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008.

━━━━━━━━━━━ ✦₊˚.

Las cañoneras dejaron a los soldados de la 501 en el árido y seco suelo del planeta de Haru. Iban armados, pero sólo por si acaso. Los hombres comenzaron a bajar cajas del transporte inmediatamente, y Riane estaba a punto de ponerse a ayudar cuando el capitán le puso una mano en el hombro.

—Necesito que traduzcas ante el jefe de la tribu.

Riane asintió, pero hubiese preferido descargar cajas durante el resto de la rotación a estar tan cerca de Rex.

La Academia de Naboo requería que estudiaran varios idiomas, pero tenía el hastorio muy desentrenado. Eso sin contar que ni siquiera era exactamente hareo. La única razón por la que lo había estudiado era porque pensaba que nunca iba a necesitar usarlo. Se había equivocado, claro.

Al salir de la sombra de la cañonera, el sol la abrasó de inmediato. No tardó en maldecir la armadura y los tres grandes soles que brillaban sobre la superficie.

Resopló mientras seguía a Rex a buen paso hacia el campamento más cercano.

—Podríamos haber venido por la noche —sugirió, olvidándose de con quien hablaba.

El capitán se giró sobre su hombro para mirarla, pero Riane no podía verle la cara por el casco.

—¿Mucho para ti, novata? —bromeó.

Ella sacudió la cabeza, pero decidió no responder nada. Parecía que Rex había recuperado el humor que había tenido en Raser, y ella no sabía si debía alegrarse por ello o estar alerta. Por lo menos parecía algo más amable.

Se acercaron al campamento, atravesando el arco que servía de entrada. Era de madera, como todas las estructuras que Riane podía ver por allí. Los edificios eran pequeños, cuadrados, y los tejados eran de algún tipo de arcilla. Supuso que no debía de llover mucho por allí.

El jefe de la tribu no tardó en acercarse a ellos bajo la atenta mirada de su pueblo, que se paseaba por los alrededores. Era un hombre alto, de pelo blanco y largo, trenzado con cordeles marrones, y tenía los ojos muy amarillos y vivos, como si lo mirasen todo con atención. Llevaba puesta una túnica marrón que arrastraba por el suelo de tierra seca.

Cuando estuvieron frente a él, Riane y Rex se quitaron los cascos. La chica hizo una pequeña reverencia, y él la imitó con duda.

El anciano comenzó a hablar inmediatamente, y Rex observó el intercambio. Riane fruncía el ceño mientras el hombrecito hablaba, y después respondía despacio. O bien Riane se trababa al hablar, o el idioma parecía estar compuesto de muchas silabas y palabras largas.

La chica se giró hacia Rex e intentó traducir lo mejor posible, aunque había varios detalles que se le escapaban.

—Este es el anciano Yura. Da las gracias por nuestra ayuda y te rinde sus respetos, capitán.

A Rex no se le escapó el tono sarcástico con el que la chica pronunciaba la parte final de la frase. Se giró hacia el anciano, asintiendo.

—Dile que yo le rindo mis respetos también. Y que nuestras órdenes son darles suministros y arreglar el sistema de goteo de los huertos.

Riane se giró a traducir, volviendo a mirar al clon cuando el anciano hubo respondido.

—Pregunta que cuánto nos llevará.

Rex intentó no resoplar.

—Supongo que una rotación estándar.

El anciano escuchó la traducción de Riane y aplaudió un par de veces mientras respondía con rapidez, subiendo las manos al cielo. Rex levantó las cejas con escepticismo, pero la chica estaba demasiado concentrada en intentar entender lo que decía el anciano como para darse cuenta.

—Yura dice que no nos puede dar cobijo en la aldea porque... —Riane sacudió la cabeza con confusión—. ¿Porque los dioses del cielo se enfadarán? O algo así.

El hombre se encogió de hombros, mirando hacia atrás para ver si sus chicos aún estaban descargando cajas.

—No pasa nada, dormiremos en las cañoneras.

El anciano dijo algo más, y después soltó una carcajada tan sonora que hizo que Rex apretara los labios para no reírse también. En cambio, le dio una sonrisa confusa.

Riane soltó una risita, haciendo otra reverencia.

—Dice que, esta noche, nos puede ofrecer a todos algo de lo que no escasea en este planeta —dijo la chica.

Rex elevó las cejas en su dirección.

—¿Y qué es eso?

