Entré a casa y sacudí mi pelaje antes de transformarme. Tendría que darme una ducha antes de ir a dormir, o mamá se enojaría.

—Apestas a humano.

Miré a Seungkwan, el menor de mis hermanos. Bueno, en realidad no éramos hermanos, éramos aún más. Éramos manada.

—Es porque conocí a uno.

Seungkwan hizo una mueca.

—No podemos acercarnos a los humanos, Gyu —interrumpió Seungcheol, el mayor de mis hermanos—. Ellos nos lastiman.

Miré hacia el piso, como si mis pies descalzos fueran más interesantes que los ojos dorados de Seungcheol.

—Wonwoo no me lastimaría.

—¿Wonwoo? —indagó Seungkwan.

—Es el niño al que conocí. Ese es su nombre. Creo que tiene mi edad, pero sus ojos no brillan y tampoco tiene colmillos.

—Así son los humanos —dice Seungcheol—. No necesitan garras para destrozar. Sus armas son aún peores.