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19. Tommy es un niño bueno.

El calor era insoportable. Por no hablar del peso que me aplastaba y me impedía casi respirar, y eso sin contar con el constante martilleo de mi cabeza que no me daba tregua alguna. A pesar de llevar unos viejos pantalones cortos y una camiseta, era como si me hubiera metido dentro de un horno; intenté quitarme la manta, pero el peso aplastante me lo impidió.

Abrí los ojos y me topé con el torso desnudo de Gary casi pegado a mi nariz. Su respiración era profunda y su pecho bajaba y subía con lentitud, señal inequívoca de que estaba completamente dormido. Y que yo estaba apresada entre sus brazos y su pecho desnudo. Ahogué un gemido mientras notaba mis mejillas arder al conseguir recuperar unos pocos fragmentos de lo que había sucedido anoche. Me dieron ganas de golpearle con fuerza por haberme embaucado para que nos bebiéramos aquel tequila tan asqueroso y que me había obligado a comportarme como una desesperada y, posteriormente, como una pobre despechada.

Guardaba la diminuta esperanza de que Gary también estuviera más borracho que yo y no recordara nada de mi vergonzosa actuación.

Aparté esos pensamientos de mi cabeza y me centré en lo importante: como escabullirme de la cama sin despertarlo. Los licántropos tenían una especie de alarma interior que les informaba de cuando las cosas no iban bien, aunque no sabía si esa alarma funcionaba cuando tenías una resaca de campeonato.

Empecé a deslizarme con suavidad y lentitud hacia abajo, intentando liberarme de su caluroso y aplastante abrazo, para luego poder escurrirme de la cama y poder encerrarme en el baño para poder eliminar cualquier olor a tequila… y a Gary.

Conseguí mi objetivo y miré a Gary dormir con una expresión de puro placer. No había ni rastro de su maldad o chulería y, en cierto modo, así parecía mucho más atractivo; no me detuve mucho más para sentenciar si era o no guapo y me dirigí a toda prisa al baño. Eché el pestillo por si acaso y me acerqué al espejo. Si mis recuerdos no me fallaban, anoche no había llegado a ocurrir nada, gracias a Dios, pero busqué cualquier signo que pudiera recordarme que de algo me había olvidado.

Nada.

Me dejé caer sobre el suelo y apoyé la cabeza sobre el mármol de la pared. Tragué saliva al recordar mi patética actuación para conseguir que Gary se acostara conmigo y mi sonrojo volvió con más fuerza. ¡Tenía ganas de esconder la cabeza en cualquier hoyo profundo como los avestruces! Me sentía avergonzada de mí misma y un poquito agradecida de que Gary hubiera decidido pararme los pies.

Mi mirada vagó por toda la encimera hasta detenerse en una maquinilla de afeitar que parecía abandonada. Y que llamaba mucho mi atención. La pesadilla de Betty y Chase se repitió en mi cabeza y las palabras que me dirigió Betty cobraron un nuevo significado para mí.

Chase se había ido, sí, pero eso no significaba que no pudiera reunirme con él. Recordé las continuas discusiones que había mantenido con mi hermana Avril cuando había descubrí los cortes de sus muñecas, los intentos desesperados de ella por explicarme que lo que estaba haciendo la ayudaba…

Ahora lo entendía. Entendía por qué hacia todo aquello: era su vía de escape para el dolor.

Mis manos no flaquearon cuando cogí la maquinilla y observé sus cuchillas a contraluz. Las venas de mis muñecas se hincharon, como una señal luminiscente de luz verde para que empezara. Bajé la cuchilla hasta que tocó mi piel y cogí aire, preparándome. No sabía si iba a doler o no, pero lo que sí tenía seguro es que era mi salida. Me ayudaría.

«Deja de luchar. Abandona».

El consejo de Betty que me había dado en mi sueño se repetía una y otra vez en mi cabeza mientras presionaba la cuchilla contra mi piel. Sí, ella tenía razón. Ella había sufrido lo mismo que yo. Betty sabía bien lo que debía hacer en aquellos momentos.

Solté el aire lentamente mientras movía la cuchilla por la piel de mi muñeca y comenzaba a salir sangre. No paré ni me detuve ni un momento. Estaba empecinada a terminar con todo aquello.

Cada gota de sangre que salía de mi muñeca suponía un peso que me quitaba de encima. Podía notarlo.

Tenía que conseguir lograr quitarme todos aquellos pesos de encima.

Ni siquiera fui consciente de que había empezado a llorar y que alguien aporreaba con fuerza la puerta del baño, gritando.

Ni siquiera me di cuenta de que Gary entraba como un energúmeno en el baño y que me sujetaba de las muñecas con rabia mientras me gritaba algo que no lograba entender. No podía dejar de mirar a Betty, que estaba tras Gary y me sonreía satisfecha.

Creo que esbocé una media sonrisa de satisfacción antes de que todo se volviera negro.

Pero aquella negrura no duró mucho porque me vi impulsada de nuevo hacia la realidad cuando Gary me puso en pie de golpe y me miró con la mirada encendida.

-¡Inconsciente! –me recriminó y, en aquella ocasión, sí fui capaz de entenderlo a la perfección-. ¡Eres una puta inconsciente!

Me dejé arrastrar de nuevo hacia la habitación y me fijé en que las heridas que me había causado en las muñecas aún seguían sangrando y que el peso que llevaba en mi pecho se había conseguido desinflar un poco. Había logrado ver a Betty durante unos momentos y ella me había sonreído. Ella estaba orgullosa de mí…

Mi cuerpo retumbó contra el colchón de la cama cuando Gary me obligó a que me sentara sobre ella. Tenía la mirada enloquecida y seguía soltando improperios y exabruptos. Miré de nuevo hacia mis heridas.

Gary alzó mis muñecas y observó mis cortes con rabia contenida; sus ojos se le habían oscurecido pero no habían llegado a volverse carmesíes. Aguanté el escrutinio y sus palabras con firmeza.

-¿En qué coño estabas pensando, descerebrada? –me gritó él-. ¡Estás loca, completamente loca! Eso o, prefiero creer, que aún sigues borracha. ¿Qué coño pensabas que estabas haciendo?

Conseguí liberar mis muñecas de una sacudida y me enfrenté a Gary.

-No es asunto tuyo –le espeté.

Él esbozó una sonrisa irónica.

-Por supuesto que es asunto mío, inconsciente –me recriminó-. Estás bajo mi protección, ¿recuerdas? Todo lo que te suceda repercutirá en mí. Incluyendo las cosas que tú misma te hagas –dijo algo más en voz baja pero no logré entenderlo.

Volvió a atrapar mis muñecas y bajó la cabeza para ¿olfatear mi sangre? No: estaba lamiendo mis heridas por algún extraño motivo que no quería relacionarlo con algún fetichismo suyo. Puse cara de asco mientras sentía la lengua de Gary deslizándose sobre mi piel.

En aquella ocasión no logré liberarme de él.

-¿Qué se supone que estás haciendo? –pregunté-. Y no me digas que es algún extraño y nauseabundo fetichismo tuyo, por favor.

Gary me fulminó con la mirada y prosiguió con su labor. Después, soltó mis muñecas y las señaló con un gesto hosco.

-Compruébalo tú misma –me espetó.

Miré mis muñecas y me quedé perpleja: la sangre había desaparecido y no había heridas. La piel de mis muñecas estaba tersa y sin cicatrices siquiera, como si nunca me hubiera cortado con aquella cuchilla.

Parpadeé varias veces y miré a Gary, exigiéndole una explicación.

Él se encogió de hombros.

-Los licántropos nos recuperamos más rápido que los humanos –empezó, con un tono duro-, pero podemos compartir este maravilloso don con cierto tipo de personas: los cazadores. Mi saliva puede curar heridas superficiales y no muy graves; sin embargo, he de usar mi propia sangre cuando se trata de casos con mucha más gravedad –me miró de manera elocuente.

El episodio de la nave, cuando me interpuse entre Adam y Chase, se repitió en mi memoria, a cámara lenta. Casi volví a sentir la daga entrando en contacto con mi cuerpo, cayendo al vacío y Chase sujetándome para evitar que corriera la misma suerte que Adam. Después de ello… los recuerdos eran borrosos y solamente conseguía recordar con claridad a Chase suplicándome que me quedara a su lado y dándome a probar algo.

