022.
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El Borde Medio y el Borde Exterior estaban teñidos de lucha. Mientras la República batallaba en todos los frentes abiertos, muchos planetas se disputaban sus gobiernos a través de conflictos internos. El Consejo Jedi envió a los Jedi Anakin Skywalker, Ahsoka Tano y Obi-Wan Kenobi a formar y ayudar a un grupo rebelde en uno de esos muchos sistemas. Con ellos viajaron Riane Unmel y el capitán Rex de la Legión 501.
Durante varios días, entrenaron a los rebeldes de Onderon para que pudieran hacer que el legítimo rey del planeta volviera al trono. El actual gobernador se había aliado con los Separatistas de manera muy peligrosa, dándoles demasiado control en el planeta, algo que el pueblo no apoyaba.
Riane se mantuvo cerca de Ahsoka durante la mayor parte del viaje. Sus heridas habían sanado bien después de unos días en un tanque de bacta, e intentaba disfrutar de su tiempo con su amiga. Desde el principio, Ahsoka la había tratado como una más. Riane la veía como una hermana pequeña, aunque fuera su comandante. Siempre estaba sonriendo (aunque en los últimos meses comenzaba a adquirir más seriedad y madurez). Con algo de nostalgia, Riane se dio cuenta de que llevaba ya un año en las filas de la República. Se había unido cuando el conflicto de las Guerras Clon ya había estado activo durante varios meses, pero el tiempo había pasado volando. Había encontrado a su familia en las filas de la 501, y había perdido a muchos hermanos.
Aun así, tenía la sensación de que le quedaba mucho por ver durante la guerra.
El refugio de los rebeldes acabó siendo descubierto, pero los recientemente entrenados insurgentes consiguieron mantener a las chatarras a raya. Era hora de infiltrarse en la ciudad.
Riane se unió al círculo que se había formado en medio de la base, colocándose al lado de Rex. En un intento de no parecer obvios miembros del Gran Ejército de la República, ella y Rex habían dejado atrás sus armaduras. Él llevaba puesto un chaleco de protección (con los ojos jaig pintados en él, porque se lo merecía) y una gorra de oficial y gafas transparentes. Riane, por su parte, había intentado volver, aunque fuera por unos días, a su típico uniforme de Naboo. Los pantalones de cuero marrón ajustados la hacían sentirse como en casa. Aunque para que no fuera demasiado evidente, en vez de ponerse un jubón naranja, había optado por una camiseta blanca de tirantes. Sus queridas pistolas seguían en sus guardas de los muslos.
Saw Guerrera, uno de los rebeldes, le guiñó un ojo discretamente. Ella sacudió la cabeza con diversión, ignorando las cejas alzadas que Ahsoka le mandaba.
—Ganad confianza con esta victoria —dijo Kenobi hacia los rebeldes—, pero tened claro que vendrán más droides ahora que conocen vuestra posición.
El general Skywalker cruzó las manos detrás de la espalda.
—No importa —dijo—, ya estáis listos: preparados para luchar contra los droides. Ya no tenéis que ocultaros en la selva.
—Los droides son tontos —dijo Saw con una pequeña sonrisa—: más de lo que imaginaba.
—Compensan con su número —replicó Ahsoka en su dirección—. Los diseñan para arrollar.
—¡Pero no para enfrentarse a nuestras tácticas! —añadió Skywalker.
Lux Bonteri, el hijo de la antigua senadora de Onderon, levantó un puño con emoción.
—Les golpearemos donde menos se lo esperen, y antes de que se den cuenta... —comenzó.
—Nos mezclamos con la población —acabó la hermana menor de Saw, Steela.
—Exacto —le dijo Anakin.
Riane se cruzó de brazos con una pequeña sonrisa de orgullo en la cara.
—Hace falta un plan para entrar en la ciudad —les recordó.
Ahsoka asintió en su dirección.
—Tengo una idea —dijo Bonteri.
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Todos acabaron montados en carros de mercancía, como si fueran comerciantes, tirados por animales. Entraron sin problemas en la ciudad, y los Jedi y su equipo se ocuparon de supervisar los ataques contra los droides en toda la capital. Gracias al entrenamiento, el equipo luchaba bien contra la ocupación.
