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24. Anfitriona.

Caí de nuevo al suelo entre una nube de polvo y sentí el sabor de la sangre inundando mi boca tras haberme mordido con fuerza la lengua. La chica que tenía enfrente de mí me miraba con los ojos entrecerrados, aguardando pacientemente a que me pusiera en pie y le devolviera el golpe.

Marina Fernández. Toda una leyenda dentro del Devil’s Cry por las tremendas palizas que daba a sus contrincantes. La última de ellas había terminado en el hospital, con un fuerte traumatismo en la cabeza que había tenido que ser tratada en quirófano con urgencia.

Y, aquel día, me había tocado el gordo.

La semana había sido un completo desastre. Aún no había decidido retomar las clases en la facultad y me había dedicado únicamente a acudir religiosamente a mis citas en el Devil’s Cry, tratando de aprender más cosas por mí misma. En mi segunda pelea había terminado casi noqueada al momento y Alice, quien había decidido acompañarme a todas y cada una de las peleas que tenía, había tenido que sacarme de allí casi arrastrándome.

Aquella noche no había sido mucho mejor en la soledad de mi apartamento, pero Alice había logrado conseguir un par de frascos llenos de sangre de licántropo, lo que había facilitado un poco las cosas. Aunque no mucho.

Sacudí la cabeza y me puse en pie, pasándome el dorso de la mano por el labio para comprobar que, efectivamente, estaba manchado de sangre. Aquella chica tenía una fuerza bestial y se estaba conteniendo; aún no había llevado a cabo su transformación y estaba disfrutando con todo aquel numerito.

Habían pasado dos semanas desde que había vuelto a mi normalidad, lejos del apartamento de Gary. A los pocos días de abandonarlo, había llegado a mi casa un sobre con unas llaves de un coche que, según rezaba en la nota que había adjuntada, me esperaba pacientemente aparcado en la acera de enfrente del edificio.

Es más que obvio que las llaves se habían mantenido dentro del sobre y el coche aparcado en su sitio, sin moverse.

Nuestra relación parecía haberse quedado en suspense, sin que ninguno de ambos diera un paso adelante.

-¡Vamos, blanquita, no tengo todo el día! –se mofó Marina, regodeándose de mí mientras todo el público bramaba pidiendo un poco de sangre.

Mi contrincante, por lo que había podido averiguar antes de tener que enfrentarme a ella, tenía raíces latinas y, aparte de sus evidentes curvas, tenía muy mala leche. No había tenido una infancia muy feliz y, desde pequeña, había tenido que sobrevivir en situaciones que no eran propias para una niña de su edad; al final había terminado en el Devil’s Cry para intentar labrarse un futuro y conseguir algo de dinero.

Y allí estaba: dispuesta a darme una buena tunda para enviarme al hospital de cabeza.

Una lástima que no le dejara machacarme.

Esbocé una sonrisa irónica.

-¡Parece que tienes miedo de acercarte a mí, lobita! –respondí en el mismo tono y se oyó un coro de “¡Ooooooh!” por todo el pozo.

Marina chasqueó la mandíbula y soltó un gruñido nada femenino… y humano. Sus hombros se le echaron hacia delante, con un escalofriante chasquido; su cuerpo se convulsionó mientras su rostro se alargaba y llenaba de pelo. Estupendo, había logrado cabrearla aún más.

Flexioné mis músculos, preparándome para el golpe que me esperaba cuando la transformación de aquella chica llegara a su fin; con el transcurso del tiempo y de las clases que había recibido en aquel pozo, había aprendido que lo mejor para este tipo de situaciones era la paciencia. Cualquier paso en falso podría significar mi perdición.

Cuando la loba gris dejó caer las patas delanteras sobre el suelo, con un golpe sordo, todas mis alertas se pusieron alerta. Aquello era algo nuevo que había aprendido de mis recién descubiertos sentidos de cazadora: al estar en presencia de un licántropo transformado me ponía mucho más agresiva y mis instintos tomaban el control de todo mi cuerpo. Era capaz de ver los movimientos antes de que sucediera; me movía con mucha más rapidez que antes y esquivaba con mucha más rapidez que antes.

La loba lanzó un gruñido de aviso antes de abalanzarse sobre mí. Me quedé quieta, aguardando a que su mole cargara contra mí y pudiera esquivarla en el último momento; sin embargo, cambió de dirección antes de que pudiera darme cuenta de sus verdaderas intenciones y me golpeó por la espalda, tumbándome de nuevo en el suelo. Con ella encima de mí.

