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10. El Alfa de Manhattan.

Cuando el Jeep de Alice aparcó delante del portal, no pude evitar sentirme más que aliviada. Tras la escalofriante conversación que había mantenido con Gary, ver aparecer allí a mis amigos, todos con su cara pálida, fue como un soplo de aire fresco; me preguntaron qué demonios me había pasado y si me había pensado bien lo de mi entrenamiento. Al final acepté la proposición y Alice me informó que había conseguido concertar una cita con un tal Michael Benford para que pudiera aprender lo que debía hacerse siendo un cazador.

Me apeé del coche y me giré para despedirme de mis amigos. Alice me había asegurado que podía quedarme con el equipo negro y me había pasado mi mochila, con una sonrisa condescendiente; en los asientos traseros, Caleb y Lena me dirigieron una sonrisa y me despidieron con un gesto de mano.

-Nos vemos mañana –se despidió y arrancó el coche.

Subí las escaleras y saqué las llaves de uno de mis bolsillos. Empujé la puerta y avancé hacia la cocina; toda la planta baja se hallaba en el más completo silencio, así que supuse que todos debían haberse ido a casa de Rick y Grace para cenar o algo así.

Me dirigí a mi habitación y, justo cuando mi mano sujetaba con firmeza el pomo, la puerta de la habitación de Chase se abrió de par en par. Él apareció en el umbral, con su camisa vieja y sus pantalones de pijama; nos quedamos observándonos el uno al otro, sin saber muy bien qué decir, hasta que él arrugó la nariz.

-No quería molestarte –me apresuré a disculparme, viendo por encima de su hombro la cama deshecha y algunos libros esparcidos sobre ella.

Chase se apoyó sobre la jamba y se frotó el puente de la nariz, con aspecto cansado. Sin embargo, la sensación de que algo no iba bien.

Quizá… ¡Ah, mierda, no! No me había cambiado y aún llevaba puesto el equipo negro que me había prestado Alice para poder ir al Devil’s Cry y las prendas debían de haber captado todo el aroma del sitio. Incluso de Gary Harlow.

Mierda.

Pero aquello no fue lo peor de todo. Lo peor vino cuando la cabecita de Rebecca Danvers apareció por detrás de Chase, mirándome con cierta curiosidad.

Si antes me había sentido preocupada o culpable por todo esto, desapareció por completo al verla allí. No había hablado de ella con Chase desde que la conocí, pero sospechaba que se veían a menudo, a pesar de que Chase no me había dicho nada.

Pero verla allí, mirándome con esa fingida cara de inocencia, me hizo que me replanteara seriamente echar por la borda todo el buen rollo que habíamos tenido en aquellos días.

Chase percibió mi inquietud y cambio de humor, ya que se puso más serio y me observó con cierto recelo, como si la licántropo allí fuera yo en vez de él.

-¡Hola, Mina! –me saludó Rebecca, haciendo aspavientos con la mano.

Le respondí con una falsa sonrisa.

-Teníamos que terminar unas cosas para… la universidad –se excusó Chase con tono culpable.

La alarma de incendios se disparó dentro de mi cabeza, como una señal de que ahí fallaba algo. Era posible que me hubiera puesto paranoica de nuevo, con todas esas imágenes que circulaban por mi mente a una velocidad vertiginosa, pero tenía sospechas… y no por Chase, ya que confiaba en él. Pero en Rebecca Danvers no.

Imité a Chase y me apoyé en la pared, observando alternativamente a Chase y a Rebecca, evaluando la situación. Una salida bastante clara sería la de perder los estribos y echar a patadas a Rebecca de allí, pero no iba a darle esa satisfacción a esa muchachita.

Puse mi mejor sonrisa y dije:

-Creo que voy a darme una ducha –lo necesitaba para eliminar ese apestoso aroma que impregnaba mi piel. Además, para darle más efecto a mis palabras, le lancé una mirada elocuente a Chase.

Me metí en mi habitación antes de escuchar la respuesta de Chase. Me apoyé sobre la puerta y me permití soltar el aire que había retenido mientras mantenía a raya mi mal humor por la presencia de Rebecca en la casa.

Inspiré hondo, pero tampoco tuvo mucho efecto. La sangre me hervía como si fuera ácido dentro de mis venas.

«Confío en Chase –repetí, como un mantra-. Confío en Chase. Confío en Chase. En la que no confío es en esa Rebecca Danvers –concluí con desdén». Me acerqué al armario y dejé sobre la cama la mochila y la ropa que había llevado hasta que Alice me había dejado aquel conjunto que llevaba en esos precisos momentos; empecé a rebuscar, intentando encontrar mi neceser y la toalla. Cuando di con ellos, los dejé sobre mi escritorio y comencé a desnudarme a toda prisa.

Me enrollé en mi toalla, cogí de mi escritorio mi neceser y abrí la puerta. Chase me esperaba apoyado en la pared de enfrente y había tenido el detalle de cerrar la puerta de su habitación para darnos un poco más de intimidad.

Esperaba que todo aquello no desembocara en una discusión. Porque eso sería como darle un gusto a Rebecca.

Miré a Chase, aguardando a que empezara.

-¿Estás bien? –fue lo que dijo, para mi sorpresa.

«¿Que si estoy bien? ¿QUE SI ESTOY BIEN? Dios, estás metido en tu habitación con una zorra que únicamente busca meterse en tu cama y jodernos la relación y… ¿me sales con eso? ¿Cómo crees que estoy?», grité interiormente. Pero no lo hice en voz alta porque sabía dónde íbamos a terminar.

En su lugar, me encogí de hombros con una actitud indiferente.

-Sí –respondí-. ¿Por qué no iba a estarlo?

Esperaba que me confesara que se arrepentía de haber traído a Rebecca allí y que, si así era mi deseo, dejaría de verla en ese preciso momento. Pero, en el fondo, no era capaz de hacerle eso a Chase; si dejaba de ver a Rebecca, ¿a quién tendría en Nueva York? Algo me decía que Rebecca era la única amiga que tenía allí y yo no era nadie para pedirle que renunciara a lo único que podía mantenerlo estable en Nueva York. Aunque me jodiera mucho admitirlo, necesitaba a Rebecca Danvers; ella era licántropo, por lo que era la única persona que podía ayudar a Chase allí, consiguiéndole una manada temporal mientras él estuviera en aquella ciudad.

Odiaba a muerte a Rebecca Danvers, pero era capaz de priorizar mis necesidades y la necesitaba cerca de Chase para que él pudiera estar bien. Y era capaz de hacer un esfuerzo enorme para mantener a raya mi odio hacia ella.

Por Chase.

Porque recordaba las palabras que me había dirigido cuando había tenido fiebre, cuando había gritado que había hecho muchísimos sacrificios por mí. Entonces no lo había visto claro, pero ahora sí.

Chase dejó las manos alzadas, con las palmas hacia arriba.

-Si estás enfadada, lo entiendo –dijo-. Tendría que haberte avisado, lo sé. Pero te juro que Becca… Rebecca –se corrigió a toda prisa- está aquí para ayudarme con el asunto de la manada.

Lo miré con cierta sorpresa. Recordé la advertencia de Rebecca sobre Chase y su inestabilidad de seguir sin una manada con la que relacionarse y volví a tragarme mi orgullo, sabedora que Rebecca no se perdía detalle de nuestra conversación tras la puerta.

-¿Hay alguna… novedad? –inquirí, con cierta ansiedad-. ¿Tienes ya una manada con la que poder relacionarte aquí?

La sonrisa de Chase fue más que suficiente, pero el abrazo con el que me sorprendió y las palabras que dijo después me reconfortaron en lo más profundo de mi ser.

-Estoy dentro, Mina –respondió y percibí un claro tono de júbilo-. Rebecca me ha puesto en contacto con su hermano y éste ha aceptado encantado. Me permitirán quedarme con ellos hasta que volvamos a Blackstone. Estoy a salvo –añadió, en un murmullo.

Parpadeé varias veces, intentando contener las lágrimas. Sabía lo importante que era para él estar dentro de esa manada en Nueva York; de formar parte de un grupo de iguales a él. Sus últimas palabras («Estoy a salvo») me llenaron de gozo y alegría porque eso significaba que el Chase frío y que decía palabras hirientes no volvería aparecer. Él iba a estar a salvo y tendría la protección de la manada contra aquel ataque misterioso que había sufrido un par de semanas después de instalarnos en Nueva York.

No me importó que llevara únicamente la toalla alrededor del cuerpo, solté el borde de la toalla y entrelacé mis brazos en torno a su cintura, apoyando la cabeza sobre su pecho.

