Me encontraba tirada sobre las oscuras aguas, las cuales hace un segundo estaban en llamas. Me levanté, me notaba extraña y un poco mareada. Miré hacia donde estaba tumbada y me vi. Allí tirada en el suelo, rodeada de un charco de sangre que flotaba sobre el agua como si de tinta roja se tratase. Sobre la mano del cuerpo tendido estaba el tama kanzashi que hace un rato me quité. Me agaché sobre el cuerpo, no me lo creía, de verdad lo había hecho y, es más, seguía en este espantoso lugar. Un rabioso grito, acompañado después de una sonora carcajada, me llamó la atención.

-¿De verdad creías que te ibas a librar tan fácilmente de mí? –Gritó furioso- Aún ni siquiera sabes quién soy –Ahora se reía. Este hombre es bipolar.

-No, pero seguro que ahora me lo vas ha decir –Dije cansada. Ya no tenía nada que perder, al fin y al cabo, ya estaba muerta- a ver si adivino…. Eres fruto de mis alucinaciones y quieres torturarme porque sí.

-Algo mucho mejor –Contestó- Soy real y a que no sabes qué, puedo amargarte todavía más la existencia, bueno, la tuya no… pero la de tu padre sí, y la de tus amigos, la de todos tus seres queridos. Puedo hacerte mirar, puedo hacerte vagar toda la eternidad viendo cómo el mundo, tal y como lo conoces se va consumiendo poco a poco, hasta que ya no quede nada. Has elegido mal el camino mi dulce Portinari. – Noté un fuerte golpe en mi cabeza y me derrumbé.

-Miconne, ¡¿Michonne?! –Era mi padre. Me encontraba tendida en el suelo, así que me incorporé.

Mi padre vino corriendo y extendió los brazos en mi dirección, como queriendo darme un abrazo, así que yo también los extendí y, con los ojos cerrados, esperé a que llegara. Noté algo muy raro, era como si una ráfaga de aire frío se extendiera por todo mi cuerpo en una sola fracción de segundo. Abrí los ojos y vi a mi padre llorando en el suelo, abrazándome a mí, que estaba tendida en el suelo, sin vida.

Lo último que recuerdo es oír a Dante dentro de mi cabeza diciendo:

-Buenas noches, mi dulce Portinari.

CONTINUARÁ