Al final del día, todos se reunieron en la base secreta de los rebeldes dentro de la ciudad, una pequeña casa en los barrios bajos. Riane y Rex se sentaron al fondo mientras todos celebraban en la sala común.
—¡Este triunfo dará qué hablar! —declaró Skywalker.
Rex se cruzó de brazos al lado de Riane. Ella presentía que el capitán se alegraba bastante al ver el progreso del grupo de insurgentes.
—Coincido —dijo Kenobi mientras los demás brindaban—. Pero cuenta también la opinión pública. —Se giró hacia Ahsoka—. ¿Qué has observado, Padawan?
—La gente tiene miedo, Maestro —dijo ella.
—Así es —apoyó él—. A juzgar por las reacciones que he visto, me temo que no comprenden vuestras intenciones.
Saw Guerrera levantó su vaso con euforia.
—Tenemos que hacer más daño, romper unos cuantos droides no va a liberar Onderon —zanjó.
—La gente necesita ver que podemos ganar —dijo su hermana—. Sin su apoyo nuestra lucha es estéril.
Bonteri negó con la cabeza.
—No se nos unirán si tienen miedo: debemos dejar claro qué pretendemos.
Riane asintió para sí.
—No lo entiendo —confesó Guerrera—. ¿Miedo de qué?
—De que no tengamos la fuerza necesaria —dijo su hermana—. Tenemos que ganarnos su confianza.
—Habrá tiempo de sobra para eso —intervino Skywalker—. Vais a tener mucho trabajo.
La voz profunda de Rex resonó junto a Riane.
—Lo de hoy ha sido un ensayo, habrá más oportunidades.
Riane asintió, dándole una sonrisa a los nuevos soldados.
—Debéis recordar que esto es una guerra, no una batalla. Cada asalto cuenta, y eso os hará más fuertes —les dijo.
Skywalker asintió con aprobación en dirección a ambos. Capitán y teniente, el famoso dúo de la 501. Eso había sido obra suya, sí.
—Mientras tanto —dijo Kenobi—, aprovechad las victorias. Celebradlas y aprended de ellas.
Bonteri parecía no estar del todo convencido.
—Quizás con un blanco grande —intentó—, una muestra de fuerza... Quizás así dejarán su miedo atrás y se nos unirán.
—¿Tienes algo en mente? —dijo Ahsoka despacio.
Él asintió.
—El objetivo perfecto.
Tras la reunión, Rex y Riane salieron fuera en silencio, seguidos de los Jedi.
—Parece que a la 501 le ha salido competencia —comentó Skywalker con diversión.
—Tampoco nos pasemos, general —respondió Rex—. Aunque debo admitir que estos rebeldes me han impresionado.
Riane se giró, los brazos cruzados y una sonrisa divertida en la cara.
—Por lo menos tienen la actitud —dijo en broma.
—Informaré al Consejo de lo sucedido —dijo Kenobi—. Ahsoka se quedará en calidad de asesora. —La niña asintió—. Obsérvalos e informa de sus avances.
—¿Te parece bien, chulita? —intervino Skywalker—. ¿O quieres volver a Coruscant?
Ella negó con la cabeza.
—No, Maestro, quiero quedarme.
—Bien —zanjó Kenobi—: seguiremos proporcionándoles equipo: pero deben aprender a actuar por sí solos, su supervivencia depende de ello. —A continuación, señaló a Riane y a Rex con la mano—. Vosotros tenéis una misión a la espera, así que debemos partir.
Ambos asintieron, pero Riane se acercó a Ahsoka y las dos se abrazaron.
—Cuídate, pequeña —dijo la joven.
La togruta asintió, apretando los brazos con cariño alrededor de la soldado.
—Y tú, Riane.
Con eso, la teniente se giró y siguió al resto del grupo a través del callejón.
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Rex introdujo las coordenadas en el navegador de la nave para después estirar la espalda. Se había quitado la gorra y las gafas, y Riane, a su lado, comprobaba que la pequeña nave iba a poder atravesar el hiperespacio de una pieza. Para pasar desapercibidos se habían llevado el Crepúsculo, una nave que el general Skywalker había encontrado al comienzo de las Guerras Clon en Teth. Rex no podía describirla con otras palabras que no fueran "trozo de chatarra". Por lo menos nadie se daría cuenta de que eran soldados de la República, eso estaba asegurado.
