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011.

━━━━━━━━━━━ ✦₊˚.

Riane no podía esperar volver a luchar junto a sus dos nuevos mejores amigos, Cincos y Echo. Sus deseos se acabaron haciendo realidad bastantes lunas después, cuando llevaba ya unos meses luchando en la 501.

Había forjado una buena relación con la mayoría de los soldados (aunque algunos seguían no queriendo tenerla por allí), y podía decir que, con sus altos y con sus bajos, se sentía parte de la Legión. Había luchado en numerosas campañas, siempre bajo el mando del capitán Rex, y muchos de los clones habían reconocido en varias ocasiones su valentía y sus capacidades.

Era cierto que Riane y Rex no solían concordar respecto a muchas cosas, pero Unmel le respetaba. Puede que al principio no se entendieran muy bien, pero después de servir bajo su mando en diversas ocasiones, Riane pudo ver claramente que era un gran líder. Se preocupaba siempre por sus hombres, y era un soldado terriblemente leal.

Echo había dicho una vez que Rex debía de admirarla, pero de lo que estaba Riane segura era de que ella le admiraba a él.

Eso sí, le costaba mostrarlo.

Rex siempre estaba listo para el próximo asalto: siempre preparado para luchar por la República. Era algo contagioso, en realidad, ver cómo estaba dispuesto a darlo todo por la causa. Disparaba esas pistolas suyas con gran honor, siempre dispuesto a cumplir con su deber, costara lo que costara, y, como Anakin Skywalker había predicho, Riane había aprendido mucho de él.

El general era capaz de ver cómo la joven mujer comenzaba a parecerse al capitán de manera inconsciente. Al principio, las similitudes en los gestos o en la manera de hablar le habían hecho gracia, pero ahora se enorgullecía de haber creado un dúo como aquel: estaba seguro que, intentando imitar al capitán, Riane se sentía más capaz y más respetada entre los hombres.

Por lo que sabía, Riane y Rex no eran amigos. Sin embargo, cuando se trataba del campo de batalla, desde que Echo y Cincos se habían comenzado a entrenar como soldados ARC y habían tomado sus propias misiones, Riane había pasado más tiempo disparando junto a Rex. Quizás los dos se juntaran de manera inconsciente, Skywalker no podía saberlo, pero la novata (como Rex la llamaba a todas horas), solía seguir al capitán de cerca, siempre lista para cubrirle las espaldas, y se aseguraba de escucharle hablar a los hombres en cada sesión de información, antes y después de cada batalla.

Parecía estar dispuesta a aprender de él, pero estaba claro que lo suyo no era conversar. Cada vez que hablaban sobre estrategias, acababan discutiendo. Rex siempre repetía que los planes de Riane eran demasiado temerarios, pero ella siempre era capaz de encontrarle alguna falla a los del capitán. Era muy cómico, pensaban Anakin y Ahsoka, ver cómo Rex siempre le repetía que él era quien tenía más experiencia. Era entonces cuando Riane ponía los ojos en blanco, abriendo la boca en el mismo ángulo que lo hacía Rex cuando estaba hasta las narices de sus comentarios.

A veces, a Ahsoka le hubiera gustado poder grabarlos sólo para enseñarles las similitudes después.

Aunque discutían todo el rato, se entendían en medio del fragor de la batalla. Riane había aprendido paciencia, y Anakin creía que ella le había enseñado a Rex que, de vez en cuando, se podía confiar en otros que no fueran los Jedi.

Era por eso que el general había solicitado la presencia de Riane en la nueva misión: la infiltración a la Ciudadela.

Aún recordaba la cara de Rex cuando le había pedido que avisara a la soldado. El clon había abierto la boca mucho, los ojos como platos, como si estuviera viendo un fantasma.

—Con el debido respeto, ¡es una idea terrible, señor! —le dijo—. Es una misión muy peligrosa: necesitamos soldados capaces, no...

Anakin había elevado una ceja en su dirección.

—¿Crees que Riane no es capaz?

Rex, con cara de exasperación, había intentado explicarse.

