29. Cicatrices.
Ni siquiera escuché mis propios chillidos cuando mi cuerpo pasó por encima de la barandilla y me precipité al vacío. En el último momento, mis dedos se aferraron al borde del pozo, arrancándome un nuevo grito de dolor por las rozaduras del suelo contra mi piel.
Alcé con esfuerzo la cabeza para ver cómo Aria me miraba con auténtico desagrado. Tenía las manos despellejadas a causa del roce con el suelo de cemento y también podía ver un poco de sangre; apreté los dientes para contener un nuevo grito de dolor y miré con temor a la chica.
-¡Muere de una maldita vez! –chilló-. ¡Tienes que morir!
Su bota se estampó contra parte de mis dedos, arrancándome de nuevo otro alarido de dolor y miedo al perder parte de mi agarre. Ahora solamente contaba con una mano y, cuando Aria alzó la bota de nuevo, no habría ningún apoyo más.
Caería sin remedio al pozo.
Vi bajar su bota a cámara lenta hacia mis dedos y, cuando estaba a punto de lograr su objetivo, el enorme cuerpo de un lobo la aplacó, lanzándola por los suelos y permitiéndome soltar un suspiro de alivio. Una mano rodeó mi antebrazo y tiró de mí hasta que pude volver a pasar por encima de la barandilla metálica.
El rostro enfadado de Gary fue el único saludo que tuve por su parte. Había vuelto a convertirse en humano y llevaba puestos unos pantalones que parecían quedarle una talla menos, ajustándosele en la cintura. La piel que llevaba al descubierto estaba llena de sangre.
-¡Ten más cuidado! –me gritó él, enfadado.
-Me estaba apuntando con un puñal al corazón –me defendí, resollando-. Discúlpame por centrarme más en ese pequeño detalle…
Gary soltó un agónico grito de dolor cuando el puñal con el que antes me había amenazado Aria se le clavó en el hombro; miré hacia su lanzadora, que había logrado ponerse en pie tras el fuerte impacto y nos observaba con los ojos entrecerrados. Sus manos se movían rápidamente en sus bolsillos, buscando otra arma que lanzarnos. Gary agarró el mango del puñal y tiró de él con fuerza, extrayendo así la hoja de su cuerpo; la herida parecía ser peligrosa, sí, pero la rápida curación que poseía el chico la cicatrizaría rápidamente.
Los ojos de Gary relampagueaban de pura ira por semejante osadía.
-Voy a destrozarte, maldita arpía –le aseguró a Aria.
La cazadora respondió con una sonrisa engreída. Pensé que Gary no caería en su juego, que sería mucho más listo, pero estaba claro que sus nervios estaban a flor de piel y que no pensó en las posibles consecuencias de lanzarse hacia ella sin comprender antes que era precisamente eso lo que Aria buscaba.
Aria se escabulló con facilidad del puñetazo que había lanzado Gary contra ella y le golpeó en el estómago; Gary se dobló sobre sí mismo a causa del impacto que había recibido y la cazadora hizo uso de aquella oportunidad para darle un buen golpe entre los omóplatos, mandando al suelo a Gary.
Se echó sobre él y me lanzó una mirada traviesa. Mis pulmones se habían quedado sin oxígeno y la cabeza me daba vueltas al entender lo que podría suceder si no detenía a Aria antes: la afilada hoja de su cuchillo estaba apoyada sobre la piel del cuello de Gary, que era incapaz de debatirse por temor a que, debido a ello, pudiera abrirse él mismo la garganta.
-En aquella ocasión murió un licántropo que significaba algo para tu novio, ¿verdad? –recordó Aria, gritando para hacerse oír-. El chico que atrapamos antes de ir a por ti.
Sentí cómo el color se me iba de toda la cara al recordar.
-Lay –musité, logrando que Aria sonriera con aún más ganas.
-Sí, Mina –asintió ella-. Tú pudiste hacer algo. Pero no lo hiciste. Lay se sacrificó y, lamentablemente, su sacrificio va a ser inútil.
»Todas las personas que se encariñan contigo acaban mal, Mina… Primero Lay, luego esa chiquilla estúpida -«Betty», pensé para mis adentros- y ahora este chico tan mono…
Mis manos se cerraron en torno a la culata de la pistola y la saqué con fuerza, dirigiendo el cañón hacia Aria. Aquello le pareció la mar de gracioso, ya que se echó a reír con ganas y me dirigió una sonrisa burlona.
-Vamos, Mina, jamás serías capaz de apretar ese gatillo –me desafió-. Eres una niña buena que juega a ser mala pero que, en realidad, lo único que quiere es que alguien la salve… ¿No es lo que siempre sucede contigo?
