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023.

━━━━━━━━━━━ ✦₊˚.

Rex y Riane habían colocado a los hombres y a las mujeres en grupos. Habían traído el material del Crepúsculo y estaban listos para comenzar a entrenar a aquellos rebeldes. Su líder, Laro Kellta, les había dicho que, una vez preparados para la lucha, se ocuparían de formar a grupos más grandes. La amenaza Separatista no era inmediata, y eso significaba que podían permitirse extender lo que aprendieran por los pueblos de los alrededores, listos para lanzarse a la batalla y resistirse en caso de que los droides se atrevieran a pisar Cimia. Sin embargo, era precisamente el no haber una amenaza directa lo que hacía que Rex y Riane tuvieran que volver al frente pronto, donde sí había una lucha abierta.

Comenzaron con una práctica de tiro, en la parte exterior de uno de los graneros. Fue Rex quien hizo la demostración, serio y estoico como siempre, y los dos caminaron entre los granjeros para pulir su técnica mientras disparaban hacia latas y calderos.

Algunos tenían una puntería desastrosa, pero otros parecían albergar algo de talento para los blásters. Todo aquello hacía que Riane recordase la Academia. El profesor Salli, un Twi'lek muy alto y corpulento, le había dado su primera clase de tiro cuando tenía ocho años. Riane aún recordaba aprender a quitarles el seguro a sus DL-44, algo que su padre había heredado del abuelo de Riane y que le había regalado cuando había entrado en la Academia.

El calor era insufrible, así que todos decidieron tomarse un descanso. Noree les había dado a los dos soldados un par de botellas de agua, hechas de cristal para ser reutilizables, y ambos se sentaron a beber afuera, en el porche de la casa, mientras los granjeros descansaban.

—Bueno —dijo Riane después de dar un buen trago de su botella—. Supongo que no son como los novatos de Kamino.

Rex rio entre dientes.

—No —concordó—, no son lo que yo llamaría unos "brillitos" convencionales. Pero creo que se las arreglarán tan bien como los de Onderon. La clave está en el propósito y en los ánimos.

Riane asintió.

—Debemos contactar al general esta noche —le recordó ella—. Para informarle de los progresos de este grupo.

—Y tenemos que trabajar rápido —dijo él—. No nos podremos quedar mucho tiempo más, quizás unos días. El frente nos espera.

Riane asintió de nuevo, mirándole de reojo. ¿Le recordaría aquello a Felucia? ¿Cuando un droide comando le había disparado sólo a unos centímetros del pecho y había tenido que dormir en el granero de una familia local? Jesse le había contado a Riane la historia, y también le había dicho que, aunque el capitán no había querido hablar de lo sucedido, todos le habían notado cambiado al volver. Supuso que, aunque Rex había visto a muchos de sus hermanos morir, ser él quien había estado a punto de irse tenía que ser algo muy diferente.

Ella misma había estado muy cerca de la muerte, en Cuabeth. Probablemente más cerca que nunca, durante su encuentro con Ventress. Al ver las grabaciones del encuentro, el general Skywalker se había reunido con ella en privado. Riane se alegraba de servir bajo su mando: nunca había dudado de ella. Anakin se había querido cerciorar de que estaba bien, que no sufría secuelas más que las físicas, las que le habían dejado cicatrices en los brazos y en el mentón. Además, parecía preocupado. Le había preguntado por Rex, por su actitud en el vídeo, donde se veía que le defendía con ferocidad.

—Admiro a Rex —había dicho ella—. He luchado a su lado durante muchos meses, y hemos pasado por muchas cosas juntos, general. Es mi amigo.

Skywalker le había puesto una mano en el hombro, asintiendo, antes de dejarla a solas.

