030.
━━━━━━━━━━━ ✦₊˚.
No había muchas cosas que Rex pudiera hacer en la cama del ala médica del crucero. Recordaba vagamente lo que había pasado. Las tropas de Riane bajando a ayudar a sus chicos, los informes que ella había rellenado por él. Los hombres de su fragata rescatándoles de la cueva a duras penas, justo a tiempo para meterle a él en un tanque de bacta.
Todo se volvía nebuloso desde ahí. Se había despertado en aquella cama, a bordo del Buque Insignia de Skywalker. Sus heridas habían sanado casi completamente gracias a las rotaciones que había pasado en el tanque, pero Skywalker aún quería que descansara y que los médicos le dieran una autorización expresa antes de volver al combate.
Rex solía estar deseando un descanso, pero ahora que sus órdenes eran no moverse de la cama, le costaba no salir corriendo a ponerse la armadura.
Lo único que recordaba con claridad era el beso con Riane.
Se giró en la cama. Agradecía tener una habitación para sí solo, porque de repente le embragó un sonrojo de la frente al pecho. No quería pensar en sus acciones ahora. Estaba cansado, lo reconocía, y aquello era algo que debía hablar con Riane...
Oyó la puerta abrirse a sus espaldas. Se incorporó en la cama, y vio que Cincos entraba rápidamente, sin acompañantes y quitándose el casco con un fluido movimiento.
Rex le dio una sonrisa cansada.
—¡Capitán! —exclamó su clon con tono alegre—. Tienes un horario de visitas muy estricto: ¿es esto la zona VIP del 79's?
El otro negó con la cabeza.
—No, Cincos —respondió con tono serio—. Siento decepcionarte.
El ARC tomó asiento en la silla que estaba al lado de la cama de Rex. Su armadura estaba limpia, pero Rex reconocía en sus rasgos las consecuencias de una nueva batalla. Parecía de buen humor, así que al menos eso le dijo que no debería preocuparse por lo ocurrido.
Aunque aquello también significaba que Unmel había entrado en zona activa.
—No pasa nada —continuó el clon más joven—. Bueno, ¿cómo estás?
Rex se pasó una mano por los vendajes del pecho.
—Puedo caminar y luchar —declaró—: no hay nada que un tanque de bacta a tiempo no cure.
Cincos apartó la mirada. Pareció pensar y después se giró hacia Rex, frunciendo el ceño.
—¿Hasta tus tonterías?
Rex apretó la mandíbula y se miró las manos. No respondió inmediatamente. Cualquier otro podría haberse metido en un lío por hablarle así a un superior, pero Cincos era su amigo. Y además, supuso que tenía razón.
Cincos le había mandado un mensaje personal a Rex cuando él había vuelto de Naboo.
"Riane está muy rara." Decía el mensaje. "¿Qué ha pasado?"
Rex no había respondido. Al cabo de unos días, otro mensaje.
"Todos nuestros actos tienen consecuencias. Tú más que nadie deberías saber que hay que hacernos cargo de ellas."
Tampoco ese lo había respondido. Y, unos días después, Skywalker había creado las Fuerzas Especiales Rayo, y Riane y Cincos habían partido lejos de su mando.
Y ahora estaban en aquella situación.
No se había enfadado porque Riane le hubiera contado lo ocurrido a Cincos: era el amigo de ambos, aquellos dos eran casi como hermanos, y sabía que podían confiar en él. Aún así la situación le turbaba.
Y ahora Riane y él se habían reencontrado. Y Rex aun no sabía si el beso que habían compartido había sido producto de la situación o si había sido algo hecho bajo su sano juicio. Siempre había pensado tener dos dedos de frente, pero cuando se trataba de ella, todo se volvía un caos. Y comenzaba a destrozarle por dentro.
Desde que se habían separado, había conseguido distraerse lo suficiente como para intentar olvidarse de ella y de lo que había pasado aquel día. Aun así, no podía evitar tener que comprobar sus avances, como oficial de la 501 que era, y su recuerdo le atormentaba por las noches, incluso en las que estaba de descanso y podía aprovechar para dormir.
Cincos suspiró, dejando atrás su duro comentario, casi mirándole con pena.
—Tienes que hablar con ella.