El dedo me temblaba mientras rozaba la superficie del gatillo. Las palabras de Aria eran como serpientes venenosas que se enroscaban por todo mi cuerpo y me inyectaban todo su veneno; sus continuas burlas sobre Lay y Betty habían sido crueles y rebuscadas, pero el hecho de que pensara que era una pobre inútil fue lo que más me molestó.
Creía haber demostrado mis aptitudes antes, cuando había tenido que enfrentarme a Chase; había logrado aprender a combatir a base de golpes y palizas. Apenas quedaban rasgos de la antigua Mina en mí.
Había logrado pasar todos los obstáculos que se me habían impuesto y estaba dispuesta a volver a demostrarle lo poco que parecía conocerme. Dos años atrás no habría sido capaz de lo que estaba a punto de hacer, pero la vida de alguien que me importaba estaba en juego y no iba a permitirle a Aria que le hiciera daño.
-No serás capaz de disparar –aseguró la cazadora, sin perder la sonrisa.
No cerré los ojos cuando apreté el gatillo. La bala le dio justo a la altura del corazón y el rostro de sorpresa de Aria fue lo último que vi antes de que su cuerpo cayera hacia atrás y Gary se pusiera en pie, mirándome con sorpresa. Al parecer, tampoco él me había creído capaz de hacerlo.
Pero lo había hecho.
Mis manos ni siquiera temblaban cuando bajé el arma y le devolví la mirada a Gary, que se acercaba a mí con lentitud. Apoyé la pistola junto a mi muslo y esperé pacientemente a que el licántropo llegara a mi altura.
-Eres una chica muy peligrosa, cazadora –dijo con una media sonrisa.
No supe si tomarme aquello como un halago por su parte.
-Tenemos que encontrar a tu hermana –respondí.
Gary asintió, con gesto sombrío, y ambos echamos a correr. Los lobos de Gary parecían haber conseguido el control de la situación; tuvimos que esquivar varios cadáveres, humanos y lobos, que cubrían el suelo. Alcé la mirada y divisé a Caleb, que seguía en las vigas, controlando la situación y ayudando con sus flechas, lanzándolas a los lobos que se acercaban a nuestros aliados por la espalda, dispuestos a cogerlos desprevenidos.
Le hice una señal para que bajara y él alzó el pulgar.
Nos reunimos tras un pilar. Caleb parecía estar agotado y su carcaj se estaba quedando vacío.
-¿Y Lena? –fue lo primero que pregunté.
Caleb negó con la cabeza.
-Le pedí que se quedara en casa –contestó-. No quería ponerla en peligro.
Gary carraspeó intencionadamente.
-¿Has visto a una chica intentando huir o… algo por el estilo? –inquirí, rezando interiormente para que Caleb pudiera darnos una pista sobre dónde podía estar escondida Rebecca… si no había llegado a huir aún.
Caleb señaló con el pulgar hacia unas escaleras que parecían conducir a los despachos que había dentro de la nave. Controlé los temblores que habían aparecido al venirme a la memoria aquellos recuerdos tan dolorosos que habían tenido lugar dos años atrás y suspiré, resignada.
Nos despedimos a toda prisa de Caleb, que subió de nuevo a su anterior posición, y nos dirigimos hacia las escaleras. No podía creerme que estuviera otra vez metida en una situación similar, pero Aria había sido bastante puntillosa a la hora de llevar a cabo su venganza y había elegido el lugar idóneo para tratar de desestabilizarme con ayuda de los malos recuerdos que despertaba aquella nave en mí.
Me metí por el primer pasillo que vi y algo chocó lateralmente contra mí, lanzándome directa contra la pared. Gruñí de frustración, pues el golpe no había sido tan fuerte como había esperado, y giré la cabeza, buscando a la persona que había chocado contra mí. La silueta de Rebecca quedaba recortada con la luz que se colaba por las ventanas y su rostro era una máscara de puro odio hacia mí.
Gary se había detenido a una distancia prudente de nosotras y observaba a su hermana con una mezcla de decepción y desagrado.
Alzó ambas manos en señal de derrota.
-Rebecca, déjalo –le pidió su hermano-. Ríndete ahora y puede que papá te perdone, que logre salvarte. Tú no eres así, tú siempre…
-¡¡Cállate!! –chilló ella y se agachó para recoger algo que se me había caído a mí.
Contuve un gemido cuando descubrí que era la pistola. Rebecca la sopesó en su mano y estudió a su hermano con una mueca enojada.
-Siempre he tenido que vivir a tu sombra –escupió la chica, con rencor-. Tú siempre fuiste el futuro de la manada. Papá te adoraba porque había logrado conseguir lo que siempre buscaba: un heredero. En cambio, cuando yo nací… -tragó saliva y sus ojos se pusieron húmedos-. Nunca me lo dijo directamente pero sé que se sintió bastante decepcionado. Era una híbrida, alguien que no tenía el suficiente valor a sus ojos.
