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9. Devil's Cry.

«Es la Marca del Cazador», la voz de Kyle aún resonaba en mis oídos, cargada de orgullo y cierto regodeo. Era obvio que toda esta situación le venía que ni pintado, dándose aquellos alardes de superioridad. Miré a Chase, que fulminaba con la mirada a Kyle.

«¿Eso quiere decir que los que creía mis amigos son, en realidad, cazadores?», la pregunta se formó en mi cabeza y se quedó allí anclada, inamovible. No podía creerme que, después de todos los días que habíamos pasado juntos, ni siquiera me hubieran dicho nada. «Quizá ellos no sepan que tú también eres una cazadora», me susurró la vocecilla insidiosa de mi cabeza.

Sí. Sí, tenía que ser eso: ni Alice ni Caleb me habían dicho nada porque ellos mismos desconocían que yo también era como ellos. El lunes hablaría con Alice y Caleb para confesarles que conocía su secreto y que lo compartía. Ellos eran la solución y clave que había estado buscando desde la negativa de Grace a echarme una mano; quizá ellos entenderían mi postura y me ayudarían a desarrollar mis habilidades como cazadora.

Si es que tenía alguna.

-Nos alegramos mucho por tu inicio como cazador, Kyle –intervino Chase, en tono conciliador. Era la primera vez que usaba ese tono con él sin tirarse los trastos a la cabeza-. Pero ahora Mina necesita descansar.

Lo cierto es que todo aquello, el torrente de información que había recibido desde que había puesto un pie en aquella casa, me había despejado por completo. Tenía ganas de averiguar más cosas sobre la Marca del Cazador y sobre mis amigos; quería conocer más cosas sobre cómo eran sus estilos de vida como cazadores allí, en Nueva York, y en el pueblo del que procedía Caleb.

Los dedos de Chase se enroscaron en los míos y yo los apreté, con fuerza. Kyle nos observaba con la misma altanería, esperando a que yo respondiera que quería conocer más cosas sobre su Marca. Lo que no sabía Kyle era que yo podía obtener esa misma información de otras fuentes que, seguramente, me la proporcionarían sin la altanería y regodeo que usaba Kyle.

-Sí –coincidí-. Será mejor que nos vayamos a mi habitación, Chase.

Kyle nos despidió con su habitual mirada cargada de cierto resentimiento, del que no parecía ser consciente, y Chase tiró de mí hasta mi habitación. Cerró la puerta a nuestras espaldas y me miró con las cejas enarcadas, como si esperara a que hiciera la pregunta del millón de dólares.

En su lugar, me acerqué a él y le rodeé la nuca con los brazos. El enfado con Chase había desaparecido y lo único que quería era tenerlo cerca de mí; recordé a Gary Harlow y sus sucias artimañas para acostarse conmigo a pesar de mis continuas negativas y sentí que me hervía la sangre. Había algo en aquel chico que no encajaba.

«No –me dije, con firmeza-. Deja de pensar en ese cretino. No merece la pena». Además, allí estaba Chase, mirándome con aquellos ojos negros que me habían hipnotizado desde que lo vi tal y como era, por primera vez, en aquella fiesta. Él era mi compañero, mi corazón se me desbocaba cuando lo tenía cerca y estaba segura de sus sentimientos hacia mí: la marca que llevaba en la clavícula, y que se había ido disimulando por el tiempo, era la prueba de que me amaba. Era posible que muchas pensaran que aquello era un poco brusco, pero eso era más que suficiente para mí.

A mí me bastaba con tener a Chase a mi lado el resto de mi vida.

Chase inclinó la cabeza hasta acariciarme el cuello con la nariz.

-He estado muy preocupado por ti esta noche –me susurró, contra mi piel.

Sentí cómo se me erizaba el vello y esbocé una diminuta sonrisa que Chase no era capaz de ver. Ese era mi Chase, no el chico que con el que me tiraba los trastos y me daba golpes bajos. Sabía que nuestra relación no siempre iba a ser perfecta e idílica pero, desde que habíamos llegado, parecía que no sabíamos estar sin discutir. Aparté de un golpe el nombre de Rebecca Danvers de mi mente; quería estar totalmente centrada en Chase.

-Sé cuidarme de mí misma –repuse, acariciándole la nuca-. ¿No te lo he demostrado ya?

Chase rió con el rostro contra mi cuello. Sus manos se estrecharon en mi cintura, apretándome contra su cuerpo; desde el año pasado, había parecido cambiar de aspecto físico: había ganado un par de centímetros de altura y sus músculos se habían definido, como si estuviera ido a gimnasio de manera regular. Si antes había resultado atractivo, ahora había duplicado su potencial. Y no solamente por el hecho de que atrajera al género femenino debido a su condición de licántropo.

-Pero no puedo evitar sentirme un poco celoso… e inútil –se sinceró Chase-. Mmmm, este vestido me resulta bastante familiar. ¿Dónde lo habré visto? –inquirió, mordisqueándome la mandíbula.

Se me escapó una risita involuntaria. Llevaba el mismo vestido que Caroline me había “obligado” a comprarme para la fiesta de los Bruce, la misma donde había hablado por primera vez con él; en otras palabras: donde había empezado nuestra difícil historia, por decirlo de algún modo.

-Déjame pensar –continuó Chase-. Ah, sí. Fue aquella vez, en la mansión de los Bruce; tú estabas en una hoguera y te quedaste deslumbrada al verme aparecer allí –le di un juguetón golpe en el pecho, conteniendo la risa-. Pero eso no fue lo mejor: te emborrachaste y tuve que llevarte a tu casa.

-Yo también recuerdo que estabas muy asustado porque temías que te vomitara en el coche de tu hermano y que me hiciste bajarme del coche –especifiqué, con cierta maldad.

Solté un chillido cuando Chase me pellizcó en la cadera y me pegó más contra la pared, dejándome completamente arrinconada.

-Fue por cabezonería –replicó, divertido-. Pero, debo confesar, que hay algo que nunca te he dicho: desde aquella noche que te vi con este vestido, tenía ganas de arrancártelo.

