquillosa en eso, tanto como lo era Roselyn con el Jorobado de Notre Dame) y con quien podía divertirse.
Ella no era una rata de biblioteca, incluso si toda la escuela pensaba lo contrario.
Y tres sábados, días que por ley no deberían estar dedicados al estudio, los pasó allí sólo para que un idiota de ese calibre nunca hiciera aparición.
La próxima vez que viera a Malfoy, lo iba a patear por hacerla perder el tiempo.
— ¿El señor Malfoy no ha estado asistiendo? — repitió la profesora McGonagall. Parecía peligrosamente disgustada — Me lo imaginaba, también ha estado faltándome con los ensayos de Transformaciones.
Roselyn la miró, con la esperanza de presenciar un posible regaño a Malfoy de parte de la profesora McGonagall. Según tío Sirius, el padrino de Harry, los regaños de la profesora McGonagall (aunque él la llamó Minnie), resultaban demasiado inolvidables.
— Venga conmigo, señorita Potter.
Y justamente como Roselyn predijo, Draco Malfoy se ganó el regaño más largo y aterrador que un estudiante de Hogwarts podía recibir de parte de la profesora McGonagall. Fue extremo, vergonzoso y muy satisfactorio para Roselyn.
Si el carmesí que se esparcía en las mejillas de Malfoy era por furia o era por cualquier otra cosa, a Roselyn ya no le importó. Él no quedaría impune de nuevo para poder hacer lo que quisiera sin pensar en lo demás. Estaba segura de que la profesora McGonagall se aseguraría de ello.
— Y deberá asistir a las tutorías de la señorita Potter — agregó la profesora McGonagall al final, deshaciendo cualquier rastro de felicidad de la cara de Roselyn. Después de todo ¿Tenía que darle tutorías? Debió haberse negado desde el principio — O quedará suspendido, señor Malfoy.
Roselyn no pensaba en Draco Malfoy como alguien que le importara demasiado ser suspendido, o expulsado, del colegio (aunque expulsado implicaba perder la varita, Roselyn suponía que eso sí debía asustarlo), pero, no pudo quedar más sorprendida que cuando notó el pánico que se cernía en los tormentosos ojos grises de Malfoy ante la insinuación de la profesora. Vale, que cosas peores se han visto y se verán.
— Es mi última advertencia — añadió, sentándose en la silla tras su escritorio — Y yo misma verificaré su compromiso. No irá a Hogsmeade la próxima semana, se quedará aquí conmigo y la señorita Potter para recibir la tutoría.
— ¿Aquí? — Roselyn se mordió el labio inferior, nerviosa. No le gustaba mucho la idea de que supervisaran mientras estudiaba. Le producía picazón en la piel.
— Aquí, señorita Potter — repitió la profesora, claramente aun estaba disgustada — Así al menos sabremos que el señor Malfoy conocerá el camino.
Malfoy parecía hacer un esfuerzo para callar comentarios mordaces. Harry le había dicho a Roselyn que Malfoy no era para nada partidario de respetar figuras de autoridad, pero era inteligente, nadie en su sano juicio se enfrentaría a la profesora McGonagall luego de esa advertencia que le había dado minutos antes.
— Pueden irse — indicó la profesora.
Roselyn no había dado ni medio paso fuera de la oficina cuando sintió que le jalaban del brazo. Paralizada, se dejó arrastrar por Malfoy hasta que estuvieron fuera del alcance de visión de la profesora McGonagall. Malfoy se veía furioso, y sus movimientos lo demostraron. Apretaba fuertemente la muñeca de Roselyn y no tuvo ninguna delicadeza al estamparla contra la pared, acorralándola.
— ¡Oye! ¿Qué te pasa? — le gritó Roselyn, pegándole en el pecho.
— Te lo advierto, Potter — siseó Malfoy, agarrándole las manos para que frenara su ataque — No te pases de lista conmigo. No me quieres conocer. Saldrás mal parada de eso.
— ¿A MI QUÉ CARAJOS ME VA A IMPORTAR CONOCERTE? — toda la molestia y la indignación que Roselyn estaba guardándose salen a flote, empujándolo y dándole un vistazo a sus ojos que, si le dieran a comparar a Draco, brillaban como el verde más potente de todos, ese que no parecía posible que existiera, ese que se quedaba fuera de la paleta de colores.
Era el mismo verde de la maldición asesina.
Y él sabía de eso. Él ya tuvo la desgracia de ver al Señor Oscuro matando. Eso era lo que menos le gustaba de ella, eso estuvo claro desde que la vio en la oficina de Minerva McGonagall por primera vez. Los del imbécil del hermano mayor nunca se vieron así. Los de Roselyn eran más peligrosos, más devastadores.
Como un huracán.
— Créeme, Malfoy, lo que menos quiero en este momento es estar cerca de ti — Roselyn bufó — Ni siquiera sé por qué acepté en primer lugar.
— Dile a McGonagall que ya no quieres hacerlo.
— ¿¡Y por qué simplemente no le presentas los trabajos y ya, eh!?
Draco rodó los ojos. Potter, siempre pensando que todo en esta vida era como decían.
— A ti no te importa eso — entrecerró los ojos con molestia — Solo mantente fuera de mi camino.
Antes de que también resultes víctima de él.
Draco Malfoy podía ser muchas cosas, pero no era un asesino. Patán, matón, arrogante, narcisista, egocéntrico y algo hipocondriaco. Lo que quieran. Cualquier cosa, pero no asesino. La misión que tenía y la presión sobre sus hombros era demasiado para él, eso lo notaba hasta el mago más ciego del mundo mágico. Ya no le importaban las razones del Señor Oscuro para ponerlo a asesinar a su director, o las razones que él mismo decía y defendía para denegar la ayuda de Snape.
Draco solo sabía que moriría como no completara la misión.
Suficiente le resultaba la idea de llevarse a Albus Dumbledore por delante. No quería agregar alguien más a la lista. Porque, ante todo, Draco era cobarde. Enfrentarse al hecho de que sus manos estaban manchadas de sangre de distintas personas, le daban ganas inmensas de vomitar lo que no desayuno en la mañana por estar pensando una forma de arreglar ese estúpido armario Evanescente.
Era gracioso. Hasta el comienzo del verano habría estado orgulloso de portar la marca, ahora no era más que un recordatorio de lo imbécil que fue. Ahora era la pequeña mascota del bando tenebroso.
— Eso va a ser un placer — Roselyn le enseñó una sonrisa de oreja a oreja y se alejó de él, tratando de calmar su agitación, enojo y las ganas de llorar que le generaba la frustración.
Ahora esta niña, pensó Draco mientras ella se alejaba, viene y me quita el poco tiempo que tengo.
Maldito sea, el día en que nacieron los Potter.
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