Capítulo 11.
—¿De qué se trata esto Max? —cuestionó su padre molesto—. ¿Te inscribiste en el servicio militar sin nuestra autorización?
—No... Yo no... Debe ser un error.
—No mientas Max. ¿Hiciste esto para dejar los estudios? ¿En qué estabas pensando? ¿Cómo se te ocurrió esa idea loca?
Negó con la cabeza tratando de convencerlo.
—Papá, te juro que no me inscribí.
—¡Max!
Su madre intercedió.
—Cariño, tal vez es un error. Max no tendría motivo para entrar al servicio militar. Por favor no lo riñas más y busquemos una solución. Vayamos a dicha oficina y justifiquemos la equivocación.
—Espero que estés diciendo la verdad —le advirtió Derek.
Cinthia bajó la mirada y jugó con sus uñas, nerviosa. ¿Qué iba a pasar si el señor Sosa iba hasta el fondo de la situación? ¿Qué pasaría con Héctor? No quería imaginarse si todo salía mal. Por otro lado, estaba el inocente de Max. La carita de consternación que traía el pobre le partía el alma.
Acudieron a la oficina que se refería en carta. Derek arrastró consigo a su hijo para aclarar la situación e impedir que se marchara, sin embargo, la respuesta del encargado fue desalentadora.
—Señores, lo que ustedes señalan es imposible, aquí mismo tenemos la ficha de registro que completó el señor Maximiliano Sosa Prieto. —Les mostró los datos en la pantalla—. ¿Ven estas fotografías? Se las tomamos aquí mismo, lo pesamos y tallamos. No es un error.
La expresión de Max era indescriptible. No concebía el hecho de que su rostro figurara en esa pantalla y no recordar habérselas tomado.
Derek fácilmente podía extinguir con la mirada a su hijo. Se puso rojo de la rabia.
—Pa, estoy diciendo la verdad, yo no...
Su madre lo miró con decepción.
—Maximiliano, mantén la boca cerrada.
—¿Hay algo que podamos hacer? —le preguntó Derek al militar—. Mi hijo está en la universidad, no queremos que pierda clases. ¿Hay un modo de anular la inscripción?
El hombre frunció el ceño.
—Señor, esto no es un juego.
Decidió sacar su billetera.
—Puedo pagar por los perjuicios.
El militar cruzó los brazos.
—¿Está tratando de sobornarme? Mejor retírense antes que todo esto empeore.
—Pero...
Janna tomó el brazo de su esposo.
—Vamos cariño, no hay nada que podamos hacer.
Max se mantuvo pensativo en al asiento de atrás del auto. No comprendía cómo fue que se inscribió en el servicio militar, cuando era la primera vez que visitaba esa oficina.
—¡No puedo creer que hayas hecho eso sin nuestra autorización, y además nos hayas mentido, Maximiliano! —vociferó su papá—. ¿Cómo se te pasó por la mente? ¿Fue una especie de reto tonto de esos que haces con Gianfilippo? ¿Te emborrachaste e hiciste tonterías?
—Papá, hablo en serio cuando digo que no recuerdo haberme inscrito, de verdad no lo recuerdo.
Pero su foto estaba ahí... Comenzó a dudar de su memoria frágil, a lo mejor su papá tenía razón y lo había hecho en un momento de locura gracias al alcohol. Todo era posible.
—Ya viste que no hay nada que pueda hacer por ti esta vez. Lo siento, pero no puedo salvarte. Cumplirás con la responsabilidad en la que te metiste, e irás a ese bendito entrenamiento.
—Pero no quiero ir papá... Mamá.
Janna negó con la cabeza.
—Lo siento también hijo, pero tu padre tiene razón. Debes hacerte responsable de tus travesuras. No te olvides de reservar tu matrícula en la universidad.
Bajó la cabeza, derrotado. Ya no había nada más que hacer. Ni modo, tendría que enlistarse al servicio militar quién sabe por cuánto tiempo.
Le mandó un mensaje a su novia y a su mejor amigo para que fuesen a verlo, tenía que contarles cuanto antes.
Al volver a casa nadie dijo nada, teniendo a Cinthia en ascuas. Pero no muy tarde la señora Janna le contó la noticia. Se sintió aliviada por su hermano, pero también preocupada por Max. Le escribió un mensaje a Héctor comunicándole lo acontecido.