-Este vestido me gusta mucho –protesté, haciendo un mohín infantil.

Chase me alzó en volandas, cargándome como si me tratara de un saco de patatas, y me llevó hasta la cama, dejándome sobre ella; se quedó encima de mí, admirando mi cuerpo con un gesto de pura adoración. Sus manos buscaron la cremallera del vestido y, cuando dieron con ella, la bajó con lentitud, entreteniéndose para rozar mi piel.

-Entonces tendremos que tener cuidado con él –claudicó Chase-. Aunque aún tenga ganas de arrancártelo de golpe.

Le pasé ambas manos por encima de la camiseta que llevaba. Notaba los músculos bajo la tela y le sujeté el dobladillo, tirando de ella hasta pasársela por la cabeza; Chase se encargó de tirarla a su espalda, sin importarle donde cayera.

Las manos de él se detuvieron en el borde de mi vestido y tiró de él para que me incorporara. Obedecí y me quedé apoyada sobre los codos.

-Odio que estemos enfadados, Mina –suspiró-. Eres lo más importante para mí y, lo último que quiero, es hacerte daño.

Quería responderle que, entonces, me confesara el verdadero motivo por el cual se guardaba para sí tantos secretos. Pero yo no era la más indicada para exigirle que me confesara todos sus secretos si yo no le había contado todo lo que había sucedido anoche.

Por eso, en su lugar, cogí su rostro entre mis manos y lo besé con suavidad. Chase gimió contra mis labios y fui consciente de lo mucho que me deseaba. Ahora que ya estaba completamente recuperado, no había riesgo de que pudiera hacerle daño.

-¿Por qué no dejamos las disculpas para luego? –le propuse, con una seductora sonrisa que en mi vida había usado.

Chase se echó a reír entre dientes y terminó de desvestirme en un abrir y cerrar de ojos.

El lunes recibí una llamada de Alice, insistiéndome que terminara de vestirme y bajara, que estaba esperándome en la puerta para llevarme hasta la facultad junto a Caleb y Lena. Chase estaba sentado a mi lado en la isla de la cocina, desayunando, y me miró con cierta burla en sus ojos negros.

Parecía que nuestra relación había superado el pequeño bache y, desde el sábado, parecía que hubiéramos regresado a Blackstone. Chase se había mostrado atento conmigo y me había sacado el domingo a que pasáramos el día fuera de casa, de la tensión de la visita sorpresa de Grace y Rick.

Colgué y solté un suspiro, masajeándome la frente.

-Esa amiga tuya es un pelín hiperactiva, ¿no? –me preguntó, tragándose el bocado de cereales que se había metido antes.

Hice una mueca.

-Es un auténtico terremoto –respondí y miré el reloj-. Y tengo que marcharme de aquí si no quiero que Alice suba hasta la puerta para sacarme a rastras…

Me incliné hacia él y le planté un beso en los labios antes de echar a correr hacia la puerta. Tal y como había prometido, Alice y el resto me esperaban en el impresionante descapotable de mi amiga escuchando música a todo trapo por los altavoces.

Me acerqué al coche mirando a ambos lados de la acera, observando las caras de los transeúntes, que no parecían muy molestos con aquel escándalo; me subí al asiento del copiloto y Alice arrancó el coche dando un breve acelerón. Giré un poco la cabeza y saludé a Caleb y Lena, que me respondieron con una sonrisa. La imagen de aquellos dos enrollándose apareció en mi cabeza, aunque no tenía muy claro que hubiera sucedido en realidad; lo achacaba a los efectos de la droga que alguien me había echado en la bebida y que Gary Harlow me había negado con insistencia que no había sido él.

-¿Qué tal el resto del fin de semana, chicos? –dije, alzando la voz para que pudieran oírme por encima del aullido del viento.

Alice, que llevaba unas gafas de sol que le cubrían casi toda la cara, soltó una divertida carcajada.

-Yo creo que aún arrastro la resaca, cariño –respondió y bajó el volumen de la música hasta que únicamente fue un murmullo.

Oí la carcajada de Caleb en la parte trasera.

-Jamás hubiera imaginado que las noches de Manhattan fueran tan demoledoras –confesó.

-A mí preguntadme cuando llegue la hora de la comida, por favor –nos pidió Lena, con un hilo de voz.

No tuvimos mucho tiempo más para seguir conversando, ya que íbamos con el tiempo justo y ninguno de nosotros tenía ganas de llegar tarde a clase; Alice aparcó con elegancia su descapotable y todos nos dirigimos trotando hasta el edificio, esquivando estudiantes rezagados. Nos desplomamos sobre nuestros respectivos asientos y soltamos un suspiro a la vez; evalué las caras de mis amigos y comprobé que aún parecían estar recuperándose de la salida del viernes por la noche.

Alice me estudió con atención, mientras los otros dos se entretenían en sacar sus cosas de sus respectivas mochilas, y esbozó una sonrisa pícara.

-Te veo muy recuperada, Mina –comentó, sin perder la sonrisa-. No tendrá nada que ver con eso una reconciliación de tu novio con un buen revolcón, ¿verdad?

Me había acostumbrado a su carácter divertido y extrovertido, así que le di un ligero codazo que le acertó en el costado y que provocó que Alice estallara en carcajadas, atrayendo la atención del resto de personas que había dentro del aula y que ahora nos miraban a todos con una mezcla de sorpresa y diversión. Alice tuvo que taparse la boca con ambas manos para ahogar sus ruidosas risas.

-Eso es un sí pero con mayúsculas –continuó entre risas-. Y no me extraña, querida, ese chico es puro fuego…

-¡Alice, por favor! –le cuchicheé.

Caleb se inclinó sobre la mesa y nos observó a ambas, con una expresión divertida; Lena, por el contrario, había escondido la cabeza entre los brazos y murmuraba cosas incomprensibles.

-¿Hablando de los polvos tan maravillosos que te echa tu novio? –preguntó y cruzó una mirada cómplice con Alice.