—Creo que es hábil en una batalla convencional, pero no en situaciones como ésta. No creo que esté preparada o tenga suficiente experiencia...

Anakin le había dado una sonrisa, se había encogido de hombros, y había sacudido la cabeza.

—Ya está decidido, Rex. No te preocupes tanto por ella.

¿Por qué todos pensaban aquello?

El capitán Rex no se preocupaba por Riane. Después de varias batallas juntos, le había quedado muy claro que era difícil matar a Riane (incluso si correteaba de un lado para otro, soltando tantos disparos como podía en plena línea de fuego y poniendo su vida en constante peligro), y pensaba que eso no iba a suceder pronto. No podía negarlo, no era un clon, pero parecía que había nacido para la batalla tanto como ellos. Al principio, Rex le había pedido que se mantuviera cerca de él para ponerle un ojo encima, como en Raser, pero ahora la llevaba a su lado por mera costumbre. Ya no se podía imaginar una batalla sin los comentarios estúpidos de la chica, y, negaba admitirlo, éstos solían divertirle. Aun así, no creía que llevar a Riane a una misión de alto secreto, a una cárcel diseñada para que ni siquiera un Jedi pudiera escapar, fuera buena idea. Riane era demasiado impulsiva, demasiado temeraria, no se paraba a ver los riesgos, a pensaba en todas sus opciones... A Rex le ponía de los nervios.

Pero eran órdenes de arriba, y por eso, ahora mismo, Riane Unmel estaba a su lado, siguiendo a Cincos y a Echo de cerca mientras avanzaban a su próximo objetivo.

Era la primera vez que iban a luchar los cuatro juntos desde que aquellos dos se habían hecho soldados ARC, y Rex había querido taparse los oídos ante las carcajadas de la chica en el hangar, antes de su salida. Se reía a gritos de lo que fuera que Cincos le decía, mientras otros hombres de la misión se reunían a su alrededor.

Todos sus hermanos parecían disfrutar de la compañía de la chica tanto dentro como fuera del campo de batalla, pero Rex no era un fan de ella. Él no tenía problema con luchar a su lado, pero, hablar y hacerse amigos, ya era otra cosa. No creía que hubieran hablado relajadamente (a solas, al menos) desde su encuentro en la sala de entrenamiento, después de la misión de socorro a Haru.

Tampoco es que a Rex le importara.

Puede que sus hermanos se entretuvieran con sus comentarios y con su belleza femenina, pero Rex tenía otras cosas en las que pensar.

Habían sido congelados en carbonita para no alertar a los escáneres de materia orgánica de su presencia al llegar a la Ciudadela, y eso les había dejado a todos algo mareados. Aun así, tras darse cuenta de que Ahsoka Tano se había unido a la misión (probablemente sin permiso), y tras escalar un gran muro de roca electrificado, habían conseguido entrar en la cárcel.

Sin embargo, Archer, uno de los soldados, había caído, y eso había encendido las alarmas. Se lanzaron por los pasillos grises, intentando no ser descubiertos, apagando también las cámaras a través de disparos.

Tras correr fuera del alcance de una pared electrificada y perder a otro hombre, esta vez un soldado del 212, siguieron avanzando hacia la celda donde tenían al Maestro Piell.

Antes de entrar, Riane le dio un golpe con el codo a Cincos en el brazo para que escuchara.

—¿Permiso para ir en cabeza, capitán? —le dijo la chica a su superior.

Él se giró hacia Riane. Puso los ojos en blanco con fastidio, pero ella no podía verle la cara por el casco.

—Yo voy siempre primero, novata. Creía que ya lo sabías.

Con eso, abrieron la compuerta, saltando dentro de la celda y friendo a los droides comando a disparos.

Anakin y Obi-Wan sacaron al Maestro Jedi de las ataduras hechas de energía mientras los soldados y la Padawan vigilaban el perímetro. El Maestro Piell conocía la localización de las rutas Nexus, lo cual podría inclinar la balanza de la guerra hacia su favor, y era por eso que la República se estaba arriesgando tanto al rescatarle tras su captura en su propio Buque Insignia.