Max entró a su cuarto y admiró las paredes en tonos azulejos y grises. Se tiró boca abajo en su cama. ¿Por qué siempre se metía en ese tipo de situaciones?
Calderón y Acacia llegaron a la misma vez.
—¿Cómo es eso que te vas al servicio militar, hermano?
Se sentó desanimado al borde de su cama.
—¿Amor hablas en serio?
Max observó con tristeza el rostro angelical de su novia. Era la persona que más le preocupaba dejar atrás cuando se marchase al servicio militar. Sus padres la amaban, pero sus problemas maritales consumían su tiempo como para fijarse si se comía toda su comida o no. Miró su cuerpo delgado y sintió pesar. ¿Quién la cuidaría cuando no estuviese?
La jaló a su lado y la abrazó.
—No sé cómo pasó, pero las cosas sucedieron así de algún modo. Resulté inscribiéndome de manera voluntaria, pero no lo recuerdo. Sinceramente no sé cómo lo hice —resopló—. Mis padres no me creyeron, ya que siempre me he metido en problemas.
—¿No es extraño? —increpó su novia—. Si tú no recuerdas haberlo hecho, entonces...
—Mis datos, mi fotografía, todo está en esa ficha de inscripción. Nadie más pudo haberlo hecho más que yo. Pienso que puede ser que lo haya hecho cuando...
Miró a su amigo dándole a entender esa travesurilla que habían hecho tiempo atrás.
—¿Cuándo nos pepeamos? —inquirió Gian sorprendido.
—¡¿Ustedes se drogaron?! —acusó Acacia cubriéndose la boca.
—Silencio —pidió Max susurrando—, mis papás puedes escucharte. No fue algo que planeamos, fue por curiosidad y por un error también. Es una larga historia, que no volvimos a repetir, pero he llegado a pensar que tal vez hice esa estupidez en ese momento donde no era consciente de mis acciones.
Ambos asintieron contemplando la posibilidad. Su amigo le puso una mano el hombro, suspirando.
—Si quieres me inscribo contigo para acompañarte.
Le sonrió como respuesta.
—No creo que sea posible, el reclutamiento ya empezó.
El ambiente se tornó triste y pesado. Gian decidió alegrarlo un poco.
—¿Sabes qué? No es tan malo, volverás... ¿cómo dicen en México? Mamadísimo, todo un semental.
Estallaron en risas por la jerga que había usado.
—¿Y si vemos una película? —propuso Acacia—. Por ahora olvidémonos que Max se ausentará por un tiempo.
Estuvieron de acuerdo. Se distrajeron por ese momento viendo una película de terror. A pesar que su concentración no estaba al cien por ciento, también consiguieron reír cuando Max quiso ir al baño, pero no pudo ir solo porque le daba miedo.
Después de eso, la pareja decidió pasear alrededor de la casa. No podían creer que apenas habían comenzado y ya tenían que separarse.
Él acarició el pulgar de su novia con cariño mientras tomaba su mano. Ella se detuvo para mirarle cara a cara.
—Max, no tienes idea de cuánto voy a extrañarte.
Le partió el alma hacerla llorar. Cuando decidió hacerla su novia se prometió no hacerla llorar jamás, pero tan pronto rompió su promesa...
Con sus labios gruesos enjugó cada gota que descendía de sus ojos exóticos. Luego unió su boca con la suya por un momento, sintiéndola salada por las lágrimas.
—Mi ángel, verás que un abrir y cerrar de ojos estaré de vuelta contigo. ¿Me esperarás?
Acacia asintió convencida.
—Todo el tiempo que tardes.
Le acarició el rostro.
—Mi ángel, prométeme que comerás bien, ¿sí? Hazlo por mí.
Asintió una vez más.
—Te lo prometo, mi amor.
Se abrazaron con mucha fuerza y vehemencia. Quién sabe en cuanto tiempo volverían a verse. Pero era un hecho que se extrañarían. Habían conectado en tan poco tiempo que parecía increíble, se comprendían y se querían. Aunque recién habían empezado a salir, estaban seguros que deseaban pasar el resto de su vida juntos.
La casa Sosa Prieto era un alboroto ese día. Todos se movían de aquí para allá fijándose que Max no se olvidase nada. Cinthia puso mayor atención en el lugar donde él colocaba su teléfono celular. En cuanto se descuidó, aprovechó para sacar el móvil de su mochila y guardarlo en su mesa de noche.
