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8. La Marca del Cazador (2ª parte.)

Miré mi plato por enésima vez y me obligué de nuevo a masticar. Estaba contenta con mi elección, sí, pero mi pobre estómago ya había cumplido su cupo para el resto de la noche; a mi lado, Caleb bebía de su copa de vino mientras Alice gesticulaba sobre otra de sus divertidas anécdotas. Las únicas que permanecíamos en silencio y concentradas en nuestros respectivos platos éramos Lena y yo.

Cuando el maître vino a retirarnos los platos, me permití soltar un pequeño suspiro de alivio. Ahora me estaba preguntando qué haríamos después y a dónde pretendía llevarnos Alice en su misión de enseñarnos las noches de Manhattan.

Deslicé una mano al interior de mi bolso y saqué el móvil. Sin mi plato delante en el que poder concentrarme, mi mente había regresado de nuevo a la discusión que habíamos tenido Chase y yo sobre Grace; me pregunté qué estaría haciendo y si se sentiría tan arrepentido como yo de las cosas que nos habíamos dicho el uno al otro. Incluso pensaba que me habría mandado multitud de mensajes pidiéndome perdón.

La realidad era muy distinta: nada. Ni siquiera se había dignado a reconocer que, en el asunto entre Grace y yo, tenía razón.

Solté un respingo cuando alguien me dio un cachete en el muslo, sobresaltándome.

-Ah, no –sonó la voz de Alice-. Esta noche nada de móviles, cariño –me regañó, arrebatándome el aparato de las manos y metiéndolo de nuevo en el bolso.

Alice, tal y como nos había asegurado al principio de la cena, se hizo cargo de la cuenta. Salimos del restaurante y Alice nos guió de vuelta a su descapotable. Caleb parecía excitado por la emoción mientras que Lena no apartaba la vista de los callejones oscuros que había cerca.

-¡Próxima parada: Marquee, la discoteca más exclusiva de Manhattan! –aulló Alice, dándole un golpe al volante.

Lena abrió los ojos desmesuradamente, a la vez que se aferraba con fuerza al asiento.

-Pero no tenemos la edad mínima para entrar –gimió-. Y seguro que es horriblemente caro…

-Oh, por Dios, menudos amigos más pesimistas he encontrado –se burló Alice-. Dejad a un lado los contras y pensad en los pros: ¡vais a ir a una de las discotecas más lujosas y exclusivas de aquí! Yo, personalmente, estaría dando botes en mi sitio y no con esas caras tan mustias, a decir verdad.

Caleb soltó un alarido de júbilo en el asiento de atrás que me hizo dar un respingo y Alice se lo tomó como una señal para que saliéramos de allí en dirección a Marquee.

Tenía que reconocer que estaba nerviosa, jamás había puesto un pie en ninguna discoteca y aquella iba a ser mi primera experiencia y no en una cualquiera, sino en una en la que no todo el mundo conseguía pasar.

Cuando me apeé del coche, creí que iba a desmayarme allí mismo: había una cola estratosférica que no parecía tener fin delante de la entrada de Marquee. Para que no hubiera confusiones, dos gorilas en la entrada y un enorme letrero neón nos recibían. Empezamos a dirigirnos al final de la cola cuando Alice nos agarró del brazo y nos dirigió directamente hacia uno de los gorilas de la entrada. Me pregunté cómo serían ese tipo convertido en licántropo y me respondí a mí misma: una máquina de matar y destrozar huesos.

-¡Hey, Jonnhy! –exclamó Alice, dándole una palmada en el bíceps tamaño XXL del tipo en cuestión.

Tensé mis piernas, dispuesta a echar a correr en la menor oportunidad que se me presentara.

El portero nos miró primero a nosotros, fulminándonos, antes de clavar sus ojillos oscuros en Alice, que exhibía su mejor sonrisa. Fue entonces cuando se obró el cambio: si antes nos había mirado como si quisiera asesinarnos, ahora que había descubierto que éramos acompañantes de Alice parecía que había cambiado su opinión sobre nosotros.

Incluso el tipo se permitió sonreírnos.

-¡Vaya, vaya, vaya! –ronroneó-. Hacía mucho tiempo que no te veía por aquí. En cambio, a tu hermana…

Vi cómo Alice se mordía el labio y, un segundo después, su rostro volvía a mostrar aquella sonrisa que no se había quitado en toda la noche.

-¡Ya, ya! –repuso-. ¿Nos dejas pasar?

Cuando las manos de aquel gorila se detuvieron en el enganche de la cadena que nos separaba del interior de la discoteca, el corazón comenzó a latirme con fuerza. Por un instante tuve serias dudas de que aquel tipo nos dejara pasar, sabiendo que no teníamos la edad mínima exigida.

Nos iba a echar de allí con una elegante patada en el culo.

-Por supuesto, disfruta de la noche –respondió, cediéndonos el paso.

Nada más poner un pie dentro de la discoteca, donde la música era atronadora y la gente se acumulaba en el centro de la pista, pegados los unos con los otros, me sentí como si me hubiera transportado a otro mundo distinto. Era como si me hubiera ido del planeta Tierra a otro planeta mucho, muchísimo mejor.

Seguimos a Alice por las escaleras hacia la barra y nos quedamos absortos estudiando todo el local.

-¡¿Necesitáis un cubo?! –nos gritó Alice para hacerse oír por encima de la música-. ¡Porque parece que estéis babeando!

Hubo un coro de risas ante el comentario de Alice y ésta se apoyó sobre la barra, dejando sobre su superficie un buen plano de su escote. El barman que se encargaba de servir a los clientes detrás de la barra acudió con celeridad hacia mi amiga y le echó un buen vistazo a su escote antes de fijar definitivamente su vista en los ojos de ella.

Un minuto después, Alice nos hacía señas para que nos acercáramos todos. Ante ella nos esperaban cuatro enormes cócteles que tenían una pinta exótica… y deliciosa; nos pasó a cada uno el nuestro y alzó el suyo. Nos miramos entre nosotros antes de imitarla.

