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28. Cuentas pendientes.

Rebecca rugió de ira y se abalanzó sobre su hermano con las uñas por delante. Gary la esquivó con una risotada burlona y alzó la mirada hacia el público que ahora jaleaba a su líder, pidiendo la cabeza del licántropo y provocando que Gary se sintiera aún más en su salsa. Debía resultarle duro tener que enfrentarse a su propia hermana y comprendería que decidiera retirarse a tiempo, pero en aquellos momentos agradecía profundamente su presencia allí.

La chica cayó al suelo con estrépito y soltó un exabrupto que consiguió hacer sonreír a su hermano con más ganas aún. Conocía aquella sensación: la humillación; quedar en evidencia delante de todo el mundo y ser objeto de sus burlas y risas. Si debía sentirme un poco apenada de Rebecca, no lo hice. En absoluto. Aquella psicópata había provocado el accidente y había intentado que Chase acabara conmigo. No merecía siquiera mi compasión.

-Vaya, Becca –suspiró teatralmente Gary-. Encima de montar una fiesta sin mí pretendes robarme parte de mi manada. Eso está muy mal, hermanita.

Los ojos de Rebecca se tornaron carmesíes y ella se levantó de un salto. Alzó la cabeza hacia el público y gritó:

-¡Haced algo, panda de patanes! Los quiero muertos. A todos ellos –añadió, mirando fijamente hacia donde estábamos Chase y yo.

De manera automática me coloqué delante de él, dándole a entender a Rebecca que, si intentaba hacerle algo, primero tendría que pasar por delante de mi propio cadáver; la chica me sonrió con maldad, aceptando mi desafío silencioso. Las rejas que cubrían el pozo se elevaron, permitiendo al resto de licántropos unirse a su líder. El pozo era espacioso, sí, pero estábamos en clara desventaja y aquel podría ser nuestro fin.

Si saltaban allí, estaríamos rodeados.

Saqué la daga que me quedaba y la mantuve en alto.

-Tienes que transformarte, Chase –le pedí con la mandíbula tensa.

Él me miró durante unos segundos. Había miedo en su mirada y conocía bien el motivo: el temor de Chase a transformarse radicaba en que creía que podía caer de nuevo en las garras de Rebecca, que podría hacerme daño.

Le sonreí, intentando tranquilizarle.

-He roto la pulsera de acónito –le recordé-. Ahora no tiene ningún tipo de control sobre ti.

Gary se reunió con nosotros y evaluó a Chase, como si no terminara de creerse que estuviera allí. Que estuviera vivo. Sus ojos verdes eran como un libro abierto para mí: con Chase de nuevo en circulación, todas sus oportunidades habían desaparecido. Todo volvería a ser como antes.

-Vamos, Romeo resucitado –le animó el licántropo-. Estos chicos están deseando hacernos picadillo y me gusta dar un poco de guerra.

Nos miramos durante unos segundos. Lo suficiente para poder ver que, tras ese muro que parecía haber construido, se veía el dolor de una pérdida que, en realidad, nunca había llegado a producirse.

Pero agradecía de todo corazón que hubiera venido…

Fruncí el ceño, recelosa.

-¿Cómo nos has encontrado? –inquirí.

Gary compuso una sonrisa irónica.

-Tu coche –respondió-. Tenía un localizador. No me fue muy difícil averiguar que algo iba mal cuando vi dónde lo habías aparcado.

Chase soltó un gruñido a mi lado y ambos nos sobresaltamos.

-Va a transformarse –me explicó Gary.

-Ya lo sé.

Le dejé un poco más de espacio a Chase para que pudiera llevar a cabo su transformación y miré a Gary. ¿También se transformaría él? Aun habiéndose transformado ambos, estábamos en clara desventaja. ¿Qué podríamos hacer?

El licántropo me guiñó un ojo mientras, por el rabillo del ojo, veía cómo el cuerpo de Chase se arqueaba y comenzaba a cubrirse su piel por el pelo blanco del lobo.

-He traído compañía –me desveló en un susurro.

Un silbido cruzó el aire y, después, un grito ahogado. El cuerpo de uno de los licántropos que antes había observado el espectáculo cayó pesadamente sobre el suelo del pozo, con una flecha en el cuello. Alcé la mirada y, en las vigas, vi que Caleb me saludaba, sosteniendo el arco con la otra mano.

Se oyó un fuerte golpe, acompañado por una oleada de aullidos, y toda la manada de Gary irrumpió en la nave. Toda la situación me recordó amargamente a lo que había sucedido un par de años antes, cuando algunos miembros de la manada habían muerto al intentar salvarnos a Lay y a mí.

Mis ojos se movieron por todos los rincones, buscando a Aria. Ella había intentado ayudarme y, en cierto modo, me sentía en deuda con ella; quizá podríamos hacer una tregua y conseguir convertirnos en… ¿aliadas? ¿Personas que no estaban obsesionadas con eliminar del mapa a la otra?

Gary sonrió con malicia, pero la sonrisa no parecía ser para mí. Miré por encima de mi hombro para ver cómo irrumpía Alice completamente uniformada y con dos látigos arrastrándose tras de ella y con aspecto de estar bastante cabreada.

Al llegar hasta donde estábamos reunidos, me señaló amenazadoramente con el dedo índice.

-Tú y yo tenemos varios asuntos pendientes –me advirtió-. Y bien, Gary, ¿qué propones? ¿Carne muy hecha o poco hecha?

-No me importa en absoluto lo que sea de ellos –respondió Gary con indiferencia-. Han traicionado a la manada y, por ello, deben ser castigados.

-Yo la quiero a ella –intervine y todos se me quedaron mirando-. Quiero a Rebecca para mí.

Alice se encogió de hombros.

-Como prefieras –aceptó.

Chase, convertido en lobo, me dio un golpecito en el hombro con el hocico, llamando mi atención. Parecía mucho más animado que antes pero, con tanto pelo, me era imposible saber si las heridas habían cicatrizado o si aún le quedarían algunas bajo todo aquel pelo.

Lo acaricié con cuidado.

-Mina –me llamó Gary y, al mirarlo, frunció el ceño-. Sé que no debería pedirte esto pero… no la mates. Por mucho odio que le tengas, déjala con vida; Rebecca es… es mi hermana.

Asentí con severidad.

Nos separamos justo cuando una tromba de licántropos irrumpía en el pozo y se colocaban como muro entre Rebecca y nosotros; en la planta de arriba se oían los aullidos y gruñidos de los lobos de Gary y los que habían decidido quedarse allí. Aun con la presencia de mis amigos allí, aún estábamos en desventaja. ¿A cuántos licántropos habría conseguido unir a su causa Rebecca?

Gary empezó su propia transformación y Alice hizo una mueca mientras me tendía una pistola que había llevado antes en el cinturón; me la quedé mirando con cierto respeto. Las armas eran algo peligroso, sí, pero jamás me hubiera pensado que tendría una pistola entre mis manos.

-Utilízala como último recurso –me avisó mi amiga, lanzándome una mirada elocuente.

-No pienso usarla contra Rebecca –le aseguré.

Los ojos de Alice se estrecharon aún más, disconforme con mi decisión.

-Esa zorra lo haría si tuviera oportunidad –recalcó, señalando con su pulgar a quien se escondía tras el muro de licántropos-. Házselo pagar.

Me encogí de hombros.

-Se lo he prometido a Gary –recordé.

Se oyó un aullido que provocó que me pitaran los oídos. Alice y yo nos giramos a la par para ver cómo un imponente ejemplar de lobo negro alzaba su cuello para llamar a sus compañeros; a mi lado, Chase también echó la cabeza hacia atrás, respondiendo al aullido de Gary.

Rebecca gritó algo tras los cuerpos que la cubrían y se desató el caos: el muro que la protegía se abalanzó sobre nosotros y parte de la manada de Gary cayó al pozo, sobre esos lobos que intentaban alcanzarnos; me sentía como si hubiera retrocedido en el tiempo, pero algo había cambiado: ahora yo también estaba allí. Era capaz de defenderme y de proteger lo mío.

Alice pegó su espalda a la mía y observamos a los tres lobos que nos rodeaban. La pistola me quemaba en la parte trasera del cinturón, pidiéndome que la desenfundara y vaciara el cargador; apreté con más fuerza el puñal que llevaba y contuve una mueca de dolor al recordar mi brazo herido. Estaba inservible, por lo que tendría que hacer uso únicamente del brazo sano.

Los lobos nos sonreían con malicia, aguardando a su oportunidad perfecta para atacarnos. Alice hizo restallar sus látigos contra el suelo y flexionó sus piernas; decidí imitarla y observé a mi alrededor. No veía por ningún lado a Chase o a Gary y la preocupación que sentía por ambos se hizo más que patente.

No podía permitir que ninguno de los dos murieran allí.

Ellos no.

Alice soltó un grito de aviso cuando los tres lobos decidieron atacar al mismo tiempo. Los látigos de Alice barrieron a dos de ellos, dejándome a mí el tercero; esquivé su mordida y moví el brazo buscando su cuello. La hoja de la daga rozó parte de su piel, lo suficiente para hacerle un pequeño y molesto arañazo.

Miré por el rabillo del ojo a los otros dos lobos. Uno de ellos tenía el ojo cerrado a causa de la sangre y el otro jadeaba, como si le faltara el aire. Se me escapó un gruñido cuando tuve que girar mi cuerpo a toda prisa, evitando así que el lobo al que había herido pudiera alcanzarme con su zarpa. «No uses la pistola –me recomendé a mí misma-. No uses la pistola. No aún…».

Alice volvió a usar sus látigos, haciendo que ambos licántropos retrocedieran. Volví a centrarme en mi objetivo y apreté los dientes con fuerza: tendría que forzar un poco mi brazo herido si quería salir victoriosa de allí.

Ni siquiera reaccioné a tiempo cuando el grito alarmado de Alice me advirtió de que algo iba mal. Me quedé paralizada al ver cómo otro licántropo que no había visto al principio se había separado de su grupo y se dirigía a toda prisa hacia mí, sin darme siquiera oportunidad de poder apartarme.

Una lanza plateada se movió delante de mí, atravesando al licántropo de lado a lado limpiamente. La persona que la había lanzado se detuvo frente a mí, observándome con los ojos húmedos.

-Grace –musité.

Verla allí, vestida igual que yo, y con las mejillas sonrosadas me provocó que el corazón me diera un vuelco. El tiempo que había pasado entre ambas nos había convertido en casi desconocidas la una para la otra; llevaba el pelo mucho más corto y su piel morena estaba pálida. Sus ojos castaños me observaron con disculpa.

-Siento mucho haberte fallado, Mina –se disculpó mientras recogía del cuerpo del licántropo su lanza-. Me siento muy culpable de todo lo que te ha sucedido. De no haberme negado… quizá las cosas hubieran ido mejor.

Aquella disculpa, su verdadero sentimiento de querer arreglar las cosas y regresar a nuestra situación anterior provocaron que los ojos se me llenaran de lágrimas. Grace siempre había sido un apoyo para mí y, en el fondo, también para Chase; él me había confesado que, durante el tiempo que estuvo fuera de Blackstone, había sido Grace la única persona con la que había estado en contacto.

-Me alegro que estés aquí –dije de todo corazón-. De verdad.

Grace sonrió tímidamente.

-Tienes un buen amigo –me confesó-. Ese tal Gary se puso en contacto con nosotros porque necesitaba ayuda. Dijo que tú estabas en peligro y… bueno, nos pusimos en lo peor.

Los ojos de Grace se detuvieron en mi brazo herido y se metió la mano en uno de los bolsillos que llevaba el cinturón. Sacó una ampollita llena de sangre de licántropo y me la tendió.

-Creo que la necesitas más que ninguno de nosotros, Mina.

Vacié el contenido en mi boca y tiré la ampolla al suelo, haciéndola añicos. El dolor se volvió insoportable cuando la carne comenzó a regenerarse hasta quedar una cicatriz que no pasó desapercibida para Grace, que la contempló con los ojos entornados.

Ahora que podía volver a usar el brazo, necesitaba encontrar a Rebecca. Necesitaba hacerle pagar todo el daño que me había causado, aunque iba a respetar la promesa que había hecho a su hermano: la mantendría con vida.

-¡Necesito encontrar a una persona! –le grité a Grace, que se había puesto en guardia de nuevo.

Mi amiga asintió y me hizo un gesto con la cabeza, invitándome a que me marchara de allí. Eché a correr hacia el pasillo que conducía a la planta superior, esquivando licántropos y anteponiendo la daga ante los más osados que intentaban detenerme; ahora que parecíamos haber igualado las fuerzas, los licántropos de Rebecca habían perdido bastante fuerza y oportunidades. Antes de abandonar el pozo vi un reflejo blanco en una de las esquinas de mi campo de visión, giré la cabeza en esa dirección y comprobé que Chase parecía estar bien: estaba enfrentándose, junto a otros miembros de la manada de Gary, a cinco licántropos que parecían estar exhaustos.

Me metí en el corredor que subía hacia la planta de arriba y subí los escalones a toda prisa, resollando. Cuando logré alcanzar la planta baja de la nave, una silueta se interpuso en mi camino, obligándome a frenar de golpe.

Aria, completamente empapada en sangre, me miraba con una máscara de puro odio.

-¡¡Tendrías que haberlo matado!! –me vociferó, fuera de sí-. Tú tendrías que haberlo matado.

La rabia que impregnaban sus palabras hizo que retrocediera un paso. Había sido ella quien me había aconsejado que matara a Chase, que me vengara de esa forma de todo el daño que pudiera haberme causado; en un principio había creído que lo estaba haciendo por compasión, por creerme como una pobre víctima de un mal de amores, pero ahora podía ver la trascendencia y verdadera intención: usar toda la rabia y celos que pudiera haber sentido hacia Chase y Rebecca para sus propios medios. Aria en ningún momento había pensado en dejarnos con vida a alguno de nosotros: primero había querido que yo me deshiciera de Chase para, luego, ella dar el golpe final conmigo.

Me mantuve firme y la observé con enfado.

-No lo habría hecho –reiteré-. Jamás.

-Ya lo he visto –se burló ella-. Estás tan ciega que no eres capaz de ver lo que sucedía delante de tus narices.

-Eres tú la única que no ves más allá de tu venganza –la acusé.

Aria echó la cabeza hacia atrás y soltó una sonora carcajada.

-Al final tendré que hacer todo el trabajo sucio yo sola. Esa estúpida híbrida no me ha servido en absoluto.

Se abalanzó sobre mí, con una sonrisa cruel, y ambas caímos al suelo. Se me escapó todo el aire de los pulmones a causa del impacto contra el suelo de cemento, pero no permití que eso me distrajera: al igual que la última vez que nos vimos y donde ella intentó matarme, en esta ocasión no se lo iba a permitir. Había logrado adquirir algunos conocimientos de cómo defenderme y, además, estaba tan frustrada con ella que no iba a ponerme ningún tipo de límite.

Conseguí alzar lo suficiente la rodilla para golpearla con fuerza en el estómago y la empujé para quitarla de encima de mí. Aria soltó un gruñido de frustración mientras sus manos buscaban algo a lo que agarrarse de mí.

Sus dedos se cerraron en torno a mi muñeca y, al tenerla bien sujeta, la giró con rabia, intentando rompérmela. La golpeé de nuevo, tratando de librarme de ella; la daga había salido despedida por los aires cuando ambas habíamos caído al suelo y la culata de la pistola se me había clavado en la espalda. Se me secó la garganta cuando escuché mis pensamientos.

Alice me había dicho que la usara como último recurso y yo no quería usarla… no me veía con ánimo suficiente para hacer uso de ella. Aria aprovechó ese instante de dudas para retorcerme el brazo a mi espalda y golpear mi cabeza contra el suelo con violencia. Vi estrellitas en mis ojos a causa del golpe y la sangre comenzó a manar por toda mi frente.

-Estás muerta, muerta, muerta –canturreó Aria a mi oído-. Si lo hubieras matado quizá te hubiera perdonado…

Giré la cabeza lo suficiente para mirarla de refilón.

-Tú jamás perdonas, Aria –la acusé y noté el sabor de mi propia sangre en la boca-. Jamás serías capaz de verme como a una igual. No sabiendo que fui yo quien empujó a Adam en aquella plataforma.

Aullé de dolor cuando Aria me tiró del cabello, poniéndome en pie. Su rostro deforme estaba desencajado por la locura y apenas fui capaz de reconocer una pizca de cordura en aquella chica que, finalmente, había sucumbido y que únicamente buscaba venganza. Logró arrastrarme por el suelo hasta que estuvimos cerca del pozo. Un puñal que no sabía de dónde había logrado sacarlo apuntaba directamente a mi corazón y me obligaba a avanzar de espaldas, a tientas.

Tragué saliva.

-Creo que es justo que sigamos fielmente lo que sucedió en aquel viejo almacén, Mina –dijo, mientras nos movíamos-. A Adam le habría encantado…

Solté un chillido de horror cuando mi pie se mantuvo en el aire, sin ningún sitio donde apoyarse; habíamos llegado a la barandilla que cubría toda la superficie del pozo y que era donde el público se aferraba para ver mejor y no había posible escapatoria.

Miré con horror a Aria, que era presa de un ataque de risa descontrolado y cuyo aspecto era el de una completa lunática, y ella me devolvió la mirada cuando logró controlar su risa.

Mi espalda chocó contra la barandilla mecánica y mis manos se aferraron a ella con fuerza, como si aquello fuera mi salvación. Tragué saliva de nuevo cuando observé que estaba rodeada de licántropos combatiendo los unos contra los otros y, además, estaba Aria con su arma apuntando aún a mi corazón, dispuesta a seguir aquella trayectoria en caso de haber algún tipo de rebeldía por mi parte.

-Este es el final, Mina –dijo Aria y sus ojos relucieron de pura satisfacción-. Este es vuestro final; no voy a consentir que sigáis con vida ninguno de los dos, ninguno de los dos.

La chica siguió avanzando hacia mí, pero yo no podía seguir retrocediendo si no quería precipitarme pozo abajo. Cuando el puñal se apretó contra la tela de mi traje de cazadora supe que aquello era el final.

La sonrisa demente de Aria me provocó náuseas.

Lo que hizo a continuación, sin embargo, me tomó por completo por sorpresa: tiró el puñal a un lado y estampó sus manos contra mi pecho, provocando que mi cuerpo pasara por encima de la barandilla de metal, precipitándose al vacío.

Estaba sucediendo lo mismo que dos años atrás.

Pero no había ningún Chase que pudiera sujetarme en aquella ocasión.

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