042.
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La persecución de Maul continuó, pero no por mucho tiempo. No fueron capaces de encontrar a sus enemigos en los túneles, y Rex y Ahsoka acabaron subiendo a la superficie para ocuparse de la lucha allí. Riane se había quedado en los túneles con un pelotón de hombres para reanudar la búsqueda y ocupar el sitio de Vaughn.
Intentaba no pensar en ello, en los hombres que habían perdido ya, y que iban a seguir perdiendo...
—No encendáis las linternas, sólo la luz nocturna de los cascos. Los haces de luz podrían darle nuestra posición al enemigo.
—Sí, señora.
—Sí, capitana.
Continuó andando a la cabeza, utilizando sólo los canales internos de los cascos para comunicarse con sus hombres. A Rex no le había parecido muy bien dejarla allí, donde Maul probablemente estaba, pero ambos habían accedido a que ella fuera capitana. Era su deber a la República. Ahora mismo tenía que ser una oficial, no la pareja de Rex. Y el comandante sabía que tenía que anteponer su deber a sus sentimientos.
Atravesaron los pasillos hasta una de las aberturas a la superficie. Riane suspiró, apagando la visión nocturna de su casco y girándose hacia Jesse.
—Sargento, coloque a algunos de los hombres en la superficie, que los demás estén preparados para...
Los disparos callaron su voz.
—¡Nos atacan!
—¡Vienen por todos los lados!
—¡Ahhh!
Riane disparó casi a ciegas, los mandalorianos de rojo salieron volando de los túneles y les rodearon, desde el cielo y el suelo, en la abertura redonda. La capitana vio a sus soldados caer como moscas, y apenas le dio tiempo a mandar un SOS en su muñequera cuando Maul salió de uno de los pasillos, sables encendidos en las manos.
Los mandalorianos dispararon al resto de los clones, pero no le dieron a ella. Sólo se quedaron apuntando a la capitana, quien sujetaba las pistolas con manos temblorosas, mientras comprobaba con la mirada si alguien estaba vivo. Puede que sí, pero si lo estaban, estaban heridos y no en condiciones de luchar.
—Maul —dijo con falsa confianza—. Se le busca por crímenes contra la República. Mi deber es apresarlo.
El Sith sonrió, balanceando las espadas en sus manos.
—Eres la mujer vestida de clon —adivinó—. Te he estado buscando.
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Tras interrumpir la charla de Ahsoka con el general Kenobi, Rex sintió que le invadía el pánico. Le había llegado un SOS de Riane, pero él y sus hombres eran incapaces de rastrear su posición actual. Era como si se hubiera metido de nuevo en los túneles tras enviarlo.
Cuando llegaron a la abertura de los niveles bajos desde la cual se había enviado la señal, Rex vio que la mayoría de los hombres en el pelotón de Riane habían muerto.
Jesse llamó su atención de inmediato: estaba herido, pero no de gravedad, aunque apenas podía caminar por un disparo en una pierna. Iba a necesitar un parche de bacta, al menos. Quizás un tanque de esa sustancia.
Rex y Ahsoka se dirigieron a él a zancadas.
—Jesse, ¿qué ha pasado? ¿Dónde está la capitana Unmel?
Rex intentó que no se le notara el terror en la voz, pero no sabía si lo había logrado.
—Nos tendieron una emboscada, comandante —explicó Jesse, el ceño fruncido por el esfuerzo—. Nos mataron a casi todos de uno en uno, yo estuve a punto de perder el conocimiento...
—¿Dónde está Riane? —repitió Rex.
Creyó que a Jesse se le llenaban los ojos de lágrimas.
—De alguna manera sabía que ella llevaba aquí mucho tiempo... Dijo que la estaba buscando, miró en su cabeza... Se la llevó, y no pudimos hacer nada... —Tosió—. ¡Se la llevó viva! Lo siento, comandante.
Rex se quedó sin habla.
Maul. El Sith se había llevado a Ane.
Medio escuchó cómo Ahsoka tranquilizaba a Jesse y hacía que un médico se lo llevase. Medio sintió cómo le agarraba del brazo e intentaba mirarle a los ojos.
—Rex —le dijo despacio—. La encontraremos, tranquilo.
Su cerebro se activó de golpe, en pánico.
—Tenemos que mandar a los hombres, en escuadras —dijo muy deprisa.
—Rex...