Le había mentido a su general, pero, ¿qué otras opciones le quedaban? ¿Qué podía decir? No podía admitir que lo que comenzaba a sentir por Rex iba en contra de las regulaciones del Ejército. Tenía que admitirlo, sí. Sobre todo, porque, aunque él había cerrado los ojos, recostándose hacia atrás para sentir el sol en su rostro, ella le seguía mirando como en un trance. Estudiaba su pelo rubio, el que comenzaba a crecerle después de bastantes días sin cortar. Miraba la pequeña cicatriz que tenía en la barbilla, la que tenía en un lado de la cabeza.

Se le aceleró el corazón. ¿Por qué ella? ¿Por qué él? Desde Umbara... ¿O había sido antes?

Rex compartía su rostro con todos sus hermanos, pero... él siempre había sido diferente para Riane.

La chica se giró abruptamente, mirándose las manos.

Y era su capitán, un hombre que le hacía el honor al código. Aunque se sintiera atraída por ella, cosa improbable, nunca lo admitiría. Rex era de esos hombres que preferiría morir antes que deshonrar eso en lo que creía, por mucho que se hubiera vuelto más individual desde que se habían conocido.

Le miró de reojo, aún tenía los ojos cerrados. Suspiró, bebiendo de nuevo.

La mano de Rex se posó sobre su hombro desnudo. El contacto piel con piel la hizo temblar, pero esperaba que él no lo hubiera notado. El capitán se levantó, haciendo un gesto hacia la portilla que llevaba a la parte de atrás.

—¿Lista para seguir, Ane?

Intentó darle una sonrisa bromista.

—Siempre, capi.

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Aprovechando que Rex estaba aún hablando con el general Skywalker, en algún lugar de la granja desde el cual no podía oírla, Riane hizo que la señal de su transmisor atravesara la galaxia para contactar a Padmé Amidala.

Había pensado en llamar a Olher, pero él estaba ocupado cambiando pañales, y, además, supuso que no entendería su situación. Además, Padmé... Ella podría darle algún consejo, ¿no? Siempre lo hacía. Encima, la echaba de menos.

Estableció la comunicación con Coruscant y dejó el transmisor en el suelo del Crepúsculo, frente a su cama, donde había tomado asiento. Esperó unos segundos, peinándose el pelo oscuro con los dedos en un tic nervioso. El holograma de una hermosa mujer acabó apareciendo ante ella.

Padmé llevaba sus ropas del Senado y el pelo recogido en una diadema dorada.

—¡Riane! —exclamó la senadora con una sonrisa—. Cómo me alegro de verte. ¿Estás de descanso?

Riane le dio una sonrisa más cansada, negando despacio con la cabeza.

—No —le dijo—. Estoy en una misión: una tranquila, pero no te puedo dar más detalles. —Amplió un poco su sonrisa—. Pero yo también me alegro de verte. ¿Estás ocupada?

Padmé se cruzó de brazos, dándole una mirada de diversión.

—Nunca estoy demasiado ocupada para ti, amiga mía —le aseguró—. Venga, si me has llamado en medio de una misión, por muy tranquila que sea, entonces es que pasa algo. Desembucha.

La teniente suspiró, perdiendo la sonrisa en el proceso ante la mirada inquisitiva de la otra mujer. Decidió que era mejor abordar el tema sin rodeos. Ella era una persona muy directa, después de todo.

—¿Cuándo supiste que estabas enamorada?

—¿Qué? —preguntó la otra, pálida de pronto.

Riane levantó la cabeza, dándole una mirada de obviedad. Tras tanto tiempo como su guardaespaldas y bajo el mando de Skywalker, tendría que haber sido ciega para no darse cuenta de que había algo entre los dos. No sabía si era algo serio, porque, como Ahsoka le había dicho una vez, los Jedi tenían prohibido los lazos de afecto. Sin embargo, era evidente que Padmé sentía algo por Anakin y que ese sentimiento era recíproco. Ante la mirada dura de su amiga, Padmé suspiró.

—Mira —le dijo Riane—, no lo digo por entrometerme, sino...

Se quedó en silencio y Padmé asintió. Comenzó a hablar, y la soldado miró al suelo, hacia sus pies, porque no le podía sostener la mirada.

