024.
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Las semanas y los meses pasaron sin descanso para Riane. Las batallas se sucedían una tras otra, y esperaba encontrar descanso pronto. Era cierto que sus chicos resistían bien a los tiros de los droides, que la unidad que había en el Pelotón Rayo hacía que la compenetración fuera óptima, pero, aun así, era imposible detener las bajas. Estaban en guerra, aquello estaba claro.
Por eso, se intentaba mantener ocupada incluso cuando no estaba en el frente. Ya fuera diseñando estrategias con Cincos, o jugando al sabacc con Jesse y Kix. Toda distracción era poca, cuando se vivía batalla a batalla.
—¡Ri!
Un grito cariñoso a sus espaldas la sorprendió. Ni siquiera había oído la puerta de la sala de guerra abrirse, pero la pequeña Ahsoka estaba al otro lado, sonriente. Riane le devolvió el gesto, invitándola a pasar con un gesto de la mano. La niña se aproximó a la mesa, mirando los planos desplegados en el holograma con curiosidad.
Ahsoka había crecido mucho en... todos esos meses.
Sí, Ahsoka había crecido mucho en ese tiempo. No sólo físicamente: también había madurado mucho, probablemente por la guerra en la que todos se encontraban. Incluso Riane se había vuelto más seria, por lo menos cuando la situación lo requería. Aun así, siempre vería a la togruta como la pequeña Jedi que había conocido en Naboo.
—¿Qué te trae por aquí, comandante? —le preguntó.
Ahsoka levantó la cabeza del holograma, poniendo los ojos en blanco ante el uso del rango militar.
—Rex me dijo que podría encontrarte aquí.
Riane se cruzó de brazos, una sonrisa más amplia en los labios. Asintió, volviendo a hablar con tinte más cómico.
—¿Dónde iba a estar después de una batalla? —le dijo a la niña, señalando la habitación y a los planos abiertos en la mesa con la cabeza.
Ahsoka le devolvió la mueca de socarronería.
—Pues quizás en el comedor, o en las duchas, o en el cuartel; como los demás —le dijo con tono de obviedad—. Acabamos de volver de un asalto y ya estás pensando en el siguiente, Ri.
—No es para tanto, pequeña —le dijo con sinceridad a su amiga.
La togruta se cruzó de brazos, ladeando la cabeza como si estuviera dudando en decir algo. Riane levantó la ceja izquierda, haciendo que suspirara antes de confesar algo.
—En realidad es Rex quien me manda —le dijo—: está preocupado por ti.
Riane apartó la mirada, frunciendo el ceño. Sintió que se sonrojaba, que el calor le trepaba por el cuerpo para hacerse con su cara, pero no cambió de expresión. ¿Rex? ¿Preocupado? ¿Y por qué no había venido él a decirle algo? ¿Por qué tenía que mandar a la comandante...?
—Me dijo que a él no le ibas a escuchar —continuó la niña, el tono de voz más bajo—, así que me pidió que hablara contigo.
Sin poder evitarlo, Riane le respondió a ella con mala cara.
—¿Y por qué está preocupado?
Ahsoka no pareció ofenderse por su tono, pero sí parecía incómoda.
—Va a hacer ya dos años, y Rex teme que sea por eso que trabajas tanto —escupió por fin.
Riane tomó asiento con un suspiro, llevándose la mano al hombro izquierdo de la armadura, donde el número de Echo aún estaba grabado. Había rascado la pintura azul en otros puntos para anotar las pérdidas de su pelotón, pero sólo el número de su amigo estaba en su armadura: especial, siempre presente.
Negó levemente con la cabeza, sintiendo la mirada preocupada de Ahsoka en ella. Le devolvió la mirada, intentando que fuera amable. Aquella niña era como una hermana pequeña, después de tantos asaltos juntas, y la verdad es que no quería preocuparla. Al menos no más de lo necesario.