-¡Por una noche que va a ser mítica! –gritó y todos chocamos nuestros cócteles entre nosotros.

Me había prometido a mí misma que no iba a superar la cifra de tres, pero aquel vaso que tenía entre mis manos era el quinto. Había sucumbido a las palabras y ruegos de Alice, aunque tenía que reconocer que lo había hecho de buena gana. Aquella era mi primera noche en la que salía con un grupo que no era el mío, con unas personas que no eran mis amigos de toda la vida. Me sentía como si me hubiera transformado en una persona distinta, como si tuviera una identidad nueva.

Me había quedado en la mesa que habíamos conseguido pegada a la zona que hacía de pista de baile, junto a Lena, mientras Caleb y Alice se habían arrastrado hacia la masa de gente y se contoneaban entre ellos.

Lena le estaba dando sorbitos a su cóctel con una pajita de color flúor y tenía la vista deambulando por el grupo de gente que se movía en la pista al son de la música. Yo ya me había terminado el mío y estaba deseando otro.

-Cuando vine a aquí –empezó Lena, arrastrando las palabras y dejando su cóctel sobre la mesa, ya vacío-, jamás pude imaginarme que pondría un pie en un sitio como éste; mi vida antes de venir a la universidad era muy distinta a esto. Provengo de una familia bastante humilde –me confesó-. En cambio, Caleb sabe moverse por este mundo. Al igual que Alice.

De nuevo clavamos nuestras miradas en las siluetas de nuestros dos amigos, que habían encontrado cada uno un nuevo compañero de baile y no paraban de contornearse y moverse al son de la música. Estaba claro que aquellos dos sabían lo que hacían y que aquello no era nada nuevo para ambos.

Además, tanto Alice como Caleb eran personas atractivas y que llamaban la atención al género opuesto al suyo. En esos precisos momentos, mi teoría estaba siendo confirmada: Alice le había rodeado el cuello a un chico de su misma edad y bailaba contoneándose mientras su compañero la tenía sujeta firmemente por la cintura y le sonreía ampliamente; por su parte, Caleb bailaba con una rubia bastante despampanante que no paraba de pasarle las manos por su pecho y le sonreía de manera seductora, incluso lasciva.

-Los dos pertenecen a familias acomodadas –prosiguió Lena, sin apartar la mirada de la espalda de Caleb-. Esto, para ellos, no es nada difícil.

Desvié la mirada de la pista de baile y la posé en mi amiga. Había cogido entre sus dedos la sombrillita que había decorado su cóctel y lo sujetaba con firmeza, sin quitar la vista de encima a Caleb. Sus labios estaban fruncidos, con fuerza.

Empezaba a conocer a cada uno de mis nuevos amigos, pero no era capaz de asegurar de manera categórica que Lena había empezado a sentir algo más fuerte que una simple amistad hacia Caleb. Aquella idea me recordó a Grace y a Rick, en sus primeros momentos juntos en el instituto de Blackstone.

Sacudí la cabeza varias veces, alejando la imagen de Grace y Rick de mi cabeza. «No, Mina. Esta noche no», me regañé a mí misma.

Me puse en pie y Lena me miró, interrogante.

-Voy a por otra ronda, ¿quieres? –le dije.

Lena esbozó una sonrisa y meneó su vaso vacío. Había perdido la cuenta de cuántos de aquellos cócteles llevaba.

-Acuérdate de avisarle al barman que vas de parte de la fantástica y maravillosa señorita Alice Iwata –me recordó, despidiéndome con un movimiento de dedos.

Le devolví la sonrisa y me alejé de la mesa. Por suerte, no tuve que atravesar la masa de cuerpos sudorosos y excitados que se movían al ritmo de la música; conseguí rodear la pista de baile sin muchos problemas y alcancé la barra, que no parecía estar muy congestionado. Me situé en la zona más tranquila de la barra, en una de las esquinas y aguardé pacientemente a que el barman reparara en mí mientras dejaba vagar la mirada por todo el bar. Aquel ambiente, las personas… todo aquello era muy distinto a lo que yo había conocido en Blackstone; allí, en ese pueblecito perdido en Virginia del que nadie parecía tener constancia excepto en los mapas, cuando la gente quería salir a divertirse, se iban a las casas de familias acomodadas que organizaban fiestas por todo lo alto. Nada que ver con todo eso.

Un escalofrío me recorrió toda la columna vertebral y me giré, para comprobar qué podía haberme causado aquella sensación. Fue como si hubiera retrocedido en el tiempo y me encontrara en los pasillos de mi antiguo instituto en Blackstone: el cúmulo de gente que había en las plataformas de arriba y que conducían a la salida empezó a dispersarse, como si algo los hubiera ahuyentado. O como si hubiera aparecido Moisés y hubiera decidido abrir las aguas… pero con aquel grupo de gente. Por fin vi a quién se debía toda aquella huída en masa: un grupo de chicos había aparecido de la nada y observaban todo lo que sucedía allí abajo. A la cabeza de aquel variopinto y escalofriante grupo estaba un chico de unos veintitrés años a lo sumo, quizá un par de años más, que me recordó al actor Tyler Hoechlin. Sus ojos deambularon con aburrimiento por la pista de baile hasta que se toparon con los míos; algo en mi interior me gritó que apartara la vista de inmediato. Haciendo caso a mi instinto, bajé la cabeza y la clavé en la barra, procurando parecer indiferente. Sin embargo, los incesantes martilleos en mi pecho me delataban…

Tragué saliva y me supliqué interiormente que me tranquilizara de una vez y regresara a la mesa junto a Lena con los puñeteros cócteles. La sensación que había tenido al ver a ese chico no me resultaba del todo desconocida… sino más bien familiar. De inmediato pensé en Chase y en su manada, en cómo la gente que había a su alrededor reaccionaba cuando ellos estaban cerca. ¿Era posible…?