—Está bien —suspiró el capitán—. ¿Qué sabemos de este planeta?
Riane seguía mirando las consolas, pero le respondió de inmediato.
—Cimia —comenzó—. Un planeta mínimamente poblado, principalmente por pueblos de granjeros. Sin embargo, hace algunos meses que el nuevo presidente ha estado manteniendo contacto estrecho con la Federación de Comercio. Una organización pacífica nos ha pedido ayuda: está claro que lo único que les interesa a los Separatistas son las rutas de comercio de los alrededores.
Rex se cruzó de brazos, girándose en su silla hacia ella, mientras Riane agarraba la palanca y la movía hacia adelante. El Crepúsculo saltó al hiperespacio, dejando Onderon atrás.
—Son pacifistas, pero nos piden que les enseñemos a defenderse de una posible invasión droide —masculló.
Riane se encogió de hombros.
—El pueblo sigue queriendo ser neutral.
Despegó los ojos de los controles y giró la cabeza hacia él. Rex no apartó la vista, pero tragó saliva cuando sus ojos se encontraron con los de la chica. Ella le dio una pequeña sonrisa y él acabó asintiendo.
—Está bien —dijo él—. ¿Cuándo llegaremos?
Riane volvió a girarse a los controles.
—En una hora —musitó antes de volver a mirarle—. Voy a cambiarme: al parecer, es un lugar caluroso.
Se levantó de su asiento y pasó a la parte de atrás de la nave. Rex no pensó mucho sobre aquello. Como iban a pasar por núcleos de población, esta vez tenían que tener algo más de cuidado con su apariencia, así que se quitó el chaleco antibláster y dejó la gorra y las gafas atrás. Ahora sólo llevaba pantalones de cargo y una camiseta negra, y extrañaba las capas que normalmente llevaba con la armadura. Aun así, sus dos pistolas seguían en su cinturón.
No le había extrañado que los generales hubieran dejado en sus manos aquella misión. Después de todo, ellos debían volver a Coruscant, y Rex y Riane habían demostrado ser capaces y formar un buen equipo varias veces. Solamente tenían que repetir lo que habían hecho en Onderon: enseñarle lo básico a un grupo de rebeldes sin levantar sospechas en el proceso. Además, esta vez no había ocupación Separatista en el planeta, así que no se tenían que preocupar por los droides. Simplemente no podían hacer obvio que la República estaba interviniendo en un planeta neutral.
Se pasó una mano por el corto pelo rubio, mirando hacia las estrellas elongadas frente a él con ausencia.
La puerta de la cabina se abrió tras él, y giró la silla despacio.
Ojalá se hubiera dejado las gafas puestas. Quizás así Riane no hubiese podido ver cómo la miraba de arriba a abajo con algo parecido a la sorpresa.
Llevaba unos pantalones cortos y verdes, con las correas de las pistolas aún en los muslos, y una camiseta blanca de tirantes bajo su chaqueta negra de cuero. Aún llevaba las botas de combate que se había puesto para Onderon, pero Rex nunca había visto tanta de su piel, morena y firme. Le costó despegar los ojos de sus piernas, y, cuando lo hizo, se dio cuenta de que le quemaba la cara.
Se giró abruptamente hacia la consola de navegación e intentó ignorar a Riane a su lado. Ella no dijo nada, y él agradeció el silencio. Sacó una de sus pistolas y comenzó a limpiarla casi sin pensar. Lo había hecho tantas veces que ya tenía los movimientos interiorizados, y necesitaba hacer algo que le resultara familiar para calmar sus hormonas.
—Rex —dijo Riane después de un rato, soltando una pequeña risita—. Estás haciéndolo casi compulsivamente.
Él le dio una sonrisa ladeada, levantando el arma.
—No quiero que me deje tirado.