Ella se echó a reír entre dientes, complacida con la intervención de Caleb a su favor, y Caleb sonrió, satisfecho. Al final, yo también me eché a reír; aquellas personas eran las únicas que habían estado a mi lado desde que mis propios amigos me habían dejado de lado, habían hecho lo que estaba en su mano para intentar animarme. Y yo estaba agradecida por ello. Aunque hubieran resultado ser cazadores.

Un tema que no iba a tardar en zanjar.

Los señalé con el dedo índice, tratando de adoptar una postura amenazadora.

-Os creéis muy graciosos, ¿verdad? –dije, intentando controlar las ganas de sonreír que tenía-. Pero estáis celosos…

-¡Y quién no! –exclamó Alice, alzando los brazos al techo-. Por Dios, Mina, ¿quién no se sentiría celosa de tener un novio como el tuyo?

Nuestras risas se vieron silenciadas cuando la figura del profesor apareció por la puerta.

Durante el resto de clases tuve que soportar notitas procedentes de Caleb y Alice donde habían dibujado dos muñequitos que los identificaba con Chase y conmigo en posiciones bastante comprometidas. Por no hablar de los mensajitos que había escritos debajo.

-¡Vayamos a comer algo por ahí, por favor! –nos suplicó Lena, al salir de clases.

No hubo ningún voto en contra, así que nos dirigimos a la cafetería que había en la facultad y escogimos una de las mesas que había cerca de las ventanas; elegimos nuestros asientos y Lena se excusó, alegando que tenía que ir al baño. Me mordisqueé el labio, consciente de que aquella era la oportunidad perfecta para hablar con ellos sobre sus respectivas Marcas.

En aquellos momentos estaban hablando entre ellos, así que carraspeé. Ambos se giraron hacia mí, con interés.

La Marca del Cazador de Caleb era más visible que la de Alice, que estaba oculta bajo su espesa cabellera.

¿Cómo podía empezar aquella incómoda conversación?

-No me he podido evitar fijar en vuestros tatuajes –empecé, con tacto y evaluando sus reacciones-. Y siento curiosidad por ellos. Son idénticos, ¿no?

Aquello les puso bastante nerviosos. Se miraron entre ellos, como si intentaran comunicarse mentalmente para darme una excusa creíble; entendía aquella reacción: los cazadores, al igual que los licántropos, debían proteger nuestra identidad y vigilar que ningún humano entraba en nuestro mundo. Un mundo al que no pertenecían y que era bastante peligroso.

Me apoyé sobre la mesa y los miré con seriedad.

-¿Cómo habéis conseguido vuestras Marcas del Cazador? –inquirí-. ¿Y por qué no me habíais dicho nada?

Si antes se habían puesto nerviosos, mis preguntas casi consiguieron ponerlos en estado catatónico; abrieron los ojos como platos y Caleb se rascó con insistencia la zona donde tenía el tatuaje sobre la piel. Alice miró a su alrededor, comprobando que no hubiera nadie que nos observara y estuviera atento a nuestra conversación. Después soltó un suspiro.

-Pensábamos que tú no sabías nada –me confesó, bajando la mirada-. La comunidad de cazadores es extensa y está bien comunicada, Mina; tu historia… no es ningún secreto. La muerte de tu padre fue un duro golpe para todos nosotros y, por la versión oficial que teníamos, tus hermanos y tú no estabais metidos en todo esto. Por eso mismo no quisimos decirte lo que éramos.

Esbocé una media sonrisa.

-Me temo que os ha fallado –dije-. Descubrí mis verdaderos orígenes hace poco más de un año y, desde entonces, no he pensado en si debía seguir el camino que siguió mi padre; actualmente soy miembro del Consejo de Blackstone, pero le he cedido el puesto al… novio de mi madre –se me atascaron las palabras en la garganta, desde siempre había sido «tío Henry»-. Me gustaría mucho que, vosotros, me ayudarais con tema en cuestión…

Caleb y Alice se miraron, con sorpresa.

-Por supuesto, Mina –accedió Alice, sin pensárselo dos veces-. Nosotros, incluido Lena, estaremos aquí para lo que necesites.

Parpadeé varias veces. ¿Lena también era una cazadora?

Mi actitud de desconcierto arrancó a Caleb y Alice una sonrisa condescendiente.

-Los cazadores solemos reconocernos entre nosotros, Mina –me explicó Alice y a mí me sonó un poco a broma privada-. Y, ahora que nos hemos sincerado, siento que me he quitado un peso de encima.

No podía creerme que se hubieran sincerado conmigo sin poner obstáculo alguno; los miré de nuevo con respeto y con un renovado sentimiento de amistad. El hueco que había dejado el abandono de los que había creído mis amigos se había llenado de nuevo, y llevaba los nombres de aquellos tres chicos que no habían tenido ningún reparo en introducirme en su grupo.

Me sentía con libertad para poder exponer mis dudas sobre el mundo de los cazadores y que no habían encontrado aún respuesta por la negativa de la que había sido mi mejor amiga a hablar sobre el asunto.

-¿Por qué Lena no lleva la Marca? –inquirí, con curiosidad.

-Porque aún no he terminado mi entrenamiento, Mina –suspiró una voz a mis espaldas. Lena.

Todos nos giramos hacia ella y Caleb le brindó una cálida sonrisa. De nuevo tenía esa extraña sensación que entre aquellos dos había algo más que una simple amistad y ser compañeros de piso; Lena se sentó a mi lado y me dio un par de palmaditas en la rodilla. Se había puesto algo de maquillaje para cubrir su palidez pero, aun así, tenía mala cara.

-Lamento no haber sido sincera contigo, Mina –se disculpó, con total sinceridad-. Pero no queríamos arriesgarnos.

Decidí que había llegado el momento de hablarles de la idea que tenía en mente desde que un licántropo desconocido hubiera atacado a Chase sin motivo alguno. Y no solamente eso: recordaba a la perfección lo inútil que había sido cuando Adam y los suyos me habían secuestrado y llevado a un almacén.

Además, yo también entendía su postura y el por qué habían decidido ocultarme que también pertenecían a los cazadores. Y, ahora que me habían aceptado entre ellos (o eso esperaba), tenía vía libre para la ronda de preguntas.

Quizá tendría la oportunidad de averiguar quién demonios atacó a Chase y por qué, aunque él siguiera empecinado en achacarlo a una simple cuestión de «territoriedad».

Mis labios formaron una sincera sonrisa y me recoloqué en mi asiento, dispuesta a bombardearlos a preguntas.

-¿Qué es la Marca del Cazador? –fue la primera pregunta que hice; la más inmediata.

Lena ocupó su asiento mientras Caleb y Alice parecían estar debatiéndose quién de ellos dos respondía a mi pregunta. Me moría de curiosidad y era la primera vez, después del año pasado, que era capaz de estar dentro de una organización; por supuesto, nadie más que yo sabría que, a pesar de las primeras quejas que expuse al enterarme de quién era (o quién había sido mi padre, mejor dicho), le estaba cogiendo el gustillo a todo aquello. ¿Quién no había deseado esto alguna vez en su vida?

-Por lo que puedo adivinar –empezó Alice, que parecía haberse proclamado la portavoz dentro del grupo- apostaría a que no tienes ni la más remota idea de este mundo…

-Mi padre murió asesinado por un grupo de licántropos –se me formó un nudo en la garganta. Había perdonado a Chase y su manada por ello, ya que el verdadero causante de todo aquello había sido el padre de Kyle, el señor Monroe- y no tuvo tiempo para explicarme mis raíces; tuve que descubrirlo yo sola -«¡Y de qué manera!», pensé-. Después de ello… bueno, digamos que hubo un cúmulo de circunstancias que me impidieron conocer más cosas. Y luego yo no quise saber nada más. Hasta ahora –añadí, haciendo un gesto elocuente con las cejas.

-Oímos lo de tu… secuestro –me confesó Alice, con timidez-. Comprendemos que, debido a esa experiencia, no quisieras saber nada más.

Abrí los ojos de golpe. Recordé que Henry me había explicado en una ocasión, otro de sus intentos de hacerme cambiar de opinión sobre ser miembro del Consejo, que los cazadores estaban comunicados los unos con los otros; y no se refería solamente a los de Blackstone, estaba hablando a nivel mundial. Los cazadores éramos los únicos que podíamos mantener controlados a los licántropos, me parecía bastante lógico que estuviéramos comunicados entre nosotros; necesitábamos esa conexión. ¿Qué sucedería de no existir esa conexión y surgiera, no sé, algún sublevamiento por parte de una manada en alguna ciudad o pueblo?

-¿Qué más sabéis sobre mí? –inquirí. ¿Estarían al tanto que yo, una cazadora, me había convertido en la compañera de un licántropo? ¿Sabrían que Chase era un hombre lobo?

Alice hizo un aspaviento con la mano. No supe cómo interpretarlo.

-Muy poco, porque mi madre siempre me ha mantenido alejada de la información que le llegaba de otros lugares del mundo –me explicó, con paciencia-. Sé lo de tu padre, tu horrible experiencia del año pasado y que estás tonteando con ese licántropo desde entonces –torcí la boca al escuchar que lo que tenía con Chase era «un simple tonteo». El gesto pasó desadvertido para todos-. Jamás había visto ningún caso en el que licántropos y cazadores colaboraran tan estrechamente. Fue… sorprendente.

No podía culparla de pensar así porque, por lo que pude advertir, el Consejo de Blackstone parecía haber omitido varios detalles de relevancia en su informe sobre el incidente del almacén. Quizá no habían querido exponernos a Chase y a mí a un peligro mayor contándoles que yo era su compañera y que, por ello y por el hecho de que también habían secuestrado a otro licántropo, la manada de Chase y los cazadores más jóvenes, mis amigos habían acudido a nuestro rescate y se habían ayudado mutuamente.

Me encogí de hombros, procurando mantener una posición indiferente.

-Había conmigo un miembro de su manada –repuse, forzándome interiormente a que no se me saltaran las lágrimas al recordar a Lay-. Era normal que tuvieran que unir sus fuerzas.

La explicación pareció complacer a Alice, que asintió con la cabeza mientras Caleb y Lena habían empezado a charlar animadamente entre ellos, dejándole a Alice todo el trabajo de responder a mis preguntas. Sin embargo, a ella no parecía importarle y, por el brillo de sus ojos, adiviné que estaba más que dispuesta a responder cualquier pregunta que le planteara.

-Fue entonces cuando os fijasteis el uno en el otro, ¿no? –interrumpió Alice, dándole un sorbo a su café-. Qué romántico.

-¿No te parece algo… no sé –la miré fijamente, evaluando su reacción-, inmundo?

Mi amiga parpadeó varias veces, sorprendida por mi pregunta.

-¿Por qué debería parecerme “inmundo”, Mina? Cariño, los tonteos entre cazadores y licántropos aquí son más que habituales; sin embargo, todo el mundo sabe una cosa: todo eso se acaba cuando cada una de las partes es consciente de lo que es. Ninguno de ellos puede olvidar su verdadera naturaleza.

»Sin embargo, es un buen pasatiempo. Muchas de esas parejas lo hacen por llevarle la contraria a sus padres. Pura rebeldía.

Esperaba que no estuviera insinuándome que yo estaba con Chase por rebeldía porque estaba completamente equivocada. La marca que tenía en mi clavícula era prueba más que suficiente para demostrarle que mi relación con Chase tenía cualquier otro motivo que no era rebeldía. Pese a ello, era mejor que mantuviera las apariencias; el Consejo de Blackstone no había informado de todo por algún motivo y no iba a ser yo quien fastidiara todo aquello.

-Aún no me has contado qué es la Marca del Cazador –recordé, agradecida de poder cambiar de tema.

Alice se frotó la zona donde llevaba su tatuaje de manera inconsciente.