—Maestro Piell, ¿está bien? —le preguntó Kenobi.

—Obi-Wan —respondió éste—, ¿por qué habéis tardado tanto?

Echo y Riane, tan afines como siempre, intercambiaron una mirada de molestia, pero nadie podría haberse dado cuenta por los visores de los cubos.

El Maestro Piell le recordaba un poco a Yoda, con grandes orejas y de pequeña estatura, pero tenía la piel blanca en vez de verde. Además, le faltaba un ojo y parecía estar de muy mal humor.

—¿Tiene las coordenadas de la ruta Nexus? —preguntó Anakin.

Kenobi le pasó su espada láser al Jedi.

—Claro que las tengo, la mitad, al menos —indicó Piell—. Mi capitán tiene la otra mitad. Borré los datos cuando nos abordaron y memorizamos parte de la información. En el caso de que yo cediera, la información sería inútil sin la otra mitad.

—¿Dónde está su capitán? —preguntó Kenobi.

—Supongo que prisionero con los demás oficiales.

Cincos soltó un resoplido, apagando los micrófonos exteriores de su casco para que sólo el resto de los soldados pudieran oírle a través del sistema de comunicaciones.

—O sea, que tenemos que rescatar a más gente —dijo con molestia—. Esto se va a poner complicado.

Riane comprobó la carga de una de sus pistolas, sonriendo bajo el casco mientras los demás se disponían a salir fuera.

—Eh —dijo, respondiendo también por el canal privado—, quizás este capitán sea tan amigable como Rex.

El susodicho la miró por encima del hombro.

—Cuidado con tu sarcasmo, Unmel.

Ella y sus dos amigos rieron imperceptiblemente como respuesta antes de ponerse en marcha una vez más.

Mientras se abrían paso hasta el siguiente conjunto de celdas, más droides comando les salieron al paso por ambos lados.

Riane sacó sus pistolas, lista para disparar, mientras Echo y Cincos se colocaban a su lado. Los droides no tardaron en abrir fuego, y con la ayuda de los Jedi, que reflectaban los disparos, los solados se los devolvieron. Era todo un espectáculo, verlos a los tres tan compenetrados. Era como si el tiempo no hubiera pasado entre los amigos.

Aunque los comandos eran atléticos, Riane le dio a uno que se acercaba. Aun así, otro agarró a otro soldado. Mientras, los Jedi también parecían tener problemas.

Un droide empujó a Echo y a Cincos, y Ahsoka cayó con el comando encima, los dedos metálicos alrededor del cuello. Riane apuntó una de las pistolas a la cabeza del droide y disparó una vez, quitándoselo a su comandante de encima. Los Jedi acabaron con los demás, y la niña le dio una pequeña sonrisa a Riane, quien asintió de vuelta.

—Gracias, Ri —dijo Ahsoka.

Ella se encogió de hombros como si no tuviera importancia.

—Siempre vigilando tus espaldas, pequeña.

—¡Tenemos que movernos! —anunció Kenobi.

Echo le puso la mano en el hombro a Riane un momento.

—Gran puntería, como siempre —le dijo.

Ella le miró de reojo.

—¿Puedo tener una armadura como la vuestra ahora?

Los ARC negaron con la cabeza entre risas.

Entonces, un sonido agudo les hizo intentar taparse las orejas con dolor. Las pistolas de Riane fueron atraídas hacia el techo, al igual que los sables láser y las demás armas. Además, el general Skywalker subió hacia arriba por el imán también, que atraía su brazo prostético.

Riane apretaba las manos contra el casco, pero eso no hacía nada para aliviar el dolor de cabeza que le estaba levantando el escuchar aquel sonido agudo e infernal.

Para mejorar las cosas, el techo se activó con una ola de electricidad que intentó calcinar a Skywalker.

—¡Sois unos necios! —gritó alguien, probablemente el mando de la Ciudadela, a través de un altavoz en el pasillo. El agudo sonido por fin cesó y todos fueron rodeados por más droides comando—. Espero que halláis disfrutado la reunión con vuestro amigo Jedi, porque vais a ser mis invitados durante mucho tiempo.