Se me escapó un chillido involuntario cuando unas manos se cerraron en torno a mi cintura. Me giré para ver quién se había atrevido a darme aquel susto de muerte y que había provocado que, si antes latía con fuerza mi pobre corazón, ahora lo hiciera como si estuviera a punto de desembocarse.

El rostro sonriente de Lena se encontraba a unos pocos centímetros del mío.

-¡Lena, por Dios, qué susto me has dado! –la regañé, dándole una pequeña cachetada de manera juguetona. En otras circunstancias no me habría atrevido a hacerlo. Pero hoy era una noche especial.

Mi amiga se echó a reír y se acomodó en una silla vacía que había a mi lado. Había acertado de lleno al elegir unos pantalones cortos de cuero negro como atuendo, ya que, de lo contrario, en aquellos precisos momentos todo aquel que la mirara tendría una primera panorámica de su ropa interior.

Me acodé en la barra, dándole la espalda a la pista del baile, y esperé a que el barman por fin reparara en nosotras. Había desterrado por completo de mi mente aquella extraña sensación que había tenido al ver a aquel tipo tan escalofriante que había encabezado aquella comitiva.

-¿Sabes qué? –me interrumpió Lena, con la mirada al frente-. Hay un tipo que no te quita el ojo de encima. Y es bastante sexy…

Noté cómo se me erizaba el vello de todo mi cuerpo. No quería girarme para mirar porque tenía la amarga punzada de saber a quién se refería Lena; opté por encogerme de hombros y le dije:

-No me importa –Mentira, mentira, mentira… sí que me importaba. Pero únicamente por aquella sensación y la mirada que me había dedicado antes.

Al parecer, a Lena no parecía darle igual.

-Oh, cielos… -suspiró sonoramente y me sonó a una fan que se hallaba a una distancia diminuta de su ídolo-. Es tan guapo… Diría que se parece muchísimo al actor que sale en esa serie juvenil de licántropos… -se dio un par de golpecitos en el labio, forzándose a pensar-. ¡Teen Wolf!

Le dediqué una sonrisa al ver que Lena también había pensado en lo mismo que yo. Al parecer, íbamos a tener más cosas de lo que pensaba en común. Había comenzado a ver esa serie por petición de mi hermana, ya que todas sus amigas la seguían fervientemente y la trataban como si fuera su religión. Sin embargo, no compartía esa misma afición: ¿para qué necesitaba ver una serie de licántropos si mi propio novio era uno? Y eso sin contar con el hecho de las grandes diferencias que existían entre aquella serie juvenil y la realidad.

Sin embargo, tenía que coincidir que varios de los actores que aparecían en el elenco de aquella serie estaban bastante bien. Cosa que no iba a reconocer delante de mi hermana Avril ni por todo el oro del mundo, claro está.

-Vaya, vaya –ronroneó Lena, tambaleándose sobre su silla-. No te pongas nerviosa, pero ese chico del que te he hablado antes viene directamente… hasta aquí.

Me puse rígida cuando Lena terminó de pronunciar su frase. Intenté que no se notara mi rigidez y cerré los ojos con fuerza. «Por favor, aquí no; por favor, aquí no». Oí al lado de mi oreja cómo Lena cogía aire abruptamente y tuve la certeza que no iba a tener suerte aquella noche. Algo me rozó el brazo y apreté la mandíbula con fuerza mientras inspiraba un embriagador perfume claramente masculino.

Miré por el rabillo del ojo lo suficiente para ver que el tipo que tanto se parecía a Tyler Hoechlin se había situado justo a mi lado.

Y me estaba mirando fijamente.

Mierda. ¿Dónde coño se metía el barman cuando más se le necesitaba?

-Tú eres nueva por aquí –su voz sonó terriblemente cerca de mi oído. Su tono era bajo y bastante oscuro.

Giré un poco mi cuerpo hacia él, encarándolo. Tenía un brazo apoyado en la barra y el cuerpo inclinado hacia donde me encontraba; su camisa llevaba varios botones desabrochados, mostrándome parte de su pecho que, por lo que se veía bajo las luces de la discoteca, tenía pinta de haberse esculpido en un gimnasio. Igual que el resto de su cuerpo, sospechaba.

Parpadeé varias veces. Esperaba no haber parecido demasiado coqueta. Eso era lo último que necesitaba en esos precisos momentos.

-Es posible –respondí con frialdad.

La comisura derecha de su labio se alzó con cierta socarronería.

-Y bien, ¿crees que sería mucho pedirte tu nombre?

Entrecerré los ojos.

-¿Por qué tendría que decírtelo? –respondí.

Ahora sus labios formaron una enorme sonrisa pícara.

-Por educación, quizá –repuso, con un claro tono de socarronería-. Y así podría invitarte a algo sin tener que pensar: «¿Cómo se llamará? ¿No me habrá dicho su nombre porque pensará que soy terriblemente feo?» -ya, eso no se lo creía ni él. Su ego era tan alto que bromeaba sobre ese tema porque ya sabía de antemano que las chicas con las que estuviera coqueteando le asegurarían todo lo contrario.

Esbocé la sonrisa más mordaz que pude y abrí la boca para responderle cuando oí a alguien que me llamaba. Un segundo después, Alice aparecía a nuestro lado, fulminando con la mirada al chico que había a mi lado y cuya sonrisa había alcanzado casi sus mejillas.

Mi amiga se cruzó de brazos y le preguntó con desprecio:

-¿Qué haces tú aquí, Harlow?

Ahora se transformó en una sonrisa de pura petulancia. Aquel chico estaba disfrutando con todo aquello.

-Salir con mis amigos a una discoteca donde conocer a chicas preciosas, como puedes comprobar –le respondió, con indiferencia-. ¿Y tú, Alice?

La mirada que le dedicó Alice fue heladora.

-Rescatar a mi amiga de las garras de una criatura con un corazón tan negro como tú, Harlow. Y, ahora, si me disculpas… me gustaría volver a disfrutar de la noche lejos de ti –tiró de mí con insistencia mientras Lena nos miraba a todos con sorpresa y desconcierto-. Le daré recuerdos a Hope cuando la vea, Harlow. De tu parte.

