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𝗲𝗽𝗶𝗹𝗼𝗴𝘂𝗲

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Los gritos de Riane inundaban la habitación.

No habían conseguido llegar a la base médica más cercana del planeta, pero la vecina de la pareja, una mujer bajita y poco habladora llamada Shui, les ayudó en el parto.

Habían decidido establecerse en una colonia del Borde Exterior hasta que Riane diera a luz. Habían sido meses difíciles y solitarios en los que no habían querido llamar la atención, pero Ahsoka les había ayudado a encontrar un lugar seguro para el bebé.

El embarazo había sido una experiencia positiva por días. En los últimos meses Riane apenas podía moverse de la cama, pero el bebé estaba sano, según la última revisión médica.

Y, en pocas horas, había llegado el momento. El parto comenzó tan rápido que el preocupado Rex apenas acertó a aporrear la puerta de enfrente.

Shui no hablaba mucho, y su nivel de básico era bastante bajo, así que se comunicaba con el novio de Riane en palabras cortas y directas.

—Toallas, trae. Agua, más.

Era así constantemente, mientras Riane gruñía de dolor y esfuerzo.

Pero, media hora después del primer empujón, los gritos de Riane cesaron y los de la niña recién nacida inundaron la pequeña habitación de la choza en la que vivían.

Shui cortó el cordón umbilical y limpió a la niña con una toalla antes de colocársela a Riane en el pecho. Rex se acercó y se arrodilló junto a la cama, con las piernas temblándole. Shui salió a por más agua y les dio un momento de intimidad a la nueva familia.

Los dos padres se emocionaron y sus ojos se inundaron de lágrimas.

Rex observó al bebé. Tenía un poco de pelo oscuro en la cabeza, y unos ojos enormes y marrones que abría y cerraba mientras lloraba. Riane sollozó, enamorada con la niña, y Rex asintió mientras le besaba la frente perlada en sudor a su novia.

—Qué bien lo has hecho —le dijo con admiración—. Es preciosa, Ane...

La mujer asintió, sujetándole a la niña la pequeña manita.

—Sí, sí que lo es...

Rex rodeó a Riane con su brazo y le besó la nariz al bebé.

—Taila Unmel —la bautizó, como habían acordado hacía meses.

Riane sonrió y los dos se besaron. La niña dejó de llorar al instante.

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Riane observaba a Rex y a Taila jugar afuera. Aunque más que jugar, Rex se aseguraba de que la niña fuera una soldado. Y eso que sólo tenía siete años.

Cuando la niña había cumplido el año, habían abandonado la colonia. Con ayuda del comando Gregor y el comandante Wolffe, habían rehabilitado un AT-TE en Seelos y lo habían convertido en su hogar. A veces, Riane le decía a Rex que quería que la niña creciera en una casa normal, pero entonces él le recordaba que no eran una familia normal. Que nunca lo serían.

Y tenía razón.

Las esporádicas visitas de Ahsoka lo habían confirmado muy pronto, cuando Taila había aprendido a gatear: era sensible a la Fuerza.

Su madre pensaba en ello a diario, sobre todo cuando se hacía más mayor. En otra época, en otra galaxia, hubiera sido una Jedi. Una de esas mujeres con las que Riane había luchado en la Guerra de los Clones.

Pero también habría crecido lejos de sus padres, y Riane no sabía cómo sentirse al respecto.

Rex recolocó el agarre de la niña en la DL-44 de su madre. Sería algo que heredaría, la única que había sobrevivido a la Orden Sesenta y Seis.

Taila disparó y le dio al blanco sin esfuerzo, incluso si su técnica era mejorable. Sabía que era gracias a la Fuerza.

Dio un par de saltos, su pelo negro revolviéndose al viento, y su padre la alzó el brazos y le dio un beso en la mejilla antes de hacerle cosquillas.

Rex había envejecido. Tenía bastantes arrugas y comenzaba a ganar peso y a tener canas en un pelo rubio que cada vez se teñía menos a menudo. Riane intentaba no pensar en el crecimiento acelerado de los clones. En que su otra mitad tenía menos tiempo que ella con su hija.

Gregor y Wolffe soltaron una carcajada desde la cocina.

Riane oyó como la niña venía corriendo desde afuera con su padre detrás.

—¡Tío Wolffe, tío Gregor, le he dado al blanco tres veces!