Noté los labios de Chase sobre mi cabello.

-¿Qué te parece si te vas a duchar y yo despacho a Rebecca para que podamos hablar con más tranquilidad? –me propuso.

Intenté separarme de él para mirarlo a la cara, pero sus brazos se cerraron más en torno a mí. Su nariz se volvió a arrugar.

-¿Por qué apestas a lobo? –inquirió, con un tono grave.

Fingí desconcierto.

-¿Perdona?

-Hueles a lobo –repitió, estrechando sus ojos hasta que únicamente fueron dos rendijas.

Solté una carcajada desenfadada y conseguí que me soltara. Me aferré al pomo de la puerta del baño procurando no ponerme nerviosa, ya que mi olor me delataría delante de Chase.

-¿Ya no sabes ni reconocer tu propio olor en mi piel? –y me encerré en el baño.

Me quité la toalla y la ropa interior para meterme dentro de la ducha. El agua salía caliente y sentirla contra mi piel hizo que se me aclararan un poco las ideas; cogí una buena cantidad de gel y comencé a frotarme concienzudamente por todo mi cuerpo, procurando no dejarme ninguna zona sin enjabonar para eliminar todo el aroma que no le había pasado desapercibido a Chase.

Me enjaboné una última vez antes de salir definitivamente de la ducha y me enrollé de nuevo en mi toalla. Corrí el pestillo y asomé la cabeza por el pasillo, vigilando que no hubiera nadie. Tras comprobar que no parecía haber nadie, salí disparada a mi habitación, cerrando la puerta a mi espalda.

Solté un gritito de sorpresa cuando vi que Chase se había tumbado en mi cama y observaba las prendas negras de Alice con el ceño fruncido. Ni siquiera alzó la mirada mientras me acercaba a él y me dejaba caer a su lado.

-¿Ahora te dedicas a robar o algo por el estilo? –me preguntó, sin dejar de observar la ropa. Su tono había perdido todo el cariz cariñoso y juguetón de antes.

Tenía los dientes apretados y supe en lo que estaba pensando con aquellas prendas entre sus manos: me estaba recordando en aquel almacén. Vestida con el uniforme completo de cazadora. Siendo casi torturada por aquellos psicópatas.

Le froté el dorso de la mano y le miré a los ojos fijamente.

-Hemos estado en el gimnasio –mentí, con demasiada facilidad-. Y las únicas prendas que tenía Alice que pudieran valerme eran esas.

Los labios de Chase se torcieron en una extraña mueca que no supe cómo interpretar.

-¿Por qué no me cuentas más sobre tu nueva manada? –le pregunté, deseando que cambiáramos de tema-. ¿Qué puesto ocuparás?

Mi pregunta pareció desconcentrar a Chase unos segundos, lo que me convenía enormemente.

-Seguramente el omega –me confesó, con cierto pudor-. Creo que soy el último miembro en unirme a la manada, por lo que tendré que empezar mi ascenso en la pirámide de la jerarquía desde la base. Desde lo más bajo.

La idea de que Chase tuviera que luchar contra otros miembros de la manada para no ser el omega me produjo escalofríos. Me recordó a la noche que lo trajeron a casa, medio inconsciente y con todo tipo de heridas por el cuerpo.

No quería volverlo a ver en ese estado. Nunca más.

Pero era necesario. Según la jerarquía de la manada, el omega era el miembro más infravalorado dentro de ella; era el último en cualquier ocasión. Si pudiera relacionarse una palabra con el omega, ésa sería decepcionante. Nadie quería ese puesto y, por ello, los omegas de las manadas luchaban con alguien de jerarquía superior para intentar ascender.

Intenté que mis palabras sonaran lo más animadas posibles, dadas las circunstancias. El instinto me decía que, para Chase, era bastante duro tener que ser el omega dentro de aquella manada.

-Estoy segura que lo conseguirás, Chase –le aseguré.

-Este viernes es cuando los conoceré –me dijo y noté su tono que intentaba sonar despreocupado-. Y estoy nervioso…

Lo entendía perfectamente porque antes yo había estado en ese mismo lugar. Justo cuando estaba debatiéndome si tenía que contarles a Alice y Caleb, ya que no sospechaba que Lena también lo fuera, que yo también era una cazadora; el temor de ser rechazada por ellos, que no estuviera a la altura de lo que ellos esperaban… eso no había parado de reconcomerme.

-Todo saldrá bien –volví a asegurarle.

Chase suspiró con cierto aire de derrota.

-Ojalá pudieras estar allí, conmigo –admitió-. Tu presencia allí sería muy importante para mí…

Pero sabía qué seguía y que Chase no se había atrevido a decirlo en voz alta: «Rebecca estará allí y no quiero que haya más líos». Entendía que le tuviera aprecio a esa chica por haberle echado una mano cuando llegó a Nueva York, pero lo que Chase no parecía ver que Rebecca pretendía separarnos. Sus actos no escondían ninguna buena intención aunque sabía perfectamente cómo camuflarlos para que Chase creyera que lo hacía por una buena causa.

-Ya me dirás cómo ha ido todo –respondí, a su vez-. Tengo mucha fe en ti, Chase.

El viernes, Alice nos presentó el plan para aquella misma noche: iríamos a cenar a su casa, ya que sus padres se encontraban fuera de la ciudad por motivos de negocios y tenía que cuidar a su hermana menor, y volveríamos a ir a Marquee, con la promesa de no volver a separarnos en toda la noche; para finalizar la noche, Alice nos invitó a que todos pasáramos la noche en su casa. Como si se tratara de una fiesta de pijamas.

Mientras terminaba de meter las últimas cosas en mi vieja bolsa de viaje, me repetí una y otra vez que iba a ser una buena noche; Alice pasaría a recogerme sobre las nueve y media y me llevaría a su casa para que pudiera dejar mis cosas. No era la primera vez que hacía algo así, en Blackstone fin de semana sí y fin de semana también iba a casa de Grace o Caroline para que pudiéramos montar nuestras fiestas de pijama; pensar en ellas hizo que notara una punzada en el pecho. Llevaba semanas evitando a todos los que había considerado mis amigos y ninguno de ellos parecía estar dispuesto a darme una segunda oportunidad.

Entonces yo tampoco.

Me eché la cinta de la mochila al hombro, comprobé con un rápido vistazo que no me olvidaba nada y cerré la puerta de mi habitación. Me crucé con Chase justo cuando iba a bajar las escaleras y él me detuvo por el codo, lanzándome una mirada de aviso.

-Es mejor que esperes un… un momento –me advirtió-. Ahí abajo es… está muy concurrido.

Consulté la hora en mi móvil y volví a clavar la mirada en los ojos de Chase.

-Si no bajo, llegaré tarde –le dije-. Y ya sabes cómo es Alice…

Antes de que él pudiera responderme, me colé por debajo de su brazo y empecé a descender por las escaleras; oí sus pasos apresurados detrás de mí y el bullicio que parecía haberse formado en la zona del salón. No era la primera vez que me encontraba algo así, todos reunidos en los sofás hablando de manera bastante ruidosa, riéndose de cualquier cosa, y lo tenía bastante superado.

Lo que no tenía superado era encontrarme a Grace rebuscando en los armarios mientras Rick bromeaba con Kyle y Logan, cada uno con una cerveza en la mano. Caroline miraba distraídamente por la ventana, con un vaso en el regazo. Me quedé paralizada en el sitio, aferrándome a la barandilla de la escalera y atravesando con la mirada la espalda de Grace. Noté la mano de Chase sobre mi hombro y giré un poco la cabeza; él me dedicó una mirada de disculpa. «No pasa nada, estoy bien», articulé sin producir sonido alguno.

Grace se giró como un resorte y nos observó a Chase y a mí con los ojos abiertos como platos. Obviamente no esperaba encontrarnos… encontrarme, me corregí, allí. En mi propia casa. Me pregunté en qué punto estaría la relación de amistad que mantenían Grace y Chase.

Vi que Grace abría la boca y, antes de que pudiera pronunciar palabra, me giré en redondo hacia Chase y le planté un beso en toda la boca. Después, me encaminé hacia la puerta y grité:

-¡Buena suerte, cielo! -¿había dicho «cielo»? Dios, pensaba meter las manos en ácido en cuanto tuviera ocasión-. ¡Nos veremos mañana!

Cerré la puerta a mis espaldas y, por un segundo, creí ver un gesto de dolor en el semblante de Grace. Me encogí de hombros y seguí mi recorrido hasta la calle; tal y como esperaba, Alice me aguardaba apoyada sobre el capó de su descapotable, luciendo sus piernas de infarto. No pude evitar sentirme un poco celosa de ellas.

Se adelantó hacia mí y me dio un gran abrazo.

-Lena y Caleb nos esperan en mi casa –me informó, con un tono burlón- jugando con mi hermana pequeña a las muñecas.

Como siempre había sucedido desde que conocía a Alice, su manejo a la hora de conducir por las concurridas calles de Manhattan se asemejó a una película de acción. Llegamos a los cinco minutos a su edificio y, al alcanzar, el piso el ascensor, oímos claramente el jaleo que se escuchaba al otro lado de la puerta. Alice me lanzó una mirada temerosa y ambas nos abalanzamos sobre la entrada de su casa;  Caleb estaba en el suelo, con Eri encima haciéndole una extraña llave sobre su espalda, mientras Lena se partía de risa apoyada sobre la pared.

-¿Qué coño está pasando aquí? –chilló Alice, perpleja.

Los tres enmudecieron de golpe, mirándonos como si fuéramos un monstruo de tres cabezas. Alice adoptó un aire de hermana mayor y se inclinó hacia Eri, que la observaba con los ojillos cargados de fingida inocencia. «Las chicas de la familia Iwata saben bien cómo explotar sus dones», pensé, asombrada.

Lena fue la encargada de responder.

-Jugando –le salió un hilillo de voz.

-¿Jugando? –repitió Alice, una octava más alta-. ¿Creéis que encontrarme con mi hermana pequeña encima de ti –señaló con el dedo índice a Caleb, que se encogió avergonzado-, haciéndote una maldita llave mientras tú –ahora fue el turno de Lena- no hacías nada?

Coloqué mi mano sobre su hombro, tratando que se tranquilizara antes de que comenzara a hiperventilar. Alice gruñó.

-¿Qué hay de cenar? –inquirió Eri, haciendo un rápido y calculado cambio de tema-. Porque os quedaréis a cenar conmigo, ¿verdad? –dirigió sus ojos hacia su hermana mayor y sonrió con cierta maldad-. Tenemos un trato, lo recuerdo bien.

Ahora Alice soltó un bufido. Se acercó a su hermana, que aún estaba sobre Caleb, y la cogió en volandas, quitándosela de encima en un periquete. Eri trotaba detrás de Alice, sin quejarse ni un ápice, mientras nosotros tres echábamos a andar tras las hermanas Iwata.

Esperaba que no se hubiera fastidiado la noche que nos tenía planeada.

Nos sentamos en el comedor, dispuestos de manera que Eri quedara sentada entre Lena y yo; Caleb se encontraba sentado enfrente de mí y Alice estaba presidiendo la mesa con su cara larga. Una señora vestida de doncella, con cofia y todo, irrumpió en el comedor con una bandeja larga que contenía nuestra cena.

Nos dejó una delante de cada uno de nosotros y se despidió de Alice con una rápida reverencia que me recordó a las películas que veía en Blackstone ambientadas en la Edad Media. Solamente nos faltaba una araña de velas colgando del techo y unos trajes de la época, con pelucas incluidas.

-Espero que os guste el sushi –nos dijo Alice, destapando y mostrándonos un plato rectangular con varias piezas de sushi dispersas por su superficie. Parecía sacado de un restaurante de diseño.

¿Así sería la vida cotidiana de Alice todos los días?, me pregunté mientras imitaba a Alice. Tenían servicio en la casa y su vida parecía ser fácil; ella nunca se había tenido que preocupar de si en su casa podía faltar un día el dinero. Era como Caroline: una niñita que siempre había conseguido todo. Y no entendía qué podía haber visto en nosotros para querer ser amiga nuestra.

A parte del hecho de ser cazadoras, no había muchas más cosas que Alice y yo tuviéramos en común.

Solamente había que observar nuestras dos vidas y ver los resultados.

Estábamos terminando de cenar, cuando nos vimos interrumpidos por una chica casi de la misma altura que Alice, con el pelo (de un color negro azulado) por la barbilla y unos ojos verdes hundidos. Llevaba una ropa mucho más provocativa que la que usaba Alice cuando salía por la noche con nosotros y tenía las mejillas cubiertas de un extraño rubor.

Aquella chica debía ser la famosa Hope, la hermana mayor de las Iwata y el corazón destrozado más reciente de Gary Harlow.

Su mirada nos barrió a todos los que estábamos sentados en la mesa y se detuvo en Alice, que la miraba con el ceño fruncido.

-Has llegado diez minutos tarde, Hope –la regañó Alice-. Te dije que…

Hope alzó ambas manos en señal de rendición y las miles de pulseras que llevaba en las dos muñecas chocaron las unas con las otras. Por el rabillo del ojo vi a Eri fruncir el labio en una mueca de puro desagrado.

-Se me fue la hora –se defendió y arrastró las palabras.

La sonrisa que le dedicó Alice fue tirante.

-¿Por qué no subes arriba, Hope? –le propuso, con firmeza-. Eri no tardará en hacerlo. Aunque, pensándolo mejor, me encargaré de acostarla yo.

Hope se encogió de hombros y volvió a salir del comedor, dejándonos a solas de nuevo. Ninguno de nosotros (Caleb, Lena y yo) sabíamos dónde mirar debido al apuro que sentíamos en aquellos momentos; Eri, por el contrario, se cruzó de brazos y fulminó con la mirada a Alice, que estaba haciendo unos esfuerzos enormes por aparentar que no había sucedido nada.

-No pienso quedarme con ella –rebatió, sobresaliendo su labio inferior-. No en ese estado.

-Te quedarás con ella –sentenció su hermana mayor, sin admitir réplica alguna por parte de Eri-. Además, se quedará dormida incluso antes que tú…

-Si no le da por llenar todo de vómito –la cortó Eri, con desagrado.

Con aquella última frase, se dio por terminada la cena. Seguimos al piso de arriba a Alice y a Eri; justo cuando pasábamos por delante de la puerta cerrada de la habitación que pertenecía a Hope, oímos sus gemidos ahogados. Notamos la incomodidad de las dos hermanas, pero ninguno dijimos nada que pudiera empeorar la situación.

Dejamos a Alice con Eri a solas para que ella pudiera acostar a su hermana menor, y nos quedamos en el pasillo. Quince minutos después, Alice salía de la habitación de Eri con el gesto descompuesto.

En el pasillo aún resonaban los gemidos de Hope.

-Os juro que, si pudiera, acabaría con ese cabrón con mis propias manos si fuera necesario –nos confesó, con desdén-. La ha destrozado.

«Y ese es un claro resultado de acercarte a gente como Gary Harlow», dijo una voz en mi cabeza. Tragué saliva.

-Cuando estés borracha –le dije, intentando que mi voz sonara en tono de broma- prueba a darle con una botella de vidrio en la cabeza. Alegaremos que no sabías lo que hacías –le guiñé un ojo y Alice me sonrió con agradecimiento.

Caleb nos dejó en la habitación de Alice mientras él iba a cambiarse a la habitación de invitados, que iba a usarla aquella noche. Alice parecía haber recobrado su antigua felicidad y viveza, ya que empezó a parlotear sobre lo bien que iba a ir la noche.

Terminamos de darnos los últimos retoques salimos de nuevo al pasillo, donde nos esperaba Caleb, completamente preparado.

Los sollozos y gemidos de Hope habían cesado y la casa se había sumido en un apacible silencio.

Aquella segunda noche estaba muchísimo más tranquila. A pesar de que el portero de la discoteca era otro gorila distinto al del viernes pasado, también parecía conocer a Alice; entramos a Marquee y vimos que había más gente que el viernes pasado. La pista de baile estaba completamente abarrotada y la zona de los sofás parecía estar también hasta los topes.

Seguimos a Alice hasta la barra y dejamos que pidiera las bebidas por nosotros. Me hice la misma promesa que el viernes anterior y, de manera automática, barrí con la mirada toda la planta baja, comprobando que no estuviera Gary Harlow por allí.

Nada.

De todas maneras, la primera vez que me topé con él tuve una extraña sensación, así que esperaba que mi sexto sentido de cazadora me avisara de nuevo en aquella ocasión. Cogí la bebida que me tendía Alice y me la vacié de un trago.

Caleb tuvo la brillante idea de retarnos a una ronda de chupitos y Alice pareció encantada con la idea. Desde el viernes anterior, parecía que se habían creado dos subgrupos a la hora de salir: Lena me había elegido como compañera mientras que Caleb y Alice habían conformado su propio Dream Team.

