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4. Recuerdos y cenizas

—¿Qué haces ahí parado, tontito?

Levanté la mirada nerviosa al escuchar sus palabras y no puedo evitar tragar en seco. Vuelvo a mirar la bañera llena de agua cálida y humeante y sin poder evitarlo retrocedo un paso, impactando la espalda en la madera de la puerta cerrada.

Niego con la cabeza rapidamente y eso provoca que el espacio entre sus cejas se arrugue y un puchero se forma en sus mullidos labios.
Sus dedos trazaban circulos delicados en la superficie de el agua espumosa mientras se encontraba sentada en el borde de la bañera. La verdad es que desde que tengo recuerdos, han sido muy pocas más veces en la que me he adentrado a esta pequeña habitación. Solo lo hacía explícitamente para defecar y hacer otra necesidad pero siempre me alejaba lo más que podía de la bañera.

De hecho, odiaba completamente todo lo que tenía que ver con el agua. Las sirvientas venían a bañarme todos los días, pero llegué as desarrollar cierto rechazo a esta actividad y comencé a resistirme ante sus atenciones. Hasta el punto de gritar como una bestia salvaje y de golpear a quien se metiera en mi camino.

Con el tiempo aquellas mujeres se cansaron de reticencia y dejaron de venir. Ellas no entendían lo mucho que odiaba sentir el agua fría en mi piel y de como luego del baño terminaba siempre con un molesto resfriado. Ni siquiera tenían la amabilidad de calentar el agua y, aunque el agua que preparo Scarlett se veía bastante cálida, igualmente no podía evitar huirle.

—Tienes que darte un baño, Hunt. Estas lleno de pulgas y piojos. A este paso en verdad podrías enfermar.

Volví a negar reiteradamente con un movimiento brusco de la cabeza, agitando en el proceso mi largo y despeinado cabello.

Scarlett molesta se puso en pie y se acercó a mi con las manos en las caderas, adoptando una actitud que poco tenía que ver con su edad.

—Si no lo haces, entonces no volveré a venir —advirtió y al escucharla no pude evitar abrir los ojos como platos.

Mis dedos se movieron inquietos y comencé a mordisquear las escasas uñas con nerviosismo, a la vez que intercambiaba la vista de Scarlett a la bañera, sopesando mis opciones.

—No hagas eso —espetó dándome un manotazo a la mano que me hizo gemir de dolor. Avergonzado baje las manos y apreté los puños con fuerza para evitar mordisquearlas de nuevo— Te harás daño, tontito.

—Siempre me hacen daño —admito apenado—, no veo porqué no puedo hacerlo yo también.

El entrecejo de Scar se hunden profundamente y enojada se acerca a mi y coloca sus manos encima de mis hombros, apretandolos levemente en el proceso.

—Mientras estemos juntos, nadie ni tu mismo te harán daño —extiende su dedo meñique y lo envuelve con el mío en un agarre— Es una promesa, ¿entendido?

...

Mis ojos se abrieron con la sombra de aquel hermoso recuerdo aún recorriendo mi mente. La claridad del fuerte sol se adentraba por la entrada del estacionamiento, mostrando la llegada del día. Miré con desasosiego aquel cielo despejado. Un cielo que continuaba manteniendo ese tono rojizo del que aun no me acostumbraba.

Me puse de pie, apoyándome de la pared que me había servido de apoyo prácticamente toda la noche. Repentinamente imágenes de lo sucedido surcaron mi mente y mi rostro se descompuso en una terrible mueca. El líquido ácido de mi estómago subió por mi tráquea y sin poder evitarlo, descargué todo el contenido en el suelo polvoriento.

Las arqueadas continuaron incluso cuando ya no tenía nada que descargar. La sensación era más que horrible.

Tuve deseos de llorar nuevamente como anoche, pero me cubrí la boca rápidamente y me obligue a no seguir pensando en lo sucedido. De nada servía eso.

Tenía que concentrarme en lo importante, y esa era mi hermanita. Ella era lo único que importaba en este mundo, nada más.
Lo sucedido anoche no era mi culpa. Era algo que jamás podría esperar.

Sin embargo, no pude evitar sentir la furia creciendo mi interior. Si, yo no tenía la culpa de nada... pero ese maldito sí que lo tenía.

Ese hijo de... ni siquiera valía la pena insultarlo. Desde el principio se veía que era una persona egoísta y calculadora, pero en ese momento me demostró, lo repulsivo que realmente era todo su ser.

