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Capítulo 10.

Cinthia retiró su brazo rápidamente, estando igual de nerviosa que su hermano. Ambos pensaron que todo había acabado.

Derek se aproximó manteniendo una expresión seria. Los miró a los dos esperando quizás, respuestas.

Héctor lo enfrentó sin bajar la mirada, sea lo que sea que iba a decir o a hacer, que lo hiciera con él, ya que su hermana no tenía nada que ver.

—¿Qué haces aquí? —le preguntó con voz firme—. ¿No tienes clases en la universidad?

Cinthia soltó el aire que estaba conteniendo. Lo había confundido con Max. Sin embargo, Héctor aun no salía de trance, era extraño ver a su padre de tan cerca.

—Señor Derek, yo le pedí a Max que me acompañara a sacar dinero. Voy a sacar una buena suma.

La expresión del hombre se ablandó.

—Está bien, pero haz que regrese luego a la universidad.

—Sí.

Como despedida palmeó el hombro del muchacho dejándolo aun sin aliento.

Cinthia lo miró con algo de lástima, comprendía lo que su hermano sentía en lo más profundo de su ser. Necesitaba creer que sus padres habían cometido un error sin querer, que realmente no lo habían abandonado. Héctor necesitaba tanto afecto que era imposible compensar tanta carencia.

—¿Te sientes bien?

Héctor soltó un sonoro suspiro.

—Me sentí tan asustado que casi exploto. Debo aprender a serenarme ya que pronto tomaré su lugar de manera temporalmente hasta que todo se resuelva.

Le mostró el mensaje que le habían enviado de la oficina de reclutamiento. Su hermana lo leyó preocupada, no solo por él, sino también por Max.

—¿A dónde lo enviarán?

—No estoy seguro, los campos de entrenamiento suelen estar en las afueras.

—Solo espero que todo salga como deseas. Pese a todo, sabes que cuentas conmigo, ¿verdad?

—Sí.

***

El transcurso de los días fue lo más hermoso para la nueva pareja. No querían despegarse uno del otro. Salían todos los días, y compartían tiempo entre familias. Por el momento todo parecía marchar bien. Los padres de Acacia estaban manejando adecuadamente sus problemas.

El señor Lucas observaba inquisitivamente a Maximiliano que no soltaba la mano de su hija.

Ambas familias se habían reunido para disfrutar de carne a la parrilla, en el jardín de la casa Sosa Prieto.

—Vas a atravesar a mi hijo con tu mirada filosa —le fastidió Derek burlonamente.

—¿Cómo fue que mi princesa se fijó en tu engendro?

Como respuesta soltó una sonora carcajada.

—Jamás pensé verte en modo papá celoso. Mi estimado amigo, estás pagando todo el sufrimiento que le causaste a esos padres de las chicas con las que jugaste. Tienes que agradecer que es mi hijo el que pretende a tu princesa. Es un caballero bien portado, algo tonto, pero bueno.

—No deja de ser hombre, los hombres somos malos, está en nuestra naturaleza. Sino mírate a ti, hiciste sufrir a Janna.

Él miró en dirección de su esposa que cocinaba la carne en compañía de Emilia.

—Pero la hago muy feliz en recompensa. Irradia felicidad.

Lucas no podía decir lo mismo de su esposa, Emilia solo destilaba amargura.

—La mía se ve tan desgraciada.

Su amigo lo analizó.

—Las mujeres también son malas —concluyó.

—¿Es posible que una persona sea buena y mala a la vez?

—Por supuesto, habita la bondad y la maldad en cada ser humano de la tierra.

Un poco más alejadas las madres de los jóvenes charlaban discretamente. Años atrás no se habrían permitido respirar el mismo aire. Janna le guardaba rencor por lo mal que Emilia había tratado a su hermana, mientras la segunda lo hacía por temas románticos.

Ya como mujeres maduras y madres de familia debían mantener la compostura y tratar de comprenderse.

—¿Quién iba a pensar que nuestros hijos ennoviarían? —pronunció Emilia divertidamente.

—Es nuestro castigo por odiarnos —respondió Janna de la misma manera.

Cinthia se aproximó a ellos, sonriente.

—Llegó el resto de invitados, señora Janna.

Con la misma expresión entusiasta, apareció la familia Calderón Carranza. En cuanto Janna divisó a su mejor amigo, se abalanzó sobre él. El padre de Gianfilippo era su amigo de infancia, ambos compartían la misma ciudad natal.

Saludó también con un abrazo a su esposa. Aunque al inicio Yvonne sintió celos de Janna debido a la confianza que tenía con Caleb, más tarde comprendió que no había nada que temer. Luego se hicieron amigas también.

Después del almuerzo los adultos se entretuvieron jugando póker, mientras los chicos se divirtieron con los videojuegos. Salvo Ágata que permanecía con su mirada clavada en su celular, mientras se mordía la uña. Había recibido una foto donde su novio salía comiendo junto a una chica esbelta.

Dudó en hacer algo, pero quería ver de cerca si la engañaba con ella, o si era una amiga o algo parecido.

Se puso de pie dispuesta a descubrirlo.

—¿Ya te vas? —le preguntó Acacia.

—Olvidé que tengo una cita con mi novio. Nos vemos.

Los chicos intercambiaron miradas y elevaron los hombros.

***

Hellen pensó mucho para reunirse con el novio de Ágata, pero le llevaba insistiendo tantas veces que accedió a salir con él. Deseaba averiguar hasta qué punto era capaz de llegar para liberar a su amiga de ese infeliz.

