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025.

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La guerra continuaba, pero, por una vez, Riane Unmel había tenido una misión tranquila. Había sido una de aquellas que ya escaseaban: ella y Rex habían pasado revisión en varias bases del Borde Exterior. Ninguno de los dos había mencionado Rishi. La nueva misión les traía recuerdos a ambos. Rex recordaba vivamente al Escuadrón Dominó, y Riane recordaba oír las historias de esos chicos de labios de Echo y Cincos. El aniversario de la muerte del primero aún estaba reciente, como una herida que le resquemaba al moverse.

Pero la misión acabó en pocas rotaciones y los dos decidieron volver a Coruscant cuanto antes. El viaje no sería largo, pero los dos debían volver al frente. Riane contactó con Ahsoka antes de dar el primer salto hiperespacial.

—Comandante —informó—; Rex y yo nos dirigimos de vuelta a Coruscant. Pararemos a repostar en Ogora, a medio camino. Calculo que llegaremos antes del final de la próxima rotación.

La joven togruta asintió, los brazos cruzados detrás de la espalda.

—Perfecto, Riane. Aquí os esperamos. Que la Fuerza os acompañe.

La transmisión se cortó y Rex hizo que la nave diera el primer salto. Los dos se quedaron un momento en silencio.

—¿Con ganas de volver a casa? —preguntó el clon.

Riane le dirigió una pequeña sonrisa.

—No lo sabes bien, capitán.

Ambos revisaron planes de ataque e informes hasta que su nave de la República salió del hiperespacio. Ante ellos se encontraba Ogora, un planeta pequeño, miembro de la República, poco conocido por su combustible barato. Desde la nave, los dos podían distinguir una superficie de aspecto frondoso, pero de colores anaranjados y tostados. Riane comenzó la aproximación a la superficie, y, una vez allí, descendieron sobre las cañerías de la estación más cercana. Les atendió un hombre de piel morena y ojos extremadamente amarillentos, casi dorados (como era normal en el sistema), quien les aseguró que era un honor que repostaran allí.

Pagaron con créditos de la República y volvieron al espacio exterior.

—Bien —dijo Rex mientras la consola de la nave calculaba el próximo salto—: siguiente destino, Coruscant.

Riane asintió. Las estrellas se alargaron ante ellos mientras el espacio más profundo les absorbía. La mujer se volvió hacia su datapad, intentando concentrarse en sus informes. Rex hizo lo mismo, pero no pudo evitar pensar en lo poco que le apetecía volver al Cuartel. No era siquiera por volver al frente, pero disfrutaba de la compañía de Riane...

Vio una alerta roja que iluminaba el panel central de la nave. Bajó el datapad y se inclinó sobre los controles.

—Tenemos un problema —anunció.

Riane se giró hacia él de inmediato, dándole toda su atención.

—¿Qué ocurre?

Rex frunció los labios.

—El hiperpropulsor está fallando.

—¿Por el carburante?

—No sé si tiene algo que ver...

La miró de reojo. Ella también estaba inclinada sobre la consola, el brillo rojo iluminándole las facciones morenas. Llevaba el pelo recogido en un moño tirante, y, aunque estaban en medio del hiperespacio con un propulsor obsoleto, no parecía inundada por el pánico que a otro le generaría la situación.

Rex se recordó que no era un buen momento para observarla con ojos de enamorado.

—La ruta de salida más segura es Naboo —dijo la mujer—, pero puede que sea una salida forzada.

El capitán de la 501 se tragó un suspiro.

—Es nuestra opción más segura —le dijo a su amiga—: por lo menos estaremos en un planeta aliado y con tecnología suficiente para volver. Está claro que no podemos seguir con el propulsor fallando.

La mujer se puso manos a la obra, y Rex agarró los controles de la nave para intentar controlar el rumbo al salir. Riane asintió, y los dos hicieron una cuenta atrás.

La salida forzada del hiperespacio fue tan brusca como esperaban. A Rex le costó hacer que la nave dejara de oscilar y girar en el espacio, pero más le costó frenar su caída hacia la superficie de Naboo: el campo gravitatorio les atraía, y habían entrado a él muy bruscamente como para impedirlo.

Las luces de emergencia se encendieron, las alertas comenzaron a pitar sobre sus cabezas.

—¡Agárrate! —le dijo Rex a Riane sobre el ruido.

Los siguientes instantes se juntaban nebulosos en su mente. Recordaba vagamente estrellarse en la superficie, en una zona poco poblada y llena de pasto... Ambos se arrastraron fuera de la nave, tosiendo. Grandes planicies de hierba se extendían ante ellos. Rex podía ver varias colinas a lo lejos, pero aquella zona no parecía estar cerca de la civilización, de la capital...

—Podría haber sido peor —dijo Riane cuando ambos recuperaron la compostura.

Rex se giró hacia la nave a sus espaldas. No estaba para el arrastre, pero sería incapaz de volar. Suspiró, negando con la cabeza.

—Sí —dijo—, podríamos haber muerto, Ane.

La chica negó con la cabeza.

—Agradece por lo menos que sé dónde estamos, Rex.

El capitán la miró de reojo, poniéndose el casco. Riane le imitó. El capitán intentó establecer comunicación con Coruscant, pero las señales de sus cascos utilizaban un repetidor en la nave, la cual estaba inutilizada completamente... Suspiró.

—¿Lo sabes?

La chica comenzó a caminar hacia las colinas. El sol se ponía frente a ella, recortando su figura a contraluz.

—¿Te he hablado alguna vez de mi amigo Olher?

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Caminaron durante un par de horas estándar. Encontrar al amigo de Riane era la solución más rápida para su pequeño problema de comunicación. Si él les ayudaba, podrían comunicarse con Coruscant, o, por lo menos, algún alto mando de Naboo.

Llegaron a la granja al caer la noche.

No tenía animales, sino grandes planicies cultivadas y listas para cosechar pronto, Rex observó. La casa era pequeña en comparación con las tierras que la rodeaban, pero no era tampoco humilde. Rex sabía que el amigo de Riane había servido en las Fuerzas de Naboo, y era probable que, por eso, al retirarse se hubiera podido permitir una vivienda con comodidades y buena decoración. Parecía tener dos plantas. Las ventanas estaban decoradas con jarrones y las paredes eran de durita de color crema. Una luz amarillenta iluminaba el porche y la puerta principal de color marrón.

Los dos subieron los dos escalones que había en la entrada, se quitaron los cascos y Riane llamó a la puerta. Rex se tragó un suspiro de impaciencia. Hacía horas que tenían que haber llegado a Coruscant...

La puerta se abrió, y un hombre alto, de aspecto fuerte y piel oscura apareció ante ellos. La expresión de su rostro pasó por tres fases: primero confusión, luego sorpresa, y, por último, plena alegría.

—¡Riane!

Agarró a Riane en un brusco abrazo, como si no le importara su armadura llena de hollín. La chica rio, dándole palmadas en la espalda a su viejo amigo mientras Rex les observaba con incomodidad. Su nerviosismo aumentó al divisar a una mujer delgada en el pasillo, con un bebé en brazos.

Unmel abrazó a la pareja y besó la frente de la criatura con ternura. Después, se giró hacia Rex.

—Alare, Olher, este es el capitán Rex de la Legión 501.

Olher le dio una gran sonrisa, sacudiendo su mano con firmeza.

—Hemos oído mucho de usted, capitán —le aseguró.

Todos se adentraron en la casa.

—Llámeme Rex —pidió el clon—. Gracias por acogernos.

La pareja les dio de cenar y ambos explicaron su situación. Riane cenó con la niña en brazos. El color de su piel era tan oscuro como la de sus padres, y tenía dos grandes ojos marrones que miraban a Rex con curiosidad. La pequeña Aiby le ponía nervioso, pero Riane, que era su madrina y no había visto al bebé en persona hasta el momento, parecía entusiasmada con poder cogerla en brazos.

A Rex le pareció que Riane hubiera sido una buena madre, pero como él nunca había tenido una, no podía estar seguro.

Los Denn escucharon su historia, y el exmilitar les dio lo que creía que era la solución más rápida.

—Los códigos están cifrados —les explicó—, por eso, sin un transmisor de largo alcance de la República, no podréis alcanzar Coruscant.

—¿Y qué hay de Theed? —preguntó Rex.

Olher negó con la cabeza despacio.

—Estamos al otro lado de Naboo —le dijo—: aunque tuviera un transmisor de tanta potencia, ya nadie escucharía la señal de un granjero. —Se metió una gran verdura en la boca. Tragó y continuó—: Por eso, Ri, la solución más rápida es que vayáis al hangar y te hagas con el N-2.

Riane miraba su plato. Rex había dejado de entender. Se giró hacia la chica, y ella sintió su mirada en ella y explicó lo que pasaba.

—Mi padre sirvió en el Cuerpo de Ingenieros de Naves Estelares. En la antigua casa de mi familia, en el hangar, debería de haber un prototipo para un caza estelar N-2. Nunca llegó a construirse; pero fue uno de los proyectos inacabados de mi padre antes de fallecer.

Rex se imaginó que volver a su casa de la infancia no iba a ser una bonita experiencia para la chica. Aun así, si aquella era su única opción y Riane estaba dispuesta a llevar acabo el plan, él la apoyaría.

Cambiaron de tema. Hablaron de la guerra, de la vida de un militar, y de la pequeña Aiby hasta que era noche cerrada. Riane durmió en la pequeña cama de la única habitación libre, y Rex se acurrucó para intentar descansar en el sofá más grande del salón.

Hacía calor en Naboo.

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A la mañana siguiente, los habitantes de la granja y sus invitados se levantaron temprano, casi a la vez que el sol iluminaba los campos de los alrededores. Rex estaba ayudando a Olher a preparar los speeders mientras Riane y Alane reunían provisiones dentro de la casa.

Rex se había quitado la armadura para poder soportar el calor del planeta. Olher le había prestado ropa, y él y Riane habían guardado sus respectivas protecciones en los compartimentos de las motos speeder.

El clon alzó la cabeza al divisar a la teniente al otro lado del ventanal que daba a la cocina. Tenía al bebé en brazos mientras Alare le hablaba desde el otro lado de la encimera. Rex sabía que aquella conducta era poco propia de un oficial como él. Se suponía que siempre debían portar una actitud impoluta y recta. Fijarse en una oficial iba en contra de aquello, pero cada vez le costaba más resistirse a Riane.

Se sorprendió deseando que no fueran tan amigos, que no trabajaran tan bien en equipo. Quizás así él podría olvidarse de ella.

—Capitán Rex. —La voz de Olher le sorprendió. Se giró hacia él, pero el otro hombre estaba mirando el tanque de combustible de uno de los speeders—. Cuando lleguéis al borde del País de los Lagos, donde la antigua casa de Riane se encuentra, veréis bastantes flores de Milla. Suelen ser rojas y azules, es una de nuestras exportaciones más famosas. A Riane le encantan.

Rex sintió que se sonrojaba. Deseó tener su casco, pero, en cambio, bajó la cabeza hacia los controles de la moto para ocultarlo.

—No entiendo muy bien a qué te refieres.

Olher soltó una risa queda.

—Yo también me enamoré mientras servía a los míos, capitán. Puede que Riane y tú os podáis engañar el uno al otro, pero no engañáis a los demás. He visto cómo la miras cuando tiene a mi hija en brazos: no tiene nada malo desear otra vida.

Pero yo soy un clon. Un soldado diseñado para luchar y morir.

Rex alzó la cabeza, un gesto de mortificación en su cara, pero Olher Denn ya estaba caminando hacia la puerta y llamando a Riane, asegurándole que los speeders estaban listos y que podían partir hacia su hogar.





NOTA: Ogora es un planeta ficticio perteneciente a WantedHustler. Su utilización en este capítulo ha sido permitida por la autora en cuestión.

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