—Te has enamorado —adivinó la senadora—. O crees haberlo hecho. —Riane asintió mientras se encogía de hombros. Las palabras le parecían muy fuertes, no sabía si estaba enamorada del capitán, pero no podía negar que le miraba de manera diferente al resto de los clones. Creyó oír cómo Padmé volvía a suspirar—. El amor es diferente para cada uno, Riane, no sé si puedo explicártelo.

La más joven se cruzó de brazos.

—Es que hace mucho que no siento algo así —le confesó—. He estado intentando ignorarlo, pero no puedo más: cada vez me es más difícil. Y no puedo hablarlo con él, porque...

Se volvió a quedar sin palabras. Padmé le estaba sonriendo dulcemente, casi como una madre, cuando levantó la cabeza. Eso hizo que Riane se calmara un poco.

—Es Rex, ¿no?

La chica se tapó la cara ardiente con las manos. Sacudió la cabeza, casi riéndose de sí misma.

—Parezco una cría sufriendo un flechazo —dijo—. Es estúpido y ridículo.

Padmé soltó una risita, negando con la cabeza.

—No es ridículo, Riane. Es ser humano.

La joven volvió a sacudir la cabeza. Ahora parecía disgustada.

—Los clones no pueden tener relaciones sentimentales, Padmé —le explicó—. Y, como soldado, yo no puedo tener una relación con un oficial. Aunque él sintiera lo mismo por mí, va en contra del Reglamento.

La senadora asintió gravemente con la cabeza.

—Te entiendo —le dijo.

—Lo sé —respondió Riane.

Se quedaron en silencio de nuevo.

—Si piensas que no puedes eliminar tus sentimientos —dijo por fin Padmé—, si sientes que ya estás demasiado comprometida... quizás deberías decírselo. Para quedarte con la conciencia tranquila, al menos.

Riane no respondió durante un momento. Quizás, si Rex la rechazaba, así podría olvidarse de él. Era algo masoquista, y puede que su amistad cambiara...

Justo en ese momento, Padmé se giró. Organa había entrado en la habitación y la senadora tenía que irse. Riane le dio una pequeña sonrisa a su amiga.

—Me lo pensaré.

Padmé asintió.

—Si me necesitas o quieres hablar, no dudes en llamar.

—Lo sé —dijo de nuevo—. Gracias, Padmé.

La senadora sonrió antes de cortar la transmisión.

—No hay de qué.

Con un suspiro, Riane se levantó de la cama para acercarse al baño. Se lavó la cara en el pequeño lavabo de la nave, pasándose las manos por las raíces del pelo porque le dolía la cabeza. Se miró al espejo que tenía delante.

¿Podía confesarle sus sentimientos a Rex, fueran lo que fueran? Lo dudaba. Él llevaba esa armadura suya con más seguridad y propósito que cualquiera de los otros hombres a los que Riane conocía. No serviría de nada decirle la verdad: aquello sólo haría que su amistad se esfumara.

Movió el cuello hacia los lados, intentando liberar la tensión que sentía en los músculos y limpiar su cabeza. Se soltó las guardas de los muslos, sabiendo que no saldría de la nave hasta la mañana. Salió a la habitación para dejarlas en el suelo, cerca de su bolsa. La puerta se abrió tras ella, dejando ver a Rex, con dos platos de madera en las manos.

Se giró para aceptar uno que le ofrecía.

—Te traigo la cena —sonrió él.

Ella asintió, mirando hacia las verduras. Algunos de los granjeros debían de haberlo cocinado.

—Gracias —le dijo—. ¿Qué tal la reunión?

Rex se sentó en la cama de enfrente, agarrando una verdura ahumada entre los dedos y metiéndosela en la boca. Riane se sentó en su cama. La habitación no era muy grande, pero era suficiente para los dos.

—Bien —le dijo una vez que hubo masticado—. Tenemos tres rotaciones más. —Riane asintió, comiendo, y Rex reparó en el transmisor que había en el suelo. A ella se le había olvidado recogerlo—. ¿Te pillé hablando con alguien?

