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010.

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Riane y la senadora Padmé Amidala estaban sentadas en una sala de espera ubicada en el centro de una nave de la Federación de Comercio.

—¿Crees que se han dado cuenta ya? —le preguntó Riane a su amiga mientras se comía una fruta roja muy dulce.

Padmé estaba sentada en un sillón cercano, mirando hacia el espacio con aire ausente.

—Si no lo han hecho ya, espero que sea pronto —dijo con aburrimiento—. Comienza a entrarme el sueño.

Las dos mujeres rieron a la vez.

La misión de Padmé era muy peligrosa, y por eso el general Skywalker le había pedido a Riane que fuera con ella. El viaje hasta el punto de encuentro con la Federación de Comercio había durado una rotación estándar y media, y, en ese tiempo, la 501 había sido enviada a Kamino. A Riane le hubiera gustado estar con su equipo, luchando contra los Separatistas, que se habían atrevido a atacar el hogar de los clones.

Sin embargo, allí estaba, ayudando a Padmé a robar archivos una vez más. Esta vez, querían demostrar que la Federación de Comercio, que se declaraba neutral en la Guerra de los Clones, había estado desviando dinero hacia cuentas privadas en territorio Separatista. Para ello, Padmé se había decidido reunir con algunos peces gordos de la Federación, diciendo que el Canciller la mandaba para hablar sobre asuntos del Senado. Riane se había puesto un vestido negro, de mangas largas y encaje que arrastraba un poco por el suelo, y una capa igual de oscura que le tapaba el pelo, en el que se había hecho un recogido. Para la Federación, ella no era más que una sirvienta de la senadora, pero, debajo de las ropas, llevaba dos pistolas y un cuchillo.

La usual doncella de Amidala, Teckla Minnau, no habría sido capaz de protegerla, así que Riane se estaba haciendo pasar por ella. Nadie le había preguntado quién era, principalmente por sus ropas femeninas y humildes y el pelo recogido al estilo naboo, como se lo solía poner su madre también, así que su tapadera no había sido descubierta.

Ella misma había extraído unos archivos de un ordenador de la nave mientras Padmé hablaba con los políticos, pero el Canciller había sido muy explícito: debían de negar el haber tocado los ordenadores (por eso Riane había utilizado un dispositivo que dejaría rastro, pero que no sería localizable). Cuando sacaran a los droides que tenía que haber a bordo, Riane o Padmé debían grabar el encuentro como seguro, y conseguir huir.

Riane no sabía por qué el plan del Canciller era tan temerario y elaborado, pero la senadora lo había aceptado todo ciegamente, así que Riane debía ceñirse a lo planeado.

Mientras esperaban, los pensamientos de Riane volvían a Cincos, a Echo, al resto de sus amigos, y, aunque le molestaba, también a Rex. Esperaba que todos estuvieran bien, que su hogar estuviera a salvo. Riane sabía que llevaban una rotación entera luchando, y Echo le había dicho que la contactarían en cuanto la lucha acabara. Ella esperaba que todos salieran con vida, porque, si perdía a alguno de sus nuevos compañeros, nunca sería capaz de perdonarse el no estar allí para ayudarles.

—Te noto preocupada —dijo Amidala.

Riane se encogió de hombros, dándole otro mordisco a la fruta, casi acabándola.

—Estaba pensando en los demás —le explicó—. Espero que estén bien.

Padmé se pasó una mano por el pelo con una sonrisa.

—Entonces, ¿te lo estás pasando bien en la 501?

Riane le dio una significativa mirada.

No sabía cómo se lo estaba "pasando": aquello era una guerra, después de todo. Pero formaba parte de la Compañía Torrente, de la Legión 501. Aquellos hombres eran la élite dentro de la élite; la columna vertebral de la infantería. Ser considerada una de sus miembros era todo un honor.

—Bueno, sólo he estado en el frente un par de veces, pero me llevo bastante bien con la mayoría de mis compañeros —le dijo—. Al principio era un poco incómodo, pero la mayoría de los hombres ya han comenzado a aceptarme por allí.

Padmé asintió.

—¿Y qué tal con el capitán?