Le dio una palmada al asiento de piedra a su lado, y Ahsoka se sentó ahí enseguida, dejando que Riane le rodeara los hombros con un brazo.
—Estoy bien —le dijo a la niña—. Lo que pasa es que a veces las cosas se me vuelven cuesta arriba. Pierdo a más de mis chicos de los que me gustaría, los días y las batallas se amontonan, y... —Sacudió la cabeza, no callándose nada—. A veces necesito estar sola.
Se quedaron en silencio hasta que la niña respondió.
—Aún recuerdo cuando el Maestro Skywalker me confió mi primera misión espacial: a cargo de mi propio pelotón —relató—. Perdí a muchos de mis hombres, y, aunque dudaba de mí misma, él me dijo que debía ser valiente, que esa era la realidad de estar al mando.
Riane asintió.
—Y tu Maestro tiene razón, 'Soka —sonrió la teniente—. Al estar al mando, tenemos las vidas de otros en nuestras manos: pero a veces es imposible evitar que se a vayan de nuestro lado. Hay que ser fuertes en todo momento, pero es normal dudar de uno mismo: eso es lo que nos hace personas. Tenemos que superar los tiempos difíciles, porque siempre habrá otros en los que podamos luchar por los que nos han dejado.
La niña le regaló una de sus dulces sonrisas.
—Tienes razón, Ri.
Se abrazaron cortamente, aprovechando que estaban solas, antes de que Ahsoka saliera al pasillo para su entrenamiento en El Resuelto con el general Skywalker.
—Deberías hablar con Rex —le dijo ella antes de irse—. Para que se quede más tranquilo.
Riane asintió, sonriendo.
—Lo haré.
La niña salió y ella volvió a girarse hacia los planos.
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Tras una nueva batalla y un largo día en el puente, Rex volvió a su habitación tras la última reunión. No había podido ir a la cena, pero la verdad era que no le apetecía nada comer. Quería tumbarse en su cama y dormir todo lo posible.
Entró en su cuarto del buque insignia y, sin siquiera encender las luces, dejó su casco en el escritorio. Después se deshizo de los guantes, y estaba a punto de comenzar a quitarse la armadura cuando alguien picó a la puerta: tres veces y con decisión.
Suspirando, se acercó para abrir. ¿Quién podía ser a esas horas?
Pulsó el interruptor, y, entre la luz que estaba en el pasillo, la figura de Riane se recortaba imponente. El capitán pestañeó un par de veces con estupefacción.
—¿Ane?
La chica se quitó el casco, meneando la cabeza hacia los lados porque llevaba el pelo suelto.
—¿Podemos hablar? —le preguntó—. Sé que es tarde, lo siento.
Rex asintió, y se apartó para dejarla pasar. Mientras la puerta se cerraba tras la chica, encendió las luces. Fue entonces cuando se dio cuenta del desorden que había sobre la mesa, que estaba llena de datapads y de papeles, pero a ella no le pareció importarle. Se sentó en la única silla, dejando el casco en la mesa con un suspiro. Rex la miró desde arriba.
—¿Ha pasado algo?
Riane nunca había sido de dar rodeos, así que no le sorprendió mucho que abordara el tema sin más:
—Mandaste a Ahsoka para que hablara conmigo, ¿no?
Rex se mordió el interior de la mejilla. ¿De qué valía mentirle?
—Sí —confesó—. Estoy preocupado por ti.
La chica apartó la mirada, pero él no se movió del sitio.
—Me avergüenza un poco que mandes a la comandante para eso —dijo la chica.
Él ladeó la cabeza hacia a un lado.
—Es tu amiga.
Ella aún no le miraba. Estaba rascando una parte de la pintura de la guarda del brazo, que se caía por el uso.
—Tú también eres mi amigo —le dijo con dureza—: no hacía falta que la mandaras a ella.
Rex se tragó un suspiro.
—Sé que si te pasa algo no me lo vas a contar, novata.
Eso hizo que Riane levantara la cabeza como un resorte. Parecía irascible, porque también se puso de pie, estirando los hombros como si eso le hiciera ganar altura.
—Ya no soy una novata.
Lo dijo con un tono tan intimidante que un brillitos se habría caído de culo de la impresión, pero Rex alzó la comisura izquierda de la boca en una sonrisa al pasar por su lado y acercarse al armario.
—Ya lo sé, Ane.
Rebuscó por una camiseta limpia en el cajón, pero ella no respondió. Se giró sobre su hombro, y se encontró con su mirada. Volvió a suspirar, girándose completamente hacia ella y cruzándose de brazos. Le dio su mirada de capitán.
—La mandé a ella porque eres una orgullosa —continuó—. Te conozco, y sé que, si te pasa algo, no me lo vas a confesar a mí así como así.
Rex se preguntaba si eso era por la misma razón por la cual él intentaba mantener el tipo frente a ella. No le gustaba que le viese mal, pero no era por ser su superior. Esa admiración que sentía por Riane había estado volviéndose más peligrosa. Comenzaba a admitirse a sí mismo que pensaba en ella más de lo que debería. Que le preocupaba lo que ella pensara de él, y que por eso intentaba aparentar que siempre estaba bien y a cargo de la situación en todo momento.
Le costaba admitir que Riane le distraía. Sabía que debería olvidarse de ella completamente: cualquier sentimiento más allá de la amistad iba en contra del Reglamento, pero era difícil ignorar sus propias emociones cuando le consumían.
Había sido así siempre: Umbara, su encuentro con Ventress, la misión al Borde Exterior que ambos habían llevado a cabo... Cada vez estaban más unidos, y, cada vez, era más complicado verla como simplemente su teniente.
Por eso se preocupaba por ella. Quizás Cincos tenía razón y sí que tenía una debilidad por Riane.
Ella apartó la mirada, volvió a sentarse y enterró la cara en las manos. A Rex se le encogió el pecho.
—No me pasa nada raro —le confesó—: pierdo hombres todos los días... Pero veo a Echo en cada una de esas muertes. Los meses pasan, y este año no es más fácil que el anterior.
El capitán de la 501 no encontró la fuerza para acercarse más a ella, así que, por lo menos, no dejó de mirarla.
—Sabes que te entiendo —le dijo él—, y que puedes hablar conmigo respecto a estas cosas.
—El año pasado estábamos en el frente —continuó ella de inmediato—. No tuve tiempo para pensar en el aniversario de su muerte: sólo podía pensar en mantenerme con vida.
Rex pasó saliva.
—Nadie te juzga por eso, Ane.
—No estoy diciendo que nadie me juzgue. —Seguía con la cara enterrada en las manos, pero parecía que se le rompía la voz—. Pero nadie os llora. Nadie nos llora. Yo misma no debería de sentirme afectada porque un clon muera. Vuestras vidas valen lo que vale la victoria, y...
Levantó la cabeza. Al ver su expresión, a Rex casi le fallan las piernas. Estaba llorando, y él se quedó clavado en el sitio.
Ambos sintieron con fuerza los dos segundos de silencio que vinieron después, hasta que Riane acabó la frase.
—Y eso me enfada mucho.
Sin gestos ceremoniosos, Rex se sentó en la cama. Riane se levantó, aún llorando y sin sollozar, para sentarse a su lado. Él le pasó un brazo por los hombros. Se abrazaron.
—Debes continuar haciendo lo que crees que es correcto, Ane —suspiró Rex—. Si crees que debes luchar, lucha. Si crees que debes llorar, llora. Si crees que debes recordar cada nombre, cada número de asignación de los chicos de la 501, hazlo. Pero tenemos que seguir adelante.
Ella asintió, cabizbaja.
—Por Echo —respondió Riane.
Rex le apretó el hombro.
—Por Echo.
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