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Prólogo.

El verano había llegado a su fin.

Había sido uno de los más especiales y memorables que había tenido en toda mi vida. Aquel era mi último verano en Blackstone ya que, después de que se acabara, me marcharía hacia Nueva York (ni yo misma podía creérmelo) para empezar la universidad. Me marcharía de Blackstone con todos mis amigos, en dirección a una ciudad que estaba a una larga distancia del pueblecito donde me había criado y que, esperaba, no se convirtiera en un infierno para mí; mi amiga Caroline se había mostrado más que entusiasmada con todos los planes que habíamos hecho en el trascurso del verano para nuestro futuro. Grace y yo nos habíamos mostrado igual de ilusionadas mientras Caroline no había dejado de parlotear sobre lo que tenía planeado que hiciéramos cuando llegáramos a Nueva York.

Sin embargo, lo que más estaba deseando yo en aquellos momentos era en estar ya en Nueva York. Chase me había confesado que también lo habían cogido en la universidad de Nueva York, lo que suponía que no tendríamos que separarnos al comenzar la universidad. Por ello, y con el consentimiento de Caroline (puesto que Grace había decidido irse al piso que tenían los padres de Rick, su novio, en la ciudad), habíamos conseguido encontrar un piso para los cinco (ya que Logan, novio de Caroline, y Kyle, mi propio ex novio y mejor amigo, también iban a vivir con nosotras).

Estaba nerviosa. No podía evitarlo.

Había terminado de empaquetar mis cosas, con ayuda de mis hermanos, y estaba esperando a que llegara el día señalado: el día en que me marchaba de mi hogar. Por una parte, estaba aliviada de poder marcharme de allí porque, aunque también había buenos momentos, los malos superaban a los buenos.

Me vendría bien un cambio de aires.

Alguien me rozó el brazo y me sacó de mis pensamientos de golpe. Parpadeé varias veces y miré a Chase: nos habíamos logrado escapar de una fiesta que estaba dando Caroline como despedida y habíamos llegado al lago. Muchos de nosotros nos íbamos de Blackstone y muchos más de nosotros nunca más íbamos a volver allí.

Le dediqué una sonrisa y él me la devolvió, dándome un apretón en la mano.

Estábamos sentados en uno de los troncos que había cerca del lago. Sabía que me había llevado allí por un buen motivo: era en ese preciso lugar donde, por decirlo de algún modo, había empezado todo.

Me recosté sobre él y cerré durante unos momentos los ojos. Mañana habría acabado todo y nos marcharíamos de Blackstone. ¿Qué nos esperaría en Nueva York? Había estado investigando en Internet la ciudad y me había parecido enorme.

-Mañana... -empezó Chase, removiéndose un poco-. Mañana nos iremos de aquí...

Aún le parecía increíble que el Consejo, un grupo formado de cazadores y licántropos (porque, se me había olvidado comentar que mi novio no era un chico normal y corriente, sino un hombre lobo), le hubieran permitido poder salir de Blackstone para poder proseguir sus estudios fuera del pueblo. Normalmente, por no decir en el cien por ciento de los casos, los miembros de una manada se debían quedar en el lugar en el que se asentaban, no pudiendo abandonarlo bajo ningún concepto; que le hubieran dejado a Chase que pudiera marcharse a Nueva York, después de haber decidido regresar cuando había salido huyendo tras el altercado que habíamos tenido con un grupo de cazadores que habían decidido venir aquí por un encargo hecho por uno de los miembros de los cazadores, el padre de Kyle.

Le di un golpe en el brazo y me incorporé.

-¿No estás... emocionado? -le pregunté.

Chase apoyó sus rodillas sobre los muslos y contempló el lago con gesto pensativo. Para él no era ninguna novedad salir del pueblo, ya lo había hecho un año antes y, aunque no me había contado nada de ese período en el que había estado ausente, había podido disfrutar de otros lugares alejados de Blackstone. Para él esto no era nada nuevo... comparado conmigo.

Yo jamás había salido de allí.

