12. «Nos complace anunciarles... ¡nuestra próxima boda!»
Cuando les conté a mis amigos mi repentina independencia y apresurada mudanza a nuestro nuevo piso, todos llegaron a la conclusión de que había que hacer una cena en él para inaugurarlo. Le pregunté a Chase al respecto y él me respondió que era una buena idea, incluyendo en los planes invitar a Rebecca también. No me agradó la idea de ver de nuevo a Rebecca allí, en mi propia y nueva casa, pero no dije nada al respecto; si Chase no ponía ninguna pega en traer a mis tres alocados amigos que eran, además, cazadores, yo no tenía ningún derecho a negarle que él invitara a esa chica. La prefería mil veces antes que a su nueva manada.
Llevábamos varias semanas viviendo en nuestro pequeño apartamento y, algunas noches, me despertaba por alguna que otra pesadilla. No estaría mal de no ser que encontraba el otro lado de la cama que compartía con Chase vacía. Y fría, señal inequívoca de que se había marchado mucho tiempo atrás. Al principio, las primeras veces que me sucedía, sentía que el pecho comenzaba a latir con más fuerza; después, tras volver a despertarme cuando el estridente sonido del despertador cumplía con su función y escuchar a Chase tararear en la cocina, me regañaba a mí misma por ser tan exagerada y un poco paranoica.
Sin embargo, las misteriosas salidas de Chase me tenían intrigada y preocupada. Por no hablar de los moratones y cortes que aparecían en su piel y que él trataba con tanto ahínco de ocultar… de ocultarme. Pero, siempre que salía con el tema, Chase se encogía de hombros e inventaba alguna excusa.
Como aquella misma mañana. Con la misma conversación que habíamos mantenido cuando me percataba de una nueva herida.
Chase había terminado de preparar el desayuno y nos habíamos sentado en la mesa de la cocina, dispuestos a empezar a desayunar, cuando me fijé que en su brazo había un nuevo moratón, mucho más grande que los anteriores.
Alcé la mirada hacia él y fruncí el ceño. Daba la casualidad que, ayer en una de mis continuas y habituales pesadillas nocturnas, había descubierto que Chase se había marchado de nuevo.
-Tienes un nuevo moratón –constaté, señalándolo con el dedo índice de manera acusadora.
Los ojos de Chase siguieron la dirección de mi dedo y se encogió de hombros, como siempre hacía cuando sacaba el tema. Y esa pasividad me molestaba mucho.
-Ah –suspiró-. Ni me había dado cuenta.
-Como tampoco te has dado cuenta del resto de moratones y arañazos, ¿verdad? –le solté, con enfado-. Oh, ni por nombrar siquiera las ojeras que tienes. ¿Qué te está sucediendo?
Chase se cruzó de brazos y se mordió el interior de la mejilla. Desde hacía varias semanas algo estaba obrando un cambio en él; un cambio que no me gustaba en absoluto y que él no parecía querer explicarme.
-No me pasa nada, Mina –respondió.
-Mientes –le contradije, entre dientes-. Sé que me estás mintiendo.
La mandíbula de Chase se tensó.
-He tenido… he tenido algunas noches malas –cambió la respuesta, pero seguía mintiendo.
-¿Y por eso desapareces algunas noches? –inquirí y, por la reacción que tuvo, supe que había hecho una pregunta que Chase no se esperaba.
Los ojos de Chase se abrieron de golpe y la mandíbula se le desencajó. Por un minuto parecía… asustado. Asustado de que hubiera descubierto algo. Algo que él no quería que supiera. Pero ¿qué estaba escondiéndome? ¿Y por qué?
Chase se recostó sobre su silla, intentando serenarse.
-¿Por qué no me cuentas de una vez lo que sucede, Chase? –le increpé, cansada de que hubieran vuelto a las mentiras y las medias verdades.
Sus ojeras parecieron volverse más oscuras cuando se inclinó en la mesa, apoyándose en los hombros y acariciándose la barbilla. Estaba debatiéndose si debía decirme la verdad o, por el contrario, seguir mintiéndome.
Yo, en su lugar, me froté la frente con insistencia mientras aguardaba pacientemente a que Chase decidiera sincerarse de una vez conmigo.
-Es… es complicado de explicar –respondió.
-Creo que seré capaz de seguirte, Chase –insistí. Pero permaneció en silencio-. Me sorprende que confíes más en Rebecca que en mí –estallé, todo esto era una suposición, pero lo dije de todos modos con una seguridad pasmosa-. Ella sabe todo, ¿verdad? A ella sí puedes contárselo todo.
Me enfurecía de sobremanera saber que Rebecca podía estar al tanto de todo lo relacionado con Chase pero yo no. ¡Maldita sea! Yo era su novia, su compañera, mientras que esa chica era… era una simple medio-licántropo con mucho veneno en su interior. Y con ganas de tirarse a mi novio, por supuesto.
De algún modo, Rebecca se había convertido en un gran obstáculo en nuestra relación. Era como un muro enorme que no era capaz de trepar porque parecía crecer y crecer, volviéndose imposible de hacerlo.
-Rebecca no sabe nada –me rebatió-. Además, ¿a qué viene todo este escrutinio, Mina?
Me dieron ganas de tirarme del cabello de pura frustración. ¿Acaso no se daba cuenta de que no podía seguir con lo que fuera que hiciera algunas noches? No podía ser saludable tener todos aquellos golpes repartidos por el cuerpo. ¿Y si alguno era grave y él no se daba ni cuenta?
-¡A tus heridas! –grité-. ¡A que te vas por las noches sin tan siquiera decirme nada! Y eso, por no contar, a la sensación que tengo de que estás ocultándome algo. ¿Por qué no confías en mí…?
-¡Por supuesto que confío en ti, Mina! –replicó él, también gritando-. ¡Pero no entiendo por qué tienes tanto interés en saber todo lo que hago! ¿Por qué no te basta con saber que hago todo esto por nosotros?
-¡¡Porque no creo que eso sea respuesta suficiente para poder entender de dónde proceden todos esos golpes!! –vociferé y, estaba segura, que todo el bloque y los colindantes debían estar al tanto de toda nuestra discusión.
-Porque no son asunto tuyo, Mina –respondió Chase, con voz más sosegada-. Estoy haciendo todo lo posible por darte todo lo que te mereces –su tono fue convirtiéndose progresivamente en un susurro.
Las comisuras de los ojos empezaron a escocerme, un aviso de la llantina que se aproximaba. Había conseguido no derramar ni una sola lágrima cuando me marché del piso que compartía con Caroline y el resto, tampoco quería echarme a llorar allí mismo. Pero la situación me estaba comenzando a superar. El sacrificio que estaba haciendo Chase era demasiado doloroso para ambos. Para Chase de manera física y, para mí, de manera mental.
-Sea lo que sea que estés haciendo –le supliqué, rezando para que me hiciera caso-, déjalo. No merece la pena, yo soy feliz así… no necesito nada más…
Como si se hubiera encendido una lucecita en mi interior, empecé a comprender cosas. Aquel comportamiento extraño, sus escapadas nocturnas, venían de antes, aunque yo no me había dado cuenta hasta ahora; las heridas y moratones que él había tratado de esconder también habían sido de aquella época. ¿Y el dinero?, caí de pronto en cuenta; Chase me había dicho que el apartamento era nuestro. Y, aunque antes no le había hecho caso, él no parecía haber hablado de ningún alquiler. ¿De dónde había sacado todo aquel dinero para comprar aquel apartamento?
Entreabrí la boca de la sorpresa.
-Chase –lo llamé, con la voz ronca-. Chase, ¿de dónde sacas tanto dinero para… para todo esto? –la idea de que Gary le hubiera estado prestando dinero para todo aquello me provocó un escalofrío. Aquello era un simple paso intermedio para lo que tenía en mente conmigo-. Dime que no ha sido Gary Harlow –volví a suplicarle, con tono asustado.
Chase desvió la mirada y el nudo de la garganta se transformó en una piedra que bajó directa al estómago, provocándome náuseas. La idea de que ese licántropo psicópata hubiera estado prestándole dinero a Chase era algo… nauseabundo. Porque tenía claro que, después de todo aquello, quisiera cobrárselo de algún modo «poco tradicional».
El silencio de Chase tampoco ayudaba mucho.
-No, Mina –respondió, tras un par de minutos en silencio-. Él me ha ayudado a encontrar un “trabajo” que me pudiera darme el suficiente dinero para poder darnos un futuro para ambos.
La piedra que se había alojado en mi estómago fue disolviéndose poco a poco, más tranquila por saber que el dinero no procedía directamente del bolsillo de Gary. Pero, el hecho de que hubiera sido él quien le hubiera ofrecido un trabajo tampoco me daba buenas vibraciones. No me fiaba de nada que procediera de ese pretencioso egocéntrico.
Y luego estaba el tema de saber dónde demonios se había metido Chase para conseguir tanto dinero.
-Chase… Chase, ¿por qué no me lo habías dicho antes? –dije-. Podríamos… podríamos haber buscado una solución juntos; podría buscar un trabajo y tú… tú podrías dejar lo que sea que estés haciendo. No es bueno para ti.
Su mirada se ensombreció nada más mencionarle el tema.
No iba a dejarlo.
-No voy a dejarlo –confirmó mis sospechas-. Esto que he encontrado es la mejor opción que tenemos. El dinero que gano… es más de lo que pudieras imaginar, Mina; si sigo con ello, dentro de poco habré conseguido tanto que podremos irnos incluso a uno mucho más espacioso. Y… y podré comprarte un coche. Y…
-¡Basta! –chillé, cortándolo de golpe-. Chase, yo soy feliz con lo que tengo. No necesito más y menos aún a costa de tu propia salud. ¿Cuánto crees que tardarás en caer bajo tus heridas? –las manos comenzaron a temblarme-. No quiero lujos, ni cambiar el estilo de vida que llevo. Estoy acostumbrada a vivir con lo que tengo y quiero ganarme las cosas por mí misma.
Quería ser independiente. No me imaginaba como la típica ama de casa que se quedaba todo el día encerrada, sumida en los quehaceres del hogar y yendo a ridículas reuniones con otras amas de casa que se dedicaban a cotillear sobre sus vecinas y cuya vida era tan interesante como lo sería un guisante. Yo quería conseguir un trabajo, quería llegar a ser alguien en esta vida; por supuesto que quería estar al lado de Chase, pero en igualdad de condiciones. No en minoría, permitiendo que él fuera quien trajera el sustento a casa y fuera quien nos sacara adelante. Tanto su madre como la mía habían trabajo duro, consiguiendo sus respectivos sueños, y nuestros padres las habían respetado por ello. ¿Por qué entonces Chase estaba tan obcecado en convertirme en una de esas típicas y cabeza huecas amas de casa?
-Pero yo… yo quiero darte todo con lo que sueñas –insistió, haciendo aspavientos con las manos-. Quiero que seas feliz conmigo. Que tengas todo lo que quieras.
-¡Yo tengo todo lo que quiero! Oh, Chase, ¿es que acaso no lo ves? Soy feliz con esto… y contigo.
Chase no me respondió.
Y aquella noche volvió a desaparecer, regresando de nuevo a la mañana siguiente.
No volví a sacar el tema desde aquella mañana. Era consciente de cada nuevo moratón que aparecía, igual que el labio partido con el que apareció un día, o cuando descubrió que tenía la muñeca rota. Su sanación acelerada también parecía haberse visto afectada, ya que no parecía recuperarse a la misma velocidad. Chase también parecía haberse dado cuenta de ello pero fingía no importarle o no le daba la importancia que realmente tenía.
Y luego estaba Rebecca. Hacía mucho tiempo que no la veía cara a cara y, durante ese tiempo, había logrado olvidarme de ella; sin embargo, Chase comenzó a invitarla cada vez más seguido a casa y no había día que no me topara con ella. Según Chase, tenía que ponerse al día en la universidad y Rebecca era algún tipo de sujeto de la naturaleza superdotado (esto era cosecha mía, cargada de ironía, no de Chase) que se encargaba de ayudarlo.
Aquel día, claro está, me la encontré de nuevo sobre la mesa de la cocina, con Chase a su lado y con un montón de papeles y libros dispersos por la superficie del mueble. Mis correrías nocturnas con Alice, Caleb y Lena se habían visto reducidas drásticamente un par de semanas después de la mudanza y de haber descubierto que Gary Harlow era el Alfa de Chase. Les había insistido a mis amigos que no por ello dejaran de salir y les había prometido salir con ellos en alguna ocasión más. Había convertido nuestro nuevo apartamento en mi refugio y había recuperado parte de mis antiguas tradiciones como, por ejemplo, quedarme leyendo hasta tarde o sentada frente al televisor con una enorme tarrina de helado para mí sola. Chase, por el contrario, aumentó sus ausencias y comenzó a salir más con su nueva manada. Sabía que no tenía que preocuparme, que lo peor ya había quedado atrás, pero no podía evitar imaginarme a Chase convertido en alguien como Gary Harlow.
Dejé la correspondencia encima de la mesita de café que teníamos al lado del sofá y procuré mostrarme amistosa. Lo más amistosa dadas las circunstancias.
Aún seguía pensando que Rebecca Danvers era una arpía cuya única meta era la de acostarse con Chase.
Chase alzó la mirada de sus apuntes y me sonrió. Quizá podría mostrarme un poco más amable de lo habitual con ella por la sonrisa de Chase.
Rebecca también me miró y me dedicó una de sus falsas sonrisas.
-¡Hola, Mina! –me saludó y miró su reloj con una expresión consternada-. ¡Vaya, no me había dado cuenta de lo tarde que se nos ha hecho!
Chase se frotó la nuca, pensativo.
-Tienes razón –concedió-. ¿Por qué no te quedas a cenar, Becca? Es lo mínimo que puedo hacer por toda la ayuda que me estás prestando.
No dije nada; mantuve mi rostro sin expresión alguna mientras en mi interior mi subconsciente gritaba que tuviera cuidado con la respuesta. No quería otra discusión con Chase, quería normalidad. Además, me sentía un poco en deuda con Rebecca (nada exagerado, puntualicemos) por haber ayudado a encontrar una manada a Chase y conseguir que así se mantuviera estable. Cuando Chase ladeó la cabeza para ver mi respuesta, esbocé una diminuta sonrisa. Rebecca no se perdía detalle de lo que ocurría entre nosotros dos.
-Que se quede a cenar –concluí, encogiéndome de hombros.
Vi la sonrisa viperina en el rostro de Rebecca y cómo se atenuó hasta convertirse en una falsa sonrisa de ilusión cuando Chase le guiñó un ojo y le preguntó si quería ayudarlo a preparar la cena. Me mordí el interior de las mejillas mientras intentaba reprimir ese sentimiento asesino que me molestaba cada vez que la tenía enfrente; quizá tenía un instinto nato para reconocer las amenazas… o quizá eran los celos de ver a alguien del género femenino y encima con el mismo problema genético (la licantropía) tan cerca de Chase. Sea como fuere, los instintos asesinos estaban ahí.
Me desplomé sobre el sofá. Chase y Rebecca se quedaron en la zona de la cocina, desde donde estaba oía las risitas y los susurros compartidos entre ambos; me había prometido a mí misma y a Chase que no volvería a montar ningún numerito que tuviera que ver con Rebecca e iba a cumplir con ello. Volví a morderme el interior de la mejilla, procurando tranquilizarme, no lo logré; alcancé el libro que estaba leyendo y empecé a leer, tampoco fue suficiente.
Chase y Rebecca seguían trasteando en la cocina, sus risitas los delataban, así que ladeé la cabeza. Arrugué el ceño al ver a Rebecca moviéndose por la cocina, buscando cualquier excusa para rozar a Chase o, de manera más descarada, tocarlo. Chase parecía, o bien poco atento a lo que sucedía con Rebecca; o bien bastante cómodo con la situación.
Giré la cabeza de golpe, ganándome un buen calambre en el cuello. Me lo masajeé con insistencia mientras encendía la televisión y subía el volumen hasta conseguir ahogar las risitas y bromas de aquellos dos. Sabía que era un comportamiento de lo más pueril, pero no podía evitarlo: era eso o montar un espectáculo por echarla de casa.
Me acomodé más en el sofá y cerré los ojos.
No hace falta añadir que soñé con Rebecca y Chase. Era un sueño agobiante, mientras Rebecca y Chase se comportaban como una pareja normal, yo me sentía encerrada en una jaula de cristal; gritaba y le suplicaba a Chase que me mirara. Pero era como si él no pudiera oírme, como si Rebecca se hubiera convertido en su centro de atención y lo hubiera hipnotizado.
Como si yo no existiera.
Alguien comenzó a zarandearme del hombro y, por un segundo, me entró el pánico. Aún seguía viendo la pesadilla tras mis párpados; mis esfuerzos por lograr captar la atención de Chase eran inútiles y sentía una opresión en el pecho. De manera inconsciente, empecé a removerme, intentando librarme de esa angustia.
Mi mano chocó con algo y alguien soltó un gruñido mientras unas manos seguían clavadas en mis hombros, intentando despertarme.
Se me escapó un gemido y abrí los ojos de golpe.
Chase me miraba de la misma manera que aquella vez que sufrí una pesadilla estando él delante, en el coche, y lo obligué a detenerse en una estación de servicio. También recordaba perfectamente el enfado que había cogido al enterarse que había sido una pesadilla; parpadeé varias veces y él se dejó caer a mi lado, soltando un suspiro de alivio.