Obi-Wan, Piell y Ahsoka utilizaron la Fuerza para intentar empujar a los droides lejos de ellos.

—Están magnetizados —se quejó Kenobi mientras volvía empujarlos, no consiguiendo moverlos mucho.

Los droides volvieron a disparar, y Echo y Cincos se lanzaron adelante para intentar reducirlos. Riane les imitó, e intentó agarrarle el arma a uno de los droides. El comando le dio una patada en el estómago, pero tras tambalearse un momento, ella se lanzó de nuevo hacia él. Rex la ayudó, agarrando al droide del cuello, y ella consiguió el bláster, disparándole a uno de los droides antes de volarle a ese la cabeza.

El techo electrificado volvió a hacer que Skywalker gruñera, pero el Jedi consiguió agarrar su sable y destruir el generador justo a tiempo. Todos recuperaron sus respectivas armas, consiguiendo acabar con los droides en pocos segundos.

Riane soltó el bláster enemigo con asco, recogiendo sus pistolas del suelo.

—El rojo no me queda bien —le dijo a Rex.

Él sacudió la cabeza. ¿Cómo era que siempre se las arreglaba para comentarlo todo?

—Salgamos de aquí —anunció Skywalker.

Todos comenzaron a correr, pero Rex parecía quedarse atrás. Riane giró la cabeza para ver cómo disparaba a una de las cámaras y se disponía a seguir al grupo. Se tragó una sonrisa.

Cuando llegaron al segundo bloque prisión, Riane se apostó contra la pared al lado de uno de los hombres del 212.

Los Jedi abrieron la puerta, y Ahsoka se precipitó dentro, acabando con los droides. Riane se asomó por la entrada, viendo a varios oficiales y al que supuso que era el capitán de Piell, el único hombre que no era un clon.

Ignorando la charla que Piell mantenía con el capitán, Tarkin, Riane siguió a Rex para comprobar el estado de los hombres. Se arrodillaron frente a algunos que no parecían estar en muy buen estado.

—Eh, amigo —le dijo Riane a un hombre que llevaba sólo el mono negro puesto—. ¿Te duele algo?

El clon pareció sorprenderse al escuchar su voz femenina, pero acabó asintiendo.

—Creo que me he torcido el tobillo, eh...

Ella asintió, mientras Cody le pasaba una jeringuilla que llevaba en su mochila.

—Me llamo Riane.

Con eso, le puso la inyección en el cuello, que aliviaría el dolor. El clon suspiró.

—Gracias, Riane.

La mujer asintió, y todos comenzaron a salir al pasillo. Los Jedi decidieron que lo mejor era separarse, pero el capitán Tarkin creía que era mala idea. Además, para mejorar las cosas, el molesto Tarkin iría con la 501, con el grupo de Skywalker, mientras Piell acompañaba a Kenobi y a sus hombres para crear una distracción.

La 501 cubrió los pasillos mientras Skywalker creaba una perforación en la pared, lo suficientemente grande como para ser atravesada sin problemas. Cincos y Echo empujaron el metal hacia el otro lado, y Riane se acercó despacio, aun mirando hacia el pasillo, con las pistolas en alto.

Tras Ahsoka y algunos de los hombres, Riane atravesó el agujero también. Al otro lado había varios desfiladeros de roca, separados por un río de lava que hacía del lugar uno muy caluroso.

—Es uno de los túneles originales de la fortaleza —dijo Cincos.

Echo asintió.

—Es la ventaja de usar datos de archivo.

—¡Túnel despejado! —gritó Ahsoka desde el otro lado.

La distracción del otro grupo había funcionado. Riane se giró para escuchar las instrucciones de Rex, pero ninguno de los soldados pudo evitar escuchar la disputa de Anakin y Tarkin, un poco más allá.

—Reservo mi confianza para aquellos que actúan, general Skywalker —dijo el capitán.

El susodicho le daba la espalda, listo para avanzar por el túnel.

—Permítame recordarle que acabamos de rescatarle, y reservo mi confianza para aquellos que demuestran gratitud, capitán Tarkin.

