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039.

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Sin ayuda del equipo de extracción, la Remesa Mala y los hombres de Skywalker tuvieron que escapar solos de la Ciudad de Tambor. Aquella era una misión no autorizada, después de todo.

Echo resultó ser parte fundamental de su plan de huida. Al ser medio máquina, podía acceder a los sistemas con su brazo robótico. Además, parecía tener mucha información Separatista en su cerebro. Riane no se separaba de su lado, ayudándole a avanzar en todo momento, aunque parecía recuperar la estabilidad según avanzaban los minutos.

Tuvieron que subirse a lomos de algunas de esas bestias aladas para salir de allí con vida. A Riane no le gustó la idea, pero acabó saltando como los demás. Era eso, o caer al vacío, o enfrentarse a los droides que les superaban claramente en número. Una vez más, tuvo que agradecerle a Tech su cerebro: había sido él quien había podido llamar a las criaturas tras grabar los gritos de los nativos.

Sin embargo, los droides volaban y no tardaron en perseguirlos. Aprovechando que estaba sola en su bestia, Riane se dio la vuelta y comenzó a disparar.

No tardaron en llegar a la aldea donde los nativos tenían su asentamiento. Las bestias les dejaron sobre el suelo y Riane acarició el lomo de la que la había llevado. No era tan mortífera de cerca. Miró de reojo hacia Rex y Echo. El último parecía estar recuperando la sonrisa, lo cual la calmó un poco.

Aún no podía creerse que estuviera vivo...

Los disparos de los droides acabaron alcanzando su posición, y el equipo de la República se vio en una gran tesitura.

El jefe de la tribu estaba muy enfadado.

—Dice que hemos faltado a nuestra palabra —tradujo Tech—: que hemos traído la guerra a su aldea.

Rex se quitó el casco.

—Tiene razón —dijo, caminando hasta estar frente al jefe—. Dígaselo, Tech. Dígale que no pretendíamos llevar a su pueblo a la guerra. Pero miren lo que han hecho los Separatistas con uno de los nuestros —añadió, señalando hacia Echo—. Le robaron la libertad, la humanidad. Trataron de convertirlo en una máquina. La Tecno Unión afirma ser neutral, pero ya ha elegido bando. Ahora, su pueblo tendrá que elegir.

Riane tuvo un escalofrío ante la pasión con la que Rex hablaba. El general asintió con orgullo, y el jefe de los Poletecs decidió que lucharían junto a ellos. Así, Riane y los demás tomaron posiciones defensivas para luchar contra los droides e impedir que destruyeran el asentamiento. Para su sorpresa, Echo se sentía con las suficientes fuerzas como para disparar un bláster.

Parecía que el combate le recordaba quién era.

Al final de la lucha, los Poletecs parecieron agradecidos. Las fuerzas de la República volvieron a la nave de la Remesa Mala para volver a la base de Anaxes, pero Echo quiso hablar con Riane y con Rex antes de entrar al transporte.

—Gracias por venir a por mí —les dijo con sinceridad.

Rex sonrió.

—Para eso están los hermanos. Siento haber tardado tanto: esperemos que vuelva a ser como en los viejos tiempos.

Rex rozó la mejilla de Riane con cariño y entró a la nave. Ella y Echo se quedaron fuera. La mujer sentía la mirada del clon en ella.

—¿Y eso?

Riane le dio una pequeña sonrisa.

—Se supone que nadie debe saberlo, pero Rex y yo confiamos en ti. Estamos juntos, sí —le confesó.

Echo asintió.

—Me alegro de que seas feliz.

Se miraron. Ya no se parecía en nada al Echo que recordaba, pero Riane le reconocía de igual manera. Recordaba todos los momentos que habían pasado juntos y se le volvían a aguar los ojos.

Echo suspiró.

—He visto que llevas el número de Cincos en la hombrera derecha.

Eso hizo que Riane apartase la mirada, que las lágrimas que tenía en los ojos se volvieran amargas. Se tragó el nudo que tenía en la garganta para intentar hablar.

—Nunca te olvidamos —susurró—. Cincos y yo... Eras nuestro hermano, Echo. Eres mi hermano.

Sorprendiéndola, él se acercó a abrazarla, como si no le importara que llevara armadura. Riane suspiró contra su hombro escuálido y gélido.

—¿Cómo fue? —susurró él contra su pelo.

—Horrible —murmuró ella, dejando que un par de lágrimas le escurrieran por las mejillas—. Horrible.

