21. Huntress.
En aquella ocasión, Gary no se dirigió al Lincoln, sino a un impresionante Audi R8 que estaba a su lado. Miré los distintos coches que habían aparcados y supuse que toda aquella planta debía ser su hangar privado y que todos aquellos automóviles de precios desorbitados debían ser todos suyos.
Como si de juguetes se trataran, Gary Harlow era un apasionado del motor.
Me deslicé con suavidad al asiento del copiloto y Gary hizo lo mismo en el del conductor. El interior no era tan espacioso como el del Lincoln, pero era igual de lujoso y fastuoso. Vibré de emoción ante la idea de poder conducir uno así.
Gary metió la llave en el contacto y la giró, arrancando el motor, que soltó un ronroneo de lo más prometedor. La pantalla que estaba incrustada sobre el salpicadero mostró un mapa de las calles de Nueva York y Gary comenzó a tocarla hasta llegar hasta la aplicación de música; se entretuvo un rato con su lista de reproducción y, al final se decantó por una canción de Avicii.
Salimos del garaje a toda velocidad y, nada más salir el coche a las concurridas calles de Manhattan, mi corazón dio un vuelco. Fue como si hubiera estado metida en aquel apartamento durante años. Casi no podía recordar la cantidad de tráfico que había a todas horas y la multitud de olores que había entremezclados en el aire neoyorkino. Bajé un poco la ventanilla para poder sentir cómo me golpeaba la brisa en la cara y se me escapó una risita al oír cantar a Gary a mi lado.
No se me pasó por alto el interés que despertaba el impresionante Audi R8 de Gary entre los conductores, que lo miraban embobados y con un brillo de envidia, y los transeúntes y turistas.
-Me encanta cuando se comen con los ojos a mis bebés –comentó Gary en tono divertido mientras se detenía en un semáforo en rojo.
Alcé una ceja con curiosidad.
-Eres un pretencioso, ¿lo sabías?
Él acarició con cariño el salpicadero del coche y me dedicó un guiño de ojo.
-Es lo que tiene estar tan jodidamente bueno y ser tan jodidamente rico –me respondió.
Con el paso de los días en su continua presencia al final me había acostumbrado a sus aires de grandeza y a sus continuos comentarios sobre su más que evidente fortuna y su despampanante físico. Dos de sus armas que siempre usaba para salirse con la suya a la hora de conquistar a una mujer.
Aunque, supuse, que ese aire arrogante también hacía lo suyo cuando se trataba de conseguir que las mujeres cayeran rendidas a sus pies.
-Necesitas una buena cura de humildad –le reprendí aunque sonreía abiertamente. La idea de ir al Devil’s Cry y haber logrado salir del apartamento había logrado ponerme de muy buen humor.
-Necesito una buena noche de juerga, preciosa –me corrigió mientras se ponía en marcha y hacía rugir al Audi, atrayendo la atención de todo el mundo-. Creo que me la merezco.
Logramos alcanzar nuestro objetivo y Gary consiguió aparcar el coche en una zona privilegiada que no había visto nunca, ya que Alice decidió dejar su coche en aquella ocasión un par de calles más alejado. Se notaba que aquel aparcamiento era para clientes privilegiados, ya que todos parecían valer una fortuna.
Me apeé del coche y me dieron ganas de gritar. Me había recuperado en parte de la pérdida de Chase y estaba dispuesta a empezar de cero de nuevo; ¿qué mejor forma de hacerlo que aprendiendo a ser lo que era? El brazo de Gary cayó pesadamente sobre mis hombros y le dirigí una mirada que le exigía una buena y creíble excusa.
El licántropo se encogió de hombros con una sonrisa picarona.
-Es para evitar que se acerquen a ti –se explicó-. Aunque no te lo creas, pero no solamente los licántropos podemos ser tan pesados cuando tenemos delante a una chica que está cañón.
Quizá fuera el hecho de que había visto a mis amigos y que Gary había decidido sacarme de mi arresto domiciliario, pero no me importó en absoluto que me hubiera piropeado de tal manera. Me sacudí de encima su brazo y eché a caminar hacia la entrada del pub. Gary no tardó en seguirme y colocarse a mi lado; fue él el encargado de llamar a la puerta y sonreírle de manera bastante amable al portero, quien pareció reconocerlo porque nos dejó entrar inmediatamente.
Parecía haber pasado una eternidad desde que había puesto un pie allí por primera vez, pero las cosas en el Devil’s Cry no habían cambiado nada: estaba igual de concurrido y sucio. Los cazadores y licántropos que iban allí en busca de tener o ser testigos de una buena pelea hablaban entre ellos mientras en uno de los pozos donde tenían lugar las peleas se habían reunido a su alrededor una buena multitud que jaleaba y animaba a los combatientes. Mientras seguía a Gary, esquivando personas y procurando no perderlo de vista, me pregunté por dónde podría empezar.