No era una pregunta, pero lo había dicho, al menos, con tono conciliador. Rex asintió. Por una vez, Cincos tenía razón.
Hablaron durante algunos minutos más sobre la misión, pero el nombre de Riane no apareció en la conversación. Cincos acabó despidiéndose.
Rex dio vueltas en la cama durante horas, sumido en la impotencia y la inquietud.
━━━━━━━━━━━
Casi parecía que Riane quería hacerse de rogar. No apareció hasta la rotación siguiente, aunque Rex sabía que le habían dado unos días de permiso y que estaba a bordo de El Resuelto. No se lo tomó en cuenta, porque debía de estar ahogándose en informes, y, probablemente, tan nerviosa respecto a la situación como él.
Aun así, la Riane que encontró esperándole fuera de su habitación al recibir el alta médica le recordaba mucho a sí mismo, más que a la joven insubordinada que recordaba de sus primeros días en la 501. Estaba vestida en el uniforme gris del GER, con el pelo recogido en una coleta y el gesto serio. Le dio una pequeña sonrisa cuando le vio, pero no un gesto efusivo como acostumbraba a hacer antes. Rex no supo cómo tomarse aquello, pero agravó sus nervios.
Salieron del ala médica del buque insignia en silencio, caminando uno al lado del otro como un equipo, como si nada hubiese cambiado desde Naboo. Se cruzaron con muchos soldados de la 501 a los que conocían bien, y los dos respondían con cordialidad a sus saludos militares. Riane acompañó a Rex hasta su habitación en silencio. Fue cuando llegaron al pasillo en el que su dormitorio se situaba que ella decidió hablar por primera vez.
—Le he pedido al general Skywalker que las Fuerzas Rayo tengan un periodo de descanso del Borde Exterior.
Rex casi sentía que se le salía el corazón del pecho. Un descanso del Borde Exterior significaba luchas junto al resto de la 501, lo cual, a su vez, implicaba más tiempo bajo el mando de Rex.
Él intentó no mostrar su emoción ante la noticia. ¿Qué razones tenía Riane para pedirle a Skywalker aquello? ¿Estaba intentando volver a pasar más tiempo junto a Rex, para que pudieran reconciliarse? ¿O simplemente se había cansado del espacio salvaje? Fuera lo que fuere, era una oportunidad para arreglar las cosas entre ellos: Rex había temido que Riane se fuera a ir pronto.
Se dio cuenta de que le sudaban las manos y se las limpió a los pantalones.
—Riane, quería...
Ella le interrumpió con un gesto: señalando la puerta ante la que habían llegado. Su habitación. Él asintió torpemente, abriendo la puerta con su código. La invitó a pasar.
Estaba espeso: ¿acaso había intentado comenzar aquella conversación en el pasillo, donde cualquiera podría haberles oído?
Vio su armadura en el armario, al fondo de la habitación. Alguien debía de haberla llevado allí, y él estaba deseando ponérsela: se sentía desnudo en el conjunto gris de oficial.
Riane se sentó en la única silla libre con total confianza. ¿Y por qué no? Con un suspiro, Rex asintió para sí. Habían sido mejores amigos tanto tiempo... ¿Y si aquello era un error, también en ese sentido? La relación que tenía con Riane no era la misma que compartía con Cody, por ejemplo.
Era algo diferente, algo bañado en electricidad y hambre. Y sentir aquello le hacía sentir también culpable. Fuera lo que fuera, contradecía a su honor.
Y allí, en la penumbra de su dormitorio, se enfrentó a la verdadera pregunta. ¿Qué era más importante?
Seguían en silencio. Rex se sentó delante de ella, en la cama, sin dejar de observarla. Se sostuvieron la mirada durante mucho tiempo, y el capitán se permitió estudiar los rasgos de la teniente con calma. Cada vez le latía el corazón más deprisa, y se ruborizó al recordar cómo había sido sentir su cuerpo en sus manos, su boca en la suya.
—Riane —dijo, y su voz salió más grave de lo normal—. Lo que pasó en Naboo, y lo que pasó en Holle...
Se le atascó la voz en la garganta. Ella no cambió el gesto. Estaba muy seria, sentada en la silla casi de manera innatural, con los ojos marrones casi negros.