En ese momento él regresó a su cuarto. Se puso nerviosa. Sus manos empezaron a sudarle. Y todo esto, recién iniciaba...
—Cinthia, te voy a extrañar. —Al momento que la abrazó, le fue inevitable no llorar. La culpa la estaba carcomiendo—. ¿Estás llorando? No lo hagas por favor. Ya verás que regreso pronto.
—Cuídate —sollozó sin poder mirarle a los ojos.
Recordó la primera vez que lo vio, le pareció estar viendo a su hermano Héctor. Inmediatamente se sintió apegada a Max, de alguna forma. Luego tras conocerlo, él se fue ganando su cariño por la forma tan linda que tenía de ser. Pero su hermano tenía más relevancia. Y pidiese lo que le pidiese, siempre estaba dispuesta a apoyarlo.
En la ceremonia de entrada se reunieron sus amigos más cercanos para despedirlo, sobre todo los recientes, de la universidad. El papá de Acacia platicaba con Derek, mientras Max formaba con el resto de voluntarios, luciendo el uniforme militar.
—Debería estar feliz porque tu hijo estará lejos de mi princesa al menos un tiempo, pero estoy preocupado por él.
—Estará bien —respondió Derek más animado de lo que estaba cuando recibió la noticia—. Estuve pensando y llegué a la conclusión que es algo bueno para mi hijo. Janna y yo lo hemos consentido demasiado, necesita valorar lo que tiene y hacerse un chico responsable. Tengo el presentimiento que mi hijo madurará.
Lucas asintió.
—Creo que Janna no está tan de acuerdo. —La señaló con la cabeza.
Ella lagrimeaba a lado de sus suegros por la sorpresiva partida de Max.
—Mi esposa aun ve a Maximiliano como un niño. Está preocupada por sus comidas y por lo solitario que puede sentirse conviviendo con gente extraña, pero en el fondo sabe que será una experiencia gratificante.
Terminada la ceremonia el muchacho se reunió con su gente para abrazarse y despedirse. Se tardó más tiempo con Acacia y con su madre que eran las que más lloraban. Trato de mantenerse fuerte, pero al darles la espalda también lloró.
El Cabo se reunió con el pelotón a su cargo para darles una inducción en la base militar donde habían sido designados.
—Los celulares están prohibidos, solo podrán usarlos una vez al día en un determinado horario. Hasta entonces los requisaré.
Todos los muchachos iban entregando sus celulares al Cabo. Max revisó el suyo en su mochila, pero no lo encontró. Incluso retiró sus objetos personales para hallarlo, pero no hubo resultados. Se restregó el rostro. No creía posible que se haya olvidado de guardarlo. Estaba seguro que lo había puesto en el bolsillo de su mochila... Y ahora, como iba a comunicarse...
—Soldado —exigió el Cabo.
—No lo traje señor.
El hombre ordenó a un oficial que lo revisará. Al comprobar que Max decía la verdad, pasó al siguiente.
Suspiró y observó al nuevo ambiente que le rodeaba. Las paredes de su habitación de un tono sombrío, desabrido; además tenía que compartirla con más chicos que no conocía. Por sorteo le tocó la cama de encima del camarote. Estaba dura y fría. Volvió a suspirar. Le tocaba ser valiente.
Por otro lado, Cinthia al llegar a casa lo primero que hizo fue encontrarse con Héctor. Ansiosa le mostró el celular de Max. Este lo recibió vacilante.
—¿Fue difícil conseguirlo?
—No realmente. Max es muy distraído. Pero me sentí muy nerviosa, sentí que mi corazón estallaría en cualquier momento.
Pudo notar sus manos aun temblorosas. Las sostuvo entre las suyas.
—Lo siento hermana. De ahora en adelante me encargaré yo.
—Héctor, ¿estás seguro?
—A veces quisiera llegar de frente y revelar mi identidad, pero eso sería creer en lo que dicen y yo... yo quiero saber quiénes son realmente. Está decidido.
Cinthia asintió. Lo comprendía, después de todo. Le ayudó a comprar maletas y una mochila igual a la que había llevado Max al entrenamiento; cosas y ropa parecida. Incluso tuvo que adquirir el uniforme militar con el que su hermano gemelo fue visto por su última vez.
Estaba listo para salir de casa en infiltrarse en la casa de su familia biológica. Su madre y hermana salieron a despedirlo.