Se me escapó todo el aire cuando choqué brutalmente contra el suelo del pozo. Era como si me hubiese aplastado una mole de cemento de varios kilos de peso; sentía el aliento fétido de Marina en mi nuca y la cercanía de sus dientes a mi piel me provocaron un escalofrío ante la idea de que decidiera morderme y arrancarme la piel a tiras; respiré hondo y eché el codo hacia atrás con fuerza, golpeándola en todo el hocico. Le había hecho daño, lo sabía, pero yo también me había llevado mi parte: un calambre me recorrió desde el codo hacia la mano y supe que aquello iba a dejarme un buen cardenal como recordatorio.

Oí un satisfactorio gruñido de dolor a mis espaldas y el peso de Marina se evaporó de mi espalda, permitiéndome incorporarme y coger una buena bocanada de aire; la loba había dejado caerse a un lado y gimoteaba mientras por el hocico le corría un hilillo de sangre. Era mi oportunidad de atacar y no iba a desperdiciarla; me acerqué corriendo hacia Marina y me dejé caer sobre ella, aplastándola ahora bajo mi peso. Su cuerpo se convulsionó y se sacudió debajo de mí, intentando liberarse de mi agarre. Sus dientes chasquearon y sentí un fuerte dolor en el antebrazo, justo donde su mandíbula se había cerrado en torno a mi piel. Apreté la mandíbula con fuerza, evitando soltar un alarido de dolor; no iba a permitir que Marina se regodeara del gusto.

Mi mano se movió automáticamente hacia su cuello y empujé con fuerza el punto exacto. Había estado observando al resto de mis contrincantes cuando habían luchado allí mismo y aquello había sido lo que más se usaba: tratar de asfixiar a su rival. Los dientes de Marina se apretaron con más fuerza contra mi piel, pero no aflojé.

Noté bajo mi cuerpo las convulsiones de la loba y me quedé perpleja cuando vi consciente, piel contra piel, de cómo estaba teniendo lugar la regresión; ni siquiera me aparté cuando el cuerpo de Marina regresó a el de una chica humana completamente desnuda y que boqueaba en busca de oxígeno.

-Vale… -resolló con un tono ronco-. ¡Vale, me rindo!

Me quité y dejé que Marina se frotara el cuello mientras trataba de recuperar el aliento. Bajé la mirada hacia mi brazo y comprobé que la herida era peor de lo que había pensado: los dientes de Marina habían conseguido atravesarme la piel hasta casi rozarme algún músculo. La sangre no paraba de salir y temía marearme allí mismo, así que di media vuelta y regresé a toda prisa hacia el pasillo que conducía a los vestuarios y donde me esperaba Alice.

Me sujeté con fuerza la herida, taponándola y evitando que saliera más sangre, y le dediqué una sonrisa a mi preocupada amiga, que llevaba un impresionante conjunto de cuero negro que realzaba su cuerpo y le hacía parecer alguien peligrosa. Alice alzó la barbilla y frunció los labios.

-Por un momento he llegado a pensar que te iba a dar una buena patada en tu bonito culo –observó mi amiga, dándome un rápido abrazo y mirando con los ojos entrecerrados mi mano empapada en mi propia sangre.

Tiró de mí hasta encerrarme en el vestuario que teníamos más cerca y nos dirigimos hacia la pila que había; abrió el grifo y me obligó a que pusiera debajo del agua mi herida. Me mordisqueé el labio cuando vi la herida limpia y Alice soltó un resoplido de disgusto.

-Guau, sí que estaba hambrienta –bromeó Alice, aunque tenía el ceño fruncido.

Se me escapó una risotada.

-He traído un nuevo cargamento de sangre de licántropo, nena –me informó-. Nuestro amigo Roy nos ha hecho una oferta que no podíamos rechazar…

Bufé al escucharla. Había comenzado a conocer mejor a Roy después de haber empezado a acudir al Devil’s Cry sola y, lo cierto, es que mi primera impresión respecto a ese hombre no iba mal desencaminada: era un tío obsesionado con el dinero al que no le importaban en absoluto las consecuencias. Además, aparte de ser uno de los jefes del local, se dedicaba a los pequeños trapicheos como vender drogas o sangre de licántropo para gente que se dedicaba a esto de las peleas clandestinas.

Terminé de quitarme la sangre y Alice cerró el grifo. Se acercó a su bolso y sacó una pequeña botellita llena de un líquido oscuro; me la pasó y aguardó pacientemente a que le diera un pequeño trago.