Ella puso los ojos en blanco sin poder evitarlo. Intentó no recordar su encuentro en la sala de entrenamiento. Por alguna razón, como la escena en la práctica de tiro, le pareció que era mejor olvidarlo. Sí, lo mejor era hacer como que nada había pasado, en vez de darle vueltas al asunto.

—Es un hombre rarísimo —le dijo sin más—. Parece tener muy buen rollo con todos menos conmigo, y cuando me trata como a una más, es sólo para volver a ser un estirado la próxima vez que nos vemos.

Padmé se tapó la boca mientras reía, mirando de nuevo por el ventanal. Asintió.

—Creo que ya sé lo que pasa aquí.

Riane levantó las cejas en su dirección.

—Ah, ¿sí? Por favor, ilumíname.

La sonrisa de la senadora se ensanchó.

—Rex puede ser muy encantador cuando se lo propone.

Riane se tragó una mueca de horror, pero antes de que pudiera responder, la compuerta de la habitación se abrió, dejando ver a un pelotón de droides B1. Riane sonrió hacia ellos, tirando lo que quedaba de la fruta en el suelo mientras Padmé se levantaba con falsa sorpresa. La joven comenzó a grabar usando su transmisor, el cual le pasó a Padmé mientras se ponía junto a ella.

—¿Qué es esto? —dijo la senadora—. ¡Cuento con la protección del Senado Intergaláctico...!

El comandante droide, el que tenía el pecho pintado de amarillo, levantó el arma.

—Quedan arrestadas por robo de material de la Federación de Comercio.

Riane relajó los músculos mientras pensaba en el plan de escape.

—¡No hemos robado nada! —dijo la senadora.

El droide repitió que quedaban arrestadas, y, decidiendo que tenían suficiente material de grabación, Riane y Padmé se miraron con entendimiento. La primera le dio una patada a la mesa de centro, usándola como parapeto, y sacó las armas mientras se apostaban tras el mueble, comenzando a disparar hacia los droides. Le pareció que se acercaban más por el pasillo.

Padmé sacó su bláster para ayudarla con la mano libre. Dispararon hasta que el comunicador comenzó a pitar con una transmisión entrante.

—¡Te llama alguien! —le dijo Padmé con extrañeza.

Riane la miró de reojo un segundo, encogiéndose de hombros.

—¡Cógelo, quizás sea importante!

La senadora asintió mientras Riane sujetaba la mesa y seguía devolviendo disparos.

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—¡No puedo esperar a contárselo! —dijo Cincos.

Echo asintió en su dirección con una sonrisa mientras los dos seguían al capitán Rex a una mesa de transmisiones en Kamino, su planeta natal. Aunque habían tenido muchas bajas, habían recuperado su hogar, echando a los Separatistas del sistema.

Su amigo 99, un clon defectuoso al que todos querían, había muerto en el proceso, y, aunque todos seguían tocados por la pérdida, Cincos y Echo estaban emocionados: el capitán y el comandante Cody les habían ascendido a soldados ARC, lo cual significaba que, aunque iban a ver menos a Riane, por lo menos recibirían entrenamiento especializado.

Serían de los soldados más valientes de la República: era todo un honor.

Rex quería hablar personalmente con la soldado, porque, al parecer, no se había reportado ni una sola vez ante el general o el capitán. Skywalker estaba nervioso, aunque era probable que eso se debiera más a Padmé Amidala que por la ausencia de información sobre Riane, pero Rex no dijo nada al respecto. Los dos soldados de la 501 habían pedido unirse para hablar con su amiga si era posible, y Rex no había podido negarse.

Entraron en la sala vacía y se quitaron los cascos.

El capitán accionó la llamada y esperaron unos instantes.

Sobre la mesa apareció la senadora de Naboo. Cincos y Echo oían disparos, e intercambiaron una mirada de confusión.

—¿Senadora Amidala? —preguntó Rex.

La mujer sonrió, mirando algo frente a ella.

—¡Capitán Rex! —saludó—. Debe usted de querer hablar con Riane.