Estaba dispuesta a comenzar con mi entrenamiento y quería hacerlo ya. Seguramente eso me ayudaría a mantenerme con la cabeza en otras cosas y evitara que me autoflagelara de nuevo con aquellos pensamientos tan dañinos.
Gary me condujo hacia la zona del bar, donde un aburrido hombre de mediana edad estaba mirando distraídamente hacia la pantalla que mostraba los nombres de los participantes y cómo estaban las apuestas. Me llamó la atención un nombre: WhiteWolf y comprobé que, aunque no había luchado desde hacía tiempo, estaba en una buena posición dentro del ranking que había. Dejé que Gary pidiera la bebida por mí y me dediqué a estudiar con mucha más calma el local; al fondo estaba la zona donde Gary me había advertido de sus intenciones y al otro lado estaba la zona de los pozos. Divisé detrás de ellos una puerta que debía conducir a los gimnasios privados y a los despachos de los dueños del sitio.
Noté cómo alguien me daba unos insistentes golpecitos en el hombro, tratando de llamar mi atención, y me giré para toparme con la cara sonriente de Gary y un colorido cóctel con una simpática sombrillita que no pegaba nada con el aire del Devil’s Cry.
-¿Te apetece ver una pelea? –me preguntó con los ojos brillantes.
Asentí con entusiasmo y lo seguí de nuevo entre la multitud que se agolpaba para poder ver mejor lo que sucedía allí abajo. Con una destreza propia de un alfa, Gary consiguió que nos situáramos en primera línea; en el foso había dos mujeres peleando: ambas parecían rondar casi la treintena y sus ojos eran de color carmesíes. Nunca antes había visto a dos mujeres que eran más que evidente que poseían el gen de la licantropía y aquello me sorprendió. La multitud, que básicamente eran del género masculino, algunos de ellos acompañados de sus parejas o de chicas que habían conocido aquella misma noche, no paraban de soltar abucheos y exclamaciones pidiendo algo de acción mientras las dos mujeres se movían en círculos, estudiando a su contrincante.
La mujer que llevaba el pelo corto perdió la paciencia y se precipitó velozmente contra su rival; la otra mujer, que llevaba el pelo oscuro recogido en una tirante coleta, la esquivó con facilidad y le propinó un codazo entre los omóplatos. Aquello se granjeó otra ronda de exclamaciones.
La chica de pelo corto soltó un gruñido animal y su cuerpo comenzó a temblar. Conocía perfectamente lo que eso significaba porque no era la primera vez que era testigo de una transformación; la chica cayó a cuatro patas mientras su cuerpo sufría el cambio y desgarraba la ropa que llevaba. El pelo oscuro de lobo le cubrió la piel y, cuando la transformación llegó a su fin, la loba alzó la cabeza y lanzó un sonoro aullido.
-Esto se pone interesante –comentó Gary a mi lado, que no perdía detalle de lo que sucedía allí abajo.
La pelea se volvió más atrayente ahora que las cosas se ponían feas para la chica que no se había transformado. La loba lanzó un mordisco al aire y se puso en posición de ataque, dispuesta a saltar sobre su presa; la chica sonrió con desdén y le enseñó el dedo corazón a la loba, provocándola. El gesto cumplió con su cometido y la loba se abalanzó de nuevo sobre la chica quien, en el último momento, la esquivó y logró rodearle el cuello con los brazos. El animal trató de quitársela de encima moviéndose de un lado a otro, pero la chica la tenía bien agarrada y parecía estar haciendo suficiente fuerza como para intentar asfixiarla.
El público estalló en vítores cuando la loba se desplomó a los pies de la chica, que alzó ambos brazos en señal de victoria y le propinó una patada al cuerpo de la loba, que permanecía inmóvil a sus pies.
En aquel momento, al ver cómo se paseaba la ganadora por el fondo del foso, alardeando de su victoria, sentí un extraño cosquilleo que me recorrió todo el cuerpo. Sabía que era una locura lo que significaba, pero ver aquella batalla me había hecho sentir… bien. Necesitaba prepararme en el combate para llegar a ser una buena cazadora así que ¿por qué no lograr esos conocimientos participando en peleas clandestinas? Chase había conseguido aprender todo lo que sabía a base de peleas con su hermano. ¿Por qué no podía hacerlo yo igual?
Me aferré con fuerza a la barandilla que rodeaba el pozo y miré a Gary, que miraba hacia las pantallas que había por encima de los distintos fosos donde se realizaban las peleas, quizá comprobando cómo iban las apuestas.
