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Capítulo 3.

En términos de confianza, Acacia se inclinaba más por su papá; aquello no quería decir quería menos a su madre, pero su progenitor tenía una personalidad que le permitía ser más accesible. Casi nunca podía mantener una charla abierta con su mamá porque sentía que la juzgaba. A pesar que su papá era sobreprotector, siempre le daba su espacio y rienda suelta para equivocarse.

—¿En qué piensas? —le preguntó Emilia sin despegar la vista de la carretera.

Podía ser sincera con ella, pero no se sentía segura de expresarle todo. Además, no deseaba sumarle alguna incomodidad. No le gustaba verla perdida en el alcohol o cigarrillos; a su papá tampoco, y ya suficientes problemas tenían como pareja. Lo que más le aterrorizaba era que llegaran al divorcio.

—En lo feliz que me siento de haber vuelto a nuestro país.

—Lo hicimos por tu salud, linda. El clima de aquí te sienta mejor.

—También la universidad. Estoy muy contenta de ir allí.

—¿Segura?

—Completamente.

—¿Necesitas ayuda de algún profesor privado?

—No hasta el momento, todo va perfecto.

—Me da gusto. Sabes que puedes contarme todo, ¿no? —Frenó de golpe debido a la intersección inoportuna de un motociclista—. ¡Maldición! ¡Maneja bien imbécil! —gritó furiosa por la ventana, pero se volvió rápidamente hacia ella—. ¿Te encuentras bien cariño? ¿No te pasó nada? —La inspeccionó azorada.

—Sí, estoy bien mamá, tranquila.

Atravesaron unas calles más para llegar al campus universitario. Emilia se estacionó con precaución, hasta que se detuvo al notar la presencia de una vieja conocida, Janna Prieto.

Como buena mamá también había ido a dejar a su hijo a su centro de estudio, pese a su negativa. Le arreglaba la camisa a pesar de las muecas que hacía él.

—¡Max! —Acacia lo nombró—. Señora Janna.

La última nombrada le sonrió con dulzura, en tanto el muchacho se le unió para entrar.

Una vez los jóvenes se hubieron alejado, Emilia bajó del vehículo. Se encontró cara a cara con Janna. No puedo evitar cruzar los brazos estando tan cerca de ella.

—Ya no estás delgada como te recuerdo, Janna, has ganado algo de peso.

Obtuvo una sonrisa socarrona de su parte.

—Quisiera decirte algo molesto como respuesta, pero tú continúas tan regia y radiante como siempre.

No era la respuesta que esperaba, pero lo aceptó sonriendo del mismo modo.

—¿Te apetece ir por un café?

—Te sigo.

***

Mientras más los muchachos conversaban, más se agradaban. Acacia sentía que podía contarle de todo a Max, y él la escucharía con atención, aunque aún no se sentía segura de contarle sobre su secreto.

Se despidieron con un nervioso beso en la mejilla para ir cada uno a su clase.

Ella se alegró al encontrarse con Ágata y Hellen en su clase de estadística; la aburrida mañana era más llevadera con ese par. En lo que esperaban al maestro conversaron de cosas triviales como las uñas y el cabello.

—Ágata —nombró alguien.

Su amiga levantó la mirada hacia la chica que la llamó. Era baja y de complexión delgada.

—¡Susan! Había olvidado que también estudiabas aquí.

—Bienvenida a la "U". —Sonrió apenas—. Parece que llevaremos juntas este curso; no pude llevarlo el año pasado, pero ahora lo tengo que llevar obligatorio para completar créditos.

—Ya veo... ¿Te sientas junto a nosotras? Ellas son Acacia y Hellen.

Con timidez les saludó con un movimiento de cabeza y una sonrisa cerrada.

—No veo de tan lejos, tengo que sentarme adelante. Hablamos después. Un gusto chicas.

Una vez que se alejó, Hellen soltó los dardos.

—¿Qué le echa la pobre a su cabello que lo tiene tan descuidado? ¿Se fijaron en sus tremendas ojeras?

—Sí —suspiró Acacia sin perderla de vista—, se ve demasiado cansada. ¿Será que mientras más se avanza en los estudios más cansador es, que no da tiempo de producirse?

—También, pero Susan lo tiene más complicado —señaló Ágata—. Ella estudia en esta carísima universidad porque tiene beca, y para mantenerla debe tener un buen promedio ponderado. Para ser exacta, tiene que ser del tercio superior. Además, trabaja todos los días, incluso fines de semana. Ella no lo tiene fácil.

Acacia formó una "o" con la boca.

—Es una chica increíble.

Hellen también lo creía.

—¿Cómo sabes todo eso de ella, Ágata? ¿Cómo la conoces?

Ella las preparó para la bomba haciendo brillar sus ojitos llamativos.

—No lo van a creer, pero es la ex de Max.

—¡¿Qué?! —expresaron al unísono.

Hellen se veía más sorprendida.

—No parece ser su tipo de chica.

—Pues la quería mucho, incluso la presentó a su familia y amigos, por eso la conozco. Hasta ahora no sé por qué terminaron, ni él ni mi hermano me quieren contar. Sigue siendo un misterio.

—Vaya, no me lo habría imaginado —contempló la morena.

Acacia se mantuvo en silencio viendo a Susan. Parecía ser alguien simple, seguro que no se preocupaba por el frizz de su cabello, ni por lucir un maquillaje exhaustivo. Por su puesto que el outfit que tenía puesto tampoco le quitaba demasiado tiempo, ya que apenas llevaba una blusa de cuadros, un pantalón jean desgastado y zapatillas. Se hizo una rápida introspección y hasta se sintió culpable por llevar tantos accesorios.

¿Susan era el tipo de chica de Max? Pues era completamente diferente a lo que era ella. A lo mejor a él le gustaban así, a lo natural sin tanta vanidad. Y podría apostar que era madura e inteligente. No pudo evitar sentirse un poco celosa y curiosa por saber qué habría causado la ruptura de su relación.

Más tarde, al finalizar su clase, se encontraron todos en el comedor para el almuerzo. Max y Gian incluso les guardaron sitio junto a ellos. Acacia se perdió en la amplia sonrisa del primero, le estaba sonriendo a ella con ternura. Aquel simple gesto le hizo acelerar el corazón, pero luego por unos pocos segundos su mirada se desvió y su sonrisa desapareció; sus ojos se apagaron repentinamente. Al girarse descubrió a quién había mirado de esa forma, y sintió algo de tristeza al ver que Susan también lo miraba así. Max volvió a mirarla y tratar de sonreír nuevamente, pero esta vez no pudo mostrar la blancura de sus dientes. Era más que evidente que su ex aun le afectaba.

—Hola chicos, ¿qué han pedido de almuerzo? —Hellen se sentó coquetamente a lado de Gianfilippo.

—Pollo asado y puré de papas —contestó él mirándola embelesado, y embriagado por el delicioso olor de su costoso perfume.

Ágata refunfuñaba mirando quien sabe que en su celular. Fue Acacia quien se interesó en saber lo que le ocurría.

—¿Por qué reniegas tanto?

—Mi novio no me contesta y está en línea. El último mensaje que me mandó fue desde ayer en la noche.

—Tal vez está ocupado en clases por eso no puede contestarte.

—¿Entonces por qué estaría en línea?

—No solo utilizamos el WhatsApp para cosas triviales, también para comunicarnos con compañeros o profesores. Me ha pasado que solo entro a la aplicación para ver los mensajes grupales y planificar alguna tarea, más tarde veo los mensajes que en ese momento son menos importantes.

Max chasqueó la lengua seguidas veces mientras negaba con el dedo índice.

—Los chicos siempre nos damos un tiempo para las chicas que nos gustan. Si nos importan estaremos pendientes de sus mensajes.

—Completamente de acuerdo —asintió Gianfilippo—. Tu novio ya se hartó de ti hermanita, y no lo culpo.

—Gian —le regañó Hellen.

—Yo no me hartaría de ti. —Le acarició la barbilla.

Ágata hizo un puchero, estuvo a punto de lagrimear, pero no pudo hacerlo porque tenía que ir a pedir su almuerzo.

Más tarde mataron el tiempo en la sala de descanso, pero al ver pasar a la "chicle" con dirección al salón, corrieron tras de ella para no llegar tarde.

La importancia de la investigación científica podía ser bien vista y considerada por aquellos a quienes les interesaba el tema, pero para algunos estudiantes era tremendamente aburrido y estresante. Aún más realizar un ensayo sobre aquello por designio de la maestra. Les pidió que se organizasen en grupos de seis integrantes y enviar el trabajo antes de la media noche. En aquel estaban Ágata, Acacia, Max, Gian, y Hellen; les faltaba uno, pero encontrar un compañero más se les hizo difícil.

—Falta la lista de un grupo —dijo Gabriela Mistral, la docente.

Gianfilippo se le acercó con una hoja donde contenía los nombres de los integrantes de sus grupos.

—Profesora, solo pudimos armar grupo de cinco, ya no encontramos otro integrante.

—¿Cómo así, no son cincuenta y cuatro alumnos inscritos en mi curso? Con el grupo de pinky completan los nueve grupos. ¿Quién no está en ninguno?

La mano pálida de una chica se elevó entre los estudiantes.

—Yo maestra, yo no estoy en ningún grupo.

—¿Y por qué?

—Prefiero realizar mi trabajo sola, no puedo concentrarme con otros chicos.

La catedrática se acomodó las gafas con el puño para luego mirarla fijamente.

—Dígame señorita, ¿a qué carrera va?

—Administración de empresas.

—¿Y hasta qué puesto le gustaría llegar?

La chica bajó la mirada para pensarlo, pero luego la elevó segura de sí misma.

—Gerente general de alguna importante corporación.

—¿Y piensa hacer el trabajo usted sola en lugar de designar tareas al resto de sus colaboradores? ¿Cómo piensa liderar un grupo de trabajo si no sabe trabajar en equipo?

—Yo...

—Los trabajos en grupo no existen porque queremos facilitarles la vida, se los damos para que aprendan a desempeñarse como equipo y aprender a liderar, así que no quiero volver a oír que alguien no quiere ser parte de un grupo. ¿Entendido?

—Sí —corearon al unísono.

—Señorita, lamentablemente por ser lenta le tocó estar en el grupo de pinky y cerebro. Le deseo suerte porque la va a necesitar.

Las carcajadas no se tardaron. Después de eso cada grupo se reunió para avanzar hasta que terminase la hora de la profesora, luego fueron liberados por el cambio de hora.

La chica se presentó ante el grupo como Thalía. Sus ojos encapotados y mirada intimidante les asustó un poco, pero trataron de amenizar el ambiente para evitar la tensión.

Hellen los guio hasta su lujoso Ferrari aparcado frente a la puerta principal de la universidad.

—Vámonos a mi depa para concluir el trabajo, vivo sola así que nadie nos molestará.

Estuvieron a un paso de entrar al vehículo, cuando una mujer de mediana edad se posicionó frente a ellos con la cara desencajada y los ojos echando fuego. Sus pisadas la acercaron exactamente a Hellen.

—¿Te das la buena vida con la plata de mi marido? ¡Puta de quinta!

Los ojos de la muchacha se abrieron de par en par mientras sus mejillas se colorearon de rojo.

—¿Qué...qué diablos está diciendo?

—Aparte de tu matrícula universitaria, ¿también te compró esa ropa cara? —La miró de pies a cabeza.

Los chicos se quedaron atónitos sin saber qué decir. Hellen los trató de jalar un tanto nerviosa hacia el auto.

—Va...vamos chicos.

—¡¿A dónde crees que vas prostituta?! —La mujer tiró de sus cabellos; prácticamente la arrastró hacia el suelo.

Al fin los chicos reaccionaron para ayudarla, pero ya la mujer había aprovechado para golpearla y romperle el labio. En definitiva, jamás se habrían imaginado del secreto que guardaba Hellen, que todo el dinero que tenía, sus posesiones, y estudios se los pagaban sus amantes. Había empezado con ese tipo de vida desde que se volvió mayor de edad y desde entonces no hubo parado. Solía salir con tres o cinco a la vez sin que se dieran cuenta. Prefería los de treinta en adelante quienes ya solían tener estabilidad económica y las cuentas bancarias llenas. Solo hombres bien acomodados que pudiesen suplir sus costosas necesidades. Preferiblemente solteros o con esposas viviendo lejos.

No se consideraba una chica mala, solo alguien que optaba por lo fácil. ¿Le gustaba su estilo de vida? Pues, solo se enredaba con tipos que le atrajeran; a veces lo disfrutaba, pero en momento de crisis se sentía sucia y miserable. Solo ella podía saber qué realmente pensaba de sí misma. 

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