017.
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—El nuevo objetivo es esta base aérea en el este —le dijo Rex a Riane mientras caminaban hacia la próxima posición después de resistir a duras penas a un nuevo ataque—. Tenemos que tomarla para que dejen de llegar refuerzos a la capital. Si lo hacemos, el resto de batallones podrá tomar la ciudad.
Riane asintió, mirando el mapa y pensando.
—Está bien. Pensaré en algo.
Ambos avanzaron con Cincos al lado para llegar a donde el general Krell esperaba. Riane le pasó al capitán unos prismáticos para que él pudiera mirar la base desde el saliente de roca donde estaban.
—Tengo visual de la base —dijo Rex—. Está bien defendida: tres divisiones de tanques y cañones.
Riane asintió, dispuesta a darles una idea, pero el general se adelantó.
—Avanzaremos por el desfiladero y nos enfrentaremos a ellos con un ataque frontal.
Riane puso los ojos en blanco bajo el casco, bajando la pestaña de su visera para acceder a sus propios prismáticos.
—Es muy estrecho, señor —dijo ella, mirando el desfiladero bajo ellos—. Los pelotones sólo podrán avanzar en escuadrones.
—Si reconocemos la zona quizás encontremos una ruta más segura —ofreció Rex.
Krell negó con la cabeza y Riane retiró la pestaña de su visor para mirarle.
—Obi-Wan y los demás batallones están resistiendo como pueden y esperan a que tomemos esta base —les dijo el general—. No hay tiempo para buscar rutas más seguras.
La chica suspiró con enfado.
—Sí, señor —dijo Rex mientras el Jedi se alejaba.
—Nos manda a la muerte —musitó Riane con pena.
Rex le puso una mano en el hombro, apretando para intentar confortarla.
—Vamos, novata.
Aquel mote había pasado a ser algo amistoso en vez de literal. No dijo nada más, pero no hacía falta. Estaban juntos en aquello.
Tras decidir entre los dos los detalles de la estrategia, avanzaron hacia los demás para organizar a las tropas. Los dos se quitaron el casco, y Riane dejó que el capitán tomara el turno de palabra.
—Está bien, escuchad —dijo él—. Los escuadrones formarán dos divisiones. Avanzaremos por el desfiladero hacia la base que hay al final.
—¡Tendremos muchas bajas! —dijo Kix desde atrás.
—¿Es que Krell quiere matarnos? —preguntó Tup.
Jesse negó con la cabeza.
—Antes no sabía si Krell estaba loco: ahora estoy seguro.
Cincos avanzó hacia el capitán y la teniente, el casco fuera de la cabeza y el rostro amargo.
—Tuvimos que retirarnos de la capital por sus pésimas tácticas —les dijo a todos—. ¿Y ahora esto?
Hardcase se encogió de hombros, levantando el cañón pesado.
—No sé, puede ser divertido.
—Pues yo estoy de acuerdo con el plan del general —dijo Dogma de pronto—. No nos queda tiempo y es la mejor opción.
—¿Sin reconocimiento? —preguntó Jesse—. ¿Sin apoyo aéreo? No sabemos a qué nos enfrentamos. ¡Tienen armas que no habíamos visto antes!
Riane miró a Rex de reojo, y él suspiró antes de volver a hablar.
—Algunos planes del general Skywalker parecían imprudentes, pero funcionaban.
—Sí —dijo Cincos con enfado—. Pero el general Skywalker suele liderar a sus hombres desde el frente, no desde la retaguardia como el general Krell. Lanzar un ataque frontal nos deja indefensos.
Los hombres comenzaron a hablar entre ellos en murmuros, claramente asustados, y Rex llamó a Cincos para charlar a parte con él y con Riane.
—Me vendría bien que calmaras a la tropa —le dijo el capitán al ARC.
—¿Y que les convenza para embarcarse en otra misión suicida de Krell? —preguntó él—. Perdimos a muchos hombres la última vez.
—Hace las cosas de manera diferente, pero es eficaz y obtiene resultados —respondió el capitán—. Es un héroe condecorado.
Cincos se acercó, y Riane se mordió el labio al ver cómo se caldeaba el ambiente entre sus dos amigos.
—¿Sabes quién más es un miembro condecorado? Riane. —Cincos se giró hacia ella—. ¿Tú que crees?
Rex suspiró, separándose, y la chica alternó la mirada entre ambos.
—Está claro que decirle las cosas claras no sirve de nada —le dijo a Cincos—. ¿No le has visto antes? Me ha amenazado con un sable láser. —Suspiró, negando con la cabeza—. No comparto sus métodos, pero es nuestro superior, Cincos —dijo, y bajó la voz para añadir una última cosa—. Sabes que, por mi bien, dejé atrás la independencia hace mucho. Nuestro deber es hacer como él diga.