En un restaurante de Sushi llegó a la cita pactada. El estúpido de Dardo le sonreía descaradamente.

Lanzó su bolsa sobre la mesa despectivamente.

—¿Qué diablos quieres? ¿Para qué me citaste en privado?

Dardo se inclinó sobre el respaldo de su silla.

—Siéntate primero, preciosa. —Le ofreció una copa de vino.

Hellen obedeció a regañadientes.

—Habla rápido que me impacientas. Solo vine para que dejes de acosarme.

—Eres hermosa.

—Dime algo que no sepa. Ve al grano.

—Quiero pasarla bien contigo. ¿Cuánto quieres?

—¿Qué dices imbécil?

—No te hagas la ofendida, sé que eres una prostituta.

Se sintió tan enfurecida que sin importar que hubiese gente a su alrededor, se levantó para plantarle una cachetada.

—Déjame en paz y hazlo también con Ágata, ella no se merece a un infeliz como tú.

Dardo la siguió. En la entrada se cruzaron con Ágata. De sus ojos tiernos y lindos emanaba fuego. Reparó en su novio, y luego en Hellen, era capaz de aniquilarla con esa mirada.

—¿Qué hacen aquí?

Su novio se mostró nervioso. Se rascó la nariz.

—Tu amiga me citó, no quise, pero insistió tanto que accedí.

Hellen no era capaz de creer lo que ese infame pronunció.

—¿Cómo...?

Ágata atacó al instante.

—¿Cuánto dinero quieres? —le preguntó—. ¿Por cuánto quieres ofrecerte a mi novio? Puedo pedírselo a mis padres.

No era fácil herirla, pero esas crudas palabras saliendo de la boca de la que supuestamente era su amiga, hincaron su pecho. Ella no tenía derecho a decirle todas esas cosas.

—Un millón de dólares, eso valgo —contestó agraviada.

—¿Qué? ¿Crees que vales tanto?

—¿No lo valgo? Soy alta, tengo buen cuerpo y una cara preciosa. ¿Puedes pagarlo? Ya que tu novio no puede, a lo único que puede acceder es a una baratija como tú.

Y con esas palabras se metió a su auto para partir.

—¡¿Quién te crees para hablarme de esa forma?! —reclamó histérica—. ¡Eres una puta, no eres más valiosa que la basura!

Hellen se mantuvo serena hasta que se alejó de esos dos. Más adelante fue capaz de derramar sus lágrimas. Nadie tenía a derecho de juzgarla. No había sentido que actuara mal desde que empezó a aprovecharse de los hombres, pero ahora se sentía diferente. De pronto empezó a sentirse poca cosa, una basura como Ágata le había dicho.

Era cierto que últimamente los utilizaba para que la llenasen de lujos. Fue así como consiguió un departamento en un vecindario suntuoso, un vehículo lujoso, ropa de marca, y la matrícula de la universidad, pero al inicio no fue así, al inicio lo hizo por necesidad. Emigró de los suburbios para buscar una mejor vida. Luego fue consciente de la reacción que causaba en los hombres, y decidió inclinarla a su favor. Su belleza era su mejor arma, tenía que aprovecharla.

Las mujeres la juzgaban, pero estaba segura que era envidia. Mientras ellas repartían favores sexuales por un momento de placer, ella lo hacía inteligentemente cobrando dinero. Ellas eran tontas, no al revés. Ellas se acostaban con cualquiera que conociesen en alguna reunión o fiesta de manera gratuita. Lo mismo para los novios y esposos. Tenía de ejemplo a Ágata, ella se entregaba al imbécil de Dardo obteniendo de recompensa maltrato y toxicidad.

Por su parte, el amor no traía nada más devoción mentecata, y fragilidad. El dinero era lo mejor que existía en la vida.

***

Max disfrutaba una tarde tranquila con su familia en la sala de estar. El ciclo de la universidad había terminado, e increíblemente pasó sin perder ningún curso, incluso logró pasar el curso de la chicle.

Todo marchaba bien. Le iba de maravilla con su novia, hasta ese momento no habían tenido una verdadera pelea. Con sus amigos la situación también iba bien, a pesar que muchas veces sus reuniones se dañaron por culpa de Hellen y Ágata, habían peleado por algo, pero nadie sabía nada, ni siquiera Acacia.

—Papá, mamá. —Se sentó en medio de ellos abrazándoles—. ¿Qué obtendré por pasar victoriosamente el ciclo?

—¿Tenemos que premiarte por cumplir tu deber? —cuestionó su padre.

—Pa, es un esfuerzo sobrenatural para mi pobre inteligencia.

Janna rio.

—No digas eso cielo, eres muy inteligente, por ejemplo, te desenvuelves muy bien con los instrumentos.

Cinthia interrumpió su charla. Le entregó a Max lo que parecía ser una carta.

—¿Y esto qué es? —cuestionó él frunciendo el ceño—. ¿Será una carta de mi Acacia?

—Qué ternura —expresó Janna.

Max desgarró el sobre para obtener el contenido. Frunció nuevamente el ceño.

Sr. Maximiliano Sosa Prieto.

Nos complace informarle que puede acercarse con su equipaje a nuestras instalaciones para iniciar su respectivo entrenamiento, y enlistarse en nuestras honorables filas de servicio militar.

Oficina de reclutamiento militar.

—¿Qué? —enunció Max sorprendido—. ¿Qué significa esto?

Sus padres le quitaron la carta para verificar su contenido. Tampoco sabían de qué rayos se trataba. 

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