Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

22. Visita sorpresa.

Gary se separó de mí para coger aire y me miró con los ojos brillantes. Cargados de júbilo. Le mantuve la mirada mientras, interiormente, me reprendía por haber sido tan torpe de no haberle puesto freno antes; ¿qué sucedería ahora después? ¿En qué se convertiría nuestra convivencia de ahora en adelante? Había dado un paso en falso y le había hecho pensar a Gary cosas que no eran. ¿Cómo explicarle que aquello no significaba nada para mí? No estaba enamorada de Gary. Me sentía atraída hacia él, sí, como todas las mujeres, pero no había un auténtico sentimiento tan fuerte como el amor.

No podía permitírmelo.

Gary se inclinó de nuevo para besarme y yo desvié la cara a propósito, escondiéndola en su hombro.

-Estoy cansada –musité, excusándome.

Noté sus labios en la sien mientras me acariciaba el cabello con ternura. De nuevo me sentí como una criminal, pues había algo que parecía haber cambiado en Gary, pues él nunca se mostraba así con nadie. ¿Qué le había hecho? ¿Qué me había hecho a mí misma? Durante los breves instantes en los que nos habíamos besado me había parecido estar junto a Chase de nuevo. Y esa sensación me había gustado. Demasiado.

Se apartó de mí con suavidad y yo me aovillé en la cama, con la vista clavada en la pared. Me tapó con las mantas hasta que quedé bien cubierta con ellas y, por el rabillo del ojo, vi que sonreía. Eso me hizo sentirme más mal aún.

-Puedo quedarme aquí esta noche, si quieres –se ofreció.

Otra prueba más de que algo había cambiado: Gary jamás usaba ese tono. Jamás había oído en su voz un timbre de ilusión infantil y ahora parecía impregnar todas y cada una de sus palabras. Parecía un chiquillo de diez años. Ya no parecía ser el mismo que conseguía todo lo que se proponía a base de perseverancia y de sus dones de chico malo.

Me forcé a encogerme de hombros y Gary se lo tomó como un sí.

Se deslizó bajo las mantas a mi lado, aún con la ropa de calle puesta, y se aferró a mi cintura con fuerza. ¿Por qué todas las personas que se acercaban a mí terminaban heridas? ¿Qué llevaba dentro de mí que provocaba que todas ellas terminaran así?

La respiración de Gary la notaba en la curva del cuello y sus brazos me estrecharon contra su pecho.

-Algo ha cambiado, ¿no? –me susurró al oído.

-Sí –fue lo único que pude responder antes de dormirme.

Me desperté muchas horas después, con el cuerpo cubierto de una fina capa de sudor. El costado había tardado mucho más en curarse y toda la noche había tenido una molesta sensación en la zona, como si se estuvieran volviendo a soldar las costillas y colocándose cada una en su sitio.

No grité, simplemente apreté los dientes con fuerza, recordando que aquella no había sido la vez que peor había acabado y que había logrado salir de situaciones peores donde un lunático había clavado su daga y casi había muerto. En aquella ocasión había sido Chase quien me había salvado.

En ésta había sido Gary. Siempre parecía necesitar depender de alguien para que pudieran salvarme el culo y quería que esa circunstancia cambiara de una vez por todas.

Si seguía acudiendo regularmente al Devil’s Cry lograría parte de mi objetivo y aprendería a defenderme por mí misma y no necesitaría ayuda de nadie.

Gary, que estaba dormido a mi lado y sin soltarme, pareció notar mi incomodidad y dolor y me apretó aún más contra su pecho mientras me besaba en el pelo, como si aquello fuera suficiente para mitigar el dolor que sentía en el costado.

Miré hacia mi lado, esperando encontrarme el cuerpo de Gary durmiendo, pero no había nadie. Solamente yo.

El dolor que había sido un tormento durante toda la noche había desaparecido como si nunca hubiera estado allí y podía moverme con normalidad. Retiré las mantas y bajé los pies al suelo mientras recordaba lo que había sucedido anoche: había bajado la guardia y había permitido que me besara; sabía que eso nunca debía haber ocurrido y que, con ello, había logrado obrar un cambio en Gary. Un cambio que no me gustaba en absoluto. No debía habérmelo permitido y ahora estaba pagando las consecuencias.