Anakin comenzó a avanzar, y la 501 le siguió de cerca mientras Cincos y Echo tapaban la entrada con el trozo de metal. Riane miró de reojo al capitán al pasar por su lado, molesta. Todos arriesgaban su vida para sacarles de allí, y así era como aquel hombre se lo agradecía.

Después de un rato, Rex, que iba delante de Riane, le hizo un gesto ambiguo con la cabeza. Ella asintió, entendiéndole. Le estaba preguntando si estaba bien. Ella ladeó la cabeza hacia el lado y él asintió de vuelta.

El calor era terrible, debido a la lava bajo ellos, y el estrecho camino por el desfiladero le daba a Riane algo de vértigo. Aun así, seguía a buen paso, detrás de Rex, con el clon herido detrás, que se quejaba por el dolor en la pierna y en el pecho. Cincos y Echo iban los últimos, vigilándoles a todos las espaldas.

Skywalker acabó con una sonda, y, ante su presencia, Rex le hizo otro gesto a Riane.

—Novata, vete al frente con Ahsoka y el capitán Tarkin, vigila las doce.

Ella asintió, avanzando.

Ahsoka le puso una mano en el hombro, pero Tarkin la miró con molestia. La togruta caminó con Riane, mientras ella miraba a los lados con las pistolas alzadas.

—¿Todo bien, pequeña? —le preguntó a Ahsoka.

La niña asintió con una pequeña sonrisa.

—Sí, Ri, no te preocupes.

La chica asintió, aún alerta. Se acercaban a la siguiente parte del plan.

—¿Y qué hace ella aquí? —dijo Tarkin después de un rato.

A Riane le costó darse cuenta de que la estaba señalando a ella. Rex que iba detrás, ladeó el casco hacia el otro capitán.

—Riane es parte de la 501, señor —le respondió.

La chica decidió no girarse, haciendo como que no oía nada, y continuó vigilando los flancos como su superior le había pedido.

—Pero no es un clon, y le ha dicho usted que cubra los laterales —dijo Tarkin como si fuera algo obvio.

Riane quiso poner los ojos en blanco. Rex volvió a responderle, y a Unmel le pareció que sonaba molesto.

—Es hábil —le informó secamente—. Y confío en ella, capitán. Le agradecería que no dudara de mis decisiones o de la capacidad de mis soldados.

¿Rex confiaba en ella? Vaya, era la primera vez que oía algo así. Se mordió el labio, intentando concentrarse de nuevo. No era el momento de cavilar sobre aquella información.

Al ver a Ahsoka avanzar hacia la pared que tenían que volar, Riane se colocó contra la entrada, las pistolas en alto, mientras los demás avanzaban. Tarkin la miró con las cejas alzadas mientras pasaba por su lado, pero Rex asintió en su dirección con aprobación.

Los soldados acabaron de entrar dentro, y Riane se quedó frente a la entrada, esperando a que volaran la pared y que volviera el general Skywalker, que se había quedado atrás para vigilar el perímetro.

Se quedó en silencio, y bajó el visor de aumento que llevaba en el casco para tener una mejor visual. Vio a un B2 que se acercaba, y disparó al instante.

—¡Tenemos visita! —gritó la chica mientas Echo la cubría y Ahsoka encendía sus sables láser.

Mientras Riane disparaba, Anakin cayó en picado para acabar con el resto de droides que se acercaban.

Riane miró a su lado con confusión.

—Comandante —le dijo a Ahsoka, recuperando la formalidad con ella ahora que el general estaba cerca—, ¿por qué no habéis volado ya la pared?

Ahsoka puso cara de espanto. Entonces, varios droides comando con escudo se acercaron.

—¡Esa parte del plan era cosa tuya, chulita! —añadió Anakin.

—¡Creí que no había salida! —intentó defenderse.

—Si el maestro Plo de verdad te asignó a esta misión, te habría explicado el plan —respondió su Maestro mientras la niña cogía la mochila con explosivos de Rex y avanzaba.

Riane volvió a disparar, pero no valía de mucho.

Quería salir de ese lugar, ya.