Enfundó la pistola y volvió a adherir el pequeño cepillo que usaba a su cinturón. Cuando levantó la cabeza, Riane aún estaba mirándole. Estiró los hombros con incomodidad. Algo había cambiado entre ellos desde que Rex la había visitado en la bahía médica a bordo de El Resuelto. O antes, quizás. Él no podía rememorar el momento concreto. Quizás había sido en Umbara, no lo sabía. El caso era que el aire entre ellos se había vuelto más pesado. Sus conversaciones parecían estar llenas de pausas como aquellas, donde, aunque no deberían, simplemente se miraban.
Le pareció que, justo en ese momento, el pelo lo tenía muy bonito. Que sus ojos oscuros brillaban y que tenía los labios más oscuros de lo normal.
Se tragó las ganas de negar con la cabeza mientras se giraba de nuevo hacia los controles de la nave. Llegarían pronto, y sólo se estaba distrayendo. Tenía que dejar de mirarla así, tenía que concentrarse.
Era un capitán, después de todo. Su superior.
Riane comenzó a limpiar sus pistolas a su lado.
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Hicieron aterrizar el Crepúsculo en las afueras de un poblado de granjas. Al salir de la nave, Rex miró a su alrededor, teniendo que taparse los ojos con la mano para no acabar deslumbrado por el potente sol de mediodía. Todo estaba lleno de hierba, corta y clara, y no parecía haber demasiados árboles. Allá donde Rex miraba, veía explanadas de huertos o de pasto para los animales, unas criaturas grandes y blancas que no levantaban la cara del suelo: parecían estar demasiado ocupadas comiendo como para darse cuenta de que una nave había aterrizado tan cerca.
Riane se colocó a su lado mientras la rampa de la nave se cerraba. Estiró los brazos sobre la cabeza, una pequeña sonrisa divertida rozándole los labios.
—¿Cuándo fue la última vez que vio tanto verde, capitán? —le dijo con confianza.
Rex se cruzó de brazos.
Felucia.
—No lo sé —mintió, señalando hacia el camino de tierra frente a ellos—. ¿Lista para irnos? Cuanto antes lleguemos, antes acabaremos aquí.
Ella asintió, liderando el camino en dirección al pueblo frente a ellos.
Sí, Rex recordaba Felucia. El clon desertor Cut Lawquane le había preguntado cómo había imaginado que sería su vida si pudiera huir de la guerra. En ese momento Rex le había dicho que el frente era donde quería estar: que estaba siendo parte de uno de los momentos más importantes de la República. Y no estaba mintiendo.
Pero, sin ir más lejos: ¿y Riane?
Miró en su dirección mientras pensaba.
Rex conocía bien lo que era el honor, lo que era el deber. Pensaba que, junto con las vidas de sus hermanos, aquellas dos cosas eran lo que más le importaba. Sin embargo, aunque habían pasado muchos meses, aun no entendía por qué Riane había elegido una vida como aquella. Rex luchaba porque creía que ese era su deber, pero también porque la guerra era lo único que conocía. Riane podría ser libre. Podría casarse, tener una familia: podría vivir lejos de la guerra.
Y, sin embargo, allí estaba. Luchando y dispuesta a morir en cualquier momento por la República.
Ella era, Rex se dio cuenta en ese mismo instante, la persona más honorable que conocía. Porque, a diferencia de los clones, Riane sí había podido elegir. Y, aun así, seguía dispuesta a luchar por la democracia. Por, Rex pensaba, el que era el lado bueno de aquella guerra.
No le había parecido tan sencillo al principio. Aún recordaba la práctica de tiro, donde, sin pretenderlo, quizás la había dejado el ridículo. Él sólo había querido que Riane le mostrase a los demás de lo que era capaz, pero supuso que no hacía falta. Sólo había que ver la determinación en sus ojos para darse cuenta de que era una merecedora perteneciente a la 501.
Asintió para sí, creyendo comprender aquellos sentimientos que se habían estado agolpando en su pecho durante esos días, siempre que estaba a su alrededor. La admiraba, sí. Tenía que ser eso. Admiraba a Riane, como su amiga y compañera, y le enorgullecía luchar a su lado.
Las emociones que sentía alrededor de Riane tenían que ser consideración, estima y respeto. Se convenció a sí mismo de ello.
Porque, si se equivocaba... entonces sus emociones eran demasiado peligrosas.