Ambos lo estábamos haciendo, cada uno a su manera.

Encontré a Gary en la cocina, con música de fondo y colocando las grandes bolsas cargadas de comida que estaban distribuidas por la encimera del mármol. Me quedé un poco perpleja al ver a Gary en una actitud tan… mundana, nada que ver con la que habitualmente mostraba.

-He estado pensando que podríamos cocinar juntos en alguna ocasión –me dijo Gary, que estaba de espaldas-. Lo hacía en ocasiones con mi madre y con… Hannah.

Nunca hablaba de su prometida. Ni siquiera había sabido que había tenido una hasta que, estando casi borracho, me lo había confesado para intentar que me sintiera mejor; el hecho de que la hubiera mencionado… algo quería decir. Algo que no sabría decir si era bueno o malo.

Me acerqué con lentitud hasta donde él se encontraba y estudié en silencio la variopinta selección de alimentos que había comprado. Gary continuó con su trabajo, tarareando por lo bajo la letra de la canción que sonaba en aquellos momentos.

No tenía ni idea de cómo podía comportarme ni de qué decir.

-¿Quieres algo de desayunar? –me preguntó entonces Gary.

-Sí –respondí, con un leve temblor en la voz-. Estoy hambrienta –añadí con mucha más seguridad.

Gary me sonrió con ganas mientras dejaba sobre la encimera los productos que iba a utilizar para preparar nuestro desayuno. Una estampa típica de una pareja normal, en un día normal. Algo para lo que no estaba preparada.

-Roy me ha llamado –dijo repentinamente-. Dice que tendrás tu próxima pelea dentro de tres días. He pensado que podríamos usar esos días libres para entrenarte un poco.

-Me parece una buena idea –acepté.

Había dejado abandonado el sobre en la mesita de noche y no lo había vuelto a tocar desde ayer. Sentía curiosidad por saber cuánto había ganado y me preguntaba si Chase habría ganado lo mismo; había estado días y días dando palizas y recibiendo golpes para poder conseguir nuestro apartamento y para regalarme aquel colgante que aún llevaba al cuello. Y todo por mí.

Ahora me sentía más culpable aún. Entendía por qué no había querido decírmelo y por qué había esquivado mis preguntas, haciéndome creer que él había perdido toda la confianza en mí cuando, la realidad, era que quería protegerme, a su modo. Ni siquiera sabía cuándo había empezado en el Devil’s Cry.

Pero, al parecer, había alguien que sí sabía sobre el asunto.

Aferré la encimera con fuerza, reuniendo valor, mientras Gary había comenzado a preparar el desayuno.

-Tú fuiste quien le mostró a Chase el Devil’s Cry –afirmé y Gary se quedó quieto, a la espera de que continuara con mis divagaciones-. Fuiste tú.

Soltó un suspiro.

-Me pidió ayuda –me explicó, con voz tensa-. Dijo que necesitaba dinero y yo le dije dónde podía conseguirlo de manera rápida y fácil; le advertí de las consecuencias, pero él no parecía estar dispuesto a escucharme. Estaba obcecado con ganar mucho dinero para que os pudierais ir a un piso juntos. Decía que tú te lo merecías todo por no haberlo abandonado a pesar de que él no se hubiera portado del todo correcto contigo en algunas ocasiones.

Recordé las continuas discusiones entre nosotros. Todo ello había empezado nada más abandonar Blackstone para dirigirnos hacia allí; la primera había sido en el viaje de ida, cuando me había quedado durmiendo y había sufrido una pesadilla. El resto habían sido igual de violentas y horribles. El hecho de que Chase se hubiera mostrado arrepentido de lo que había sucedido, que hubiera intentado compensarme con todo aquello… era demasiado.

Pero no podía olvidarme de lo que había supuesto aquello para Chase y, en cierto modo, para mí.

Había sido mi desconfianza hacia él lo que le había empujado a que nos marcháramos aquel día y acabáramos en el río.