Su sangre.

Exhalé el aire abruptamente.

-Creo que voy a vomitar –anuncié.

Gary se apartó de golpe al oírme y alzó los brazos al cielo.

-¡Eso! –exclamó-. A parte de llenar todo de sangre, ahora hazlo de vómito.

Solté un gemido y Gary se mostró más alarmado aún, temiendo que vomitara de verdad.

-Creo que esto ha llegado demasiado lejos –sentenció Gary-. Te advertí que, de hacer alguna locura, traería aquí a la mitad de mi manada para que te estuvieran vigilando las veinticuatro horas del día…

Entonces hablaba en serio, me dije. Y la idea de estar rodeada de licántropos durante todo mi cautiverio allí no se me asemejaba a nada ideal y divertido. Al contrario, todo aquello sonaba a infierno asegurado.

-¡No lo hagas! –lo corté, con un tono suplicante-. No me obligues a estar rodeada de… de licántropos…

-¡Pero no me dejas otra opción, Mina! –gritó-. En cuanto me descuido, tú aprovechas la oportunidad para ponerte en peligro. Quizá sea una buena idea que veas de nuevo a Diana, ella puede ayudarte.

Una lucecilla se encendió en mi mente al escuchar ese nombre. Pero no entendía qué relación podía haber entre la psicóloga que me había atendido en el hospital por recomendación de la doctora Russell y él.

Lo miré, perdida.

-¿Conoces a Diana? –una expresión de culpabilidad cruzó su rostro y caí entonces en la cuenta-. ¿También te acostaste con ella?

Gary se encogió de hombros con indiferencia.

-Diana es… una conocida –respondió-. Y me hizo un gran favor al intentar ayudarte. Creo que no debería ser muy importante para ti qué tipo de relación tuve con ella.

Aquello me sentó como si me hubiera abofeteado con ganas. Tenía razón en una cosa: el hecho de que se hubieran o no acostado juntos no era de mi incumbencia; pero sí lo era el hecho de que le debiera ya tantas cosas.

No quería estar en deuda con Gary Harlow. Los intereses podrían salirme muy caros.

-Ha sido… ha sido la tensión –me justifiqué, tragando saliva-. Llevo encerrada aquí días, sin saber nada de mis amigos… He perdido a mi novio –lo miré de manera intencionada-. ¿Cómo crees que me siento… que estoy?

Gary dejó de pasearse de un lado a otro de la habitación y se acuclilló delante de mí. Ahora nuestros ojos estaban a la misma altura.

-¿Por qué no somos sinceros el uno con el otro de una vez por todas, Mina? –me propuso-. Creo que he intentado de todas las maneras posibles que nuestra relación fuera cordial, lo suficiente para una convivencia tranquila, pero tú no estás muy por la labor.

Me crucé de brazos, desafiante.

-Quizá no esté por la labor porque no me caes bien –contesté.

-Ayer no parecías pensar lo mismo –me contradijo, con maldad.

Desvié la mirada de golpe mientras sentía cómo mis mejillas enrojecían. Estaba claro que no tendría la suerte de ser la única que recordara lo que había intentado hacer anoche… y Gary me lo recordaría siempre que tuviera oportunidad.

Mi mano se dirigió de manera rápida y eficaz a su mejilla. Vaya, al final iba a convertirme en una experta en abofetear a Gary Harlow, pero es que conseguía sacarme de mis casillas con una facilidad asombrosa.

-Búrlate de mí lo que quieras –le espeté.

Gary se frotó la mejilla dolorida sin dejar de mirarme fijamente.

-Podría haber hecho lo que tú esperabas que hiciera –me dijo y me sonó a amenaza-, pero no lo hice. No lo hice porque sabía que te destrozaría a la mañana siguiente, que no serías capaz de volver a mirarme.

Volví a mirarlo directamente a los ojos y alcé la barbilla, desafiante.

-Gary Harlow nunca podría romperme el corazón –declaré con rotundidad- porque el mío ya está destrozado.