-Es la manera de demostrar que has alcanzado la madurez, por decirlo de algún modo –me explicó vagamente-. Todo cazador tiene un entrenamiento y, al finalizar éste, se le marca para demostrar que… que ya no eres un niño –soltó un suspiro de irritación hacia sí misma-. Es como si terminaras la universidad y estás preparado para empezar a trabajar. Solamente tienes que meter en medio de ese ejemplo la parafernalia de cuando te marcan y ahí lo tienes.

-Entonces tú ya has completado tu entrenamiento –entendí, pero había algo que no me terminaba de encajar-. ¿Cuándo conseguiste tu Marca?

Alice se encogió de hombros.

-A los dieciséis años –respondió como si nada-. Pero en cada persona es diferente, Mina. No todos nosotros aprendemos al mismo ritmo, así que la edad varía en lo respectivo a la persona.

Solté un bufido.

-Yo no tendré posibilidad siquiera –murmuré, cabizbaja.

Grace había comenzado su entrenamiento siendo una niña y, que yo supiera, no parecía haber conseguido aún su Marca; yo ni siquiera había tenido la posibilidad de iniciar mi propio entrenamiento. Y ahora me sentía como una inútil.

Era una cazadora inútil.

Los ojos de Alice se estrecharon al observarme, como si me evaluara. Traté de comportarme lo más normal posible, sin amedrentarme por el estudio al que me estaba sometiendo Alice.

-¿Por qué? –preguntó-. Mina, puedes empezar tu entrenamiento ahora mismo si quisieras; no hay una edad mínima para iniciarlo. Aunque bien es cierto que, por norma general, los hijos de cazadores lo comienzan desde jóvenes, pero no es raro que haya gente que se decida como tú, ahora.

Noté que mis ojos brillaban de emoción mientras mi cabeza era un cúmulo de ideas. Era mayor de edad, podía hacer con mi vida lo que quisiera y, después de lo que le había sucedido a Chase, estaba más que segura en mi decisión: si antes había querido mantenerme al margen de todo aquello, ahora había cambiado por completo de opinión. La sangre de cazador corría por mis venas y ya no podía seguir negándola por más tiempo porque, de hacerlo, estaría negando mis raíces… incluso a mi propio padre. Él había conseguido compaginar sus dos vidas bastante bien. ¿Por qué no iba a hacerlo yo igual de bien?

-¿Dónde tengo que firmar?

La sonrisa que me dedicó Alice me indicó que había tomado la decisión correcta.

-Sé de un sitio por donde puedes empezar –respondió.

Después de una rápida comida, e impaciente por empezar con todo aquello rollo «entrenamiento Jedi», Alice nos llevó a su casa sin admitir réplica alguna. Era una parada necesaria antes de nuestro verdadero destino; mi amiga nos explicó que había otros lugares en Nueva York donde se reunían cazadores lejos de la vista de los humanos, pero que al sitio al que nos llevaba ella poseía la mejor reputación. Mentiría si no dijera que me sentía como una niña pequeña la noche anterior a Navidad.

Alice ajustó su descapotable dentro de su plaza de aparcamiento en pocas maniobras y nos dirigió hacia un enorme ascensor con aspecto bastante lujoso; pulsó el botón del piso correspondiente y aguardamos pacientemente mientras el ascensor subía, con música clásica de fondo.

Al abrirse de nuevo las puertas, todos nos quedamos boquiabiertos. Estábamos en una enorme entrada con alfombras persas y tapices que parecían valer millones; Alice nos hizo un impaciente movimiento de cabeza para que la siguiéramos. Echamos a correr hacia ella, impresionados por tanto lujo.

-El acceso a esta planta está restringido –nos explicó mientras cruzábamos la entrada-. Hay cámaras de seguridad dentro del ascensor desde donde pueden comprobar quién hay dentro y permitir o no que puedan llegar hasta aquí arriba que es mi…

-¡¡Alice!! –una niña de unos seis años apareció de la nada y se lanzó a los brazos de ella, que la sujetó con firmeza mientras nos dedicaba una expresión de disculpa. La niña, que se aferraba a la cintura de Alice como si se tratara de un salvavidas, tenía el mismo tono níveo de piel e idéntico cabello, quizá un poco más corto, que Alice.

-Ah, por favor, Eri –la regañó Alice-. ¿Se puede saber qué demonios pasa ahora?

La niña, Eri, se separó de Alice y le dedicó una mirada de cordero degollado. Era una criatura adorable y se daba cierto aire a mi amiga; entonces recordé la anécdota que Alice nos contó en el restaurante sobre su hermana pequeña… que se llamaba como aquella niña.

Eri.

-Es Hope –gimió su hermana menor, haciendo un mohín-. Dice que le has cogido algo y está muy enfadada…

Alice se deshizo de su hermana con una facilidad asombrosa y fue entonces cuando Eri captó que su hermana no estaba sola; se inclinó hacia nosotros con curiosidad, con sus ojillos verdes reluciendo.

-Estamos de paso, Eri –le explicó Alice, con paciencia-. Veníamos a por unas cosas, nada más.

Los ojos de Eri se estrecharon con cierto recelo; Alice colocó una mano sobre su hombro infantil, atrayendo su mirada.

-Son cazadores, Eri.

Eri echó a trotar detrás de nosotros mientras proseguíamos hacia un destino que desconocíamos por completo. Dejamos atrás lo que parecía ser el comedor-salón-cocina de proporciones descomunales y empezamos a ascender por una escalera que parecía estar hecha de roble.

En la segunda planta había un enorme espacio vacío delante de una ventana que ocupaba casi toda la pared y, a ambos lados, había varias puertas que debían conducir a los dormitorios; Alice se dirigió hacia el tercero del lado derecho, donde un letrero casero rezaba «Dormitorio de Alice. Si no quieres terminar con varios huesos rotos, ¡¡llama antes a la maldita puerta!!», y abrió la puerta de golpe. Se giró hacia su hermana menor y la señaló con un dedo de manera bastante amenazadora.

-Ni una palabra a papá y a mamá, ¿entendido? De lo contrario, vete olvidando del señor Pelusa.