-Las continuas peleas le estaban afectando –le confesé-. Ya ni siquiera podía curarse de manera… normal. Aquello lo estaba debilitando poco a poco.

-Él lo sabía, Mina –dijo-. Le pedí que lo dejara una temporada hasta que lograra reponerse, pero Chase no quiso. Después vino a mí pidiéndome si sabía de algún sitio romántico donde pudierais pasar un fin de semana para hablar; como es obvio, le ofrecí la propiedad que tengo en los Hamptons y él me confesó que iba a decírtelo todo y… y que había a pedirte que te convirtieras en su esposa.

El aire se me atascó en la garganta cuando Gary acabó de hablar. Ahora entendía por qué Chase se había mostrado tan ilusionado con todo aquel estúpido viaje y por qué se había mostrado tan esquivo cuando le había preguntado al respecto.

Habíamos hablado del tema de casarnos en varias ocasiones, sí, pero aún no habíamos decidido dar el paso. No estábamos preparados para ello.

Pero Chase había estado dispuesto a arriesgarse y preguntarme. ¿Qué le habría respondido, de haber tenido ocasión? Que me pidiera que me casara con él no significaba que lo fuéramos a hacer pronto; podríamos haber esperado un par de años para dar el gran paso. «Le habría dicho que sí. Por supuesto que le habría dicho que sí».

Solté el aire de golpe e intenté respirar con normalidad.

Ahora no podía lamentarme por todo aquello. Era tarde. Además, me había prometido a mí misma que iba a salir adelante.

Cerré los ojos y empecé a respirar hondo.

-Gracias por haber sido sincero conmigo –le agradecí.

Dejé a Gary en la cocina y me dirigí hacia el baño, dispuesta a darme una buena y relajante ducha que me ayudara a aclarar las ideas. Me desvestí a toda prisa y me metí bajo el chorro de agua caliente, que me golpeó la piel, poniéndomela colorada. Adoraba el agua caliente e, incluso, en verano me duchaba con ella.

Cerré los ojos y sentí cómo las lágrimas corrían por mis mejillas, mezclándose con el agua caliente. Necesitaba explotar y desahogarme. Necesitaba volver al Devil’s Cry para patear culos. Eso me ayudaba a calmarme.

Terminé de ducharme y me enrollé en una toalla. Volví a la habitación mientras escuchaba a Gary hablando con alguien por teléfono en el salón y cogí el sobre donde estaba mi dinero. Lo abrí con un suspiro y saqué el fajo de billetes de su interior.

Tras hacer un recuento exhaustivo pensé que iba a desmayarme allí mismo: mil dólares. En una noche había conseguido mil dólares.

Sostuve los billetes a la altura de mis ojos, sin saber muy bien qué hacer con toda esa cantidad de dinero. El tema del apartamento estaba solucionado, ya que era propiedad de Chase, así que podría invertir ese dinero en cubrir mis necesidades básicas; el problema estaba en que no sabía cuándo iba a poder regresar a mi apartamento.

Guardé el dinero en el sobre de nuevo y lo dejé donde estaba. Gary había terminado con su llamada y se paseaba por el salón con aspecto nervioso.

Me apoyé en la jamba de la puerta y lo observé en silencio. ¿Cómo debía comportarme de ahora en adelante? ¿Podía fingir que su beso no había sucedido y que las cosas seguían como antes? Debía confesar que, al besarlo, me había sentido como si no hubiera ocurrido nada y el accidente nunca hubiera tenido lugar.

Además, ¿quién me impedía que pudiera pasármelo bien con Gary? Ninguno de los dos buscaba un compromiso en el otro y teníamos bastante claro lo que queríamos el uno del otro: diversión. Poder evadirnos de nuestros respectivos pasados.

Los ojos esmeralda de Gary se clavaron en la toalla que llevaba anudada alrededor de mi cuerpo con una sonrisa maliciosa.

-¿Vas a pasearte así durante todo el día? –me preguntó-. Porque, de ser ese tu objetivo, te apoyo totalmente.

Me crucé de brazos, devolviéndole la sonrisa.

-¿Importaría mucho, de ser así? –le provoqué.

-No –respondió, humedeciéndose los labios-. Lo cierto es que no. Pero tengo otros planes para ti.