-Gary –lo llamé. Cuando logré atraer su atención, compuse mi sonrisa más convincente-. Quiero hacerlo.
Gary frunció el ceño con cierta confusión.
-¿Hacer el qué? –preguntó-. ¿Apostar? Puedo dejarte algo si quieres…
Negué varias veces con la cabeza mientras buscaba la forma más fácil de explicarle que quería luchar ahí abajo. Que había algo en mi interior que me lo estaba pidiendo a gritos tras ver a aquellas dos mujeres pelear. Era como si se hubiera despertado una parte de mí que no había tenido ni idea de que existiera hasta ese mismo momento.
-Quiero pelear –le expliqué y los ojos de Gary se oscurecieron-. Oh, vamos, quiero convertirme en cazadora y esta experiencia puede serme bastante útil…
-Si no acabas en el hospital –me cortó él de golpe-. Mina, esto se toma muy en serio. Lo que has visto es… bueno, es pura brutalidad. No tienes la preparación necesaria para hacerlo y podrías salir herida.
-La primera vez que vine aquí fue para entrenarme –le confesé-. Alice me comentó que este sitio era idóneo para empezar con mis entrenamientos para ser cazadora. No puedes negarme esto. No tienes suficiente control sobre mi vida.
Además, técnicamente no podía compararse a lo que había intentado hacer. Entendía la preocupación de Gary por el hecho de que podría salir herida, pero aquella no era la primera vez que peleaba. Aún recordaba la disputa que había tenido con Lorie Ross en los vestuarios y en cómo me habían tenido que separar de ella antes de que pudiera hacerle algo más que unos simples arañazos.
Quizá tuviera impreso en mi ADN cómo dar buenos golpes.
Gary frunció los labios con fuerza.
Sabía que iba a negarse de nuevo así que, antes de que dijera nada más, me escabullí entre la multitud y comencé a avanzar hacia las puertas que había visto al fondo del local. No necesitaba el permiso de Gary para tomar decisiones en mi vida. Si quería luchar en el Devil’s Cry, aunque sonara a locura, podía hacerlo si quisiera. No tenía que depender de él.
Oí sus gritos a mi espalda y aceleré el paso, metiéndome entre la gente y procurando que no hubiera espacio que Gary pudiera aprovechar para detenerme. Casi se me escapó una exclamación de júbilo al tocar el picaporte de la puerta, pero me contuve y lo giré con decisión. Dentro olía fuertemente a cerrado y a humedad.
-Me vas a costar un disgusto, Mina Seling –resolló Gary detrás de mí.
Me giré y lo miré con obstinación mientras mi mano estaba firmemente situada sobre el picaporte y tenía un pie dentro de aquel pasillo. Gary se pasó una mano sobre el pelo, alborotándoselo, y me dedicó una mirada llena de… ¿dudas? ¿Desde cuándo Gary Harlow dudaba de algo?
Se le escapó un suspiro de derrota.
-Espero que sepas en lo que te estás metiendo –se rindió al fin.
Asentí con sequedad y ambos nos internamos en aquel pasillo tan maloliente. Gary se movía delante de mí con la seguridad de alguien que visitaba aquel sitio por milésima vez y me pregunté si él habría luchado en alguna ocasión allí. Quizá lo hubiera hecho cuando su padre le amenazó con dejarlo sin nada y Gary tuvo que meterse allí para conseguir algo de dinero…
Choqué contra su espalda y se me escapó una palabrota. Me puse de puntillas para leer el cartelito que había al lado de una puerta que tenía un rectángulo de cristal opaco que parecía haber ido acumulando kilos de suciedad con el paso del tiempo.
«Roy Groves»
No me sonaba de nada el nombre, ya que Alice había mencionado en una ocasión a un tal Michael Benford para ayudarme; Gary ni siquiera se entretuvo en llamar y pasó directamente, sin miramientos. Lo seguí al interior del despacho y un aroma a tabaco y sudor me golpeó de lleno en la cara, provocando que arrugara la nariz ante semejante peste.
La habitación no era muy amplia y los muebles parecían estar apelotonados. Había estanterías por cubriendo las paredes y, al fondo, un escritorio con un tipo rechoncho y con un poblado bigote gris que fumaba un enorme puro. En cuanto reconoció a Gary, esbozó su mejor sonrisa de negocios y se puso de pie en un salto, tendiéndole su mano regordeta para que se la estrechara. Cuando sus ojos repararon en mi presencia, se abrieron como platos y brillaron con sumo interés.