Cuando giró la cabeza para mirarme, sus ojos negros refulgían en la oscuridad. No con ese habitual tono carmesí que aparecía cuando estaba exaltado o enfadado; no, refulgían de alegría. A pesar del tiempo que estuvimos separados, sentía que sus sentimientos hacia mí seguían ahí, incluso más poderosos que antes.

-Estoy emocionado de que tú estés conmigo -me respondió-. De que podamos hacer esto juntos.

Su mirada añadía mucho más: «De que pueda intentar compensarte por todo el daño que te hice». Esbocé otra sonrisa y Chase me colocó la mano sobre el muslo. Desde allí podíamos oír los gritos y la música que salían del camping improvisado que habíamos montado para la fiesta de Caroline.

No quería añadir nada más que pudiera llevarnos a que habláramos de temas espinosos. Eso fastidiaría nuestra última noche y, la verdad, es que tenía otros planes para ella. Otros muy distintos.

-¿Cuáles son tus planes cuando lleguemos a Nueva York? -le pregunté, intentando cambiar de tema.

Chase me dedicó otra de sus traviesas sonrisas.

-Estoy preparándome un plan para ello -respondió y se desperezó-. Pero, no hablemos de acontecimientos futuros... hablemos de esta noche.

Fingí estar sorprendida aunque sabía perfectamente por dónde iban los tiros. La mano que había colocado Chase sobre mi muslo comenzó a descender hasta situarse sobre mi cintura. Aún tenía esa sonrisita traviesa en los labios; se encontraba un poco juguetón.

-¿Y de qué quieres que hablemos, Chase? -pregunté, coqueteando-. ¿De las bonitas vistas que tenemos?

Chase se mostró pensativo durante unos instantes.

-Mmm, precisamente eso no -su sonrisa se hizo más traviesa y en sus ojos resplandecieron una chispa de deseo-. Tenía pensado que podríamos escaparnos e irnos, no sé, a un lugar más privado.

Mi sonrisa fue más que suficiente como respuesta. Chase se puso en pie y tiró de mí para ayudarme a ponerme en pie; me dio un suave y casto beso en los labios, todo lo contrario de lo que me había esperado, y ambos nos dirigimos hacia la fiesta.

Desde que sucedió el problema de Adam y sus compañeros, los cazadores que habían venido a Blackstone a liquidar a la manada al completo de Chase donde murieron varios miembros de la manada (incluido el mejor amigo de Chase, Lay), el temor que se había creado en torno a los Doce, como así habíamos denominado los alumnos del instituto a la manada de Chase, había disminuido. Los restantes miembros de la manada que quedaban en el instituto se habían adaptado y mezclado con el resto de chicos del instituto y sus compañeras, a las que se habían vinculado, los habían imitado.

Betty, la novia de Lay, se había convertido en un miembro más de mi pandilla. Al contrario que todos nosotros, ella había decidido quedarse en Blackstone para ayudar a su familia con el negocio que regentaban aquí.

Nos cruzamos con un par de compañeros de instituto que nos saludaron mientras seguían bebiendo de sus vasos y buscamos a nuestros amigos. No tardé en divisar a Betty, que charlaba animadamente con Max, y que, en cuanto nos vio, cortó la conversación para acercarse a hablar con nosotros.

Sus mejillas estaban coloreadas y su aliento era la prueba irrefutable de que estaba borracha. Su corto pantalón estaba un poco manchado de bebida y la camiseta que llevaba estaba un poco arrugada.

Me dio un torpe abrazo, casi bañándome en su bebida. A Chase le dedicó una sonrisa.

-¡Estáis aquí! -exclamó, con demasiada efusividad-. ¿Dónde habéis estado, pillines? -nos dedicó una elocuente mirada.

Chase se echó a reír.

-Hemos estado en el lago, hablando -respondió.

Su sonrisa de borracha se hizo más amplia.

-Ya. Hablando.

Cogí de la mano a Chase y se la estreché. Si queríamos largarnos a un sitio más «privado», habría que ir cortando la conversación con Betty; a pesar de haber cumplido la mayoría de edad, mi madre seguía siendo bastante estricta conmigo en temas como la hora de llegada. En aquella ocasión me había dejado salir hasta las cuatro de la mañana y que Chase me acompañara personalmente a casa.

Eran las tres y media y estaba deseando largarme de allí.