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Tras atravesar un conducto de combustible y seguir escuchando las quejas de Tarkin, consiguieron salir al exterior. Anakin Skywalker voló el conducto y los droides que había alrededor por los aires. Al ver que la nave no estaba allí para recogerlos, decidieron avanzar hacia la ubicación de Kenobi.

Al acercarse a la posición de la lanzadera, podían oír disparos. El equipo de Anakin se sumó al de Obi-Wan, que estaba luchando contra varios droides, intentando llegar a la nave. Había varios droides manejando torretas, y eso iba a ser un problema.

Riane disparaba junto a Echo mientras los Jedi intentaban desarrollar un plan para tomar la nave.

—¡Como en los viejos tiempos! —bromeó Echo.

Riane ya podía oír la sonrisa en su voz.

—¡Esos tiempos no son tan viejos, amigo mío!

Los dos se giraron al oír disparos tras ellos: algunos droides se acercaban subidos en motos speeders.

—¡Genial! —soltó Riane son sarcasmo.

Echo puso su espalda contra la de la chica.

—¡Ocúpate de los droides de a pie, yo te cubro!

Ella asintió, disparando a los droides que caminaban hacia ellos mientras el resto del equipo intentaba lidiar con el resto de las fuerzas enemigas.

—¡Cuidado!

Con eso, Echo la empujó al suelo, lejos de la trayectoria de lo que quedaba de una moto que el Maestro Piell había cortado por la mitad.

El clon ayudó a su amiga a levantarse.

—Gracias, Echo —dijo ella, intentando recuperar el aire—. ¿Qué haría yo sin ti?

Él se encogió de hombros, las hombreras azules moviéndose con gracia.

—Estarías perdida desde el primer día, Ri —respondió—. Y lo sabes.

Cuánta razón tenía...

Ambos se unieron a Cincos detrás de unas cajas, quien lanzó una carga hacia los droides que quedaban, acabando con bastantes.

Siguieron disparando, formando un equipo aparentemente invencible, mientras el capitán Rex cubría el flanco.

A Riane le dolía la cabeza bajo el casco, pero estaba muy concentrada, seria y serena mientras disparaba mecánicamente las DL-44.

Para mejorar las cosas, droides comando aparecieron por las puertas.

—¡Yo te cubro! —le dijo la chica a Cincos.

Comenzó a disparar para dejar que él lanzara otra bomba.

Aun así, uno de los hojalatas consiguió subir hasta una de las torretas, y Cincos se lo comunicó a Skywalker a través del transmisor.

Aquello no pintaba nada bien: iban a volar la nave, su único medio de escape.

Skywalker intentó llegar a él, pero el droide destruyó la moto que manejaba. Riane sacudió la cabeza, mirando a sus amigos. Había perdido la compostura, y le latía el corazón demasiado aceleradamente.

No estaba dispuesta a morir allí.

—¡No queda más remedio! —les dijo Echo, con tanta ansiedad como la suya—. ¡Hay que detenerlo!

A Riane le pareció que Rex gritaba una negativa, pero los tres amigos avanzaron, abriéndose paso a disparos hacia la torreta.

Mientras Cincos y ella iban más despacio, Echo agarró un escudo, corriendo hacia la nave. Riane sacudió la cabeza al ver cómo el droide giraba el cañón de la torreta hacia la lanzadera.

—¡Echo, cuidado! —aulló Cincos.

El clon pisó la trampilla de acceso a la nave, y el droide la voló por los aires.

El estallido mandó a Riane al suelo, pero incluso si seguía consciente, no era capaz de moverse.

Su cabeza sólo pensaba en su amigo. En la explosión.

Echo acababa de morir.

—¡Echo! —gritó Cincos a sus espaldas.

Riane sintió las lágrimas cruzándole las mejillas antes que el dolor en el pecho, que le quemaba como si la hubieran disparado justo en el corazón. No sabía lo que estaba pasando. No entendía nada.

Hace unos minutos se estaban riendo, y ahora...

Ni siquiera cuando Rex la levantó del suelo, cubriéndola de los disparos enemigos, pudo asimilar lo que acababa de pasar.