Aquello fue una razón más que de peso para Eri, ya que fulminó a su hermana y se dio media vuelta con mucha dignidad. Desapareció en la puerta que había al lado de la habitación de Alice y cerró dando un buen golpe. Alice soltó un suspiro de alivio y nos hizo entrar a toda prisa.

-No tenemos mucho tiempo –nos advirtió, mientras iba hacia uno de los armarios gigantes de color blanco que tenía empotrados en la pared y lo abría de un tirón, comenzando a rebuscar en su interior-. Mis padres odian ese lugar y, si llegan a enterarse de que vamos allí, les daría un ataque y me castigarían de por vida encerrada en mi habitación.

Tiró un par de prendas a su espalda que cayeron por pura suerte encima de su cama king size y soltó otro gruñido de frustración. Sin tan siquiera girarse para mirarnos, preguntó:

-¿Vosotros tenéis ropa de entrenamiento?

Caleb y Lena se miraron entre ellos.

-Sí, por supuesto –respondió Caleb por ambos.

-Maravilloso. Porque no creo que la ropa de mi padre te valiera, Caleb –salió del armario con una pila de ropa entre los brazos y la tiró de malas maneras sobre la cama, al lado de las primeras que había sacado.

Tragué saliva.

Alice me dio un buen repaso de arriba abajo y comenzó a desechar prendas mientras Lena y Caleb se miraban entre ellos, con cierta sorpresa. Ninguno de nosotros sabíamos qué podíamos estar haciendo allí, en su habitación.

En una ocasión, Alice me pilló mirándola con aspecto desamparado que le arrancó una media sonrisa.

-Al sitio al que vamos tiene ciertas etiquetas, cariño –me explicó, sin dejar de tirar a otro montón la ropa que no parecía servirle-. Y ésas son: ir ceñida y de negro. Te estoy buscando un uniforme con el que vayas sin desentonar porque, si me lo permites, esa blusa blanca tan mona no pega en el ambiente.

Solté un gritito ridículo cuando Alice me lanzó sin previo aviso un conjunto de prendas.

-Creo que usamos la misma talla aunque tú… -se sostuvo sus pechos con una mirada elocuente y noté que mis mejillas se encendían-. Ya sabes.

Repitió el mismo proceso con Lena, aunque sin comentarios sobre su talla de pecho; echó de la habitación a Caleb sin miramientos y pidiéndole que esperara junto a la puerta, que aquello no iba a convertirse en un espectáculo de striptease para él solito. Cuando cerró la puerta en las narices del chico, se giró hacia Lena y hacia mí con una sonrisa de pura ilusión.

-Si os da vergüenza, podéis iros al baño –nos dijo y comenzó a quitarse la ropa sin pudor alguno.

Me quedé sorprendida al ver el cuerpo de Alice. Había intuido su forma bajo su ajustado vestido que había usado el viernes anterior, pero aquello era mucho mejor: parecía el cuerpo de una muñeca de porcelana. No tenía muchas curvas, tal y como me había asegurado antes, pero su cuerpo era espectacular.

Lena no tardó en unirse a Alice, quitándose la ropa, dejándome a mí sola con el montón de prendas que me había prestado Alice entre los brazos y con cara de idiota. La única persona que me había visto desnuda, y para la que me había desnudado, era Chase.

Aspiré con fuerza y comencé a desabrocharme los botones de la blusa, procurando centrarme en mi tarea.

Me miré al espejo que tenía Alice, comprobando mi aspecto; como había asegurado ella, las prendas que me había prestado me quedaban perfectamente y se ajustaban a mi cuerpo sin marcarlo en exceso. Me fijé en la zona de mi pecho y miré de reojo a Alice, que ayudaba a Lena con un par de botas militares de color negro. No me llevaba mucho de su talla a la mía; nunca me había caracterizado por ser una chica con muchas curvas ahí. Al contrario que Caroline, a quien le gustaba explotar al máximo aquellas curvas tan voluptuosas que tenía.

Bajamos de nuevo al garaje privado que poseía la familia de Alice en el edificio y cambiamos su llamativo descapotable por un discreto Jeep de color negro con los cristales tintados.

Eran las siete en punto cuando Alice aparcó el Jeep en un sitio que no me transmitía buenas vibraciones. Las casas que había en el vecindario tenían las fachadas garabateadas por grafitis y las aceras tampoco estaban mucho mejor; miré Alice de refilón y me pregunté interiormente cómo serían aquellos otros “sitios” si éste al que nos dirigíamos tenía tan buena reputación.

Nos apeamos del coche todos a una y nos quedamos observando el otro lado de la calle, donde había un solo pub (o eso me parecía) con un letrero neón donde se podía leer con claridad: Devil’s Cry y una enorme señal en la puerta donde se advertía que el acceso estaba restringido a un público reducido. Me mordisqueé el labio con fuerza mientras cruzábamos la calle y nos deteníamos a la puerta de aquel sitio de mala muerte.

Alice aporreó la puerta con fuerza. Una mirilla se abrió y unos ojos inyectados en sangre nos estudió a todos con los ojos entornados.

Alice le dedicó una sonrisa coqueta, la misma que había usado el viernes a todas horas, y se apartó el pelo, mostrándole su Marca. El tipo de la puerta se apartó de ella y la abrió de un tirón, permitiéndonos el paso.

Bajamos por las escaleras y, conforme descendíamos, comenzaron a oírse ruidos que procedían de una multitud. Todos miramos a Alice, esperando una explicación sobre el sitio y qué se hacía allí, exactamente.

Ella se encogió de hombros, con un gesto inocente.

-El sitio puede parecer un puto vertedero, pero os aseguro que es el mejor que hay aquí –se excusó-. Aquí se reúnen todo tipo de cazadores y licántropos, es el mejor sitio donde aprender a cómo moverte en este mundillo.

Llegamos a una amplia sala donde podía verse al fondo una barra de bar y, al otro, una pantalla que parecía de apuestas; en el centro había dispuesto un foso, donde había varias jaulas enormes.

El sitio estaba concurrido. Demasiado.

