013.
━━━━━━━━━━━ ✦₊˚.
Novata, a tu derecha.
Cincos, cubre tu flanco.
Echo, a tus seis.
No avances.
¡Es una orden, soldado!
¡No!
¡Echo, retrocede!
¡Echo!
¡Echo!
—¡Echo!
Riane se despertó, el nombre de su amigo saliendo de sus labios en un grito agonizante.
Era un sueño.
Sólo un sueño.
Una mera pesadilla.
Se limpió las mejillas con manos temblorosas y se levantó de su cama. Por lo menos, los demás ya no estaban en el cuartel C y nadie la había visto gritar. Debía de haberse dormido otra vez al apagar la alarma, lo recordaba vagamente. Todas las camas estaban vacías: los chicos debían de estar desayunando, pero la mirada de Riane estaba en la cama de Echo, frente a la suya. Era cuestión de tiempo que se la asignaran a un novato.
Sacudió la cabeza con molestia, levantándose y haciendo la cama acorde con la regulación para acercarse a su armario. Agarró el mono de compresión y una muda de ropa interior antes de entrar en el baño para darse una ducha.
No importaban las semanas que habían pasado, soñaba con la misión a la Ciudadela en Luna Sayu todas las noches. Pero, en ocasiones, las pesadillas eran tan mala como aquella. Veía la explosión, y a veces, no sólo alcanzaba a Echo. Alcanzaba a Cincos, a Rex. Incluso a soldados que no habían estado presentes en la misión, como Kix, Tup o Jesse.
Pero nunca la alcanzaba a ella, y eso era lo peor. Tenía que ver a sus amigos morir frente a sus ojos sin poder evitarlo.
Se duchó lo más rápido que pudo y se peinó la melena oscura para dejarla tirante en una coleta que no se movería en todo el día. Después, se puso el casco nuevo.
Hoy empezaban sus labores como teniente después de un entrenamiento intensivo en Kamino. Normalmente, todos los clones recibían entrenamiento especial antes de ser ascendidos a puestos de importancia, como los ARC, y Riane se había tenido que someter al mismo proceso también. Había pasado un par de semanas en el planeta acuoso que los clones llamaban su hogar, entrenándose y pasando pruebas de diferentes tipos. La Maestra Jedi que supervisaba el entrenamiento de los clones, Shaak Ti, se había mostrado muy interesada por Unmel y el hecho de que una voluntaria se hubiera abierto paso en la 501, una unidad de élite, y hubiera sido nombrada teniente por el capitán. Sin embargo, no se opuso al juicio de Rex en ningún momento, y ella y los kaminoanos concordaron en que aquel no era un caso estándar, y, por ello, no tenía que ser tratado como tal.
Por eso, la armadura de Riane había sufrido algunas modificaciones.
Se habían inspirado en las armaduras mandalorianas de última generación, aunque esto era complicado porque los mandalorianos no solían tener unas armaduras reguladas o prediseñadas, así que se habían fijado en los equipos más estándar. El casco seguía pareciéndose bastante al de los clones, pero eran las piezas del pecho y las piernas las que llamaban más la atención. La Jedi se había fijado en que Unmel era muy rápida, y que eran sus reflejos y su gran puntería la que la hacían sobresalir durante las duras pruebas. Por eso, creía que la armadura pesada de los clones limitaba demasiado sus movimientos (después de todo, ella no era un hombre modificado y creado especialmente para la batalla) y que, por consecuencia, no la dejaban moverse con tanta soltura. Riane se sentía mucho más cómoda con el nuevo diseño, principalmente porque, en parte, le recordaba más al uniforme de Naboo.
Las piernas y el pecho estaban cubiertas de armadura de material fino, pero se amarraba completamente a su cuerpo, y su estructura más fina y elástica hacían que Riane pudiera rodar por el suelo, agacharse, o esquivar golpes con facilidad. El problema era que, aunque las piernas (y el resto del cuerpo en general) tenían protecciones, para garantizar la movilidad, éstas no ofrecían tanta seguridad como las de los clones. Aun así, era un riego que Riane estaba dispuesta a asumir. Después de todo, se había preparado siempre para luchar sin armadura, y las protecciones al estilo mandaloriano eran más de lo que ella hubiera tenido en Naboo en caso de combate.