A la sexta ronda de chupitos, olvidé por completo mi promesa. Me sentía como en una nube y no paraba de escapárseme risitas ante las bromas de Caleb, que se aferraba al borde de la barra para no tambalearse. Alice nos cogió a los tres y nos arrastró a la pista mientras Lena y yo entrelazábamos nuestros brazos mientras avanzábamos tras Caleb y Alice.

-¡A bailar! –aulló ella, haciéndose hueco entre la multitud.

Conseguimos nuestro espacio entre aquel cúmulo de gente y empezamos a bailar. Debía reconocer que mis habilidades con el baile parecían haber mejorado; empezamos a movernos al son de la música y yo me centré en eso: en la música. En una parte de mi cabeza estaba preocupada por Chase, por saber que le había salido todo bien.

Quería llamarlo en aquel mismo momento y preguntarle si lo había conseguido. Sabía que era importante para él; era una parte de sí mismo.

Entreabrí los ojos y vi que, al parecer, habíamos hecho un cambio de parejas. Lena y Caleb bailaban juntos, pegados el uno con la otra; Alice se movía enfrente de mí. Al ver hacia dónde apuntaba mi mirada, esbozó una sonrisa un poquito cruel.

Se inclinó hacia mí y me gritó al oído:

-¡Estoy tentada de prepararles una cita a ciegas! Esto está que arrrrrrde –luego se echó a reír a carcajadas.

Volví a recordar la imagen de aquellos dos enrollándose y, por primera vez, empecé a dudar de que hubiera sido una alucinación producida por la droga de mi bebida. Sin embargo, no lograba entender por qué no se decidían a dar el gran paso, ya que parecía ser evidente que Caleb y Lena sentían algo más que amistad. O quizá ninguno de ellos quería tener algo serio. Quizá la palabra «compromiso» les diera alergia, no lo sabía con exactitud.

No pude contener una sonrisa al ver cómo un moreno bastante atractivo se acercaba a Alice y ambos empezaban a hablar, acercándose al oído del otro para poder entenderse por encima de la música. Los vi alejarse entre la multitud, en busca de algún rincón tranquilo para ambos, y me desinflé un poco al quedarme sola; Caleb y Lena estaban a lo suyo, como si estuvieran metidos ambos en una burbuja, y yo… bueno, yo estaba sola en mitad de la pista de baile sin saber muy bien qué hacer.

Así que opté por la opción más sencilla: salir de aquel cúmulo de gente que no paraba de moverse. Conseguí atravesar la pista de baile a duras penas y alcancé mi objetivo: la barra. Estaba dudando entre subir a las plataformas superiores, pero no quería arriesgarme, a pesar de la buena visión que había en aquella zona.

Me desplomé sobre uno de los taburetes vacíos y le pedí al barman otro cóctel. Quizá podía mandarle un mensaje a Chase para preguntarle sobre cómo le había ido… y entonces apareció. La idea de que Rebecca estuviera a su lado en un momento tan importante me heló la sangre. Yo tenía más derecho que esa maldita arpía, pero no podía. No sabía cómo estaban las relaciones entre cazadores y licántropos en la ciudad, pero el instinto me decía que habría sido una locura haber acompañado a Chase a algún lugar para reunirme con un grupo de licántropos. Las criaturas a las que, técnicamente, debíamos vigilar y, en caso de que supusieran un auténtico peligro, eliminar.

-No está bien que estés en un sitio así tan solita –ronroneó una voz a mi oído.

Me recorrió un escalofrío al reconocer la voz. Me giré lentamente, pensando que mi cabeza me estaba jugando malas pasadas; era muy poco probable que pudiera estar, precisamente, allí. No podía ser.

Mi corazón se olvidó de latir por un momento al ver a Chase, con una amplia sonrisa, observándome con los brazos cruzados. A pesar de la poca iluminación del local, no se me pasó por alto las zonas heridas de su rostro; mis manos salieron disparadas hacia los moratones, que parecían estar curándose rápidamente, y las presioné con cuidado.

Mi ceño se frunció de inmediato y, de manera inconsciente, busqué con la mirada por encima del hombro a Rebecca. Algo en mi interior me advertía a gritos que ella estaba cerca. Los brazos de Chase me rodearon y me estrecharon con fuerza y Rebecca se esfumó de golpe de mi cabeza.

-¿Lo has conseguido? –ni siquiera tuve que gritar para que Chase me escuchara.

Él asintió, con orgullo, y yo solté un grito que hizo que Chase se encogiera de la sorpresa y se echara a reír.

-Había más gente como yo que quería unirse –me explicó Chase, cuando nos separamos-. El Alfa nos hizo enfrentarnos los unos a los otros para establecer así la jerarquía y quién sería el Omega. Lo conseguí, Mina. Lo hemos conseguido –añadió.

Los ojos comenzaron a escocerme y culpé de ello al alcohol. Me había emocionado que Chase hubiera usado el plural, como si yo hubiera ayudado en ello; la euforia de saber que Chase estaba a salvo, que no corría el riesgo de volverse inestable, que seguiría siendo el mismo chico del que estaba enamorada merecía una celebración.

Incluso podía ver con claridad el orgullo de Chase al haber conseguido un puesto en aquella manada y había conseguido evitar el puesto de Omega. Sabía que aquello era más que importante para él: tener un puesto similar al que poseía en su manada en Blackstone. Su verdadera manada.

Sonreí con ganas y Chase se inclinó sobre la barra para llamar la atención del barman. Pidió algo para ambos y se volvió a centrar en mí con esa sonrisa triunfal. Sabía que aquello era temporal, pero no conocía cómo eran las manadas de licántropos fuera de Blackstone y habían aparecido los primeros reparos desde que Rebecca me aseguró que iba a ayudar a Chase para que entrara en la manada de su hermano.

El barman nos colocó nuestros respectivos cócteles delante de nosotros y se marchó con igual celeridad; Chase me pasó el mío y ambos lo alzamos a la vez. Se me hacía extraño estar en aquel lugar tan exclusivo con Chase a mi lado; era como si… como si me hubiera metido en la piel de otra chica. De otra vida.

La sonrisa de Chase cada vez era más amplia y no decreció ni un centímetro. Ojalá todos los días pudiera verlo de sonreír de aquella forma.

-¡Por nosotros! –exclamó y chocamos nuestros vasos.

Un escalofrío me recorrió la espalda, idéntico al que había sufrido cuando vi por primera vez a Gary Harlow; Chase también pareció notar algo en su propia piel, ya que la sonrisa que antes me había dedicado flaqueó en su rostro. Un segundo después, unas enormes manos se colocaban en los hombros de Chase, sobresaltándonos a ambos.

Gary Harlow, con su habitual atuendo impoluto y sacado de las más exclusivas tiendas de la Quinta Avenida, nos miraba a ambos sonriendo. Pero ya lo conocía suficiente como para percibir la sombra de irritación que había en el fondo de sus ojos esmeraldas y la tirantez de su sonrisa.

Estaba molesto, más que eso me arriesgaría a apostar, por la atención que le estaba dedicando a Chase, mi novio, un detalle que Gary desconocía por completo, ya que no había ahondado demasiado en el tema en la fiesta.

La actitud de Chase dio un giro completo: la sonrisa se borró de su rostro y tragó saliva, procurando evitar mirarlo a los ojos. Nunca había visto a Chase actuar de esa forma delante de nadie, a excepción de Kai y Carin, que eran sus superiores jerárquicamente dentro de la manada.

La mano de Chase buscó a ciegas la mía mientras su rostro estaba clavado en algún punto por encima del hombro de Gary; se la cogí y la estreché con fuerza, demostrándole que estaba allí, a su lado.

La sonrisa de Gary pareció titubear al ver nuestras manos entrelazadas; alzó de nuevo la vista a toda prisa hacia los ojos de Chase y míos, alternando.

-Gary –empezó Chase, insuflándose de valor-, ella es Mina. Mi novia.

Sus pupilas se estrecharon al unir las piezas. En el fondo, descubrí que no me había creído en la fiesta cuando le había asegurado que quería a mi novio; no pude evitar regodearme de su sorpresa y su claro malestar.

No había contado con la idea de tener que enfrentarse a un novio que, además, era licántropo.

La sonrisa volvió al rostro de Chase al mirarme a mí.

-Él es Gary Harlow –me presentó, aunque no hacía ninguna falta: ya lo conocía bastante bien, para mi desgracia-. Él es el Alfa de la manada.

Aunque, en el fondo, sabía que había querido decir: «Él es el Alfa de mi nueva manada».

Si antes había tenido dudas sobre cómo sería la manada a la que Rebecca había recomendado unirse a Chase, ahora se habían despejado por completo: no podía meterlos dentro de la categoría de delincuentes, pero se les acercaba bastante al término en sí.

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