Por todos los rincones podían verse a grupos de personas hablando entre ellos o vociferando a las jaulas que había en el foso. Conseguimos abrirnos paso hacia el foso pero, en el camino, alcé la mirada y vi que había varias pantallas que mostraban combates cuerpo a cuerpo entre personas… y lobos.

Miramos a Alice, horrorizados.

-Es un sitio clandestino de peleas –nos confesó y sus comisuras parecían estar sufriendo un tic-. Aquí los cazadores y los licántropos pelean entre ellos… Además, hay un pequeño gimnasio donde se entrenan. Pensé que sería una buena idea –giró los hombros-. No me vendría nada mal algo de ejercicio, estoy un poco oxidada.

Miré a Caleb y Lena, que parecían tan perdidos como yo. Al contrario que Alice, nosotros tres proveníamos de pueblecitos donde sitios como el Devil’s Cry no existían prácticamente. Además, los valores que parecían estar ausente en ese ambiente que olía a sudor, humo y sangre eran sagrados en nuestros pueblos; la idea de ver pelear a dos cazadores, sin motivo alguno, por pura diversión era… retorcido. «Pero esta es tu oportunidad de empezar a ser una cazadora –intervino una voz insidiosa dentro de mi cabeza-. ¿Te vas a rajar ahora, como siempre has hecho?».

Alice me había tendido una mano para ayudarme a convertirme en cazadora. Nos había llevado hasta allí porque era el único sitio en el que podía ver cómo eran los cazadores de verdad, no los hombres que se dedicaban a ir a continuas sesiones del Consejo a quejarse sobre si debían o no permitir que siguieran en el instituto. Aquello era lo que buscaba. Ellos eran unos auténticos cazadores, unos tipos que no dudaban en dejarte inconsciente si suponías una amenaza para ellos.

Ésa era mi oportunidad. Mientras Grace se había negado, poniéndose hecha una fiera, Alice no había dudado ni un instante en enseñarme aquel sitio para que pudiera aprender de primera mano lo que significaba ser una cazadora.

Se oyó una ovación entre el público y, de repente, todo el local pareció querer concentrarse cerca del pozo. Me vi separada de mis amigos por la marea de personas y sentí un acceso de pánico. Empujé y pegué codazos a la gente, tratando de encontrar a mis amigos, pero era casi imposible. No entendía qué era lo que había sucedido en el foso, pero aquello parecía haber levantado a todo el local.

Se me obstruyó la garganta cuando me vi aplastada entre la gente, apestando a sudor y humo. Se me escapó un jadeo que quedó ahogado por la multitud de gritos y chillidos que soltaba el cúmulo de gente.

Temía morir aplastada bajo todas aquellas personas.

Me puse rígida cuando alguien me rodeó la cintura con sus dedos. Di un fuerte tirón para liberarme, pero fue en vano; la persona que me había agarrado comenzó a tirar de mí, consiguiendo que me moviera entre la multitud, que jaleaba excitada. No estaba pendiente de por dónde iba, así que choqué de bruces contra un torso musculoso. De lleno.

Me separé de golpe, murmurando una disculpa, cuando alcé la cabeza y solté una imprecación que provocó que alguno de los hombres que nos rodeaban me mirara con cierta sorpresa. ¡Como si nunca hubiera oído a una chica decir algo así, por Dios!

Gary Harlow me miraba con una expresión indescifrable. Sin embargo, en sus ojos había un brillo de enfado.

-¿Qué haces tú aquí, ratoncita? –preguntó entre dientes.

Volví a tirar, intentando recuperar mi muñeca de su férrea atadura.

-Algo que a ti no te importa –gruñí y sentí que me estaba comportando como una cría de cinco años-. ¿Podrías soltarme? –le pregunté con toda la educación que fui capaz de reunir antes de pasar a las manos.

No me consideraba una persona violenta, pero Gary Harlow tenía el irritante y milagroso poder de obrar el cambio. Y más aún después de lo que había sucedido el viernes por la noche y que todavía no había terminado.

Gary me apretó con más fuerza la muñeca, provocando que mi rostro se crispara en una mueca de dolor.

-Lo haré cuando me digas qué coño haces aquí –me propuso, acercándome más a él-. Éste no es un lugar para gente… como tú; ni siquiera entiendo cómo demonios te han podido dejar pasar –hizo una breve pausa, estudiándome-. Te has colado, ¿verdad?

Mi enfado aumentaba por momentos a ritmos crecientes, y no solamente por el hecho de que el espacio entre nosotros se viera reducido cada vez más por aquella marabunta de personas. Se me pasó por la cabeza la estúpida idea de soltarle un fuerte pisotón.

Pero me contuve.

-¡No me he colado! –grité, roja del enfado-. He venido aquí porque en este sitio está lo que busco. ¡No me he colado! –repetí, viendo que Gary no me creía en absoluto.

De un tirón, Gary me hizo que chocara de nuevo contra su pecho. Me mordí la lengua para contener la sarta de groserías que quería gritarle.

-¿Y qué es lo que estás buscando, exactamente? –aquel tipo seguía sin creerme.

Me pasé la mano que tenía libre por la frente, que ya estaba empapada en sudor. ¿Por qué debía contestarle si, para empezar, yo tampoco tenía ni idea de lo que estaba haciendo él allí? Además, ¿qué era Gary Harlow?

Entrecerré los ojos, estudiándolo con temor.

-¿Qué eres? –murmuré y vi en sus ojos un relámpago de ira.

-¿Qué estás haciendo aquí? –repitió la pregunta, con menos paciencia.

-¡He venido con Alice, ¿vale?! –grité, sofocada por el aire cargado y el poco espacio que nos separaba. Si seguía así iba a asfixiarme-. Soy… soy cazadora y Alice me dijo que aquí podría aprender… cosas.

De su pecho brotó un gruñido salvaje que no me era desconocido. Abrí los ojos de golpe al encajar todas las piezas que tenía de aquel chico y comencé a revolverme con más energía, tratando con todas mis fuerzas de alejarme de aquella criatura.