»Pero tú… tú siempre conseguías lo que querías, Gary. Papá nunca tuvo ningún problema en consentirte y en darte todo lo que pedías.
-Eso no es así –la contradijo Gary, dolido-. Vuestro abandono destrozó a papá. Si nunca le llegaste a importar, según tú, ¿por qué intentó tantas veces que volvierais con nosotros, Rebecca? ¿Por qué os manda cada mes un cheque con una cantidad desorbitada de dinero?
Rebecca soltó una amarga risotada y el cañón de la pistola apuntó directamente a mi cabeza, disuadiendo a su hermano de que intentara hacer algo. Yo me quedé allí, pegada a la pared, mientras escuchaba atentamente los reproches entre ambos hermanos sobre su infancia y las diferencias que parecían existir entre ellos.
-Quizá sus abogados se lo propusieron –acertó a responder-. Era menor de edad cuando nos marchamos de casa y era su obligación el darme una manutención. Mamá podría haberlo demandado por no cumplir con sus deberes filiares.
-Él te quiere, Rebecca –insistió su hermano-. No entiendo a qué ha venido todo esto, por qué estás haciendo tanto… Cuando me llamaste para pedirme que aceptara a Chase en mi manada de manera temporal pensé que estábamos avanzando. Que nuestra relación estaba empezando a mejorar y que las cosas cambiarían.
-Por supuesto que las cosas van a cambiar, hermano –coincidió Rebecca-. Van a cambiar porque tú vas a morir. Y ella también –añadió, señalándome a mí-. Ambos sois como un continuo dolor de cabeza.
-¿Por qué guardas tanto odio hacia tu familia? –preguntó entonces Gary y su máscara cayó, mostrando al chico perdido que había visto en una ocasión.
Cuando me había confesado que su hermana era Rebecca, supe que era importante para él. A pesar de haber sido abandonado por su propia madre y hermana sin ninguna aparente razón y de manera tan repentina, Gary había mantenido la esperanza de volver a ver su familia unida o, en su defecto, de ser aceptado de nuevo por su madre y por su hermana. Podía imaginarme la repentina ilusión que le había embargado cuando Rebecca se había puesto en contacto con él y en cómo había confiado en que las cosas iban a cambiar para él.
Que iban a ir a mejor.
Pero aquella cruda realidad, las verdaderas intenciones de Rebecca, habían logrado quebrar ese rayito de esperanza que Gary había mantenido en secreto. Ese deseo infantil de volver a recuperar a su familia se había roto y había desaparecido.
El dolor que debía sentir en aquellos momentos debía ser atroz.
-¡Os odio por todo lo que no he podido tener! –vociferó Rebecca-. ¡Te odio a ti por haberlo conseguido todo! Tú eres una persona que no sabe cómo llevar a la manada, que te dedicas únicamente a tus vicios… ¡Tú no te mereces nada de lo que papá te ha dado!
El rostro de Gary mudó a un gesto de sorpresa. Jamás había podido creerse que, todo aquello, fuera por envidia: Rebecca envidiaba profundamente a Gary. Siempre había querido ser como él y tener lo que su hermano había tenido.
Rebecca siempre había querido ser Gary.
El licántropo echó a correr hacia Rebecca, cogiéndola al principio por sorpresa; el cañón se desvió de mi cabeza hacia el cuerpo de su hermano. Chillé cuando el arma se disparó y Gary se llevó la mano al costado, donde una marca de sangre estaba cubriendo toda su piel.
El cuerpo de Gary se desplomó sobre el suelo y Rebecca se echó a reír, victoriosa. El cañón del arma volvía a apuntar a mi cabeza, pero no me importó en absoluto: mis ojos eran incapaces de apartarse del cuerpo de Gary.
-Oh, por Dios, cuánta conmoción –se burló Rebecca, saboreando la sensación del momento-. Deberías estarme agradecida, querida: he librado a Nueva York de un ser sin corazón.
Su comentario burlón provocó que me hirviera la sangre de pura rabia.
-La única persona que se acerca a lo que has dicho eres tú, Rebecca –repliqué, temblando de enfado.
Oí el chasquido del seguro de la pistola de Rebecca y me obligué a mantener la vista clavada en el rostro de ella. No podía permitirme desviar mi atención de aquella chica para mirar en dirección al cuerpo de Gary; cualquier mínimo error podía costarme muy caro… y necesitaba estar al cien por ciento si quería acabar con Rebecca de una vez por todas.
-Si tanto interés tienes por reunirte con él –dijo-, no voy a ser yo quien te quite la ilusión.
Lancé mi pierna a toda velocidad, en dirección al brazo que sostenía la pistola con la que me apuntaba, al mismo tiempo que Rebecca apretaba el gatillo. Mi pierna la golpeó, desviando la trayectoria del proyectil, que me dio en el brazo; sentí como si todo el brazo estallara en llamas y aullé de dolor.
La pistola salió por los aires mientras Rebecca gritaba de frustración. Ignoré por completo el dolor lacerante del brazo donde me había disparado Rebecca y me abalancé sobre la pistola, al igual que Rebecca. Ambas caímos al suelo y mis dedos rozaron la pistola, pero Rebecca me sujetó del brazo herido, haciendo que soltara un alarido y tratara de quitármela de encima. Tenía que alcanzar ese arma, me animé a mí misma. Tenía que evitar pensar en la herida y centrarme en lo que verdad era mi meta: la pistola.
Le solté un puñetazo a Rebecca, acertándole en toda la cara, y con ello conseguí que la chica chillara de dolor y se cubriera el rostro con ambas manos, dándome la oportunidad de arrastrar mi cuerpo por el suelo hasta alcanzar la pistola. Casi se me escapó un gemido de puro alivio al cerrar los dedos en torno a la culata y levantarla del suelo para apuntar a Rebecca, cuyo rostro se había cubierto de sangre y estaba hinchado.
Sus ojos me taladraron pero no se mostró amedrentada en absoluto cuando vio que me había hecho con la pistola. Soltó una risotada seca, llena de sarcasmo.
-Hazlo, Mina –me animó-. Tienes ganas de hacerlo. Mátame.
En aquella ocasión, la mano comenzó a temblarme cuando recordé lo que había hecho antes: le había disparado a bocajarro a Aria y la había matado por un disparo. Me había convertido en una asesina.
Y ahora habían llegado los remordimientos.
-Debería matarte –respondí con claridad-. Debería matarte por todo el daño que me has hecho. Por haber obligado a Chase a hacer cosas que él no quería hacer pero que no tenía opción…
-Cuando nos acostábamos juntos no parecía poner ninguna objeción –replicó Rebecca con maldad, sabedora que su comentario me iba a hacer mucho daño.
Hice uso de toda mi fuerza de voluntad para no sucumbir al deseo de disparar de nuevo el arma contra la cabeza de Rebecca. Las imágenes de lo que había sucedido entre Rebecca y Chase en estos meses se formaron en mi cabeza, provocando que mi estómago me diera un vuelco. Por supuesto que había considerado esa posibilidad cuando los había visto a ambos juntos, pero la certeza por parte de Rebecca fue abrumadora.
La voz insidiosa de mi cabeza pareció despertar de repente, sugiriéndome que vaciara el cargador de la pistola sobre Rebecca y diera por finalizado ese capítulo de mi vida. Con Rebecca fuera de juego para siempre, podría recuperar mi antigua vida y olvidarme de todo el dolor al que había estado sometida durante los últimos dos meses en los que había creído firmemente que Chase había muerto.
Pero la promesa que le había hecho a Gary se repitió en mis oídos.
No podía matarla.
Apunté bien y disparé. Rebecca soltó un aullido de dolor cuando la bala le acertó en el brazo; se desplomó en el suelo, llevándose la mano para aferrarse a la herida, intentando cortar la hemorragia. Dejé caer al suelo la pistola y me acerqué corriendo hacia el cuerpo de Gary, ignorando por completo mi propia herida.
Lo giré con cuidado y contuve las lágrimas mientras seguía escuchando los lamentos de Rebecca por la herida.
-¿Gary? –gemí.
Lo sacudí por el hombro, intentando que reaccionara. No quería creer que estuviera muerto, Gary no podía estar muerto; aunque me costara reconocerlo en voz alta, él había hecho demasiado por mí. Se había convertido en una muy importante para mí.
Alguien que se había quedado a mi lado y había tratado por todos los medios de ayudarme para que pudiera seguir adelante.
Un sollozo se escapó de mi garganta mientras las lágrimas comenzaban a correr por mis mejillas al comprender que quizá se hubiera ido.
Para siempre.
-Mina –la suavidad de la voz de Chase hizo que me sobresaltara y lo mirara, espantada.
Su rostro se crispó cuando vio mi brazo y la herida que me había provocado el disparo que había logrado desviar en el último momento de Rebecca. Miré las ropas que llevaba, que le venían demasiado grandes, y aquella idea me pareció de lo más graciosa. Tuve que controlar la risa que amenazaba con escapárseme.
Alice apareció poco después y se dirigió a toda prisa hacia Rebecca, que seguía en el suelo lloriqueando. De repente un único pensamiento se quedó en mi mente: ella no debería estar viva, debía haber sido Gary quien estuviera vivo y no ella. Y yo había tenido aquella oportunidad, pero la había desaprovechado.
Un nuevo sollozo me sacudió entera.