Aquello pareció herirlo de algún modo. Se apartó de mí y se dirigió a la cómoda que tenía más cerca; sacó un par de prendas y las lanzó sobre la cama. Las miré con curiosidad mientras él sacaba otras y se las ponía debajo del brazo.

Desde la puerta del baño me dijo:

-Espero que no vuelva a repetirse esto de nuevo, Mina –aquello sí que era una amenaza en todos los términos posibles de la acepción-. De lo contrario, podrás comprobar qué se siente teniendo a un grupo de perros pegados a tu culo –hizo una pausa y cuadró la mandíbula-. Y esta noche tenemos visita.

Cerró la puerta de golpe antes de que tuviera oportunidad de preguntar sobre la identidad de «nuestro» invitado. Miré las prendas que había tirado sobre la cama y luego comprobé que la ropa que había llevado anoche seguía desperdigada por el suelo; miré de nuevo hacia la puerta del baño y decidí que, de ahora en adelante, me tomaría más en serio las amenazas de Gary.

Salí de la habitación y me dirigí a la cocina.

Estaba hambrienta.

Desde que había puesto un pie en aquel apartamento, había descuidado mi alimentación. Era cierto que había estado picoteando de aquí y allí, pero necesitaba una comida en condiciones. Las primeras reservas que había tenido al principio habían desaparecido por el enfado que sentía en aquellos momentos; abrí de malos modos un armario y comencé a rebuscar en su interior.

-No suelo comer cereales –me interrumpió una voz a mis espaldas.

Solté un improperio y me golpeé con la esquina de la puerta, provocando que Gary se partiera de risa mientras se acercaba lentamente hasta la isla de la cocina y se apoyaba sobre los codos.

Cuando me giré para encararlo desvié la mirada de nuevo a toda prisa; aún no me había acostumbrado a verlo semidesnudo. Y, en aquella ocasión, únicamente llevaba una toalla enroscada a la cintura.

Se estaba riendo de mí y de mi actitud tan vergonzosa de la otra noche.

Me froté la zona donde me había golpeado y me obligué a seguir mirando al interior del armario, dándole la espalda a él.

-No me importa –respondí y saqué lo primero que pillé: un pack de galletitas saladas.

Bueno, me tendría que bastar con eso de momento. Ya pensaría después en algo que prepararme y que pudiera llenarme más que aquellos cuadraditos salados y crujientes.

Recogí todo mi autocontrol posible y me apoyé en la encimera mientras empezaba a devorar mi desayuno.

-¿Quién es nuestro misterioso invitado? –pregunté, mirándolo intencionadamente a los ojos.

Gary se echó a reír a mandíbula batiente.

-¿Nuestro? –repitió con diversión-. Hoy, a modo de escarmiento y compensación por lo que ha sucedido apenas unos minutos antes, vas a hacer de canguro de mi hermano pequeño. Tengo una cita y no puedo cancelarla, lamentablemente…

Abrí los ojos como platos al escucharlo. ¡Canguro de su hermano pequeño! Jamás me hubiera imaginado que Gary pudiera tener un hermano pequeño; tenía más el aspecto de ser criador de pirañas. No quería ni imaginarme cómo debía ser el pequeño Harlow, pero apostaba que era un pequeño Gary en miniatura.

-Es tu responsabilidad –le recriminé. De ninguna forma iba a ser canguro de nadie.

Gary se encogió de hombros.

-Quizá así aprendas algo de ella –respondió, sin dar su brazo a torcer-. Lo traeré a las siete y te quedarás con él toda la noche, ¿entendido? Y sin espectáculos de perturbada, por favor, que es un niño y es sensible a este tipo de cosas.

Logré acusar su burla como bien pude. Aún debía estar más que molesto con todo aquello y no perdía la oportunidad para recordármelo y burlarse de mí.

Casi prefería al Gary borracho de anoche que al Gary que tenía delante de mí y me estaba pidiendo a gritos que le diera un buen puñetazo.

-Y no hay más discusiones –prosiguió Gary, impertérrito-. Estoy cansado de ser bueno y demasiado permisivo contigo.

Me crucé de brazos y me cerré en un hermético silencio.