Lo único que a Riane no le gustaba era que no le habían dejado elegir el color. Todo era negro, oscuro y aburrido, pero por lo menos, las protecciones de los brazos y las hombreras lucían el azul de la 501. A Riane le parecía que quizás era más oscuro que el de las armaduras de sus compañeros, más brillante y vivo, pero le gustaba cómo quedaba a juego con el casco, que tenía, por fin, un diseño personalizado. Había pintado un gran rayo azul en la parte frontal del casco, debido al nombre del equipo al que iba a liderar como teniente. La forma le atravesaba el visor de los ojos y le llegaba hasta la parte del mentón. Además, había pintado las hombreras de azul y blanco, y, en la izquierda, había rascado la pintura azul para escribir "0408", el número de Echo. No era fácil de ver a no ser que uno se acercara, pero a Riane le bastaba.
Se colocó el casco nuevo después de comprobar que la foto de su padre seguía dentro, y el familiar sonido de cierre alrededor del seguro la hizo sentirse mejor.
Salió al pasillo, dejando atrás la minúscula habitación, y caminó por el cuartel, de camino al comedor. El desayuno había empezado hacía unos minutos, y Riane no había visto a sus amigos desde que había vuelto de Kamino la noche anterior. Había llegado muy tarde, cuando todos estaban ya dormidos, y ella se había metido en la cama en silencio, agotada. No sabía cómo es que Cincos no la había despertado al verla por la mañana, pero lo agradeció: le esperaba un día muy largo.
Palmeó las pistolas en los muslos con las manos cubiertas por guantes en un tic nervioso. Ir armada siempre le hacía sentirse mejor, y la nueva armadura hacía que pudiera sentir las correas de las pistolas con más fuerza alrededor de las piernas. Los diseñadores le habían ofrecido incluir una kama en el diseño de la nueva armadura, pero a Riane no le hacía gracia la falda. Creía que le estorbaría, y entonces el rediseño de las protecciones no iban a servir para nada.
Entró en el comedor, un mar de blanco inundaba las mesas a hora punta. Muchos soldados no parecieron reconocerla, porque, como el primer día, se giraron para mirar la armadura oscura que no se parecía a la suya. Riane, ajena a las miradas, agarró una bandeja y esperó a que el droide de cocina le diera sus raciones. Una vez hecho esto, buscó a sus compañeros con la mirada, a través del visor negro. Les encontró sentados en la mesa de siempre, y Cincos la miraba con las cejas juntas, como preguntándose si era ella.
Riane se quitó el casco, y Kix soltó una risotada al reconocerla, mientras Cincos sonreía.
Se acercó con rapidez y posó el casco en la mesa, junto a la bandeja, sentándose al lado de Jesse, quien le dio una palmada en la espalda.
—No la reconocía con esa armadura nueva, teniente —bromeó Cincos.
Riane puso los ojos en blanco, dándole un trago al café solo mientras Hardcase agarraba el casco y Cincos y él lo estudiaban.
—Se han superado —comentó Kix observando la parte de arriba del casco también—. Pestaña con telémetro —dijo tocando el dispositivo incorporado en el casco—, y pintura bonita y nueva. Me encanta el diseño.
—Gracias, Kix —respondió ella.
—Y mira este lateral —siguió Hardcase mientras giraba el casco—, se parece a un casco mandaloriano pero al estilo clon.
Cincos se metió una ración en la boca y señaló a Riane con el tenedor, ya que comía frente a él.
—¡Como el resto de esa armadura! —dijo, comiendo con la boca abierta.
—Los Jedi pensaron que vuestra armadura me hacía moverme demasiado despacio —se defendió ella—. No he elegido el color, eso está claro.
Cincos le guiñó un ojo.
—Yo creo que el negro le sienta muy bien, señorita.
Riane le dio a su amigo una mirada de advertencia, pero sonreía. Se metió la última ración en la boca y Jesse se inclinó hacia delante para susurrarle algo a los tres soldados que estaban frente a él.
—Seguro que al capitán también le parece que le queda de muerte.
Los chicos rieron, pero Riane parecía no haberles oído. Tup, a su otro lado, miró a la chica.
—¿Qué tal Kamino? ¿Te lo pasaste bien en nuestra casa?
Riane se encogió de hombros mientras tragaba.