»Estoy segura de que estará encantada de escuchar noticias sobre ti.

Toda la chulería, altanería y socarronería del chico, Harlow, desapareció al cerrar la boca Alice. No sabía de qué se conocían aquellos dos, ni siquiera tenía ni idea de quién era la tal Hope… pero lo que sí tenía claro era que su relación era bastante tirante y ninguno de los dos se tragaban.

Miró a Alice sin decir ni una palabra; ella esbozó una sonrisa de victoria y nos hizo señales para que la siguiéramos. Yo fui la última en darle la espalda pero, cuando me disponía a seguir a mis amigas, alguien me rodeó la muñeca. Bajé la mirada y me topé con los dedos de Harlow enroscados sobre mi muñeca.

Clavé la mirada en el chico.

-Nos veremos por ahí, supongo –se despidió.

Me apresuré a liberarme de él y a ir tras mis amigas. La zona de la piel donde sus dedos me habían tocado me quemaba, como si estuvieran al rojo vivo; Alice no paraba de lanzar miradas a su espalda, comprobando que no nos siguiera.

Cuando llegamos a los sofás donde habíamos estado desde un principio, Lena y yo nos permitimos desplomarnos sobre él y mirar a Alice, que respiraba entrecortadamente. Parecía tener un buen cabreo encima.

-¿Quién es Hope? –preguntó Lena-. ¿Y de qué conocías a ese Adonis, Alice?

Ella resopló ante el interrogatorio de Lena.

-Ese tipo –gruñó, señalando con el pulgar a su espalda- se llama Gary Harlow y es un completo cabrón –ahora clavó su mirada en mí-. Y tienes suerte de que haya acudido en tu ayuda, Mina, ese cabrón no sabe captar una negativa; según él: «La palabra “no” no se encuentra recogida en su diccionario personal».

-No nos has dicho aún quién es Hope y de qué conoces a Gary –protestó Lena, con un mohín infantil.

-Hope es mi hermana mayor y, digamos, que Gary y ella se conocen bastante bien… demasiado bien, diría yo –respondió Alice, con evidente desagrado-. El muy cerdo le prometió más de lo que él quería darle y la dejó en la estacada…

Bueno, mi cabeza consiguió traducirlo: Hope y Gary debían de acostarse juntos y, mientras Hope esperaba un mínimo de compromiso por parte de Gary, él buscaba en ella diversión para una noche. Sin compromisos.

Entrecerré los ojos al comprobar que Alice llevaba razón y que ese Gary Harlow era un auténtico cabronazo.

-No tenía ningún interés en él, Alice –le aseguré categóricamente-. Yo… yo tengo a Chase -«Aunque estemos discutiendo todos los días y él tenga secretos conmigo… además de una amiguita de lo más irritante», añadí para mis adentros.

Alice me dedicó una mirada desdeñosa.

-A Gary Harlow no le importa lo más mínimo si tienes novio, Mina –me contradijo, entre dientes-. Cuando se obsesiona con una chica… no para hasta que consigue lo que quiere, ¿entiendes? Esta noche, de no haberlo frenado yo antes, te hubiera hinchado a bebidas hasta ponerte como una maldita cuba; entonces, te habría llevado a cualquier rincón oscuro de este sitio y allí os lo habríais montado. Y tú ni siquiera te acordarías –apretó la mandíbula con fuerza-. Sé lo que digo: Gary Harlow piensa en Gary Harlow. El resto de los mortales le importamos una puta mierda, cielo.

Lena entreabrió la boca debido a la sorpresa y nos miró a Alice y a mí como si estuviera viendo un partido de tenis. Alice soltó un bufido y comenzó a ahuecarse su melena; algo situado cerca de su oreja me llamó especialmente la atención. Parecía ser claramente un tatuaje, pero el símbolo no lo reconocí. Además, fue tan rápido que apenas logré vislumbrar mucho más.

Lena, percibiendo la inquietud e ira que iba cargando el ambiente, se ahuecó en su sitio e intentó cambiar de tema.

-¿Sabes dónde está Caleb? –le preguntó directamente a Alice, puesto que había sido ella la última que lo había visto.

El rostro de Alice se contrajo en una sonrisa bastante lasciva. El tema de Gary Harlow y sus escarceos amorosos había pasado a un segundo plano y ninguna de nosotras iba a permitir que un tipo como ese nos hundiera la fiesta.

-Cuando fui a buscaros estaba divirtiéndose con una rubita bastante mona –nos respondió.

Me giré con discreción para estudiar la reacción de Lena cuando Caleb apareció de la nada delante de nosotras. Su camisa estaba arrugada, además de tener un par de botones más abiertos de la cuenta; su cabello estaba despeinado y tenía marcas de pintalabios por el cuello y los labios. «Guau, sí que ha debido pasárselo bien», me comenté interiormente.

Me moví un poco para dejarle un hueco a Caleb, que se desplomó a mi lado con una sonrisa ebria. Pasó uno de sus brazos por detrás de mis hombros y nos dedicó a todas un pícaro guiño de ojo.

-No me habías comentado que sois tan fogosas, Alice –bromeó.

Ella parpadeó antes de echarse a reír a carcajadas. Miré a Lena, preocupada, pero ella sonreía abiertamente, como si no le importara el hecho de que Caleb se hubiera enrollado con esa chica con la que lo habíamos visto bailando antes. Quizá estaba equivocada y no sabía leer bien los sentimientos del resto.

Caleb se pasó una mano por el pelo, apartándoselo. Algo negro llamó mi atención.

Parpadeé varias veces, creyendo que aquello era producto de la iluminación de la discoteca: en el mismo punto en el que le había visto un tatuaje a Alice, Caleb parecía tener uno idéntico. En esta ocasión fui capaz de distinguir con completa claridad lo que Caleb tenía tatuado: era un intrínseco dibujo similar a una «s» cuyos extremos, los dos, estaban enroscados como si formaran una espiral.