-Gary no… -barboté, mirando de nuevo hacia Gary-. Él no…
Chase se arrodilló a mi lado, sujetando con cuidado mi brazo herido y observándome con los ojos cargados de pesar. Me fijé que su rostro estaba lleno de sangre y que había heridas y cicatrices que estaban terminando de curarse hasta desaparecer; me alegraba tanto de tenerlo a mi lado… pero no podía obviar el hecho de que Gary ya no estaba.
Que se había ido.
Chase dejó mi brazo lentamente, procurando hacerme el menor daño posible, y se inclinó hacia el cuerpo de Gary. Tanteó con cuidado la zona de la herida y se detuvo unos segundos, buscando el pulso.
Yo contuve la respiración, aguardando a que Chase pronunciara esas palabras que no quería escuchar.
Mi novio soltó un suspiro de alivio.
-Está vivo, Mina –me desveló y noté de nuevo las lágrimas corriendo por mis mejillas de nuevo-. Está débil, pero aún sigue vivo.
-Llamaré al señor Harlow de inmediato –nos interrumpió la voz de Alice-. Estará aquí en un momento y así podremos dar por finalizado todo esto…
Asentí en silencio, apoyándome contra el pecho de Chase.
Se había terminado. Todo esto se había terminado por completo y la pesadilla había llegado a su fin.
Chase había vuelto.
Los hombres del padre de Gary irrumpieron en la nave, trayendo consigo todo el material necesario para cuidar de los heridos y limpiar todo aquel desastre. A pesar de haber visto al señor Harlow en fotografías, tenerlo delante de mí, desprendiendo tanto poder, hizo que deseara hacerme diminuta.
Tres hombres lo acompañaban cuando subió hasta donde nos encontrábamos. Dos de ellos se nos acercaron a Gary y a mí mientras el tercero se dirigía hacia Rebecca, que seguía custodiada por Alice.
Dejé que aquel hombre empezara con su trabajo, pero el que atendía a Gary le informó al señor Harlow que tenían que trasladar a Gary de inmediato porque su situación era bastante crítica. Las balas que había dentro de la pistola eran de plata y, gracias a que aún era humano cuando había recibido el disparo, había logrado mantenerse en una situación estable dentro de la gravedad.
El señor Harlow ordenó que nos trasladaran a todos y yo le pedí a Alice con la mirada que no me separaran de Chase.
-Disculpe, señorita –me interrumpió uno de los hombres del señor Harlow-, tenemos que sedarla. Es para ayudarla con toda la… situación –añadió a toda prisa.
Ni siquiera sentí el aguijonazo de la inyección, pero sí noté cómo el cuerpo comenzaba a pesarme antes de sumirme en la oscuridad.
Cuando logré despertarme, me encontré en una habitación de hospital como en la que me había despertado tras el accidente. Dejé llevarme por el pánico al creer que todo lo que había sucedido había sido un simple sueño, que nada había sucedido y que todo había sido producto de mi imaginación.
Se me escapó un gemido y comencé a removerme, tratando de liberarme de todos aquellos cables que me rodeaban, monitorizándome. Escuché cómo una silla se arrastraba sobre el suelo y, un segundo después, unos brazos me sujetaban con fuerza, intentando empujarme contra la cama.
-¡Tranquila! –la voz hizo que el corazón me diera un vuelco al reconocerla.
Enfoqué la mirada, clavándola en el rostro de Chase. Parecía tener buen aspecto y llevaba ropa limpia; me quedé paralizada, tratando de poner en orden aquella vorágine que se había formado dentro de mi cabeza. Al apoyarme en la cama de nuevo, el brazo herido se quejó, con una oleada de dolor.
-¿Gary…? –fue lo primero que pregunté-. Él está…
Chase esbozó una media sonrisa.
-Está bien –completó por mí-. Le extrajeron la bala a tiempo y se está recuperando. Va a salir adelante.
Fruncí el ceño al acordarme de Rebecca.
Chase leyó mis pensamientos en mi rostro y su sonrisa desapareció de inmediato.
-Ella ha sobrevivido –respondió ante mi pregunta no formulada-. La bala no rozó ningún músculo y no llegó al hueso. Se podría decir que fue un rasguño, Mina. Ahora mismo está bajo la custodia de los hombres de Nathaniel Harlow.
No quise saber más de Rebecca, pero podía imaginarme qué sería de ella: allí, en Nueva York, las cosas eran muy distintas a lo que sucedía en Blackstone, un pueblecito diminuto al lado de Manhattan. Aquí la gente era bastante dura con los castigos y, estaba segura, que el señor Harlow no iba a tener ningún tipo de piedad a la hora de aplicar el que se merecía Rebecca. A pesar de que fuera su hija.
Comencé a quitarme cables y agujas, frenética.
-Tengo que ver a Gary personalmente –le dije y vi que Chase fruncía los labios con fuerza-. Quiero agradecerle todo lo que ha hecho por mí –le aclaré. «Y cerrar viejos asuntos pendientes», añadí para mí misma.
Chase me ayudó a regañadientes y se apartó cuando me bajé de la cama, bufando de disgusto al comprobar que llevaba puesto el mismo maldito camisón que había usado la otra vez; le di un beso en la mejilla y me dirigí a la puerta a toda prisa.
-¡Hablaremos más tarde! –le prometí mientras salía de la habitación, internándome en el pasillo.
Me sorprendió no ver a nadie en el pasillo, pero supuse que el señor Harlow, con una buena suma de dinero donada a aquel hospital, habría logrado quedarse con toda aquella planta del hospital para que no corrieran los rumores sobre lo que había sucedido con Gary y la gente empezara a investigar.
Logré dar con la habitación de Gary al dirigirme al final del pasillo. Esperaba encontrarme una habitación llena de máquinas y cables rodeando su cama, pero solamente me encontré con un aburrido Gary que pasaba distraídamente los canales, buscando algo con el que pasar el rato.
Cuando me vio en la puerta, con el camisón de hospital, bajó el mando y su rostro se ensombreció durante unos segundos antes de que una mueca burlona se compuso en sus facciones.
-¿Sería posible que pudiera verte de nuevo con semejante atuendo? –se burló de mí-. Aunque prefiero mil veces los uniformes de las enfermeras. Enfermeras sexis.
Apoyé mi hombro en la pared acristalada y le saqué la lengua.
-¿Has venido por algún motivo en especial o…? –inquirió.
-¿Tu evidente atractivo no es motivo suficiente ahora? –bromeé, acercándome tímidamente hacia su cama. ¿Cómo podía empezar una conversación que, seguramente, iba a empeorar la buena relación que habíamos empezado a mantener entre ambos?-. He venido para agradecerte todo lo que has hecho… por mí.
Gary se echó a reír sin un ápice de humor.
-Esperaba más que un simple agradecimiento –reconoció-. Pero ahora que sabes que Chase está vivo… bueno, supongo que todo lo que he estado haciendo queda atrás –hizo una pausa, aclarándose la garganta-. Sé que no estuvo bien lo que hice la otra noche. Nunca debí obligarte de ese modo a que me dijeras lo que sentías respecto a mí y, aun más, nunca debí tratarte como lo hice a la mañana siguiente.
Ocupé la silla que estaba situada al lado de su cama y me miré las manos, intentando encontrar las palabras adecuadas que no lo hicieran sufrir; Gary había entendido que, con Chase de nuevo allí, mi elección estaba clara. Pero no podía negar que había algo entre nosotros, pero ese algo no era tan fuerte como el sentimiento que me unía a Chase.
Quería dejar las cosas claras entre nosotros antes de que pudiéramos herirnos mutuamente.
Quería a Gary como mi amigo.
-Acepto tus disculpas –sonreí, alisándome el camisón de hospital-. Creo que… es el momento para dejar las cosas claras –me estaba precipitando con el asunto, pero las palabras se me trababan mientras intentaba encontrar la forma más sencilla y menos dolorosa de decirle que elegía a Chase, que no podía renunciar a él-. Quiero a Chase. Y quiero estar con él por encima de todo; cuando creí que estaba muerto… fue como si el mundo se hundiera, aplastándome bajo todo su peso. No tenía ningunas ganas de seguir aquí porque lo había perdido todo, pero tú me ayudaste.
-No lo suficiente, Mina –me cortó Gary, con severidad-. Todo lo que hice no fue suficiente.
Fruncí el ceño.
-Hiciste más que suficiente conmigo, Gary –insistí-. Fuiste la persona que se encargó de mí y de todos mis problemas.
Gary se recolocó en su cama, con una mueca de molestia.
-De haberte ayudado lo suficiente, tú habrías olvidado a Chase –me contestó, dejándome sorprendida con su respuesta-. Y no lo hiciste. Nunca dejaste de pensar en él ni un segundo. Comprende que tenga parte de mi orgullo masculino herido.
La situación se estaba volviendo cada vez más difícil. Sabía que Gary estaba dolido conmigo, pues él había mantenido la esperanza de que tuviéramos una oportunidad para salir juntos. Pero todo aquello se había quedado en nada al acudir a la nave y al encontrarse a Chase vivito y coleando.
Entendía su dolor, pues yo había sentido lo mismo cuando había visto lo que había entre Rebecca y Chase antes de saber que la chica lo había estado drogando para que cumpliera con sus deseos.
-Te quiero, Gary –dije y él abrió mucho los ojos-. Pero te quiero como amigo.
-Lo suponía –fue lo único que dijo Gary, pasándose ambas manos por el rostro.
Fui incapaz de encontrar las palabras adecuadas para intentar consolarlo. Le sonreí y me despedí de Gary, excusándome y prometiéndole que me pasaría a verlo a la mañana siguiente. Aunque no lo dijo en voz alta, supe que Gary quería mantenerse apartado de mí durante un tiempo.