Riane se puso el casco, y Rex la imitó.

—Alcohol.

Tras un par más de palabras, los dos soldados se despidieron del anciano para volver con los demás.

El capitán le pidió a Kix y a un par de clones más a los que Riane no conocía muy bien que comenzaran a echarle un vistazo al sistema de riego en los huertos de detrás de la aldea. Quería tenerlo arreglado y operativo antes de las cero seis cien del día siguiente.

Riane se unió a Cincos y a Echo, que le hicieron un par de preguntas sobre la tribu, pero ella no mencionó nada del alcohol por si acaso el capitán decidía que no era buena idea. Comenzaron a sacar las últimas cajas de la cañonera que los había traído hasta allí. Los pilotos también estaban ayudando, pero lo difícil sería moverlas hasta la aldea con aquel calor sobre sus cabezas.

—Estoy sudando —soltó Riane después de un rato.

Se había dejado el casco puesto porque creía que la poca ventilación de dentro ayudaba.

—Ya somos dos —se quejó Cincos mientras arrastraba una caja hacia afuera.

—¡Unmel, date prisa! —gritó Rex desde donde estaba, a algunos metros de distancia.

Ella frunció el ceño bajo el casco, cogiendo otra caja.

—Unmel, dispara a trescientos metros, Unmel, date prisa, Unmel, traduce esto, Unmel, haz aquello... —murmuró bajo su aliento.

Echo se reía a su lado, sacudiendo la cabeza mientras otros dos clones alternaban la mirada entre el capitán y la novata con diversión.

No tardaron en acabar con las cajas. El capitán distribuyó a los hombres para llevarlas al campamento, y Riane acabó teniendo que mover medicamentos con un clon llamado Taller.

Trabajaron en silencio, y él no dijo nada hasta que hubieron llegado a la enfermería, donde le dejaron la caja a una mujer vieja y arrugada que quiso abrazarles como agradecimiento.

Taller negaba con la cabeza al salir de la pequeña choza.

—Menudo trabajo de estúpidos —murmuró.

Riane se encogió de hombros.

—Bueno, este tipo de cosas también son necesarias en tiempos de guerra —intentó.

Él miró en su dirección, pero Riane no le pudo ver la cara por el casco blanco.

—No esperaba que lo entendieras —respondió él mientras se acercaban otra vez a la cañonera.

Riane chasqueó la lengua.

—¿Y eso por qué?

—Porque no eres uno de nosotros —dijo él con sequedad—. El general te dio un puesto aquí, pero no te lo has ganado. Nunca vas a ser parte de la 501, niña.

Él entró bajo la sombra de la cañonera, pero Riane se quedó fuera, como si le hubiera dado un puñetazo en el estómago. No se movió de donde estaba durante un rato. Sabía que, en el fondo, Taller tenía razón. Algunos de ellos no confiaban en Riane porque ella no era su hermana, y eso no iba a cambiar nunca. Iba a seguir siendo Unmel, la única que tenía un apellido.

No se trataba de ser una chica, sino de ser la única que estaba allí por decisión propia. Se trataba de ser la única que tenía un hogar, una familia normal (aunque llevara años sin hablar con ella). Nunca iban a ser iguales, pero Riane deseaba que la aceptaran más que nada en toda la galaxia.

Desde que había empezado a estudiar en la Academia de Naboo, había sido la rara. Era una de los pocos niños que venía de una familia de trabajadores humildes. Desde que su padre había muerto, era de los pocos que no iba a casa en vacaciones. Pero siempre había conseguido hacer que sus diferencias la hicieran más fuerte. Mientras los demás niños hablaban entre ellos, ella estudiaba. Mientras los demás se divertían, ella disparaba con las DL-44 hasta que el profesor Ko le decía que parara. Mientras los demás iban a visitar a sus padres, ella se decía que Naboo era su hogar, y que moriría por él.

Era eso lo que le había hecho parte de los Cuerpos Especiales de Naboo, y, consecuentemente, lo que la había llevado a la 501.

Pero Riane no se sentía mal por sí misma. Sabía que tenía un carácter difícil, que su sarcasmo no le agradaba a todo el mundo. Sabía que podía ser una insolente, y no le había importado nunca que los demás niños la evitasen. Sí que había acabado teniendo amigos. Pocos, pero muy buenos, y cada uno de ellos le habían enseñado a ser mejor persona, como Olher. Nunca hubiese cambiado el ser hija de una granjera y un ingeniero, o el ser la niña rara de la Academia.