A la hora de la comida, Gary encargó algo de comida y ambos comimos en silencio. Yo tenía el estómago casi cerrado por la idea de tener que hacer de canguro mientras Gary se dedicaba a salir por la ciudad con sus conquistas para pasárselo bien; quedaban pocas horas y no me atrevía siquiera a abrir la boca para intentar convencer a Gary de que cambiara la idea.

Cuando Gary se marchó del apartamento, despidiéndose de mí con «ahora volveré, no creas que podrás escapar de esto», me planteé seriamente escapar de allí. Podría recoger mis cosas y marcharme de allí pero, algo me dijo que, de hacerlo, Gary me encontraría. Además, al único lugar al que podía volver era al apartamento.

Gary regresó veinte minutos después. Traía consigo a un adorable niño de unos diez años con el pelo negro ensortijado y los ojos de color azules; se daba un aire a Gary, pero parecía mucho más… asentado.

El niño se me quedó sorprendido de verme allí y miró a Gary, sin terminarse de creer que yo estaba allí.

Gary le estrechó los hombros y le sonrió con amabilidad.

-Tranquilo, Thomas, no muerde –le aseguró y le hablaba en serio, como si yo fuera algún tipo de perro con la rabia o algo por el estilo-. Y es bastante simpática. Te acabará gustando.

Me dedicó una mirada de aviso mientras instaba a su hermano pequeño a que siguiera caminando para hacer las presentaciones. Yo me mordí el interior de la mejilla procurando parecer una chica… normal. Tampoco era mi intención el parecerle al pobre niño que era un monstruo.

No quería terminar la noche corriendo detrás del niño porque me tenía miedo.

Thomas se situó frente a mí y me tendió una de sus manitas. En aquellos precisos momentos me recordó dolorosamente a mi hermano Percy.

Sonreí amablemente y se la estreché con cuidado.

-Un placer conocerte, Thomas –dije-. Yo soy Mina.

Aquello pareció tranquilizar al niño, ya que se relajó de manera evidente y me devolvió la sonrisa. Oí que Gary suspiraba de alivio y dejaba una mochila sobre uno de los sofás; llevaba un traje bastante caro y ya estaba completamente arreglado para su misteriosa cita por la que nos abandonaba aquella noche.

-Bueno, ahora es cuando os dejo a solas para que os terminéis de acostumbrar el uno al otro y todo eso –comentó Gary, dirigiéndose a la puerta-. Sed buenos y no le prendáis fuego al apartamento, ¡y tú, Thomas, vete a la cama temprano!

Cerró de un portazo, dejándome a solas con aquel niño que me recordaba a mi hermano pequeño y tenía aspecto de querer estar en cualquier otro lado antes que aquí. No era nada nuevo para mí lo de cuidar niños, pero yo estaba acostumbrada a mis hermanos… Nunca antes había tenido que cuidar a otros niños y se me hacía una experiencia… casi nueva para mí.

Me giré hacia Thomas.

-¿Qué te apetece hacer, Thomas? –le pregunté con amabilidad.

El niño me miró con sus cristalinos ojos azules, dubitativo.

-Puedes llamarme Tommy si lo prefieres –dijo.

Eso era una buena señal, me dije. Eso significaba que no le había caído del todo mal y que estaba haciendo un esfuerzo conmigo para que pudiéramos tener una buena relación y la noche fuera más llevadera para ambos.

-Bien, Tommy –rectifiqué-. ¿Quieres hacer algo en especial?

Sus ojillos le brillaron.

-¡Podríamos jugar con las videoconsolas de Gaz! –exclamó.

Tras dos horas perdiendo a todos los juegos que me proponía Tommy, finalmente me rendí y le dije que había llegado el momento de cenar algo. El niño parecía haber perdido la vergüenza y los primeros reparos que había tenido al principio de conocernos habían desaparecido y se había vuelto un terremoto.

Echó a correr hacia la cocina mientras yo lo seguía de cerca y se subió a uno de los taburetes que había. Sus ojos se quedaron clavados en mí mientras me movía por la cocina, buscando algo que hacerle de cenar.

Al final iba a resultar que me iba a divertir aquella noche, contra todo pronóstico.

