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033.

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Pasaron horas hasta que Riane pudo conciliar el sueño. Se pasó aquella noche en brazos de Rex, en su habitación, llorando desconsoladamente. Él no intentó callarla, porque no sabía qué decir para hacerla sentir mejor. No parecía importarle no pegar ojo él mismo, simplemente la dejó desahogarse.

Una cosa era perder a un amigo en el campo de batalla. Otra diferente era verle reducido hasta la muerte por sus propios hermanos frente a tus ojos.

Skywalker les había dado una rotación libre a ambos. Cuando Riane por fin se quedó dormida, Rex fue incapaz de hacer lo mismo. Aunque el sueño le hubiera perseguido hasta entonces, estuvo dos horas más mirándola descansar a su lado, como si tuviera que salvarla de un ataque inminente.

Ella se despertó otras dos horas después, a tiempo para el desayuno. Aun así, se quedaron en la cama un rato.

—No entiendo por qué... —Riane no acabó la frase, le salió la voz rasposa.

Rex asintió, apretándola más contra su pecho.

—No podemos hacer nada —le recordó.

Riane volvió a llorar. Rex sintió ganas de acompañarla, pero no lo hizo. Le acarició el pelo castaño.

—No lo merecía —se quejó ella entre susurros—. Era un buen soldado, un buen hombre...

Rex se había pasado también la noche pensando en las palabras de Cincos.

¡Chips orgánicos! Integrados en nuestro código genético, que nos obligan a hacer lo que nos manden, incluso matar a los Jedi. ¡Está todo aquí!

Esto nos viene... muy grande.

Quería cumplir con mi deber.

La misión. Las pesadillas... terminan por fin.

Sabía que nunca iba a olvidar esas palabras. Y dudaba que Riane lo fuera a hacer, tampoco.

La pesadilla, había dicho. La que tenían todos los clones. Rex sentía ganas de vomitar: no quería ni pensarlo.

Rex no sabía si Cincos estaba en lo cierto, o enfermo, trastornado... Lo único que estaba claro es que estaba muerto. La guerra les robaba cada vez más compañeros.

Y él no podía hacer nada. Ni como soldado, ni como capitán. Se sentía responsable de cada uno de sus hombres... y cada vez perdía a más hermanos. Sin poder salvarlos. Sin poder protegerlos.

Enterró la cara en el pelo de Riane. En el olor de su champú, diferente al de los clones, encontró consuelo. Sabía que, en ella, estaba su hogar. Y debía protegerlo, aunque no pudiera, quizás, salvarlo.

Tras el desayuno, Rex observó cómo Riane tallaba el número 5555 en su otra hombrera. Su armadura estaba llena de marcas, tanto por los hombres y amigos caídos bajo su mando, como por los números de dos de sus hermanos en cada hombro.

Había dejado de llorar y se había puesto, una vez más, la máscara de teniente. La que todos los hombres verían. Rex se sintió privilegiado al ser él quien podía, siempre, ver a la verdadera Riane.

Compartieron un abrazo cuando ella hubo acabado de tallar la armadura.

El transmisor de Rex pitó.

—Rex —dijo Skywalker—. Soy consciente de que te he dado la rotación libre, pero...

Riane sonrió débilmente ante la voz incómoda del general.

—No se preocupe, general: no pasa nada —respondió él—. ¿Qué necesita?

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A Rex le costaba admitirlo, pero desde la muerte de Cincos, todo había seguido igual. Riane no quería mencionarlo, porque aún era incapaz de enfrentarse al tema, y él había sido incapaz de hablar de ello.

Tampoco había tenido tiempo, aunque le hubiera gustado, de investigar la teoría de su hermano caído. La guerra volvía a absorberle, y, aunque sentía que se lo debía a Cincos, no había podido hacer más que abrir una incidencia. Pero sabía que no valdría para nada.

Caería en saco roto, como todo...

Tampoco eso se lo había contado a Riane. No era capaz de mencionar a Cincos frente a ella.

La teniente estaba más seria desde la muerte de su hermano. Se enterraba en el trabajo, casi tanto como Rex. Aun así, siempre encontraban momentos para estar juntos, por cortos que fueran. Era en esos instantes, en los que se besaban y sentían, que parecía que nada había cambiado.

Pero Rex llevaba rotaciones y rotaciones pensando en que el final se acercaba.

No le sorprendió que Skywalker le llamara a una de las salas de guerra por segunda vez en el mismo día. Estaban hasta arriba de trabajo: el conflicto se extendía cada vez más al borde exterior. Debían proteger más planetas, salvar a más personas.

Y seguían perdiendo hombres.

Así que el capitán de la 501 se abrió paso entre los pasillos de El Resuelto, hasta que llegó a la sala de guerra.

El Jedi ya estaba dentro. Rex conocía a su general bien. Eran muchos años de lucha a su lado, sobre todo para un clon con envejecimiento acelerado como él. Vio al instante que parecía preocupado.