-¿Quieres que me quede contigo esta noche? –me preguntó.

Negué con la cabeza mientras notaba un escozor en la herida conforme la sangre iba haciendo su función; saqué mi bolsa de una de las taquillas y cogí mi chaqueta, lista para largarnos de allí.

Desde que le había confesado a Alice que me dedicaba a las peleas clandestinas, ella parecía haberme apoyado, sin tan siquiera poner en duda mi cordura; Alice era la única que lo sabía y me había guardado el secreto: salíamos de fiesta con Caleb y Lena cuando no había peleas para mí.

Salimos del Devil’s Cry en silencio, tras haber pasado antes por el despacho de Roy para recoger mis ganancias de la noche, y un hombre me detuvo en la puerta. Apestaba a sudor y cerveza, además de tener una dentadura escalofriante; Alice hizo un sonidito con la garganta, pero yo me mantuve impasible.

-¡Eh, preciosas! –nos saludó, echándonos su pestilente aliento en toda la cara-. ¿Queréis pasar un buen rato? ¿Los tres solos?

Lo observé en silencio, esperando pacientemente a que decidiera dejarnos en paz antes de que tuviera que obligarlo yo. Las peleas clandestinas y el ambiente del antro me habían curtido y hecho madurar; ya no era la niñita solitaria que había salido de su pueblo natal para enfrentarse a la gran ciudad: me había convertido en una ciudadana más de Manhattan. Había aceptado mi naturaleza y estaba explotando mis habilidades naturales.

Estaba creando una nueva Mina.

Alguien mejor.

Compuse mi mejor sonrisa y dije:

-¿Nos deja pasar, por favor? Tenemos prisa.

El hombre esbozó una sonrisita y su mano se dirigió a toda prisa hacia mi pecho. Antes siquiera de que me llegara a rozar, mi puño se estampó contra el rostro del hombre, impactándole de lleno en toda la nariz; el agredido soltó un gruñido de dolor y se echó hacia atrás, llevándose ambas manos a la cara.

Sacudí mi mano y le hice una señal con la cabeza a Alice para que continuáramos nuestro camino. Habíamos venido con el Jeep negro de Alice y éste nos aguardaba pacientemente en el aparcamiento privado que estaba destinado para los clientes más exclusivos o, en otro caso, para aquellos que nos dedicábamos a las peleas clandestinas en el Devil’s Cry.

Me subí al todoterreno con un suspiro de alivio. Alice encendió la calefacción y se frotó las manos, intentando entrar en calor; el invierno en Manhattan era mucho más difícil que en Blackstone.

-¿Has sabido algo de Harlow en estos últimos días? –preguntó de improvisto mi amiga, mientras se inclinaba hacia mí y removía algo en su guantera.

Parpadeé varias veces antes de componer mi habitual máscara de indiferencia. No había podido resistirme a confesarle a Alice todo lo que había sucedido desde la última vez que nos vimos y ella me había escuchado en silencio, sin tan siquiera reprenderme por todo lo relacionado con Gary.

Carraspeé para eliminar la tensión que se había acumulado en todo mi cuerpo tras escuchar la pregunta inocente de Alice.

-No –respondí con sinceridad-. Hace tiempo que no sé nada de él.

La verdad es que había estado evitando sus llamadas y mensajes desde que me había dejado en mi apartamento porque me sentía un poco enfadada por su comportamiento; Gary no se había rendido y había seguido llamándome día y noche, tratando de ponerse en contacto conmigo. Pero yo no se lo había permitido.

¿Por qué? Porque no me encontraba con fuerzas para definir en qué punto se encontraba nuestra relación.

Era una cobarde, pero no me importaba. En eso no.

Alice me lanzó algo al regazo y puso en marcha el Jeep, saliendo del aparcamiento y encaminándose hacia el Upper West Side. Encontré su móvil e iluminé la revista que había sacado Alice de su guantera; al principio no entendí qué podía tener de interesante aquella revista rosa que anunciaba a bombo y platillo que un importante senador de Nueva York estaba liado con una actriz.

Miré con la ceja enarcada a Alice y ella me señaló la revista con la barbilla.

-Hay un reportaje interesante –me explicó-. Creo que te resultará… divertido.

Abrí la revista y el apellido Harlow resplandeció como un letrero de neón dentro del índice y busqué la página donde empezaba. Pasé las páginas a toda prisa, esperando encontrarme con algún reportaje detallado de quién había logrado convertirse en la nueva conquista de Gary.