Gary bufó en tono burlón y me arrastró a la fuerza entre la gente, que se apartaba a nuestro paso con simples miradas de curiosidad. Sin hacer nada.

Llegamos a una zona donde habían dispuesto varios sofás acolchados y que relacioné con la zona de apuestas que había visto al principio, al bajar allí. En las enormes pantallas se podían ver los nombres de las personas que estaban en el foso y cómo estaban las apuestas. Me obligó a sentarme en uno de aquellos sofás negros y se quedó frente a mí, de pie y con los brazos cruzados.

Tragué saliva y me encogí en mi asiento.

-Así que eres una cazadora –dijo en un tono evidentemente burlón-. Vaya sorpresa –y aquello lo decía en serio, sin ningún tonito de por medio.

Me crucé de brazos, imitándolo, para que no viera que me había echado a temblar.

-¿Qué va a suceder ahora, Harlow? –pregunté, procurando que tampoco me temblara la voz-. ¿Vas a pincharme en vena la droga en esta ocasión o qué?

Me había excedido y no había podido detener mis palabras a tiempo. Mis ojos se abrieron de golpe mientras Gary tensaba la mandíbula y me taladraba con la mirada; al menos, pensé con cierto desánimo, el atuendo de aquella noche dejaba mucho que desear comparado con el vestido del viernes pasado.

-Lo de la droga en tu bebida tiene un motivo –replicó-. Y, tal y como te aseguré, no fui yo. Cuando fui a buscar nuestras bebidas, unos amigos míos se encargaban de ponerlas; fueron ellos quienes, pensando que me hacían un favor, pusieron la droga en tu bebida. No fui yo –repitió, con vehemencia.

Estudié la expresión de Gary tratando de encontrar cualquier pista que lo delatara y me demostrara que estaba mintiendo como un maldito bellaco; él se mantuvo impasible, observándome en silencio y evaluando, a su vez, mi reacción.

Tras varios intentos infructuosos, me di por vencida. Tendría que creer la versión de Gary Harlow.

Solté un suspiro y me froté las sienes con fuerza, intentando borrar el incipiente dolor de cabeza que había aparecido de repente.

-¿Por qué no me llamaste? –me preguntó Gary, en tono lastimero.

Lo miré de reojo.

-¿Por qué tendría que haberlo hecho? –repuse.

Las sospechas en torno a ese chico iban creciendo en mi interior.

-Estaba preocupado por ti –me confesó y cogió un mechón de mi cabello entre sus dedos, jugueteando con él-. En cierto momento pensé que podría haberte dado una sobredosis. Y tu amiga no parecía muy capacitada para ayudarte, en tal caso.

Le di un manotazo, liberando el mechón que había atrapado, y lo miré con cara de póquer.

-Me halaga profundamente que estuvieras preocupado por unas milésimas de segundo de mí –dije, con sorna-, pero aún no me has contestado a la pregunta que te he hecho: ¿qué eres?

Se echó a reír.

-¿Aún no lo has adivinado? –me provocó-. Pensé que los cazadores erais más rápidos…

-Maldito licántropo –gruñí.

En un parpadeó me encontré sobre su regazo, sentada a horcajadas sobre él. Sus manos reposaban sobre mis caderas y su rostro se encontraba a milímetros del mío; podía sentir contra mis labios el aire que se le escapaba a Gary de los suyos. El corazón se me iba a salir del pecho, de eso estaba segura.

-¿Por qué yo, Gary? –le pregunté, usando por primera vez desde que nos conocíamos su nombre-. ¿Por qué no puedes dejarme de una vez en paz y ponerte a perseguir a otra chica?

-Soy de ideas fijas –respondió, encogiéndose de hombros.

Bufé.

-¿Aún no eres capaz de entender que quiero –recalqué la palabra para que le entrara a esa dura molleja que tenía- a mi novio? No tengo ningún interés en ti…

Las manos de Gary se estrecharon sobre mi cintura, en actitud posesiva.

-Eso es porque no me has conocido aún, mi pequeña cazadora –respondió, con aplomo-. De lo contrario, estarías suplicándome que te llevara a un rincón oscuro y te foll… -mi bofetada lo cortó de golpe.

Sus ojos volvieron a relampaguear de ira y, por fin, vi cómo sus iris se teñían de color carmesí.

-¡No soy ninguna de tus putas, Gary Harlow! –le recriminé, con fiereza-. No puedes tratarme de esa forma, intentando aprovecharte de mí en la menor ocasión que se te presenta…

-Desde niño he conseguido lo que he querido –me advirtió, en un tono amenazador-. Y aún no se me ha negado nada. Y tú, pequeña cazadora, serás mía; no me importa cuándo, ni cómo, ni dónde. Pero lo sé.

»Piensa en esto como si yo fuera el lobo y tú la pequeña cierva que huye por el bosque despavorida. Corras cuanto corras, siempre te alcanzaré y, al final, te comeré.

Alcé la mano para propinarle otra bofetada, pero él me dobló el brazo tras la espalda. Y la sensación no era nada agradable, al igual que tampoco era agradable la sinceridad y las verdaderas intenciones de Gary Harlow conmigo. Yo era el nuevo trofeo a conseguir y él el jugador; Gary no iba a detenerse hasta conseguirlo. Y mi instinto me avisaba que iba a ser muy difícil detenerlo.

La mano que tenía libre ascendió desde mi cadera hasta mi costado, por debajo de mi pecho. Sufrí un escalofrío.

-Eres un completo psicópata –le escupí-. Y un cabrón.

Él esbozó una sonrisa bastante perversa y, sin que pudiera evitarlo, me lamió el contorno del labio inferior, lentamente y de manera tentadora.

Después, se separó de golpe y me miró a los ojos fijamente, con esa sonrisa cruel.

-Nos volveremos a ver, mi pequeña cazadora –dijo a modo de despedida.

Un segundo después, estaba sola en el sofá, temblando como una hoja, mientras Alice y el resto se abrían paso entre aquella gente a base de codazos.

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