Me quedé apoyada sobre los codos mientras intentaba recuperar el aliento y acompasaba los latidos de mi desbocado corazón. La mejilla de Chase estaba colorada y comprendí que allí debía ser donde había impactado mi mano.
No tardé mucho en sonrojarme, muerta de vergüenza.
-¿Una pesadilla? –adivinó Chase, frotándose la mejilla.
Mi sonrojo empeoró aún más.
Para cambiar de tema, miré hacia la cocina, esperando encontrarme el gesto calculador y cargado de satisfacción de Rebecca, pero la sala estaba vacía y la cocina estaba limpia.
-¿Y Rebecca? –inquirí.
-Se fue hace un buen rato –contestó Chase y su ceño se frunció-. No es la primera vez que sufres una pesadilla como ésta. Sucedió aquella vez en el coche… y muchas noches no paras de gemir y removerte en la cama. ¿Te encuentras bien, Mina? –su preocupación era real, su tono de voz lo delataba-. Quizá nos hayamos precipitado con todo esto y te haya causado algún tipo de estrés…
Hice un aspaviento con la mano. Era absurdo. Mis pesadillas se remontaban incluso a nuestra llegada a Manhattan, aunque tenía que reconocer que habían empeorado cuando nos marchamos; era imposible… pero era como si mis mayores miedos hubieran decidido atormentarme en mis sueños, ya que había conseguido mantenerlos a raya. O quizá me estaba volviendo paranoica o mi forma de liberar todas aquellas sombras que me rodeaban era de aquella manera, mediante pesadillas.
No lo sabía.
-Esto no tiene nada que ver con haber venido aquí –dije-. Además, no es nada nuevo para mí, Chase: he sufrido pesadillas desde que… desde que sucedió lo del almacén.
A ninguno de los dos nos gustaba hablar del tema. Incluso yo había metido el tema en el mismo baúl que hablar de los moratones de Chase o de dónde demonios sacaba tanto dinero para poder pagar todo aquello; la garganta se me obstruía cada vez que mencionaba el tema, por no hablar del molesto picor de ojos que aparecía cuando repetía en mi cabeza todo lo que había sucedido allí.
Las cejas de Chase se inclinaron, casi tocándose.
-¿Y por qué no me lo dijiste antes? –me preguntó, con tono dolido.
Estaba refiriéndose a aquella ocasión en el coche y en cómo desvié la conversación para evitar hablar del tema.
Me crucé de brazos.
-No quería preocuparte –respondí, desviando la mirada-. Además, sé cómo mantenerlas a raya…
Chase enarcó una ceja.
-¿Dando puñetazos? –preguntó, aunque lo decía en broma.
-Lo siento –repuse.
Chase apoyó la espalda en el sofá y extendió las piernas por el suelo. Había inclinado la cabeza hacia atrás y me miraba fijamente.
-Tienes que confiar en mí.
Parpadeé.
-Y confío en ti –afirmé.
Chase entrecerró los ojos.
-Entonces, ¿por qué no me comentaste lo de tus pesadillas?
Me encogí de hombros.
-No creí que mis pesadillas fueran un tema tan trascendental entre nosotros, Chase.
La mirada que me dedicó fue de todo menos encantadora.
-Quiero que me lo cuentes todo a partir de ahora, Mina –me advirtió-. Todo.
Ahora fui yo quien enarcó las cejas.
-¿Incluso cuando me baje la regla? –bromeé, intentando quitarle hierro al asunto.
Los ojos de Chase relampaguearon, pero se echó a reír.
-No me refería a cosas tan íntimas –respondió-. Pero también me vale. ¿Quieres palomitas? Podríamos ver una película juntos y… -levantó ambas cejas en un gesto de lo más elocuente.
Le di un suave golpe en la cabeza.
-Limítate a hacer palomitas, Whitman –le regañé-. Yo elijo la película.
Esbozó una media sonrisa bastante traviesa y se puso en pie. Volví a apoyar la cabeza sobre uno de los cojines y lo observé en silencio; me sentía muy afortunada de tener a alguien como Chase a mi lado, a pesar de nuestras continuas discusiones… él era el único que se había mantenido a mi lado. De nuevo, la herida por el repentino abandono de mis amigos se abrió un poco más; aún no lo tenía del todo superado y, aunque hubiera dejado de pensar en el tema, no significaba que lo hubiera olvidado. Me encogí un poco más en mi hueco y me pregunté qué estarían haciendo en aquellos momentos.