Sin embargo, aquel reportaje no hablaba de las nuevas conquistas de Gary Harlow, sino de su inesperada presencia en un evento relacionado con la caridad para las Navidades, que estaban a la vuelta de la esquina. Había acudido junto a su familia y me sorprendí al ver el más que evidente parecido entre su padre y él: ambos eran altos y fornidos. Incluso el señor Harlow parecía más joven a pesar de su edad; tenía el pelo del mismo noto que su hijo, aunque sus ojos eran castaños, como los de Rebecca. ¿Tendría Gary algún parecido con su madre?

La mujer que había al lado del padre de Gary era impresionante. Parecía una modelo con su cabello rubio perfectamente cortado a la altura de la barbilla y sus ojos verdes observaban el flash con una sonrisa perfectamente preparada.

Por el rabillo del ojo vi que Alice no se perdía detalle de todo lo que estaba haciendo.

-Yo también estuve allí –me confesó-. Mi familia ha ayudado a la organización y nos invitaron; gracias a Dios que Hope se comportó porque, de lo contrario, habríamos sido nosotros los que hubiéramos ocupado las primeras planas de todas las revistas.

Ojeé la página distraídamente.

-¿Qué quieres decirme con todo esto?

Alice soltó un suspiro un tanto forzado.

-Tengo que reconocer que Gary está… cambiado –dijo y supe que estaba haciendo un tremendo esfuerzo por hablar bien de él-. Se mostró bastante amable con nosotras cuando nos vio allí y se llevó a parte a mi hermana para hablar con ella; Hope me contó que se había disculpado por su mal comportamiento y yo… yo flipé. Gary Harlow nunca se ha mostrado interesado por acudir a eventos como éste y jamás ha pedido disculpas.

»Me… me preguntó por ti, Mina –prosiguió tras hacer una pequeña pausa-. Estaba realmente preocupado y me dijo que no habías contestado a ninguna de sus llamadas o mensajes y que no sabía cómo tomarse todo aquello. Parecía realmente afectado –repitió-. Quizá deberías…

Desvié la mirada de la revista para clavarla en el rostro de mi amiga. Nos habíamos detenido en un semáforo en rojo y sus ojos me observaban con preocupación, como si realmente se sintiera preocupada por el estado emocional de Gary Harlow. ¿Desde cuándo parecía haberse vuelto tan amiga de él?

-¿Debería qué, Alice? –pregunté con más fiereza de la que habría querido.

Mi amiga se encogió de hombros.

-No sé, Mina –respondió-. Quizá deberías devolverle las llamadas o, al menos, mandarle un mensaje diciéndole que estás bien… También me dijo que le hubiera gustado que le acompañaras al evento, pero que no tuvo oportunidad de pedírtelo puesto que no lograba dar contigo.

Se me escapó un bufido de escepticismo. ¿Yo acudiendo a un evento tan sofisticado y lujoso como aquél? Seguramente parecería un maldito mono de feria entre tanta élite neoyorkina. No, ese no era mi sitio. Ni siquiera me gustaba aparecer en primera línea dentro de las fotografías. ¡No quería ni imaginarme el revuelo que se montaría si me hubieran visto del brazo de uno de los solteros más codiciados de Nueva York! No. Definitivamente aquel no era mi sitio.

Negué varias veces con la cabeza.

-Sabes perfectamente que no habría encajado allí –dije-. Que ese… no es mi sitio.

Alice abrió la boca para responderme algo, pero no le di oportunidad; le avisé que el semáforo se había puesto en verde y Alice arrancó el Jeep con un mohín contrariado. No estábamos lejos de mi apartamento y estaba deseando que Alice me dejara allí mismo, dejando el tema.

-Mina, si no quieres hablar del tema, está bien –me aseguró Alice-. En serio. Pero…

Alcé ambas manos en señal de rendición. Con Alice era imposible no hacer lo que ella quería que hicieras exactamente.

-¡Hablaré con él! –exclamé y Alice cabeceó con satisfacción-. Le llamaré en cuanto tenga oportunidad.

Aquello pareció ser suficiente para mi amiga, ya que entró en un silencio en el que paladeaba su victoria y no volvió a hablar en todo el trayecto. Devolví la revista que me había enseñado Alice en la guantera y observé el bloque de apartamentos que ya me era tan familiar a lo lejos.