—Dijiste que era un error.
Ella hablaba sin problemas, firme y, le pareció a Rex, con tono casi frío.
Tuvo que pasar saliva. Le pitaban los oídos, habló y le costaba oírse.
—Te he echado mucho de menos —confesó—. A veces... A veces me equivoco.
Por fin, ella se movió, abriendo las manos en el regazo y mirándoselas como si fueran muy interesante. A Rex le pareció que se le había puesto la cara roja, pero no estaba seguro.
—Bueno —le dijo—, voy a quedarme. Por lo menos durante un tiempo.
Rex comenzó a frustrase. Tenía que decir las cosas claras, aunque costara. Se armó de valor, porque se dio cuenta de que aquello le aterrorizaba más que cualquier batalla.
—Ane —repitió, como para que le escuchara con atención—. No debería haberte besado: va en contra del Reglamento. —Dijo rápidamente, antes de añadir algo más—. Pero la verdad es que me gustó hacerlo.
La habitación se quedó en silencio. Ella levantó la cabeza para mirarle, igual de seria, como si estuvieran hablando sobre otro tema completamente diferente. Se observaron, petrificados de nuevo por la verdad que ahora flotaba entre ellos.
—¿Quieres hacerlo de nuevo?
Rex sintió que sudaba, que le latía el corazón a mil por hora. Se sentía fuera de su cuerpo. Ni siquiera se oyó a sí mismo decir:
—Ven.
Y en un momento la tenía encima.
Dejó de poder pensar con claridad.
Todo era Riane. Riane entre sus brazos, Riane en su regazo, Riane besándole, Riane tocándole.
Acabaron separándose al cabo de un rato, sin aire y sorprendidos a partes iguales por el calor que sentían. Ella retrocedió hacia los pies de la cama, y Rex agradeció el espacio, porque aún la sentía encima e ira incapaz de pensar.
De repente no podía mirarla, embragado por una timidez propia de un cadete inexperto.
Se recolocó la parte arriba del uniforme y carraspeó.
—¿Te ha gustado?
Rex frunció el ceño, avergonzado.
—Por el Creador, Riane. ¿Qué tipo de pregunta...?
Ella comenzó a reírse, como en un ataque maniaco de nervios. Rex se sorprendió a sí mismo sonriendo, y después riendo también. Llevaba mucho tiempo sin oír aquel sonido tan bonito.
Le hizo un gesto para que bajara la voz: lo último que necesitaban era a alguien oyéndoles allí dentro.
—Lo siento —consiguió contestar ella.
Estaba despeinada, pero Rex se giró a mirarla con una dulce sonrisa. Suspiró.
—Sí —respondió—. Me ha gustado.
Ella intentó tragarse otra pequeña risa, pero no lo consiguió.
Se quedaron en silencio de nuevo, mirándose con sonrisas estúpidas y nerviosas. Rex se mordió el labio inferior en gesto pensativo.
—Podríamos morir mañana. —Ella asintió—. Y nunca pensé que diría esto, pero... —Se pasó las manos por el corto pelo rubio—. ¿Quieres intentarlo?
Ella no respondió por un momento.
—Tendría que ser en secreto, Rex —le dijo—: nadie puede enterarse.
Él negó con la cabeza.
—Lo sé —le dijo—. Pero si de algo me he dado cuenta desde que te has ido, es que he malgastado mucho tiempo de mi vida dejándote ir. No viviré mucho, aunque sobreviva a la guerra, y...
No supo qué más decir. Se frotó la cara con las manos, y enseguida sintió la mano de Riane en su rodilla. Se había acercado, y cuando la miró, vio que sonreía.
—Nada me gustaría más que intentarlo, Rex —le dijo—. El tiempo que nos quede, quiero pasarlo a tu lado.
Él se inclinó hacia ella. Negó cortamente con la cabeza, por la locura que estaban los dos cometiendo, y la besó de nuevo.
Puede que el amor le hubiera nublado el juicio, que estuviera traicionando todos los valores que había estado defendiendo en su vida como soldado, pero, en aquel momento, hacerlo se sentía muy bien.
Seguía luchando por la República, se dijo. Lo único que pasaba es que ahora había encontrado otra razón para luchar por una galaxia mejor.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro