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Capítulo 2

Acacia pestañeó porque creyó que de ese modo podría corroborar que su visión no le estaba fallando. Tenía sentimientos encontrados; desde que había llegado de Argentina la imagen de Max se le dibujaba de distintas maneras, se lo imaginó de distintos tamaños y colores. Intentaba proyectar el recuerdo infantil que conservaba de él, pero al intentar agregarle porte juvenil solo lograba recrear un extraño espectro.

¿Habría cambiado? ¿Seguiría siendo el mismo niño inocente y juguetón? No podía lograr concebir una imagen precisa de él. Muy dentro deseaba que no hubiese cambiado para volver a sentir aquella confianza que alguna vez tuvieron.

Pero ahora verle de manera repentina en el cuerpo de aquel chico universitario que, si bien no le cayó mal, tampoco bien; no era demasiado apremiante. Nunca le habían gustado los chicos mujeriegos ni coquetos, así que se desilusionó que su inocente Maximiliano quien huía de las niñas, fuera así.

El reencuentro que los dos habían soñado durante años se fue a la basura. Además de la sorpresa y el primer concepto, estar sentados en una mesa con sus familias no era alentador. Apenas cruzaban miradas, y si lo hacían se avergonzaban y cambiaban de enfoque.

—Es una pena que Emilia no haya podido venir, tenía muchas ganas de verla —dijo Derek.

Los padres de los muchachos se conocían desde hace años, salvo Janna a quien conocieron mucho tiempo después, pero los papás de Emilia y el papá de Max eran amigos desde niños.

—Tenía una fuerte migraña —contestó Lucas—. Era mejor dejarla en casa porque traerla implicaba aguantar sus gruñidos. Ya saben lo rabiosa que es.

Los mayores carcajearon al recordar el fuerte temperamento de la mamá de Acacia. En sus tiempos mozos había intentado hacerle la vida cuadritos a Janna a causa del enamoramiento que tenía por Derek, pero ella tampoco era una gatita mansa. Después de todo, no se guardaron rencor ni quedaron malos entendidos, pero tampoco se volvieron amigas íntimas.

Janna fijó su mirada en la muchacha.

—Acacia se parece mucho a ti, Lucas.

Derek dejó de comer para aprovechar en molestar a su amigo.

—¿Verdad que sí, cariño? Es increíble como de un esperpento salió tan bonita criatura.

Nuevamente las risas inundaron la mesa.

—¿Qué dices, amor? Lucas es guapo.

—Déjalo Janna, es la envidia —se defendió el nombrado—. Por suerte Max se parece a su abuelo, o habría sacado su carita de flor.

—¿Qué? —Derek casi se atraganta—. Tengo un rostro muy masculino...

Y como en los viejos tiempos los mejores amigos empezaron a discutir de manera infantil. Ya Janna ni siquiera intentaba detenerlos; si Emilia hubiera estado presente le habría dado un coscorrón a cada uno, aunque lo más probable era que ella se hubiese puesto a discutir con Lucas mucho antes.

Los más jóvenes tampoco evitaron soltar su risa, y en una de esas miradas de divertidas, las suyas se encontraron nuevamente. Al inicio fue incómodo, pero después como si se hubiesen leído la mente, acordaron en que se debían una conversación.

Mientras los más adultos se entretuvieron en tratar de recuperar el tiempo y charlas perdidas, Acacia y Maximiliano subieron a la habitación de él. Lo primero que vio ella al entrar, fue su foto de niña junto a su entrañable amigo. Sintió una especie de nostalgia e inmensa felicidad al ver que no era la única que mantenía a la vista una fotografía similar. Entonces comprendió que no podía dejarse guiar por la primera impresión. Aquella tierna actitud le dijo que debía darse el tiempo de conocer nuevamente a Max, porque era más que evidente que no seguía siendo el mismo, aunque aún guardaba su lado tierno.

—Pensé que solo yo conservaba esa foto —le dijo Acacia.

Max agrandó enormemente sus ojos.

—¿Tú también la tienes?

—Claro que sí, siempre la he llevado conmigo.

Un halo invisible de simpatía se formó entre los dos. La magia que hubo nacido desde hace una eternidad parecía seguir intacta.

Aprovecharon el tiempo para contarse hasta el más mínimo detalle de sus vidas. Los temas surgían uno tras otro sin darle tregua al silencio.

—De modo que ya no eres tímido con las chicas. —Acacia no pudo evitar comentar.

Por supuesto él sabía a qué se refería. Sus mejillas se colorearon; había intentado coquetear con su amiga de infancia.

—Calderón me obligó.

Los ojos de su amiga se iluminaron.

—¿Gian? ¡Tengo muchas ganas de verlo! ¿Sigue siendo bajito? ¿Continúa teniendo el cabello ondeado?

—Ya no es bajito, de hecho, es más alto que yo, como unos diez centímetros. Intentó lacearse el cabello, pero sus ondas rebeldes no le permitieron.

—Se nota que siguen siendo mejores amigos.

—¡Princesa! —Lucas habló desde el primer piso.

—Ya tengo que irme, Max.

El asintió sin saber qué decir. Cuando ella se acercó para despedirse no supo cómo actuar, tenía muchas ganas de abrazarla, pero aún no se sentía confiado para hacerlo. Repentinamente como si hubiera leído su mente, ella lo estrechó en sus delgados brazos.

—Nos vemos en la universidad —fue lo último que le dijo.

Acacia siempre había sido demasiado conversadora y parlanchina, pero mientras viajaba en el auto de su papá de vuelta a casa, solo se concentró en mirar por la ventana. Definitivamente Lucas se preocupó por su repentino silencio.

—¿Todo bien, princesa?

—Sí papi, es solo que volver después de muchos años es un poco extraño, ¿no lo crees?

—Mi amigo se ha puesto más viejo.

—Papá —le riñó entre risas.

Cuando Lucas entró a su habitación matrimonial se atosigó con el olor de las velas aromáticas. Emilia estaba sentada sobre el sillón leyendo sobre psicología masculina que jamás llegaba a comprender. Su bata de dormir combinaba con la lavanda impregnada en cada rincón del cuarto.

—Deberías estar durmiendo si tenías fuerte dolor de cabeza.

—¿Insinúas que mentí para no ir a tu dichosa reunión?

—No sé, dímelo tú.

Su esposa volteó los ojos.

—Déjame en paz Lucas.

—¿Por qué no quisiste ir? ¿Qué temes? ¿Tal vez tienes miedo que tus sentimientos por mi mejor amigo renazcan?

Emilia se puso de pie con los ojos echando fuego.

—Basta de tus celos estúpidos. Si nunca me tuviste un poco de confianza jamás debiste casarte conmigo.

—Siempre te aprovechaste del profundo amor que te he tenido.

—Pues aun estás a tiempo de remediarlo.

—¿Para meterte en la relación de Derek y Janna?

Una sonora cacheta fue a caer en la mejilla de Lucas. Estaban tensos y con rabia hasta el cielo, pero rápidamente cambiaron sus semblantes cuando escucharon el llamado de la puerta, no podía ser otra que Acacia.

—Pasa cielo —dijo Emilia.

La muchacha les sonrió, aunque su padre tuvo que girarse porque a él le costaba fingir tan bien como a su esposa.

—¿Mamá ya te sientes mejor?

—Sí princesa. Ya te puedes ir a descansar, no te preocupes.

***

"Fundamentos de investigación" era el curso que Acacia iba a llevar con alumnos de otras carreras. Ya en su primer día había conocido a varios chicos; si en algo tenía facilidad era para hacer nuevos amigos, aunque en el fondo le costaba mostrarse confiadamente.

Al entrar a su salón, observó las bancas ubicadas de forma ascendente, no sabía si sentarse abajo o arriba. Abajo sería presa del profesor, y arriba tendría dificultad para observar las diapositivas.

—¡Hey!

Rápidamente se giró hacia la voz femenina que nombró su nombre, se trataba de la chica que recién había conocido, Hellen. Era la muchacha más preciosa y costosa que había visto. Alta, de cuerpo esbelto y cara de ángel. Su mini falda y top eran de marca, el resto de sus accesorios costaban tanto como un mes de matrícula.

—Hola, ¿puedo sentarme junto a ti? —preguntó, aunque evidentemente la había llamado para eso.

—Sube.

Como aún era temprano no tuvo que pedir permiso a nadie para llegar cómodamente hacia su amiga; el aula todavía estaba vacía.

Mientras parlaba con Hellen, notó la llegada de Maximiliano y otro chico. Levantó la mano para hacerse notar.

Gianfilippo se le quedó mirando, la reconoció como la chica que había choteado a su amigo en pleno comedor.

—¿No es la chica de ayer? —le preguntó, entornando bien los ojos—. ¿En qué momento lograste conquistarla, qué ahora te invita a sentarte junto a ella?

—Entonces vamos a compartir esta clase —fue lo único que logró decir Max sonriendo de oreja a oreja.

Sin más fue junto a ella seguido por un confundido Gian.

—Buen día Acacia.

—¡¿Acacia?! —La confusión del más alto fue en aumento.

—¿Y tú eres...?

—Es Gianfilippo —contestó Max por él.

—¡¿Gian?! ¡Pero qué cambiado estás!

El aludido solo atinaba a fruncir el ceño. Pero de pronto la miró bien y reconoció su inconfundible cabello cobrizo y carita redonda. Su nombre era Acacia, así que...

—¿Eres tú?

Ella asintió sin dejar de sonreír. Sin esperar más la abrazó con entusiasmo, pero al separarse se quedó medio trastornado con semejante belleza que descubrió a lado de su amiga. Era la criatura más sexy que había visto jamás. La risueña jovencita no dudó en extenderle la mano.

—Hellen —saludó echando hacia atrás su sedoso cabello marrón.

—Gianpipo —titubeó—, digo, Gianfilippo.

Un par de tacones punta fina resonaron haciendo eco en al amplio salón. Una mujer de mediana edad ingresó de manera elegante. Su blusa y falda tubular combinaban con sus gafas de roja montura. Su moño tomate era en extremo intimidante.

El alumnado como si de un batallón se tratase, se puso de pie para saludar a la maestra.

—Qué tierno ver sus inocentes caritas —dijo con su grave voz de contralto—. Siéntense.

Con el dedo índice se acomodó las gafas sobre el puente de la nariz para ver mejor a sus nuevas víctimas; se detuvo en el par de amigos que habían sido su peor pesadilla.

—Calderón y Sosa, más conocidos como pinky y cerebro; qué agradable verlos otra vez, espero que este año aprueben mi curso.

Los muchachos se avergonzaron al verse como el centro de atención.

—Para el resto, soy la docente de "Fundamentos de investigación", Gabriela Mistral. Mis reglas son las siguientes...

Se vio interrumpida por la llegada de una pequeña jovencita de cabello castaño.

—Buenos días maestra, ¿puedo entrar? —Sus enormes ojos y vocecita aguda la hacían ver como una tierna ardilla.

—Los alumnos que llegan después de mí ya no entran, pero por ser el primer día seré benevolente. ¿Cuál es tu nombre, jovencita?

—Ágata Calderón Carranza.

La mirada de la pedagoga fue a parar en Gianfilippo.

—Dime pinky, ¿acaso la ardillita es tu hermana?

Aún más avergonzado el chico asintió.

—De modo que la irresponsabilidad viene de familia. Ve a sentarte ardillita.

Intentando ocultar su rostro sonrojado con su cabello, Ágata se sentó junto a los únicos chicos que conocía.

—¿Por qué llegaste tarde? —le preguntó Max.

—Porque el tonto de tu amigo me dejó —dijo arrugando la naricita como un auténtico roedor.

Gian le acusó con el dedo.

—Porque te levantaste tarde.

Al sentirse observada por alguien más, Ágata miró a su alrededor hasta dar con los ojos avellana de su amiga.

—¡Acacia!

—Hola Agatita —susurró.

Las chicas a pesar de la distancia habían mantenido contacto hasta el día en que Acacia había regresado al país.

Después de clases de la "chicle", apodo que los muchachos le habían puesto a la maestra, salieron juntos al cafetín. Acacia, Ágata y Max se estaban poniendo al día, mientras Gianfilippo intentaba ligar con Hellen.

***

Después de salir del trabajo, la madre de Max llegaba siempre temprano a casa. Su esposo le había pedido que dejara de trabajar porque a veces la veía demasiado cansada, pero a pesar de la ardua labor que tenía con sus pequeños, su amor por la docencia podía más. Llevaba muchos años como maestra de inicial. A lo único que había accedido fue a contratar a una chica que la ayudase en casa.

—Mi hijo va a venir con sus amigos de la universidad —le dijo a la muchacha.

—¿Cuántos platos debo colocar en la mesa?

—Vendrán cinco, para Derek para mí y para ti.

—Hoy no podré quedarme a almorzar señora, mi hermano pasará por mí.

—Espero que algún día tu hermano y tu madre acepten mi invitación.

—Seguiré insistiendo.

Después de su labor la chica salió con una sonrisa en el rostro. Era el trabajo más agradable que tenía. Los Sosa eran personas amables, por ello no podía comprender a su madre.

A la vuelta de la esquina reconoció a su hermano parado contra la pared. Como siempre, lucía serio y aturdido, tan igual y tan diferente a Max.

—Héctor.

El muchacho al verla le sonrió.

—¿Qué tal te ha ido Cinthia?

—Como siempre bien. Nuevamente la señora Janna me pidió que te invitara a comer.

—Aun no es tiempo de que se lleve semejante impresión.

Cinthia suspiró, ya estaba cansada de intentar hacerle entrar en razón y que abortara su plan. Solo le quedaba esperar lo mejor o lo peor. 

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