Levanté ambas cejas con sorpresa.

-¿Qué tipo de planes? –quise saber.

La sonrisa de Gary se volvió traviesa, como si estuviera pensando en hacer algo… divertido. Y no muy legal.

-Me gustaría contar con el factor sorpresa un poco más, Mina –dijo y me señaló la habitación con un gesto de cabeza-. Ve a ponerte algo más de ropa para que podamos irnos.

Obedecí en silencio y me encerré de nuevo en la habitación. Rebusqué entre los cajones algo cómodo que ponerme y, al ver que nada de lo que había traído me servía, decidí hacer caso a la petición de Gary de poder usar la ropa de su prometida que estaba cogiendo polvo dentro de los armarios.

Me decanté por un vestido que había atraído mi atención desde que había abierto el armario y lo conjunté con unas medias oscuras; el invierno iba tomando poco a poco la ciudad y los días se habían vuelto fríos. Nada que ver con Blackstone.

Quizá podría usar parte de mi dinero en reponer mi fondo de armario de cara a ese frío invierno que se acercaba.

-¡Date prisa! –me urgió la voz de Gary desde el salón-. ¿Por qué las mujeres tardáis tanto?

Salí de la habitación fulminándolo con la mirada y él se quedó mudo al verme parada en mitad del salón con los brazos cruzados y con cara de querer estrangularlo con mis propias manos por ser tan quejica.

Gary levantó las palmas de las manos en señal de derrota.

-Retiro lo dicho –se disculpó-. Tú eres la excepción.

Se me escapó un resoplido que le hizo echarse a reír entre dientes. Cogió algunas cosas importantes y salimos por la puerta hasta el ascensor privado; Gary se inclinó hacia el tablero de botones y me rozó el brazo sin querer. No habíamos tenido ningún tipo de contacto físico desde anoche y aquello me había hecho sentir un extraño cosquilleo por todo el cuerpo.

El timbre del ascensor me sacó de golpe de mis divagaciones y salimos hacia la planta privada de Gary, donde guardaba todos sus coches y que parecía un museo de «¿Cuál es el modelo más caro?». Estaba deseando saber cuál iba a ser su elección en aquella ocasión cuando los faros del Lincoln se iluminaron unos segundos, respondiéndome a mi no formulada pregunta.

Pero aquello parecía ser una pequeña pista.

Me deslicé sobre el asiento del copiloto con mucha más facilidad que cuando me tocó hacerlo en el Audi y miré a Gary mientras éste colocaba los espejos y, de cambio, echaba un vistazo a su aspecto.

-¿Adónde vamos? –le pregunté con un leve timbre de exigencia.

Gary arrancó el coche y puso primera.

-Si te lo dijera perdería toda la gracia, ¿no crees?

Me crucé de brazos y coloqué mis pies encima del salpicadero en señal de rebeldía. Los ojos verdes de Gary se clavaron en mis botas y chasqueó la lengua con fastidio mientras sacaba el Lincoln de su plaza y se dirigía hacia la puerta de salida; después, sin dejar de conducir con una mano, me quitó las piernas de su sitio, instándome a que las bajara a su lugar correspondiente.

Salimos entonces a las concurridas calles de Manhattan que no parecían haberse vaciado ni un ápice. Empecé a crear teorías en mi mente sobre cuáles eran las intenciones de Gary mientras él tarareaba en voz baja, golpeando rítmicamente el volante al compás de la música.

Mi ceño fue frunciéndose más y más conforme íbamos saliendo de la ciudad. Esperaba que Gary no fuera tan estúpido de llevarme a su maldita casa en los Hamptons porque, de ser esa su idea inicial, iba a hacer que cambiara de opinión. Aunque fuera a base de golpes.

Mi pie empezó a golpear el suelo del Lincoln y Gary me miró con el gesto confuso. Parecía haber captado mi cambio de humor.

-¿Dónde vamos? –repetí por enésima vez, observando cada señal con la que nos cruzábamos.

-Estamos cerca –me aseguró Gary-. Te lo prometo.

Miré el reloj en la pantalla del coche y comprobé que Gary parecía estar diciéndome la verdad y que nuestro destino no eran los Hamptons. El pequeño peso que se me había instalado en el pecho se desvaneció cuando comprendí que Gary no iba a ser tan inconsciente de llevarme allí. Que sabía lo que significaba ir a ese sitio que no había tenido siquiera oportunidad de conocer.

Fui reconociendo el resto del trayecto hasta que conseguí caer en la cuenta: íbamos hacia el aeropuerto. Pero ¿por qué? Miré interrogante a Gary, que estaba concentrado en conducir, y empecé a formularme preguntas a mí misma sobre las razones que habían empujado a Gary a llevarme allí. ¿Un viaje sorpresa? ¿Adónde? ¿Y dónde estaba nuestro equipaje?

Cuando el coche se detuvo, Gary me dedicó una mirada cargada de optimismo, como si ya estuviera dando por supuesto que todo aquel secretismo que se llevaba iba a encantarme. ¿Tan evidente era?

Me apeé del Lincoln y observé todo el tráfico que se estaba montando en la terminal con el lío de los vuelos que acababan de llegar de otras partes del mundo y de aquellas personas que se marchaban. Gary tiró de la manga de mi chaqueta y me instó con un gesto de cabeza a que nos pusiéramos en marcha; aquel sitio no me era del todo desconocido y nuevo para mí. Ni siquiera dejé que el pensamiento siguiera tomando forma. Hacía daño.

Seguí a Gary hacia la zona de llegada en vez de a los mostradores donde mostrabas tus billetes y dejabas el equipaje. De nuevo me quedé confusa por su cambio de dirección. ¿Eso quería decir que no nos íbamos de viaje?

Él se detuvo en la pantalla que informaba de los vuelos que acababan de aterrizar y los próximos. Yo ni siquiera me fijé, pues estaba con toda mi atención puesta en la gente que iba de un lado hacia otro.

-No tardarán mucho más –me informó Gary junto a mi oreja.

Solté un respingo y me aparté de golpe, fulminándolo con la mirada mientras lo hacía.

-No hagas eso –le regañé-. Casi me provocas un infarto.

Gary esbozó una sonrisita traviesa, orgulloso consigo mismo.

-Al menos podría intentar reanimarte con el boca a boca –respondió.

Le di un puñetazo en el brazo y él se echó a reír a mandíbula batiente. Parecía que no había tomado en cuenta lo que significaba lo que había dicho antes o que no quisiera recordar el beso de la noche anterior; en aquellos momentos parecía el mismo Gary Harlow que había conocido y que era incapaz de mantener una conversación seria.

Me crucé de brazos y le di la espalda.

No sabía qué era mejor: que hiciera como si no hubiera pasado nada o que estuviera comportándose de una manera diferente por eso.

Se oyó el típico sonido de megafonía y una voz femenina indicó que habían aterrizado los vuelos que estaban previstos para aquella hora.

-Vamos, Mina –me dijo Gary-. Hay alguien que quiere verte.

Se me iluminó la mirada cuando dijo que había alguien que quería verme. De inmediato pensé en mi familia; se habían marchado un par de días después de que hubiera salido del hospital y ya habían transcurrido varias semanas desde que los había visto por última vez.

Quería que mi familiar viera que había logrado recuperarme y que podía seguir allí sin ningún problema. Quería que mis hermanos  vieran que había vuelto a quien era antes o, al menos, a alguien parecido a quien era en el pasado.

Seguí a Gary entre el gentío y nos situamos en la puerta de salida de pasajeros que venían de los vuelos que habían aterrizado apenas unos minutos antes. Observamos a la gente que salir y reunirse con las personas que habían ido allí y que estaban esperando como nosotros.

Mis ojos recorrían la multitud con avidez, deseando saber quién era.

Fue entonces cuando los vi.

Lo vi a él, con su pelo de color platino resplandeciendo bajo los focos del aeropuerto y sonriéndole a la chica morena que iba a su lado y le cogía la mano con fuerza mientras ella lo miraba con auténtica veneración.

Mi estómago se retorció dolorosamente.

Entonces Carin alzó la mirada y me miró fijamente.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro