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027.

━━━━━━━━━━━ ✦₊˚.

De vuelta en Coruscant, Riane Unmel había sido absorbida completamente por sus obligaciones como teniente.

El viaje de vuelta en el N-2 había sido el más incómodo de su vida. Por lo menos agradecía que Rex estuviera en la cabina de detrás: así no había podido ver las lágrimas rebeldes de que le habían escurrido por las mejillas hasta el cuello. Ella y Rex no habían vuelto a hablar, y ella había decidido no perseguirle.

Su reacción le había hecho daño, pero en realidad la entendía.

Conocía a Rex. Conocía su sentido del honor, del deber. Habían roto el código, el Reglamento: quizás él tenía razón y era mejor olvidarlo todo. Eso es lo que le decía su cabeza.

Pero su corazón se aceleraba al recordar sus labios, torpes e inexpertos sobre los suyos, sus manos hambrientas sobre su cuerpo.

Suspiró, frotándose los ojos y abriendo el siguiente holograma en su datapad. Informes, informes...

Alguien llamó a la puerta.

—Adelante —suspiró ella desde la silla de su pequeño despacho.

La puerta se deslizó para dejar ver a Malk, uno de los nuevos del Pelotón, al otro lado. Riane le dio una pequeña sonrisa, pero el brillitos tenía puesto el casco.

—La comandante Tano me ha pedido que le diga que la espera en la sala de guerra siete, señora.

Riane se levantó con torpeza, recogiendo su casco del otro lado de la mesa y cerrando los archivos: se había olvidado completamente de su cita con Ahsoka.

—Ah, sí —consiguió mascullar mientras se ponía el casco—. Gracias, Malk.

El chico le dio un saludo militar y se fue. Riane atravesó los pasillos del Cuartel tan rápido como pudo sin llamar demasiado la atención. Miró entre los clones que caminaban por ahí, en busca de Cincos: se suponía que volvería pronto al planeta tras una misión en el Borde Medio, pero no había recibido noticias suyas aún, así que supuso que seguía en el frente.

También debería de hablar con Padmé, pero no quería sacar el tema de Rex y decirle lo que había pasado...

Sacudió la cabeza, entrando en la sala de guerra sin llamar. Ahsoka estaba sentada en el banco, meditando. Tenía las piernas dobladas y los ojos cerrados. Riane se quitó el casco mientras la puerta se cerraba tras ella, dejándolo encima de la mesa de transmisiones que había en el centro.

—Siento llegar tarde...

Ahsoka tenía los ojos cerrados, pero la interrumpió.

—Siento tu preocupación, Riane.

Ella apretó los dientes. Malditos Jedi y sus trucos...

—Sólo es estrés, 'Soka —le aseguró—. Por eso llego tarde: me lié preparado archivos para la nueva misión del Pelotón.

Se sentó frente a ella, y cuando la adolescente abrió los ojos, vio que no la creía. Intentó apartar la mirada de la cara de su amiga, pero no había mucho más que mirar. Sacó una de sus DL-44 e hizo como que comprobaba la carga.

Algo estúpido, porque no había salido del Cuartel desde que había llegado de Naboo.

—Si tú lo dices —dijo la niña después de un rato.

Riane le dio una débil sonrisa, agradeciendo que no insistiera más. La Padawan le hizo un par de preguntas respecto a su misión, pero Riane no le quiso dar muchos detalles.

—¿Y tú qué? —cambió Riane de tema—. ¿No deberías estar entrenando?

—Ha habido un ataque al Templo —suspiró la niña—: una explosión. El Maestro Skywalker y yo la estamos investigando.

Riane escuchó los detalles durante algunos minutos. Al parecer, el principal sospechoso debía ser un Jedi del Templo. La verdad, Riane no sabía qué pensar. Ya sabía que no todos los Jedi eran buenos: había conocido a Krell en persona.

Después un rato, hubo otra interrupción. Alguien más llamó a la puerta.

—Pase —respondió Ahsoka enseguida.

Riane distinguió el casco del clon que estaba al otro lado de la puerta: era Rex. No apartó la mirada de su visor, sino que apretó la mandíbula y le miró con dureza. No podía evitarlo.

—Comandante Tano —dijo él como si nada—, el general Skywalker la está buscando.

—Gracias, Rex —respondió Ahsoka.

Y el clon giró la cabeza hacia Riane débilmente.

—Teniente Unmel —saludó fríamente.

—Capitán —dijo ella de vuelta.

Rex se marchó sin decir nada más. Eso era lo único que se habían dicho desde que habían vuelto de Naboo. Riane se había quedado petrificada, mirando la puerta. Le dolía la cabeza y se le había secado la boca.

—¿Tú y Rex? —preguntó Ahsoka en un tono divertido.

—No —respondió Riane duramente mientras se ponía el casco.

Como si eso fuera a debilitar los sentidos agudos de la togruta. La niña se levantó de su asiento y se encogió de hombros mientras las dos salían al pasillo.

—Si tú lo dices —repitió.

Riane estaba deseando volver al frente.

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La teniente Unmel comenzaba a odiar la guerra. Se estaba viendo envuelta en uno de los episodios más dolorosos, al menos para ella personalmente, de la Guerra de los Clones.

Ahsoka Tano era fugitiva de la República. Se la había inculpado de matar a una prisionera conectada a la explosión del Templo en el Cuartel del GER y de matar y atacar a clones en su escape de la prisión. Riane y Rex habían sido llamados por Skywalker para ayudar con la búsqueda de la Padawan. Riane no podía aceptar que de verdad Ahsoka pudiera a hacer algo así.

Era imposible.

Los tres habían acudido en un speeder a las instalaciones de celdas cuando Skywalker había sido notificado del escape de Ahsoka. Riane y Rex no habían hablado para nada más de lo necesario, pero estaba claro que los dos estaban muy preocupados por la situación.

Los tres se abalanzaron dentro de las instalaciones. Ni Riane ni Rex habían sacado sus pistolas.

—La sospechosa ha matado a tres clones: código rojo —oyeron al comandante Fox decir al otro lado del pasillo—. Si veis al objetivo, disparad a matar.

—¡Retire esa orden, comandante Fox! —dijo Skywalker cuando le alcanzaron.

—¡Ha matado a soldados! —dijo este.

Riane se había agachado para estudiar los cadáveres: habían sido asesinados con espadas láser, pero era imposible que Ahsoka hubiese hecho algo así.

—Conozco a la comandante —le dijo Rex a su hermano con tono duro—, jamás haría algo así.

—¿Entonces quién? ¿Quién ha sido?

Riane volvió a incorporarse, mirando el casco rojo y blanco de Fox a través de su propio visor.

—Ahsoka no ha podido hacer esto —declaró.

—Silencio —dijo Skywalker pasando entre ellos—. ¡Ahsoka! —gritó—. ¡Soy yo, Anakin! ¡Deja de correr!

Entonces, la voz de Ahsoka les respondió desde algún pasillo cercano. A Riane le dolía el pecho al oír la desesperación en la voz de la adolescente.

—No puedes ayudarme, maestro. ¡Me han tendido una trampa!

—¡Te creo, Ahsoka! —dijo él.

—¡Pero eres el único!

Riane se mordió el labio. Estaba claro que aquella conversación quedaba allí, que la niña volvía a correr. Skywalker negó con la cabeza.

—Seguid registrando el edificio. —Señaló a Rex con el dedo—. Rex, avisa a seguridad, hay que buscar hasta encontrarla.

El Jedi salió corriendo y el capitán subió la muñeca para hablar por su comunicador. Riane se giró hacia Fox, y, aunque era un superior, le habló con tono duro.

—El general le ha dicho que retire la orden de disparar a matar —le recordó.

Fox no se movió durante un par de segundos. Después alzó la muñeca y pulsó su intercomunicador también.

—Aquí el comandante Fox. No disparéis a matar —declaró a las tropas—. Repito, poned vuestras pistolas en modo aturdimiento. No disparéis a matar.

Riane sentía la mirada de reproche de Rex en la nuca, pero le daba igual. Rex dio la orden a continuación.

—El general Skywalker ha emitido una orden de busca y captura de Ahsoka Tano. Ha matado a tres clones y se la considera armada y peligrosa.

La teniente pasó saliva. Iba a tener que capturar a una hermana.

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Varias unidades de la República buscaban a Ahsoka Tano. Su persecución se había alargado durante horas, en los barrios bajos de Coruscant. Una unidad especial del Wolfpack, de la Guardia de Coruscant y de la 501 buscaba a la Padawan. Había sido vista en compañía de la antigua Sith y aprendiz de Dooku: Asajj Ventress.

¿Qué estaba haciendo su amiga?

Riane no entendía nada, pero sentía la angustia por ella en todo el cuerpo. Aquella niña era su amiga, su hermana. La había aceptado en la 501 desde el primer día: y alguien la había convertido en su enemiga. Simplemente se negaba a aceptarlo.

Las cosas entre Rex y ella seguían siendo incómodas, pero se comunicaban con profesionalidad por el bien de la Padawan y de la misión.

Y, finalmente, la habían atrapado. Wolffe la había disparado con el modo aturdidor, entre cajas de una antigua fábrica en los niveles bajos de Coruscant.

Anakin y Plo Koon se acercaron a Ahsoka, quien estaba desmayada y llena de polvo. Riane negó con la cabeza ante la imagen.

—Explosivos —dijo Wolffe abriendo una de las cajas junto a Ahsoka—: es el mismo tipo de nanodroides que se utilizaron para volar el Templo Jedi.

—No puedo creerlo —suspiró Anakin.

Riane explotó, al ver la duda incluso en los ojos del general.

—¡No tienes pruebas! —le gritó a Wolffe con violencia—. ¡Ella misma dijo que le estaban tendiendo una trampa!

Una fuerte mano tiró de ella hacia atrás. Rex la giró hacia así, agachando la cabeza para reprenderla como si fuera una niña. Eso sólo la enfadó más, pero no dijo nada, porque se podía imaginar sus ojos perfectamente bajo el visor del casco.

Se soltó de su agarre y retrocedió. No sabía si se iba a meter en problemas por gritarle a un superior, pero la verdad es que no le importaba lo más mínimo.

Rex y ella misma se subieron a una cañonera con los dos Jedi y la Padawan. Riane sujetaba a la inconsciente Ahsoka contra la pared: se había quitado el casco, como Rex, y tenía la cara bañada en sombras. No podía creer que estuviera viendo a su comandante esposada.

El maestro Yoda estaba hablando con Anakin y con Plo Koon a través de una transmisión.

—¿Atrapada ha sido?

—Sí —respondió Plo Koon—, maestro Yoda.

—¿Sin incidentes?

—No, la redujeron los clones y la hallaron en posesión de nanodroides explosivos.

Riane sentía la mirada de Rex sobre ella: le advertía de que no abriera la boca. La teniente miraba a la togruta con gesto amargo, pero no dijo nada más.

—Sigue sin explicar la participación de Ventress —intervino Skywalker—: la vimos con Ahsoka, creo que hay mucho más detrás de todo esto.

—¿A favor de Ahsoka, o en su contra? —preguntó Mace Windu.

—Eso está por ver —declaró Plo Koon con un suspiro.

—La llevaremos de regreso al Templo —les dijo Skywalker.

Mace Windu asintió.

—Esperamos que podamos retenerla.

La transmisión se cortó y Skywalker se giró para mirar a su Padawan. El futuro de la adolescente era incierto.

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Riane no se atrevió a salir de su despacho hasta que Padmé le dio las noticias de manera extraoficial: Ahsoka Tano había sido expulsada de la Orden Jedi. Había sido después juzgada por la República y declarada inocente tras el hallazgo de nuevas pruebas por parte de Anakin Skywalker y la confesión de otra Padawan, Barriss Offee, como autora de los crímenes.

El Consejo Jedi le había ofrecido a Ahsoka volver a la Orden. Pero la había abandonado.

Se había ido, sin despedirse.

La 501 había perdido a su comandante. Riane había perdido a una amiga.

Riane intentó no llorar, pero no pudo evitarlo. No puedo evitar llorar por aquella guerra, por Ahsoka, por lo que había pasado entre Rex y ella.

Un pensamiento alarmante se le pasó por la cabeza: no debería haberse unido a esa guerra. Debería de haberse quedado como guardaespaldas de Padmé, como una mujer anónima en esa República, en esa guerra. Pero se había unido a la lucha, y se había encariñado con sus compatriotas. Había perdido a muchos de ellos, y eso solo la hacía sufrir.

Se limpió las lágrimas con amargura, poniéndose el casco y saliendo de la pequeña habitación. Se dirigió a la habitación de Rex. No habían tenido una conversación a solas desde que habían vuelto de Naboo. Desde que se habían besado.

Pero Ahsoka era también su amiga. Sabía que la Padawan había visto a Rex como a un mentor. Si Riane sabía lo que había pasado, le debía darle la información.

Llamó a la puerta. Le temblaban las manos, pero no sabía si era por el disgusto o por los nervios.

—Adelante —respondió Rex desde el interior.

Riane pulsó el interruptor de la puerta y entró dentro. Cerró los ojos bajo el casco hasta que la puerta se cerró tras ella. Después los abrió. Rex estaba sentado en la única silla, con el casco encima de la mesa, pero la armadura aún puesta. Parecía sorprendido de verla allí. Y parecía cansado.

—Capitán —le dijo, firme y con una formalidad incómoda—. Ahsoka Tano ha sido declarada inocente. —Él se puso de pie, con alegría, pero ella se dio prisa en acabar—. Pero ha decidido abandonar la Orden Jedi y, como consecuencia, el Gran Ejército de la República.

Rex palideció. Fue como si Riane le hubiera dado una patada en el estómago, como si le acabara de apuñalar. Se volvió a sentar. Ella entendía su dolor.

Se quedaron en silencio. Rex no preguntó nada más. Riane supuso que, o no lo quería saber, o estaba seguro de que Skywalker le daría los detalles más tarde.

No se atrevió a moverse. Parte de ella quería irse, quería enterrarse en informes para no poder pensar en lo que había pasado. Pero parte de ella quería quedarse allí, con el hombre al que amaba.

Aunque él no la amara a ella.

Riane se quitó el casco con manos temblorosas, se lo apoyo contra la cadera izquierda. Dejó relajar los hombros y la espalda, y bajó la cabeza con tristeza. El pelo le cubrió la cara: le costaba respirar.

—Ane —llamó Rex.

Sintió que se le llenaban los ojos de lágrimas al oír el mote. Rex se levantó despacio, pero ella estaba mirando al suelo. El capitán se acercó y, sin florituras, la rodeó con sus brazos para atraerla en un abrazo.

Riane comenzó a llorar de nuevo, esta vez contra su cuello. Rex no se quejó.

Acabaron sentados en la cama. No dijeron nada, porque sobraban las palabras. Pero estaban juntos, pasara lo que pasara entre ellos y a su alrededor. Riane supuso que eso era lo que importaba al final.

Rex aún no podía superar lo que acababa de oír. Le dolía la cabeza, y parte de él quería que todo aquello fuera una pesadilla, un sueño derivado de la fatiga. Pero no lo era: la pequeña Ahsoka se había ido.

Y Riane estaba allí, con él, como si Rex no le hubiera roto el corazón en mil pedazos. Sabía que se había comportado mal, pero no había podido evitarlo. Le aterraba lo que había hecho. No había podido dormir durante días, pensando en el error que se había dejado cometer.

Se repetía que lo que había pasado en Naboo había sido un desliz. Que se había sentido embargado por la sensación de felicidad que le generaba estar a solas con Riane. Que se había olvidado de quién era: un oficial clon del Gran Ejército de la República.

Se dijo que no podía repetirse, que debía olvidarse de lo que sentía por ella. Pero era consciente de que eso era imposible. Porque la quería.

Pero esa noche, no se permitió pensar más en eso. Pensó en Ahsoka, en su amiga, en lo que había pasado esos días.

Y sintió furia, por primera vez en su corta vida, hacia la República y los Jedi.

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