Sabía que era un pensamiento estúpido, pero no podía evitarlo. Ellos habían sido mis pilares de apoyo durante todo el instituto y aún más cuando Chase se había marchado de Blackstone. Entonces, ¿por qué habían decidido dejarme de lado, apoyar a Grace?
El pitido del microondas me devolvió al presente.
Me regañé a mí misma. Era una boba pensando que, de algún modo, tarde o temprano volverían con el rabo entre las patas suplicando mi perdón; habían pasado varias semanas desde nuestra repentina mudanza y lo máximo que había conseguido era cruzarme con Caroline y dejarla con los ojos completamente húmedos. Pero en ningún momento hizo algún amago de disculparse.
Chase regresó al sofá con una humeante bolsa de palomitas recién hechas y me la pasó. Se inclinó sobre mí para alcanzar el taco de cartas que habíamos ido amontonando con el paso de los días y empezó a pasarlas, una a una con un gesto de puro aburrimiento. Era capaz de saber lo que se le estaba pasando por la cabeza en aquellos momentos: «Coñazo. Coñazo. Más coñazo aún…». Sin embargo, al llegar a un sobre que no parecía contener facturas, se quedó perplejo.
Giró el sobre en un par de ocasiones, como si no terminara de creérselo. Yo abrí la bolsa de las palomitas y lo observé en silencio, mientras me llevaba un puñado de palomitas a la boca. Tenía pinta de ser un asunto interesante.
-¿Qué demonios? –farfulló.
Me picó la curiosidad. Me incliné hacia Chase, intentando ver quién era el remitente.
-¿Sucede algo? –pregunté, procurando que no se notara que me moría por saber de quién era y qué llevaba.
Chase puso mal gesto y me lanzó el sobre al regazo; le tendí la bolsa de palomitas como cambio de mercancía y cogí con cuidado el sobre que reposaba sobre mis piernas. Me quedé perpleja al comprobar que también estaba dirigida a mi nombre.
Chase Whitman &Mina Seling
Aquello acrecentó aún más curiosidad. Le dediqué una mirada a Chase, pidiéndole permiso con ella para poder abrirla, y él se encogió de hombros, centrando toda su atención en la bolsa de palomitas; giré con cuidado el sobre y, al ver que no llevaba remitente, fruncí los labios. ¿Y si era algún tipo de jugarreta de Gary? Él era el único que conocía nuestra nueva dirección. «Oh, por Dios, ¡ábrelo de una vez y déjate de estupideces!», me regañé a mí misma.
Deslicé el dedo índice por debajo de la marca y fui despegando con cuidado la solapa del sobre. El corazón me martilleaba contra las costillas mientras mi cabeza divagaba sobre el contenido.
Cuando terminé de despegar y rocé lo que contenía, dudé. Miré de nuevo a Chase, que seguía concentrado en la ardua tarea de comerse él solito todas las palomitas; pellizqué el interior y saqué el contenido.
Al leer el primer párrafo, me quedé paralizada de la sorpresa. Y, además, se me escapó un respingo.
Chase me miró alzando ambas cejas y con curiosidad.
Carin Thomas Whitman y Sabin Cecelia Greenwood
tienen el inmenso placer de anunciarles su próximo enlace el día 25 de octubre de 2014
Esperamos su confirmación.
Le pasé la invitación a Chase, que la releyó varias veces, y comprobé, no sin cierta satisfacción, su reacción horrorizada. Aquella era la primera pareja dentro de la manada que decidía dar el primer paso en casarse; técnicamente, todos nosotros tendríamos que casarnos tarde o temprano, pero la idea de casarme no se me antojaba como algo cercano. Quería hacerlo, sí, pero no soñaba con la idea de casarme mañana mismo.
Chase se pasó el dorso de la mano por la cara mientras sostenía la invitación.
Pero la invitación no era lo único que había dentro del sobre. En su interior, además, había una pequeña nota escrita a mano.
Además, seréis nuestros respectivos dama y caballero de honor. ¡Espero que estéis preparados para todo esto! Os quiero en el pueblo un par de días antes de la ceremonia, para ultimar detalles y todo eso.
Sed buenos, mientras tanto.
Carin.
Tragué saliva. ¿Dama de honor? ¿Yo? Pero si apenas había mantenido contacto con Sabin al estilo amiga-de-toda-la-vida. Mis únicos encuentros, y charlas, que había tenido con ella habían sido cuando la manada se reunía por motivo de algún cumpleaños.
Se me escapó un bufido.
Aquello iba a ser divertidísimo…
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