Si algún día lo vuelvo a ver, me aseguraré de hacérselo pagar. Eso es una promesa.

Di un paso dispuesto a salir de mi refugio temporal en el que había pasado toda la noche, y dejé que el sol cubriera mi cuerpo. Noté consternado que algunas partes de mi piel estaban llenas de quemaduras pequeñas, seguramente provocadas por la extraña lluvia caliente de ayer. Ardían como el infierno, más ahora que el sol me golpeaba sin cesar.

Aún tenía la ropa algo húmeda e incómoda. En algunas partes incluso ardía aún mas con el contacto directo con mi piel, pero no podía quitármela ya que no tenía otro cambio que me protegiera de los azotes del tiempo. Debía continuar sin importar el dolor.

Volví a colgar mi mochila sobre mi espalda y me dispuse a emprender nuevamente con mi camino pero un ruido detrás de mi, proveniente del interior del estacionamiento subterráneo, me detuvo en seco.

Inmediatamente me di la vuelta y por inercia saqué el cuchillo de caza que colgaba en mi cinturón. Apunté la punta justo delante de mis ojos hacia adelante, con la vista fija en la oscuridad al fondo. Tragué en seco, un tanto indeciso. ¿Debería ir a ver? Tal vez alguien más de mi grupo se encontraba oculto ahí adentro.

Si hubiera algún peligro verdadero, ya me habría atacado mientras dormía, por lo que lo más probable era la posibilidad de que estuviera alguien más de ni grupo oculto por ahí.

Tal vez... cierto idiota que estoy ansioso por apuñalar.

Con eso en mente, mi cabeza volvió a llenarse de pensamientos de odio y comencé a caminar sin dudarlo más. Avancé hasta que todo mi cuerpo volvió a ser cubierto por la protección del techo y la oscuridad que poco a poco me devoraba.

Esperé un poco a que mi vista se acostumbrara a la oscuridad. No tardó mucho ya que mis ojos estaban bastante acostumbrados a vivir en ella.

El estacionamiento tal y como esperaba era bastante extenso. Hileras de autos polvorientos y oxidados se podía avistar en el interior. El olor a humedad y a desuso llenó mis fosas nasales como veneno y no pude evitar toser varias veces por la suciedad en el aire. Algunos autos incluso habían sido aplastados por algún que otro escombro y a través de agujeros en el techo se adentraba levemente la suave luz del sol, mejorando considerablemente la luminosidad en aquel enorme espacio.

Avancé entre las hileras de autos, observando en cada espacio entre líneas cualquier cosa que pudiese estar oculta en los pliegues entre cada vehículo.

Mientras pasaba cerca de una intersección que parecía ir más abajo, hacia un nivel más profundo del estacionamiento, sentía sonidos de pasos justo a mi lado y por inercia mi cuerpo se movió automáticamente y apunté con mi cuchillo hacia el lugar donde creía que había captado movimiento.

Solo logré avistar un auto de chasis rojo chillón, envuelto en una capa de polvo oscuro que cubría aquel color que alguna vez debió ser hermoso. Algo estaba oculto detrás de ese auto, de eso estaba seguro.

Lo más sigiloso que fuí capaz de ser, caminé en dirección contraria, fingiendo mi retiro de aquel turbio lugar, pero en realidad solo me había ocultado detrás de una columna, teniendo cuidado de que la persona oculta no me viera. Haciéndola creer que ya me había ido.

No sé cuánto tiempo esperé, pero era bastante. Al parecer el desconocido estaba haciendo tiempo, en espera de que me alejara lo suficiente para poder salir él.

Por un momento pensé eran imaginaciones mías el hecho de que hubiera alguien oculto en alguna parte, pero no me decepcioné al ver como una sombra efectivamente pasaba justo por mi lado, ignorante de donde estaba escondido. Con la sutileza de una alimaña, encorvé mi espalda y con cuchillo en mano avancé hacia la sombra.

Por primera vez agradecí las agresiones de mi madre, ya que me enseñaron efectivamente a hacer este movimiento. Agarré su brazo con fuerza y se lo pegué en la espalda en una dolorosa llave que múltiples veces había comprobado lo mucho que dolía. No perdí tiempo y a una velocidad impresionante, aprovechando la confusión de la víctima, coloqué la hoja filosa de mi cuchillo de casa en su cuello.

—Si te mueves, juro que te desgarro el cuello.

