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15. En la profundidad del río.

Un agudo y molesto pitido comenzó a sacarme poco a poco del sopor. Fragmentos de lo que había sucedido relampagueaban en mi memoria, haciéndome desear dormirme de nuevo; aquel lobo negro que se había abalanzado sobre nosotros… Un mal sueño, sin duda alguna.

Notaba el cuerpo pesado, como si los huesos se hubieran convertido en hormigón. Aún tenía los ojos cerrados pero, cuando intenté abrirlos, me resultó imposible: parecía haber perdido todo el control sobre mi cuerpo. Probé a mover la mano, pero únicamente logré que me temblara el dedo índice.

No entendía qué me estaba ocurriendo.

«Tiene que ser una pesadilla», comprendí. Sí, eso debía ser. Otra de mis horribles pesadillas que me atosigaban durante la noche. Ahora me despertaría empapada en sudor en mi cama, en el apartamento, y comprobaría que Chase se había marchado de nuevo.

Aquella era mi nueva rutina.

Sin embargo, no desperté. No abrí los ojos de golpe y me incorporé sobre la cama, soltando un gemido ahogado: seguía paralizada en aquella extraña oscuridad mientras unas voces irrumpían en ella.

Una de ellas se parecía terriblemente a la de mi madre.

Me forcé por entender qué decían.

-… podría haber muerto –estaba diciendo la voz de mi madre, que sonaba ahogada-. Ahora mismo podría estar velando a un cadáver.

-Entonces debemos estar agradecidos –intervino otra voz. La de Henry-. Es un milagro que haya salido ilesa del accidente…

¿Accidente? Lo último que recordaba era que Chase me había prometido contarme la verdad. Había sido un jueves, lo sabía. Entonces, ¿de qué accidente estaban hablando? ¿Por qué no podía despertarme de aquel mal sueño?

El pitido de antes se hizo mucho más insistente y molesto. En esta ocasión sí logré mover un brazo, pero sentí un pinchazo en el dorso, como si tuviera algo punzante clavado en la piel.

De mis labios se escapó un débil gemido y ahora sí que abrí los ojos de golpe. Tuve que entrecerrarlos de nuevo por toda aquella luminosidad que dolía. Pestañeé hasta acostumbrarme y fruncí el ceño; había un alógeno encima de mi cabeza.  Además de tubos y aparatos que no era capaz de reconocer.

¿Dónde estaba?

Intenté incorporarme pero no tenía fuerzas siquiera para sostenerme. Se me escapó un gemido de horror mucho más audible que el anterior. De repente me vi rodeada de multitud de rostros que conocía tan bien: mi madre, Henry y mis dos hermanos pequeños. Pero ellos no debían estar aquí.

Tendrían que estar en Blackstone.

Los ojos de mi madre estaban llenos de lágrimas y enrojecidos. Avril sorbió sonoramente mientras Percy me miraba fijamente con sus ojos lapislázuli brillando de preocupación.

-¡Oh, cielos santo, menos mal que estás despierta! –sollozó mi madre y me abrazó con fuerza.

-¿Qué ha pasado? –conseguí pronunciar, sintiendo la lengua pastosa.

Mi familia se miró entre ellos, como si compartieran un secreto del que no quisieran hacerme cómplice. La tensión del ambiente fue creciendo hasta hacerse insostenible; igual que mis nervios. Bajé la vista hacia abajo y contemplé, estupefacta, que estaba en una cama de hospital, ataviada con una bata típica de estos sitios. ¿Qué demonios hacía yo en un hospital?

¿Qué me había sucedido?

-Es… es complicado de contar –empezó mi madre, desviando a propósito la mirada-. No es el mejor momento…

Poco a poco las fuerzas fueron volviendo a mí. Al menos, era capaz de hablar con claridad ahora. Mi mirada pasó por los rostros de mi familia, buscando su apoyo.

Todos desviaron la mirada, incómodos.

-Necesito saberlo –insistí-. ¿Por qué… por qué estoy en el hospital?

Henry y mi madre compartieron otra mirada. Esta cargada de miedo y preocupación a partes iguales.

-La doctora dijo que era muy posible que esto sucediera, Regina –le dijo Henry a mi madre y yo parpadeé, confusa-. Ha sido… bueno, no ha sido una buena experiencia. Es normal que haya pequeñas pérdidas de memoria en casos como éste.

-¿Por qué estoy en el hospital? –repetí, con la boca seca.

Cada vez la sensación de angustia iba engrosándose más y más dentro de mi pecho. Algo no iba bien.

-¿No recuerdas nada, cielo? –preguntó mi madre.

Volví a pestañear, intentando hacer memoria.

-¿Qué tendría que recordar? –respondí con otra pregunta-. Chase y yo habíamos quedado en irnos a pasar el fin de semana fuera. Eso es lo último que recuerdo.

Hubo otra mirada compartida entre mi madre y Henry.

-¿Dónde está Chase? –inquirí.

No había caído en ello hasta ahora. Chase era el único que faltaba allí.

Y él no se separaba nunca de mí.

Los ojos de mi madre se anegaron otra vez en lágrimas y mi hermana ocultó el rostro entre las manos. Un enorme nudo apareció en mi garganta y los ojos se me llenaron de lágrimas. ¿Por qué no estaba aquí Chase?

Henry se inclinó hacia mí y apoyó una de sus enormes manazas sobre mi hombro. Recordé que aquel mismo gesto lo habían hecho cuando había ido al despacho del director Howard y me habían informado que habían encontrado el cadáver de mi padre en el bosque.

Ese gesto nunca lo acompañaba nada bueno.

-Chase y tú… bueno, tuvisteis un accidente –me relató Henry, modulando la voz-. Os precipitasteis al río y el coche se hundió hasta el fondo. No sabemos qué sucedió después, nosotros recibimos una llamada de un conocido tuyo avisándonos que estabas en el hospital. Vinimos hasta aquí en cuanto pudimos.

Miré a mi madre y a Henry alternativamente. Entonces ¿eso quería decir que mi pesadilla del lobo era real? Mi subconsciente repitió de nuevo la imagen: el lobo negro; Chase esquivándolo; el coche saliendo despedido por encima del puente… Y luego todo negro. Me esforcé por recordar qué había sucedido después, pero me fue imposible. Era como si me hubieran arrancado esa parte de mis recuerdos.

Caí en la cuenta de que aún no habían respondido a mi pregunta.

-¿Y Chase? –pregunté, alterada-. ¿Él está bien? ¿Ha sufrido muchos daños? Su poder para sanarse más rápido se ha visto afectado por algo… -las ideas se agolpaban en mi mente, colapsándome el cerebro.

Mi madre apretó los labios con fuerza.

-No… no sabemos dónde está, cariño –respondió con cautela-. Solamente te encontraron a ti.

Sus palabras me golpearon como una maza. Sabía que estaba diciéndome la verdad porque mi madre no era el tipo de persona que mentía en una situación así, ella había sufrido demasiado como para hacer bromas de ese tipo.

Y eso me destrozó el corazón.

Era incapaz de hacerme a la idea de que Chase hubiera… desaparecido. La posibilidad de que estuviera muerto me taladró de lado a lado.

No podía perderlo de nuevo.

Mi madre me acarició las mejillas, secándomelas de las lágrimas que corrían por ellas sin que yo me hubiera dado cuenta. Ella lloraba conmigo.

-Lo siento muchísimo, Mina –me dijo de todo corazón.

Alguien llamó a la puerta de la habitación y todos se hicieron a un lado, mostrándome a un preocupado Gary Harlow vestido con una camiseta arrugada y unos vaqueros viejos y rotos. Debajo de sus ojos se veían sombras oscuras.

Parecía agotado.

-Ah, Gary –suspiró mi madre y le sonrió con amabilidad-. Ya ha despertado.

Él clavó sus ojos verdes en los míos. De repente algo relampagueó en mi mente, como un puzle en el que se encajaran todas las piezas: el lobo negro; el hecho de que hubiera sido Gary el único que supiera dónde y cuándo nos íbamos; que le hubiera dejado a Chase las llaves de su casita en los Hamptons, debiéndole un favor, y la amenaza velada de que no iba a conseguir escapar de él. Además, él debía haber sido quien me había encontrado tras el accidente.

Entrecerré los ojos al comprender qué había sucedido.

Gary había llegado a los pies de la cama y se había aferrado a los hierros y me miraba con preocupación. Una falsa preocupación, puntualicé.

Me abalancé sobre él, intentando alcanzarlo, pero Henry me sujetó por los hombros antes de que pudiera llegar a Gary. La vía intravenosa que tenía en la mano escocía, pero no me importó en absoluto. La rabia, la desesperación y el dolor por la pérdida de Chase me cegaban.

-¡¡Tú, maldito hijo de puta!! –vociferé, haciéndome daño en la garganta-. ¡Has sido tú! ¡Tú provocaste el accidente, cabrón enfermizo! No podías soportar verme junto a Chase y, por ello, ¡quisiste quitarlo de en medio! ¡¡Eres un puto enfermo!! –por el rabillo del ojo vi a mi madre revolotear por la habitación-. ¡MALDITO HIJO DE PUTA! ¡TE ODIO! Tú eres el culpable de lo que le ha pasado a Chase. ¡¡TÚ LO HAS MATADO!!

Continué gritándole cosas horribles a Gary, que se mantuvo frente a mí, sin mover ni un músculo. Un grupo de enfermeros irrumpieron en le habitación y todos se abalanzaron sobre mí, como si fuera un animal que se hubiera escapado de cualquier zoo; algunos se encargaron de aprisionarme contra la cama mientras otro sacaba una enorme jeringuilla con un líquido transparente en su interior.

Un segundo después, me desplomé sobre la cama con la extraña sensación de que estaba flotando entre las nubes.

Cuando me desperté de nuevo, tenía un fuerte dolor de cabeza. La habitación estaba vacía, a excepción de Gary, que estaba sentado en un viejo y raído sofá que había situado en un lado de la habitación, junto a la ventana. Tiré de las manos para poder moverme, pero algo me las tenía pegada a la cama. Cintas.

Me habían atado a la cama como si estuviera loca.

Me limité a fulminar con la mirada a Gary, pues era lo único que podía hacer.

-Lo que has hecho antes ha estado muy mal, Mina –me regañó, pero sonaba divertido-. Tu madre pensaba que habías perdido la cabeza.

-Tú sí que vas a perder la cabeza cuando tenga oportunidad –le amenacé, con la voz ronca-. Eres un puto enfermo, Gary.

Su rostro se volvió pétreo.

-Yo no tuve nada que ver –me aseguró, con ferocidad-. No soy ningún puto asesino; ni me dedico a que los miembros de mi manada tengan accidentes. Aunque tú estés convencida de lo contrario.

Me acomodé mejor en la cama.

-Entonces, según tú, ¿qué ha sucedido? –pregunté.

Gary se acercó con lentitud hacia mí, sentándose al borde de la cama.

-No sé qué ha sucedido –respondió-. Pero te juro que voy a llegar al fondo del asunto. Encontraré a Chase y encontraré al degenerado que ha ideado todo esto. Pagará, Mina, te doy mi palabra.

Di un golpe contra la incómoda almohada del hospital con la cabeza. Los ojos comenzaron a escocerme de nuevo.

-Chase no está –murmuré, tragando con dificultad-. Es posible que esté muerto. Y yo… yo lo he perdido. Otra vez. Y, en esta ocasión, quizá para siempre.

Recordaba el dolor sordo y el pinchazo en la zona del pecho cuando Carin me confesó que Chase se había marchado; me convertí en una especie de autómata. Me obligaba a moverme, comer y hacer cualquier tarea. Había sido un tiempo oscuro. Un período del que me había obligado a ocultar en el fondo de mi mente pero que, en aquellos momentos, volvió a ocupar toda mi mente con una fuerza demoledora.

Y ahora Chase se había ido.

Me parecía estar viviendo algo de manera irreal, como si fuera un sueño. Tenía que ser un sueño. La idea de haber perdido para siempre a Chase, de que no volviera a verlo, fue como si alguien me hubiera metido la mano en el pecho y hubiera estrujado mi corazón, aplastándolo por completo.

-Alguien me mandó un mensaje con una dirección –me confesó entonces Gary desviando la mirada-. Me puse de inmediato en marcha, preocupado. Cuando vi tu cuerpo en la orilla… pensé lo peor; pero estabas bien. Quiero decir, no tenías ninguna herida y estabas inconsciente… Oh, Dios, y Chase no estaba por ningún lado…

-Chase se ha ido –repetí, con esa única idea en la mente. «Chase se ha marchado. Puede que esté muerto. Su cuerpo estará aún metido en el coche. En ese río. Y yo estoy sola de nuevo»-. Se ha ido para siempre.

Las manos de Gary cubrieron las mías. Alcé la mirada y sus ojos verdes me miraban con fiereza. Pero yo ya no podía sentir nada excepto dolor. Dolor por la pérdida de alguien que sería imposible de reemplazar.

-Mis hombres lo buscarán, Mina –me prometió-. Ya he mandado a alguno de mis lobos a la zona donde tuvisteis el accidente para que investiguen y traten de dar con él. Chase es un luchador, Mina. Estará bien.

Se me escapó una risita histérica.

-Está en el fondo de ese río –y me eché a reír de manera incontrolable mientras los ojos se me llenaban de nuevo de lágrimas-. Oh, sí. Está metido en el coche. Cantando… -arrugué la nariz al recordar más cosas del accidente-. Estábamos cantando. Antes de que ese lobo apareciera, estábamos cantando.

El rostro de Gary se quedó lívido.

-¿Lobo? –repitió-. ¿De qué estás hablando?

Parpadeé varias veces.

-Había un lobo negro –respondí-. Apareció en medio de la carretera y se lanzó a por nosotros. Chase intentó esquivarlo y… -se me quebró la voz al recordarlo- ya no soy capaz de recordar nada más.

Gary soltó una de mis manos para poder sacar su iPhone de los vaqueros que llevaba. Marcó algo en la pantalla y se llevó el móvil al oído. Sus ojos estaban aún fijos en mí y sus labios estaban apretados, formando una línea recta.

-Ty, soy yo –dijo-. Ha recordado algo más. Dice que un lobo negro apareció de la nada… Sí, está bien –pausa-. La doctora ha dicho que físicamente está perfecta, que lo que más le preocupe sea a nivel mental -¿acaso tenía la desfachatez de llamarme loca en mi propia cara?-. ¿Sabéis algo más? –la persona que estaba al otro lado del teléfono parecía estar excitada con lo que le estaba relatando a Gary-. ¿Eso es todo? Muchas gracias –y colgó.

Procuré poner mi mejor gesto mientras el corazón me martilleaba dolorosamente en el pecho. Quería arrancármelo de golpe para dejar de sufrir. Quería que algún enfermero me pusiera algún tipo de tranquilizante para poder dejar de pensar en Chase.

Quería desaparecer.

Gary se humedeció los labios.

-Mis chicos han conseguido llegar hasta… hasta el coche –comenzó y yo tragué saliva-. La luna delantera estaba destrozada y los cinturones de seguridad estaban… desgarrados. Como si alguien los hubiera mordido –alzó ambas cejas en un movimiento bastante elocuente-. ¿Sigues sin recordar nada más, Mina? Necesito que me lo cuentes todo si quieres que te ayude.

«Lo único que quiero es a Chase», dije en mi fuero interno.

Pero sí, ahora era capaz de recordar más fragmentos de lo que había sucedido en el accidente. Cuando nos habíamos precipitado al río y estábamos atrapados: Chase se había girado hacia mí con los ojos cargados de preocupación; los cristales habían conseguido aguantar al impacto, pero la presión que ejercía el agua contra ellos no tardaría en romperlos. Yo había intentado liberarme del cinturón de seguridad, pero me había resultado imposible. Chase y yo nos habíamos mirado con temor mientras íbamos consumiendo el oxígeno que nos quedaba dentro del coche. «Mírame, Mina. No va a pasarte nada. Te lo juro», me había prometido él. Entonces sus dientes se habían alargado y vuelto más afilados: estaba transformándose. Me había encogido en mi asiento cuando Chase había conseguido liberarnos a ambos de los cinturones de seguridad. Tenía varias heridas que no paraban de sangrar y su piel estaba más pálida. «Tenemos que romper la luna, es la única manera de salir de aquí. Cuando cuente hasta tres, coge todo el aire que puedas y mantenlo en tus pulmones», me había ordenado.

Después, se había abalanzado sobre la luna, destrozándola, y el agua llenó el interior del coche.

Pero no era capaz de recordar nada más.

Miré a Gary, sopesando la idea de mantener esto último que había logrado recordar en secreto, pero al final desistí. Si él estaba seguro de poder encontrar al culpable del accidente y a Chase, tenía que creerlo.

Era mi única y última oportunidad.

Se lo conté todo a Gary, procurando no dejarme ningún detalle importante, y él me escuchó con atención, grabando la conversación en su memoria para luego poder usarla en su investigación. Cuando terminé con el relato, estaba exhausta.

-No puedo perder a Chase –musité, manteniendo a raya el llanto-. No puedo perderlo de nuevo. Me destrozaría…

Gary soltó un suspiro bajo.

-Haré todo lo que esté en mi mano –me prometió-. No pararé hasta que sepamos por qué decidieron atacaros.

Se levantó de la cama y yo lo retuve por la muñeca, mirándolo fijamente.

-¿Por qué haces todo esto? –le pregunté, seria-. Recuerdo perfectamente cada conversación que hemos tenido y siempre he tenido bastante claro que harías todo lo que estuviera en tu mano para que yo… yo me convirtiera en una más de tu larga lista. La desaparición de Chase te conviene.

Entrecerró los ojos y ladeó la cabeza.

-Me gusta hacer las cosas a mi modo –respondió y supe que no bromeaba, como de costumbre-. Chase era un buen licántropo y cumplía con lo que yo le exigía. Trabajaba duro para poder brindarte un futuro mejor; no descansaba y se esforzaba al máximo con todo lo que le pedía.

»Tenía un buen potencial, no lo niego. Y, por eso mismo, me gustaba tenerlo cerca. Que descubriera que tú eras su novia fue toda una sorpresa, no lo niego, pero le dio algo de vidilla al juego; tampoco voy a negar que me siento muy atraído por ti y que quiero que seas mía. Pero, jamás, hubiera provocado un accidente que casi te cuesta la vida para deshacerme de un miembro de mi propia manada por una maldita obsesión.

»No es mi estilo de juego, Mina. Yo prefiero hacer otro tipo de trampas menos peligrosas que ésta.

Se desplomó de nuevo sobre el sofá y cerró los ojos, dando por zanjada la conversación. Me hubiera gustado preguntarle dónde estaba mi familia y por qué, de entre todas las personas, había tenido que quedarse él aquella noche en el hospital, cuidando de mí. Sin embargo, otra cosa ocupaba mi mente…

El hecho de que se hubiera referido a Chase en pasado. Como si ya supiera que estaba muerto. Como si ya no estuviera en este mundo.

Estreché una de las almohadas sobre mi rostro y me eché a llorar, pensando que el dolor así remitiría.

Pero me equivocaba.

El dolor fue a peor.

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