Capítulo 5.
Ágata era la novia más ferviente y devota del mundo. Cada cita con su novio era para ella una abrasadora emoción; se ponía hermosa y daba lo mejor de sí misma. Jamás le fallaba.
El encuentro iba a ser en el Starbucks que se alojaba a la vuelta de la universidad. Ni bien terminó sus clases, corrió al local con la ilusión de ver a su querido. Cuando llegó, supo que el trajín había sido en vano, él aun no llegaba.
A lo mejor tuvo algún imprevisto.
Sin borrar la sonrisa de su rostro, ocupó la mesa del centro donde llegaba la mejor iluminación. La instalación estaba decorada con pequeños faroles en forma de taza, y plantas ornamentales. En el centro, el logotipo del Starbucks.
Después de diez minutos de espera, una chica del personal se acercó algo incómoda para preguntarle si no iba a pedir nada.
—Sí —contestó un poco avergonzada—, pero estoy esperando a mi novio para pedir con él. Solo un momento más por favor, él vendrá pronto.
—De acuerdo señorita.
No obstante, después de media hora él aun no llegaba. Tuvo la tentación de llamarlo, pero temía molestarlo, a él no le gustaba que lo llamaran por cosas superficiales. No quería crear una excusa para pelear porque siempre la que más sufría era ella. Terminaba pidiendo perdón, aunque no hubiese tenido la culpa.
Elevaba su mirada ansiosa cada vez que la silueta de alguien aparecía por la entrada, pero esta vez la bajó rápidamente al descubrir que se trataban de Hellen y Acacia. De todas formas, ellas la notaron. Maldijo por lo bajo.
—¡Ágata! ¿Por qué no dijiste que venías para acá? Habríamos venido contigo —dijo Acacia emocionada.
—Es que quedé con mi novio aquí.
Hellen jaló la silla para sentarse.
—¿Y dónde está?
—Ya está en camino.
Acacia ocupó el asiento junto a ella.
—Te haremos compañía hasta que él llegue.
En un inicio no quería que sus amigas se sentaran con ella, pero la estaban entreteniendo mientras esperaba a su novio. Entre tanta cháchara pasó media hora, en total contando la media anterior ya había pasado una hora esperándolo. Para colmo Hellen tuvo que mencionarlo.
—Oye Agatita, ya va media hora que llevas esperando a tu novio, ¿qué no piensa venir?
Su otra amiga asintió con ella.
—Ya se tardó mucho. Háblale tal vez algo le pasó.
—No, es que...
—Espero que esté a punto de morir —intervino otra vez Hellen—, sino no debes perdonar su tardanza. Es más, ni debes esperarlo. Cuando llegues a tu cita, y él no está esperando mucho antes, toma tu bolso y vete. Debes darte tu lugar Ágata, debes saber cómo tratar a un hombre. Tu novio es un imbécil por hacerte esperar tanto.
—Eres la menos indicada para hablar de hombres Hellen, o tal vez sí porque eres una experta con ellos, ¿no?
—¡Ágata! —le riñó Acacia.
—¿Qué? Estoy diciendo la verdad. No tiene por qué meterse en mi relación ni hablar mal de mi novio. Ni siquiera sabe por qué se ha tardado.
En cuanto dijo aquello, le llegó un mensaje del susodicho.
Olvidé decirte que no puedo ir a la cita. Nos vemos luego.
Sus lágrimas amenazaron con salir en cuanto terminó de leerlo. Se puso de pie y salió a estancadas del Starbucks. Hellen sonrió con sarcasmo.
—La imbécil es ella. Apuesto a que le llegó un mensaje de él excusándose.
—No lo tomes tan mal Hellen, Ágata se pone sensible cuando se trata de su noviecito. No lo conozco, pero ya me cae de recontra mal. De hecho, me caen mal todos los hombres, todos son así —mencionó recordando el incidente con Max.
—Por eso no tengo el menor resentimiento de utilizarlos.
—Haces bien Hellen, si estuviera en tu situación también lo haría.
Una vez terminaron sus bebidas, volvieron al campus. Los chicos las esperaban en su lugar "secreto": un salón abandonado en la facultad de ciencias sociales.
Acacia no quería ver a Max, sin embargo, no tenía una excusa para no encontrarse con él. Tampoco tenía por qué que alejarse de sus amigos por algo así.
Cuando estuvieron a punto de entrar al aula, ella lo observó a través de la ventana polvorienta; sintió una especie de punzada en el estómago. Sólo quiso salir de ahí antes que la viera.
—Hellen, me voy a la biblioteca, me acordé de la práctica de mañana; no he leído nada.
Sin dar marcha atrás desapareció por el corredor sin permitir que su amiga soltase palabra alguna. Cuando llegó a la biblioteca, dejó caer su cabeza sobre la mesa. Le preocupaba el sentimiento que nacía muy dentro por Max, aunque él no sintiese nada por ella.
Y hablando del rey de roma...
Su voz resonante le hizo temblar.
—Hellen dijo que ibas a estudiar.
Levantó la cabeza de sopetón. Él la escrudiñaba con el ceño fruncido.
—¿Sucede algo Acacia? —continuó.
—No —contestó seca.
—Has estado extraña estos días.
—No pasa nada.
—Entonces vamos con el resto.
—No me apetece.
—Podemos ir al cine.
—No puedo.
—¿Y no pasa nada? Necesito que me digas que hice para incomodarte, de otro modo no puedo disculparme contigo.
¿Cómo podía decirle que lo único que hizo fue no gustar de ella? ¿Cómo podía decirle que le daba celos lo atento que era con su ex? No tenía sentido, ni siquiera tenía derecho a comportarse distante con él.
—No es nada Maximiliano, en serio —susurró—. Me voy a casa.
Aunque no quería que la siguiera, en el fondo si quería, era complicado de explicar, y como él no lo hizo, se sintió triste. Para echar más leña al fuego, en la salida se encontró con Susan, caminaba rápido a diferencia de sus pasos lentos, tuvo que correr para alcanzarla.
—Hola —le dijo una vez que estuvo junto a ella.
La chica se sorprendió ya que no era común pasarse de una sonrisa obligatoria. Pero es que no podía acercarse a ella como si nada, teniendo en cuenta la historia que guardaba con el chico que le gustaba.
—Acacia, ¿qué tal?
—¿Tienes prisa? Quería invitarte a comer helado, o lo que sea que te apetezca.
De lo rápido que caminaba Susan, se detuvo de golpe.
—¿Mmm? —Sus ojos mostraron asombro—. Pues tengo que ir a trabajar, el bus se tarda casi una hora en llegar.
—Papá vendrá a recogerme, le puedo pedir que te lleve a tu trabajo. De verdad necesito hablar contigo.
Se tomó su tiempo para pensarlo, probablemente tenía curiosidad sobre lo que iba a decirle.
—Bueno.
Terminaron por ir a comer hamburguesas. Susan de verdad lo estaba disfrutando, mientras ella solo comía la carne y la ensalada. Sinceramente eran diferentes.
Se fijó en su mochila vieja y desgastada, incluso el asa tenía un amarre. Como ironía de la vida, junto a ella estaba su preciosa cartera Chanel, regalo de su madre. Tenían casi la misma edad, pero vidas totalmente distintas.
—Eres la ex de Max, ¿no?
Susan despegó los ojos de su aperitivo; dejó la mitad de la hamburguesa sobre el plato con lentitud. Se veía más seria de lo normal.
—¿Él te lo dijo?
—No, fue una amiga.
—¿Qué quieres saber?
—Su motivo de ruptura.
Ella se relamió los labios y bajó la mirada un poco melancólica. ¿También lo extrañaba?
—Realmente no lo sé.
—¿Cómo así?
—Según yo todo estaba bien entre los dos, pero de un momento a otro él terminó conmigo.
Los ojos de Acacia se abrieron de par en par. Apenas asimilaba lo que acababa de decirle.
—¿Por qué?
—No lo sé.
—¿No le preguntaste?
—No, y si no me lo dijo, su razón tendría.
Estaba de verdad impresionada. La serenidad con que Susan manejaba las situaciones eran apremiantes. La admiraba mucho y seguramente Max lo hacía también.
Pero yendo a lo mismo, ¿por qué habría terminado con ella? ¿Qué razón tendría? Si era evidente que aun la quería... ¿Tal vez sus padres se lo impidieron?
—¿Él te gusta?
La pregunta la tomó por sorpresa, pero ya que ella había sido sincera, ¿por qué no serlo también?
—Sí, pero creo que aun te quiere, yo no significaré nada para él en un millón de años.
—No es así. Pienso que los dos harían una linda pareja, no te desanimes.
—¿A ti no te molestaría?
—No tendría por qué. No hay nada entre los dos más que aprecio. Ve por él si así lo deseas.
Escuchó el claxon del carro de su papá. Llevó con ella a Susan, y cada que intercambiaba palabras con su progenitor, se admiraba del vasto conocimiento que poseía. Era una chica deslumbrante comparada con ella. Se sentía pequeña a su lado.
Al dejarla en su trabajo, su padre la felicitó por tener amigas que influyeran de manera positiva en su vida. Si supiera que más que una amiga era una especie de rival... Pero no podía odiarla ni hacerle berrinche porque era imposible, Susan emitía sinceridad y respeto.
Luego del encuentro, en lugar de disipar las dudas, había agregado unas cuantas más a su cabecita. Era demasiado extraño lo que había escuchado. ¿Y si se lo preguntaba directamente a Max...? ¡No! ¡De ninguna manera!
***
Héctor giró y giró con su mano la identificación de su hermano gemelo. Lo que estaba por hacer significaba el punto de inicio de una nueva etapa. Un plan que probablemente traería consigo muchas consecuencias más negativas que positivas.
En su cabeza se produjo la voz de su hermana pidiéndole que se echara para atrás, y por otro lado estaba la de su madre diciéndole todo lo contrario.
La cara sonriente y entusiasta de Maximiliano figuraba para él un quiebre en su maquinado plan, un inocente que no tenía culpa de nada, pero que jugaba una pieza importante en su misión.
Soltando un hondo suspiro se armó de valor y se adentró en la oficina del reclutamiento militar. El hombre de uniforme verde le atendió en recepción.
—¿Qué se te ofrece muchacho?
—Quiero solicitar mi enlistamiento al servicio militar voluntario.
—Me parece muy bien, no son muchos los jóvenes que se ofrecen de manera voluntaria. ¿Tienes alguna razón en especial?
—Quiero servir a mi país.
—Perfecto. ¿Cuál es tu nombre?
Héctor bajó la mirada y cerró los ojos mientras respiraba con lentitud.
—Maximiliano Sosa Prieto.
—Tu identificación.
Con la mano temblorosa se la entregó. El hombre ni siquiera dudó de que fuera suya, no tenía por qué; aun así, estaba demasiado nervioso.
Le entregó un formulario para que llenase, luego de hacerlo lo devolvió.
—Bien Maximiliano, de ser que apruebes la solicitud, nos estaremos comunicando contigo.
—Muchas gracias.
Solo cuando salió de las instalaciones, el corazón dejó de latirle a tanta velocidad. Era la primera vez que se hacía pasar por su hermano, y en efecto había sido arduo. Si todo marchaba bien, tenía que acostumbrarse, porque iba a hacerlo temporalmente.
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