-¿Vienes por las ganancias de ese chico? –preguntó, volviendo a ocupar su lugar detrás del escritorio-. Sí, sí, ese muchacho que trajiste la última vez y que resultó ser un auténtico descubrimiento. Creo recordar que se llamaba Caden… o Chad… En resumidas cuentas, hace tiempo que no aparece por aquí y la gente se está impacientando por ver a WhiteWolf de nuevo en acción.
«Chase», completé yo en mi mente cuando todas las piezas encajaron de golpe. Ahora entendía cómo había logrado Chase conseguir tanto dinero en tan poco tiempo y por qué se marchaba por las noches, regresando a la mañana siguiente con tantos golpes y magulladuras. Incluso me sentí un poco estúpida por no haber reconocido su apodo en la pantalla antes.
Fulminé la espalda de Gary, ya que éste ni siquiera se había dignado a dedicarme una disculpa por no habérmelo contado, y procuré tranquilizarme.
Había descubierto tarde lo que Chase había querido contarme aquel día y ahora quería hacer lo mismo. El dinero que me reportarían las peleas sería una buena ayuda para continuar viviendo en Manhattan y el atractivo de las peleas me ayudaría a mantener mi mente despejada y me daría un buen empujón para mi carrera como cazadora. No le había dado muchas vueltas al asunto, pero ahora tenía bastante claro que buscaría y encontraría a la persona que había provocado nuestro accidente y que me había separado de Chase.
Estaba ansiosa por empezar con todo aquello. Aunque fuera de una manera tan precipitada.
-No, no he venido por eso –la voz de Gary salió ronca y con un tono de enfado-. He traído a alguien que está interesada en esto de las peleas.
El cuerpo de Gary se hizo a un lado para que Roy pudiera verme mejor. Los ojos del hombrecillo me recorrieron con avidez y se detuvieron en mis tetas más de lo necesario antes de dejar su mirada puesta en mi rostro.
De inmediato lo catalogué como un gilipollas pervertido, pero no dije nada. Necesitaba caerle bien para que me dejara entrar en todo aquello.
Era mi último obstáculo antes de lograr mi objetivo.
-Vaya, Gary, es preciosa –lo felicitó Roy-. ¿Una nueva conquista, donjuán? Debo reconocer que, de entre todas las que me has presentado, ésta se lleva la palma. Tiene un buen potencial.
Me cabreó de sobremanera que hablara de mí como si fuera un maldito mueble que quisiera comprar para que decorara su sucio despacho y, más aún, que creyera que era otra de las chicas con las que se acostaba Gary. ¿Acaso tenía ese aspecto inconfundible que parecía tener todas las mujeres con las que Gary se relacionaba para acostarse con ellas?
Los hombros de Gary se tensaron al escuchar a Roy y recordé que él había respondido que no estaba interesado en hacer nada conmigo cuando había discutido con Alice. ¿Habría estado hablando en serio o simplemente trataba de impresionar a mi amiga?
-Es una amiga –respondió con frialdad-. Nada más.
La sonrisa que nos dedicó el hombrecillo me hizo sospechar que no se lo había tragado en absoluto, aunque fuera verdad lo que le había dicho.
-Por supuesto, por supuesto –convino Roy con un canturreo y centró toda su atención en mí. Parecía realmente interesado-. ¿Qué eres preciosa?
-Cazadora –probé a decir, puesto que no tenía ni idea de a lo que se refería.
La sonrisa de Roy se hizo más amplia y empezó a rebuscar algo entre los cajones de su escritorio. Con un ronroneo sacó una ampolla de cristal que contenía un líquido oscuro que parecía ser sangre; me la tendió sin perder la sonrisa y yo la miré, sin saber muy bien qué debía hacer con ella.
Mi gesto de desconcierto pareció ser prueba suficiente de lo perdida que estaba, ya que Roy me sonrió de nuevo.
-Antes de que te unas a los nuestros debo comprobar que así sea, preciosa –me explicó-. El interior de esa ampolla está llena de sangre de licántropo; de haber sido una mujer lobo, tendría que haberte hecho un corte para comprobar que te curas rápido. Pero, en este caso, te pediré que te tomes todo el contenido.
»Sé que Gary no me mentiría al respecto, ya que es muy peligroso para los humanos estar aquí, pero así son las normas en Devil’s Cry. Si me has dicho la verdad, simplemente sentirás un pequeño malestar y escozor en la garganta; de lo contrario… bueno, podrías llegar a perder el conocimiento. ¿Preparada? –quiso saber, con profundo interés.
Abrí la ampolla y me la llevé a los labios sin apartar la vista de Roy, que parecía estar disfrutando de todo aquello como un niño pequeño. La vacié de un trago y, tal y como había sucedido en una ocasión, el paso de aquel líquido por mi garganta fue como si se tratara de fuego. Tosí con fuerza mientras los ojos se me llenaban de lágrimas y recibía una mirada de «Te lo dije» por parte de Gary mientras Roy se mantenía en su sitio sin quitarme la vista de encima, esperando que me desmayara allí mismo.
Cuando el escozor de la garganta se aplacó un poco, lo miré desafiante.
-¿Ha sido esto suficiente prueba? –inquirí.
Un segundo después, Roy había sacado una hoja impresa de uno de los montones que había desperdigados por la mesa y sacaba una bonita pluma estilográfica de uno de sus bolsillos de la chaqueta. Sus ojos relucían.
-Necesito saber qué apodo usarás de ahora en adelante –me pidió-. Normalmente no usamos nuestras verdaderas identidades por una cuestión de… cierta seguridad. Aunque es inevitable que en algunos casos se descubra, claro está.
Me devané los sesos durante un buen rato mientras buscaba un buen apodo. Sin embargo, todos los que se me ocurrían eran estúpidos o demasiado infantiles como para que alguien llegara a tomarme en serio en alguna ocasión.
Finalmente dio con el adecuado.
-Huntress –le dije con decisión y él lo anotó en la hoja con una mala caligrafía.
Roy me sonrió y me tendió la mano.
-Bienvenida al club, Huntress –me respondió a modo de felicitación.
Tras una breve clase teórica de todo lo que no estaba y sí estaba permitido en las peleas; la forma que tenía de subir de posiciones y cómo funcionaban las apuestas, Roy me despachó prometiéndome que aquella misma noche tendría mi combate de estreno. Gary me acompañó hacia el piso inferior, que comunicaba con los fosos donde tenían lugar las peleas, y me condujo a una sala que debía servir de sala de espera y vestuarios. Una chica bastante mona, que le dedicó una coqueta caída de pestañas a Gary, me tendió una llave y me indicó cuál era mi taquilla. Dentro me esperaba el uniforme que debía llevar para todos los combates que realizara. Le pedí a Gary que se diera la vuelta para que pudiera cambiarme y le agradecí que hubiera decidido quedarse allí conmigo. Lo único que recibí por su parte fue un bufido molesto.
Mientras esperábamos en la sala, que estaba equipada con una televisión que mostraba todos los combates que estaban teniendo en aquellos precisos momentos lugar, Gary dijo:
-Así que Huntress, ¿eh?
Yo me encogí de hombros, agradecida de que hubiera decidido empezar con aquella trivial conversación para intentar romper el hielo. Sabía que podía acabar en catástrofe aquella noche, pero confiaba en que supiera, al menos, saber defenderme y dar algunos buenos golpes. Esperaba no hacer mucho el ridículo, pero estaba dispuesta a volver todas las noches para mejorar en mi entrenamiento.
-Creo que era el nombre idóneo, ¿no crees?
Gary se lo pensó durante unos segundos.
-Normalmente la gente se pone nombres ostentosos y un tanto horribles que intentan amedrentar. Una vez hubo un tipo que se puso la Masa –me contó-. Ya te puedes imaginar cómo era.
Se me escapó una risotada que alivió en parte mi nerviosismo y Gary sonrió con cierta tirantez.
-Procura estudiar bien a tu rival, Mina –me aconsejó, muy serio-. Ataca en primer lugar y dale en algún punto débil; si fueras hombre te diría que un buen sitio es la nuez o las pelotas, pero creo que, como mujer, sabes perfectamente dónde se encuentran los vuestros –hizo una pausa, pensativo-. Si ves que tu rival es mucho más fuerte que tú, te recomendaría que la cansaras hasta que pudieras dar tú el golpe de gracia. Y, sobre todo, ten mucho cuidado.
Entrelacé mis manos con fuerza y miré a Gary, que se mordía el interior del labio con nerviosismo. ¿Preocupado por perder a su protegida y, con ello, a la manada? No lo sabía.
-¿Crees que van a darme una paliza? –quise saber.
Cerró los ojos y esbozó una sonrisa sarcástica.
-Sé perfectamente que sabes cómo dar un buen golpe, preciosa –respondió-. ¿Acaso no fuiste expulsada del instituto por una pelea con otra alumna? Creo recordar que la otra chica salió más mal parada que tú.
Abrí los ojos de golpe debido a la sorpresa y la vergüenza de recordar aquel episodio que había tenido lugar hacía dos años. Después, recuperada de la sorpresa, lo miré con los ojos entrecerrados.
-¿Me has estado investigando, Gary?
Su única respuesta fue encogerse de hombros.
-Deberías haberme dicho que Chase estaba metido en esto –reflexioné en voz alta, cambiando de tema.
Sus ojos verdes se clavaron en los míos, abrasándome entera.