Él se separó, sujetándola por los hombros, y le limpió las lágrimas con los dedos.

—Te lo explicaré de camino a Anaxes —añadió.

Echo asintió.

—No estás sola, Riane.

Ella le dio una sonrisa triste.

—Y tú tampoco, vod.

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Riane y Rex se reunieron cortamente en uno de los barracones vacíos. El capitán clon se sentó al lado de su novia con un suspiro.

—Los generales han convocado una reunión. Tenemos demasiados frentes abiertos en el sistema...

Dejó el resto en el aire. Riane le puso una mano sobre la rodillera. No quería hablar de la campaña.

—¿Y Echo?

—Con los médicos —dijo él—. Le van a dar una nueva armadura y comprobar sus implantes y demás. —Riane asintió—. ¿Cómo se tomó lo de Cincos?

Ella se pasó la otra mano por la cara. Estaba feliz de que Eco estuviera de nuevo con ellos, aunque fuera en esas condiciones, pero tener que ver el gesto de devastación en su rostro cuando le explicó cómo había muerto Cincos había sido horrible.

—Mal —respondió—. Él había supuesto que había caído en zona activa, no a manos de sus propios hermanos.

Se quedaron en silencio durante un momento. Él posó su mano sobre la de ella y entrelazó sus dedos.

—Te amo, Ane —dijo en voz baja.

Eso hizo que ella se girara a mirarlo. Rex y ella se demostraban continuamente lo que sentían el uno por el otro, a veces a través de puras miradas, pero raramente lo decían en voz alta.

—Y yo te amo a ti, Rex.

Él se inclinó hacia ella y se besaron lentamente. Riane intentó guardar el momento en su memoria. Intentó memorizar el olor de Rex, cada tacto de sus manos y cada roce de sus labios entre los suyos. Sabía que cualquiera podía ser el último beso. Que cualquier mirada podía ser la última. Y, aunque no quería negarlo, eso le rompía el corazón.

Porque muchas veces deseaba, egoístamente, que su vida pudiera ser como la de Olher. Que pudiera vivir en Naboo con Rex, que pudieran tener una casa en el campo, y, quizás, una hermosa hija o hijo. Que pudieran ser felices, sin guerra, sin muerte, sin sufrimiento.

Pero aquella no era la vida que el universo había querido para ellos. Para ellos había querido un amor prohibido y doloroso, lleno de incertidumbre.

Y, aun así, Riane lo abrazaba. Abrazaba aquel amor, abrazaba estar con Rex, aunque pudieran morir en cualquier momento. Porque estaba terriblemente enamorada de él, y sabía que vivir sin besarlo y sin amarlo, no sería vivir.

Se separaron, y él le acarició de nuevo la mejilla, como lo había hecho frente a Echo.

—Son estos momentos los que me hacen no querer volver al frente —susurró él con una sonrisa amarga.

Parecía que habían estado pensando en lo mismo.

Riane no supo qué decir. Sabía que no valía de nada recrearse en el dolor que producía su situación, que decírselo a Rex sólo conseguiría hacer que él también pensase en ello, y probablemente amargaría su humor aún más.

—Dentro de poco volveremos a Coruscant —respondió ella.

Los dedos de Rex le trazaron la corona del pelo y bajaron por su pómulo hasta su cuello. Asintió, acercándola a sí y volviendo a besarla. Cuando se separó de nuevo, a ella le sorprendió ver que tenía una sonrisa divertida en los labios. Incluso soltó una pequeña risa.

—¿Qué pasa?

Él negó con la cabeza, pero verle sonreír hizo que Riane lo hiciera también.

—Nada, que me acabo de acordar de lo nervioso que me ponías al principio.

Ella elevó las cejas.

—¿Ya no?

Rex se encogió de brazos.

—Supongo que sí, pero ya no es lo mismo. Ahora tengo la tranquilidad de que sabes cómo me siento.

Riane puso los ojos en blanco juguetonamente, besándole la mejilla antes de ponerse en pie.

—Podrías haber sabido que era recíproco mucho antes si hubieras abierto los ojos.

Él sacudió la cabeza, se incorporó y los dos se pusieron los cascos.

—Por el Creador, no empieces —suspiró—. Ya he tenido que aguantar un montón de "lo sabía" de Echo en el viaje de vuelta.

Riane rio, él le apretó el hombro con cariño, y los dos salieron del cuartel para ir a la reunión.