—¡No lo dudábamos, pequeña!

Rex atravesó la cortina a la parte de adelante del caminante, donde Riane y él tenían su pequeño dormitorio. Ella dobló la última camiseta y señaló con la cabeza hacia la ventana.

—Dispara mejor que tú —bromeó.

Rex puso los ojos en blanco, agarrando el resto de la colada para ayudar a Riane.

—Será que lo heredó de su madre.

Riane sonrió. Taila entró la habitación, saltando a la cama y a los brazos de su madre.

—¡Mami! ¿Me has visto?

Ella le besó la frente.

—Sí, tesoro. Lo haces muy bien. Me recuerdas a mí cuando tenía tu edad.

Rex resopló. "Con un poco más de talento", le oyó decir en broma bajo su aliento.

La niña se sentó en el regazo de su madre, dándole la espalda. Riane sabía que eso significaba que quería que le trenzara el pelo y le contara una historia.

—Mami, papá me ha dicho que me volverías a contar la historia de cómo conociste al tío Cincos y al tío Echo antes de cenar.

Riane y Rex intercambiaron una mirada emocionada. Contarle a su hija las historias de la guerra les ayudaba a sanar. Aunque sólo le contaban las mejores partes, porque aún era muy pequeña para comprender las más difíciles.

Riane agarró un lazo del cajón y comenzó a cepillar el pelo de su hija. Rex se sentó en la única silla de la sala, doblando la ropa en silencio mientras su amada repetía la historia.

—Después de conocer a la tía Ahsoka y a papá, un Jedi muy poderoso me pidió ayuda en una misión para proteger a la República.

—¡El general Skywalker! —saltó la niña—. ¿Verdad, mamá? ¡Era un héroe!

Riane sonrió con pena.

—Sí, cariño. El general Skywalker me invitó a unirme al Gran Ejército de la República y a dejar mi trabajo como la protectora de su esposa. Me llevó a un buque estelar, que son unas naves muy muy grandes, y me dio una armadura clon, como las que papá y los tíos tienen en el almacén de abajo. Después, uno de los hermanos de tu padre me llevó al hangar, pero...

—¡Pero papá te paró! ¡Porque vio la pistola! —aportó la pequeña, señalando el arma que su padre había posado en la cómoda.

—Sí —sonrió Riane con añoranza mientras Rex se tragaba una risa—. Papá y yo no nos llevábamos muy bien al principio —admitió—. Entonces me tuve que quitar el casco y todos los soldados vieron que era una mujer. Aunque estaban sorprendidos, el general Skywalker me presentó a mis compañeros. Ahí estaban el tío Cincos y el tío Echo, pero también más hermanos de tu padre, como Jesse y Tup.

Taila asintió mientras su madre acababa la trenza.

—Papá tiene muchísimos hermanos.

—Muchos —coincidió él con una sonrisa.

—¿Y quién era tu hermano favorito, mamá? —preguntó la niña—. Papi no cuenta —advirtió después.

Riane recordó a Olher. Quizás su primer amigo de verdad. Recordó a su hermosa mujer y a su hija, con quien Taila nunca podría crecer como a ella le hubiera gustado. Recordó a Cincos, quien había muerto intentando salvarlos a todos, y también a Echo, a quien hacía mucho tiempo que no veía, pero quien había podido conocer a Taila. Y recordó a sus soldados, a Jesse, que cumplió sus órdenes hasta el final y la admiraba como nadie, a Skat, a Pidge, a Memo, a Mecano, a Bonus... la lista era interminable. Su armadura aún estaba tallada con todos los soldados que habían caído. Con todos los que nunca volverían.

Con todos los que le habían cambiado la vida para siempre.

Le dio un beso a la niña en la mejilla. Rex la miraba desde la silla, muy serio, y quizás preocupado.

Porque había heridas que nunca sanaban, y él y ella lo sabían más que nadie. Ambos portaban cicatrices, pero algunas no se podían ver.

—Todos eran mis favoritos, tesoro. Todos tenían la misma cara, pero cada uno me hizo sentir de manera única. Fue un honor luchar a su lado y al lado de los Jedi.

La niña asintió, conforme.

Sí, a veces, en la guerra, es difícil ser quien sobrevive. Pero, mirando a su familia, Riane Unmel se recordaba que valía la pena vivir para luchar otro día.


FIN DEL LIBRO

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