032.
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—¿Bajas?
El sargento clon la seguía a buen paso, comprobando un datapad con ansiedad mientras avanzaban por la pasarela de la estación que se había convertido en el escenario de una batalla.
—Doce hombres heridos de las Fuerzas Rayo, señora. Y seis muertos.
Riane sacudió la cabeza con pena.
—Está bien, Smart, gracias.
El clon se alejó hacia otro oficial mientras Riane cruzaba el resto del camino con rapidez, hasta llegar a Skywalker y el capitán Rex. Se cuadró en saludo militar al llegar a su altura, pero estaba comprobando que Rex no estuviera gravemente herido, los ojos escondidos tras el visor del casco.
—General, capitán —saludó.
—Teniente —asintió Skywalker—. ¿Está bien? —añadió mientras señalaba su brazo izquierdo.
Le habían dado cerca del hombro, en la junta de su armadura. Vio de reojo cómo Rex arrugaba el ceño ante la sangre que se escurría entre el material.
—Nada de lo que preocuparse, general. Es un rasguño.
El hombre asintió, girándose hacia la mesa holográfica. Comenzaron a hablar sobre tropas y la situación actual, pero Riane sentía la mirada de su amante en ella durante toda la charla.
Por favor, deja de ser tan obvio delante del Jedi, quería decirle.
Pero si Skywalker notó algo en el ambiente, no hizo ningún comentario al respecto.
—El general Windu y sus tropas están de camino para relevar a la 501, señor —informó Rex.
Skywalker asintió. Parecía cansado, pero no sólo por la batalla. Había veces que vencer les daba a todos una vitalidad renovada. Esta vez, volvían a casa con pocas respuestas, un nuevo frente abierto, y muchos hombres caídos.
—Está bien —dijo—. Me han informado que Cincos también está de camino a Coruscant. Para hablar con el Canciller.
Riane frunció el ceño. ¿Un clon hablando con el más alto dirigente de la República?
—¿Cómo?
El Jedi negó con la cabeza. Riane vio en su gesto que la conversación estaba terminada.
—No he podido saber más, sólo que Tup no ha sobrevivido. Cuando lleguemos a casa sabremos qué ocurre, supongo.
Ella asintió y dejó que el general se alejara.
Después, sin mediar palabra (porque no hacía falta entre ellos), Riane y Rex caminaron hacia el transporte más cercano, el cual los llevaría de nuevo a El Resuelto.
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Riane había vuelto a casa, sólo para vivir una pesadilla. No llevaba apenas unas horas en Coruscant, y Rex ya había recibido una comunicación alarmante, al igual que el general Skywalker.
Cincos había intentado matar al Canciller. Había acudido para hablar con él sobre la muerte de Tup en Kamino. Al parecer, ya había creado un caos allí, intentando investigar por su cuenta lo que le pasaba a su camarada. La general Shaak Ti había declarado que Cincos era inestable. Se había dado orden de busca y captura contra él, y Riane no podía creerse las imágenes que había visto.
La teniente sólo había podido negar con la cabeza, estupefacta ante lo que estaba ocurriendo. Cincos... ¿qué le llevaría a hacer algo así?
Le dolía el pecho por la ansiedad que sentía, pero no rechazó la oferta de Skywalker de acompañarle a él y a Rex a los niveles bajos de Coruscant. Cincos se sentía atrapado por sus hermanos, que le buscaban por orden del GER, y le había pedido a Rex que acudiera a su encuentro, utilizando a Kix como mensajero.
Fue así como los tres llegaron a un almacén en lo más profundo de Coruscant.
—Son las coordenadas que nos dio Kix —dijo Skywalker—. Esperemos que esté dentro.
Riane miró a Rex. Los dos compartían un gesto preocupado por el que era su hermano.
—Y que sepa lo que hace —dijo Rex con un suspiro.
Riane era incapaz de hablar. Agarraba el casco con fuerza en las manos, porque le temblaban. Al final, lo dejó dentro del transporte, como Rex. Estaba más nerviosa y aterrorizada que en el campo de batalla.
No les costó entrar en el oscuro almacén. Skywalker encendió su espada láser para ayudarse a sortear las cajas, y los dos soldados bajo su mando le siguieron de cerca.
Riane pasó saliva al ver que Rex desenfundaba una pistola, pero le imitó despacio, asegurándose de que estaba en modo aturdir.
—¿Cincos? —llamó Skywalker—. Somos nosotros. Venga, sal: sólo queremos hablar.
Riane pasó saliva de nuevo. Sentía la boca seca.
—¿Vod? —preguntó al aire, y parecía una niña asustada—. Soy yo, Ri. Por favor, sal.
—¡General Skywalker! —oyeron de pronto, por entre las cajas—. Gracias. Gracias por confiar en mí. —Sonaba terriblemente asustado, y a Riane le dieron ganas de llorar en ese mismo momento. ¿Qué había pasado? ¿Por qué Cincos estaba actuando así?—. ¿Han venido sin tropas?
—Así es —dijo Skywalker, aunque parecía desconfiar del clon, quien aún no se había dejado ver.
—¡Pues bajen las armas! —pidió Cincos.
Riane arrugó el gesto y estuvo a punto de enfundar la pistola.
—Creo que no, Cincos —dijo el Jedi.
—¡Por favor, señor! ¡Por favor, estoy desarmado!
Rex y Skywalker se miraron con duda. Riane bajó su arma, negando con la cabeza, el corazón a cien.
—Dice la verdad —declaró—. Le conozco bien, Cincos no nos haría daño...
Fue incapaz de seguir hablando. Finalmente, el general asintió, apagando su espada láser.
—De acuerdo —dijo Rex, dejando sus pistolas en el suelo mientras Riane se daba prisa en hacer lo mismo—. Voy a soltar mis pistolas.
Skywalker avanzó un par de pasos, mientras que los soldados se quedaron atrás. Riane no dejaba de mirar hacia los lados, para ver si podía distinguir a Cincos entre la oscuridad.
—¿A qué hemos venido, Cincos?
—Necesito su ayuda —le dijo el ARC a su general.
—Sí, ya lo sé: no estás bien. Has pasado unos días muy duros.
—¡No estoy loco! —aquel grito les dio su posición—. Por favor, por favor, sólo escuchen lo que tengo que decir.
Comenzaron a avanzar hacia las cajas tras las que estaba escondido.
—Venimos a ayudarte, Cincos —le dijo Skywalker—. Ven con nosotros al templo.
Y, entonces, un escudo de plasma se formó a su alrededor, encerrándoles dentro de un pequeño círculo.
—¡No! —exclamó Skywalker mientras golpeaba el escudo.
—¡Cincos! —advirtió Riane.
—Sólo necesito que me escuchen. ¡Por favor!
Cincos salió de detrás de las cajas tras las que se escondía, vestido en una armadura de clon común y con el pelo rapado al cero. A Riane le entraron ganas de llorar de nuevo.
—No hagas esto, Cincos —le pidió.
Él la ignoró.
—Me parece que no tenemos elección —escupió Skywalker.
Cincos comenzó a hacer gestos extraños y ansiosos mientras hablaba.
—Me persiguen, porque sé la verdad —les dijo—. ¡Hay un complot! ¡Un engaño gigantesco!
—¿De quién? —preguntó Rex.
—Hay un complot en marcha —continuó él, sujetándose la cabeza con las manos. Parecía fuera de sí—. ¡Contra los Jedi! ¡Tengo pruebas! ¡Puedo demostrar que lo que sé es verdad sin un atisbo de duda!
Skywalker no parecía impresionado. Riane comenzó a enfurecerse, pero no sabía si era con él o con la situación en general.
—¡Enséñame las pruebas! —demandó.
Cincos comenzó a hiperventilar.
—Prueba, está... aquí —dijo, señalándose la cabeza—. Eh, está aquí. ¡En todos nosotros! ¡En los clones!
—¿Y qué es? —preguntó Rex.
—¡Chips orgánicos! Integrados en nuestro código genético, que nos obligan a hacer lo que nos manden, incluso matar a los Jedi. ¡Está todo aquí!
Se señaló la cabeza de nuevo. Riane posó las manos contra el escudo, no pudiendo aguantarlo más.
—Lo primero es conseguirte ayuda —le dijo Skywalker. Rex parecía haberse quedado sin habla—. Ya nos contarás todo después. Todo irá bien, Cincos, lo solucionaremos.
—¡Mentira! —aulló él mientras trastabillaba hacia atrás—. ¡Mentira! ¡No me creéis!
Riane tenía ganas de vomitar.
—¡Cincos! —gritó, encontrando la voz—. ¡Yo te creo! ¡Y estaré contigo, te ayudaremos! Cincos, por favor... Escucha al general Skywalker.
El ARC por fin la miró. Ella vio en sus ojos al Cinco de siempre, a su hermano. A un hombre que daría su vida y todo lo que tenía por salvar a la República y a los suyos.
—Claro que te creemos, Cincos —medió Rex con tono conciliador—. Y queremos ayudarte.
—¿Cómo sé que no me engañáis? ¿Cómo sé que no es una trampa? ¡El Canciller intentará matarme, os prometo que lo hará!
—¿El Canciller? —preguntó Skywalker.
—Está implicado —respondió Cincos—. No sé por qué, pero orquestó gran parte de esto: me lo dijo personalmente.
Riane comenzaba a pensar que había perdido la cabeza. Aquellas palabras parecieron enfadar a Skywalker, que era buen amigo del político.
—¿Te lo dijo? —le recriminó—. ¿Cuando intentaste asesinarle? Estás desvariando, Cincos. El Canciller es incapaz de algo así.
—Cincos, por favor —intervino Riane—. Piensa en lo que dices...
—¡Lo hizo! —exclamó él—. Vod'ika, tienes que creerme...
Ni siquiera Riane vio a los clones de la Guardia de Coruscant aproximarse por detrás de Cincos, las pistolas en alto.
—¡Al suelo, soldado! —gritó el comandante Fox—. ¡Al suelo! ¡De rodillas!
—¡No, no, no! ¡Atrás! —gritó Cincos, dándose la vuelta y viendo como sus hermanos le apuntaban.
Todo pasó muy deprisa.
—¡No lo hagas, soldado!
—¡Alejaos de mí!
—¡Cincos, no!
Ni siquiera el grito de Riane detuvo a su hermano. El clon agarró la pistola de la teniente, que estaba en el suelo, a sus pies. En cuanto lo hizo, los clones abrieron fuego.
Riane gritó, llorando, mientras el cuerpo de Cincos caía al suelo.
No era consciente de nada más que su cuerpo en el frío hormigón del almacén, frente a ella. Los dos separados por el escudo.
—¡Cincos! —gritó Rex.
El escudo se desactivó por orden del general. Riane cayó a los pies del ARC, sobre su pecho.
El disparo de Fox le había atravesado la armadura, a la altura del corazón.
Rex estaba junto a ella al instante.
Las lágrimas de Riane le mojaban la cara a Cincos, quien subió la mano para atraerla hacia sí. Riane escondió la cara en su cuello, llorando desconsoladamente mientras Rex sujetaba al soldado.
—Hermano —gruñó Rex—. ¡Pedid ayuda, un médico! —les dijo a los demás.
Pero Riane sabía que era demasiado tarde.
Aun llorando, se separó para ver los ojos de Cincos una última vez.
—Rex, Riane... —gimió él—. Vode...
—Estamos aquí, vod —le dijo ella.
Él negó con la cabeza, intentando hablar mientras los miraba a los dos con intensidad, con una claridad que había parecido recuperar en sus últimos momentos.
—Esto nos viene... muy grande —consiguió decir—. Mucho más... de lo que podamos imaginar... —Le agarró una mano a Rex, y con la otra consiguió tocar brevemente la mejilla derecha de Riane—. Yo nunca quise... —Se atragantó, sin fuerzas para seguir—. Quería cumplir con mi deber.
Cayó hacia atrás, perdiendo la consciencia casi completamente.
—Hermano, Cincos —insistía Rex mientras le sacudía—. Sigue conmigo, Cincos.
—La misión —le dijo él—. Las pesadillas... terminan por fin.
La mano del ARC se despegó de la mejilla de su hermana mientras cerraba los ojos por última vez y se desvanecía. Riane era incapaz de moverse.
Y, con un último suspiro, Cincos murió en los brazos de Rex.
—No —siguió el capitán—. No, Cincos. Vamos, Cincos, no te mueras... —No dejaba de sacudir su cuerpo—. Cincos, Cincos, no te vayas.
Rex cerró los ojos, y Riane se levantó despacio mientras él por fin soltaba al ARC.
Ella perdió los papeles completamente. Al cabo de segundos, había saltado hacia Fox, sacudiéndole de la armadura mientras gritaba y lloraba, fuera de sí.
—¡Le has matado! —Aullaba entre sollozos—. ¡Asesino! ¡Le has matado! ¡Le has disparado!
—¡Unmel! —gritó Skywalker.
Rex la sujetó, separándola del comandante, que parecía haber visto un fantasma. Mientras lloraba, Rex la inmovilizó, arrastrándola hacia la salida bajo la mirada de pena de Skywalker y del resto de clones.
Ella no podía parar de gritar mientras Rex la alejaba del cuerpo de Cincos.
La guerra le había robado muchas cosas, pero, en ese momento, sentía que le había robado hasta la mismísima vida.
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