Capítulo 9
¡Hola! Volví. Ha pasado mucho tiempo desde que no publicaba nada y es que me estado liada con exámenes, con la vida, el corazón y como si fuera poco...mi computador murió. Me he conseguido uno para traerles el capítulo 9. Tendré varias novedades en breve. Quizás una semana más. Besos a todos y disculpen la enorme tardanza.
Ambos sabemos más de lo que deberíamos y es esa extraña sensación de reconocimiento, de encontrar a otro como tú lo que no nos permite articular palabra, y aunque quisiéramos...nos hace temblar la voz.
Me bajé del automóvil sin mediar palabras. Corrí a casa pero ahora estaba en la duda... era la primera vez que alguno de ellos me encontraba sin que yo estuviera siendo la cazadora. ¿Debía contarle a mi abuela? O ¿guardar el secreto? Preguntas atenazándome sin escapatoria hasta que me acerco a casa.
Mi abuela está en compañía de otra persona. Lo sé incluso antes de entrar. Las voces algo amortiguadas llegan a mis oídos. No puedo evitar sentir curiosidad...mi abuela nunca ha sido de traer gente a casa. Ahora es cuando agradezco mis sentidos agudizados aunque muchas veces maldije por estas habilidades que me traen más problemas que ventajas.
Me acerqué para escuchar mejor pero sin llegar a entrar.—La temporada de caza comenzará pronto—Dice la voz de mi abuela.
—No podemos esperar tanto. Para esa fecha los lobos se habrán marchado o nos habrán matado a todos—responde el hombre con una voz dura.
— ¿Qué quieren de mí?—pregunta mi abuela, directa como siempre.
—Necesitamos que nos guíes Marian. Es la última manada—Dice la voz del hombre y para mí no hay más dudas. Las preguntas que tenía se responden solas. No pude seguir escuchando más. Una sensación repugnante se apoderó de mí.
Cada vez que alguien le había solicitado a mi abuela una búsqueda de ese tipo...yo me veía obligada a rastrear. Luego todo se transformaba en balas surcando el aire y sangre sobre la tierra.
Me alejé de la casa lo más rápido que pude.
***
La última manada.
Yo no quiero hacer esto otra vez. El corazón comenzó a pitarme en los oídos mientras corría. No me di cuenta que crucé una calle hasta que un coche frenó a centímetros de mi pierna.
—¡Mierda! ¿Estás bien?—Me gritó el conductor mientras caminaba hacia mí— ¿En qué diablos pensabas? Has tenido suerte que haya alcanzado a reaccionar.
Yo no podía despegar los ojos de mis pies hasta que sentí el aroma inconfundible y mis ojos automáticamente se posaron en su rostro. ¿Cómo podía ser tan estúpido? Ese hombre estaba a plena luz del día en un pueblo infestado de cazadores. Mi rostro se fue a blanco. Él también lo supo y ya no había que hacer preguntas, ni necesitábamos confirmación—Sube al auto—Me dijo con una voz grave y que no daba lugar a réplicas. Yo me vi obligada a obedecer porque estábamos llamando demasiado la atención y la gente comenzaba a mirarnos.
Ese hombre podría tener la edad de mi padre. Él me miraba entre asustado e incrédulo—Has tenido suerte que me encontrara contigo. ¿En qué diablos pensabas? ¡Estás en un maldito pueblo de cazadores!
Yo lo miré sin comprender. ¿Estaba preocupado por mí? Este tipo no se imagina que en realidad él debería cuidarse de mí. Ahí comenzó a invadirme la desesperación. ¿Dónde me estaba llevando? ¿Con quién me lleva? Si era con su manada... van a querer despedazarme cuando se enteren de lo que soy y de lo que he estado haciendo todo este tiempo.
El conducía con rapidez hasta las afueras del pueblo y se adentró por un camino de tierra que apenas se veía. Era como si las ramas y la hierba quisieran borrar la existencia de él.
Las ramas golpeaban los vidrios sin piedad y el jeep saltaba en cada bache, de cuando en cuando el hombre gruñía enfadado con algo en particular. Comienzo a observar el interior del vehículo y me doy cuenta de las distintas bolsas de víveres que van repartidas en el asiento trasero, de distintas tiendas y pequeños artículos que van de forma desordenada rodando por el piso.
Sin previo aviso el jeep se detuvo. El conductor se bajó y sus pisadas haciendo ruido en el lodo se detienen de pronto—¿Qué haces? ¡Vamos!—Me dice el hombre.
Ahí oculto entre algunos arbustos estaba en Land Rover de Evan. Yo comienzo a seguirlo con el corazón pitándome los oídos—Por cierto soy André y cálmate un poco tus latidos están haciendo que me duela la cabeza.
—Soy Aby—Dije a modo de disculpa e intenté respirar para calmarme.
Seguí a André por un estrecho sendero que casi quedaba oculto a la vista. No estaba siendo especialmente cuidadoso puesto que nuestras pisadas quedaban improntadas en el lodo. Otra vez una fina lluvia había comenzado a caer sobre nosotros aunque gran parte era amortiguada por el espeso follaje.
Cruzamos un pequeño estero y al otro lado pude ver una casa de madera. Se notaba que había sido construida con prisas. No era grande, ni muy pequeña. No había fuego encendido, ni luces dentro. Podía escuchar voces, muchas voces diferentes dentro y algunas risas.
Antes de aproximarnos más, André me indicó que esperara.
Evan debió haber sentido mi presencia y salió antes de que alguien llamara. Vi un par de ojos pegados a la ventana y rápidamente Evan volteó atrás. Solo bastó una mirada para que esos ojos desaparecieran de ahí.
Su presencia resulta intimidante para cualquiera. Evan Devries es altísimo y por si no fuera poco, sus músculos tampoco te hacen entrar en confianzas. Es como si toda su persona tratara de decirte: "aléjate de mí". El tío es duro, desconfiado pero está lleno de pequeños gestos que me indican que puede ser un tío borde y cruel por fuera pero son sus ojos, los verdes tristes y fieros a la vez, los que me dicen que él es mucho más que un hombre de músculos y resentimientos. Y es esa esperanza, de encontrar a alguien tan parecido y a la vez tan distinto de mí lo que me quita el aliento. La ansiedad me consume en ese instante, y es esa incertidumbre de que tal vez la última persona quien pueda ayudarme pueda rechazarme lo que me aterra hasta el alma.
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