-Eres muy guapa –comentó Tommy a mis espaldas-. Eres una de las amigas más guapas que tiene Gaz, ¿sabes? Y la más simpática de todas ellas.

Me giré con curiosidad hacia el niño.

-¿Conoces a más amigas de Gary?

Se encogió de hombros.

-Algunas veces ha tenido que quedarse conmigo porque papá y mamá tenían alguna fiesta donde no está permitido que vayan niños y han venido chicas –respondió y yo fruncí el ceño-. Gary me pedía que me quedara viendo la tele o me mandaba pronto a la cama… pero yo los escuchaba –añadió a media voz, como si creyera que Gary podía oírnos-. Gaz se ganó una buena cuando se lo comenté a papá y a mamá tampoco le hizo mucha gracia, le dijo a papá que si seguía así, no querría que su hijo pusiera un pie más en nuestra casa.

Aquello me llamó bastante la atención, sobretodo cómo se refería a su madre.

-Mamá siempre ha opinado que Gary era un caso perdido –prosiguió Tommy, cada vez más animado-. Dice que se parece demasiado a la primera mujer de papá. Pero nunca hablamos de ella o de Rebecca.

Casi estuve a punto de atragantarme al escuchar ese nombre. La amiga de Chase, la chica que había logrado conseguirle una manada en Nueva York también se llamaba así… y había desaparecido de mi vida cuando tuvimos el accidente.

Me pregunté si la Rebecca que conocía sería la misma de la que hablaba Tommy.

-¿Tu padre ya estuvo casado? –inquirí.

Él asintió con evidente deleite.

-Con la mamá de Gaz –respondió-. Aunque mamá dice que no debemos hablar de ella. Además, Rebecca tampoco nos hace mucho caso… El único bueno es Gaz.

Terminé de prepararle un elaborado plato de pasta y salchichas. Tommy empezó a devorarlo con ansias mientras me contaba cosas sobre su familia y que Gary no me había contado.

-Papá está muy molesto con Gaz porque siempre se mete en líos –continuó el niño, con la boca llena de spaguetti-. Dice que solamente se gasta su dinero en bebidas, drogas, fiestas y putas –no se mostró tan alarmado de su expresión como yo-, de seguir así acabará sin que papá le dé dinero.

»Mamá dice que Gaz terminará en cualquier cárcel o que tendrá problemas con los cazadores pero yo sé por qué hace todas esas cosas –me miró con una sonrisilla traviesa-: Gaz está solo y echa de menos a Hannah.

-¿Hannah? –repetí, colapsada por tanta información.

En cuanto viera a Gary tendría que darle las gracias por haberme presentado a su hermano menor, quien no tenía el más mínimo problema en contarle a todo el mundo sus desgracias familiares. Bendita inocencia infantil…

Tommy se metió otro puñado de pasta en la boca y me señaló con el tenedor.

-Era su prometida –respondió, muy serio-. Se querían mucho. Cuando Hannah estaba viva, Gary era otro tipo de persona… Incluso mamá le quería. Pero fue morir Hannah… y en casa empezaron los problemas; papá le echó y le amenazó con dejarlo en la calle de seguir así.

¿Cómo es posible que el señor Harlow, antiguo líder de la manada, le hubiera dejado a su descentrado hijo el poder de la misma?, me pregunté. Recordé a Kai y lo comparé con Gary: eran polos opuestos. Mientras que Kai era responsable y cuidaba de los suyos, y de sí mismo, Gary disfrutaba de la vida y los derroches sin que le diera mucha importancia a las consecuencias.

-¡Oye –exclamó Tommy, llamando mi atención-, tú te pareces mucho a Hannah!

Parpadeé varias veces ante el elogio y le insté a que se terminara la cena. Él obedeció en silencio y se terminó su plato de pasta sin rechistar; le dejé viendo un poco la televisión antes de que se pusiera el pijama y lo acomodara en la cama de Gary para que pudiera dormir.

En mi cabeza, sin embargo, no dejaba de darle vueltas a una cosa: descubrir si existía algún tipo de relación entre Rebecca Danvers y Gary. Chase me había comentado en una ocasión que Rebecca le había pedido un favor a su hermano para que lo pudieran incluir en su manada. ¿Sería su hermano Gary Harlow?