Cincos arrugó incluso más el ceño.
—¿Desde cuándo te has vuelto tan conformista? —Volvió la cara hacia Rex, impidiéndole responder—. Habrá logrado victorias, ¿pero has visto su cifra de bajas? Supera con creces el número de bajas de cualquier otro.
Rex apartó la mirada, negando con la cabeza con expresión cansada.
—Es el precio de la guerra, Cincos —dijo con tono lúgubre—. Somos soldados. Nuestro deber es cumplir órdenes, y, si hace falta, dar nuestra vida por la victoria.
Se giró para irse, pero, entonces, pasó algo que Riane no se esperaba. Cincos agarró del brazo a Rex, tirando de él hacia atrás, y mirándole con la cara más dura que Riane le había visto poner nunca. La recorrió un escalofrío.
—¿Es lo que crees? ¿O te diseñaron para creerlo, clon? —gruñó, señalando a Riane con la otra mano, la que sujetaba el casco—. Dime, Rex, ¿darías su vida también por esto?
A Riane le faltó el aire. Abrió la boca para preguntar qué significaba aquello, para decir cualquier cosa, pero Rex, alarmado de pronto, se soltó de su amigo bruscamente y dio un último comentario.
—Hago honor al código. En eso creo.
Avanzó hacia las tropas y Cincos escupió en el suelo con la cara contraída por la furia que sentía. Riane, aún confusa, siguió a Rex a paso rápido.
—Rex... —comenzó.
—Ahora no, Unmel.
Su tono duro la sorprendió, pero no dijo nada más, y ella, tampoco. No podía pensar en lo que acababa de pasar. No era buen momento: porque se acercaba la próxima batalla.
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Riane no había vivido batalla tan sangrienta nunca antes. Había liderado uno de los equipos, y había perdido a muchos de sus propios hombres.
Los umbaranos tenían unas extrañas armas, como si fueran ciempiés gigantes, y actuaban como tanques terrestres móviles, con gran velocidad. Habían aplastado a muchos hombres, y habían volado a otros por los aires con sus cañones, incluido a Bonus. No fue hasta que Rex llegó con lanzacohetes que consiguieron traspasar sus escudos y destruirlos.
Tras eso, habían seguido avanzando en una calma incómoda y antinatural tras tantas muertes.
O por lo menos había habido calma hasta que el siguiente juguetito del enemigo llegó. Eran cañones incluso más potentes, esta vez, diseñados con varias patas, como cangrejos.
Si la explosión no te mataba, lo hacía la onda expansiva.
Rex pidió refuerzos, pero, como era de esperar, Krell dijo que no mandaría ninguno, y que debían mantener la posición.
Riane quiso soltar un alarido al ver a sus hombres desaparecer como polvo bajo el fuego del enemigo, pero no había nada más que hacer. Debía seguir luchando. Ayudó a Kix a mover a los heridos tras una arboleda, y Rex se giró hacia ellos.
—Está bien —dijo el capitán—, ya habéis oído al general. Tenemos que avanzar.
Riane sacudió la cabeza, pero Cincos se le adelantó.
—Tienes que estar de broma —dijo el ARC—. Consideraba a Krell un imprudente, pero empiezo a pensar que odia a los clones.
Riane le dio una sonrisa amarga.
—No es sólo a los clones —intentó decir con sarcasmo.
—El capitán tiene razón —dijo Dogma—. Hemos de avanzar.
Rex asintió, dispuesto a salir ahí fuera, pero Riane le agarró el brazo con fuerza.
—No podemos atacar de frente, Rex —le dijo con suavidad—. Tenemos que pensar en otra solución.
Él se soltó de su agarre con malas formas, y Riane frunció el ceño bajo el casco. ¿Qué le pasaba? Estaba comportándose de mala manera desde la conversación que habían tenido con Cincos.
—¿Se te ocurre alguna? —Ella negó con la cabeza, falta de palabras—. Pues no hay otra.
Tras zanjar aquello, Rex lideró a los hombres hacia el frente, y, Riane les siguió a duras penas.
Lucharon con fiereza, pero los lanzacohetes no afectaban a las nuevas armas. Riane avanzó para poner a los heridos a salvo una vez más, pero Rex la detuvo cuando quiso salir de la arboleda para agarrar a otro.
—Olvídalo. Tenemos que dejarle.
Ella se giró hacia él con cara de espanto, algo que él no pudo ver por el casco, pero su voz mostraba sus emociones.
—¡No podemos abandonarles, Rex!
Él negó con la cabeza.
—¡No hay elección! —le dijo—. ¡Es una orden!
Se giró, y ella no pudo frenar las palabras que salieron de su boca.
—Hablas como Krell.
Rex se giró con tanta rapidez que ella dio un paso atrás. Pensó que se disponía a gritar, pero sólo suspiró.