Riane levantó la cabeza, negando con ella, e intentando no sonrojarse al recordar su conversación con Padmé.

—Qué va —dijo, haciendo como que seguía concentrada en la comida frente a ella—. Aproveché para hablar un poco con la senadora Amidala y ver cómo estaba.

Rex emitió un sonido afirmativo, y los dos terminaron de comer en silencio. Al acabar, Rex le pasó su plato a Riane, y la chica los dejó encima de una pequeña mesa que había en la habitación, para acordarse de llevarlos de nuevo al día siguiente a la casa.

—Qué calor hace en este planeta —oyó a Rex quejarse a sus espaldas.

Se volvió para responder, pero deseó no haberlo hecho. Menos mal que el capitán le daba la espalda, y... Por el Creador, qué espalda.

Se había quitado la camiseta, y estaba buscando otra en una bolsa que había posado en la cama. Sin poder evitarlo, Riane dejó que sus ojos bajaran por la piel morena del capitán, llena de cicatrices derivadas de las numerosas campañas en las que había estado. Al parecer, la armadura de fase dos podría mejorarse.

Al ver que no respondía, Rex miró sobre su hombro desnudo para comprobar que Riane no había salido de la habitación. Sus ojos se encontraron, y ambos adquirieron color en las mejillas. Ella por haber sido pillada mirando, y él por ver la expresión de mortificación en la cara de ella.

Dándose prisa, Rex agarró una camiseta gris del GER y se la pasó por el cuello con rapidez.

Sin decir nada, la mujer se acercó a su propia bolsa, rebuscando en ella, aún con las mejillas encendidas. ¿Podía ser más obvia? No iba a hacer falta decirle nada si seguía mirándole así...

—Mierda —acabó susurrando bajo el aliento.

—¿Qué pasa? —preguntó el hombre.

Riane negó cortamente con la cabeza, soltando una pequeña risa de vergüenza.

—Nada, que me he dado cuenta de que me he dejado el pijama en la bolsa que tenía en la otra nave.

Siguió buscando en la bolsa, como si las mudas fueran a aparecer en ella mágicamente. Algo cayó a su lado en la cama: una tela gris que Rex había lanzado desde la suya.

—Puedes ponerte esa —le dijo como si nada—. Está limpia. No creo que te sirvan mis pantalones —añadió riendo.

Riane recogió la camiseta de Rex con rapidez, intentando que no notara la manera en la que comenzaban a temblarle las manos.

—Claro —rio también, aunque sonó como si se estuviera ahogando—. Gracias, Rex.

Él soltó otro sonido afirmativo, y aprovechando en que parecía muy ocupado con algo en su datapad, Riane se dio prisa en entrar al baño. Intentó calmarse mientras se desvestía. La camiseta era gris, con el símbolo de la República en blanco en el centro y de la talla única que usaban los clones. Es decir, enorme para ella.

Con un suspiro, se la pasó por el cuello para ponérsela. La tela le rodeó el cuerpo, y no pudo evitar reír al verse reflejada en el espejo. Parecía una niña en aquella camiseta tan grande, que, aunque Riane era alta, le llegaba hasta la mitad de los muslos: supuso que le serviría de camisón. Recogió la camiseta que había llevado puesta todo el día, que estaba llena de sudor y de tierra, y los pantalones verdes que iban a tener que servirle hasta que volvieran a Coruscant.

Salió afuera despacio, y caminó hasta su cama sin mirar a Rex, aunque sentía sus ojos en ella. Metió la ropa sucia en un bolsillo lateral de la bolsa y sacó su datapad de la misma. Tenía que revisar el sistema, a ver si alguno de los sargentos del Pelotón Rayo había escrito algún informe, qué, como teniente, ella tuviera que leer...

Rex soltó una pequeña risa a sus espaldas. Sorprendida, se giró para verle sentado en la litera, con los codos sobre las rodillas mientras miraba algo en la pantalla ante él, una gran sonrisa en los labios. Sólo la imagen de él, tan feliz y despreocupado, hizo que Riane sonriese también.