Se tragó un suspiro, quitándose el casco y asintiendo hacia Skywalker. No hacía falta cuadrarse ante él, al menos no cuando estaban a solas.

—Rex —saludó Anakin mientras la puerta se cerraba tras el clon—. Gracias por darte tanta prisa.

—No hay nada que agradecer, general —respondió él—. ¿De qué se trata? ¿Alguna noticia sobre Anaxes?

Ese era su siguiente destino. Probablemente una misión larga y tediosa, en la que morirían muchos hombres. Aun así, no estaba claro cuándo la 501 entraría también en el sistema.

—No —respondió Skywalker. Parecía estresado, más que preocupado—. Rex... este es un tema personal.

Eso le puso los pelos de punta al capitán. Al instante pensó en Riane, y sintió que se ponía pálido. Se le secó la boca y tuvo esperar unos segundos para hablar.

—Entiendo.

Era mentira, no entendía nada. ¿Les había descubierto? ¿Sabía que Riane pasaba las noches en su habitación, muy de vez en cuando? ¿Había visto sus miradas en el puente? ¿Sentido el amor de Rex hacia ella, y de Riane hacia él?

Había sido un estúpido, al pensar que podría esconder su relación de un Jedi. Sobre todo de uno tan poderoso como Skywalker. ¿No le llamaban el elegido? Ahsoka le había intentado explicar las profecías muchas veces... Pero él no entendía esa casuística Jedi.

Le sobraba la armadura, estaba sudando.

Skywalker se pasó una mano por el cuello, mirando hacia la mesa de transmisiones apagada entre ellos.

—Quiero contarte esto —comenzó—, porque eres mi amigo, Rex. Sé que estás bajo mi mando, pero también confío en ti y sé que puedo contar contigo.

Rex se quedó en blanco. Entonces, esta charla no era sobre él. Era sobre... ¿Skywalker?

Carraspeó, recuperando (o intentando recuperar) la compostura.

—Claro, general.

Skywalker negó con la cabeza.

—Ahora mismo prefiero que me llames Anakin, Rex.

Aquella conversación cada vez le sorprendía más. Ni siquiera había oído a Ahsoka llamar a Skywalker por su nombre de pila. Aquello era más serio de lo que pensaba. Empezó a sudar otra vez.

—Está bien —dijo, porque no era capaz de decir "Anakin" en voz alta.

El Jedi asintió, poniendo las manos sobre la mesa de transmisión. Rex tenía las suyas alrededor de su casco.

—Es mejor confesarlo directamente. —Cogió aire una vez—. La senadora Amidala y yo estamos casados.

El cerebro de Rex estaba en blanco. Totalmente en blanco.

Y, dos segundos después, comenzó a pensar miles de cosas a la vez, como de golpe.

Era obvio. Era obvio que había algo entre ellos, todo el mundo lo sabía. ¿Pero casados? ¿Cuándo, cómo y dónde? ¿No tenían los Jedi prohibido casarse y tener pareja, y esas cosas?

—Ya veo.

Era incapaz de formular frases más largas a esa.

—Y está embarazada.

—¿Qué?

La habitación quedó en silencio. Skywalker parecía muy estresado.

—Lo supe hace poco, cuando volvimos a Coruscant. —Se pasó las manos con ansiedad por el pelo, que cada vez le quedaba más largo—. Sólo necesito que me ayudes a contactarla de vez en cuando, Rex. Vuestros cascos tienen transmisores cifrados de largo alcance, que la República incluso no puede rastrear. Necesito ver cómo están ella y el bebé de vez en cuando, pero nadie puede enterarse...

Rex asintió una sola vez.

—Puede contar conmigo, general.

A Anakin ya no parecía importarle que le volviera a llamar por su rango.

Asintió varias veces, más calmado y muy agradecido.

—Sé que lo entiendes —dijo entonces.

Esta vez, Rex sintió que le caía el corazón a los pies. La confusión y preguntas que tenía se esfumaron, reemplazados por pánico.

—Señor... —murmuró.

Skywalker negó con la cabeza.

—Me alegro por Riane y por ti, Rex —le aseguró—. Llevo sabiéndolo durante meses, pero no porque lo ocultéis mal. Soy un Jedi y os conozco bien a los dos —dijo—. Pero puedes quedarte tranquilo, no pienso reportaros.

Con las manos temblando, Rex agachó la cabeza y asintió varias veces.

—Gracias —suspiró.

Skywalker rio, quitándole hierro a la situación.

—Me salvas la vida desde hace años, Rex —le dijo—. Ya te lo he dicho: te considero mi amigo. No me tienes que dar las gracias.

Intercambiaron una sonrisa, y, como dos compañeros, se dieron la mano.

Eran compañeros en armas, y ahora también compartían un secreto. Jedi y clon, los dos eran soldados. Pero también eran humanos, y, como tal, simplemente, dos hombres enamorados de mujeres que no deberían tener.

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