—Que rastreen todos los niveles...
—¡Rex! —el grito de Ahsoka le calló—. Tienes que calmarte. Tenemos que jugar nuestras cartas bien o pondremos a Riane en peligro.
—¡Ya está en peligro! —soltó él, sin poder contenerse—. ¡Iré yo solo a por ella si hace falta!
Se zafó del agarre de Ahsoka y le dio la espalda, aunque no caminó lejos. Se sujetó la cabeza con una mano. Le dolía muchísimo el pecho, como si le hubieran arrancado algo.
—Tus sentimientos por Riane están nublando tu juicio, Rex —dijo Ahsoka despacio—. Sé que sabes que la mejor forma de ayudarla es descubrir dónde está Maul, y tenderle otra emboscada para rescatarla.
Rex respiró, y le dolió hacerlo. Bajó la voz, pero no pudo volver a girarse para mirar a Ahsoka.
—No puedo perderla, Ahsoka —dijo entre dientes—. Maldita sea, la amo. No puedo... no puedo quedarme aquí...
—Lo sé, Rex —respondió ella, poniéndole una mano en el brazo y girándole levemente para mirarle la cara—. Pero por eso debemos pensar nuestros próximos pasos. Sé que Riane es muy importante para ti, y también es mi amiga. Como tú, fue una mentora para mí mientras fui Padawan del maestro Skywaker. La rescataremos.
Rex se obligó a respirar. Intentó pensar con claridad. Por ella, por Ane.
—Está bien —accedió a duras penas—. ¿Y qué sugieres que hagamos?
—El ministro Almec está bajo custodia. Quizás él sepa algo sobre Maul: vamos a darle una visita.
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Riane se negaba. Se negaba rotundamente a estar allí, como una prisionera, sin oponer resistencia. Y se revolvió tanto contra el agarre de los mandalorianos que la sujetaban, que tuvieron que esposarla.
Escupió, gritó, maldijo.
Y, aun así, el Sith parecía ajeno a todo.
O al menos lo fue hasta que decidió hablar con ella. Le ordenó a un tipo rubio y muy corpulento que la sujetara bien, y se colocó frente a ella. Riane le enseñó los dientes como una fiera, pero él simplemente la miraba, muy serio.
Ya había estado antes frente a un Sith, o algo parecido. Recordaba a Ventress muy bien. Y, sin embargo, aunque la mujer había sido más violenta... No le había dado tanto miedo como Maul. No había sentido su oscuridad... no tan explícitamente como ahora. La sensación la invadía entera y se concentraba en su barriga, revolviéndola y dándole nauseas.
Aun así, enmascaraba su miedo con su furia, eso siempre funcionaba.
"¿Seré capaz de vomitarle encima?"
Maul alargó una mano, y uno de los mandalorianos le pasó el casco de Riane. Ella gruñó, pero él no reaccionó. Estudió el casco y luego se lo devolvió al hombre, para mirarla de nuevo.
—Es muy interesante que los Jedi te hayan dejado luchar junto a sus clones —fue lo primero que dijo el Sith.
—Mis hombres vendrán a por mí —amenazó entre dientes Riane.
Sabía que habían destruido su transmisor, pero seguro que encontrarían una manera de rescatarla.
—¿Tanto vales? —dijo Maul con sorna.
Riane volvió a enseñar los dientes, aunque estaba pensando el Rex.
—Te sorprendería.
—Eres arrogante —observó el Sith—. Quizás debería haber atrapado a un clon para interrogarlo.
—No te diré nada.
Riane relajó los hombros, apretando la mandíbula.
—Es encantador que de verdad creas esa afirmación, querida. —Riane arrugó los labios, asqueada—. Luchas con clones, criados para luchar. Como ratas de laboratorio. Todo forma parte del plan.
Riane frunció los labios. Quizás debería intentar sacar algo de información que le sirviera a Ahsoka más adelante.
—¿Qué plan?
—El plan. El único plan que importa —declaró Maul—. No me confiaron sus líneas maestras, pero desempeñé mi papel. ¿Y sabes qué me pasó? Que me dejaron de lado. Como les pasará a todos tus hombres, capitana, cuando cumplan su cometido.
—¿Qué cometido? —presionó ella.