—¿De qué te ríes?

Él levantó la cara, sin perder la mueca de felicidad de la cara, y levantó la mano derecha, para mover el dedo índice de adelante a atrás en su dirección.

—Ven aquí —le dijo.

Despacio, Riane se sentó a su lado en la cama, dejando una distancia entre sus cuerpos que él no tardó en acortar al mover la pierna e inclinarse hacia ella, enseñándole la pantalla.

—Estaba mirando fotos —fue todo lo que le dijo.

Entonces Riane distinguió la armadura de ARC de Cincos, pero su casco, el cual estaba en su cabeza, había sido pintado de rosa. Completamente. La chica soltó una carcajada, mirando la foto sin poder creérselo.

—¿Y eso? —preguntó, aun riendo.

—Jesse y Tup pensaron que sería un buen regalo —le dijo—. Se lo hicieron cuando tú estabas en Kamino.

De aquello hacía ya varios meses. Rex pasó el dedo por la pantalla, y los dos vieron varias fotos del equipo. Riane estaba en algunas, sobre todo con los chicos del C o del Pelotón Rayo. Yendo hacia atrás, Rex tenía varias fotos con Cody, pero también con Cincos y con Echo. Riane recordaba haber sacado ella misma una en concreto con el visor de su casco.

Rex tenía un brazo sobre el hombro de Cincos, señalándole con el índice de la otra mano, una gran sonrisa socarrona en la boca. Cody estaba a su lado, sereno como siempre. A la derecha, Echo sujetaba su casco nuevo de ARC contra la cadera, una pequeña sonrisa en la boca.

Eso había sido justo antes de marcharse a la Ciudadela, cuando todos habían estado juntos de nuevo.

Riane y Rex habían perdido la sonrisa, pero el capitán cambió de foto. En esta salía Riane, pero no recordaba habérsela sacado con Rex allí. Tenía su nueva armadura de teniente puesta, el casco con el rayo pintado en él sobre la cadera. Cincos estaba a su lado, sujetándole el hombro con una mano. En la cara del soldado había una sonrisa de puro orgullo, como si fuera su hermano mayor. Riane le guiñaba el ojo a la cámara. Creía recordar que Jesse la había sacado.

No preguntó por qué Rex la tenía. Él movió el datapad, y, de repente, le puso a ella los dedos en el cuello. Riane ahogó un ruido de sorpresa: había estado muy concentrada en la foto como para darse cuenta de que él se había acercado tanto.

Tenía el corazón en la garganta, y él le trazaba delicadamente la piel detrás de la oreja con los dedos fríos. La chica tenía las mejillas en llamas, pero se había quedado congelada en el sitio, incapaz de procesar lo que estaba pasando.

—Nunca me había fijado en que tenías un tatuaje —dijo él, como si no pasara nada.

Despertando de su ensoñación, Riane le miró de reojo. Él estaba concentrado en la pequeña parte de piel teñida de negro, mirándola con cuidado. Ella carraspeó, intentando utilizar una voz normal al responderle, como haciendo que no estaba temblando por los escalofríos que le entraban bajo su tacto.

—Me lo hice con Cincos, fue un impulso —le explicó—. La coleta me lo suele tapar siempre.

Rex asintió, por fin soltándola y echándose hacia atrás. Riane respiró cortamente.

—Es muy bonito —le dijo—. Tus chicos se volverán locos si se lo enseñas.

Ella asintió. Era un rayo, muy pequeño, igual al de su casco. Se lo había hecho tras Umbara, en honor a esos tantos hombres del Pelotón Rayo que habían caído en la campaña. Sólo si se soltaba el pelo y lo apartaba hacia un lado era visible: normalmente, los rizos de la coleta o el casco lo ocultaban.

—Gracias —consiguió decir.

Siguieron viendo fotos y compartiendo historias hasta que el capitán le dijo que debían irse a la cama, como si la guerra y sus horrores no les esperaran a la vuelta de la esquina.

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