Chase captó mi mensaje porque puso su mejor sonrisa y preguntó:

-¿Sabes dónde está Caroline? Queríamos despedirnos de ella antes de irnos.

Betty enarcó una ceja.

-¿Os marcháis ya? -parecía sorprendida y decepcionada a partes iguales.

En aquella ocasión fui yo quien respondió.

-Mi madre me ha impuesto una hora de llegada a casa y tenemos que marcharnos ya si quiero llegar a tiempo. Además, estoy un poco cansada y mañana es un día muy largo.

Betty pareció entender mis motivos como razones de peso para poder marcharnos y se lanzó a mis brazos de nuevo para darme otro abrazo. Aquella iba a ser la última vez que la vería en mucho tiempo y, dejarla aquí, me partía el corazón; me sentía responsable de la muerte de Lay y me había prometido a mí misma que iba a encargarme de ella, intentando compensarla por el error que cometí y que le había costado la vida a su compañero licántropo. Me hubiera gustado de que viniera con nosotros a Nueva York, pero ella se había negado por activa y por pasiva ante nuestras súplicas.

-¡Prométeme que me llamarás a menudo y me contarás qué tal te va! -me pidió.

Asentí, prometiéndoselo. Pareció quedarse más tranquila ante mi promesa de llamarla y ponerla al día sobre mi nueva vida en Nueva York; nos despedimos de ella y nos dirigimos al Golf de Chase. Haciendo alardes de caballerosidad, me abrió la puerta hasta que me senté y se subió al coche, arrancándolo casi al momento. Salimos de la zona del lago y Chase se giró hacia mí, mirándome con cierta picardía.

-Aún te queda tiempo suficiente para que podamos hacer lo que tú quieras -me dijo, cogiéndome de la mano-. Y la cabaña de mi familia está cerca de aquí...

La simple mención de ese lugar me sentó como si me hubieran dejado caer un cubito de hielo por la espalda. Sabía perfectamente a qué lugar se refería: la cabaña que tenía su familia en medio del bosque, donde había decidido llevarme en una ocasión para que habláramos de ciertos temas y donde habíamos hecho más que hablar. Sin embargo, no todo había sido tan agradable... allí había descubierto que Chase me había estado mintiendo. Había salido huyendo, robándole el coche incluso y atropellándolo cuando se había cruzado en la carretera.

No, ese no era uno de los lugares donde me gustaría pasar el tiempo que me quedaba antes de tener que estar en casa con Chase.

Él notó mi incomodidad y bajó la velocidad del coche, mirándome con más atención. No se le había pasado por alto que la mención de ese lugar me había puesto un tanto nerviosa.

Menuda forma de fastidiar los últimos momentos que nos quedaban en Blackstone. Los últimos momentos de tranquilidad, puesto que los días siguientes iban a ser una completa locura tras la mudanza.

-Podemos ir a cualquier otro sitio, Mina -me aseguró Chase. Hablaba en serio-. Mi madre hoy no está en casa...

La señora Whitman, como a mí me gustaba llamarla a pesar de la insistencia de ella para que la tuteara, había decidido apuntarse a salir algunos viernes con sus compañeras de trabajo. Según me contó Chase, su madre siempre se encerraba en casa y apenas hacía vida social que no fuera en el trabajo. Que hubiera aceptado salir con algunas de sus compañeras de trabajo les demostraba a Chase y su hermano que estaba haciendo un gran esfuerzo debido a que Chase, al irse de Blackstone, no estaría más con ella.

Ir a su casa no me pareció tan mala opción como ir a la cabaña.

-Vayamos a tu casa, pues -acepté.

Aquello pareció animar a Chase, que me soltó suavemente la mano y aceleró. Recordé la primera vez que monté en un coche con él; había cogido el BMW de su hermano y no se había cortado ni un pelo en superar el límite de velocidad. Como ahora.

Sin embargo, había tenido un largo verano para acostumbrarme a esa forma tan despreocupada y alocada que tenía de conducir.