Tragué saliva.

Era bastante sospechoso que dos personas que no se conocían de nada tuvieran el mismo diseño de tatuaje. Además, era un símbolo que nunca antes había visto y que, según mi intuición, no parecía ser un diseño bastante común entre la gente que se hacía tatuajes. «Quizá se hicieron uno a conjunto cuando estuve cuidando de Chase…», cavilé, arrugando el borde de mi vestido.

Miré hacia Lena, intentando descubrir si ella también llevaba uno de esos extraños tatuajes; ella, por suerte para mí, se había recogido el pelo en una coleta alta, lo que me permitía ver perfectamente la zona que había al lado de la oreja.

No había ningún tatuaje.

Me puse rígida involuntariamente cuando Caleb se inclinó hacia delante, dejando caer su pesado brazo sobre mis hombros. Cuando habló, el aliento le apestaba a alcohol.

-¿Por qué no movemos la fiesta a mi piso, Al? –le sugirió, con los ojos brillantes.

Ella lo señaló con el dedo índice.

-Cariño, me has leído el pensamiento.

Salimos de Marquee a trompicones y nos dirigimos de nuevo hacia el descapotable de Alice. Caleb se había encargado de hacer correr la voz de que íbamos a irnos a su piso para poder continuar la fiesta y, muchos de ellos, encontraron la idea de un piso como un sitio bastante confortable donde dar rienda suelta a su pasión.

Cuando llegamos al portal, se había congregado un grupo en la puerta que, parecía ser, nos esperaba. Caleb saludó a alguno de ellos como si los conociera de toda la vida, aunque la realidad era bastante distinta. Lo seguimos en lo que fue un intento de silencio mientras subíamos las escaleras y lográbamos alcanzar el rellano correcto; tras una pequeña discusión entre la cerradura y Caleb, éste consiguió abrir la puerta y todos entramos a tropel al interior de la casa.

-¡Sentíos como en vuestra propia casa! –gritó, para hacerse oír entre la gente.

Lena me arrastró al sofá mientras Caleb comenzaba a toquitear en el equipo de música y el resto de personas se disgregaban por todo el salón. Alice había desaparecido entre la multitud acompañada de un chico bastante apuesto, según Lena, abandonándonos a nosotras dos a nuestra suerte.

Cuando quise darme cuenta, la música tecno sonaba a todo volumen del equipo y alguien había hecho aparecer casi por arte de magia multitud de bebidas. Lena se levantó en varias ocasiones a reemplazarnos nuestros vasos vacíos y yo comencé a sentir que el alcohol había logrado su objetivo. Ni siquiera tenía una ligera idea de cómo iba a llegar a casa cuando terminara la fiesta. Rodeándome, una multitud de parejas se enrollaban entre ellas y, muchos de ellos, no parecían ser conscientes de que estaba allí delante, viéndolos cómo deslizaban sus manos por debajo de las camisas, blusas, tops, pantalones o faldas de sus acompañantes sin pudor alguno.

Arrugué la nariz cuando alguien colocó algún tipo de brebaje místico para que lo olfateara y me giré para decirle a quienquiera que fuera que se bebiera él o ella mismo la bebida. De mis labios no salió sonido alguno al ver que había sido Gary Harlow quien me había ofrecido la maloliente bebida.

Él me sonreía amablemente aunque, por lo que había contado Alice, sabía que sus intenciones no eran nada «amables».

-Tú otra vez –dije con fastidio.

Gary dejó el vaso delante de mí y ocupó el sitio que había dejado Lena al ir a por otra ronda de bebidas. Era posible que me hubiera pasado un poquito con la bebida, pero la advertencia de Alice sobre Gary Harlow se mantenía fresca sobre mi memoria; no iba a caer en sus redes porque quería a Chase.

-Yo otra vez –replicó, sin perder la sonrisa.

-¿Mi amiga no fue demasiado clara contigo en la discoteca o qué?

-Es posible, pero me gustaría conocer tu nombre. Es lo menos que me debes…

Solté una carcajada.

-¿Que te debo algo? –pregunté, con sorpresa-. ¿Por qué piensas en eso?

Gary hizo un aspaviento con la mano señalando la mesa, donde descansaba aquel potingue que debía dejar KO hasta a un elefante.

Lo miré con desconfianza.

-Por haberte traído la bebida –respondió, como si fuera obvio-. Y por haberme dejado plantado de aquella forma tan brusca en Marquee.

Fruncí los labios con fuerza. ¿Por qué no era capaz de ver que no sentía ningún interés en él? Ah, ya: por su enfermiza obsesión con las mujeres a las que les echaba el ojo. Y, al parecer, me había convertido en su nuevo objetivo para divertirse aquella noche.

Era una pena que no tuviera ningunas ganas de permitírselo.

Entrelacé mis manos por encima de mis muslos y estiré las piernas, procurando que el vestido no se me subiera más de la cuenta.

-Bueno, pues gracias por la bebida –dije, a su vez-. Y, ahora, ¿por qué no te marchas a atormentar a otra muchachita tonta y borracha que encuentres por ahí? –para darle más énfasis a mis palabras le hice un par de aspavientos con ambas manos.

Esperaba que, en aquella ocasión, captara el mensaje.

-¿Acaso me crees un hombre tan ruin? –sus ojos verdes se habían oscurecido y tenía la mandíbula tensa-. Únicamente quiero conocerte, nada más –añadió, posando una de sus enormes manos encima de, ¡vaya casualidad!, mi muslo.

De nuevo apareció esa sensación de quemazón. Me humedecí los labios y traté de reunir toda la paciencia posible antes de pasar al plan B: darle un buen golpe. Mi padre siempre nos había inculcado que debíamos de usar las palabras pero, con Gary Harlow, haría una excepción. Y, mi intuición me avisaba, que de esa forma por fin captaría el mensaje.

-Mira, Harlow –no me atreví a llamarlo por su nombre por temor a que creyera que tenía alguna posibilidad-, tengo novio. Un chico estupendo al que quiero y respeto, ¿entiendes lo que quiero decir?