Todas esas cosas le habían hecho más fuerte, le habían hecho quien era. Así que cogió las palabras de Taller y les dio la misma utilidad.

Mientras él fruncía el ceño en su dirección, ella trabajaba para ganarse su puesto en la 501.

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El equipo de la 501 acabó de arreglar el sistema de goteo justo cuando los aldeanos comenzaban su cena. No tenían mucho, y Riane había podido ver por qué mientras ayudaba a Kix con las cañerías.

El huerto medía bastantes metros cuadrados, y Riane podía ver que lo habían arado a conciencia, listos para plantar. Sin embargo, la tierra seca y árida había hecho que lo poco que había crecido, muriera.

Los soldados se aseguraron de que el sistema de riego volvía a funcionar. De esta forma, como se acercaba la época de plantación de nuevo, el jefe de la tribu aseguró que iban a poder plantar tubérculos para alimentar a los suyos. No parecían tener una tecnología avanzada, pero Kix le explicó a uno de los hombres más jóvenes cómo recalibrar el sistema de riego si se daba el caso de necesitar hacerlo, usando a Riane como traductora, aunque a ella aún le costaba hacerse entender.

Una vez acabaron de recoger las herramientas, todos volvieron a la cañonera. Estaban muy cansados, pero al día siguiente debían comprobar que el terreno del huerto había mejorado. Tras eso, podrían marcharse.

Riane, Cincos y Echo se sentaron en el fondo de una de las cañoneras para cenar. Sacaron algunos paquetes de raciones, y las mordieron para que llenaran sus estómagos. En los pocos días que habían pasado, Riane ya se había acostumbrado a no comer comida de verdad. Era un pensamiento bastante triste, en realidad: pensar que todos aquellos hombres podrían morir en cualquier momento en el frente, y que ni siquiera sabían lo que era la carne o el vino.

Riane suspiró mientras le daba otro bocado a la polvorosa barra de nutrición. Esa era su vida ahora también, así que decidió no pensar más en ello.

Cincos y Echo hablaban de algo que tenía que ver con los blásters, y Riane comenzó a sentir cómo la invadía el embriagador sueño después de un rato. Se dobló contra la pared con el casco sobre el regazo. Intentó no pensar en nada, pero las palabras de Taller le resonaban en la cabeza.

Nunca vas a ser uno de nosotros, niña.

¿Y él qué sabía?

Riane oyó a alguien entrar despacio en la cañonera.

—¿Está Riane ahí?

Reconoció la voz de Rex, sin saber muy bien cómo, ya que era igual que la de los demás clones, pero supuso que fue por el tono y la manera de decir su nombre. Aun así, no se movió ni un centímetro. No quería lidiar con él ahora mismo, no ahora que estaba recordando las palabras hirientes del otro soldado.

Cincos susurró de vuelta.

—Creo que está dormida, capitán.

La chica escuchó un par de pasos por la nave, y después al alguien moverse hasta estar delante de ella. Era probable que Rex se hubiera acuclillado para comprobar si dormía. Riane no dejó que se notara que estaba despierta. Quizás así se iría.

Rex suspiró antes de susurrarle a sus hermanos.

—El jefe de la tribu está afuera, pero no le entiendo —murmuró para después pausar un segundo—. ¿Cómo la despierto?

Riane intentó no reírse, pero le costó no cambiar de expresión.

Oyó a Echo removerse al otro lado del fondo de la nave.

—Es una mujer, no un gato de Lothal —susurró de vuelta—. ¿Yo qué sé? Sacúdela, o algo.

Rex carraspeó, y Riane se lo imaginó asintiendo. Después sintió su mano en la hombrera de la armadura, y la removió con más delicadeza de la que ella esperaba.

—Eh, Riane...

Parecía que no iba a darse por vencido, así que ella abrió los ojos despacio, como si de verdad estuviera dormida. Parpadeó un par de veces. Rex se había quitado el casco y le había soltado el hombro. Estaba de cuclillas frente a ella, mirándola con el ceño fruncido, los ojos caramelo reflejando la luz amarillenta del panel que había en la pared opuesta.

—¿Sí? —murmuró ella.