Chase aparcó el Golf en el sitio que antes había ocupado el BMW de Carin y ambos nos bajamos del coche. Me cogió de nuevo de la mano (desde que había regresado de su exilio voluntario y había aceptado a volver con él siempre tenía que tocarme, parecía que tuviera miedo de, al soltarme, pudiera desvanecerme o algo) y nos dirigimos a su casa. Había estado en más de una ocasión allí y la primera vez que estuve en su casa fue... espeluznante. Su adorable madre me drogó con algún tipo de sustancia, que aún no me había atrevido a preguntarle a Chase ni a la propia señora Whitman, provocándome un extraño sueño que aún no lograba entender de dónde había salido que me había mostrado cómo había muerto mi padre.

Le apreté con fuerza la mano a Chase, que miró nuestras manos entrelazadas como si se la hubiera aplastado.

-¿Estás seguro de que tu madre no está en casa? -le pregunté, tragando saliva-. ¿Y tu hermano?

A pesar de haber solucionado los problemas que tenía con Carin, el hermano de Chase, demostrándole que me había vinculado a él, no podía evitar que me sintiera todavía un tanto impresionada. Todavía se me hacía difícil pensar en él como mi «amable y preocupado cuñado», como lo llamaba Chase cuando bromeaba sobre nuestro futuro.

De todas formas, y antes de que Chase pudiera responderme, miré a todas las ventanas, buscando luz.

Chase enarcó las cejas, divertido.

-No sería la primera vez que hacemos esto con mi familia en casa -me recordó, provocando que yo me sonrojara de golpe-. Y no, Mina, como puedes comprobar, no hay nadie. Carin está con Sabin, seguramente probando su nuevo colchón en su nueva casa, y mi madre estará en cualquier pub con sus amigas, cotilleando sobre lo que estaré haciendo o no.

Me dejó pasar a mí primero y cerró la puerta tras nosotros. Se me escapó una risita cuando me alzó en volandas y comenzó a subir las escaleras, en dirección a su cuarto; en mi pobre defensa debía de alegar que lo que había sucedido entre nosotros en aquella ocasión, estando su madre y su hermano en la cocina, había sido a causa de un calentón. Como ahora.

Al llegar a su cuarto, Chase me dejó sobre la cama y comenzó a besarme con insistencia. Sus manos no paraban de recorrer mi cuerpo mientras yo hacía un esfuerzo sobrehumano por no arrancarle la ropa. Aquella era nuestra última noche allí, en Blackstone, y, cuando viajáramos Nueva York, no sabía cuánto tiempo dispondríamos, con todo el lío de las clases, para nosotros solos.

Quizá tardaríamos un tiempo en poder hacer eso cuando estuviéramos en Nueva York y yo, personalmente, quería pasar una inolvidable última noche en el que había sido mi hogar los últimos dieciocho años de mi vida.

***

Chase me miraba con atención mientras yo terminaba de vestirme, con una sonrisa de triunfo. Sabía que, para los tíos, aquello era importante pero, por lo que había podido comprobar, para los licántropos iba más allá.

Conseguí alcanzar mi pantalón, que había acabado sobre el escritorio de Chase, y oí a mi espalda la risita ahogada de él mientras intentaba ponérmelo. Me giré hacia Chase con los brazos en jarras.

-¿Se puede saber qué te hace tanta gracia? -le pregunté, fingiendo estar muy enfadada.

Chase me dedicó una mirada de cordero degollado y se acercó a mí, sujetándome por la cintura. Conocía lo suficiente a Chase para asegurar que, cuando ponía esa mirada, era para conseguir algo.

-¿De verdad no puedes quedarte? -me respondió con otra pregunta y cambiando de tema.

Esbocé una sonrisa mordaz al entender a qué venía todo aquello. Le pasé los brazos por su pecho desnudo y los enlacé tras su nuca mientras él seguía mirándome con aquel gesto que pretendía darme pena.

A veces tenía un comportamiento de un niño de seis años un poco malcriado.

-Mi madre me ha advertido de todas las maneras posibles lo que podría sucederme si hoy no paso la noche en casa -le recordé y miré por encima de su hombro el reloj digital que tenía encima del escritorio. Eran las cuatro y cuarto; mi madre me iba a matar-. Y encima me estoy retrasando. Me has retrasado -me corregí.