—Bueno —dijo—, el entrenamiento fue muy intensivo, la verdad, pero no puedo negar que conocí a algunos buenos hombres. —Pausó un momento como para cambiar de tema—. Eso sí, los kaminoanos...
Cincos asintió.
—Dejan qué desear.
—Sí, la verdad. —No elaboró más, pero los clones la entendían perfectamente—. No sabía que eráis entrenados con valores mandalorianos, la verdad.
Los chicos se miraron entre ellos.
—Los primeros comandos fueron entrenados por mercenarios mandalorianos —explicó Kix—. Alguno de sus valores se extendió por las filas, pero las nuevas generaciones lo están perdiendo.
Unmel asintió, entendiendo, mientras se acababa la última razón.
—¿Como el idioma? —preguntó—. Un hombre llamado Clip y un teniente recién nombrado, Waxer, me explicaron que entre los hermanos habláis usando palabras mandalorianas.
Cincos asintió.
—Supongo que es como una jerga —le dijo—. Muchos de nosotros utilizamos algunos términos que son como... cultura general entre los clones.
Riane se tragó el café de un trago mientras miraba el reloj en la pared de reojo.
—¡Mierda! —dijo de pronto mientras agarraba el casco y se levantaba con prisa—. Rex va a matarme, llego tarde a la reunión con los nuevos.
Cincos puso los ojos en blanco mientras Riane se ponía el casco y se alejaba entre las mesas.
—¡Hasta luego, teniente!
Sin pensárselo dos veces, Riane salió al pasillo, andando a buen ritmo. Debía darles la bienvenida a las nuevas adiciones del pelotón que iba a dirigir como teniente, el Pelotón Rayo, y no podía creerse que llegara tarde el primer día.
A Rex no iba a gustarle.
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Rex intentó no crispar las manos en puños con impaciencia. Riane Unmel, la nueva teniente a cargo del Pelotón Rayo, llegaba cinco minutos tarde a la reunión de "bienvenida". Tras las últimas misiones, la Legión 501 había tenido algunas bajas, y eso significaba recibir nuevas tropas, a clones más jóvenes que se unían a sus filas.
El sargento Appo había traído las tropas de Kamino esa misma mañana, y Rex le había pedido que trajera a los hombres a una de las salas libres de entrenamiento para que Riane se presentase y les dividiera en sus respectivas escuadras. El único problema es que Riane llegaba tarde. El capitán inspiró hondo, e intentó calmarse cuando las compuertas se abrieron.
Suspiró antes de dar un grito.
—Ke'sush!
Los hombres, todos con armaduras brillantes y blancas y con los cascos puestos, se pusieron firmes a la orden en mandaloriano. Riane llegó a su lado, vestida en su nueva armadura oscura que Rex estudió con detenimiento. Era negra y azul, parecida a la de los mandalorianos, y le quedaba bastante bien.
Se dijo que eso ahora no importaba, pero la miró un par de segundos más.
Llevaba casco nuevo también, blanco, pero algo más oscuro que el suyo, y azul brillante, y ese sí que se parecía más al estándar de los clones. Se había pintado la forma de un rayo en el frente, un detalle bonito que le gustaría a los muchachos de su pelotón. Además, parecía tener algunas adiciones nuevas que Rex se esperaba ver. Al fin y al cabo, Riane había recibido entrenamiento intensivo en Kamino, parecido al que Echo y Cincos habían recibido al convertirse en soldados ARC. Rex se esperaba que aquello le hubiese ensañado a la chica puntualidad, pero supuso que había cosas que nunca cambiaban.
La mujer se posicionó a su lado, y los hombres se removieron con incomodidad. Estaba claro que esperaban que un clon los liderase, y no a alguien con aquella armadura que no habían visto nunca, tan oscura y diferente a las suyas. Además, era probable que todos pudiera avistar la figura femenina de Riane entre las protecciones.
—Llegas tarde —dijo Rex por el circuito interno del casco.
La voz de Riane hizo que supiera que estaba sonriendo al contestarle.
—¿Me ha echado de menos, capitán?
Rex se quitó el casco y ordenó a los hombres que hicieran lo mismo. Riane dio un paso al frente, aparentemente observando las caras idénticas de la docena y media de clones ante ella, y asintió antes de quitarse el casco. Los hombres no relajaron el cuerpo, siguieron firmes, pero Rex se dio cuenta de que miraban a Riane con confusión y sorpresa. No podía juzgarles.
La chica posó el casco nuevo contra su cadera y les dio una sonrisa.
—¡Descansen! —Los hombres le hicieron caso, aumentando las miradas entre ellos—. Soy Riane Unmel, la teniente del Pelotón Rayo —anunció con determinación—. Es un honor para mí liderar la lucha de dicho equipo en el campo de batalla. —Comenzó a pasearse entre los hombres, la mirada afable pero los hombros rectos—. Como nuevas adiciones a la 501, todos serviréis en diferentes escuadras bajo el mando de cuatro diferentes sargentos, pero, como soldados, también respondéis ante mí y el capitán Rex. —Se detuvo en el centro, mirando a un hombre directamente a los ojos. Él se puso firme de inmediato, probablemente intimidado—. ¿Alguna pregunta?
Nadie dijo nada, y Riane se giró hacia Rex con una sonrisa divertida. Él se encogió casi imperceptiblemente de hombros. Aquello estaba en sus manos, él ya había dado un discurso que ella habría podido haber escuchado si hubiera aparecido a la hora.
Riane volvió a mirar a sus hombres con más seriedad.
—Supongo que nadie se atreve a preguntar por qué alguien que no es un clon es una teniente —suspiró, sacando una de las DL-44s y estudiándola con atención—. Soy graduada de la Academia Militar de Naboo, y hasta mi servicio en el Gran Ejército de la República, fui miembro de los Cuerpos Especiales de mi planeta natal. —Enfundó la pistola, y, al levantar la cabeza para mirar a los hombres, todos se pusieron firmes, como temiendo disgustarla. Ella no cambió el gesto—. A partir de ahora, van a servir ustedes en el frente. El Pelotón Rayo les tratará como hermanos, y yo no voy a ser menos. Si nos respetamos mutuamente, entonces les aseguro de que me comportaré como su hermana. —Pausó, y lo que dijo a continuación hizo que Rex alzara las cejas con sorpresa—. Aliit ori'shya tal'din.
Los soldados subieron la mano derecha y saludaron a su superior, como si las palabras que muchos solían repetirse entre ellos levantaran ánimo entre los hombres.
La familia es más que la sangre.
—Señor, sí, señor —respondieron todos a la vez.
Tras eso, Riane dividió a los grupos y les indicó dónde estaban los cuarteles donde dormirían. Antes de salir de la habitación para dirigirse al pasillo, Rex se acercó a ella.
Mientras caminaba hacia la chica, se mordió el labio, pensando en sus palabras y en cuanta razón tenía. Entre ellos, todos eran hermanos, pero ser una familia también era luchar por un bien común. Familia era amistad, deber y honor, valores que Rex defendería hasta la muerte, y que Riane ya había demostrado tener en varias ocasiones.
—Creo que es la nueva armadura lo que intimida a los chicos —le dijo con voz amable.
Ella ladeó la cabeza, moviendo la coleta con el movimiento y chasqueando la lengua.
—Supongo que los dos podemos ser autoritarios —dijo Riane con una sonrisa—. Tú y yo nos parecemos más de lo que crees, Rex.
Él negó con la cabeza, poniéndose el casco para que ella no viera la sonrisa que le distorsionaba la cara seria.
—Qué más querrías tú, novata. —Los dos se quedaron en silencio, ella mirando el visor negro tras el que estaban los ojos de él—. No sabía que hablaras Mando'a. —le dijo al final.
Ella ladeó la cadera y le miró con diversión.
—Y no lo hago —explicó—. Pero conocí a varios de tus hermanos en Kamino a los que no le importó enseñarme algunas frasecillas.
Rex asintió, de repente incómodo ante los ojos marrones de la chica, y señaló hacia la puerta.
—Tengo algo que enseñarte —le dijo.
Riane asintió, poniéndose el casco, y los dos se encaminaron a una de las salas de inteligencia de las instalaciones.