Acosté a Tommy y él me pidió que me quedara a su lado y que le contara cosas sobre mí. Al principio me quedé un poco parada a hablar, pero me recordé que solamente era un niño que sentía curiosidad por saber cómo había conocido a su hermano. Le hablé de Blackstone y de mi familia; le hablé de mis hermanos y sus ojos azules relucieron mientras le contaba anécdotas bastante divertidas.

Cuando se quedó profundamente dormido, salí en silencio de la habitación y me senté en el sofá, dispuesta a distraerme con un poco de televisión.

Gary decidió hacer acto de presencia y regresar al apartamento a las tres. Había intentado de todas las maneras dormir, pero me había resultado imposible, así que había decidido quedarme despierta esperando que se dignara a aparecer.

Se quedó bastante sorprendido al verme y yo esperé, casi aguardé, que apareciera alguna cabecita femenina por encima de su hombro y me mirara con sorpresa y decepción por haberles aguado el plan. Sin embargo, venía solo y bastante sobrio, por cierto.

Lo estudié de arriba abajo, esperando encontrarme con algo que me demostrara que había sido una noche divertida para él pero lo único que hallé fue que llevaba la camisa un poco desabrochada y que me miraba con una expresión de puro anhelo.

Estaba esperando que le hiciera un informe exhaustivo de mi noche.

-¿Te lo has pasado bien? –me preguntó y me sonó a burla.

Me encogí de hombros mientras miraba fijamente la pantalla del televisor.

-Ha sido una noche entretenida –contesté, evasiva-. ¿Y la tuya?

Gary se dejó caer a mi lado y se quitó la chaqueta con un simple movimiento. Echó la cabeza hacia atrás y soltó un sonoro y esclarecedor suspiro de cansancio.

Tuve que aguantarme las ganas de sonreír.

-Aburrida, como todas las demás –respondió con demasiada sinceridad-. Ella acabó encantada, por supuesto.

-Un pack completo de Gary Harlow, supongo.

Se echó a reír en voz baja.

-Exacto –me dio un golpecito en el hombro-. ¿Te ha dado algún problema? Mi hermano, a veces, puede ponerse un poco pesado…

Negué con la cabeza.

-Ha sido encantador. Me ha contado cosas muy interesantes sobre ti.

Giré la cabeza para ver su expresión. Era pensativa.

-¿Y qué te ha contado, si se puede saber?

Me recoloqué en mi sitio y procuré sonar lo más indiferente posible.

-Que tenías una hermana -«Una hermana que puede que sea una persona a la que odio profundamente», añadí para mis adentros- y que tu padre estuvo a punto de quitártelo todo por tus… vicios. Ah, y que haces todo esto porque estás solo y echas de menos a Hannah.

Gary chasqueó la lengua con evidente fastidio.

-Veo que no se ha dejado nada –comentó, con cierto tonillo molesto.

Me encogí de hombros, un tanto animada por su enfado. El saber cosas sobre Gary que él había pretendido ocultarme me hacía sentir… un poco poderosa. Era como si nuestros roles se hubieran intercambiado y Gary se hubiera convertido en mí.

No pude contener una sonrisa y el ceño de Gary se frunció.

-¿Qué te hace tanta gracia? –quiso saber él.

Me encogí de hombros y me obligué a dejar de sonreír.

-Nada –respondí.

Estaba claro que Gary no me creía.

Soltó un suspiro de derrota y se masajeó las sienes con insistencia y fuerza.

-Ahora es el momento en el que te cuento el resto de mierda sobre mi vida y desnudo mi alma, ¿no? –sin esperar a que dijera nada, continuó:-. Sí, es cierto: mi vida no es tan maravillosa como crees que es. Mi madre nos abandonó a mi padre y a mí y se llevó a mi hermana pequeña con ella porque no podía aguantar más el hecho de que mi padre y yo éramos licántropos, los Alfas de la manada.

»Sé que a mi padre le costó recuperarse de la pérdida e intentó que volvieran con nosotros. Es obvio que no lo consiguió, pero les sigue mandando una buena suma de dinero para los gastos de Rebecca.