Salí de la habitación y regresé a la mía, donde Chase me esperaba sobre el sofá, observando por la ventana con gesto ausente; al escuchar mis pasos, ladeó la cabeza y me miró, aguardando a que le dijera cómo había ido mi visita a Gary.
Volví a meterme en la cama del hospital y suspiré con derrota.
-¿No ha ido bien? –quiso saber Chase, preocupado.
-No ha ido tal y como yo hubiera querido –respondí.
Chase apretó los labios con fuerza y mi corazón dio un pequeño vuelco cuando fui consciente de que estaba aquí, a mi lado. Dos años atrás, al despertarme tras varios días inconsciente, me habían dicho que Chase se había marchado, dejándome atrás; el hecho de que Chase se hubiera quedado cuidando de mí en el hospital significaba mucho para mí.
Mi mano buscó la suya y él me la apretó con fuerza, tratando de infundirme ánimos con aquel simple gesto. Chase y yo teníamos mucho de lo que hablar y algunos asuntos eran demasiado espinosos. No estaba segura de ser capaz de escuchar a Chase confirmarme que había habido algo entre Rebecca y él.
El pulgar de Chase acarició la cicatriz que me había quedado tras la rápida cura que había sufrido tras el mordisco que él mismo me había dado mientras nos enfrentábamos con aquel público delante y porque Rebecca lo había querido así.
-Quiero que sepas que entendería que lo eligieras a él –dijo repentinamente Chase, sin mirarme-. Ha pasado tiempo y es de lo más normal que hayas encontrado a alguien… y Gary parece un buen tío.
Me mordisqueé el interior de la mejilla, pensativa.
-Yo te he elegido a ti, Chase –contesté-. Durante todo este tiempo no he dejado de pensar en ti. Ni un segundo.
Cuando miré a Chase y vi que me miraba con total seriedad.
-Pero sentías algo por Gary –adivinó y yo me puse colorada, arrancándole una sonrisa cargada de cariño-. Yo lo entiendo, Mina, y no te culpo. Jamás podría culparte por ello.
-¿Y qué hay de Rebecca y de ti? –pregunté de improvisto.
Chase se frotó la barbilla con insistencia, como si tuviera un tic nervioso.
-No puedo negar que no sucedió nada entre nosotros –respondió, con la mandíbula tensa-. Pero no era consciente de lo que hacía, Mina. Era como si fuera un robot y el lobo hubiera tomado las riendas de todo mi cuerpo; sé que es una excusa patética, pero quiero que sepas que no significó nada para mí. Rebecca no significa nada para mí.
-Pero te sentías atraído por ella –le recordé-. Había algo en ella que te llamaba la atención.
Chase se mordisqueó el labio.
-Es posible –reconoció a media voz-. Pero también me he dado cuenta que Rebecca no es la persona que yo creía. Y no es la persona a la que yo quiero. Eres tú a quien quiero ver todas las mañanas al despertar y con la que quiero compartir el resto de mis días. Nunca ha habido nadie más.
Su rostro se inclinó hacia el mío, aguardando pacientemente a que fuera yo quien hiciera desaparecer el espacio que nos separaba. Sin embargo, y aunque había estado deseándolo desde que supe que estaba vivo, su confesión me había traído a la mente un interrogante que Aria había dejado en mí cuando me había explicado qué era lo que nos esperaba a Chase y a mí.
-¿Has estado alguna vez en Pittsburgh? –pregunté, mirándolo a los ojos.
Chase resopló, separándose unos centímetros de mí.
-Sí –respondió, provocando que una oleada de alivio me recorriera todo el cuerpo. Al menos había sido sincero con su respuesta y eso para mí significaba que, quizá, estaba preparado para hablar de manera abierta conmigo sobre todo lo que llevaba ocultándome desde que había regresado a Blackstone y desde que nos habíamos mudado a Nueva York.
Las manos me temblaban ante la inminente pregunta que estaba a punto de formularle. No tenía ningún derecho a enfadarme en caso de que Chase me la constatara, pero sí me dolía que no hubiera tenido el suficiente valor para decírmelo.
-¿Quién es Sofía? –inquirí con un hilo de voz.
Su rostro no mostró sorpresa alguna cuando pronuncié el nombre de la chica que, según Aria, había estado con Chase mientras él se había refugiado en Pittsburgh tras su repentina huida del pueblo. ¿Debía tomarme aquella indiferencia como una buena señal?
-Trabajaba conmigo –respondió él tras unos instantes en silencio-. Intentó en varias ocasiones que tuviéramos algo, pero yo no pude –bajó la mirada y a mí se me formó un nudo en el estómago por la culpa-. No había nadie que pudiera llenar el hueco que tú dejaste, Mina. Nadie.
En cambio, yo no había tenido problema alguno en empezar a salir con Kyle. Me había esforzado por olvidar a Chase, por creer que jamás regresaría a Blackstone y que yo podría haber seguido adelante con mi nueva vida y, por ello, había aceptado la invitación de Kyle. Después de un tiempo, me había dado cuenta que jamás podría ser feliz con ningún otro y había hablado con Kyle, explicándole mis motivos para no seguir adelante con esa relación.
-¿Y qué hay de lo que ha sucedido aquí, en Nueva York? –opté por lanzarle otra pregunta, tratando de recomponerme y eliminar ese sentimiento de culpa que había aparecido tras la confesión de Chase sobre que no había habido ninguna otra chica. Que yo había sido la única.
Chase se frotó la ceja con el pulgar con gesto desorientado.
-Ya me he disculpado por todo lo que hice con Rebecca –musitó y vi que sus ojos negros estaban cargados de remordimientos-. No vas a perdonarme, ¿verdad? Te he hecho demasiado daño para que puedas perdonarme en esta ocasión…
De nuevo vi a ese Chase que me había suplicado en el almacén que me quedara con él, que siguiera con los ojos abiertos. Su rostro se había convertido en una máscara de sufrimiento que no era capaz de disimular por pensar que me había perdido y que, aunque lo había elegido a él, prefería mantenerme alejada por un tiempo, abrumada por todo lo que había sucedido en ese tiempo.
Negué repetidas veces con la cabeza.
-Me refiero a todo ese rollo de salir a hurtadillas y actuar como un auténtico cabrón –especifiqué.
Chase se mordisqueó el interior de la mejilla.
-Tenía que saldar un par de cuentas pendientes –me contestó, evasivo. Yo enarqué una ceja, invitándole a que siguiera hablando-. Alguien parecía perseguirme y…
-Sé lo de los anónimos que recibías, Chase –le corté y él me miró con sorpresa-. Y eran de Aria. Ella misma me lo confirmó… más o menos.
Soltó un bufido y se pasó las manos por el pelo.
-Quería encontrarlos y matarlos –me confesó-. Quería vengarme de todos aquellos cazadores que habían colaborado con Adam y que habían matado a Lay. Le pedí ayuda a Fiona y ella se encargó de localizarlos por mí. Cuando ya tenía la información que necesitaba… fui a buscarlos. Y los maté –de su pecho brotó un sonido ronco-. Kai era el único que lo sabía y me guardó el secreto.
El peso de sus palabras, de la verdad, me golpeó como una maza. Las piezas comenzaban a encajar ahora que conocía de primera mano la versión de los hechos; entendía por qué Chase quería mantenerme alejada de él mientras estuviera en la ciudad, buscando a sus víctimas para acabar con ellos. Para vengarse por la muerte de su mejor amigo.
Incluso ahora entendía la conversación que había escuchado a hurtadillas entre él y Kai cuando Caroline me había dicho que habían encontrado el cuerpo de Betty en el lago, ahogada. Apenas reconocía al Chase que tenía delante de mí y que había trabajado en secreto junto a Kai para encontrar a esos cazadores y matarlos. Pero podía llegar a comprender su dolor y a entender por qué lo había hecho.
No podía culparlo.
-¿Cuántos? –grazné, con la garganta seca.
-Todos los supervivientes del incendio –respondió, sin darme una cifra exacta-. También estaban las gemelas Fisher –añadió.
Quise sentir un mínimo de pena por su muerte, pero no pude. Ellas habían fingido una amistad conmigo para saber más cosas sobre Chase y, así, poder tener más oportunidades de cumplir con su plan.
Lo abracé con fuerza.
-No me importa –le aseguré-. Hiciste lo que debías hacer.
Sus dedos rozaron de nuevo la cicatriz de mi brazo, produciéndome un extraño escalofrío que me recorrió todo el cuerpo.
-¿Cuántas cicatrices más vas a tener por mi culpa, Mina? –musitó en un tono desolador.
Me apreté más contra su cuerpo y le rodeé el cuello con ambos brazos. Era cierto que, desde el principio, nuestra relación había sido difícil; ambos nos habíamos herido mutuamente, dejando en nuestras pieles cicatrices invisibles que, sin embargo, estarían presentes el resto de nuestras vidas.
Pero no me importaban en absoluto porque aquellas cicatrices significaban pequeñas victorias que nos demostraban que luchábamos por lo que queríamos, por seguir juntos. Por estar siempre el uno al lado del otro de manera incondicional. Y, si bien era cierto que habíamos tenido muchos obstáculos por en medio, éstos nos habían hecho más fuertes a ambos. Dejaríamos atrás todos los secretos y mentiras por un futuro mejor.
Un futuro en el que estaría con Chase pasara lo que pasase.
-Todas las que hagan falta si eso me asegura que sigas conmigo para siempre –respondí.
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