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Riane entró a la sala tras su superior. Desde la muerte de Echo, era como si Rex y ella hubieran dejado sus diferencias atrás y se hubieran comenzado a entender. La chica sospechaba que era porque los dos habían sufrido por la pérdida de su amigo, cada uno a su manera. Riane de verdad creía que Rex y ella no eran tan diferentes como ambos habían pensado al principio. Al fin y al cabo, los dos amaban a sus hermanos y luchaban en aquella guerra con honor. Puede que ella hubiera tenido una elección que él no, pero eso no parecía importar.
Rex la había aceptado entre sus filas, y sabía que por eso era ahora una teniente en la 501. No había otra razón de peso.
El capitán se quitó el casco, y Riane le imitó para dejarlo encima de un banco que había contra la pared. Él introdujo un pequeño dispositivo de almacenaje de memoria en la mesa de transmisiones, y ella miró el archivo que se abrió en ésta con curiosidad.
—¿Qué es? —acabó preguntando.
A simple vista parecía un conjunto de números y letras. Algún tipo de código, supuso. Rex la miró con seriedad mientras hablaba.
—He estudiado nuestros patrones de batalla durante algún tiempo. Antes de la Ciudadela, acabé de diseñar este algoritmo: muestra las tácticas de la República y estudia nuestras tendencias para intentar contrarrestar cualquier debilidad que haya en nuestras estrategias.
Riane posó las manos contra la mesa, asintiendo y observando el archivo con los labios entreabiertos. Inspiró con admiración, abriendo los ojos con sorpresa.
—Es increíble —le dijo con sinceridad—. ¿Pero no te preocupa que alguien acceda a ellos?
Rex sacudió la cabeza.
—Mis archivos están densamente encriptados —le aseguró antes de hacer una pausa y mirarla con gravedad—. Sólo Cincos y Echo sabían de su existencia.
Sorprendida incluso más, Riane soltó la mesa y se echó hacia atrás, tragando saliva.
—¿Y por qué me lo enseñas a mí?
Él apartó la mirada, carraspeó, y apretó otro botón en la mesa. El archivo cambió, y, tras estudiar el nuevo por un momento, Riane inhaló de golpe, ruborizándose, las mejillas tiñéndosele de un rojo tan oscuro, que, si no se calmaba, le llegaría al cuello.
—Mis estrategias de Naboo —dijo, y sonó como si hubiese respirado las palabras.
La Academia requería que todos los oficiales pasaran varios exámenes más bien teóricos, en los que les daban una situación de batalla y ellos tenían un tiempo limitado para crear estrategias. Con el tiempo, Riane descubrió que aquella era la única clase teórica que se le daba bien. Solía pasar historia, ciencias y lenguas por los pelos, pero sus profesores y superiores siempre habían dicho que la chica pensaba bien y rápido cuando se trataba de la guerra.
Quizás no debería de haberle sorprendido tanto, pero pensar que Rex había estado observando sus archivos y estudiándolos en su tiempo libre le hacían sentir bastante consciente de las cosas que podrían mejorarse.
—Le pedí los archivos al general Skywalker —dijo Rex sin mirarla—. Viendo esto, me queda claro que eres tan buena estratega como tiradora.
Riane puso la espalda algo más firme.
—Me entrenaron para ello —acabó diciendo.
Rex levantó la mirada, y sus ojos caramelo estudiaron su cara con atención.
—Puede ser —dijo—. Pero reconozco el talento cuando lo veo, soldado.
Riane asintió. Se le había secado la lengua. La atmósfera se había vuelto más incómoda, como si el aire entre ellos hubiera caído varios grados. Riane se respigó bajo el mono de combate.
Rex pasó las páginas de los archivos de la Academia de Naboo, paseando la mirada entre los párrafos de texto y los diagramas de movilización de tropas.
—Creo que esto y todo lo que se te pueda ocurrir podría ser útil para nuestras estrategias de combate y también para el algoritmo —le dijo seriamente.
—Claro —respondió ella.
Él cerró el archivo, y después levantó la cabeza. Riane tuvo que pestañear para comprobar que la sonrisa amable y divertida que le daba era real.
—Puedes negarte a colaborar —bromeó el capitán—, pero entonces tendría que matarte.
Recuperando su actitud bromista y socarrona, Riane puso los ojos en blanco mientras se cruzaba de brazos. Tan pronto como había llegado, la tensión entre ellos se rompió.
—Habla como si eso fuera algo sencillo de hacer, capitán.
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