«No. No puede ser una coincidencia», me dije. Sin embargo, eran dos tipos de persona distintas: mientras Gary fingía que era pura maldad, Rebecca intentaba convencerte de todo lo contrario. Rebecca trataba de ocultar su maldad bajo una sonrisa inocente y su tono dulce para engatusarnos a todos; Gary usaba malos modales y se comportaba como un cabrón para alejar a la gente.

-Sin embargo, mi padre conoció a Elena y las cosas cambiaron –prosiguió y su tono se volvió irritado, como si aquello le molestara profundamente-. Pareció olvidarse de mi madre y Rebecca y se volcó en Elena –hizo una señal con la cabeza a la puerta de su dormitorio-. Y ese ha sido el resultado. Y no, no quiero que creas que odio a Tommy pero, en cierto modo, le envidio porque él se ha convertido en todo lo que mi padre buscaba en mí.

»Tommy es… es más fuerte que yo, ¿entiendes? Llegaría a ser un Alfa mejor que yo.

Estaba comprobado: no tenía ni idea de lo que hablaba. Mis conocimientos sobre licántropos era bastante reducido, a pesar de pertenecer a una familia de cazadores; me sentía un poco avergonzada de mí misma. ¿Qué clase de cazadora iba a llegar a ser si no tenía ni idea de a qué debía enfrentarme?

Mi cara debió ser respuesta suficiente para Gary, que esbozó una sonrisita bastante burlona.

-Hagamos un pequeño paréntesis en mi reflexivo monólogo sobre qué me sucede y te daré una pequeña clase teórica sobre hombres lobo. Hay dos tipos de licántropos, Mina: los puros y los mestizos. Los licántropos mestizos son los más extendidos, ya que normalmente nos emparejamos con humanas y ellas no llevan en su ADN el gen de la licantropía; los puros, por el contrario, son el resultado de un licántropo y una mujer que posee en su ADN el gen de la licantropía –me miró de manera elocuente-. Son aquellas mujeres que son resultado de la unión de un licántropo y una humana; pero ellas no pueden transformarse.

»Sin embargo, si juntas a una de esas mujeres con un licántropo ya puedes imaginarte el resultado: una descendencia mucho más fuerte. Incluso las mujeres pueden transformarse.

Abrí los ojos de golpe. ¿Mujeres lobo? No era posible… Era incapaz de imaginarme a una mujer sufriendo la transformación. Sufriendo mientras su cuerpo cambiaba, adaptándose a la forma de un lobo.

La sonrisa de Gary se hizo mucho más amplia, complacido con mi reacción.

-¿Entiendes ahora lo que quería decirte, Mina? Tommy es el resultado de la unión de una mujer que tiene el gen licantrópico y un licántropo; yo, por el contrario, cuento con la mitad. Él es más completo que yo y, cuando crezca, es posible que me rete por el puesto del Alfa y no voy a lograr vencerlo porque me es imposible debido a mi mestizaje.

La máscara que había llevado durante todo el rato que había estado hablando conmigo había caído, dejando ver al verdadero Gary: aunque demostrara lo contrario, le importaba la manada demasiado; le importaba lo que pudiera pensar su padre de él. Gary no quería perder la manada.

Quería a su hermano pequeño, sí, pero se sentía amenazado por su presencia. Por lo que podría llegar a ser en un futuro. Tommy era un licántropo puro y se había convertido en la amenaza directa por el liderato de la manada.

Y Gary sabía que sus posibilidades contra él, además del hecho de que era su hermano, eran casi nulas.

-¿Cómo has dicho que se llamaba tu hermana? –pregunté, en un intento desesperado de cambiar de tema.

Sinceramente, prefería mil veces al Gary que no paraba de burlarse de mí que al Gary que se mostraba en aquellos momentos ante mí: perdido, preocupado… solo. Él no quería enfrentarse a su hermano pero era inevitable.

Gary me miró con curiosidad y su momento de debilidad desapareció por completo, como si nunca hubiéramos tenido aquella conversación.

-Rebecca –respondió-. Aunque se quitó el apellido de nuestro padre y comenzó a usar el de nuestra madre, Danvers.

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