Quería darle una patada en el pecho para que la dejara en paz, pero aunque Cincos y Echo soltaban risas quedas ante la imagen ante ellos, no hizo nada más que levantarse despacio mientras él hacía lo mismo.

—El jefe de la tribu está afuera —dijo él—. Necesito que traduzcas.

Riane dejó el casco atrás, asintiendo sin decir nada, y los dos salieron fuera. La noche estaba cerrada, las tres lunas y las estrellas brillaban sobre sus cabezas. Era un espectáculo hermoso, pero Riane no se entretuvo para mirarlo.

El jefe de la tribu les esperaba afuera junto a un hombre más joven, de pelo negro y largo hasta los hombros. Riane vio el parecido entre los dos, y supuso que debía ser su hijo.

Tras unas palabras de agradecimiento, el joven le pasó a Riane tres botellas del alcohol que el jefe había mencionado antes. Yura hizo una reverencia hacia Rex, que se la devolvió mecánicamente. Riane tradujo las palabras del anciano.

—Agradece nuestra ayuda, y dice que... —dudó un momento—. Que espera que los dioses del cielo nos traten bien.

Rex asintió. Riane no podía estar segura, pero mientras le pasaba las botellas, juró que sonreía.

—Dale las gracias por las botellas y deséales lo mejor de mi parte.

Riane pensó las palabras adecuadas antes de decírselas. El anciano asintió, dándose la vuelta despacio para volver a su aldea. Rex estudió una de las botellas, pero no podía ver el contenido debido a la falta de luz. Levantó la cabeza al oír algo más en el idioma del planeta. Era el hombre joven, que le sonreía a Riane.

Rex movió la cabeza para mirar a la chica: ella estaba sacudiendo la suya con fervor y cara de espanto. Soltó un par de monosílabos y el hombre volvió a reírse. Le hizo una pregunta, y ella respondió algo más. El hombre acabó asintiendo. Se giró hacia Rex, le guiñó un ojo y se giró para seguir a su padre ladera abajo.

El capitán bajó las botellas, sosteniéndolas con fuerza.

—¿Qué ha sido eso? —le preguntó.

Riane soltó un bufido mientras se giraban para acercarse de nuevo a la cañonera.

—Dijo algo así como que estaba buscando esposa.

Sin poder evitarlo, a Rex le salió una risa. Sacudió la cabeza bajo la mirada de Riane.

—¿Y quería que tú lo fueras?

Ella se cruzó de brazos, mirándole con una sonrisa divertida, las cejas alzadas y la cabeza hacia la derecha.

—Cuando le dije que no estaba interesada, preguntó si tú eras mi marido.

Pasó por su lado para entrar a la cañonera, mientras él ponía cara de espanto y soltaba un resoplido.

—Ya, claro —dijo poniendo los ojos en blanco.

Riane soltó una risa.

Los hombres se pusieron de pie al ver las botellas que traía el capitán. Ahora que lo veía bajo la luz de la nave, parecía que era algo amarillento, de consistencia muy líquida.

—¿Nos va a invitar a unos chupitos, capitán? —dijo Echo con una risa.

Riane se sentó a su lado, viendo cómo todos los hombres estaban muy despiertos al ver el alcohol. Rex le pidió a Kix que llamara a los chicos que dormían en la otra cañonera.

—Un trago cada uno —decidió el capitán—. No deberíamos beber mientras estamos de servicio, pero podemos celebrar que nos vamos de este arenal mañana al amanecer —acabó—. Pero sólo un trago. Lo digo por ti, Taller.

Unmel intentó no poner los ojos en blanco mientras veía a ese estúpido entrar en la cañonera con Kix y los otros hombres. Ahora que le veía sin el casco, se daba cuenta de que tenía el pelo corto y teñido de rojo. A Riane le parecía que no le quedaba bien, pero era algo personal.

Un par de clones se sentaron frente a ella y sus dos amigos. Uno de ellos, el que tenía el pelo más corto y una cicatriz en la mejilla, le guiñó el ojo con una mirada lasciva. Eso le hizo ganarse un empujón de Cincos.

—Qué asco, Tinker —le dijo con el ceño fruncido—. Riane es como nuestra hermana ahora, tenéis que dejar de mirarla así.

Ella soltó una risa. El clon, Tinker, miró a Cincos con cara de fastidio.

—Lo siento, amigo, pero es mucho más guapa que tú.

Echo puso los ojos en blanco.

—Y que tú también entonces, cabeza tuerca.