—Debe de ser aquí.
Dándose cuenta de que se habían detenido frente al porche de una casa, Rex observó el edificio con detenimiento.
Estaba hecho de madera, pero el tejado estaba construido con tejas rojas de un tono brillante. Riane subió los tres peldaños de madera oscura con decisión, llamando a la puerta azul mientras Rex se situaba a su lado.
Rex se cruzó de brazos, paseando la mirada por los bancos de madera que había afuera, pintados de blanco con técnica más bien bruta, rodeados de macetas con flores y plantas de diferentes clases.
La puerta se abrió, y al otro lado apareció una mujer de piel blanquísima, ojos verdes como la pradera a sus espaldas y sonrisa alegre y esperanzada. Llevaba puesto un mono vaquero con un delantal rojo encima.
—¿Está Laro Kellta? —preguntó Riane.
La mujer asintió fervientemente, alargando las manos para sujetar las de la soldado.
—Por fin estáis aquí —dijo con un acento muy marcado que oscurecía las vocales—. Gracias al Creador. —Alternó la mirada entre los dos sin cambiar de expresión—. Por favor, pasad.
Rex siguió a Riane hacia el interior de la casa. La chica anduvo entre los muebles llenos de objetos como si de verdad no le molestaran en el pasillo. A Rex le incomodaba todo aquello, estar en una casa tan obviamente habitada. Todo le estaba recordando a Felucia.
Acabaron sentados en un sofá marrón, junto a una pequeña ventana. A los pies de esta había una gran montaña de datapads, apilados uno encima de otro por la falta de espacio en la estantería que había enfrente. La mujer se escusó un momento. Sin preocupación alguna, Riane se arrodilló en el suelo para leer los archivos.
Rex se inclinó hacia adelante, estudiando la habitación y las dos entradas como si un batallón de droides fuera a traspasar una de ellas en cualquier momento. Dándose cuenta de esto, Riane le puso una mano en la rodilla y le dio un par de palmadas sobre ella.
—Relájate, Rex —dijo con tono burlón—. Estamos a salvo aquí.
Él se libró de su mano, pero sonreía.
—¿Sabes? —dijo, estudiándola a ella ahora—. Otros se hubieran llevado una reprimenda por ignorar las formalidades y mi título.
Riane se encogió de hombros, mirando de nuevo hacia los tomos frente a ella.
—Me alegro de no ser cualquiera, entonces —dijo con tono ausente.
Rex iba a decir algo más, pero entonces la mujer de antes volvió, tres hombres a sus espaldas. Riane se incorporó, y Rex se levantó a su lado. El primero de los hombres, el más alto, tenía el mismo pelo rubio que la mujer que les había abierto la puerta. Los otros dos hombres tenían el pelo más oscuro, pero la piel clara y lisa parecía ser algo propio del planeta donde estaban. Riane pareció reconocer a uno de los hombres, al que tenía el pelo más oscuro, casi negro, pero unos ojos azules y fríos como un témpano.
—Usted debe de ser Laro Kellta —dijo la chica.
El hombre asintió, dándole la mano y estrechándosela.
—Así es —pronunció él con voz grave—. Muchas gracias por ayudarnos.
Sus ojos claros se centraron en Rex. Por simple costumbre, él se estiró completamente, asintiendo en su dirección.
—Este es el capitán Rex de la Legión 501 —dijo Riane mientras le señalaba—. Y yo soy la teniente Riane Unmel.
El hombre asintió, esta vez dándole la mano a Rex y sacudiéndola con firmeza. Parecía ser el jefe de los rebeldes, y señaló a las personas frente a él, primero a la mujer y al hombre rubios.
—Esta es mi mujer, Noree, y su hermano, Malk. —Señaló al otro hombre, que, Rex se daba cuenta ahora, parecía más joven, más o menos de la edad de Riane—. Y este es mi hijo, Keir.
Los dos soldados asintieron en dirección a los presentes. Rex se cruzó de brazos.
—Si lo que quieren es aprender a repeler a esas chatarras —declaró con autoridad el capitán—. Lo mejor es que comencemos de inmediato.
Laro asintió con decisión.
—Reuniré a los demás.
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