En efecto, aquella persona no se movió ni un centímetro ante mi amenza. Desde mi posición observé que vestía igual que yo y su cabello era lacio y espeso. No podía ver su cara, pero no necesitaba verlo para saber quién era.

—Por favor... t-te lo s-suplico... —su voz se escuchaba juvenil y temblorosa.

La ira no tardó en recorrer mis venas. Recordé la muerte de Ortiz y su hermano gemelo, y no pude controlarme.

—¿Me lo suplicas? Huiste primero y nos dejaste atrás. Sabías lo que era esa lluvia y no nos dijiste nada —mi voz se escuchaba retorcida y contenida. Era desconocida incluso para mi— si lo hubieras hecho... esos dos niños... estarían vivos ahora mismo.

—¿Hunter? —al parecer me reconoció. Su cuerpo tembló aún más— Por favor, escuchame... ellos iban a morir de todas formas. Yo solo...

Impulsado por algo que no sabía que tenía, mi pierna se movió por si sola y mi rodilla impactó con fuerza entre sus piernas. Sabía que esa era la parte que más dolía para nosotros los hombres por lo que no me sorprendió ver como de su garganta se liberó un fuerte grito quebradizo.

Todo su cuerpo se llenó de espasmos por el dolor y lo solté. Deje que su cuerpo cayera de rodillas al suelo sin fuerzas y con las manos cubriendo la zona afectada. Lo rodee y satisfecho contemplé su rostro desencajado por el dolor y las lágrimas recorriendo sus mejillas enrojecidas.

Lo agarré del cabello y lo obligue a ponerse en pie. No antes de tomar su cuchillo de caza el cual colgaba aún en su cinturón. 
Avancé arrastrándolo sin mucho trabajo por el polvoriento suelo. No sabía de dónde sacaba esa fuerza, pero nunca antes me había sentido tan enojado como ahora.

—Ahora te mostraré lo que hiciste hijo de perra —espeté con odio puro.

Avancé hasta la entrada del estacionamiento, dispuesto a llevarlo al mismo lugar donde Ortiz y su hermano habían sido devorados por aquellos gusanos. Le daría una probada de su propia cuchara

Maldito...

Sin embargo, no fuí capaz de avanzar más de dos pasos al exterior. En cuanto mi cuerpo se asomó en el umbral de la entrada del estacionamiento, un fuerte golpe en el costado de mi cabeza me hizo caer por inercia sin poder evitarlo. Todo mi alrededor se volvió confuso y nubloso.

En mi confusión, un fuerte grito se alzó. Un grito que no era mío, era el de alguien más. Era el grito de Lee.

Intenté ponerme en pie con la mano en la zona afectada. El sol iluminaba mi entorno con fuerza, pero una gran sombra se cirnió encima de mi, cubriendo aquel astro en la cima del mundo. Una sombra que a mis ojos era enorme. No pude enfocar la vista hacia aquella sombra ya que aún estaba algo atontado por el golpe, pero si pude notar su gran tamaño, y no era Pelé, estaba más que seguro.

—Tu... —intenté hablar pero no pude pronunciar algo más ya que de inmediato sentí otro golpe justo en el centro de la cabeza.

Esta vez no fui capaz de levantarme.

No pude evitar dejarme llevar por la oscuridad de la inconsciencia.

...

A veces suelo tener sueños extraños. Sueños en los que ya soy apenas un bebé y vivo en una casita entre las montañas, lleno de vegetación por todas partes y una vista maravillosa de la naturaleza. Una mujer sentada debajo de un árbol, me cargaba entre sus brazos mientras me cantaba una hermosa canción para dormir. Una mujer cuyo rostro no recordaba, pero su cabello siempre estará marcado eternamente en mi alma.

Era un cabello rojo como la sangre, recogido en una trenza que caía por encima de su hombro. Lo recuerdo porque sus hebras siempre rozaban mi nariz haciéndome cosquillas. Mis pequeñas y regordetas manos siempre intentaban agarrarlas entre risas. Ella sonreía, y era el sonido más maravilloso de todos a mi entender.

¿Quién era? ¿Acaso era un recuerdo perdido en alguna parte de mi mente... o simplemente era mi secreto deseo de tener una madre que me amara realmente?

Nunca lo sabré, pero lamentablemente todo lo bueno no dura mucho. No tardé mucho tiempo en despertar, y cuando lo hice, fué el peor error de mi vida.

No tenía ni idea de lo que me esperaba.

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