Gary esbozó una sonrisa traviesa.

-No eres la primera que me dice eso, preciosa. Pero esto es Manhattan: aquí pueden suceder multitud de cosas y tu novio jamás se enteraría. Vamos, dame una oportunidad y te aseguro que no te acordarás de tu novio el resto de la noche.

Lo miré con asco y aparté de un manotazo su mano de mi muslo. Alice no se había equivocado al advertirme sobre él: Gary Harlow no pararía hasta conseguir lo que quería.

Era un egocéntrico y un imbécil.

-Creo que no me has entendido. Me importa una mierda lo que suceda en Manhattan o tus “habilidades” –entrecomillé las palabras con los dedos- con las mujeres: quiero a mi novio y te quiero lejos de mí –le aclaré.

Gary cerró los ojos y echó la cabeza hacia atrás.

-Eres la primera chica que se me resiste –comentó-. Así que te propongo otra cosa: ¿me permitirías, al menos, que te invitara a una copa?

Miré el vaso que aún descansaba sobre la mesa, abandonado, y volví a clavar mi mirada en Gary. Intuía que había algún tipo de trampa en sus palabras pero, advertí también, que si no aceptaba aquella oferta, la mejor que me había hecho en toda la noche, no me dejaría tranquila.

Se me escapó un suspiro de resignación.

-Solamente a una –le advertí-. Y quiero tus manos bien lejos de mí.

Gary se incorporó y me dedicó una sonrisa de triunfo y satisfacción. Me recordó terriblemente a Kai o a Carin…

Se levantó con pesadez del sofá y desapareció entre la multitud, permitiéndome un poco de espacio. Escondí la primera copa que me había ofrecido en un lado del sofá, lejos de su vista y procuré serenarme. «No pasa nada, Mina –me dije-. Es solo una copa. Solo una copa y se acabó». ¿Cuántos millones de chicas con novio habían aceptado una copa de un completo extraño? «¿Y cuántas chicas con novio habían aceptado una copa de manos de Gary Harlow sabiendo que lo único que quería éste era llevárselas a la cama?», me preguntó mi subconsciente. Ja, ja, ja. Muy hábil.

Me recoloqué en mi asiento y esperé a que alguno de mis amigos decidiera hacer su entrada en escena para salvarme de las garras de ese maldito imbécil. Había pasado un buen rato desde que Lena había decidido marcharse a por otras bebidas y no había señales de ella.

Estaba sola.

Aunque no por mucho tiempo, pensé con fastidio cuando Gary apareció de nuevo con dos vasos. Me tendió uno de los que llevaba y aguardó mientras yo lo olfateaba discretamente, intentando comprobar si aquello era consumible. Tenía que reconocer que tenía mejor aroma que el anterior.

-Y bien, Chica sin Nombre –empezó Gary, con un tono bastante animado-, ¿por qué quieres brindar?

Alcé mi copa y respondí con mordacidad:

-Porque, después de esto, te voy a perder de vista para siempre, Harlow. Creo que es un motivo magnífico para brindar.

Sus ojos verdes brillaron y se le escapó una carcajada. Una auténtica carcajada divertida cuyo sonido era profundo y un poco ronco.

Aunque no había caído bajo el influjo seductor de Gary Harlow, era capaz de entender por qué las chicas caían a sus pies rendidas.

Y uno de esos motivos era su voz. Su poderosa y sexy voz.

«Chase. Chase. Chase –me repetí una y otra vez-. Tú quieres a Chase. Olvídate de este gilipollas, por favor». Y era cierto: yo amaba a Chase, mi corazón pertenecía a Chase… pero había algo en ese chico que me nublaba y turbaba, impidiéndome pensar con claridad.

Me quedé helada cuando inclinó su rostro hacia mí, quedándonos a unos pocos centímetros el uno del otro. Inconscientemente apreté con más fuerza mi vaso y, por un momento, temí que fuera a estallar entre mis manos.

-Te crees muy divertida, ¿verdad? –susurró, con sus ojos clavados en los míos.

Poco a poco, fue reduciendo la distancia que nos separaba. Y yo estaba paralizada, incapaz de moverme. ¿Qué coño me estaba sucediendo? ¿Por qué no podía apartarme de él? No quería que sucediera nada de aquello. Incluso me estaba arrepintiendo de haber convencido a Alice y al resto para salir aquella noche.

Por muy molesta que estuviera con Chase por nuestra discusión, no era la clase de chicas que decidían enrollarse con otros tipos para «castigar» de esa forma a sus parejas. No, yo no era así. Entonces, ¿por qué no podía separarme de Gary?

Justo cuando sus labios rozaron los míos, la cordura y el movimiento parecieron volver a mí. Logré esquivarlo girando la cabeza y, cuando Gary se separó para observarme con sorpresa y cierto enojo, le di un fuerte empujón en el pecho, enfadada. Y no solamente con ese gilipollas, sino también conmigo misma.

Lo miré con los ojos muy abiertos.

-¡Has intentado besarme! –le acusé-. ¡Y te avisé que no lo intentaras!

Un relámpago de auténtica culpabilidad cruzó sus ojos verdes. Se rascó la mejilla derecha con su dedo índice, con insistencia.

-Ha sido… Yo no… -balbuceó, incapaz de terminar ninguna de sus frases-. Ha sido un error. No había sido mi intención, te lo juro.

Volví a empujarle en el pecho para que se separara de mí y vacié de un trago mi copa, sin pensarlo.

Intenté ponerme en pie, pero algo no iba bien: las piernas me temblaban, como si no fuesen capaces de mantener mi propio peso, y la cabeza me daba vueltas. Pensé que me había pasado con la bebida, cosa que no era nueva para mí, pero un sabor dulzón en la garganta me hizo replanteármelo. Me aferré al sofá con fuerza y, fulminando con la mirada a Gary, traté de avanzar; quería alejarme todo lo posible de ese chico y de sus oscuras intenciones.