—Hijo —le dijo su madre acariciando su rostro—, estoy orgullosa de ti. Eres muy valiente. —Hizo una breve pausa—. Hay algo que no te he contado.
—¿Qué es?
—La principal razón de mi odio por Derek Sosa radica antes de tu nacimiento. El padre de tu hermana murió por culpa de ese hombre horrible. Él lo metió a la cárcel y lo culpó injustamente por algo que no cometió. Lo dañó tanto hasta causarle su muerte —sollozó recordando el pasado.
Héctor se sorprendió. Desvió su mirada hacia su hermana, quien no fue capaz de mirarlo, sino que bajó su mirada al suelo; agobiada.
Su madre volvió a captar su atención tomando sus manos.
—¿Por qué él haría algo así? —preguntó, extrañado.
—Porque es un tipo insensible que no le interesa pisotear al resto para su beneficio. En ese entonces para ocultar errores de su empresa, utilizó a mi esposo para cubrirlos sin importarle nada. El padre de Cinthia era técnico de sistemas, reparaba computadoras y las mantenía operativas. Instalaba programas. El personal de Derek Sosa lo contrató para ese rubro. De un momento a otro fue acusado de instalar programas piratas, pero sé que él no haría algo así. Ese horrible sujeto se aprovechó que mi pobre esposo no tenía dinero ni influencias para defenderse. Lo hundió en la cárcel para proteger su empresa. No soportó la injusticia. Terminó por quitarse la vida —finalizó con voz entrecortada.
No sabía qué responder. Se sentía un poco mareado por la confesión de su madre. ¿Realmente su padre biológico era un hombre aterrador?
—¿Por qué decidiste criarme a pesar de ser su hijo?
—Porque al inicio no sabía que eras su hijo, luego al enterarme... fue algo difícil, pero tú mi querido Héctor, no tenías la culpa de nada, eras un pequeño indefenso. —Volvió a acariciar su rostro—. Decidí cuidarte como una lección de vida. Él había dañado a mi familia, pero yo iba a cuidar de su hijo, del hijo que él no quería y le resultaba inútil para seguir su legado. Tú fuiste mi consuelo, por eso te di el nombre de mi esposo, Héctor.
La abrazó y besó su sien.
—Está bien mamá, tranquila. Me vengaré por ambos. Llegaré al fondo de esto.
Más decidido que nunca se encaminó a la casa de su familia biológica. Pero los nervios de ser atrapado tan pronto le provocaban escalofríos. Si bien era idéntico a su gemelo, era consciente que su personalidad era opuesta a la de él. ¿Cómo debía actuar? ¿Qué debía hacer?
Se aproximó a las rejas blancas de la enorme casa y guio su mano al timbre; dudó en tocar. No se animaba a hacerlo.
—¿Max?
Su cuerpo tembló al escuchar el nombre de su hermano. Se giró para descubrir a Derek Sosa frente a él. No fue capaz de articular palabra alguna.
—¿Qué haces aquí hijo? —inquirió sorprendido—. ¿Qué pasó con el entrenamiento?
—Yo-yo...
—¿Qué hiciste? Pasemos a conversar adentro.
Lo dirigió hacia el interior de la casa. Observó la infraestructura tradicional que poseía, pero decoraciones modernas.
Su madre salió a recibirlos. Era hermosa. Se veía tan linda y amorosa que constantemente se preguntaba si fue capaz de abandonarlo cuando era bebé.
Ella se quedó admirándolo con detalle como si estuviese a punto de descubrir su engaño. Había escuchado que las madres son capaces de reconocer a sus hijos gemelos incluso con ojos cerrados. Por la forma en que lo miraba, le hacía pensar que tal vez sabía que no se trataba de Max.
Bajó la mirada tratando de ocultar su rostro ya que el miedo creció en su interior. De cualquier forma, ella sabía que dio a luz no solo a un hijo, sino a dos.
Tragó saliva. Las piernas le empezaron a temblar. Ahora estaba más seguro que ella lo había reconocido. La forma en que lo analizaba se lo decía. Ella lo había descubierto.
Quería huir de ahí lo antes posible, pero sus pies no se despegaban del suelo. Solo fue capaz de levantar la mirada y conectarla con su madre biológica. Notó como ella fruncía el ceño mientras no dejaba de escudriñarlo.
Sí, había sido atrapado.
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