Antes de que el capitán la empujara para que avanzara tras los Jedi, que se retiraban, pudo ver el casco de Echo en el suelo, calcinado.

Ningún entrenamiento podría haberla preparado para aquello.

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Habían escapado. El Mastro Jedi Piell había muerto, al igual que muchos otros clones, pero Ahsoka había memorizado su parte de la información, y, ahora, gracias a la ayuda del Consejo, habían salido del planeta.

El comandante Wolffe sujetó a Riane contra la cañonera con brusquedad, porque parecía que estaba a punto de caer de rodillas al suelo.

Había mantenido la compostura hasta ese momento.

Estaba llorando, pero la chica había apagado los micrófonos del casco, y, aunque nadie podía oírla, Rex y el comandante del 104 Batallón de Ataque podían ver cómo se le sacudían los hombros.

Nadie dijo nada. Cincos empujó a Wolffe para que se apartara y rodeó los hombros de la chica con su brazo, sosteniéndola con la delicadeza de un hermano. Ella negó con la cabeza, pero él asintió.

Habían perdido a un buen amigo.

Echo había sido compañero de Cincos desde que eran cadetes, y ahora él era el único miembro vivo del Escuadrón Dominó.

Riane no podría nunca olvidar al soldado ARC: él y Cincos habían sido los que la habían aceptado en la 501 desde el principio. Incluso si no habían luchado codo con codo muchas veces, sí que habían entrenado, dormido y comido juntos: la habían aceptado como a una hermana, y ahora, Echo estaba muerto.

Sentía cómo se le desgarraba el pecho, poco a poco, con cada segundo que pasaba. Aquella era una herida que le iba a dejar una cicatriz invisible al ojo humano.

Ahsoka le sujetó la mano un momento antes de avanzar hacia el otro lado de la nave.

En aquellos meses, Riane había visto a muchos hombres morir. Aun así, ninguno había sido Echo. Ninguno había sido uno de sus mejores amigos.

Rex miró hacia atrás de reojo. Wolffe encendió una transmisión privada entre los dos, a través del comunicador de su casco. Estaban justo delante de Cincos y Echo, intentando darles a los dos amigos algo de intimidad.

—¿No es esa la naboo? —le preguntó.

Rex asintió.

—Hemos perdido a Echo —le explicó él cortamente.

Wolffe le puso una mano en el hombro, sin decir nada más. El capitán sentía el mismo resquemor en el pecho que el que sentía Riane, pero él lo conseguía esconder.

Después de todo, era un clon. Había sido creado para ver a sus hermanos morir en esa guerra, y para hacer lo mismo si era necesario.

Echo era un gran hombre, y entendía el dolor de la chica. Habían sido amigos desde el principio, desde el primer día, y Rex sabía que, siempre que estaban separados, Riane, Cincos y Echo se habían mantenido en contacto.

Rex suspiró de nuevo.

—¿Y la chica? ¿Lucha bien? —le preguntó Wolffe, intentando distraerle.

El capitán se agarró mejor a las sujeciones de la cañonera: estaban llegando al Buque Insignia de Plo Koon.

—Le salvó la vida al capitán Tarkin cuando estábamos llegando al punto de encuentro —relató, haciendo referencia a lo que había pasado en los últimos momentos de la misión, tras perder a Echo—. El líder de los separatistas le tenía contra el suelo, y ella le dio en la cabeza justo cuando estaba a punto de matarle. Si no fuera por sus reflejos, habríamos perdido la mitad de las coordenadas que fuimos a buscar.

Wolffe asintió. Intercambiaron un silencio largo.

—Además —dijo Rex mientras la cañonera aterrizaba en el hangar del Buque Insignia—, van a ascenderla a teniente.

Las puertas se abrieron frente a ellos para que se bajaran, y el crucero saltó al hiperespacio para que pudieran volver a Coruscant.

—¿Quién? —preguntó Wolffe, extrañado—. ¿El general Skywalker?

Rex salió de la nave a paso firme, negando con la cabeza mientras se alejaba por el hangar.

—Yo mismo.

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