—Mira, Riane —le dijo en voz baja para que los demás no le escucharan—. Ahora lo importante es que te salves tú para que puedas luchar. Si sobrevivimos, Kix les podrá curar luego.
Ella negó con la cabeza, pero aceptó su razonamiento. El capitán avanzó hacia los demás, y ella le siguió a buen paso.
—Entonces, escúchame —le dijo, atrayendo las miradas de todos hacia ella—. Tengo un plan para entrar en la base.
Todos la escucharon con atención, y Rex, al final, decidió asumir la responsabilidad frente a Krell, haciendo como que el plan era suyo para que las consecuencias no la salpicaran. Le contactó para explicarle el plan, pero él no pareció admitirlo de buena gana.
—General Krell, hemos ideado un plan para entrar en la base —le dijo Rex—. Dos de mis hombres intentan infiltrarse en la base. Sus órdenes son secuestrar cazas y utilizarlos contra los tanques.
—¿Qué ha hecho? —respondió Krell—. ¿Se ha jugado el ataque con la esperanza de que dos clones consigan lo que su escuadrón no ha hecho?
—Señor —intentó defenderse Rex—, los lanzacohetes no afectan a esos tanques, y será más fácil entrar sin ser vistos mientras los demás distraemos al enemigo.
—¡Capitán, lance un ataque frontal de inmediato! —gruñó el general—. O le relevo del mando.
La transmisión se cortó y Rex se puso en pie.
—Aguantaremos todo lo que podamos —dijo Rex mirando a Riane—. Y confiemos en que Cincos y Hardcase lo consigan.
Ella asintió, sacando las pistolas de sus guardas y levantándolas.
—Es mi plan —le dijo Riane con seguridad fingida—. Funcionará.
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El plan de Riane, una vez más, había sido un éxito. Cincos y Hardcase habían volado por los aires los tanques, y, tras eso, tomar la base había sido pan comido.
Dentro de la base aérea, Riane y los demás se juntaron en el exterior. Ella había recuperado su carácter bromista de siempre (aunque solamente ocultaba el dolor que sentía), y, tras quitarse el casco, les dio a los chicos una sonrisa divertida.
—Hardcase no es lo que llamaría yo un gran piloto —dijo Riane—, pero nos habéis salvado la vida.
Cincos le guiñó un ojo a la chica.
—Todo gracias a tu plan, preciosa.
Ella negó con la cabeza, pero sonreía, sabiendo que Cincos estaba de broma.
—No ha sido difícil, teniente —dijo Hardcase inflando el pecho.
Riane le puso una mano en el hombro con cariño como respuesta. Rex puso los ojos en blanco ante los intentos de sus hermanos para flirtear con la mujer. Jesse levantó una ceja en dirección a Hardcase.
—¿Seguro? Tenías la cara verde al bajar de ese caza.
Antes de que nadie pudiera decir nada, Krell y el sargento Appo se acercaron a ellos. Dogma iba detrás, como siempre, chupándole el culo al general.
—Capitán, informe —pidió el Jedi—. ¿Cuál es la situación?
—General, hemos tomado la base y cortado los suministros hacia la capital —comunicó Rex.
El Jedi se tocó la barbilla con una sonrisa sarcástica.
—Me han informado de que el plan ha sido de la teniente Unmel.
La mujer dio un paso al frente para situarse junto a Rex, y miró al hombre con seriedad, los ojos marrones duros y calculadores.
—Así es, general —dijo ella con orgullo.
Él ensanchó su sonrisa sarcástica.
—Hoy la suerte le ha sonreído, Unmel —aseguró—. Puede sentirse usted afortunada.
—Con el debido respeto, señor —habló Riane con voz calmada—, no creo en la suerte. Muchos hombres han dado sus vidas por la victoria.
El Jedi se agachó, y la amenazó de nuevo, esta vez poniéndole un asqueroso dedo gordo contra la mejilla izquierda, levantándole la cara y mirándole con una detestable sonrisa en el rostro mientras ella fruncía el ceño, intentando apartarse.
Rex, a su lado, apretó los puños con impotencia.
—Es el precio de la victoria —dijo Krell—. Aunque no espero que una voluntaria como usted, señorita, lo entienda.
Con eso, le soltó la cara bruscamente, dándose la vuelta y alejándose. Cincos le puso una mano en el brazo a Rex, porque, sin darse cuenta, el capitán ya había dado un paso al frente. El ARC le dio una mirada de entendimiento al capitán, pero él bajó la cabeza, no queriendo hablar de ello.
—Él es el único que no lo entiende.
Nadie dijo nada ante las palabras de Riane, pero todos vieron cómo Krell se alejaba, furia y dolor quemándoles el pecho a todos por igual.
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