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Capítulo 4.

A pedido de su hermano Héctor, Cinthia buscó en la habitación de Maximiliano su identificación. Pensó que sería difícil hallarla si es que el muchacho se la hubiese llevado consigo a su centro de estudios, pero para su buena suerte la encontró en uno de los cajones de su mesita de noche.

Los nervios que la consumían afloraron más cuando escuchó los pasos de la señora Janna acercándose. Con los dedos temblorosos guardó el pequeño documento en uno de sus bolsillos traseros.

—Cinthia —dijo animada una vez estuvo con ella.

—¿Si señora?

—El postre ya está listo, quiero que seas la primera en probarlo.

—Ya —contestó estando aun nerviosa.

Si la atrapaba no sabría qué contestar, pero aún más la mortificaba el solo pensar en su cara de decepción cuando llegara a enterarse el motivo oculto por el cual trabajaba en su casa. Todos se habían portado muy bien con ella, no quería que ninguno de la familia Sosa pasara por momentos desagradables, pero era inevitable que Héctor se echara para atrás.

Después de comer del postre que la señora Janna había preparado, fue a casa. Con la identificación en mano no dejaba de pensar en el plan que había tramado su hermano. Le horrorizaba pensar que el más afectado de la situación podría ser Max, quien no tenía culpa de absolutamente nada. Miró su foto en el documento donde sonreía con ternura, para luego sentirse terriblemente culpable.

Se encontraba tan distraída que no notó el trío de hombres peligrosos que la venían persiguiendo. Cuando abrió el portón, ellos la empujaron hacia su patio haciéndola rodar por el suelo. No tardó en reconocerlos, se trataban de los antiguos hombres a los que su difunto padre les debía dinero y muchos años de su libertad.

—¡¿Dónde está tu mamita?! —Uno de ellos la sostuvo toscamente del polo—. ¡Este mes no se ha acercado con nuestro dinero!

—Señor espéreme una semana por favor, le prometo que la siguiente le llevaré algo.

—¡Lo quiero ahora! —La golpeó con una cachetada.

—¡A mi hermana no la toques! —Héctor salió de casa echando fuego por los ojos. Con una fuerte patada apartó al hombre. Sin embargo, los otros dos rápidamente lo apresaron y empezaron a golpearlo con violencia.

—¡No! —gritó Cinthia. Intentó defenderlo, pero el que había sido golpeado por Héctor se puso de pie y la detuvo—. ¡Ya basta! Por favor —imploró con los ojos llenos de lágrimas.

Golpearon a su hermano en la cara y en el abdomen hasta dejarlo sin aliento. La sangre fluía de todas partes, y por más que pidiera auxilio, nadie parecía escucharla. No lo soltaron sino hasta que quedó inconsciente.

—Espero que su mamita entienda muy bien mi advertencia —mencionó el malhechor tras salir con sus secuaces.

Envuelta en un mar de lágrimas Cinthia se arrodilló junto a su hermano para ayudarlo.

—Héctor, ¿me escuchas? Despierta por favor. Hermano...

Temblorosa llamó a la ambulancia para que viniera por él lo más rápido posible.

Preocupada le sostuvo la cabeza y trató de limpiar la sangre que fluía por su quijada. El no merecía nada de eso. Si tan solo pudiese tener lo que le pertenecía no estaría pasando por todo aquello. Debería estar llevando una vida tranquila y cómoda, yendo a la universidad como Maximiliano, y disfrutando del confort de una familia amorosa.

El recuerdo de cuando lo vio por primera vez se le vino a la mente. Era tan pequeño y tierno que se le agitó el corazón al tenerlo en sus bracitos. En un inicio pensó que se trataba de su hermano de sangre ya que su madre había estado embarazada, pero conforme fue creciendo junto a él, se dio cuenta que no se parecían nada. No compartía rasgos con su mamá, ni con su padre. Después descubrió la verdad, y prefirió jamás haberla descubierto porque la culpa no la dejaba. Y ver a su hermano a quien amaba con todo su ser en ese estado le partía el alma.

Sentada en el pasillo de emergencia esperó compungida alguna noticia, pero la primera que llegó a su encuentro fue su mamá. Despeinada y nerviosa corrió hacia ella.

—¿Dónde está? ¿Cómo se encuentra Héctor? —le preguntó atropellando las palabras.

Cinthia tenía su mirada pegada al suelo. Luego la elevó hacia su progenitora con rabia.