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Riane no tenía muy claro que implicar a Echo en la misión fuera buena idea, pero la verdad era que su plan era uno bastante bueno.

Algunas de sus fuerzas recuperarían el complejo de ensamblaje, mientras que él y la Remesa Mala irían a la nueva sala de comunicaciones de Trench, en un acorazado Separatista sobre Anaxes. Se conectaría para dar estrategias a Trench, pero, esta vez, el equipo de la República las sabría por adelantado.

Riane aceptó con convicción de las palabras de Echo. Esta vez, quería ayudar a que la República ganara, no a que perdiera.

Tras el visto bueno de los generales, Riane y Rex salieron a la pista de aterrizaje de la base para acercarse a la nave de la Remesa Mala.

Tech parecía preocupado por el cómo aterrizar en la nave. Rex le posó una mano en el hombro.

—Tranquilo, Echo dice que lo tiene todo planeado.

Riane estaba mirando al susodicho. Su armadura era muy diferente, blanca y con algo de azul, pero con una calavera roja en el pecho, el símbolo de la Remesa Mala.

—Eso hace que me sienta mucho mejor... —suspiró Tech con sarcasmo.

Riane se giró hacia él, levantando una ceja.

—¿Qué quiere decir? —preguntó Rex con incredulidad.

Riane sacudió la cabeza: ella ya había entendido su tono.

—¿No se fía de Echo? —le dijo.

Eso pareció poner nervioso a Tech, quien se pasó una mano por el cuello.

—Bueno, su mente era de los Separatistas hasta que lo desconectamos. En realidad, no sabemos a quién es leal.

Rex y ella intercambiaron una mirada.

—Ya —dijo él con mala cara—. Yo sí lo sé. Ahora, en marcha.

Tech asintió y se alejó para subir a la nave. Rex se giró hacia la mujer con un suspiro, pero ninguno dijo nada respecto a la conversación que acababan de tener.

—Ten cuidado ahí arriba, por favor —le pidió ella.

Rex asintió. Quiso abrazarla, pero demasiadas tropas les rodeaban.

—Tú también, Unmel.

Se sonrieron cortamente, aunque sus corazones sufrían por separarse. Aun así, Riane sabía que era lo mejor. Rex acompañaría a Echo y a la Remesa Mala con el general Skywalker. El general Windu había pedido explícitamente que las Fuerzas Rayo se unieran a él y al general Kenobi en el asalto en tierra. Y necesitaban a su teniente para dirigirles.

—Hasta pronto.

—Adiós, Rex.

Le observó subirse a la nave, y después vio cómo esta despegaba. Tragándose un suspiro, se giró, dirigiéndose a la cañonera donde Jesse la esperaba. Dando un paso dentro, se puso el casco.

—Teniente Unmel, el general Windu nos informa de que todas las tropas están listas para ser movilizadas al complejo de ensamblaje.

Ella asintió, agarrándose de las abrazaderas del techo.

—Está bien, sargento. Dele al piloto la luz verde.

Y, con eso, la cañonera se elevó del suelo.

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Riane agarró con fuerza el cable frente a ella.

"Ojalá Rex estuviera aquí", pensó. "Esto se parece mucho a cómo entramos a los laboratorios en Naboo".

—Equipo Rayo —oyó la voz de un clon por su transmisor—. Tienen luz verde.

—Recibido, comandante.

Se giró hacia sus chicos.

—¡Al ataque!

Y, con eso, dio un salto fuera de la cañonera y se deslizó varios metros por el cable, hacia los adentros del complejo de ensamblaje.

Aterrizó en una máquina y comenzó a disparar de inmediato, mientras más clones de armaduras marrones y naranjas les rodeaban.

Riane giró brevemente la cabeza hacia la derecha para ver al general Kenobi a su lado. Un par de explosiones sonaron a sus espaldas. Recargó una de sus DL-44 mientras disparaba con la otra.

Pudo ver que cada vez llegaban más droides. ¿Qué narices estaban haciendo Echo y los demás? Ya no daban abasto.

Se giró de nuevo hacia Kenobi.

—¡General! ¡Mis hombres están listos cuando diga!

El Jedi miró a su alrededor y asintió.

—¡Adelante, teniente Unmel!

Asintiendo, ella levantó el brazo derecho para que sus hombres la vieran. Movió la pistola y activó el propulsor a sus espaldas. Sus hombres hicieron lo mismo.