Giró el dispositivo, y los tres soldados fruncieron el ceño. Ahora la transmisión enfocaba a Riane, que parecía estar disparando a unos droides, de rodillas tras algún tipo de objeto bastante grande. Llevaba puesto un vestido, algo que les resulto muy extraño a todos, y Cincos y Echo intercambiaron unos codazos mientras veían cómo la chica seguía disparando.

Miró hacia la transmisión de reojo un segundo, con mala cara.

—¡Capitán! —dijo con sarcasmo—. ¿A qué le debo el honor? No sé si se da cuenta, pero ando algo ocupada.

Con eso, se levantó, dando una patada adelante hacia el objeto, que debía de ser una mesa o algo parecido, y quitándose la capa que llevaba a los hombros. Padmé debió de seguirla, porque la consiguió enfocar mientras disparaba con ambas manos, abriéndose paso por donde fuera que estaba.

—El general Skywalker no sabía nada sobre vosotras, me ha mandado que os contacte para comprobar...

La transmisión se movió lo suficiente como para ver cómo Riane paraba de correr con la senadora detrás y le daba una patada a un droide. A Rex le pareció que habían salido de donde estaban.

—¡Claro, claro! —respondió ella—. Bueno, deme cinco minutos: ¡le volveré a llamar cuando salga de este chatarrero!

—Pero...

La transmisión se cortó.

Echo y Cincos volvieron a mirarse con confusión, sonrisas entretenidas rozándoles los labios, pero Rex se pasó una mano por la frente: parecía muy agotado.

Aquella era Riane, ¿qué se esperaba?

Cincos soltó una risa, poniéndole a su superior la mano en el hombro.

—¡No se preocupe, señor, seguro que está bien!

Rex se quitó la mano de encima con molestia, pero no parecía enfadado con ellos.

—No me preocupa Riane —insistió—, sino la senadora y la misión.

Echo se encogió de hombros. Cincos negó con la cabeza, chasqueando la lengua.

—Bueno, ya la conoce, suele ser partidaria de asumir algo de riesgo...

Rex no respondió, y los tres esperaron en silencio a que Riane cumpliera con su palabra y volviera a contactarles. A Rex le parecieron los seis minutos más largos e incómodos de su vida.

Sin embargo, Riane volvió a aparecer en el holograma, esta vez sentada en el asiento del piloto de una nave.

—¿Qué ha pasado? —le preguntó Rex de inmediato.

Riane sonrió mientras se soltaba el pelo del moño que llevaba. Se lo revolvió con la mueca socarrona aún en los labios, haciendo que Rex comenzara a perder la paciencia.

—No se preocupe, señor, puede decirle a Skywalker que el plan ha sido todo un éxito: ya estamos en el hiperespacio de vuelta a Coruscant. —Rex subió las cejas en su dirección—. Le he dicho que no se preocupe —repitió ella con molestia—: he seguido el plan, aunque es uno que dudo que usted hubiese aprobado.

Rex negó con la cabeza mientras los otros dos soldados se tragaban sus risas.

—Informaré al general Skywalker —suspiró—. Pero, antes, aquí hay alguien que quiere hablar contigo.

Cincos y Echo fueron enfocados por el dispositivo, y Riane se inclinó hacia adelante con una gran sonrisa de inmediato.

—¡Chicos! —saludó.

—¡Ri, no te lo vas a creer! —exclamó Cincos—. ¡Nos han ascendido a Comandos de Reconocimiento Avanzados!

La cara de Riane pasó por tres fases: primero reflejó confusión, luego tristeza, y, por último, alegría. Aunque Rex creía que sus dos hermanos no se habían dado cuenta.

—¡Eso es genial! —dijo, aunque luego añadió algo más—. Pero os voy a echar de menos en la C.

Echo le guiñó un ojo a la transmisión.

—No temas, compañera, seguiremos sirviendo contigo de vez en cuando.

—¡Sabes que no puedes librarte de nosotros! —añadió Cincos.

La chica asintió, y, tras un poco más de charla, acabó despidiéndose. Parecía alegrarse por sus amigos más cercanos, pero a Rex no le pasó desapercibida la pena en sus ojos.

El capitán sacudió la cabeza para olvidarse del pensamiento, cortó la transmisión y los soldados salieron de la habitación.

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