Él se echó a reír entre dientes, como si estuviera orgulloso de eso. Me apretó más contra su pecho.

-Por favor, Mina -me suplicó-. Me gustaría poder pasar esta última noche contigo aquí... abrazados.

Eché la cabeza hacia atrás y solté una carcajada.

-Chase James Whitman -imité a la perfección el tono que usaba su madre cuando lo llamaba por su nombre completo-, no puedo creerme que hayas dicho tal cosa. Tú eres un tipo duro.

La sonrisa de Chase se volvió traviesa y bastante... prometedora. Estaba segura que, de pasar un minuto más allí, terminaríamos otra vez en su cama. Y yo tenía cosas que empaquetar aún para mañana.

-Quédate conmigo -me pidió, al oído.

Conseguí separarme de él. Estar tan cerca de Chase me alteraba hasta puntos insospechados y, de seguir así, iba a perder el poco autocontrol que había conseguido acumular mientras me vestía.

-Mañana tendremos todo un largo día para que estemos juntos -le dije-. Pero tengo que irme, en serio. Mañana nos espera un día muy duro.

Chase me soltó y se pasó las manos por el pelo, con fastidio.

-Maldita mudanza.

Esperé sobre su cama a que se pusiera el resto de prendas que le faltaba y bajamos de nuevo a la planta baja. No parecía preocupado por su madre, pero yo sí; no conocía de primera mano los hábitos de salida de la señora Whitman pero, algo me decía, que no había alargado nunca tanto sus noches fiesta.

Nos montamos de nuevo en el Golf y Chase condujo hasta mi casa. Levantó ambas cejas cuando vio que no había ninguna luz encendida tampoco en mi casa y me miró con un gesto irónico. Abrí la boca pero, antes siquiera de que pudiera pronunciar un simple «buenas noches», Chase cogió mi rostro entre sus manos y comenzó a besarme con la misma intensidad que antes.

-Mañana tenemos que estar despejados -comenté, cuando nos separamos para coger aire-. Y es obvio que así no lo vamos a conseguir.

Chase fingió sentirse ofendido.

-Te recuerdo que soy un licántropo -alardeó.

Me eché a reír.

-Ni siquiera un hombre lobo es capaz de despejarse, por mucho que quieras creértelo -contesté.

-Es posible -coincidió Chase-. Pero tengo otras muchas virtudes. A parte de mi evidente atractivo.

Me despedí de él con otro beso y me bajé del coche. Me dirigí a mi casa y abrí la puerta con el mayor sigilo que fui capaz; comprobé el salón y la cocina, que estaban vacíos, y subí a mi habitación. Por debajo de la puerta de la habitación de mi madre se colaban los ronquidos de mi hermano pequeño, Percy, así que supuse que todos estaban durmiendo.

Me encerré en mi habitación y observé las cajas de embalaje que ocupaban casi todo el espacio que tenía; allí había conseguido meter la mayoría de recuerdos que había ido coleccionando con el paso del tiempo y me parecía todo un milagro que hubieran conseguido caber en dichas cajas. Caí de espaldas sobre mi cama y cerré los ojos, agotada.

Apenas un año antes, mi vida había dado un giro completamente inesperado: me había enamorado de Chase Whitman; había descubierto que mi familia pertenecía a un grupo de cazadores, que se encargaban de proteger y vigilar a los licántropos que habitaban en el pueblo; me habían partido el corazón por primera vez; me habían secuestrado y usado como cebo para atraer a los licántropos. Lo peor de todo aquello había sido ver morir, y sentirme un poco partícipe de su muerte, a Lay y sentir en mis propias carnes, debido al vínculo que nos unía a Chase y a mí, el dolor que había sufrido él por la pérdida del que había sido su mejor amigo; por no hablar de haber descubierto la verdad sobre las muertes de mi propio padre y del padre de Chase y de que casi había muerto por culpa de un cazador, Adam, que había intentado asesinar a Chase.

No podía creerme que me marchara de allí y que tendría una vida completamente normal, lejos de cazadores y licántropos.

Y, lo mejor de todo aquello, era que tenía a mi lado a Chase y a mis amigos.

Nada podía salir mal.

O eso creía.

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