—No lo sé —dijo el Sith con verdadera pena—. Pero lo importante es que, aunque me olvidaron, sobreviví. Y puedo prosperar en el caos que está por venir. —Hizo una pausa y miró a espaldas de Riane—. Saxon, la información es un producto valioso: asegúrate de que el primer ministro no sirva de ayuda a nuestro enemigo.
—Sí, mi señor.
El hombre la soltó y unas nuevas manos sujetaron las muñecas esposadas de Riane, aunque ella ya no se revolvió. Estaba pensando en lo que Maul había dicho en ese momento y la primera vez que le habían visto.
—¿Qué quieres de mí, Maul? Tú mismo lo has dicho: sólo soy una soldado.
Él asintió.
—Eres lista —sonrió levemente—. Necesito saber algunas cosas, y tú me vas a ayudar.
Riane puso los ojos en blanco.
—Podemos dar vueltas y vueltas alrededor de la misma piedra —le dijo—. Yo no te voy a decir nada: la aprendiz de Dooku intentó entrar en mi cabeza y no lo consiguió.
El nombre no parecía decirle nada a Maul.
—Yo ya no soy un aprendiz, capitana Unmel —sacudió él la cabeza—. Y el no decirme nada... Siento decirte que no depende de ti. —Entonces, se giró hacia ella con el ceño fruncido, y habló con una voz que le dio escalofríos—. Tu mente hablará, o enloquecerá.
Y levantó la mano y se forzó dentro de la cabeza de Riane. Ella gritó, no; aulló de dolor, mientras la oscura presencia del Sith se metía dentro de ella.
Se revolvió, pero parecían más bien convulsiones, y otro par de manos la sujetó para que no cayera de rodillas al suelo. Maul gruñía, forzando la mente de Riane abierta, y ella pensó que la sanidad la abandonaba.
Aquello no era como Ventress. Era un millón de veces más fuerte, un millón de veces más oscuro.
Riane le sentía dentro de la cabeza, pero también en el estómago, que le dolía, casi obligándola a doblarse por la cintura.
—Habla —rugió Maul—. ¿Quién es esa tal Ahsoka Tano?
Y, un alarido después, Riane sintió cómo todas las imágenes de los últimos años, todos sus recuerdos, pasaban a cámara rápida frente a sus ojos. Vio a Tano, pero también a Skywalker, a Rex, a sus hombres, incluso al general Kenobi y a la general Ernark. Vio sus últimos cuatro años frente a sus ojos.
Y, cuando por fin acabó, cuando la presencia de Maul salió de su mente, estuvo a punto de perder el conocimiento.
Casi se cae al suelo, pero las manos que la sujetaban la mantuvieron, más o menos, erguida.
No sabía cuánto tiempo pasó, así, medio doblada sobre sí misma, con Maul delante y pensando, pero lo primero que vio es que le sangraba la nariz. Un charco de sangre se comenzaba a formar a sus pies, manchando las botas de su armadura.
Luego se dio cuenta de que acababa de darle muchísima información al Sith. A su enemigo. Y sintió que había fallado a la República. Que le había fallado a Ahsoka, a su querido Rex. Que se había fallado a sí misma.
Empezó a llorar, aunque no se dejó sollozar. No le daría al Sith aquella satisfacción.
—No temas —fue lo primero que dijo el Sith—. No voy a matarte. —Como no respondió, se giró hacia la mandaloriana más cercana—. Consigue unas tabletas de nutrición y dáselas. Y que alguien le mire ese sangrado.
Riane rascó su garganta en busca de su voz.
—No quiero tu ayuda —no reconocía el sonido que le salió, pero al menos eran palabras.
—Si yo fuera tú, la aceptaría: tienes una vida dentro.
Riane elevó levemente la cabeza, escupiendo al suelo en el proceso.
—¿Qué coño dices?
El Sith elevó las cejas, pero señaló su vientre con la mano abierta y con desdén.
—Estás embarazada —soltó, como si nada—. Es repugnante, en realidad, pero ni yo mismo he podido ignorar ese hecho. Tu firma en la Fuerza lo grita a todo pulmón. —Luego puso los ojos en blanco—. La unión entre un clon y... en fin.
Y, aunque parte de Riane no creyó sus palabras, la otra mitad sentía que se le caía el corazón al suelo.
Sin poder contenerse, volvió a llorar. Esta vez sí sollozó. Y, algunos segundos después, entre el dolor punzante de su cabeza y el que sentía en el corazón, se sintió desfallecer.
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