De nuevo las piernas me temblaron y se me escapó un gemido de pánico. No sabía qué me estaba ocurriendo, era como si hubiera perdido el control de todo mi cuerpo; miré de nuevo a Gary, que me observaba con estupefacción. Qué estúpida había sido.

Entonces lo comprendí todo.

-¡¡Tú!! –grité, con una nota de histeria en la voz-. Has sido tú, ¿verdad? ¡¡Tú me has drogado!!

Con una rapidez pasmosa que no supe si atribuirlo a los efectos de las drogas que estaban produciendo en mí, Gary se colocó a mi lado y me sujetó con firmeza por la cintura. Intenté zafarme de él, haciendo un gran esfuerzo ante la droga que corría por todo mi cuerpo, pero no fui capaz.

-Yo no le he echado nada a tu bebida, ¿de acuerdo? –me aseguró, con firmeza y resolución.

Me alzó en volandas antes de que tuviera tiempo de reaccionar siquiera y empezó a moverse. Mi cabeza rebotaba ante cada paso que cada y había perdido definitivamente el control sobre mi cuerpo; estaba indefensa en los brazos de aquel tío que había resultado ser un psicópata y, en aquellos momentos, en lo único que podía pensar era en que había creído ver a Caleb y Lena enrollándose en un rincón y que había visto a Alice contra una pared, rodeándole con las piernas la cintura de un chico que no conocía.

Y que no sabía qué iba a ser de mí.

-Me llevas a un sitio apartado, ¿verdad? –logré musitar, obligándome a mirar fijamente a Gary-. Ahora que estoy drogada no será un problema para ti aprovecharte de mí. Espero que disfrutes de esta noche, gilipollas, porque pienso buscarte por todo Nueva York si hace falta para matarte personalmente.

Gary sonrió con ironía.

-Ya te gustaría tener esa oportunidad, nena. Pero lamento decepcionarte: soy un hueso duro de roer.

Entonces me absorbió la oscuridad.

Un molesto sonido, exactamente el sonido que hacían los móviles cuando vibraban cerca de tu oído, consiguió despertarme. Sentía que la cabeza me iba a estallar y, al tratar de hacer memoria de lo sucedido la noche anterior, descubrí que había algunas lagunas que no lograba recordar. Parpadeé varias veces y me encontré mirando un techo que no reconocía en absoluto.

Se me dispararon todas las alarmas y me incorporé, acobardada. Estaba en una habitación claramente juvenil, metida en una enorme cama… con Alice y Lena durmiendo plácidamente a mi lado.

Debía de haberme quedado durmiendo allí debido a las altas horas a las que había dado por finalizada la fiesta improvisada que habían organizado Caleb y Alice. Sí, eso debía ser. Cogí mi bolso del suelo y saqué el móvil de su interior.

CHASE

Solté un gemido de horror y comencé a masajearme la frente con insistencia mientras dudaba entre cogérselo o no, observando el nombre y la foto que me mostraba la pantalla. «Por Dios, Mina, has pasado toda la noche fuera. Estará preocupado por ti; no seas idiota y cógeselo», me reprendió mi subconsciente.

Me armé de valor y deslicé un dedo por la pantalla, dispuesta a enfrentarme a la terrible bronca que me esperaba al otro lado de la línea.

-¿Mina? –la voz de Chase resultaba alterada… y conmovedoramente preocupada-. ¡Mina, Dios mío, por fin logro dar contigo! ¿Por qué anoche no respondiste a ninguna de mis llamadas o mensajes? Nos tenías a todos preocupados… me tenías preocupado a mí, Mina –añadió en voz baja.

Sabía que su preocupación por mí era real y que parecía haberse olvidado por completo de nuestra discusión… pero cada palabra que pronunciaba se me clavaba en la cabeza como si se tratara de un maldito alfiler al rojo vivo.

Tenía una resaca importante y Chase no estaba haciendo más que empeorarla.

-No me llegó ninguna llamada o mensaje, Chase –mentí, consciente de que no había tocado el móvil como me había ordenado Alice desde que salimos del restaurante-. Y lamento muchísimo no haber dado señales de vida. Pero estoy bien, como has podido comprobar.

Al otro lado de la línea, la respiración de Chase se aceleró.

-¿Dónde has pasado la noche, Mina? –inquirió-. ¿Por qué no regresaste a casa?

Me froté el puente de la nariz.

-Se nos fue un poco de las manos, Chase –le confesé, en voz baja-. Salimos a cenar y luego Alice nos llevó a Marque… después de eso, bueno, digamos que decidimos trasladar la fiesta a casa de Caleb y Lena. No quería molestaros y decidí quedarme en su casa a dormir.

-Podrías haberme llamado, hubiera ido a por ti –repuso Chase-. No me hubiera importado en absoluto, Mina. Te lo aseguro.

En mi mente se produjo un fogonazo de luz y recordé lo que no había logrado hacer al despertarme: Gary. Gary Harlow me había drogado porque yo me había negado en rotundo en todas las ocasiones a tener algo con él. Me quité el edredón de una patada, sujetando el móvil entre la oreja y el hombro, buscando cualquier signo de que ese cabronazo me hubiera tocado y se hubiera propasado conmigo. «Como se haya atrevido –me prometí a mí misma-, me encargaré personalmente de que no vuelva a repetirse porque lo descuartizaré con mis propias manos».

Tras una inspección rápida, comprobando que todo estuviera en su sitio, respiré aliviada. Quizá, después de todo, se hubiera rajado.

-Entonces, no te importará venir a recogerme, ¿verdad? –le pregunté a Chase-. Porque no estoy segura de poder dar un paso…

Oí una risita que trató de disimular con un carraspeo.

-¿No fue así como conseguí conquistarte? –bromeó-. Soy tu caballero andante de reluciente armadura; dime la dirección y estaré allí en un momento.