Me despedí de Alice, volviéndole a prometer que llamaría a Gary en cuanto pudiera, y ella se marchó con su ya perenne sonrisa de satisfacción.

En cuando puse un pie dentro del apartamento, llegué a la conclusión de que me merecía una buena ducha caliente. Fui desvistiéndome de camino al baño y abrí los grifos hasta que salió vapor de ellos; no miré los moratones que estaban en mi cuerpo y que eran un recordatorio de lo que se había convertido en una pasión para mí.

Me metí bajo el chorro de la ducha y solté un suspiro de puro placer.

Veinte minutos después, ya me había colocado mi pijama más grueso y me había instalado en el sofá, dispuesta a tragarme una comedia romántica que estaban echando por la televisión. Con el paso de los días me había ido acostumbrando al apartamento y a la idea de que aquel espacio era para mí sola.

A lo que no estaba acostumbrada era a que llamaran a la puerta a aquellas horas de la noche.

Desvié la mirada del televisor, preguntándome quién demonios podría venir a visitarme. Quizá fuera Alice, con alguna excusa para quedarse a dormir para vigilar que mi brazo estuviera completamente recuperado.

La realidad distaba bastante de mi hipótesis: Gary casi cayó encima de mí cuando decidí abrir la puerta. Se sujetó con dificultad a las jambas de la puerta mientras se tambaleaba de un lado a otro.

Completamente borracho.

A juzgar por las apariencias, parecía haber salido toda la noche. Llevaba la camiseta arrugada y la chaqueta apestaba a tabaco, quizá a porros también. Su rostro mostraba una sonrisa bobalicona y tenía las mejillas completamente coloradas.

Me crucé de brazos y lo fulminé con la mirada ¿Qué coño pensaba Gary para plantarse en mi casa a las tres de la mañana, borracho como una cuba?

La sonrisa se le hizo más amplia y alzó su dedo índice, señalando mi rostro con él.

-Eres alguien muy esquivo, Mina Seling –me regañó, arrastrando las palabras.

-Y tú alguien que no es capaz de pillar una indirecta –repliqué mientras lo agarraba de la camiseta y tiraba de él para que entrara al apartamento.

No quería ni imaginarme lo que podría suceder si algún vecino decidía salir a husmear y nos pillaba en esa escena tan… surrealista. Las manos de Gary se colocaron en mi cintura y su rostro se inclinó hacia el mío; en aquella ocasión sí que logré esquivar su beso y lo empujé en el pecho, provocando que perdiera el equilibrio y cayera pesadamente sobre el sofá, echándose a reír como un bobo.

Me pasé el pelo por detrás de las orejas y observé a Gary mientras éste seguía revolcándose en el sofá de la risa.

-¿En qué coño estabas pensando? –le exigí saber.

Sus ojos verdes se clavaron en los míos y vi que sus pupilas estaban dilatadas. Demasiado. ¿Habría aderezado su noche con un poco de droga? Sospechaba que, en alguna ocasión, Gary la había consumido.

Como aquella noche.

-No respondías a mis llamadas ni a mis mensajes –me reprochó, en un tono infantil-. Ni siquiera has usado el coche que te dejé…

Coloqué mis manos en las caderas, como había visto a mi madre hacer infinidad de veces cuando se estaba preparando para echarle una buena bronca a alguno de mis hermanos.

-No tenías por qué dejarme nada, Gary –respondí.

Sus cejas se fruncieron.

-Dejando a un lado el tema del coche –me cortó, hablando con más seguridad y sin arrastrar las palabras-. ¿Por qué no me contestaste? ¿Por qué no he sabido nada de ti hasta… hasta ahora?

-He… he estado… ocupada –contesté con un leve tartamudeo.

Gary enarcó una ceja con diversión.

-¿Ocupada liándote a hostias en el Devil’s Cry? –me ayudó el licántropo.

Entrecerré los ojos.

-Has estado allí –afirmé con un leve deje acusador. No fue ninguna pregunta-. Me has estado viendo.

-Tienes dieciocho años, Mina –me regañó ahora Gary, muy más sobrio que antes-. Aún eres una niña y no me parece adecuado para ti que estés en ese sitio. He visto cómo corrompe a la gente, como la convierte en… en unos monstruos.

Me escoció bastante que me tachara de niña cuando había tenido que madurar de golpe varios años atrás, al morir mi padre y mi madre sumirse en una depresión que la mantuvo alejada de nosotros durante mucho tiempo; había tenido que dejar de ser una niña y convertirme en una adulta para lograr sacar a mi familia adelante. Para que nadie pudiera separarnos.