-Hay muchas cosas que debería haberte dicho –replicó justo cuando entraba la misma chica que había intentado coquetear con él antes, impidiéndome que pudiera pedirle más explicaciones.
La seguimos por el pasillo hasta el final, que se abría hasta conducirnos a uno de los fosos. Avancé hasta situarme casi al borde y miré a mi espalda, Gary y la chica me observaban desde mitad del pasillo; ella parecía aburrida, pero Gary me miraba con auténtica preocupación. Como si supiera de antemano cuál iba a ser el resultado y las consecuencias.
-Te estaré animando desde allí arriba, cazadora –se despidió de mí-. Patéale ese culo como tú solamente sabes hacerlo.
Le dediqué una sonrisa de agradecimiento antes de salir al foso. Procuré no mirar hacia arriba, donde la gente ya se había congregado y no paraba de jalear; los nervios volvieron a hacer acto de presencia mientras esperaba a que apareciera mi rival. Recé para que no me tocara enfrentarme a ninguna chica que pudiera aplastarme bajo su peso o algo peor.
El mismo cosquilleo que había sentido antes apareció de nuevo cuando una chica pelirroja y con aspecto de tener muy mala leche salió al foso y me dedicó una mirada cargada de altanería. Se oyó el sonido de una campana en algún lugar por encima de nuestras cabezas y recordé el primer consejo que me había dado Gary; como si alguien hubiera encendido algún interruptor dentro de mí, eché a correr a toda velocidad hacia la chica y le di un empujón que la hizo perder el equilibrio.
La adrenalina comenzó a correr por todo mi cuerpo mientras la pelirroja se ponía en pie y alzaba su pierna para darme una patada directa al costado. De nuevo, como si alguien estuviera manejando mi cuerpo, le sujeté el tobillo antes de que llegara a impactar contra mí y se lo retorcí, consiguiendo que su rostro se crispara en una mueca de dolor. Demasiado tarde vi que había decidido usar su otra pierna y que ésta me golpeaba brutalmente en el otro costado, provocando que cayera al suelo estrepitosamente. La pelirroja se puso en pie de un salto y se acercó a mí, que me encontraba un poco aturdida por el golpe, dándome una patada en el mismo costado. Se me escapó todo el aire que tenía en los pulmones de golpe mientras un dolor lacerante me subía por todo el tórax. El público jaleaba enloquecido y yo no quería alzar la mirada para toparme con la mirada de Gary. Una mirada que tendría un mensaje más que claro para mí: «Te advertí de las consecuencias».
Deslicé mi pierna por el suelo y logré golpearla en los tobillos, provocando que cayera de nuevo al suelo, a mi lado. Rodé para evitar que su puño me golpeara en la cara y me subí encima de ella, atrapándola bajo mi peso y sujetando sus brazos con mis rodillas; la pelirroja comenzó removerse debajo de mí para intentar liberarse.
Cerré la mano en un puño y la eché hacia atrás, cogiendo impulso, para luego estamparla contra el pómulo de la chica. El costado me dolía una barbaridad, pero no podía permitirme que el dolor pudiera cegarme en aquellos precisos momentos. No cuando estaba haciéndolo tan bien.
Seguí golpeándola hasta que ella logró liberar uno de sus brazos y me empujó con fuerza con él en el pecho, lanzándome hacia atrás con una fuerza demoledora. Vale, estaba claro que aquella chica podía ser una licántropo, pero no sabía si podía transformarse o no. Esperaba que no.
De lo contrario estaría bien jodida.
Aguanté con estoicismo el puñetazo que me devolvió la pelirroja y que hizo que mi campo de visión se pusiera negro durante unos momentos. Notaba el sabor de la sangre en mis labios, pero necesitaba concentrarme en parar sus golpes y encontrar algún punto donde atacar. Algún punto importante.
La pelirroja me golpeó un par de veces más antes de que mi puño se estrellara contra su garganta y ella soltara un sonido estrangulado mientras sus manos buscaban desesperadamente mi cuello. Pesaba más que ello, de eso no había duda, y aquello me recordó a Aria, la cazadora que me había intentado dar una paliza en el almacén. Me obligué a acumular toda la rabia y dolor que había sentido tras enterarme de la desaparición de Chase y sentí que algo cambiaba dentro de mí. Mi visión se enfocó más y sentí como si tuviera alguien dentro de mi cabeza que me indicaba qué movimientos debía hacer en el momento justo. Pasé mis antebrazos por dentro de los suyos, cuyas manos estaban en mi cuello y apretando con fuerza, y los empujé con rabia.
Aquello era una buena medicina paliativa para todo el dolor que sentía después de darme cuenta que no volvería a ver a Chase nunca más y que era muy probable que el accidente fuera culpa mía. La teoría de que la persona que le había mandado las amenazas a Chase y la persona que había maquinado todo el accidente eran la misma iba cobrando fuerza cada día que pasaba.
Y pensaba encontrarla aunque me fuera la vida en ello.
Al ver que aquello no era suficiente para deshacerme de la pelirroja, coloqué mis pies bajo su vientre y empujé con fuerza hacia arriba, lanzándola lejos de mí. Sin permitirme descansar apenas un segundo y resollando, me abalancé sobre ella y comencé a golpearla rítmicamente.
Cada vez que mi puño golpeaba su cara, era como si me quitara un peso de encima. Como si me estuviera volviendo más ligera. Seguí haciéndolo hasta que unas manos fuertes se enroscaron en mis brazos y me sacaron de encima de ella. No me revolví ni intenté soltarme como había hecho cuando le había dado una buena paliza a Lorie Ross; simplemente dejé que me separaran de ella y me llevaran lejos antes de que los instintos asesinos que habían aparecido por sorpresa me exigieran que no dejara eso allí y que terminara con la pelirroja.
Respiraba con dificultad y entrecortadamente, ajena al dolor de todo mi cuerpo. El rostro preocupado de Gary ocupó todo mi campo de visión y sentí que se me nublaba la vista. Pude esbozar una sonrisa de puro júbilo, pero los ojos verdes de Gary estaban apagados, como si no se alegrara de mi victoria.
Y eso me molestó.
-Voy a llevarte a casa, ¿me has entendido? –fue lo único que dijo.
Me cogió en brazos y yo apreté los dientes con fuerza al sentir un dolor en el costado, como si las costillas se hubieran roto y me aplastaran los pulmones. No me quejé en todo el trayecto que duró hasta que Gary me depositó con cuidado en el asiento del copiloto y cerró la puerta. Volvió varios minutos después con un sobre que lanzó sobre mi regazo y que, descubrí, contenía un buen fajo de billetes.
-Tus ganancias por la pelea de esta noche –me explicó él mientras arrancara el Audi y salíamos disparados hacia la Quinta Avenida.
No dijo nada durante el viaje de regreso a casa y yo tampoco lo hice. Aún seguía degustando el sabor de la victoria y lo bien que me había sentido dándole una buena tunda a esa chica. Quizá mi estilo no fuera muy refinado y parecía ser propio de una chica que se hubiera criado en los barrios más conflictivos de la ciudad, pero me habían servido para dejarla fuera de combate.
Estaba ansiosa por saber cuánto había ganado y si podría volver a la noche siguiente a por más, pero el dolor de cuerpo era más insoportable de lo que me había imaginado, por lo que me limité a quedarme quieta en el asiento de cuero mientras Gary conducía a toda velocidad por las calles esquivando coches y taxis.
Se me escapó un suspiro de placer cuando mi cuerpo maltrecho chocó contra el suave colchón de la cama de Gary. Había tenido que llevarme en brazos puesto que era incapaz de moverme debido al cansancio y las heridas de aquella noche y yo no había puesto impedimento alguno; vi cómo él desaparecía en el cuarto de baño y escuché el sonido del agua correr cuando Gary abrió el grifo.
Cerré los ojos y deseé caer en un profundo y reparador sueño; sin embargo, el dolor del costado y de todo mi cuerpo en general me lo impedía. Oí los pasos que regresaban de Gary pero no abrí los ojos porque apenas tenía fuerzas para hacerlo. Noté cómo Gary me quitaba las botas con cuidado y cómo continuaba después con la chaqueta que me había prestado al finalizar la noche y la que había llevado yo.
Entreabrí los ojos cuando Gary alzó la camiseta que llevaba y contemplaba con el ceño fruncido mi costado. Tenía que reconocer que me molestaba al respirar. Y mucho.
-¿Está muy mal? –me interesé y él se sobresaltó al oír mi voz.
Rozó con el dedo la zona y yo contuve un grito de dolor. Vaya que si dolía aquello. No quería ni imaginarme cómo debía estar.
-Échale un vistazo –dijo Gary y levantó la camiseta lo suficiente para que pudiera ver el enorme moratón que cubría la zona y que no parecía tener buena pinta.
-No me importa –respondí.
Los dientes de Gary crujieron cuando apretó la mandíbula.
-Estás hecha un desastre, Mina –se quejó.
-Pero he ganado, Gary –recalqué-. He ganado. A pesar de que tú no parecías tenerlo muy claro.
Soltó un bufido.
-Te han dado una paliza.
A mí se me escapó una risotada que me dolió en lo más profundo de mi ser a causa de las heridas.
-No es la primera vez –y lo decía porque Aria se había cebado de lo lindo en mí en aquel viejo almacén y Lorie tampoco se había quedado corta al golpearme-. Y ella tampoco ha quedado mucho mejor que yo.
Los ojos de Gary se estrecharon.
-La has golpeado hasta dejarla inconsciente –me confesó-. He tenido que separarte de esa chica antes de que pudiera acabar peor. Por un momento… no te he reconocido.
Intenté colocarme de costado y hacerlo fue una auténtica agonía. Gary me acarició con suavidad la zona que no estaba amoratada y yo lo agradecí en silencio; le agradecía que me hubiera dejado hacer eso y que hubiera estado allí conmigo. Incluso le agradecía que me hubiera parado los pies con aquella chica.
-Cuando estaba peleando con ella me he sentido… viva –le desvelé en un susurro-. Era como si hubiera nacido para esto. Como si hubiera estado esperando hasta que al fin lo he descubierto. Quiero seguir haciéndolo, Gary, porque me ayuda. Me permite sacar toda la rabia que tengo dentro y me llena de… paz.
Gary se inclinó hacia mí y me observó durante unos momentos.
-Entonces habrá que curarte estas heridas y ponerte a punto para mañana –dijo.
Se llevó una de sus muñecas a la boca y vi cómo sus colmillos se afilaban y perforaban con una facilidad pasmosa la piel; la sangre comenzó a brotar de inmediato por la herida y se deslizó sobre su piel, bajándole hasta el codo. Él me ofreció la muñeca y la posó sobre mis labios para que pudiera beber de ella. En cuanto tragué la primera vez, una familiar quemazón me bajó por la garganta y el dolor comenzó a remitir lentamente.
Aparté con suavidad la muñeca de Gary cuando creí que era suficiente y él me miró fijamente. El costado aún me molestaba, pero no tanto como antes, así que me recoloqué en mi posición y le mantuve la mirada.
-Tengo que reconocer que estabas condenadamente sexy mientras le dabas una paliza a esa pelirroja –comentó-. Estoy seguro que a la mayoría de los hombres del público los has puesto cachondos con semejante espectáculo.
A mí se me escapó una risotada.
-La próxima vez quizá deberían ponernos en un barrizal con bikinis de lo más sugerentes –opiné-. Así sería mucho más divertido, ¿no crees?
Gary me sonrió con ganas y su mano comenzó a acariciarme el brazo hasta que se detuvo en la curva de mi clavícula, justo encima de donde tenía mis cicatrices. Las cicatrices que me había hecho Chase y que me habían unido a él para siempre.
Las recorrió de manera mecánica y el vello se me erizó ante su ardiente contacto.
-Aún no te he dado las gracias por haberte quedado allí y por haber estado animándome –dije casi en broma-. Gracias –añadí hablándole en serio.
Gary acercó su rostro al mío hasta dejarlo a unos centímetros de distancia.
-Creo que me merezco algo más que un «gracias» -me contestó igual de serio e hizo una pausa-. ¿Me abofetearías después de lo que tengo en mente?
Lo miré con cansancio. En aquellos momentos estaba tan exhausta que no tenía ni fuerzas para hacerlo. Y eso él lo sabía, por supuesto.
Jugaba con ventaja en aquella ocasión. Como siempre.
-Es muy posible –respondí.
Gary me dedicó una de sus sonrisas de alto voltaje.
-Correré el riesgo –afirmó.
Ni siquiera tuve tiempo de apartarme antes de que sus labios se estamparan contra los míos con una avidez que no eran propias de Gary. Sus manos se colocaros a ambos lados de mis costados y me empujaron más contra su fuerte pecho mientras sus labios se movían contra los míos; no entendía por qué ahora Gary había decidido actuar así y no había decidido aprovechar la ocasión que le presenté la pasada noche cuando estaba más que dispuesta a meterme en la cama con él.
Era la misma sensación que sentía cuando besaba a Chase y, por un momento, hasta llegué a creer que era él al que besaba. Sin embargo, recordé de nuevo que Chase no estaba aquí y que era Gary el que me estaba besando con tanta ferocidad. Con la mano que tenía libre me aferré con fuerza a su camiseta negra mientras arqueaba la espalda para estar más pegada a él.
Sabía que aquello era un error, que no debería estar haciéndolo precisamente con él, pero mi corazón estaba destrozado y necesitaba algo a lo que aferrarme en aquellos momentos si no quería terminar hundida. Tenía bastante claro que nadie jamás lograría ocupar el hueco que había dejado Chase tras su marcha, pero necesitaba salir delante de cualquier forma.
Y Gary era lo más parecido a lo que buscaba yo en aquellos momentos.
Alguien que pudiera hacerme creer que Chase no se había ido y que seguía allí conmigo.
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