Agradecí en silencio poder recordar con claridad la dirección y se la dicté a Chase. Me mordí el labio, debatiéndome interiormente sobre confesarle a Chase que un chico me había drogado e intentado besarme, pero deseché la idea de inmediato: aquello supondría que Chase pudiera meterse en problemas por darle una paliza a ese gilipollas de Gary Harlow o algo peor. Conocía de primera mano las consecuencias que tenía enfadar a un licántropo.

Me despedí de Chase y rodé por la cama hacia Lena. Me sabía mal tener que despertarla, pero necesitaba que me ayudara con algunos interrogantes sobre la noche anterior. Le di un par de palmaditas, consiguiendo mi objetivo con mi décima palmadita en la mejilla.

Pensé que iba a darle un infarto allí mismo.

-¡Ah, no hagas eso más, por favor! –me pidió y, seguidamente, soltó un gemido-. Estoy muerta… Cuando se despierte Alice pienso…

-¡Lena! –la exhorté-. Necesito tu ayuda.

-¿Mi ayuda? –repitió-. ¿Para qué necesitas…? ¡Vaya, se me había olvidado por completo!

No sabía a qué se refería, pero necesitaba que me respondiera a un par de preguntas antes de que comenzara a divagar sobre Dios sabía qué.

La sujeté por las muñecas con firmeza.

-¿Cómo llegué anoche hasta aquí? –le pregunté, a bocajarro.

Su mirada se desenfocó durante unos instantes, parecía que estuviera tratando de recordar.

-Em… sí… Esto, veamos… Creo recordar que te dejé sola, ¿verdad? –dijo con indecisión-. Pues lo último que recuerdo es verte en brazos del chico sexy de la discoteca llevándose hasta… aquí. Sí.

Aquello no me era suficiente. ¡No!

-¿Y nada más? –gesticulaba con las manos de manera frenética.

-Espera, espera –me pidió Lena mientras hurgaba por debajo de su sujetador hasta sacar un papelito doblado y arrugado-. El mismo chico me pidió que me quedara contigo porque, según me contó, no te encontrabas bien y casi me suplicó que te diera este papel.

Se lo arrebaté de las manos, cogí mi bolso y salté de la cama. Lena sonreía con suficiencia y me despidió con un gesto de mano.

-¡Ya nos veremos el lunes, Mina! –hizo una pequeña pausa-. Ah, y por cierto, eres una pequeña zorra con suerte –añadió en tono jocoso.

Salí de la casa sin tan siquiera comprobar mi aspecto en cualquier espejo y bajé los escalones a toda prisa; la nota que le había dado Gary a Lena me quemaba en la mano, pero no tenía muy claro qué hacer con ella.

Al final, mientras esperaba que apareciese Chase, la abrí con cuidado y la leí atentamente.

Lamento haberme comportado como un auténtico capullo. Y lamento que pienses que yo tuve algo que ver con la droga en tu bebida.

Llámame en alguna ocasión, Chica sin Nombre. Estaría encantado de invitarte a un café y arreglar las cosas.

Bajo el mensaje había escrito una serie de números que, supuse, serían su número de teléfono y me barajé la posibilidad de romper en mil pedacitos la nota y tirar sus restos al aire. Finalmente, la arrugué más y me la guardé en el bolso.

Un segundo después, el claxon del Volkswagen de Chase me hizo que diera un pequeño bote y troté hasta el coche, deseando llegar a casa y darme una buena ducha.

Chase me miró con los ojos abiertos como platos y yo me pasé varias veces los dedos entre el cabello, tratando de eliminar algunos enredos.

Él soltó un silbido por lo bajo.

-Debió de ser apoteósica la fiesta de anoche, cielo –le dirigí una mirada desconfiada, pues nunca había usado conmigo aquellos ridículos apelativos; Chase sonrió con sorna-. Lo de «cielo» era una broma –se apresuró a explicarme.

Me tapé con la palma de la mano los ojos y los cerré.

-Llévame a casa, por favor –le rogué-. Creo que me va a estallar la cabeza en mil pedazos…

Nada más apearme del coche, deseé tener a mano unas enormes gafas de sol. Seguí a Chase todo el camino arrastrando los pies y pensando en la promesa de una ducha de agua bien caliente, seguida de una sesión de una buena cama. Tenía la sensación de que iba a necesitar hasta el lunes para recuperarme. El efecto de la droga que alguien me suministró se había disipado, dejándome en su lugar una resaca mucho más horrible que ninguna que hubiera sufrido antes.

Chase me rodeó la cintura con un brazo y yo se lo agradecí con una sonrisa, que era lo único que me salió en aquellos momentos.

Justo cuando nos dirigíamos a la planta superior, Kyle apareció en el extremo superior de la escalera, ataviado con su viejo pijama y con una toalla alrededor del cuello. Me realizó un exhaustivo escáner de cuerpo entero y leí en su semblante que se encontraba totalmente sorprendido con aquellas pintas que llevaba.

Empecé a subir lentamente los escalones, poniendo una mueca cada vez que ascendía un peldaño, hasta que llegué hasta arriba de la escalera. Pasé por al lado de Kyle, saboreando ya la ducha que iba a darme, cuando algo llamó mi atención. Algo que ya había visto antes. Como la noche anterior, por ejemplo.

Al igual que Caleb y Alice, Kyle tenía tatuado el mismo símbolo en el mismo lugar que ellos dos. Me quedé paralizada en el sitio, observando el tatuaje con una mezcla de asombro y confusión; Chase me miró desconcertado, sin entender por qué me había detenido sin motivo alguno.

-¿Qué… qué es lo que tienes ahí tatuado? –pregunté a Kyle, notando cómo me temblaba ligeramente la voz.

Él pareció al principio sorprendido, pero su rostro demudó a una sonrisa de orgullo y cierta altanería. Se apartó el pelo que tapaba su tatuaje y nos lo mostró a ambos con un aire de regodeo.

-Ah, has sido la primera en darte cuenta –me felicitó-. Esto, Mina, es lo que llamamos la Marca del Cazador.

A mi lado, Chase tragó saliva.

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