Se elevó sobre los droides, volando, y comenzó a disparar sobre sus cabezas mientras sus chicos soltaban cargas tras ella, acabando con varios droides a la vez.

—¡Chupaos esa! —oyó a Jesse a sus espaldas.

Tras varios minutos de lucha más, habían librado el complejo de droides. Riane aterrizó junto a los Jedi.

—Bueno —suspiró Kenobi con cansancio—. No eran tantos como me esperaba.

Entonces, una puerta se abrió a sus espaldas, y otro destacamento de droides entró. Riane puso los ojos en blanco bajo el casco. Más puertas se abrieron, los droides les rodeaban.

—¿Esto responde a tus expectativas? —preguntó Windu.

Riane pasó saliva. Estaban completamente rodeados. Sería imposible acabar con todos aquellos droides... y aún veía más acercándose.

—Esto supera mis expectativas.

Jesse se posicionó al lado de la teniente.

—¿Señora?

—Aguante el fuego, sargento —le dijo al ARC.

"Vamos, Echo..."

Y, entonces, el primer droide cayó al suelo, electrocutado. Uno tras otro, los demás les siguieron, y los Jedi y los clones miraron a su alrededor con sorpresa mientras las fuerzas Separatistas caían.

—¡Anda! —soltó Jesse.

El general Windu habló por su transmisor.

—Me complace informar de que tenemos el control del centro de ensamblaje, y en los otros frentes está ganando la República gracias al plan de Echo.

Jesse y Riane intercambiaron una mirada. Ella abrió un circuito interno con los chicos, a través del casco.

—¿Veis, rayitos? Os dije que Echo lo conseguiría.

—No dudábamos de usted, señora —respondió Skat.

Y ella asintió complacida.

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—Riane —la mujer se giró ante la voz del general Kenobi.

Asintió hacia Jesse y siguió al general hacia otro grupo de clones. Vio que la Remesa Mala acababa de aterrizar.

—Buen trabajo ahí fuera, teniente —le dijo el Jedi.

Ella le dio una sonrisa cordial.

—Sólo cumplimos con nuestro deber, general.

Uniéndose al resto de los hombres, Rex y ella intercambiaron una corta mirada de alivio al ver que el otro estaba bien.

—Capitán Rex —dijo Windu—, cabo Echo, Fuerza Clon 99. Hoy han hecho un gran servicio a la República. Gracias a su valentía y esfuerzo, los astilleros de la República pronto volverán a funcionar. —Se giró brevemente hacia Riane, quien se cuadró—. Teniente Unmel, felicidades por dirigir el ataque frontal de los soldados y volver a salir sin bajas de un nuevo asalto.

Ella asintió solemnemente y los Jedi se alejaron del grupo de clones. Kenobi miró hacia la Remesa Mala y los demás.

—Les van a caer algunas medallas.

—Gracias, general —respondió Rex.

Riane le puso una mano en el hombro a Echo con una sonrisa, y ella y Rex se dispusieron a seguir a los generales. Hasta que se dieron cuenta de que los demás no les seguían. Echo parecía estar hablando con la Remesa Mala, quien se preparó para subir a la nave. Se dieron la vuelta y se volvieron a acercar a él.

—¿Echo? —preguntó Riane—. ¿No vienes?

Él no respondió.

—Ahí van algunos de los mejores soldados junto a los que he luchado —suspiró Rex.

Riane asintió, pero Echo seguía con la vista clavada en aquellos hombres. Rex y Riane intercambiaron una corta mirada. Sabían lo que el otro soldado estaba pensando.

—Echo —llamó el capitán, por fin atrayendo su mirada hacia ellos—. Nos conocemos desde hace mucho. Si sientes que ahí es donde está tu sitio, ahí es donde debes estar.

El cabo se giró hacia Riane con ojos confusos, como los de un niño. Ella le dio un corto abrazo.

—Vas a seguir siendo mi hermano —le susurró—. No importa dónde luches.

Se separó de él, y ella y Rex se alejaron. En el último momento, miraron sobre sus hombros para ver cómo Echo se unía a la Remesa Mala. Él se giró hacia ellos y les dio un saludo militar. Los otros cuatro hombres le imitaron.

Rex y Riane se lo devolvieron, y los dos tenían lágrimas en los ojos.

Porque se despedían de un buen amigo una vez, aunque, esta vez, era con una sonrisa en los labios.

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