—Te juro que si algo le pasa no me quedaré quieta. No voy a permitir que él sufra más. Él no debe estar aquí.

—¡¿Ya te olvidaste lo que esa gente le hizo a tu padre, Cinthia?! ¡Todo esto es culpa del señor Sosa!

—¡Héctor no tiene nada que ver en esto! ¡Ni siquiera su hermano gemelo!

—¡Es la única forma! ¡¿Cuántas veces quieres que te lo repita?!

—Bajen la voz por favor. —Un personal de salud se les acercó—. El joven ya despertó, fue atendido oportunamente. Puede pasar a verlo en la sala de observación.

Cinthia se secó las lágrimas y lanzándole una mala mirada a su madre, siguió al señor. No sabía cuánto más podía callar, pero estaba a punto de rebasar sus límites.

***

Los padres de Acacia estaban en medio de una discusión cuando escucharon el fuerte grito de su única hija. La salud de la muchacha no era precisamente óptima, así que temiendo una recaída corrieron con el corazón en la boca hacia su habitación.

—¡Acacia! —gritó Lucas siendo el primero en llegar.

Emilia apareció detrás de él con las comisuras de la boca temblando. Se esperaba lo peor.

—¿Qué-qué pasa?

Acacia se giró hacia ellos brotando una lagrimita.

—Me salió un rollo.

Sus padres se quedaron quietos.

—¿Eh? —Su madre juntó las cejas.

—Mamá —lloriqueó—, estoy gordísima. —Señaló su vientre plano.

Lucas bajó los hombros pudiendo respirar tranquilamente.

—Cualquier día nos vas a matar de un infarto, pensamos que te había pasado algo grave.

—¡Esto es grave papá!

—Yo me voy —dijo Emilia a punto de perder la poca paciencia que poseía.

—La culpa la tiene Max, él insistía en salir a comer.

Su madre que ya estaba atravesando el umbral se dio la vuelta.

—¿Max, el hijo de Janna y Derek? ¿Qué tiene él?

—¿Has estado saliendo con él? —continuó Lucas.

—Sí, somos buenos amigos.

El timbre sonó cortando de golpe la charla. La jovencita alcanzó el bolso que llevaba a la universidad y lo puso sobre su hombro.

—Es él, vino a recogerme. Adiós papá, adiós mamá, los amo.

Ambos se quedaron atónitos sin poder formular palabra alguna.

Aunque ya había pasado un mes, para Hellen habría sido lo mismo que un día. De hecho, al posterior día de su revelación, ella apareció muy campante a su centro de estudios sin explicar nada de lo ocurrido ni de su vida privada. Los chicos tampoco le cuestionaron nada ni mencionaron nada sobre el tema, después de todo era su modo de vivir y aquello no cambiaría su amistad. Solo para Gianfilippo representó un problema ya que su ilusión por ella se fue al tope. No había modo de que Hellen se fijara en él cuando no representaba ningún atractivo a lo que ella buscaba, simplemente no encajaba en sus estándares.

El tiempo no había transcurrido en vano, no solo había permitido que los chicos se hicieran más cercanos, sino que les abrió el camino para que aprendieran a trabajar en equipo. A veces a Thalía le costaba suprimir el impulso de trabajar sola, pero prontamente sus compañeros la incluían en la tarea para poder así aliviar la carga y sentirse cómoda con ellos, como en ese momento.

La maestra les había encomendado la tarea de buscar antecedentes de investigaciones sobre diversos temas de estudio, por lo que se sumergieron en la búsqueda de información en la comodidad de sus laptops. Todos permanecían en silencio, salvo los mejores amigos que eran incapaces de mantener sus bocas cerradas.

—"La chicle" se complace en acumularnos trabajo, ¿no lo crees Sosa? —Gian soltó un bostezo.

Max asintió enérgicamente.

—Totalmente.

Hellen dejó su portátil de lado para unirse a la cháchara.

—A todo esto, ¿por qué la apodan "la chicle"?

Gianfilippo soltó una risotada.

—Porque anda en boca de todos, pero nadie la traga.

Las chicas rieron, salvo Thalía que negó con la cabeza y en ningún momento dejó de teclear.

—Calderón se lo puso, luego todos resultaron llamándola así —explicó Max.

Su amigo lo afirmó recordando el hecho como lo mejor de su vida.

—Siento compasión por su esposo, lo debe tener loco...

Sus amigos se percataron de la presencia de la maestra e intentaron callarlo, pero él estaba tan enfrascado en sus suposiciones que no se dio cuenta. De pronto ella se inclinó hacia su oído.

—Soy viuda, pinky —susurró.

Gian gritó sobresaltado mientras se llevaba una mano al pecho.

—¿Qué le pasó a su esposo? —preguntó inocentemente Max.

La maestra sonrió de modo siniestro para asustarlos.

—Yo lo maté.

Los jóvenes se quedaron mudos, pero luego pudieron respirar cuando escucharon la risa de su docente.

—Pobres criaturas —siseó para continuar su camino.

En el momento del receso Acacia se apartó hacia uno de los jardines de su facultad para estudiar para un examen. Sobre la mesa redonda de cemento analizaba la infinidad de separatas para su primer parcial. No se consideraba la peor estudiante, pero tampoco la mejor. Si tuviese el cerebro de Thalía o de Susan, no tendría problema alguno para almacenar información en su cabecita.

Su mano estaba pegada a su frente cuando reparó en la presencia de Max. Inmediatamente sonrió. Él se veía muy guapo con su suéter bicolor negro con beige al igual que su pantalón. Le sentaba muy bien a su aceitunada piel.

—Necesitas azúcar para estudiar —le dijo él extendiéndole un jugo.

—Max, ¿cómo me encontraste?

—Te busqué por todo el campus.

Su sonrisa se hizo más extensa. Esas pequeñas acciones hacían que el gusto que tenía por él fuera en aumento, sin embargo, aún no lograba descifrar si él sentía lo mismo o si hacía todas esas cosas por amabilidad o cariño. Se conocían desde niños después de todo.

Le gustaba su espontaneidad, lo divertidos que podían llegar a ser sus comentarios y su manera sencilla de ser.

Fijó toda su atención en su barbilla marcada y sus labios acorazonados. Él le estaba hablando, pero su voz hipnótica de bajo no le permitía concentrarse.

—¿Me estás ignorando? —Max fingió un puchero.

—No, no escuché bien, ¿qué me decías?

—Te preguntaba por el significado de tu nombre.

—Tiene muchos significados y está relacionado a diversas leyendas en diferentes culturas. Mis padres me lo pusieron en referencia a las plantas. Las acacias han evolucionado hasta crear en sí mismas gruesas espinas como defensa propia. Sus flores simbolizan la inmortalidad del espíritu, la pureza del corazón y la esperanza. Soy como las acacias para papá y mamá.

—Representas muy bien tu nombre.

—Por supuesto, si fuese una planta, efectivamente sería una acacia. —Acomodó su cabello cobrizo—. Y tu nombre, ¿qué significa tu nombre?

—Pues mi nombre es decepcionante junto al tuyo, no tiene ningún significado filosófico ni reflexivo, solo significa "el grande". Me lo pusieron porque la hermana de mi mamá a la que no llegué a conocer, le gustaba ese nombre. Mamá dice que cuando jugaban de pequeñas, la tía Jimena siempre le ponía tal nombre a su muñeco.

—De todos modos, resulta interesante.

Max elevó los hombros mientras se ponía de pie.

—¿Nos vamos?

—Aun deseo quedarme un poco más.

—Ya, te veo luego. —Acarició con cariño su cabeza, como si fuera una niña pequeña.

Acacia se quedó viendo su espalda ancha cuando él se marchó. No había modo de ocultarlo, cada día le gustaba más, el sentimiento se estaba acrecentando.

Quiso volver a su separata, pero ya no pudo concentrarse. Decidió que quería pasar más tiempo con el chico que le gustaba. Si corría probablemente lo alcanzaría.

Sus piernas largas le permitieron aproximarse prontamente hacia él. Su caminar perezoso no dejó que Max se alejara mucho, estaba en medio de otro de los jardines del campus. Estuvo a punto de nombrarlo, pero se detuvo al notar a quién él se acercaba... Susan; ella leía bajo la sombra de un árbol. Él le dio una lata de refresco, del mismo sabor que antes a ella le había dado.

Sintió celos. ¿Por qué él actuaba de esa manera? Coqueteaba con ella y tenía las mismas atenciones con su ex. O tal vez se estaba equivocando y solo era amable.

La incertidumbre y frustración le hicieron aplastar la lata que ella poseía en sus manos y arrojarla al tacho de basura que estaba a su alcance. En ese momento odiaba a Max, a él y a todos los hombres del mundo. 

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