La chica volvió a reírse. Fue entonces cuando el capitán abrió una de las botellas usando un destornillador que había por ahí. Todos los clones se habían sentado en el suelo, alrededor de las paredes de la cañonera, muy juntos por la falta de espacio.

—Después de esto empezaremos las rondas de guardia —dijo Rex.

Se acercó el cuello de la botella a la nariz, oliendo. Después se encogió de hombros y le dio un gran trago. Los chicos gritaron con euforia, pero Riane sólo sonreía mientras observaba a Rex echar la cabeza hacia atrás. Por alguna razón, ya no le guardaba tanto rencor por lo de la práctica de tiro. Quizás se estuviera acostumbrando a que le hiciera esforzarse por la armadura.

El capitán le pasó la botella a Kix, que estaba a su lado, y negó con la cabeza. Parecía que estaba intentando no toser.

—Sabe a rayos —dijo mientras el soldado médico bebía un poco.

Echo puso los ojos en blanco.

—Pues le ha dado usted un buen trago, señor.

Rex le dio una mirada de advertencia, pero sonreía con los ojos caramelo iluminados con diversión.

Los clones se pasaron la botella de unos a otros. No tardó en llegarle el turno a Cincos, que la miró con escepticismo antes de beber un trago tan grande como el del capitán.

Tosió un par de veces, pasándosela a Riane con prisa. Ella la levantó, mirando el color.

—¡Eh! —gritó Taller desde el fondo—. ¡Es alcohol, niña! ¡Tú no puedes beber!

Riane tenía ganas de sacar la DL-44 y meterle un tiro en la sien, pero antes de que nadie pudiera decir nada, levantó una ceja y le dio un gran trago a la botella.

Oyó risas. Tinker le dio un golpe amistoso en el muslo mientras ella le pasaba la botella a Echo.

—¿Qué te parece, Taller? —dijo su nuevo amigo—. ¡Parece que la chica bebe mejor que tú!

El pelirrojo no dijo nada. Riane cruzó una mirada con Rex y él asintió solemnemente en su dirección, con algo de aprobación.

Echo bebió su trago, y, cuando acabó la ronda, la botella se había terminado. Rex aplaudió un par de veces para llamar la atención de los demás.

—¡Está bien! ¡Cada uno a su cañonera, señores!

Reorganizó las guardias, y, como a Riane no le tocaba hasta la madrugada, se volvió a echar contra la pared. Quizás fue el alcohol, pero se durmió muy muy rápido, lista para soñar.

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Jesse despertó a Riane a las cero tres quince horas. Le dio un golpe con la bota en el hombro, y ella se frotó los ojos con un gruñido.

—Hora de que hagas guardia, Unmel —le dijo en voz baja.

La muchacha asintió, levantándose a duras penas mientras intentaba despertarse del todo. Jesse le quitó el sitio, echándose contra la pared donde ella había estado durmiendo. No recordaba qué había soñado, pero sí que lo había hecho. Era una sensación extraña, como si estuviera entre el sueño y la vigilia, columpiándose sobre el fino desfiladero que las separaba.

Al salir de la cañonera, el aire caliente la envolvió. Suspiró, avanzando para sentarse entre las dos naves y así poder vigilar las dos entradas.

No estaba sola afuera.

Rex estaba dormido en el suelo arenoso, boca arriba. Riane se quedó congelada, mirándole. Uno de sus brazos rodeaba su casco al lado de su cuerpo mientras que el otro lo tenía sobre el estómago. A Riane le pareció que, dormido así, con la boca entreabierta y el rostro relajado, ya no parecía tan intimidante. Se obligó a apartar la mirada de su superior mientras se sentaba en el suelo, unos metros más allá para estar justo entre las dos naves.

La noche estaba completamente en silencio y las estrellas y las lunas lo iluminaban todo. Riane se permitió mirar hacia el cielo, que se extendía basto ante sus ojos, pero el sueño comenzaba a volver a invadirla, así que se obligó a pensar en cualquier cosa.

Miró de reojo hacia el cuerpo de Rex. No sabía por qué estaba durmiendo afuera, pero supuso que dormir en el seco suelo era igual de cómodo que pegar una cabezadita contra la pared de la cañonera. Suspiró, recordando primero cómo la había mirado en la práctica de tiro, y después cómo lo había hecho mientras trabajaban juntos en Raser.

La verdad es que no podía quejarse. Puede que Rex la hubiera dejado en ridículo ese día, pero viéndolo desde otra perspectiva ahora, también la había seguido hacia una posible muerte al ayudarla a colocar las bombas en los tanques. En vez de sentirse confundida, una ola de entendimiento la llenó de pronto. Quizás el capitán se había comportado así para cumplir con sus órdenes una vez más: como había dicho Skywalker, Riane necesitaba aprender a escuchar a sus superiores. Recordaba ahora su mirada divertida hacia ella cuando había acabado de disparar la segunda vez: las cejas oscuras hacia arriba y la comisura izquierda de la boca alzada con satisfacción. Se había equivocado, ahora lo veía claramente. Aquella no era la cara de alguien que la odiara o que quería dejarla en ridículo. No.

Era el rostro de su nuevo capitán, invitándola a demostrarle a los demás que Skywalker no se había equivocado poniéndola en la 501.

Rex no la odiaba: le había hecho un favor.

De repente se sentía estúpida. Le había evitado durante dos días enteros, mirándole siempre con el ceño fruncido, cuando él simplemente la estaba ayudando a ser aceptada por sus hermanos. Riane soltó un bufido. Bueno, no era del todo culpa suya. Después de todo, hasta Cincos y Echo también pensaban que el capitán le tenía tirria. Estaba segura que el problema era que nadie sabía muy bien lo que había ocurrido en la práctica de tiro: ni siquiera Rex.

Lo mejor era olvidarse del incidente, se dijo. Recuperar toda la profesionalidad que debía haber tenido desde el principio. Olvidarse de los disparos y de lo que había pasado en Raser, para que ella pudiera ser la novata y él pudiera ser el capitán.

Levantó la cabeza como un resorte, moviéndola hacia los lados mientras sacaba las pistolas con rapidez tras oír un ruido que no supo catalogar. Miró a su alrededor, poniéndose de pie, pero no había nada en ningún sitio. Miró a Rex de reojo. Se había dado la vuelta y ahora le daba la espalda mientras dormía.

Riane suspiró, preparándose para volver a sentarse. Debería de haber traído el casco, porque tenía visión nocturna incorporada. Estaba demasiado sumida en sus pensamientos y por eso...

Algo la agarró desde atrás y la lanzó hacia el suelo con fuerza. No le salió gritar, sólo un quejido automático de dolor y confusión. Algo áspero le tapó la boca y le invadió el pánico. Lo que sea que estuviera sobre ella no parecía ser amigable.

Se resistió, intentando escapar del agarre de aquel gran pájaro humanoide que ahora podía más o menos distinguir en la oscuridad. Tenía manos con largas uñas que se le clavaban en la piel mientras le sujetaba las piernas y el rostro. Tenía ojos amarillos, brillantes en la noche, y plumas oscuras le cubrían la totalidad del cuerpo alargado. La cosa no hacía ningún ruido, era como si fuera un experto cazador, silencioso.

Que los dioses del cielo os traten bien.

Riane intentaba gritar mientras se resistía, pero la criatura le tapaba la boca con tanta fuerza que no podía casi respirar. La miraba con sus ojos brillantes mientras ladeaba la cabeza hacia los lados con confusión. Su corazón latía con pánico, haciendo que le temblara todo el cuerpo con dolor asfixiante mientras intentaba mover la parte de arriba del cuerpo, la cual estaba bien sujeta contra el suelo.

¿Dónde estaba Rex? ¿Acaso se había bebido otra de esas botellas él solo? ¿Por qué no se despertaba?

El pájaro soltó un sonido seseante, y Riane consiguió alargar lo suficiente el brazo como para sacar la DL-44 derecha y pegarle tres tiros, uno tras otro, donde pudo.

Oyó un grito, a gente correr.

El peso de aquel monstruo le caía sobre el cuerpo, y en lo único en lo que podía pensar era en las garras sobre su cara y sus piernas, el peso asqueroso sobre el torso.

Alguien empujó la criatura muerta de su cuerpo.

Sintió unas manos en los hombros.

Le sabía la boca a sangre.

—¡Riane, Riane!

Los ojos de Rex la devolvieron a la realidad. Se levantó a duras penas, demasiado mareada para saber cuántos clones había a su alrededor. Sólo podía ver al capitán, que la sostenía porque parecía que iba a volver a caerse al suelo en cualquier momento.

No, veía algo más.

Alzó la mano con la pistola, apuntando hacia el frente. Rex levantó las manos, alarmado.

—¿Unmel? —preguntó, la boca entreabierta y los ojos reflejando algo parecido al espanto—. Baja el arma.

Ella disparó a la criatura que volaba hacia ellos. Rex se giró para mirar, sorprendido, y sus hermanos le imitaron. Todos los hombres, quienes se habían despertado por el alboroto, se unieron para tirar al pajarraco al suelo.

Ahora Riane podía ver que tenían un pico muy corto, tan negro como las plumas que le cubrían el cuerpo, que parecía ser el de un humano muy largo con alas en vez de brazos.

Su atacante no había venido sólo, y los visitantes llegaban desde detrás de las cañoneras, saltando sobre los soldados de improvisto. Les estaban rodeando.

Rex empujó a Riane contra una de las paredes de la cañonera de la derecha mientras los hombres se movían para resguardarse. Todos habían sacado las armas y se disponían a acabar con las tres criaturas que quedaban vivas.

Los segundos que duró la lucha se mezclaban en su memoria. Disparos, quejidos animalísticos, los gritos de Rex...

La piel de aquellas cosas no parecía ser muy gruesa, y tras algunos minutos de pánico, habían acabado con ellas.

Riane se sujetó contra la pared de la cañonera, mareada tras el incidente.

—¡Kix! —exclamó Rex a su lado.

El hombre se acercó, y entre los dos metieron a la chica dentro de la nave. Cincos movió unas cajas para que pudieran echarla sobre ellas. Los dos hombres sujetaron a Riane hasta que ella pudo colocarse en posición horizontal.

Le salió un quejido, le dolía todo.

Kix se inclinó sobre ella mientras Cincos iba a ayudar a sus hermanos afuera: Rex había dado la orden de comprobar qué demonios eran esas cosas.

—Me agarró... —empezó Riane.

Kix le sujetó la mejilla con los dedos para girarle la cara.

—Un momento —le pidió—. No hables ahora.

Riane cerró los ojos. Le escocía la boca donde esa cosa la había agarrado y le había clavado las garras. Kix le estudió las heridas del rostro un momento para después girarse hacia el capitán.

—No es grave —le dijo—. Le voy a poner un parche de bacta para que no deje cicatriz.

Rex asintió y su hermano le pegó un parche azul en la mejilla derecha a la chica con destreza.

—¿Te duele algo más? —le preguntó.

Riane abrió los ojos, mirando al techo de la cañonera.

—Estoy mareada, pero creo que no tengo nada más —musitó.

Kix asintió, saliendo fuera cuando Rex le puso la mano en el hombro. El capitán se giró hacia la chica.

Unos momentos de silencio pasaron antes de que hablara, la voz queda y solemne.

—Pensé que ibas a dispararme a mí —confesó él.

Riane soltó un resoplido, preparándose mentalmente para incorporarse.

—Esa cosa estaba detrás de ti —explicó ella.

El hombre asintió, ofreciéndole la mano para que ella alcanzase una posición sentada. La chica se llevó la mano a la mejilla con el parche, y él se sentó a su lado, suspirando.

—Me agarró y me puso esa enorme garra sobre la cara... —No pudo continuar.

Aún sentía el pánico bombeando por sus venas, pero tras el susto, todo le parecía lejano y confuso, como si no hubiera pasado realmente. Se miró las piernas: la criatura le había dejado marcas en la armadura para siempre.

Rex suspiró.

—Siento no haberte ayudado antes —dijo pasándose la mano por el corto pelo rubio—. Por alguna razón no me desperté hasta los disparos.

Riane se miró las manos. Le temblaban. Se obligó a responder con calma, como si estuviera bien.

—Eran muy silenciosos —le dijo—. No pasa nada.

Rex se levantó, mirando hacia atrás antes de salir de la cañonera. Parecía decepcionado, pero no con Riane.

—Sí pasa —declaró él—. Todos esos hombres —dijo señalando afuera—, son mi responsabilidad. Y ahora, como miembro de la 501, tú también lo eres, novata.

Intercambiaron una mirada, en silencio. Ella quiso decir algo, pero Rex apartó la vista, como cohibido, y salió afuera mientras negaba con la cabeza.

Riane suspiró, recostando la cabeza contra la pared de la cañonera, y cerró los ojos.

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