Para intentar lograr que volviéramos a ser lo que habíamos sido en el pasado, antes de que mi padre muriera.

Y Gary no tenía ni idea de ello.

-Tú no me conoces –siseé-. No me conoces en absoluto para decir si soy o no soy una niña.

-A mis veinticuatro años creo que se reconocer a una niña cuando la tengo delante de mí –replicó él-. Y tú estás jugando con fuego, Mina.

Me incliné sobre el brazo del sofá y esbocé una media sonrisa llena de chulería.

-Entonces me arriesgaré a quemarme, Gary.

Me dirigí entonces a mi dormitorio y busqué en los armarios una manta. Era más que obvio que Gary no podía volver a su casa en ese estado y no tenía la más mínima intención de saber cómo había logrado llegar hasta allí él solito.

Di con ella justo cuando oí un estrépito en el salón, como si alguien se hubiese caído. Me puse la manta debajo del brazo y regresé al salón, contemplando a Gary cotilleando en mis armarios. Parecía encontrarse en medio de una búsqueda infructuosa de algo para picar cuando lo interrumpí con una expresión furibunda.

Él me dedicó una sonrisa de niño inocente al que habían pillado haciendo una travesura.

-¿Qué coño crees que estás haciendo, Gary? –inquirí.

Me enseñó una cajita de galletas.

-Tengo hambre y tus dotes como anfitriona dejan mucho que desear –respondió, regresando con su botín al sofá.

Lo seguí en silencio y dejé la manta en el brazo del sofá mientras Gary abría su mercancía y comenzaba a devorarla con ansia. Solté un resoplido cuando me ofreció que cogiera una y él me ignoró, volviendo a lo suyo; si era sincera, lo cierto es que prefería mil veces a ese Gary desenfadado al chico que se despidió de mí unas semanas atrás y que se había vuelto un hombre muy… distinto al que había conocido.

-Supongo que tendrás que quedarte aquí esta noche –suspiré, observándolo fijamente.

Gary se metió otro puñado de galletas en la boca y las masticó ruidosamente.

-Muy amable por tu parte, creo que ya vas cogiéndole el truco a esto de ser anfitriona –me felicitó, con la boca llena.

Le lancé la manta a la cabeza y él la esquivó, estallando en carcajadas.

-Dormirás en el sofá –sentencié-. Sé que no es ninguna maravilla, pero te servirá.

Gary siguió devorando las galletas mientras miraba distraídamente la película que había estado viendo yo hasta que él había decidido aparecer completamente borracho en mi puerta exigiéndome saber qué era lo que había pasado para que no le hubiera respondido a las llamadas.

Me apoyé sobre el sofá, con la vista clavada en la televisión.

-Alice me contó lo que hiciste en la gala benéfica con su hermana –le confesé-. Fue muy amable por tu parte.

Gary desvió la mirada de la televisión para clavarla en mí. Enarcó la ceja de un modo bastante gracioso.

-¿Amable, dices? Entonces no ha funcionado tan bien como esperaba. Creía que iba a tener un efecto sobre ti más… más positivo y a mi favor.

Hundí los dedos en el sofá al entender lo que Gary intentaba decirme.

-¿Lo hiciste solamente para que yo me sintiera impresionada? –escupí-. Eres un maldito cerdo, Harlow…

-Lo hice porque quería que supieras que sé reconocer mis errores y que puedo intentar arreglarlos por mí mismo, sin nadie de por medio –me corrigió-. Y ahí está la prueba: Hope Iwata está encantada con mi disculpa y su hermana ya no quiere verme muerto. ¿No te parecen demasiadas buenas acciones para un simple día? Confieso que acabé derrotado.

-Sigo creyendo que eres un cerdo –afirmé.

Gary comenzó a rebuscar en la caja de galletas y bajó la mirada.

-He cumplido con mi promesa, Mina –me informó-. Ni una sola mujer. Ni una –recalcó.

La conversación estaba entrando en un terreno que aún no estaba preparada para afrontar, así que decidí hacer lo que mejor se me daba en este tipo de situaciones: huir. Le ladré un «buenas noches» a Gary y di media vuelta para encerrarme en mi dormitorio. Aquella noche incluso echaría el pestillo.

Estaba a mitad del pasillo cuando Gary dijo a mis espaldas:

-¿Sabes qué, Mina? –ladeé un poco la cabeza para ver cómo sonreía-. Siempre supe que tú me romperías el corazón.

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